Apareció hace poco tiempo en Buenos Aires el libro “La era del peronismo”, que es una reedición, convenientemente “jeringueada”, de un viejo texto de Jorge Abelardo Ramos.
Desde el punto de vista del grado de elaboración y análisis, el libro carece de toda seriedad: se manipulan superficial-mente episodios y datos equivalentes a todos los que se ocultan para abonar “teorías” justificatorias de una "política” que no son más que la apología del nacionalismo burgués en sus formas re-accionarias.
"La historia se mueve y el historiador se mueve con ella” -dice Ramos en la introducción. Efectivamente sus posiciones se mueven, pero acompañando a la historia nacional por uno de sus lados más negros: el de la degradación proimperialista del nacionalismo de contenido burgués. La llamada "izquierda nacional” siempre ha sido la sombra de la burguesía nacional, en particular del peronismo, y como toda sombra refleja al cuerpo con formas grotescas. Todo el sentido del libro, con los agregados y supresiones que se le han hecho (hemos consultado por curiosidad la 5ta. edición), consiste en acomodar las posiciones del ramismo a la fase actual de la lucha interburguesa y de descomposición del régimen militar. Sobre el viejo y remanido cuerpo de la apología vulgar a la burguesía nacional, se incorpora, entre otras cosas, un balance del último gobierno peronista. La dirección que se le da a ese balance es la de enganchar en la política de "convergencia cívico-militar” que es común a la totalidad de las fuerzas políticas burguesas.
Hay que destacar sin embargo que el libro registra un importante progreso desde el punto de vista de la honestidad. Ramos ha abandonado explícita* mente el autocalificativo de marxista, por eso en esta edición se suprimen todas las contradictorias e “inconvenientes” alusiones a la necesidad de un "partido obrero", así como otras con las que Ramos solía embellecer sus planteos proburgueses. Este si es un aporte clarificador del libro.
Menchevismo y militarismo
El libro da un “panorama” de la ideología de Ramos, si puede ser denominado con ese nombre un conjunto de razonamientos vulgares dirigidos a adular a la burguesía y en particular a los militares.
Ramos presenta un refrito de la vieja política menchevique, según la cual debe ser abolida la lucha de clases en el seno del país oprimido, y el proletariado debe diluirse en un movimiento nacional dirigido por la burguesía. Sólo así se podría alcanzar la liberación nacional, en nombre de la cual debe combatirse toda movilización independiente del proletariado para salvar la unidad nacional.
Así, Ramos explica la intervención política del ejército por la debilidad de la burguesía nativa, pero se "olvida” de añadir que el ejército puede sustituir pero no superar a la clase social que debe servir, de modo que está obligado a re-producir, por supuesto que a su manera, las limitaciones, cobardía y vocación antinacional de la burguesía nacional. El gobierno militar de Perón no fue más lejos en su antiimperialismo que el gobierno civil de Paz Estensoro o que el de Vargas ( 1930/35 y 1950/54); así como el gobierno civil de Belaunde tampoco ha ido más lejos en su proimperialismo que el de Videla-Viola-Galtieri. Los militares han reproducido todas las oscilaciones que puede desenvolver la burguesía nativa, atenazada como está por el imperialismo y el proletariado. El recurso del golpe militar ha servido para cerrar procesos democráticos agotados, y el de la "institucionalización” la de la bancarrota de "procesos militares”. Debido a la peculiaridad de sus explicaciones, Ramos se ha transformado, ya hace mucho, en un abogado de la intervención militar.
De la apología a la comente militar nacionalista que dio el golpe en el 43 Ramos pasa rápidamente a sentar "doctrina” sobre las virtudes de la supuesta corriente “nacional” que, por definición, recorrería el ejército.
Este habría desarrollado una “aguda conciencia nacional” como producto del conocimiento por parte de los oficiales de la realidad del país (pág. 18) y, más aún, “Como el Ejército era una institución extraeconómica, dependiente del presupuesto del Estado, carecía de una vinculación efectiva con la estructura semicolonial del país…”
Tenemos aquí acumulada la tradicional argucia del menchevismo para justificar su constante genuflexión frente al Estado y sus guardias armados: el Estado estaría ubicado en la estratosfera, desligado de las clases sociales concretas y por lo tanto capacitado para ejercitar “per se” la soberanía nacional. La realidad es que el Estado argentino (como cualquier otro) y todos sus estamentos, no son más que la resultante de los intereses y la ubicación real de las clases dominantes del país. Lejos de estar "desvinculado” de la estructura semicolonial, el ejército argentino refleja intensamente sus características.
Bajo la máscara de la "soberanía política” formal hay en realidad mil lazos de sometimiento estatal al imperialismo y estos lazos son particularmente fuertes en las fuerzas armadas, pilar del Estado. No casualmente éstas, formadas y arma-das bajo la mano de hierro del Pentágono han sido el principal instrumento de preservación del orden imperialista a lo largo de nuestra historia.
Es indudable que como corazón del Estado tienden a reflejar las presiones contrapuestas de todas las clases que constituyen el país oprimido. Y es por esto que cuando esas contradicciones amenazan con desbordar, tienden a escindirse y a desarrollar tendencias bonapartistas, originadas en la búsqueda de preservar los intereses de conjunto de la burguesía frente a la presión desintegra- dora del imperialismo y de los explotados, y en los apetitos propios de la camarilla militar. Pero es esto mismo lo que define el rol de las FFAA en la lucha por la liberación nacional. Ya sea reflejando la política de la burguesía nacional en sus fases de mayor acercamiento al imperialismo o en los momentos en que se agudizan los roces y choques con aquél su rol fundamental es reprimir y encuadrar la intervención independiente de la única clase que, por no tener ataduras con la propiedad, puede liderar consecuentemente el combate antiimperialista, el proletariado. De allí que toda auténtica revolución apunte a la escisión y la destrucción de las FFAA. El camino de la liberación nacional es el del armamento del proletariado y no el alineamiento detrás del militarismo represor como postula Ramos.
En realidad, el punto de partida de las preocupaciones políticas del ejército, es decir, de su cuerpo de oficiales, es garantizar el orden existente. Como crece a expensas de la sociedad civil, su desarrollo como casta la opone siempre en mayor medida a ésta. Es una organización conservadora y antidemocrática. Es por esto que se liga con tanta facilidad a la metrópoli opresora. Los procesos nacionalistas que encabezan los militares no niegan esta realidad, más bien la confirman. Es la aguda sensibilidad ante los síntomas de revuelta social (sensibilidad determinada por ser el centro nervioso del orden estatal), ante la crisis sin salida de los regímenes representativos y ante la peligrosa impasse de la sociedad semicolonial, lo que lleva al Estado Mayor a oscilar del campo imperialista hacia planteos nacionalistas. Perón, golpista en el 30, Velazco Alvarado y Torres, jefes de contrainsurgencia, fueron los que encabezaron tales procesos.
Sobre la "consecuencia” antiimperialista del nacionalismo militar la historia nos ha dado múltiples ejemplos: Basta citar que, en 1947 el gobierno peronista firma el tratado de Río de Janeiro que somete a la Argentina a los dictados, inclusive la declaración de guerra, del sistema panamericano controlado por EE.UU… Así debutaba en el terreno diplomático y militar el gradual recostamiento del nacionalismo en la potencia imperialista dominante. Agotada la experiencia bonapartista serían las fuerzas armadas las encargadas de abrir a sangre y fuego el ciclo de la restauración imperialista sin atenuantes.
Ramos zanja el abismo entre el palabrerío militarista y esta realidad con la ridiculez de que la causa de los males del país estaría en que la oficialidad nunca habría sido formada en una "ideología nacional coherente”. De allí que postule como una de las claves para la "revolución nacional” el adoctrinamiento de la camarilla militar en el nacionalismo burgués, oficio que se ha asignado a sí mismo en toda su trayectoria.
Pero es justamente esa trayectoria nefasta la que más claridad arroja sobre el sentido de las "teorías” de Ramos. La llamada "izquierda nacional” ha sido en realidad una corriente que ha buscado siempre medrar con el apoyo literario al militarismo y el entreguismo proimperialista de "nuestro” nacionalismo burgués. Los extremos de corrupción a que esto ha llegado quedan retratados con su apoyo, junto a Perón, al golpe militar de Onganía, al que saludó como antesala de la “liberación nacional”.
Esta es la negra realidad de la “izquierda nacional” que acompaña como un eco la degeneración
contrarrevolucionaria del nacionalismo burgués.
Balance antiobrero del peronismo
Como el oficio de apologista del nacionalismo —qe ejecutó a sueldo duran-te los dos primeros gobiernos peronistas -lo cumple Ramos contra la izquierda, su método consiste en recubrir todas sus mistificaciones con categorías políticas totalmente adulteradas del marxismo.
El mecanismo es archiconocido. Se caracteriza al 17 de Octubre del 45 como el debut de la intervención política del proletariado. “Había llegado el tiempo -dice- de que la clase trabajadora ingresara a la política argentina. No lo hacía sola: integraba un frente nacional antiimperialista” (p. 95). Pues, precisamente, porque iba a la rastra de una clase extraña a la suya, el proletariado no entraba a la política del país en tanto que tal, aunque él sí creyera hacerlo, porque la burguesía no se pre-sentaba con su plantel completo sino travestida de militares nacionalistas. El proletariado argentino, contra toda la falsificación de Ramos, descubrió muy tempranamente su poderosa tendencia hacia la intervención política independiente ( ¡desde 1880!) pero nunca cristalizó o consumó esta tendencia, todavía tiene que aprender el arte de inter-venir en política, arte que consiste en agrupar detrás suyo a los aliados y aprovechar las contradicciones del régimen burgués – y no, como ha ocurrido, dejar que los aliados marchen con su enemigo y que el régimen burgués se aproveche de las contradicciones del proletariado (por ejemplo, entre el conjunto de la clase y su dirección burocrática y proburguesa). Y si no: ¿cómo se explica la frustración de las ilusiones del 45 y el 73, y las derrotas del 55 y el 76? Para intervenir en política en serio, es decir, como en una guerra entre ejércitos decididos a todo, y no como en un carnaval, de comparsa, o en la cancha, desde la tribuna, es necesario un partido proletario.
Ramos tiene razón: el peronismo fue un frente NACIONAL antiimperialista, es decir, un frente solidario con los explotadores nacionales. Mientras para Ramos la presencia de un enemigo común, el imperialismo, entraña la necesidad de formar una paz social con la burguesía, para los trotskistas, ese mismo punto de partida significa la necesidad de denunciar implacablemente la concordancia entre la burguesía y el imperialismo, luchar por desplazar a la burguesía de la conducción de la guerra antiimperialista (junto a los pobres de la ciudad y del campo) sostener como estrategia fundamental de la victoria el frente único con el proletariado mundial, y hacer de la lucha contra el imperialismo un paso poderoso hacia la realización del socialismo (no un planteo antagónico con éste). Por eso hay que oponer al frente nacional o democrático, el frente único revolucionario.
¿Cuál es la lección principal de la experiencia peronista, en su fase más importante, 1945-55? Desde el punto de vista de las tareas antiimperialistas, el peronismo fue un monstruoso fracaso, porque dejó en pie a la oligarquía terrateniente y porque descapitalizó al Estado con un par de nacionalizaciones jugosamente pagadas, que favorecieron al imperialismo británico en retroceso. Durante todo un período, Perón se esforzó, con una violenta demagogia antiyanqui, por preservar la relación privilegiada con Inglaterra (Tratado Eddy-Bramuglia, 1946), en un intento final por reflotar el viejo statu-quo con la metrópoli. La confiscación de una parte de la renta de la oligarquía, mediante el IAPI, en 1947- 50, fue compensada y desbordada, por los subsidios del mismo IAPI a la oligarquía en 1950-55 y aún en la primera fase, la renta agraria fue transferida, en gran parte a los frigoríficos anglo-norteamericanos en compensación por aumentos salariales. Perón no tardó en pasar a la órbita yanqui (tratado interamericano de Río, 1947), vista gorda a la invasión a Guatemala, recomposición de relación con el Ex-Imp Bank. Pero no le tocó un pelo al Estado existente: reforzó la injerencia de la Iglesia y de la casta de oficiales, fue incapaz de abrir los escalones superiores a la suboficialidad. La industrialización fue precaria, porque no se apoyó en un riguroso plan de Estado, ni en la ampliación del mercado agrario, ni en la unidad de América Latina contra el imperialismo.
Desde el punto de vista de la clase obrera, se obtuvieron grandes conquistas sociales, pero a cambio de algo definitivamente superior: la pérdida de la independencia sindical, su estatización. Bajo el peronismo se dio el fenómeno de la mayor burocratización de todos los tiempos y los sindicatos se convirtieron realmente, aunque no desde el punto de vista de la Constitución, en ruedas del Estado. Esta profunda degeneración fue decisiva a la hora de luchar contra la “libertadora”, ante la que los burócratas y Perón capitularon vergonzosamente. Las conquistas sociales fueron episódicas, porque no hubo sindicatos de combate, para defenderlas. La pesada carga heredada del peronismo tiene un peso fundamental aún en el movimiento obrero. La burocracia ha sobrevivido a crisis inmensas por sus sólidos lazos con la burguesía y el Estado. Es indudable que los sindicatos argentinos fueron una poderosa realidad desde 1945 hasta hoy, y ello porque por ahí pasó la enorme combatividad del proletariado, pero es esa poderosa realidad, precisamente, lo que pone de relieve el hecho de que han sido repetidamente derrotados por el militarismo (y de que nunca pudieron obtener una victoria decisiva), a causa de su dirección.
La función de los Ramos es ocultarle a la nueva generación este único auténtico balance del peronismo, es decir, la historia de la inevitabilidad de su frustración y de la inevitabilidad de su declinación y ocaso.
Ramos escribe “de memoria”, y por eso sus libros son una anti-historia. Tienen un carácter de corrupción intelectual. No se documenta, no confronta documentos, no discute rigurosamente los planteos de ninguna tendencia política.
Un guitarrero está condenado a decir macanas. Así, según Ramos, Perón habría forjado la conciencia de clase del proletariado (para decir tonterías también hay que tener coraje). “Toda una generación obrera -dice- ha sido educada con esas ideas (se refiere a ciertas frases “izquierdistas” de Perón) y también con las fórmulas de ‘armonía social’…Pero de los innumerables discursos de Perón, los obreros han conservado en su inconsciente colectivo aquéllos que necesitan para su destino…” (pág. 46) (Ripley: créase o no).
El locuaz Ramos se enreda, pues si lo que los “obreros necesitan para su destino” no es la “armonía social” que propugnaba Perón, está claro que la paz social con la burguesía que Ramos defiende, en nombre del antiimperialismo, es enteramente reaccionaria, pues está a contramano del “destino” histórico del proletariado. Ahora, cuando Ramos propone una “convergencia con los militares nacionalistas”, cabe preguntarse si lo que pretende es que comience a funcionar de nuevo el selector inconsciente del proletariado ante los futuros discursos nacionalistas.
Pero ni qué decir que la conciencia de clase no se forma mediante el metabolismo inconsciente del proletariado del alimento nacionalista. La experiencia inmediata del trabajador no produce la conciencia de sus intereses históricos sino que reproduce su existencia presente de vendedor de fuerza de trabajo. La influencia del nacionalismo refuerza esta atadura del proletariado al modo de producción prevaleciente de la vida social y es por eso que esa influencia sobrevive largo tiempo al agotamiento del movimiento nacionalista, permitiéndole seguir en escena. Lo que opone, primariamente, al proletariado que sigue al nacionalismo a ese mismo nacionalismo, es su instinto, la forma más elemental de la conciencia, que se deriva de su existencia real como clase explotada. Pero el pasaje de lo instintivo a lo consiente requiere la lucha contra el nacionalismo burgués, a partir de un programa que exprese, no la situación y experiencia inmediatas, sino la histórica y mundial del proletariado. Esto es el marxismo y el programa de la IV Internacional.
Es indudable que la revuelta social del proletariado puede tener por cobertura las ideologías más antimarxistas y más hostiles al socialismo (por ejemplo, Komeini y el Islam). Esta constatación es valiosa para saber de qué lado de la barricada pelear, a saber, con los fanáticos musulmanes contra los pragmáticos norteamericanos. Pero con el Islam o el peronismo, las masas no podrán triunfar sobre el opresor nacional, ni mucho menos emanciparse. El nacionalismo burgués y sus discursos son una pesada lápida contra los oprimidos.
El palabrerío de Ramos disimula mal su hostilidad visceral hacia el movimiento obrero y su independencia política. "Como organizaciones que agrupan a grandes sectores de trabajadores -dicesin distinción de ideologías, los sindicatos deben vivir siempre bajo las condiciones del Estado, cualquiera sea su naturaleza, nacionalista u oligárquica, que no puede admitir de ellos una peligrosa independencia. Sindicatos 'independientes' no han existido nunca" (pág. 147). Pero preguntamos: ¿qué fueron Sitrac-Sitram, Smata Córdoba, la UOM de Villa Constitución, que jugaron rol eminente en el proceso político que el libro trata y que ni se "digna” mencionar? ¡Para colmo ha sido editado en pleno apogeo del "Solidaridad” polaco!
Basándose en este tipo de argucias, Ramos califica de "ridículo” acusar a la burocracia por su "dependencia hacia Perón”, y declara su identificación con ese sometimiento.
Ramos no busca disimular su hostilidad hacia el proletariado con conciencia de clase. No estamos todavía en una situación de poderoso ascenso obrero, cuando retorne la moda burguesa de la demagogia desenfrenada. El problema de la burguesía argentina en este momento es tratar de cerrar la presente crisis política antes de un “Cordobazo”.
Ramos tiene razón, ningún régimen burgués (y, para el caso, tampoco un régimen burocrático de la escuela del Kremlin) puede tolerar la "peligrosa” independencia de los sindicatos. ¿No retrata esto, entonces, el carácter reaccionario fundamental de todo régimen burgués, en este período de decadencia mundial del capitalismo? Pero sigamos. Tampoco ningún proletariado tolera, a la larga, la estatización o tutela de sus organizaciones. Ramos es un esclavo de la primera ley, nosotros de la segunda.
Para defender sus condiciones de existencia el proletariado necesita organizaciones capaces de luchas y, en periodos de crisis, de luchar a fondo. Esto solo puede serlo una organización independiente. Estamos en presencia de un conflicto irreconciliable. La solución de Ramos es reaccionaria, pero también provisoria, porque un régimen de tutela paternalista se estrella contra la crisis y la agudización de las contradicciones sociales. La resolución de este conflicto es una sola: la destrucción del Estado burgués y la abolición de todos los antagonismos de clase en general. Es por esto que hay que marcar a fuego a la traidora burocracia sindical y luchar por una dirección revolucionaria de los sindicatos. Sitrac-Sitram y Villa Constitución no fueron derrotados porque hubieran emprendido una utopía, sino porque no hubo claridad política y fue un primer paso. Pero ya ocupan en la conciencia histórica del proletariado un lugar que ningún burócrata peronista podría pretender jamás.
Ramos se queja, todavía, de que Perón no haya “advertido” "que una democracia efectiva de la central obrera hubiera defendido mejor las conquistas revolucionarias (!) que el sistema de obediencia a los dirigentes”. Esto es una tomada de pelo, ya que el sistema que defendía Perón era este sistema de do-minio totalitario del proletariado, y por eso intentó repetirlo en 1973.
El único contacto significativo de la "izquierda nacional” con el movimiento obrero en toda su existencia, ha sido como laderos y escribas de la burocracia sindical. En todo el libro, brillan por su ausencia o se reducen a insignificancias los grandes combates de clase de estos últimos 35 años, "movimiento obrero" será sinónimo de dirección burocrática, y Vandor y Rucci serán pintados como los arquetipos del dirigente de su clase. Incluso le reprocha a Vandor que haya intentado armar su propio juego independiente de Perón (p. 230), pero no dice que era para favorecer el golpe de Onganía.
"Izquierda nacional proimperialista"
La apología de los aspectos antiobreros del peronismo tiene su contrapartida en la de sus aspectos más proimperialistas. El libro está centrado en esto, aunque se los pretenda contrapesar con señalamientos injertados en el texto acerca de las limitaciones en el desarrollo de la industria pesada o en el ataque a la oligarquía.
Sin inmutarse, Ramos declara que en el último período del gobierno peronista, terminada la prosperidad de la posguerra, “Con toda decisión Perón hizo frente a los acontecimientos y afrontó los puntos débiles del sistema: el petróleo y la siderurgia”. ¿Qué es este "afrontar” para esta "izquierda nacional”? En 1953 se sanciona una ley de inversiones extranjeras que asegura un trato preferencial para el capital extranjero. El "problema del petróleo” fue encarado firmando un contrato con la Standard Oil de California, que es fiel antecesor de las posteriores entregadas del frondicismo y el onganiato. El desarrollo de la siderurgia consistió en la contratación de un préstamo norteamericano de 60 millones de dólares para construir una planta, esto después de haber dilapidado las reservas de divisas con que contaba en indemnizaciones al capital extranjero y adquisición de artículos de consumo en el exterior.
Para Ramos, el momento culminante del gobierno peronista es, en realidad, el de su ingreso cada vez más resuelto a la órbita del imperialismo yanqui. Esta es la verdad de las teorías mencheviques de Ramos sobre la "independencia económica”. Según éste ésta podría ser alcanzada ya no explotando las contradicciones interimperialistas que favorecieron a la Argentina durante la guerra sino "reorientando el comercio exterior”, "contemplar ante todo América Latina, mediante convenios bilaterales de Estado a Estado. Hay que tender -prosigue- a soslayar el saqueo del intercambio desigual con el mundo capitalista avanzado. Todo lo cual supone la creación de una tecnología latinoamericana”. Es decir que sería posible a los países atrasados sustraerse al dominio del mercado mundial por el imperialismo creando su pro-pio mercado y su propia tecnología, como si el rasgo fundamental de la época imperialista no fuera justamente la existencia de ese mercado mundial monopolizado por las potencias imperialistas. Como si la lucha por la democratización de las relaciones económicas internacionales, es decir, la conquista de la independencia económica y política, no superara el cuadro de la democracia burguesa y el orden imperialista mundial. Como si fuera posible desarrollar las fuerzas productivas de un país al margen de su desarrollo internacional. Como si el problema de la independencia económica pudiera resolverse por medio del comercio y de la diplomacia entre países semicoloniales.
La utopía que aquí está formulada se dirige a enfrentar el planteo antiimperialista del marxismo acerca de este problema, a saber que la única salida para el estancamiento de los países atrasados es la construcción del socialismo, no en un país ni en un grupo de países sino a nivel internacional, y que la liberación nacional sólo será alcanzada mediante la fusión de las revoluciones coloniales y las revoluciones socialistas en las metrópolis. En la práctica, la posición de Ramos se ha mostrado como la cobertura teórica del entreguismo más descarado. Ramos fue y sigue siendo un adulador proimperialista rabioso del gobierno de Frondizi (hemos notado que en esta edición suprimió toda una parte de crítica a Frigerio), en particular de los contratos petroleros. La "teoría” de Ramos, común a los desarrollistas, de que un Estado en manos de la burguesía nacional podría manejar a su antojo las inversiones imperialistas se ha revelado como un vulgar engaño. Lo mismo vale para la concertación entre los países latinoamericanos, que supuestamente permitiría lograr un acceso autónomo al mercado mundial. La "unidad” de los estados semicoloniales sólo puede dar lugar a un engendro integrado al sistema imperialista. Y, efectivamente Ramos hace la apología de la política exterior del frondicismo de la que fue propagandista en su momento. Esa política osciló de ciertos roces con el departamento de Estado yanki (postulando sobre todo una política de "cerco democrático” sobre Cuba en lugar de una de bloqueo y agresión directa) a un alineamiento total con éste. Ramos fue de los que hicieron fuerza para este alineamiento saludando con un panegírico la llegada del presidente Eisenhower al país en 1960. La “unidad latinoamericana” semicolonial de Ramos no es más que propaganda izquierdizada del "sistema panamericano” dirigido por los yankis.
Pero así como la política exterior de un gobierno es una extensión de su política interior, la política "americanista” de Ramos revela lo que realmente es en sus recetas políticas para la Argentina, en particular frente al problema del peronismo. No se sabe si lo que “inspira” a Ramos es la decadencia proimperialista del peronismo o los movimientos del imperialismo y la burguesía para integrarlo como una fuerza confiable del frente burgués.
Apologista del sometimiento del movimiento obrero, de la entrega al imperialismo, Ramos sin embargo se pone de crítico de los aspectos totalitarios del peronismo respecto a la oposición burguesa.
"Al no contar con la presencia activa y el control recíproco de grandes partidos argentinos -dice- que coparticiparan del poder, la influencia de Perón creció desproporcionadamente, convirtiéndose en el regulador único de toda situación”… “los rasgos dictatoriales y centralizadores de Perón… encontraban otra causa concurrente en la negativa del radicalismo y de los partidos de izquierda a integrarse democráticamente con Perón en un gran Frente Nacional Revolucionario” (p. 137). Una vez más, apelando al lenguaje engañoso, se trata de contrabandear una postura prooligárgica y proimperialista respecto al peronismo. Llamando “revolución” a lo que fue un gobierno bonapartista de la burguesía que termino entregando al abanderado de la reacción imperialista), Ramos presenta su versión de lo que han sido todos los intentos de la política burguesa en los últimos decenios: integrar al peronismo a un frente "democratizante bajo la bendición yanki. Ramos "racionaliza a la multipartidaria, es su abogado y ha ido al foro a propugnar el acuerdo cívico-militar. Lo que Ramos postula es la trampa de otra experiencia (que en 1955 fue contrarrevolución democratizante). El apoyo del FIP (partido de Ramos) a la multipartidaria y su búsqueda de un compromiso con la dictadura, se ubica en la línea que en 1973 fue el apoyo al Frejuli y al "Gran Acuerdo Nacional”.
Con el GAN contra el proletariado
Cuanto más se acerca a la época actual, más patético es el rol político de esta “izquierda nacional”.
En el libro se presenta una versión totalmente mistificada del ascenso del peronismo al gobierno en el 73. Lo que fue una salida de crisis concertada por la burguesía con el visto bueno del imperialismo (GAN), para hacer frente a la situación revolucionaria abierta por el Cordobazo, es presentado como el resultado victorioso de la lucha de las masas. La caída del gobierno de Cámpora, que fue destituido por un golpe de derecha apoyado por el ejército porque el régimen se mostraba impotente frente al ascenso de las luchas obreras, es presentada como un hecho progresivo. En realidad el semigolpe del 13 de julio orquestado por Perón y la derecha peronista con el visto bueno de la cúpula militar fue un paso hacia la derecha, hacia el bonapartismo, para enfrentar a las masas. El conflicto de clases planteado objetivamente (ocupaciones de fábrica, movimientos reivindicativos de todos los sectores explotados) es juzgado con la misma óptica de la derecha peronista y de toda la reacción imperialista: "Todo el país reclamaba esa ley del olvido. Pero sus resultados fueron catastróficos”. Para Ramos la salida de la cárcel de centenares de presos habría transformado la movilización de millones de trabajadores, jóvenes, etc. en instrumento del "terrorismo”, "…la confusión y el desorden fueron descomunales” (lenguaje de un revolucionario!). El retomo de Perón a la presidencia, al que el FIP farsescamente pretendió apoyar "desde la izquierda” es presentado como el verdadero comienzo de una "revolución nacional”. En realidad, como el programa del Frejuli y luego el Plan Trienal lo demostrarían, era una versión súper diluida del viejo intento ya fracasado de superar el atraso y el sometimiento del país con métodos de intervencionismo estatal, sobre la base de la preservación de las relaciones de propiedad existentes. La "reedición” del intento conservaba, agravados, los rasgos más negativos del pasado: no tocarle un pelo al capital extranjero, garantías a toda la burguesía, negativa a nacionalizar la banca y el comercio exterior, mantenimiento (y fortalecimiento) de todo el aparato represivo y represión a la libre organización obrera. Este proyecto debe ser juzgado en el marco de todas las contradicciones que estaban en juego y, dado el ascenso obrero, su rol global era contrarrevolucionario: defender al Estado semicolonial frente a la insurgencia de las masas. El gobierno peronista se desintegrará bajo la presión antagónica de éstas y del imperialismo, pero Perón y el peronismo no jugarán un rol neutral: tenderá a recostarse en el segundo contra las primeras. Según Ramos, Perón no habría encontrado "tiempo” para encarar la "revolución nacional” por la necesidad de enfrentar la “provocación terrorista” de izquierda y de derecha. En su lenguaje sibilino se confunde, de un lado, la lucha obrera con la guerrilla y del otro se hace aparecer a Perón neutral frente al terrorismo derechista, "debió soportar el Navarrazo”. En realidad, Perón inició lo que luego Isabel llevaría a su punto más alto: la represión oficial y paraoficial con métodos terroristas contra los trabajadores y la juventud. Perón balanceó esto con la formación del "bloque de los 8” para contar -con típico método bonapartista- con un instrumento de "izquierda" para contener a las masas. Contra lo que Ramos afirma, la izquierda foquista acompañó en lo fundamental este juego político contrarrevolucionario de Perón, se aguantó la caída de Cámpora, apoyó a Perón-Perón, la ley de asociaciones profesionales y la intervención de las universidades, etc. Es el fracaso de ese intento bonapartista lo que abrirá camino a la reapertura de la situación revolucionaria y al “historiar” ese momento culminante es cuando Ramos se mostrará aún más como lo que es.
Asume penosamente la defensa del gobierno de Isabel, señalando dos causas fundamentales de su crisis: 1) "La delincuencia económica…” del imperialismo y el conjunto de la burguesía; 2) "La actividad terrorista” (p.288). La histórica huelga general de junio-julio del 75 que constituyó el punto más alto de la movilización independiente de la clase obrera argentina merece apenas un comentario perdido de algunos renglones. El derrocamiento del gobierno de Isabel a manos de este movimiento fue frustrado por la burocracia sindical, pero se había producido un hecho político de consecuencias revolucionarias: la ruptura del proletariado con el gobierno peronista. Con esto no sólo quedaba quebrado este gobierno sino todo el aparato de "institucionalización” montado por la burguesía para hacer frente al ascenso que debutó en 1969. Por ello, no sólo el gobierno sino toda la burguesía, incluidos los militares quedaron a la defensiva. Comenzaron entonces un conjunto de maniobras políticas destinadas a preparar el terreno para una contraofensiva, para reformular el GAN. La debacle del gobierno de la camarilla Isabel-Lopez Rega y la peligrosidad de una salida parlamentaria fueron colocando a las FFAA como árbitro de la situación.
Es frente a esta situación que el teórico de la "izquierda nacional” toma partido por una de las variantes (a la que se jugó sin suerte Isabel) que estaban en juego: la militarización del poder manteniendo un cuadro constitucional. Señala como un hecho auspicioso la sanción de la "ley de seguridad” que coloca en manos de las FFAA la represión de las actividades terroristas…”. Pero se lamenta de que "no existía en el gobierno decisión para ejercer el poder y voluntad de imponer a los provocadores sectoriales de la sociedad civil todo el peso extra- económico del Estado para restablecer el orden” (p. 289). Fracasada esta variante, el FIP se sumaría a la cohorte silenciosa que aceptó el golpe como el resultado "inevitable” de la situación. Las huelgas contra el plan Mondelli, que re-presentaron el combate sin dirección del proletariado contra la degradación gol- pista de la situación, no merecen una sola mención. Ramos trata de borrar el rastro de su apoyo a la militarización, que prepararía el golpe, sacando un balance hipócrita del peronismo: "La experiencia global del peronismo es concluyente: el Estado debe democratizarse a sí mismo por la autogestión y el control de los trabajadores”. Pavadas. Primero que diga si es partidario incondicional o no de derrocar a la presente dictadura militar.
Epílogo
Así como en 1966 la "izquierda nacional” fue a buscar el “alma nacional” en las huestes de Onganía, se lanzó también a buscar empleo bajo el régimen más terrorista y sangriento de nuestra historia. Toda la prédica contra el terrorismo que "desestabilizó” a Isabel, cuando la realidad es que ese terrorismo fue el instrumento más o menos ciego, más o menos consiente de los militares que querían implantar el estado policial que Perón-Osinde-Lopez Rega-Isabel no pudieron implantar, a Ramos le sirvió para arrastrarse ante las botas triunfadoras. El "verdadero” fundamento del golpe habría sido la "proliferación del terrorismo” y luego de cumplida la "misión” de destruirlo las Fuerzas Armadas habrían quedado "sin programa definido” y "burladas” por Martínez de Hoz y Cía. El FIP que reconocía en el gobierno estar impulsando "a los tropezones” una "perspectiva latinoamericana” progresiva (!) reclamaba en 1978 una definición "nacional” a la dictadura, aclarando no tener "apuro electoral alguno” (ver folleto “De la crisis argentina a un frente patriótico”, octubre 1978). Ahora, con la descomposición y el agotamiento del régimen el lenguaje se ha "izquierdizado” apenas, pero el contenido es el mismo. El FIP pide un lugar en la multipartidaria a la que le reclama su ampliación, porque si ésta no se produjera… "la Multipartidaria habría nacido muerta y en lugar de contribuir a que el gobierno cambie su política o a que una política cambie el gobierno, sólo tendría como resultado al fortalecimiento del mortal ‘statu quo’…” (“La Patria Grande”, setiembre 1981).
Esta "izquierda” ladera del militarismo y de lo más podrido del nacionalismo burgués se ha asignado el papel de enfrentar en las asambleas estudiantiles las mociones en favor de las libertades, de los desaparecidos y presos y del enjuiciamiento de los militares. Debe ser marcada ante la nueva generación.