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Editorial


Las diatribas que se lanzaron entre si el imperialismo y la burocracia rusa, luego del golpe militar contrarrevolucionario en Polonia, así como la polémica que se desató entre los Estados Unidos y Alemania, y aún dentro del propio gobierno de Reagan, pudieron dar la impresión de que se estaba en presencia del ocaso de lo que es la piedra angular de toda la política mundial -nos estamos refiriendo a la colaboración contrarrevolucionaria entre el imperialismo mundial y el aparato internacional controlado por Moscú. Que los jefes de ambos bloques quieran deformar de ese modo la realidad es comprensible. Para el primero, la santa alianza con la burocracia antiobrera debe servir al propósito, no de lograr una conciliación imposible entre el capitalismo mundial y los estados obreros, sino que debe servir para ayudar a frenar y paralizar al proletariado mundial y para socavarla propiedad estatal y el monopolio del comercio exterior, es decir, la base social de los estados obreros. Para el Kremlin, por su lado, se trata de disimular la existencia de un acuerdo de principios con el imperialismo, para mejor manipular a la clase obrera mundial y para servirse de ella para negociar con las potencias capitalistas.


 


Pero la crisis polaca, y esto desde los acontecimientos de agosto de 1980, por lo mismo que fue un poderoso factor de socavamiento del presente orden mundial, ha agudizado en el imperialismo y en el Kremlin la necesidad de su mutua colaboración contrarrevolucionaria.


 


Es que detrás de las invectivas están los hechos: a) el alivio de la banca mundial, que tiene la certeza ahora de que podrá cobrarle sus créditos a Polonia; b) la satisfacción indisimulada del imperialismo por el hecho de que la dique del Kremlin logró evitar el enorme peligro que hubiera entrañado una invasión rusa, una guerra civil, una desintegración del ejército polaco o un golpe inhábil o inefectivo que hubiera podido concluir con el armamento de los trabajadores. La burocracia rusa ejecutó el golpe con el tratado de Helsinski en la mano, con ese mismo tratado cuyo cumplimiento los escribas del capital piden con todos los tonos, pues lo hizo "respetando" las instituciones formales propias del Estado burocrático vasallo de Polonia. Si el imperialismo hubiera considerado al golpe como contrario a sus intereses, ello se habría manifestado no sólo en el momento, sino especialmente con antelación, bajo la forma de presiones y boicots, o de una fantástica campaña de advertencia por medio de la prensa. Pero es sabido que, de esto, no hubo nada. Reagan, hace pocos días, tuvo el cuidado de que el estado norteamericano pagara los intereses impagos de la deuda polaca, en lugar de ir al ataque y declarar la insolvencia de Polonia.


 


En realidad el golpe polaco ni siquiera ha atenuado sino que ha reforzado la tendencia hacia una colaboración más estrecha entre el imperialismo y la burocracia, ya que esta alianza es un recurso frente a las crisis, es decir, que se atenúa en los momentos de "calma" y se acentúa cuando las contradicciones de la situación mundial se agudizan. Es evidente que la derrota del proletariado polaco no ha anulado, y ni siquiera debilitado, el desarrollo de los factores que impulsan la crisis mundial. La enumeración de estos factores debe comenzar por la propia Polonia, donde el gobierno militar y sus padrinos carecen por completo de un planteamiento articulado y coherente para reconstruir al régimen político duramente golpeado por la crisis revolucionaria. Europa oriental en su conjunto, es un enorme volcán, en cuya base está la impasse de esos regímenes para construir un "socialismo" autárquico, así como el desbarajuste que ha provocado su política de entrelazamiento económico con el imperialismo.


 


Sin haber logrado cerrar, realmente, la brecha polaca, el régimen de colaboración imperialismo- Kremlin debe hacer frente, inmediatamente a enormes pruebas: la crisis revolucionaria en Centroamérica, la situación de guerra en el Medio Oriente y en el Golfo Pérsico, la crisis dentro del bloque imperialista por la agudización de sus rivalidades económicas, y, en general, la tendencia hacía la desestabilización política en innumerables regímenes (Argentina, Brasil, Uruguay, Chile, Solivia, so o para enumerar algunos), motivada por los estragos que está causando la crisis económica mundial.


 


Un sector del imperialismo ha lanzado la acusación, no sólo contra los gobiernos burgueses euro peos sino contra el propio gobierno de Reagan, por no haber aprovechado la crisis polaca para orzar Kremlin, mediante un boicot generalizado contra la URSS, a dejar la vía libre a los yanquis en América Central el Caribe y el Medio Oriente. Esta propuesta ilustra el mecanismo de funcionamiento del sistema de colaboración contrarrevolucionaria mundial: es un régimen constantemente minado por la crisis mundial que por otro lado, no puede reconstituirse sin agravar los factores de fondo de esta crisis. (También se entendía que una explotación a fondo de la crisis polaca podía servir para poner en vereda a las burguesías europeas).


 


Pero en realidad fue precisamente este planteo el que Haig puso sobre la mesa en su reciente reunión con Gromiko. A pesar de todas las bravuconadas de Reagan la reunión no dejó de realizarse, y esto se debe, justamente, a que hoy es más necesaria que nunca una definición de conjunto del plan de la contrarrevolución.


 


Se deduce de aquí que el golpe polaco ha alterado la situación política mundial. La derrota del proletariado polaco ha ampliado el margen 'de contraofensiva del imperialismo mundial, en especial el yanqui. El golpe polaco ha favorecido la posibilidad del envío de los “marines" a El Salvador, no como supuesta represalia contra la URSS (planteamiento puramente moral, ya que sostiene que el imperialismo obraría en base a criterios de “venganza" y no en base a un cálculo del estado de las relaciones de fuerza en el mundo), sino aprovechando, precisamente, el debilitamiento, la desmoralización y la confusión que la victoria del golpe polaco ha creado en las masas en su conjunto, y en Europa y Estados Unidos en particular.


 


Los gobiernos de Cuba y Nicaragua han apoyado abiertamente el golpe de Jaruzelski (el primero lo pidió a los gritos y el segundo llegó al extremo de impedir que una delegación de Solidaridad pudiera entrar en Managua; los Chamorro y Robelo sí, los Bujak y Walesa no — ¿qué teme el FSLN de dos emisarios, acaso que las masas nicaragüenses los reciban con expresiones de apoyo?). Castro y el FSLN actúan convencidos de que cuanto más serviles sean de la burocracia rusa, mejor tendrían asegurado el paraguas militar o atómico de ésta. ¡Qué ciega es una estrategia que convierte a las revoluciones cubana y nicaragüense en peones políticos de Moscú, en piezas de un juego mundial que no controlan, privándose de su gran recurso de autodefensa: la conciencia revolucionaria creciente de las masas de sus países, de Latinoamérica y del resto del mundo.


 


Contra lo que supone la política contrarrevolucionaria de Castro y del FSLN, Solidaridad fue parte del real escudo defensivo de las revoluciones cubana y nicaragüense. Durante el período de gran ascenso en Polonia, una intervención de los “marines" en Centroamérica hubiera tenido por consecuencia un enorme refuerzo de las tendencias proletario-revolucionarias entre las masas polacas y europeas, y la liquidación de un plumazo de la demagogia liberal del imperialismo yanqui. Esto hubiera aislado al imperialismo yanqui y agravado considerablemente la crisis del gobierno norteamericano al interior de los Estados Unidos. Ahora, por el contrario, después del golpe polaco, las perspectivas de una intervención militar son más probables.


 


El golpe polaco completa una fase de contraofensiva del imperialismo a nivel mundial y de desaceleración, incluso de empantanamiento, del ascenso de la revolución mundial. La expresión de esto es la declinación de la revolución iraní y el completo impasse de la revolución en Nicaragua.


 


Con todos estos elementos (que no se agotan, de modo alguno, el análisis de la situación mundial), el año 1982 se presenta como el de un colosal agravamiento de la crisis política mundial. La crisis económica tiende a acentuarse, en particular por el hecho de que un vasto sector de la industria y de la banca mundial están en situación de quiebra – requiriendo la intervención emisionista de los gobiernos. Esta crisis deberá tender a acentuar la resistencia de las masas, el dislocamiento de las naciones atrasadas y la lucha antiimperialista. La proyección política de estas tendencias sobre aquellos regímenes ya seriamente en crisis, agravaran la presente crisis des statu-quo internacional y de la colaboración entre el imperialismo y la burocracia totalitaria. Se entrara en un periodo de giros aún más bruscos que el pasado reciente. Las fuerzas que, desde la izquierda, están social o políticamente comprometidas con este orden mundial, o que se mecen en la ilusión de reformarlo, serán barridas con la inusitada rapidez. 


 


Hay que aprender la lección de la experiencia mundial. Hay que construir partidos proletarios revolucionarios y el partido proletario mundial. 


 


30 de enero de 1982


 

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