Con una rapidez asombrosa, el Comité Internacional (CI), fundado por el CORCI y la FB, en diciembre de 1980, se dividió 9 meses después. La lucha de clases, rápidamente, hizo entrar en crisis los planteamientos del CI y todos los problemas políticos y organizativos que se intentaron tapar con la "unificación” saltaron al primer plano. En lugar de abrir una discusión honesta y avanzar hacia una clarificación de las posiciones políticas en divergencia, los componentes del CI se precipitaron por la vía de los métodos del faccionalismo, las expulsiones sumarias y las acusaciones de todo orden. Esto se puede ver gráficamente en lo siguiente: de los centenares de páginas de la polémica”, sólo 15 escasas carillas corresponden a la discusión política, las restantes son denuncias, acusaciones, resoluciones y actas-sumarias de maniobras.
Todos esos métodos organizativos traducen el fracaso político del CI, que se mostró incapaz de organizar en sus filas la discusión política. Más aún, contra lo que proclamaban a diario, es decir, que marchaban hacia el centralismo y que la “unidad” era tal que ya no quedaban rastros de las corrientes que lo habían conformado, apenas se produjeron las divergencias salió a luz la estructura organizativa y política real del CI: la disolución de las Tendencias había sido ficticia, funcionaban por acuerdos, reinaba el federalismo; en síntesis, no eran una organización realmente internacional, no estaban basados en una real actividad colectiva internacional de organizaciones efectivas y reales en cada país. Por eso se dividieron con tanta facilidad; por eso pudieron tirar por la borda, en cuestión de horas, al “Comité Internacional”.
Podemos extraer un primer balance de esta división. Las unificaciones apresuradas, sin principios, son una fuente de confusión política. Pero una vez que las divergencias políticas se abren paso, se plantean dos alternativas. Una es que sus componentes organicen la discusión, lo que permitiría un avance en la clarificación política. La discusión podría absorber las divergencias o conducir a la división, pero en ambos casos, sobre bases políticas claras y delimitadas. En cualquier circunstancia, el resultado sería un progreso en la comprensión y en la elaboración del programa. La otra alternativa es que se ahogue la discusión, por mezquinos intereses de preservación. El resultado es el encubrimiento de los desastres políticos, el mayor apartamiento de la vía revolucionaria de esas corrientes y la confusión y desmoralización de sus militantes.
Esto último es lo que ha ocurrido con el CI (para lo primero faltaba no solo principios políticos y revolucionarios sino también honestidad). Si la "unificación” tuvo un carácter regresivo;- lo mismo ha ocurrido con la división. Fue una escisión no preparada, sin delimitación política, rápidamente ahogada, y, por lo tanto, una fuente de confusión y desmoralización política para las bases de esas corrientes.
La Tendencia Cuarta Internacionalista (TCI) ha ido marcando paso a paso el fraude político del Comité Internacional, y nuestro pronóstico sobre su inevitable fracaso ha tenido una contundente confirmación. Para entender la bancarrota del CI es inevitable remitirse a lo dicho por nosotros desde el comienzo.
Los componentes del Comité Internacional
El Comité Internacional (precedido por el Comité Paritario, constituido en octubre de 1979) fue el resultado de un fraude político. Este es un punto fundamental que debe quedar claro de entrada. La división del CI resulta de una falla de origen, y no de problemas derivados de un desarrollo.
De un lado estaba la OCI, para quien las divergencias históricas con el revisionismo corporizado en el Secretariado Unificado (revisionismo que se expresaba en el seguidismo de éste a los movimientos pequeño burgueses de los países atrasados aliado a la burocracia moscovita) habían dejado de tener un carácter de principios. Es así que la OCI fue virando hacia un planteo de unificación con el SU, al que pasó a calificar de organización revolucionaria basada en el Programa de Transición y parte del mismo tronco de la gran familia trotskista, como una de sus ramas.
Posiblemente hubo en este viraje el cálculo de que ello podría escindir a la sección francesa del SU, donde existía un grupo pro-OCI y al propio SU, entre la corriente encabezada por el SWP y el mandelismo, dadas las divergencias que existían entre estos en tomo de una serie de cuestiones y también en torno de la propia apertura de un proceso de unificación con la OCI. La OCI actuaba en base a una caracterización de la crisis del SU, en la cual la corriente de Mandel personificaba al “centrismo” rescatable contra la que sería la franca derecha antitrotskista dirigida por el SWP -aunque, claro está, desde 1972 a 1979 caracterizaban a la fracción de Mandel como esa derecha y al SWP como un partido obrero revolucionario. (El morenismo, nucleado en la fracción bolchevique, no entraba, aparentemente, ni en los cálculos ni en las caracterizaciones de la OCI). Pero la OCI proponía la unificación con el conjunto del SU, es decir con las dos corrientes (además de otras meno- res), y de ningún modo reclamaba la ruptura del centrismo con la derecha. Como era una maniobra sin principios, los cálculos de beneficios organizativos se anteponían a la lucha política de posiciones. La OCI fue tan lejos por este camino que no abrió la boca ante el pasaje abierto del SWP a las posiciones del castrismo (formulado en enero de 1979, en ocasión del XX aniversario de la revolución cubana), ni tampoco ante el apoyo político incondicional del SU al sandinismo y al gobierno de reconstrucción nacional de Robelo y Chamorro en julio de 1979. El Bureau del CORCI, en octubre de 1979, no tuvo ningún problema en considerar un texto de Mandel, enmendado por Lambert, “como un texto de principios". Ni en ese texto ni en ningún otro, el CORCI formuló alguna objeción al curso pro-castrista y pro-sandinista del SU, más aún, Lambert en sus enmiendas proponía que las cuestiones de la coexistencia pacífica, el stalinismo, el castrismo, de: “en una palabra, todas las cuestiones que son el objeto de las más vivas discusiones en las organizaciones que se reclaman de la IV Internacional” (“La Verité” nro. 589, diciembre 1979, pág. 85) quedaran para ser tratadas más adelante. Con toda razón S. Just, dirigente de la OCI reconoció un mes después de constituido el Comité Paritario, que “su constitución no estaba en nuestras perspectivas…” (I.O. nro. 925, 24/11/79), porque éstas no eran sino las de la unificación con el SU.
De otro lado estaba la Fracción Bolchevique. Esta se encontraba, al revés, dentro del SU desde su fundación en 1963 y se había propuesto, como aún lo reconocían en diciembre de 1980, “disputar la dirección de la IV Internacional para el XI Congreso” (Informe de actividades de la FB, pág. 6). La FB concentró su plataforma política en la crítica a la concepción e dictadura del proletariado” de la mayoría del SU, para proponer una concepción más revisionista aún, pues identificaba el fortalecimiento de las burocracias de los estados obreros con la defensa de éstos y proclamaba perimida la teoría marxista de la dictadura del proletariado como una transición hacia la abolición del Estado y como una etapa en la que éste va agonizando (ver crítica en Internacionalismo nro. 2).
Respecto a la línea del SU de apoyo al castrismo y al sandinismo, la FB le había tomado la delantera desde mucho tiempo antes. Ya en noviembre de 1977, la FB había caracterizado el frente del FSLN con la burguesía opositora como “un fenómeno contradictorio”, esto es, “regresivo en tanto forma parte de la estrategia mundial del imperialismo americano, pero enormemente progresivo en tanto puede llevar al fin la dictadura somocista y a detonar antes o después un potente movimiento de masas en el país (“Revista de América” nro. 6, noviembre de 1977, subrayado nuestro). Es decir, que lo que llevaría al fin del somocismo era el resultado de una estrategia mundial del imperialismo, y no que esta estrategia era "un freno interior” a la victoria completa de la revolución. Toda la trayectoria de la FB apuntaba hacia su disolución política y organizativa en los movimientos pequeños burgueses y nacionalistas.
Lo real es que la FB no contaba con ninguna base política, ni organizativa, para poder convertirse en dirección del SU, por lo que sus textos eran una mezcla de un faccionalismo espeluznante con el super-autoabultamiento de sus cifras de militantes para reclamar una representación en el Congreso del SU, diez veces mayor que la real.
La posición de la FB frente a la propuesta de unificación efectuada por la OCI fue planteada en la reunión de éste del 31 de marzo al 4 de abril de 1979 (o sea, a sólo 6 meses de unificarse con el CORCI —OCI—) y que fue rechazado por la mayoría del SU. Allí sostenían:
“Que el CORCI es una organización trotskista cuyo rasgo dominante es el sectarismo y que además en estos momentos atraviesa una crisis que lo está llevando a la desaparición como organización internacional, así como a serias crisis en sus organizaciones nacionales” y proponía “no concretar una unificación internacional antes de que transcurra un año de trabajo conjunto” y “previa unificación nacional de la OCI y la LCR francesas como mínimo” (Boletín mensual de la FB, abril 1979, anexo 4).
Esta moción ilustra varias cosas. Primero, reivindicaba al SU, ante el cual el CORCI era una “secta en disolución”. Segundo, buscaba someter a la OCI a un proceso de integración con la LCR, o sea, procesar el ingreso pleno de la OCI al SU a través de su disolución política y organizativa previa. Tercero, que este proceso se extendiera para después del XI Congreso, a fin de que el lambertismo no se sumara a la mayoría del SU y dejara a la FB en una superminoría.
A fines de setiembre de 1979 estalló una crisis en el SU que tuvo como detonante la expulsión de la Brigada Simón Bolívar por el gobierno nicaragüense. Esta “Brigada” fue formada por la FB en una línea de pleno apoyo al FSLN. Si bien casi no llegó a actuar (llegaron a Nicaragua cuando el FSLN hacía su entrada en Managua), se presentaron con las banderas del FSLN y hasta se llegaron a pavonear por haber sido recibidos por la Chamorro y Robelo, en Costa Rica.
El SU exaltó la formación de la BSB y “Rouge” (órgano de la LCR francesa), en su primera página, saludó a “nuestros primeros combatientes” en suelo nicaragüense. Para la mayo-ría del SU, la maniobra de la FB de formar la BSB al margen suyo estaba ampliamente compensada por la audaz iniciativa de enviar un contingente, aunque sea pequeño, a respaldar al FSLN, lo que podía abrir amplias posibilidades de colaboración con el sandinismo.
La crisis en el SU estalló, no cuando la BSB se formó, lo que muestra que no existían orientaciones divergentes, sino cuando fue expulsada. En la “autocrítica” del PST colombiano ' (de la FB) sobre este punto se señala que la expulsión de la BSB no fue por desarrollar un enfrentamiento político con el FSLN, que no existió, sino que la atribuía a la desconfianza del FSLN hacia una organización separada que podía estar haciendo un doble juego. Para el PST colombiano, de acuerdo con esto, lo que se debió haber hecho era disolverse también organizativamente en las filas del FSLN para un trabajo a largo plazo.
Para la mayoría del SU la expulsión de la BSB fue un incidente menor, o directamente una provocación, de la propia FB, que había concluido poniendo en peligro las relaciones con el FSLN. Se daba así el exabrupto de una organización revolucionaria” que no sólo no salía en defensa de sus militantes ante el ataque del FSLN sino que se sumaba a este ataque todo lo cual, a su vez, era compatible con la permanencia de la FB en las filas del SU!
Ante la crisis política en el SU, que colocaba la exclusión de la FB como un hecho, la FB pegó un espectacular viraje político y pasó a denunciar a la mayoría del SU por hacer frente con un gobierno burgués en la represión contra los "militantes trotskistas” y colocándose a sí misma en una orientación de denuncia del FSLN.
Esta crisis hizo estallar el proceso de unificación de la OCI con la mayoría del SU. Primero, porque puso de relieve que las divergencias en la mayoría del SU eran secundarias en relación a su amplio acuerdo con la política de integración con las corrientes pequeño burguesas favorables al compromiso político con la burguesía. Segundo, porque la OCI, manteniendo una caracterización de compromiso con el SU y llevada por la maniobra, siguió por la variante del impresionismo y pasó a ver ahora en la FB a un desprendimiento por la izquierda, que en el seno del SU combatía por posiciones trotskistas revolucionarias, cuando toda su trayectoria e incluso su orientación para Nicaragua, era de integración, más profunda aún que la mayoría del SU, en la política burguesa (disolución en el peronismo, en el centrismo, en el maotsetunismo, defensores de los procesos de institucionalización burgueses, etc.).
La formación del Comité Paritario
La "unificación” en el "Comité Paritario”, del CORCI con la FB (a la semana de excluirse ésta del SU), tenía detrás suyo todo este fraude político. La metodología que se usó para la "unidad” ahondó más el carácter maniobrero del nuevo bloque político.
Cuando organizaciones de largas trayectorias políticas divergentes deciden abrir un proceso de "unidad” se supone primero que han clarificado divergencias y han verificado que tienen principios políticos compatibles con un marco organizativo común. Precisamente, el rasgo común de la OCI y del PST era el de haberse ubicado, en los últimos veinte años, en posiciones antagónicas. Para la OCI, por ejemplo, los movimientos nacionales de contenido burgués que se desarrollan en los países atrasados forman un único bloque reaccionario con el imperialismo opresor. Para el PST, por el contrario, los partidos "democratizantes” de la gran burguesía de esos países, que tienden a actuar en concierto con el imperialismo (UDP boliviana, Robelo y Chamorro en Nicaragua, radicalismo y peronismo en Argentina) tienen un carácter progresivo, por lo que deben ser apoyados. Para la OCI, los sindicatos obreros de masas dirigidos por el nacionalismo burgués son instituciones de la burguesía, anti-sindicatos, mientras que el morenismo los calificaba de "soviets obreros” (como llamó a los sindicatos peronistas). Si para el primero, los burócratas de esos "anti-sindicatos” eran meros funcionarios del Estado burgués, para el PST la burocracia era una expresión de independencia de clase y así apoyaba la normalización de los sindicatos intervenidos por la Junta Militar argentina a través de las "comisiones asesoras” organizadas por los interventores militares y compuesta por los burócratas peronistas. Otro ejemplo era la caracterización sobre la etapa abierta con la reconstrucción económica de Europa, en el plano mundial: para la OCI, se trataba de un período cuyo rasgo dominante era la destrucción absoluta de las fuerzas productivas, la imposibilidad de intentos democráticos formales por parte de la burguesía, sea la imperialista o la semicolonial, y la definición de todas las clases fuera del proletariado como integrantes de una misma "masa reaccionaria”. Para el PST, asistíamos al período de mayor progreso histórico de la humanidad, de gran perspectiva para los procesos burgueses democratizantes y de inmensas posibilidades para substituir la construcción del partido revolucionario, por transformar a las direcciones pequeño burguesas en la dirección de la revolución socialista.
En lugar de proceder a una verificación en la actividad de las divergencias y a su clarificación, procedieron a… "limarlas” a cualquier precio para hacerlas "entrar” en la "unificación”. La FB presentó la unificación como el resultado “inevitable” y "natural” de "dos corrientes históricas trotskistas ortodoxas”, de modo que no era “un hecho milagroso, inexplicable o casual” (Informe de actividades de la FB, pág. 3). Si en la declaración de la Tendencia Bolchevique (noviembre de 1976) todavía se reivindicaba la creación del SU, en 1963, presentando como uno de sus méritos el haber dejado fuera "a los sectarios incurables (Healy, Lambert)”, ahora se decía “que la reunificación de los años 1963 y 1964 fue viciosa y llena de problemas, mal encarada” y que en su momento Moreno, líder de la FB, había alertado “sobre el carácter indispensable de la participación de las dos organizaciones trotskistas de Europa, la dirigida por Healy en Inglaterra y la de Lambert en Francia, para asegurar y permitir una dirección proletaria en el proceso de reunificación” (N. Moreno, I.O., noviembre 1979). El "sectario incurable” o "la secta en desaparición” se transformaba sin ninguna explicación en los guardianes de "la tradición obrera principista del trotskismo”, como explicó Andrés Delgado, del PST, en un mitin de la OCI ("Correspondencia Internacional” nro. 1, enero 1980, pág. 98).
La FB presentó la escisión del CORCI de 1979, debido a la polémica de PO con la OCI, en torno a los sindicatos, como "una evolución que iba lentamente abriendo las puertas hacia el acercamiento posterior al PST argentino y la FB, ya que rompieron el POR de Lora en Bolivia y Política Obrera en Argentina, lo que significará un fortalecimiento para el CORCI al desprenderse de sus corrientes nacional-trotskistas” (Informe FB, ídem, pág. 5), y esto, cuando las posiciones del PST, sobre los sindicatos, eran del más crudo oportunismo ya que consideraban a las burocracias sindicales como corrientes independientes de la burguesía, declarando prioritario "en las tareas del PST considerar a la burocracia (sindical peronista) como nuestro principal aliado” (documento T. Bolchevique, agosto 1977) y "orientar todo nuestro trabajo, hacia el frente único con ella”. Más aún, consideraban al planteo de la dictadura militar argentina, de dictar una ley de asociaciones profesionales que sustituyera gradualmente la intervención militar directa por otra de regimentación "institucional”, como progresivo, y así la apoyaron públicamente (documento de la dirección nacional del PST argentino, mayo 1978 -ver también "Opción”, junio y julio de 1978).
Lo que era real en este informe de la FB era el señalamiento del viraje de la OCI hacia la unificación incondicional con el SU, del cual la ruptura con PO y el POR fue un paso importantísimo que creaba un terreno común con el revisionismo en todas sus alas, incluida la FB y el PST.
La formación del CP no tuvo una base de principios ni siquiera en torno a la Brigada Simón Bolívar. Lambert, en julio de 1981, en pleno "idilio” del CI, confesó que "al comienzo, nosotros, del CORCI no sabíamos lo que era la Brigada pero sabíamos que el PST argentino era un partido trotskista” (reportaje en "O Trabalho” nro. 115, 22/7/81, Brasil). Lo primero no le impidió salir en defensa de la orientación y posiciones de la Brigada y formar una "organización” internacional para "reconstruir la IV Internacional”. Lo segundo era falso porque durante toda su existencia la OCI denunció al morenismo como "antitrotskista”.
"No lograrán separarnos -advertía N. Moreno en la conferencia de formación del CI en diciembre de 1980-. No existe maniobra oratoria que nos pueda separar. Es el método y el programa que nos une, son 40 años de lucha por la clase obrera y la IV Internacional”. Casi las mismas palabras empleaba Lambert. "Teníamos una historia común aunque con trayectorias no comunes. La historia común es el programa de la IV Internacional, la historia común era la de la intervención en la lucha de clases a partir de ese programa” ("O Trabalho”, ídem). ¡Qué farsa!
Se puede sacar aquí una conclusión. No existe maniobra por más legítima que sea (en este caso, aprovechar las divergencias en el SU) que pueda justificar el reemplazo de la claridad política por el abandono de la delimitación con el revisionismo. Presentada al comienzo por la OCI como una "táctica” para atraerse al SWP y separarlo del mandelismo, pasó a ser la "táctica” para atraerse a este último contra el SWP, para luego “unificarse” con la FB, al margen de Mandel y del SWP y proclamar que la finalidad de esta “unidad” era la “unificación” con el SU. Como lo importante en las maniobras son sus finalidades políticas, y como el abandono de la diferenciación con el revisionismo significa un viraje político global, el CORCI concluyó disolviéndose políticamente en la corriente más derechista por excelencia del SU, que desplegó y despliega una política de abierta colaboración con la burguesía de su país y ¡de qué trayectoria!
La capitulación ante el frente popular: base de la unificación
A pesar de todo este “floreo” entre el CORCI y la FB, los imperativos de la lucha de clases que actúa como una ley ciega y absoluta sobre todas las clases y partidos, pero por sobre todo sobre oportunistas que creen que podrán librarse de ella, hicieron estallar el compromiso político oportunista del CI. Una de las divergencias más importantes radicó en la estrategia del frente único, tanto en los países imperialistas como en los atrasados.
Es importante, en este balance del CI, señalar que toda la corta trayectoria del CI se centró en el apoyo político a los frentes populares o de colaboración de clases con la burguesía. La actual política de la OCI en Francia, ante el frente popular y la socialdemocracia, impugnada ahora por el PST, estaba en pleno desarrollo cuando se formó el CP y el CI, y estos se pronunciaron en la misma línea que la OCI. Ya vimos que la FB apoyó el frente con la burguesía en Nicaragua, antes del incidente de la Brigada. Pero éstas no fueron los únicos casos de apoyo a la política de colaboración de clases.
Otro caso fue la posición del CP ante el golpe de García Meza en Bolivia. Plantearon, entonces, la “unidad de todos los partidos y de todas las organizaciones obreras y democráticas” con el objetivo de “la lucha por la democracia”, que se expresaba en el reconocimiento de un gobierno (el de Siles Suazo) que había abandonado la lucha y se encontraba en el exilio negociando con el Departamento de Estado.
El CP se colocó a la cola de la burguesa y proimperialista UDP. Planteaba un frente “por la democracia”, sin decir a qué clase de democracia se referían, pues no planteaban el reemplazo del ejército gorila por el armamento del pueblo, no planteaban las medidas antiimperialistas básicas (desconocimiento de la deuda externa, por ejemplo), no planteaban un frente único para poner en pie las organizaciones de las masas ni tampoco un planteo de control obrero de la economía nacional; se trataba pues de un frente para restaurar la democracia formal en la medida estricta en que ésta podía interesar a una fracción de la burguesía y al propio imperialismo. El CP proponía el reconocimiento internacional del gobierno inexistente, especialmente al Pacto Andino y a los EEUU (a éste porque —textual— “ha rechazado públicamente el golpe de Estado”, “Correspondencia Internacional” nro. 1, octubre 1980) es decir, que querían una marioneta dirigida por los yanquis para cerrarle el camino independiente de resistencia a los explotados bolivianos. Ni qué decir que se silenciaba toda crítica a la UDP. Así, exactamente así, concebía el CP el frente único en los países atrasados.
En la misma orientación, el PST en El Salvador pidió, para esa misma fecha, su ingreso al Frente Democrático Revolucionario (FDR) calificándolo de “un paso progresivo en el combate actual contra la dictadura…” (“El Socialista Centroamericano nro. 8, setiembre 1980). Se trataba aquí también del apoyo político a un frente de colaboración de clases, puesto que el FDR es la subordinación de las organizaciones armadas salvadoreñas a un programa, a una estrategia, y a una dirección burguesas; por lo tanto un factor de freno y no de impulso, de la revolución. Otro ejemplo de orientación similar es el Brasil, donde los grupos del CI estaban metidos en el PT sin ninguna diferenciación de su dirección pequeño burguesa (ver artículo en este número).
Hay que detenerse también en Perú porque aquí las posibilidades de desarrollo de los grupos del CP eran muy grandes. En 1978, el FOCEP había obtenido el 12 por ciento de los votos en las elecciones para la Constituyente, dejando muy por atrás al stalinismo y a las corrientes maoístas y centristas. Sin embargo, apenas instalada la Constituyente, un sector del FOCEP (PST, POMR, PRT, Ledesma) y de la UDP presentaron la “moción roja”, que planteaba que la Constituyente se hiciera cargo del gobierno para “resolver las contradicciones del pueblo oprimido” ("Revolución Proletaria” nro. 78). Se llevaba, así, a la Constituyente controlada por los partidos de la derecha a la categoría de un Soviet —única institución que puede asumir la tarea de resolver las contradicciones (antagonismo de clases interno y externo) de la nación. La experiencia electoral y parlamentaria hundió en 24 horas el revolucionarismo mal asimilado de estos “trotskistas” peruanos, que siguen un libreto francés (también mal asimilado, porque la Constituyente peruana no era una Convención y porque en el Perú de 1980 es el proletariado y no la burguesía el caudillo revolucionario de la Nación).
Finalmente el CP terminó llevando a la bancarrota a sus grupos peruanos afines cuando se constituyó el ARI, un frente electoral que reunía al 90 por ciento de la izquierda peruana, que levantaba un planteamiento de gobierno obrero-campesino y adoptaba como candidato presidencial a Hugo Blanco. El PST y el POMR se opusieron sin principios y formaron un frente propio, sectario, porque contaban con una tendencia infiltrada en la organización de Hugo Blanco, con la que esperaban forzar a éste a romper con el ARI y prestar su nombre electoral al Comité Paritario. En la maniobra tuvieron éxito, pero en política fracasaron, porque los electores obreros y campesinos repudiaron el divisionismo y le quitaron a Blanco el 90 por ciento de sus votos. “Abandonado” por los “trotskistas” el ARI fue copado por moscovitas y pekineses y se alzaron al rango de segunda fuerza electoral del país (por encima del APRA) y los grupos del CP se fueron a la bancarrota. En el informe de actividades de la FB de diciembre de 1980 se señalaba, acertadamente, que la situación del PST peruano es de “un panorama verdaderamente desolador” (sobre Bolivia decían que era "parecido” a Perú, con un trabajo “gris, mezquino”), lo que era atribuido a problemas organizativos y de compañeros (sic).
Por último, toda la orientación del PST argentino —como veremos más adelante- se basaba en el reclamo a los partidos burgueses a conformar un frente político, incluido el ala videlista de las FFAA, para una “apertura política”.
Necesariamente esta orientación se reflejará en las "tesis programáticas constitutivas del CI, donde no hay ni un capítulo de análisis del Frente Popular siendo, como afirmó Trotsky, “la cuestión principal de la estrategia de la clase proletaria”. Esta omisión era más significativa aún porque en Francia, donde el CI tenía la principal sección, existía un frente popular en vísperas de llegar al gobierno.
Que sobre esto en las “tesis” no hubiera ni una palabra, se complementaba con la ausencia de un capítulo dedicado al análisis y caracterización de la socialdemocracia. Salvo dos o tres párrafos, la socialdemocracia no era siquiera mencionada, al punto que parecía una cosa del pasado.
En nuestra crítica a las “tesis” del CI pusimos de relieve ese hecho. "Es significativo esto —escribimos en "Internacionalismo” nro. 3— Porque tanto el CORCI como la FB están metidos hasta el cuello en la estrategia de desarrollar ‘partidos socialistas’ y lo plantean sin ninguna delimitación de la II Internacional” y concluíamos que “el propósito de esta omisión es quedar con las manos libres para todo tipo de maniobras políticas”. Esto se veía confirmado en que las dos o tres menciones de la socialdemocracia eran con el propósito de embellecerla. Se afirmaba, por ejemplo, que la socialdemocracia había cesado de jugar un papel contrarrevolucionario principal después de la segunda postguerra o que aquella era dependiente de la "democracia burguesa” por lo que se ubicaba como antagónica con las formas bonapartistas o con las dictaduras militares, confiriéndole alguna progresividad. Esto, como veremos enseguida, coincidía plenamente con las posiciones políticas de la OCI respecto a Mitterrand y el PS francés.
El apoyo al frente popular francés es la base de la constitución del Comité Internacional
El Comité Paritario se formó en octubre de 1979. La "crítica' del PST a la OCI es de octubre de 1981. La actual política de la OCI estaba en pleno desarrollo cuando se formó el CP y durante dos años la FB respaldó la orientación de la OCI. Esto, además, lo dice explícitamente el propio documento del PST que critica a la OCI, pues, repetidamente, elogia la conducta política de la OCI hasta mayo de 1981.
La estrategia política de la OCI, desplegada en los últimos 5 años, parte de la caracterización de que la socialdemocracia francesa, encarnada en la dirección de Mitterrand, es antagónica a la V
República gaullista y está, por lo tanto, objetiva y subjetivamente, por la liquidación del régimen bonapartista abierto por De Gaulle en 1958.
"En tal sistema (de la V República) no tiene cabida un partido socialdemócrata poderoso… el político burgués de ‘izquierda François Mitterrand se convirtió en dirigente de un poderoso partido socialdemócrata cuya vocación gubernamental es liquidar la forma bonapartista de gobierno, forma que las masas, obligadas por la situación, deberán liquidar mediante su movilización ' (“Correspondencia Internacional” nro. 5-6, febrero-marzo 1981).
El vocero del Comité Internacional retomaba los análisis y orientaciones de la OCI que explicaba el resurgimiento del PS francés “como partido no colaborando con los gobiernos de la V República", situado “sobre el terreno de la unidad de acción con el PCF” y respondiendo “a las aspiraciones unitarias” (“La Vérité” nro. 592, junio 1980, S. Just, pág. 64). La OCI afirmaba que esa característica antibonapartista de los PS en general los llevaba “a jugar un rol particular como fue el caso en Portugal en 1975 o como lo es hoy el del PS en Francia” (“La Venté” nro. 586 pág. 108, abril 1979). Es significativa esta mención al ejemplo portugués porque en 1975 el PS se opuso a una de las fracciones militares que quena instaurar un régimen bonapartista con apoyo del PS. Fue este último bloque el que liquido los comités de obreros y de soldados que existían en Portugal.
Para la OCI la "vocación” del PS es la de “liquidar la forma bonapartista de gobierno", es decir al Estado burgués que existe concretamente bajo la forma de ese régimen. El PS no so o tendría así un alto valor progresivo sino que estaba evolucionando hacia un partido realmente independiente de la burguesía. A esta conclusión llegaba la OCI puesto que afirmaba que todas esas “particularidades” le daban al PS “la posibilidad de un cierto desarrollo, de un reagrupamiento en su seno de militantes obreros que buscan las vías del combate por el frente único de clase para terminar con Giscard y la V República y sus instituciones bonapartistas” (“La Venté” nro. 586, abril 1979, pág. 109).
Como para la OCI “la suerte del PS está estrechamente ligada al parlamentarismo burgués” y “en la V República y sus instituciones bonapartistas del parlamento es un mero apéndice del poder ejecutivo…” (C.I. nro. 5-6, febrero-marzo 1981), el PS tenía por delante un papel enormemente progresivo.
Pero que el parlamento sea un apéndice del ejecutivo es algo que tiene sin cuidado a los partidos reformistas, pues cuanto más bastarda sea su existencia política, mejor -menor su responsabilidad ante las masas trabajadoras. Adjudicarle a los PS una vocación irreconciliablemente par amentaría es acreditarles una vocación realmente empeñada en la reforma social. Se olvida que fue el PS francés anterior a Mitteirand un artífice esencial del ascenso de De Gaulle (1958) así como de su consolidación. En realidad toda la sapiencia de la OCI se reducía a esto en un régimen como el francés, si el ejecutivo y el legislativo no están en las manos del mismo partido, puede plantearse una crisis institucional. Pero de ocurrir esto, la vocación del PS va a ser la de cerrar las brechas y evitar que la herida se abra. Como quiera que Mitterrand consiguió el ejecutivo y mayoría en el parlamento, ésta perspectiva no se dio. Desde 1975 Mitterrand viene reafirmando que será fiel a las instituciones gaullistas, y ni qué hablar a la principal de éstas, el ejército, que fue el que llevó a De Gaulle al poder y que es la única y verdadera fuerza del ejecutivo francés, como se vio en mayo de 1968 (la negativa del ejército a intervenir obligó a De Gaulle a llamar a un referéndum, que perdió).
En la polémica de PO con la OCI, en 1978, pusimos de relieve que era absolutamente falsa la idea de que la socialdemocracia tuviese una especie de ligazón inamovible con la “democracia burguesa”. Mostramos que el modelo de la socialdemocracia, el PS alemán, no se desarrolló en un régimen parlamentario (“hoja de parra del emperador alemán” —Marx), que los principales líderes socialistas españoles formaron parte de la dictadura de Primo de Rivera, etc. (ver “Respuesta a Just”, por Aníbal Romero, año 1979). Más recientemente, están los ejemplos de adaptación del PSOE a la monarquía de Juan Carlos y la del PS portugués al Gral. Eanes. La tendencia parlamentarista del PS es secundaria y totalmente subordinada al objetivo central que es la defensa del Estado burgués imperialista.
Lo que también es importante señalar aquí es que el ala de Mitterrand encarnaba, dentro del PS, al sector partidario de construir la “Unión de Izquierda”, esto es un Frente Popular, en el marco del régimen, contra las otras alas que se orientaban hacia un bloque parlamentario con el sector de Giscard (Rocard). Es falso pues que la “suerte” del PS estuviese ligada al parlamentarismo, porque sus dos corrientes fundamentales planteaban la integración con el régimen bonapartista o el frente popular. (En todo caso Rocard era más “parlamentarista” que Mitterrand, ya que éste buscaba formar una nueva mayoría para gobernar, mientras que aquél planteaba basarse en combinaciones parlamentarias cambiantes).
Ahora bien, con el desarrollo de la crisis del bonapartismo, profundizado con la huelga general de mayo de 1968, no sólo el PS sino partidos de la propia burguesía entraron en contradicción con este régimen específico del estado burgués (Giscard votó contra De Gaulle en el referéndum que provocó la caída del Bonaparte). Esa contradicción significaba, precisamente, que en el campo burgués surgían fuerzas que se prestaban a tomar el relevo del régimen en decadencia, pues de lo contrario se crearía con seguridad una crisis revolucionaria. Pero esto no significa que el partido burgués o socialista van a luchar contra el régimen existente, ni mucho menos que van a buscar su liquidación o desmantelamiento, porque ello es incompatible con su función de defensores del Estado Burgués. La OCI abandonó el análisis de la política en base a la lucha de ciases, para reducirla a combinaciones parlamentarias. Esto, porque el antagonismo abierto entre el PS, o un gobierno del PS, y la V República, sólo puede aparecer como un refino-deformado de la agudización de la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía, en el que el PS juega como factor consiente (y no es, en tanto que partido, sino un factor consiente) un rol frenador y contrarrevolucionario.
El PS es un partido obrero-burgués, en el sentido de que es obrero, por su forma, y burgués, por su contenido, es decir por su programa y función política. Este partido, totalmente en crisis, fue reconstruido en la última década por un conjunto de corrientes provenientes de formaciones burguesas ajenas a la socialdemocracia francesa (como la del propio Mitterrand) y a medida que la crisis del gaullismo, agravada por la huelga general de 1968, planteaba la cuestión del recambio. En el PS francés la burguesía está presente de un modo diferente a otros PS, porque aquí está organizada en forma de fracciones autónomas (CERES, Rocard, Mitterrand). El PS francés es, hasta cierto punto, por esta razón, un frente popular en forma de un partido.
Esto, todavía, no agota el problema. El PS es un partido ligado a la clase obrera pero de una base social compuesta pre-dominantemente por la clase media profesional y tecnócrata. Si se analiza la composición de los gabinetes ministeriales, de los responsables designados en las empresas públicas y en las empresas a nacionalizar, se ve que más del 50 por ciento son elementos sin partido, o directamente giscardianos-gaullistas, que sirvieron durante más de una década en funciones similares en el régimen bonapartista, y el resto son “socialistas” que formaban parte de los “staffs” de las empresas públicas y sociedades mixtas designados por Giscard-Pompidou, etc. Es esta capa social, compuesta de dirigentes asalariados del Estado o de dirigentes directos del capital que se convierten ahora en ejecutivos de las empresas nacionalizadas y a nacionalizar, la que asciende con Mitterrand. Esto, explica el entrelazamiento que se ha producido entre el gobierno “socialista” y el régimen de la V República.
Hay que también agregar en este desarrollo otra cuestión importantísima. La reconstrucción del PS comenzó con una estrategia de frente popular que llevó, a inicios de la década del 70, a la formación de la “Unión de Izquierda”, esto es, la alianza del PS, PC y el grupo burgués (MRG), radicales de izquierda. El stalinismo francés tomo la iniciativa en 1975 de romper la Unión de Izquierda, como una forma de defensa del régimen giscardiano, para lo cual caracterizó como enemigo principal, no a Giscard, sino al PS.
Ante la ruptura de la Unión de Izquierda, se desarrollaron en el PS dos tendencias, la de Mitterrand, con la estrategia de reconstruir el frente popular, y el rocardismo, de armar una coalición política con Giscard. Predominó el ala de Mitterrand, lo que significaba una línea de oposición política a Giscard y de oposición al “divisionismo” del stalinismo. Aunque el PS no estaba en el mismo frente político con el PC, Mitterrand planteaba acceder al gobierno con una estrategia de Frente Popular es decir, con el PC y los radicales y gaullistas de “izquierda”. Para la OCI, en cambio la oposición al viraje “divisionista” del PC colocaba al PS en una línea de “unidad obrera” y la o- posición política de éste al giscardismo en una estrategia de a- taque al régimen burgués. El divisionismo del PC provocó una alteración óptica en la OCI, pues se olvidó que si Mitterrand quería una unidad ’’obrera” con el stalinismo (esta unidad es también burguesa si no plantea el armamento del proletariado), también quería y realizaba una unidad burguesa con gaullistas y radicales renegados.
Otra alteración óptica fue provocada por las características de la elección presidencial de mayo de 1981. Como de un lado había un candidato burgués, Giscard, y del otro uno “obrero", Mitterrand, éste apareció encamando la lucha real contra la burguesía, al punto de que la propia izquierda revolucionaria estaba obligada a llamar a votar por él. Pero aún bajo esta forma “pura”, Mitterrand, por su política, era el candidato de una forma del propio régimen burgués actual.
Una muestra: las elecciones parlamentarias de 1978
Ya en las elecciones parlamentarias de 1978 fue clara la línea de capitulación de la OCI ante el frente popular. Es necesario recordar que para ganarse la confianza de un sector de la burguesía, Mitterrand aseguró de antemano que, en caso de una mayoría parlamentaria no pondría en cuestión la presidencia de Giscard, respetando las "instituciones” de la V República.
La OCI elaboró alrededor de esas elecciones el siguiente pronóstico: “cualquiera que sean los obstáculos que se levanten en el camino de las masas, más temprano o más tarde, antes de las elecciones, como resultado de las elecciones o después de las elecciones” se abrirá “la crisis revolucionaria” (“IO”, nro. 842, 15/3/78). En otro lugar decían que “una mayoría en votos y en electos del PS-PCF hacía concreto el objetivo de un gobierno PC-PCF sin ministros de las organizaciones y partidos burgueses. Esto significaba la muerte de la V República, la apertura de la crisis revolucionaria” (“La Verité” nro. 581, pág. 14).
¿Para quién se hacía “concreto” un gobierno “sin ministros burgueses? Para el PC y el PS por supuesto que no, ya que estos estaban empeñados, uno, en lograr que continuara el gobierno de Giscard, y el otro en formar gobierno con el PC y la burguesía frentepopulista. ¿Para los obreros? ¿De qué modo, si estos siguen confiadamente a los partidos que, según la OCI, están obligados a liquidar la V República? Lo correcto era decir que una mayoría parlamentaria PC-PS ponía sobre estos la responsabilidad de poner un gobierno obrero independiente, pero que estos la rehuían como a la peste. Por tanto la lucha por una mayoría obrera debía ir acompañada de la lucha por darse los medios de tirar abajo a Giscard e imponer un gobierno realmente obrero. Esos medios podían ser los comités de acción, comités por un gobierno realmente obrero independiente formado por el PC, el PS, los sindicatos.
En base a su orientación, la OCI centró su campaña en el siguiente slogan “Los dirigentes del PS se han comprometido a desistir (a votar en el segundo turno por el candidato de “izquierda” -o sea PC, MRG— ahí donde éste esté mejor colocado). Si los dirigentes del PC se comprometen a desistir (por el PS), el 12 de marzo mayoría PC-PS; el 19 de marzo, la victoria” (“IO”, 841). La victoria del frente popular. Además se ocultaba que el PS se comprometía a desistir no sólo por el PC sino también por el MRG y que, en 34 circunscripciones, le había cedido a éste las candidaturas.
En la primera vuelta de esas elecciones, los partidos que sostenían al gobierno obtuvieron el 46,5 por ciento de los votos, y el PC, PS y la llamada extrema izquierda el 46,3 por ciento. Los votos restantes se repartieron entre MRG, ecologistas y o- tras formaciones menores. La OCI dedujo de aquí que existía “una mayoría PS-PCF (“La Verité”, nro. 581, abril 1978), sumando a los votos de estos los del MRG y la mitad de los ecologistas, (lo cual aun así le daba el 49,45 por ciento). “Es perfectamente legítimo sumar votos y porcentajes obtenidos por el PCF, PS., MRG y la llamada extrema izquierda y agregarle la mitad de los votos y del porcentaje de los ecologistas, cuya función ha sido de diversión en este escrutinio…” (“LV”, Ídem) Hay que detenerse en esto porque todo este ejercicio matemático de la OCI apuntaba, ya no a abstraer de los partidos obreros su naturaleza frentepopulista, sino a considerar los votos a un grupo burgués —el MRG— como votos obreros. Si esto es así, ¿cuál es la diferencia entre la “Unión de Izquierda” y la suma de la OCI? Más aún, había que haber propugnado porque el PS y el PCF se presentaran con el MRG en un frente electoral unido, ya que esto hubiera ampliado “los votos y porcentajes”…
Por último, concluyeron encubriendo el apoyo del PS a los candidatos del MRG, presentando a la dirección socialdemócrata como autocriticándose por ese “desliz” cuando se trató de una política tradicional y consiente. “Al interior del PS, de la base a la cúspide, —sostuvo la OCI (“La Verité” nro. 581) — se afirma la opinión ( ¿dónde, quién, cuándo?) que fue un error costoso abandonar 34 circunscripciones a los radicales de izquierda quienes, en todos lados, tuvieron un número de votos inferior al que hubiera obtenido un candidato del PS”. Nuevamente la técnica electoral intenta sustituir el análisis de clase; lo cierto es que la “cúspide” no lo consideró un “error” como lo volvieron a mostrar en las elecciones “parlamentarias” europeas de 1979 y en las legislativas de junio de 1981 cuando los radicales de izquierda integraron las listas del PS. Todo esto fue criticado por PO en los años 1978 y 1979 lo que demuestra que el pasaje de la OCI a las posiciones del frente popular no comenzó en junio de 1981. (Ver “Destrocemos la provocación de Just-Lambert” por Rafael Santos, ed. PO, 18/2/79 y también PO nro. 302 (30/10/79).
La OCI y las elecciones de 1981
Toda la campaña electoral de la OCI se basó en la mistifica- e que las elecciones presidenciales fueron un combate clase contra clase, la burguesía, de un lado, la clase obrera y las masas explotadas, del otro” (“Informe del BP de la OCI preparatorio del XXVI Congreso”, 29/7/81).
Que la masa de la burguesía se haya puesto de un lado, y la masa del proletariado y los oprimidos del otro, revela la pureza clasista que está adquiriendo la lucha política en Francia. Pero ésta no se presentó realmente así, pues, de un lado y de otro, los que se encontraban en la dirección eran direcciones burguesas. El fraude del Frente Popular consiste, precisamente, en que la representación de las masas es asumida por partidos obreros contrarrevolucionarios, coaligados políticamente con la burguesía. La candidatura de Mitterrand, aunque en su forma obrera, era por su contenido, de frente popular. Por lo mismo, las elecciones no fueron un "combate clase contra clase”, sino que éste estaba desdibujado entre una representación burguesa clásica (Giscard) y la burguesa frentepopulista.
Este hecho podía quedar parcialmente velado en las presidenciales donde se opusieron Giscard, candidato burgués, versus Mitterrand, candidato "obrero”. Pero no ya en las legislativas siguientes de junio, cuando el PS se presentó en coalición con el partido burgués MRG. Pero en todo momento se trató de un enfrentamiento electoral donde la representación de las masas era asumida por una dirección burguesa de frente popular y la burguesía "bonapartista”.
En la declaración del CC del 17 de mayo, la OCI calificó del siguiente modo el triunfo electoral de Mitterrand: “El 10 de mayo, el bloque unitario de los trabajadores y los partidos obreros derrocó a Giscard” ("Correspondencia Internacional” nro. 9, junio 1981). Se tomaba un aspecto de las elecciones, que las masas votaron contra los partidos de la burguesía, para escamotear que el bloque triunfante no era “unitario obrero” sino de frente popular.
Esa misma declaración planteaba, ante las legislativas de junio, (donde el PS hizo frente con el MRG), que "este voto trazará los contornos del futuro gobierno de Mitterrand y le proporcionará los medios para resolver los problemas vitales para el porvenir del país”, (ídem).
En lugar de señalar que lo que se planteaba era barrer del Parlamento a la UDF y RPR, a los partidos burgueses, sin depositar ninguna confianza en el PS y PC, la OCI planteaba que había que ayudarlos, claro que para la única política que estos partidos pueden ejecutar: la de la burguesía imperialista.
Cómo asombrarse entonces que el mismo día del triunfo electoral de Mitterrand, en una declaración del BP (10/5/81, 21 horas), la OCI sostuviera que "para los trabajadores” no se trata de "conseguir todo en un sólo día”, (como si Mitterrand fuera a conseguirlo en mil); “se trata entonces ante todo de determinar hacia qué dirección se dirige y cuáles serán las primeras medidas que tomen” (ídem). Un llamado a la pasividad, de refuerzo de las ilusiones en Mitterrand, de que éste podría marchar en un sentido revolucionario. En un editorial de "10” del 30/5/81 se negaban a caracterizar al gobierno de Mitterrand de burgués, abriendo inusitadas ilusiones en que podría marchar por una vía revolucionaria: “El fondo de la cuestión se reduce a la respuesta que será dada a la pregunta: ¿colaboración de clase con el capital o lucha de clases contra el capital?”.
Todo esto demuestra cuán redondamente falso es, como sostiene el documento del PST de "crítica” a la OCI que, la OCI, hasta el acceso de Mitterrand al gobierno, "denunció en su prensa la adaptación de Mitterrand, el PS y el frente popular, a los intereses, las necesidades y las instituciones de la burguesía y la V República”. Esta insistencia del documento del PST es toda una confesión, ya que intentan salvar su corresponsabilidad en la orientación frentepopulista de la OCI y ocultar este aspecto de la base antimarxista de la "unificación”.
La OCI y el gobierno de Mitterrand
Según el documento del PST, la divergencia con la OCI no radica en la caracterización del gobierno del Mitterrand puesto que “todos coincidimos en definir al gobierno Mitterrand como un Frente Popular” (M. Capa, “C. Internacional”, nro. 13).
La verdad es que, si bien ambos dicen que se trata de un gobierno de Frente Popular, ninguno le da ese contenido, a saber que se trata de un gobierno de colaboración de clases recurso de la burguesía contra la movilización revolucionaria de las masas.
“Para determinar el carácter del gobierno Mitterrad- Mauroy es indispensable partir del movimiento de las masas que lo llevó al poder” (“informe del BP de la OCI”,… ídem). A lo que agregan: “Partiendo de estos datos, la OCI (u) considera que este gobierno burgués… es un factor de liquidación de la V República y de sus instituciones, un factor de profundización de la crisis del Estado burgués”. Esta sola conclusión tira al tacho de basura toda la caracterización de gobierno de frente popular, recurso último del imperialismo contra la revolución proletaria, freno de las masas, etc., porque un gobierno que actúa para liquidar el régimen político de la V República, es decir, al propio Estado burgués que existe concretamente bajo la forma de ese régimen, un gobierno así es cualquier cosa menos un gobierno contrarrevolucionario.
Pretender determinar el “carácter” de un gobierno, es decir, su carácter de clase y su función política, por el hecho de que subió apoyado en una movilización (en este caso, electoral) de las masas, es un fraude. ¡¿Qué debería decirse, de acuerdo con esto, del gobierno de Perón, de Komeini o del FSLN?!Este “método” de caracterización está escogido para llegar a una determinada conclusión, a saber, que se trata de un gobierno que impulsa, y no que combate, a la revolución.
La naturaleza y envergadura de un movimiento de masas que logra modificar la realidad gubernamental es un factor fundamental en la determinación de la nueva situación política que, bien entendida, se refleja sobre la propia conducta del gobierno. Por eso, contra todas las apariencias, puede decirse que, en la nueva situación creada en mayo de 1981, el gobierno Mitterrand es un gobierno burgués débil, si se lo compara con el de Giscard-Barre, esto, porque debe atender al problema de frenar a las masas y ganar tiempo mediante algunas concesiones. Pero el carácter de clase del gobierno y su función están determinados por su programa y su composición. Es de acuerdo a este criterio que el de Mitterrand es un gobierno burgués (de colaboración de clases), que es un factor de contención de la crisis de la V República y del Estado burgués. Al colocarse desde el punto de vista “de las masas que lo llevaron al poder”, la OCI se coloca desde el punto de vista de las ilusiones de éstas, que creen que porque fueron ellas las que le dieron la victoria a Mitterrand, éste es su gobierno.
“La OCI considera -insiste el informe del BP citado- que este gobierno burgués de colaboración de clases no es el gobierno que la burguesía considera como suyo, porque es consecuencia de su derrota, de la descomposición de su representación y de sus cuadros políticos, porque resulta de la victoria política de la clase obrera que impuso la unidad contra Giscard, el RPR y la UDF. Bajo este aspecto, es un factor de liquidación de la V República y de sus instituciones, un factor de profundización de la crisis del Estado burgués”.
Se deduce de aquí, que, para la OCI, existirían peculiaridades en la situación política francesa que le darían al gobierno de Mitterrand un contenido real altamente progresivo. Nuevamente, la definición de que se trata de "un gobierno burgués de colaboración de clases” queda reducido a cero porque se le adjudica, ni más ni menos, que ser “un factor de liquidación de la V República y de sus instituciones, un factor de profundización de la crisis del Estado burgués”. El gobierno de Mitterrand no sería entonces un freno de la lucha de clases del proletariado en las condiciones de crisis del régimen político de la burguesía, sino que se colocaría en una línea de ruptura con éste, como factor político consciente.
La OCI dice, acertadamente, que el de Mitterrand “no es el gobierno que la burguesía considera como suyo”, para ocultar que, sin embargo, no puede actuar sino como instrumento de ella.' Esto significa que, por eso mismo, Mitterrand tiene que esforzarse por ganar la confianza de la burguesía con concesiones de toda especie, y ésta es la línea fundamental de desenvolvimiento de este gobierno. En verdad, este es el gobierno que la burguesía considera y no considera como el suyo. En tanto gobierno cuyo personal está en parte reclutado de las filas de los partidos obreros conciliadores (la mayor parte de los miembros de los gabinetes ministeriales, así como de los futuros dirigentes de las empresas nacionalizadas, ya fueron funcionarios de algunos de los gobiernos gaullistas precedentes), es un gobierno burgués hasta cierto punto indirecto, que la burguesía tolera y permite en tanto actúe al servicio de su clase, en particular conteniendo a los trabajadores y prosiguiendo como agente de la burguesía francesa a defender sus intereses, contra los pueblos oprimidos por ésta y en la competencia con los imperialismos rivales. Así ha caracterizado históricamente el trotskismo a los frentes populares, por lo que el planteo de la OCI significa una revisión en toda la línea.
Lo que la OCI descubre como peculiaridades “francesas” (ah! el “nacional-trotskismo”) no son sino las peculiaridades generales de un gobierno de Frente Popular, a saber que sube en una situación de radicalización de las masas, que éstas colocan en el gobierno a partidos que se reclaman de la clase obrera y que por esto lo consideran como suyo. Por esto mismo, no son gobiernos burgueses “clásicos’', “normales”, sino recursos que la burguesía está obligada a admitir, para mejor defender al Estado burgués en crisis. Son recursos para preservar al Estado burgués y no, como afirma la OCI, para liquidarlo.
Qué clase de "recurso" es el frente popular
Que la OCI no le da a los gobiernos de frente popular el contenido de recurso último de la burguesía contra la revolución proletaria también puede ser visto desde otro ángulo.
S. Just (ver “Correspondencia Internacional” nro. 13) sostiene que “infligir a las masas una derrota mayor, exige derrocar al gobierno que las masas llevaron al poder, aunque éste sea un gobierno burgués. La burguesía de cualquier país siempre considera y trata así a los gobiernos de Frente Popular”.
La burguesía prefiere en general a los partidos burgueses, lo cual es completamente lógico, pero hay momentos en que prefiere a los partidos obreros, porque son su único factor de contención, aunque lógicamente, no lo vaya a decir porque su objetivo general siempre va a ser el retorno al gobierno de los partidos burgueses, para lo cual tiene que preparar el terreno, por lo menos mediante la crítica. Si Just se limitara a decir esto, no diría más que una tautología, y la palabra “derrocar” es un abuso de lenguaje. Pero Just sostiene otra cosa; sostiene la inevitabilidad de un choque extraconstitucional, golpista, de guerra civil, que estaría dado por una suerte de incompatibilidad absoluta del frente popular con la clase capitalista.
La idea de que la vocación del PS es la de liquidar a la V República, de ninguna manera es un patrimonio de la OCI; en este punto, lo que ha hecho la OCI es seguir rastreramente el pensamiento político de Mitterrand. Antes de capitular en los hechos, es en las ideas y en el programa, que la OCI se sometió a Mitterrand. Antes de 1971, fue Mitterrand, y no la OCI, el que planteó que no era posible el desalojo del gaullismo del gobierno con los métodos previstos por la constitución de la V República (ver “Le Coup d’Etat permanent”, 1964, de Francois Mitterrand). Pero el mayo francés (1968) demostró que el régimen gaullista si aún no se rompía ya se doblaba, y que la salvación del Estado burgués en su conjunto implicaba negociar la perspectiva de un recambio gubernamental. A partir de 1970, Mitterrand abandona todo lo que hay de “radical” en sus planteos, y es aproximadamente en este período que la OCI va a proclamar que la vocación del PS es liquidar la V República, es decir, justamente cuando de esta “vocación” ya no queda nada.
El PS pasó a postular a partir de 1970 el mantenimiento, levemente “retocado”, de las instituciones de la V República. El programa del PS de 1972 y el “programa común” de la Unión de Izquierda de 1973 ya se definían expresamente por una política de modificaciones formales de las estructuras de la V República. Así, por ejemplo, se postulaba el mantenimiento, modificando la forma de elección, del Consejo Constitucional, que tiene poder de veto sobre la Asamblea Nacional y el presidente. En 1978, para las elecciones parlamentarias, Mitterrand sostuvo abiertamente que en caso de un triunfo socialista no cuestionaría la presidencia de Giscard ni la V República. Y en 1981 gobierna con las instituciones bonapartistas.
Debemos detenemos en esta concepción de la OCI porque es una parte esencial de su estrategia respecto de Mitterrand.
En resumen, significa lo siguiente: no hay que “pasarse” en las críticas a tal o cual medida del gobierno de frente popular, ya que, en definitiva, éste “siempre”, más tarde o más temprano, concluye en el choque con la burguesía. Prepararse para ese momento significa no dejar pasar sombra alguna de que los trotskistas están en la oposición al gobierno de Mitterrand. Es lo que podríamos llamar la estrategia de la línea recta. El error es considerar aquí que el gobierno de frente popular está condenado a una única alternativa. Pero bien mirado sus alternativas son dos: a partir del objetivo de frenar y derrotar a las masas, puede lograrlo por sus propios medios o preparar el terreno para que lo haga un golpe o el fascismo. Son innumerables los gobiernos de colaboración de clases que lograron tal finalidad directamente (en Chile entre 1936 y 1947, el socialismo alemán en 1918-23, el frente popular francés en 1945-46, los gobiernos laboristas británicos, el frente popular portugués en 1974-75 o el socialismo portugués en 1975-77, etc.). El choque entre el gobierno colaboracionista y la burguesía en su conjunto, es una de las posibilidades, y es significativo que la OCI la considere la única, y que base su táctica en esta eventualidad, y no en lo que está ocurriendo hoy efectivamente —con Mitterrand acercándose con todo a la burguesía.
Está claro que allí donde el gobierno de colaboración de clases logra frenar a la clase obrera o derrotarla, deja de ser útil a la burguesía y es despreciado por las masas. En estas condiciones, puede caer o ser derrotado en las elecciones. Se ve, entonces, que la cuestión del “derrocamiento” de tales gobiernos se plantea cuando ya han logrado en mayor parte sus objetivos, porque ahí sí son, de un lado, un obstáculo a la imposición del conjunto de medidas sociales y económicas que la burguesía exige para restablecer la plenitud de su dominación, y, del otro, son un factor que bloquea la canalización del descontento popular de una parte de la pequeño burguesía y del proletariado hacia la derecha. Por todo esto, el desplazamiento de un gobierno de frente popular es un momento de crisis política, que puede o no replantear una situación de ascenso obrero. Pero hoy en Francia, donde es la burguesía la que está en retroceso, el frente popular es insustituible para el capital y lo que está planteado es cómo orientar a las masas para superar el obstáculo de este gobierno.
El frente popular es un recurso contrarrevolucionario último de la burguesía porque, en un período de crisis revolucionaria, su objetivo es desarmar y derrotar la movilización de las masas en defensa del Estado burgués. Ese es el contenido concreto del Frente Popular. Esto significa que despliega un conflicto con el proletariado, que se desarrolla permanentemente, incluso en situaciones de crisis política con los partidos burgueses y el ejército, porque el frente popular se interpone como un obstáculo para la lucha por la dictadura del proletariado.
Es a partir de este antagonismo entre el frente popular y las masas —que la OCI oculta por completo— que se explica la conducta de la burguesía. Si el gobierno de frente popular logra directamente sus objetivos, esto significa que con métodos democráticos y bonapartistas, logra derrotar y disciplinar a las masas. Por ejemplo, ese fue el intento de Allende en Chile, que entre otras cosas, incorporó a los militares al gabinete y aprobó la ley de requisición de armas contra las masas. Si Allende hubiese logrado aquel propósito, hubiese dado un paso hacia el bonapartismo y por lo tanto la alternativa del golpe pinochetista hubiera quedado inferiorizada. El allendismo., en este caso, hubiese cumplido, con sus propios métodos, los objetivos más generales del pinochetismo. Trotsky analizó esta variante en la guerra civil española. Consultado sobre la situación que se crearía con un triunfo del campo republicano, contestó: “Es posible que incluso con una victoria militar, el régimen victorioso se transforme en poco tiempo en régimen fascista, si las masas siguen estando descontentas e indiferentes y si la nueva organización militar creada por la victoria no es una organización socialista” (“La Revolución Española”, V 2, pág. 98). Quiere decir que, para Trotsky, los republicanos, en caso de triunfar sobre Franco, cumplirían los objetivos generales del franquismo, y más aún, no excluía la posibilidad de que el régimen republicano se transformara en fascista. Ya Mitterrand dejó en pie las instituciones de la V República, lo que quiere decir que se prepara, ante una agudización de la lucha de clases, a utilizarlas contra las masas.
El conflicto directo entre la burguesía y el frente popular es un aspecto subordinado del antagonismo revolucionario entre las clases, que se expresará si el proletariado no se enchaleca en la conciliación frentepopulista.
Es el fracaso del frente popular en disciplinar a las masas y no una cualidad inherente de él, lo que llevaría a la burguesía a derrocarlo. La OCI abstrae el antagonismo entre las masas y el frente popular para colocar a éste en conflicto irreductible con la burguesía. De esta forma, exime al frente popular de su objetivo de derrotar a las masas y por eso no lo coloca como un recurso “último” de la burguesía (alternativa del fascismo, pues ambos son “recursos últimos” que se imponen según la situación política: uno en Alemania de 1929-33, y el otro en Francia de 1934-36) sino que lo presenta como su negación. (Pero entonces: ¿por qué la burguesía no busca imponer ese otro gobierno ahora? Porque hoy su único instrumento posible es el frente popular).
Las nacionalizaciones: "Una negación de la propiedad privada"
Todos los partidos socialistas presentan en sus plataformas electorales el punto de las nacionalizaciones como un aspecto de su pretendida lucha antimonopolista. Lo mismo hizo el PS que, en su programa, de comienzos de la década del 70, decía que el propósito de aquéllas era "arrancar de los monopolios el instrumento de su poder…” Esta formulación es, en boca de la socialdemocracia, palabrerío hueco (o “pour la galerie”) pues cuando llegan al gobierno se olvidan de la “promesa”, alegando diversos pretextos, como que no tienen mayoría en el parlamento, que los necesarios aliados no están de acuerdo, etc. Con Mitterrand se planteaba la misma situación, con la diferencia que la quiebra de la base pequeño burguesa de los gobiernos gaullistas le dio un arrasador triunfo electoral y mayoría parlamentaria absoluta para su partido. Este hecho ha obligado al nuevo gobierno a quebrar sus “promesas”, ejecutándolas de tal manera que mayor sea el beneficio para la burguesía y que lo más rápidamente esas empresas vuelvan a manos privadas.
Que el gobierno de Mitterrand se ha visto obligado a marchar por la vía de las nacionalizaciones, en cierto modo contra sus intenciones, se aprecia en que ha modificado su justificación planteándolas como necesarias para “reequilibrar la estructura industrial del país”, lo que nunca fue el planteo del PS. Se pretende con esto ocultar lo mucho de forzado que hay en las nacionalizaciones y reformular a estas últimas de modo de preservar las grandes posiciones nacionales e internacionales del capitalismo francés. Este replanteamiento tiene el propósito de ganar la confianza de la burguesía y mostrar que los planes económicos de la socialdemocracia son compatibles con las relaciones de producción capitalistas.
Para entender el programa de nacionalizaciones de Mitterrand hay que tener en cuenta que la burguesía imperialista francesa es una de las más endeudadas, con grupos empresarios con el 60 por ciento de sus activos hipotecados. El Estado francés, bajo el dominio gaullista-giscardiano, salió a rescatar las pérdidas de su burguesía, al punto que puede decirse que se trata de una "burguesía estatizada”, esto es, sostenida por los subsidios estatales. Existen 800 empresas en las que el Estado tiene una participación superior al 30 por ciento y esto sin contar las deudas empresarias con él. "No habría casi la menor duda que, si la antigua mayoría hubiese conservado el poder, habría ido al rescate de Rhone-Poulenc que, debido a su muy mala situación financiera no podría más recurrir al mercado de capitales” (“Le Monde”, 8/12/81). En la siderurgia, que entró espectacularmente en crisis en 1977-78, el gobierno de Giscard salió a respaldarla, como fueron los casos de las empresas Bacilor y Usinor. Paralelo a este proceso se dio otro de financiamiento de las empresas estatales por la banca extranjera; por ejemplo Electricité de France, entre 1977 y 1980, obtuvo por ese medio el 57 por ciento de sus créditos. Esto muestra, a su vez, la coaligación entre la banca mundial y la burguesía francesa en las empresas estatales. Mitterrand continuaría con esto, aplicando una política de “alianza con las firmas extranjeras” que mostraría “que la cooperación europea puede dar buenos frutos” (“Le Monde”, 22/12/81).
Mitterrand contempló 5 grandes grupos a nacionalizar, pero excluyó de ello a las filiales; los bancos extranjeros (136) y 34 bancos regionales no se nacionalizan. La participación industrial en manos de los bancos será devuelta a los capitalistas privados. En algunos casos hay un retroceso porque el estado, de una participación supermayoritaria, pasa a tener el 51 por ciento de las acciones. Las nacionalizaciones se realizan en base a suculentas indemnizaciones, motivo por el cual grupos financieros compraron últimamente acciones de las empresas nacionalizables, elevando el precio de las acciones, que son la base para el cálculo del monto indemnizable. Pero hay más todavía, la ley de nacionalizaciones, de acuerdo a la Constitución de la V República, todavía tiene que pasar por el Consejo Constitucional, integrado por “personalidades” de la derecha francesa, y es seguro que se las arreglará para elevar el monto previsto de 30.000 millones de francos de indemnizaciones.
Por el nivel de endeudamiento con el Estado, las nacionalizaciones significan que los préstamos “morosos” del Estado aparecen reemplazados por la participación estatal directa.
Tampoco se trata de una movilización de recursos financieros ociosos que el Estado los dirige hacia el desarrollo de ciertas áreas productivas. Aquí el Estado se hipoteca hasta la coronilla para “rescatar” industrias deficitarias.
Ahora bien. La OCI entró de lleno en la apología de las nacionalizaciones del PS. S. Just, en un artículo sobre éstas, sostiene:
“el gobierno Mitterrand-Mauroy debe intentar superar la crisis económica, remediar las debilidades del capitalismo francés… levantar industrias hoy decisivas, capaces de rivalizar con los grandes grupos extranjeros, en los mercados europeo y mundial: equipamiento industrial, química, electrónica, informática, etc.” (“Correspondencia Internacional” nro. 13). Se trataría, entonces, no de un recurso de crisis de la burguesía sino de un gobierno reformista, del conjunto del capitalismo y el estado francés (es decir, de una “alternativa reformista global”, como los revisionistas del SU caracterizaron, precisamente hace 10 años, al programa de Mitterrand).
De más está decir que, si con las “nacionalizaciones”, el PS logra lo que Just dice, el capitalismo francés tendría posibilidades de un amplio desarrollo y Mitterrand sería el representante legítimo de la burguesía, puesto que le daría una proyección que no pudieron darle ni De Gaulle, ni Pompidou, ni Giscard-Barre. Just dice que las nacionalizaciones son para mejor competir en el mercado mundial, escamoteando que el primer paso de Mitterrand es reventar al Estado burgués en 30 000-45000 millones de francos, o sea, reventar el futuro de las propias “nacionalizaciones”. A Just se le ha “escapado” que el PS nunca planteó las nacionalizaciones para reformar económicamente al capitalismo francés, sino en relación a la utopía de la llamada “democratización del Estado”. El “nuevo” planteo es un giro de última hora para acomodar la defensa del capital francés a la nueva situación política.
Para la OCI, las nacionalizaciones “son una negación de la propiedad privada de los medios de producción en el cuadro de la propiedad privada de los medios de producción, incluso para salvarla" (S. Just, ídem). Estaríamos entonces en presencia de una expropiación parcial de los explotadores, es decir de una medida revolucionaria. La nacionalización burguesa es, en realidad, un acto de afirmación de la propiedad privada contra la tendencia a su supresión por la crisis y la bancarrota. El Estado sale a salvar, y no a negar, al régimen de producción que su propia crisis está llevando a la disolución. Las nacionalizaciones de éste son un acto de afirmación de la propiedad privada a través de la intervención del estado imperialista que toma a su cargo las pérdidas de la burguesía. Esto significa, que las nacionalizaciones buscan reforzar al imperialismo contra las masas del país y los pueblos coloniales y semicoloniales, mediante la intervención del Estado.
Que las nacionalizaciones no son una negación del capitalismo se ve hasta en el simple hecho de que las mismas no sólo están inscriptas en la Constitución sino que ésta exige la nacionalización de todo lo que sea servicio público o monopolio de hecho; o sea, que forman parte, no sólo del capitalismo, sino del propio régimen político vigente.
Puede darse el caso de que la nacionalización constituya una centralización por el Estado de ciertas ramas o empresas que, de otra forma, por la acción del capital privado, no podrían desarrollarse. En este caso, no es una absorción de "pérdidas" sino la única alternativa para el desarrollo, merced a los recursos del Estado, de ciertas ramas productivas. También aquí no se trata de un acto de negación de la propiedad privada sino de afirmación de ésta por el Estado capitalista pero su resultado es un progreso económico. Pero Mitterrand hipoteca el Estado en 30.000 millones de francos para rescatar a una parte de la burguesía francesa.
Engels analizó, precisamente, que la tendencia a absorber las empresas en ruinas constituía una tendencia marcada por la crisis, que no negaba la relación capitalista sino la afirmaba.
“El período industrial de alta presión, con su crédito inflado ilimitado, lo mismo que la crisis con la ruina de los grandes establecimientos capitalistas, empujan a esta forma de socialización de masas considerables de medios de producción que se presenta bajo las diferentes formas de sociedades por acciones… Pero ni la transformación en sociedades por acciones ni la transformación en propiedad del Estado suprime la cualidad de capital de las fuerzas productivas. El caso es evidentísimo para las sociedades por acciones. Y el Estado moderno no es sino la organización que la sociedad burguesa se da para mantener las condiciones exteriores generales del modo de producción capitalista contra las invasiones provenientes de los obreros como de los capitalistas aislados. El Estado moderno, cualquiera sea la forma, es una máquina esencialmente capitalista: el Estado de los capitalistas, el capitalista colectivo ideal. Cuanto más fuerzas productivas se apropie tanto más se convierte en un verdadero capitalista colectivo, más ciudadanos explota. Los obreros siguen siendo asalariados, proletarios. La relación capitalista no se suprime; muy al contrario es llevada a su culminación. Pero, llegado al punto máximo, se invierte. La propiedad del Estado sobre las fuerzas productivas no es la solución del conflicto pero contiene el medio formal, la manera de alcanzar la solución”. (Anti-Dühring, cap. Nociones Teóricas).
Es por esto que constituye una caricatura del marxismo la afirmación de que las nacionalizaciones tienen, en sí mismas, un carácter progresivo. Esto último dependerá si la nacionalización —como aclara Engels— es una “necesidad económica”, o sea, “en el caso que signifique un progreso económico’’ (ídem). Es cuando el Estado toma a su cargo la propiedad y dirección de ciertas ramas o empresas que, por su dimensión, o por el monopolio privado, no se desarrollarían, lo que permite darle un impulso a las fuerzas productivas.
Pero si el frente popular es un recurso contrarrevolucionario de la burguesía, esto significa que viene a defender al capital de su disolución por la crisis, en especial de su factor consciente: el proletariado. Más en general, podemos afirmar que en la época del imperialismo la intervención de los Estados imperialistas responde, no a una necesidad de desarrollo de las fuerzas productivas, sino lo contrario: a la preservación de la propiedad privada y de las relaciones de producción capitalistas, contra la rebelión de las fuerzas productivas. Fue lo que señaló Trotsky en “La Revolución Traicionada”.
El “estatismo, sea en la Italia de Mussolini, la Alemania de Hitler, los EEUU de Roosvelt o la Francia de León Blum significa la intervención del Estado sobre las bases de la propiedad privada, para salvar a ésta… El estatismo, en sus esfuerzos por dirigir la economía, no se inspira en la necesidad de desenvolver las fuerzas productivas, sino del problema de mantener la propiedad privada en detrimento de las fuerzas productivas que se rebelan contra ella. El estatismo frena el esfuerzo de la técnica sosteniendo empresas no viables y capas sociales parasitarias. Es en una palabra profundamente reaccionario" (subrayado nuestro).
A diferencia de la OCI, es la gran patronal francesa que ha comprendido esta cuestión. Sostiene: “Esperamos que las empresas nacionalizables seguirán siendo empresas competitivas sometidas a las reglas de la economía de mercado, aplicando la regla de oro del equilibrio de los balances… Esperamos que, nacionalizadas, no ser ‘estatizadas’ y consideradas como servicios públicos. Si esto se realiza, si el gobierno cumple con sus compromisos públicos en este terreno, no vemos por qué estas empresas no podrán tener su lugar en nuestras organizaciones profesionales…" (Yvon Gattaz, Presidente de la Confederación Nacional de la Patronal francesa, “Le Monde”, 31/ 12/81).
Como se desprende de estas palabras, para la gran patronal francesa no existe la “expropiación parcial" de que habla la OCI.
Para la OCI, en cambio, "estamos de acuerdo con un plan de 2 años, integrándose en un plan de 5 años contra la crisis, contra el desempleo. Estamos por el principio de las nacionalizaciones” (Informe BP de la OCI, ídem).
En lugar de esclarecer ante las masas el carácter reaccionario de las nacionalizaciones de Mitterrand, la OCI le hace la apología y manifiesta su acuerdo con el “principio de las nacionalizaciones”. Pero el trotskismo no está por la nacionalización sino por la confiscación, por la expropiación, y esto, porque en la medida que significa un golpe a la burguesía, acerca, facilita, ayuda a la preparación del proletariado para la toma del poder.
El Programa de Transición plantea que frente “a la estúpida consigna reformista de nacionalizaciones”, hay que plantear la expropiación, sin indemnizaciones, basada en la acción directa de las masas y vinculada a la toma del poder por el proletariado. Referente a los bancos, señala que la estatización de estos “sólo producirá estos resultados favorables si el poder estatal mismo pasa completo de manos de los explotadores a manos de los trabajadores".
Para la OCI' “la onda de nacionalizaciones permite realizar la agitación sobre la necesidad de la ruptura política con la burguesía…” (S. Just, ídem). La agitación política de ruptura con la burguesía no está planteada por la OCI en contraposición a Mitterrand, su programa y "nacionalizaciones", sino como un complemento de estos, como la culminación de la "expropiación parcial", de la "negación de la propiedad privada", que había iniciado Mitterrand. Se trata de una concepción de "frente popular de combate” o sea, considerar al frente popular, su programa y “realizaciones” como parcialmente progresivas, las cuales deberían ser completadas, radicalizadas, por la presión de las masas.
S. Just sostiene que, una vez electo Mitterrand, podría haberse creído que todo esto (las nacionalizaciones) quedarían como promesas no cumplidas” y agrega que eso “sería olvidar que las masas trabajadoras derrocaron a Giscard justamente porque aspiran a poner fin al aumento de los precios, al desempleo, a la crisis y que sean satisfechas sus reivindicaciones” (“CI”, nro.13). Se ve nuevamente aquí que, para la OCI, las nacionalizaciones del PS son una satisfacción de las reivindicaciones de las masas.
Pero no es así. Mitterrand, es cierto, necesita cumplir con las promesas electorales, y no con todas, por la amplitud de la votación que obtuvo, pero para negarlas en la práctica. Esto último muestra que su objetivo es ganarse la confianza de la burguesía, pero por lo anterior, se ve su carácter de gobierno débil que tiene que maniobrar con las ilusiones obreras. La burguesía tiene perfectamente en cuenta esta contradicción política de Mitterrand y presiona al gobierno a gobernar en función de las necesidades del capital sin importarle el lenguaje que usa para consumo interno.
La apología de la OCI a las nacionalizaciones se complementa con la orientación seguida frente a la ley referente a la descentralización de las municipalidades. La misma limita las atribuciones de los prefectos y amplía la de los consejos municipales. “Estas medidas, que van en la vía del desmantelamiento de la V República (como se ve no hay confusión posible, para la OCI el PS se plantea conscientemente “liquidar la V República), de la ampliación del poder sobre todo de las municipalidades, de la supresión de los prefectos, son viejas reivindicaciones democráticas, pero es poco probable que el gobierno se dirija verdaderamente en esta vía (“Informe BP de la OCI, ídem). ¡Qué jeringozo! El gobierno adopta medidas reales que tienden a liquidar la V República pero “no es probable" que el gobierno verdaderamente tome esas medidas. Entiéndalo quien pueda. Todo esto es para buscar atenuar un poco una política vergonzosa.
Pero la descentralización de Mitterrand tiene el propósito no de democratizar las municipalidades, sino fortalecer el poder de los consejos económicos-sociales, organismos de carácter corporativo-colaboración de clases. El mayor peso que la ley le da a los consejos se dirige a facilitar los acuerdos con las empresas de la región, incluido el vuelco del dinero de las municipalidades hacia las empresas privadas, como sostuvo Rocard. La “desentralización" acompaña a las “nacionalizaciones”, porque facilita el respaldo y la asociación oficial a las empresas privadas.
Se trata, por un lado, del rescate del corporativismo, pues intenta colocar a los consejos como los árbitros de los problemas fundamentales de las regiones. Por esto mismo, se integra a la estrategia de Mitterrand, no como dice la OCI de desmantelar la V República, sino de preservación de los poderes del árbitro sobre la lucha de clases. El “socialista” Mitterrand sigue actuando bajo las instituciones de la V República y si la agudeza de la lucha de clases lo requiere usará sus poderes contra las masas.
Ni lucha frontal, ni de atrás, ni de costado: Mitterrand, un gobierno inatacable
En otro informe de la OCI al Congreso, firmado por el CC. Se señala que dadas las ilusiones de las masas, la intervención política de la OCI no debe partir “de la denuncia frontal del tenido burgués del gobierno”. Se señala, más adelante, que a herencia de 1936, cuando Trotsky planteó “fuera los burgueses radicales del gobierno de Blum”, hoy en el gobierno de Mitterrand “los ministros provenientes del gaullismo y de los radicales… no llaman la atención de las masas”. Propone, entonces, que las reivindicaciones de las masas se dirijan contra los capitalistas y los banqueros que están fuera del gobierno, contra el capital en general, contra la V República y “no contra el gobierno Mitterrand-Mauroy” (“Informe CC de la OCI”, ídem).
Ahora bien. Una de las características del gobierno de Mitterrand, comparado con el de Blum en 1936, es que el engaño de las masas es mucho más amplio porque, dada la aplastante mayoría de socialistas en el gobierno, éste aparece ante los ojos de las masas como un gobierno “obrero", “socialista”, independiente. Además, como el ascenso de masas es mucho menor que en 1936, menos se pone de relieve ante los obreros que se trata de un gobierno de compromiso con el capital. Finalmente, por toda la política del PC de bloquear el ascenso del frente popular al gobierno, el PS terminó por llegar formalmente al mismo no por medio de un frente electoral de Frente Popular, sino autónomamente.
Esto significa que el punto de partida de una política revolucionaria es poner en evidencia toda esta operación de enga¬ño de las masas y llamar la atención sobre el carácter burgués, de compromiso con el capital, del gobierno Mitterrand. Para la OCI, en cambio, el gobierno no debe ser denunciado frontalmente (es decir, con todas las letras) porque su carácter burgués está velado.
Pero sigamos. La OCI establece una muralla infranqueable entre la burguesía y el gobierno puesto que propone atacar lo que estaría fuera del gobierno y no a éste. Pero el problema es que la política revolucionaria de ataque a la burguesía sólo puede ser concebida como la punta de una cadena para romper todos los eslabones y no para detenerse ante el que centraliza a estos, o sea el gobierno. Cuando Trotsky planteó “fuera los ministros burgueses” era para que las masas llegaran a la comprensión del carácter contrarrevolucionario del gobierno de León Blum y preparar así las condiciones para su derrocamiento revolucionario. No oponía los ministros burgueses a los “obreros”, sino proponía atacar a los primeros por ser un flanco más comprensible para las masas, y como táctica para hacer saltar toda la política de compromiso socialista-comunista con la burguesía; esto es, atacarlo por el costado derecho. Más aún, cuando Trotsky se refiere a lo prematuro de un ataque frontal tiene en cuenta a la agitación y no a la propaganda que tiene que explicar sistemáticamente lo que significa como frustración y potencial de traición el gobierno de frente popular. La política revolucionaria busca determinar el ángulo de ataque al gobierno burgués. Pero para la OCI el gobierno es inatacable de cualquier ángulo.
Uno de los problemas importantes en este punto es que la OCI hace la apología de las ilusiones de las masas y se adapta formidablemente a ellas al punto que, en su nombre, propone seguir con el engaño de éstas. Pero para llamar la atención de las masas sobre el engaño de sus ilusiones es inevitable chocar, en un cierto punto, con esas ilusiones. La OCI no quiere nadar contra la corriente pero cierta lucha contra la corriente es inevitable y el problema de la política revolucionaria es determinar cuál es el ángulo desde el que debemos desenvolver esa lucha para arribar a la crítica a las ilusiones de las masas.
Ahora bien. ¿Cuál es en concreto, el programa de la OCI ante la actual etapa política francesa?
Se dice que se debe atacar al capital y a la V República pero no se formula el programa de reivindicaciones políticas del proletariado, que corresponda a estos objetivos.
La denuncia de la V República se ha convertido, en boca de la OCI, en una cáscara vacía al punto que coloca a Mitterrand como un factor consciente de liquidación del bonapartismo.
La V República nació en 1958, del golpe de estado militar que entronizó a De Gaulle como "bonaparte”, o sea de las fuerzas armadas como árbitro entre las clases en defensa del Estado imperialista. Con esta apoyatura, De Gaulle puso en pie un conjunto de instituciones bonapartistas que subordina al Parlamento al Ejecutivo, un Consejo Constitucional que oficia de veto del Parlamento, un Senado que no surge del sufragio, etc., todo esto sostenido en un Ejército permanente. En el campo específico sindical, la V República significó avances funda-mentales del capitalismo francés sobre las organizaciones y conquistas del movimiento obrero.
Mientras que en Chile, Allende subió al poder sobre la base de un pacto de garantía con las FFAA y los partidos burgueses, Mitterrand subieron encuadrado en las instituciones bonapartistas; o sea no firmó como Allende ninguna “garantía” porque todo ya estaba firmado.
La OCI, dice que las reivindicaciones deben dirigirse contra la V República, pero ¿cuáles son? ¿Cuál es el programa? Este debe ser un conjunto de reivindicaciones que apuntan al corazón del bonapartismo, esto es a las FFAA. El programa debe plantear la derogación de toda la legislación antisindical bonapartista, la constitución de una Asamblea Legislativa única plenamente soberana y el armamento de los trabajadores. La OCI se coloca por detrás del socialismo francés de preguerra, pues no plantea reemplazar al ejército permanente. Precisar el programa de lucha contra la V República desnudaría la afirmación de Mitterrand de que él se sirve de las instituciones bonapartistas pues así puede comandar un "ejecutivo fuerte” en unión a un parlamento favorable, cuando en realidad es el rehén de una legalidad nacida de un golpe de estado militar.
No plantear la cuestión de las fuerzas armadas, cuando se habla de "liquidar” la V República, y esto en un régimen salido de un golpe militar, significa propugnar el retorno al parlamentarismo "normal”. Esto está muy lejos de ser un planteó progresivo y no tiene nada de "liquidación” de la V República. Primero, porque el parlamentarismo formal sigue siendo el recurso de la burguesía ante una crisis mayor del régimen, esto para bloquear la revolución. Segundo, porque sería preservar a la institución base de la V República: el ejército y sus cuerpos armados.
Toda esta caracterización seguidista de Mitterrand, se refleja necesariamente en la orientación política de la OCI. Sostiene que "estamos de acuerdo con la consigna "guerra al desempleo", "guerra a la crisis” que Mauroy (primer ministro) formuló en su declaración gubernamental frente al Parlamento” ("informe BP”, ídem). Así se presenta en la práctica el apoyo de la OCI a Mitterrand, cuando la realidad es que no hay ninguna "guerra” ni a la crisis ni al desempleo, sino todo lo contrario. Se ve claramente la identificación con el programa del frente popular y sus métodos, la confianza en el Parlamento, el gobierno burgués y el programa de Mitterrand. Pero más todavía, ¿cuál es el programa que levanta la OCI contra la desocupación y la crisis? No se plantea la formación de comités de fábrica, el control obrero, la ocupación de toda fábrica que expida, nada de nada. Sólo frases de embellecimiento de Mitterrand.
Otro aspecto del endeudamiento a Mitterrand es que la OCI presenta la actual situación política francesa como la de una inmensa ofensiva del capital contra el gobierno, para plantear: estamos prontos para apoyar toda resistencia del gobierno Mitterrand-Mauroy a las presiones y el sabotaje de los capitalistas” ("informe BP”, idem).
Antes de entrar en este punto es conveniente hacer un breve balance de la política de la OCI ante la ofensiva golpista en Chile contra Allende porque sirve para apreciar toda a evolución (o involución) de esta organización y el significado de su política actual en Francia.
Todo el análisis de la OCI sobre Chile se basó en la caracterización de que el allendismo subía para defender al Estado burgués (en aquella época decían que un gobierno de Mitterrand haría lo mismo preservando la V República) ("La Verité”, nro. 559, pág. 63, enero 1973) pero fue incapaz de ver la amenaza del golpe, cuando la burguesía comenzó a reagruparse, en 1973, detrás de las FFAA, esto es, que se abría un conflicto directo del golpismo con el allendismo. Claro está que en ese conflicto el frente popular buscaba la colaboración de los militares y desorganizaba cualquier resistencia de las masas, pero la primera tarea era caracterizar correctamente ofensiva del golpismo y señalar el programa para enfrentarla.
La OCI no caracterizo que el enemigo principal pasaba a ser el golpe en marcha y todo su análisis consistió en señalar la confluencia del allendismo con el golpe. La OCI abstraía de la situación política concreta un factor, que arbitrariamente elegía como más importante, y ocultaba el hecho de que la burguesía se preparaba para derrocar al gobierno del frente popular (Ver “La Verité”, nro. 559, 560 y 562, enero, abril y octubre de 1973).
Pero en Francia, ya se declaran "prontos” para apoyar la resistencia de Mitterrand cuando no existe una ofensiva de la contrarrevolución ni resistencia burguesa conspirativa contra el gobierno. La comparación con la situación chilena de 1973 sirve pues para ver todo el recorrido que ha dado la OCI, del sectarismo al oportunismo.
Pues lo cierto es que para el gran capital no está planteado "atacar frontalmente al gobierno” y lo hará o no en función de la evolución de la lucha de clases. Golpea eso sí, sobre su "costado izquierdo”, para que las nacionalizaciones sean más suculentas, para que las reivindicaciones de las masas sean desnaturalizadas, reduciendo al gobierno de frente popular a la impotencia, desmoralizando a las masas con "su gobierno”.
El presidente de la gran patronal francesa declaró recientemente que no seremos una fuerza de oposición sistemática, menos aún una fuerza de oposición ideológica. Deseamos simplemente ser una fuerza de proporción…”. (Yvon Gattaz, "Le Monde”, 31/12/81). Esto es, la gran burguesía francesa trabaja desde "dentro” del gobierno, a través de sus agentes directos e indirectos, para que se aprueben sus "propuestas” y para que el programa de Mitterrand se realice en concordancia con los objetivos y métodos del capital. El sabotaje desenfrenado y la oposición frontal de la gran patronal es un invento de la OCI.
Pero si fuese cierta la apreciación de la OCI, lo que se debería definir es cuál es el programa contra esa ofensiva y los métodos para enfrentarla. En cambio dice que "debemos apoyar toda resistencia del gobierno MItterrand-Mauroy…” ¿qué resistencia? Contra la derecha es correcto estar en el mismo campo de Mitterrand pero nunca apoyando su "resistencia” que no pasa los límites de su compromiso estratégico con el capital.
Las posiciones del PST ante el triunfo de Mitterrand
Apenas se produjo el triunfo electoral de Mitterrand, la prensa del PST la festejó como una victoria revolucionaria, propia, como si fuera una victoria de su corriente internacional, de una forma que dejara pequeñas las capitulaciones de la OCI. Sostuvieron que la victoria de Mitterrand fue "un triunfo de las masas francesas” que demostraría que "la crisis y descomposición del sistema capitalista sólo puede ser capitalizada en una perspectiva de progreso si se le contraponen poderosos partidos socialistas. Esa no es sólo la perspectiva de Francia: es una realidad que está planteada en todas partes” ("Opción” nro. 28, mayo 1981).
La socialdemocracia ya no sólo no es presentada como un factor de contención de las masas, sino como la alternativa revolucionaria, anticapitalista, para todo el planeta. Por eso calificaron la victoria de Mitterrand de "gran triunfo socialista”, o sea como el triunfo de esa alternativa anticapitalista.
En un boletín especial editado por la dirección del PST fueron más lejos aún. Señalaron: "Al día siguiente de las elecciones cuando se conoció el triunfo de Mitterrand empezaron a llover felicitaciones, sí señores, tal cual”.
"Varios afiliados recibieron llamados de personas que conociendo sus ideas políticas los felicitaron por el triunfo del socialismo en Francia. A una afiliada la esperaban con un ramo de rosas rojas para felicitarla. En varias fábricas se acercaron compañeros de trabajo de los afiliados para darles sus congratulaciones.
"¿Por qué decimos que son grandes hechos? -se interroga la dirección del PST- Porque esas personas que se acercaron reflejan dos cosas: una, que están impactadas por el triunfo del socialismo en Francia, y dos, que ven a nuestros afiliados como parte de una corriente socialista mundial”.
Esto, más sucintamente, apareció también en “Opción (nro. 29, junio de 1981).
Lo que estas frases encierran como caracterización y estrategia políticas y como programa de intervención de una organización que se dice trotskista es formidable.
Se insiste, a) en que el triunfo de Mitterrand no es el del frente popular sino del "socialismo”, definido como alternativa anticapitalista revolucionaria.
b) Se autodefinen, no como un componente del programa internacional del proletariado, de la IV Internacional, sino de la “corriente socialista mundial” representada por Mitterrand Willy Brandt y Felipe González.
c) Reconocen que así son vistos por sus allegados, como un grupo reformista, electorero, que no guardan ninguna diferencia con la estrategia y la política de la II Internacional. El “trotskismo ortodoxo” es una frase para consumo externo porque dentro del país se identifican con la socialdemocracia.
La orientación, pues, que el Boletín proponía no se diferenciaba básicamente de la política de la OCI, y hasta empleaba casi los mismos argumentos. “Por eso (por las ilusiones) millones de trabajadores siguen a Mitterrand y no a nosotros. ¿Podemos ganarlos diciéndoles simplemente que Mitterrand va a traicionar? ¿Alcanza con predicar buenas ideas para convencer a la gente? Así será fácil, simplemente saldríamos con miles de autoparlantes por toda Francia y cuánto más gente nos escucha más nos seguirán. Pero no es así…"
El PST se colocó incluso por detrás de la propia OCI.
Pero además hay que señalar que el Consejo General del CI o sea con el voto del PST, aprobó a fines de mayo una resolución sobre Francia en la misma línea que la orientación actual de la OCI. La resolución escamotea por un lado los principales problemas planteados al movimiento obrero con el triunfo electoral de Mitterrand. La única mención que se hace del PS es la siguiente:
“El hecho de que, para obtener esta victoria, las masas hayan votado masivamente, desde la primera vuelta, por Miterrand, no significa un resurgimiento de la socialdemocracia. En realidad, las masas utilizaron la candidatura de Mitterrand y el PS para derrocar a Giscard y derrotar a la división. Pero el PS, así como sus homólogos europeos, sigue siendo extremadamente frágil y no puede reemplazar la eficacia contrarrevolucionaria del aparato stalinista” (“Suplemento Correspondencia Internacional”, Junio 1981).
Se presenta aquí, a) a la socialdemocracia, como un instrumento de las masas, escamoteando que el PS “instrumentó a las masas para que la derrota de Giscard fuese a manos de una dirección comprometida con el capital; b) se insiste en que ese “instrumento” sería “extremadamente frágil”, o sea fácilmente superable por las masas; c) se desprecia y descarta la eficacia contrarrevolucionaria de la socialdemocracia, la que sólo sería propia del stalinismo.
La declaración, por otro lado, está centrada en señalar que la caída de Giscard tendrá como consecuencia “la desestabilización directa de los estados semicoloniales del África franco-parlante”, para agregar que no es casual que el primer mensaje “político” recibido por Mitterrand después de su elección fuese de Fidel Castro, con una propuesta de colaboración con el régimen burgués francés para mantener los regímenes existentes en el África franco-parlante” (“Supl. Correspondencia Internacional”, Junio 1981).
El PST, junto a la OCI, presenta aquí el reemplazo de Giscard por Mitterrand como una especie de virtual descabezamiento del Estado francés, porque de otra manera no se puede entender por qué la victoria de Mitterrand, nada menos, que “desestabilizaría” al imperialismo francés. En realidad, el gobierno ha pasado de manos de un tipo de representante del imperialismo a otro. De todas las discontinuidades que puede producir el reemplazo de un gobierno burgués imperialista clásico por otro burgués-frentepopulista, si hay una que está excluida es precisamente la de la defensa, con las armas en la mano, de la política de rapiña de las colonias y semicolonias.
Es un hecho histórico comprobando mil veces que los frentes populares despliegan una política colonialista, todavía más proimperialista que la de los gobiernos burgueses clásicos. La razón de esto es que necesitan “compensar” la demagogia que efectúan en la metrópoli, con una política de defensa a muerte de los dominios de su burguesía, mostrando política (y también económicamente) al gran capital que, por encima de todo, son servidores del estado imperialista.
Los gobiernos “socialistas” y de Frente Popular han sido los responsables directos de las más grandes masacres coloniales. Tenemos, en el caso francés, la masacre de Magadascar en la inmediata posguerra. La masacre de “Sétif” en Argelia en el día de la liberación de París. Como mínimo, 50.000 personas fueron masacradas bajo las órdenes del gobierno de “coalición” de De Gaulle con el PS y el PC. La prensa del PC ocultó al proletariado francés por completo la matanza del gobierno que integraba, en tanto que el PC argelino participó físicamente de los asesinatos y linchamientos. Los “socialistas” y “comunistas” metropolitanos actuaron como los grandes engañadores de las masas de sus países, en tanto sus pares en los dominios del imperialismo participaron en la primera línea en las masacres. El PST, junto a la OCI, no sólo no dicen nada sobre esto, sino que presentan la subida de Mitterrand como un cambio de perspectiva para las masas coloniales.
La reocupación de Indochina y el reinicio de la guerra contra el Viet Minh ocurrieron también bajo el gobierno de “coalición”, de De Gaulle, el PS y el PC (cuando entre esos dos últimos reunían el 60 por ciento de los votos). El “socialista” Guy Mollet envió las tropas francesas, en unión a los israelíes e ingleses, en 1956, para atacar el canal de Suez nacionalizado por Nasser. Toda la guerra contra las masas argelinas, con sus espeluznantes masacres, lleva la indeleble responsabilidad “socialista”.
El ascenso de Mitterrand ha permitido, y no obstaculizado, al imperialismo francés operar todo un replanteo en su política “africana” porque la de Giscard estaba “reventada” por sus permanentes intervenciones militares y su compromiso con los regímenes títeres, corruptos y sanguinarios (por ejemplo, Bokassa). Bajo un "ropaje socialista”, Mitterrand sale a defender y a recomponer las alianzas coloniales francesas, ¿O acaso no fue Mitterrand quién, en París, logró formar una fuerza militar interafricana para intervenir en la guerra civil en el Chad y contra los movimientos antiimperialistas del continente? ¿Qué hizo Mitterrand ante la invasión sudafricana contra Angola sino apoyarla de hecho? ¿Y el apoyo a Senegal para invadir y anexar a Gambia, donde había triunfado un golpe nacionalista?
El bloque PST-OCI, en este imperdonable crimen político tiene el caradurismo de poner a Fidel Castro como alcahuete de Mitterrand, como si éste no supiera lo que tiene que hacer para explotar sus propios dominios. Castro, en África, sostiene políticamente a los movimientos y regímenes burgueses nacionalistas, que concilian con el imperialismo pero Mitterrand es el jefe directo del Estado imperialista verdugo de las masas africanas.
En pocos meses, el gobierno “socialista” desplegó una rabiosa política exterior antisoviética, de reforzamiento de los pactos políticos y militares del Atlántico. En el Medio Oriente, reorientó al imperialismo francés hacia el apoyo a Israel. En América Latina, su principal esfuerzo se dirige a forzar a las organizaciones guerrilleras salvadoreñas a que depongan sus armas y arreglen una “solución política” en acuerdo con el imperialismo yanqui y la Junta “títere”.
El PST, ahora,"critica” a la OCI por no denunciar a su propio imperialismo, pero lo cierto es que sus dirigentes firmaron con las dos manos un documento de apología a la política colonialista y antisoviética, del frente popular imperialista francés.
La "crítica” del PST a la OCI
La “crítica” del PST a la OCI apareció en octubre. Para esa fecha el Comité Internacional estaba atravesando por una crisis más amplia abarcando diversas secciones, al mismo tiempo que la prensa de la OCI estaba llegando a niveles extremos de capitulación ante el frente popular, en un momento en que comenzaba a hacerse evidente la desilusión de las masas con el gobierno.
En mayo, salieron a luz las divergencias en torno al frente único antiimperialista, lo que a su vez condujo en julio a una crisis en relación al Perú, que bloqueó la unificación del POMR y el PST (ver más adelante, capítulo sobre el “frente antiimperialista”). Para la misma fecha, la crisis irrumpió en Brasil en torno a la actitud frente al PT (ver artículo en este número). La unificación no caminaba en los países donde el CORCI y la FB contaban con grupos propios (Brasil, España, Perú). En este cuadro apareció el documento del PST.
La primera característica del mismo es que sostiene que la OCI desenvolvió una orientación correcta hasta el triunfo de Mitterrand; en “Opción” se decía, inclusive, que “desde el primer momento (la OCI) planteó la necesidad del candidato único PS-PC” ("Opción” nro. 28, mayo 1981).
Se trata de una falsedad total. La OCI, ya en 1979 y como parte de su política de "unificación” con el SU, planteó para la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 1981, con dos años de anticipación!, el apoyo al candidato de la LCR francesa. A principios de 1981 la OCI presentó un “protocolo de acuerdo” —rechazado por el SU— donde planteaba que el candidato de la LCR, Krivine, se transformara en una candidatura de unidad de la IV Internacional, lo que además de desmentir al PST, muestra su identificación política y programática con el revisionismo (ver crítica en “Internacionalismo” nro. 3). Finalmente el apoyo electoral a Mitterrand, como vimos, fue un apoyo político completo a la socialdemocracia y al frente popular.
La segunda cuestión es que se sostiene que la OCI cuenta con una caracterización justa del gobierno de Mitterrand ("todos coincidimos en definir al gobierno Mitterrand como un frente popular”).
Es evidente que a partir de estas apreciaciones el PST no puede hacer una crítica de los planteamientos de la OCI puesto que sostiene que la intervención política electoral de ésta y su caracterización del gobierno de Mitterrand son acertadas. Si la política pasada de la OCI fue correcta, si su caracterización de Mitterrand también lo es, y como ni la OCI ni Mitterrand cam-biaron de posición, la "crítica” del PST carece de toda sustan¬cia. Lo que tiene es, entonces, una poderosa base faccionalista.
El documento del PST (M. Capa, "Correspondencia Internacional” nro. 13) sostiene que el gobierno de Mitterrand cuenta con el respaldo de la burguesía y el imperialismo, y propone atacarlo abiertamente. Afirma incluso que Mitterrand buscará “imponer los duros planes de hambre y desocupación de la burguesía, continuando la orientación de Giscard-Barre”.
El primer error es que Mitterrand no es un gobierno burgués clásico sino un gobierno de compromiso con la burguesía. Mitterrand busca ganarse la confianza del gran capital lo que entra en contradicción con su base social.
El segundo error es que el PST no formula un programa, que solo puede elaborarse caracterizando el conjunto de los elementos de la etapa política. Deduce la intervención política de un elemento de la caracterización del gobierno (gobierno burgués) y, pegando un viraje de 180° en relación a su posición de que no era cuestión de salir con altoparlantes, propone una intervención política sectaria y panfletaria. En verdad se trata del clásico zig-zag de la política impresionista que sale a festejar como propia la victoria electoral del Frente Popular y que, a los pocos meses, se desilusiona y cae en la verborragia.
El documento, repetidamente, insiste en que “la del frente popular es quizá la única etapa en que se dan todas las condiciones para superar la crisis de dirección revolucionaria, pues sólo en ella el rol de las direcciones traidoras se vuelve plena-mente visible ante las masas”. Se apoya, para decir esto, en la suerte del kerenskismo ruso y en que Trotsky, a comienzos de la década del 20, sostuvo, ante un eventual gobierno laborista en Inglaterra o del Bloque de izquierda en Francia, que el Partido Comunista, al quedar como fuerza de oposición, tendría grandes posibilidades en su trabajo revolucionario.
Hay que señalar aquí que cuando Trotsky, a comienzos de la década del 20, se refiere a la situación francesa e inglesa, tiene en cuenta que los partidos comunistas, a pesar de sus errores y debilidades, son secciones de una Internacional revolucionaria y que están rodeados del prestigio revolucionario de la Revolución Rusa. En estas circunstancias es que el acceso del laborismo o la “izquierda” francesa al gobierno le darían una gran perspectiva a los partidos de la III Internacional ubicados en la oposición revolucionaria.
Esta situación no tiene nada que ver con el pasaje entero de la IC al campo del orden burgués, en que los frente populares tienen el apoyo y sostén de la burocracia del Kremlin y sus agentes. Si los gobiernos de "izquierda” en los años 20 podían llegar a ser débiles por referencia a la oposición revolucionaria de una Internacional revolucionaria, los gobiernos de frente popular que se constituyen a partir de la década del 30 coalicionan a las direcciones obreras con la burguesía imperialista y las burocracias de los Estados Obreros.
Más aún; el kerenkismo ruso tenía la debilidad objetiva del profundo factor de descomposición de la guerra mundial y la debilidad subjetiva de tener ante sí al Partido Bolchevique. Por eso, como balance de aquel y del rol jugado por los PC en la década del 20, Trotsky sostuvo:
“Pero debe agregarse que el kerenskismo no será en cada situación y en cada país necesariamente tan débil como el kerenkismo ruso, el que fue débil porque el Partido Bolchevique era fuerte. Por ejemplo, el kerenkismo español -la coalición de los liberales con los 'socialistas'- no es en absoluto débil como fue en Rusia y esto es debido a la debilidad del Partido Comunista. El kerenskismo combina una política de frases reformistas, 'revolucionarias', 'democráticas', 'socialistas' y re reformas democrático sociales secundarias con una política de represión contra la izquierda de la clase obrera” (“¿Qué es una situación revolucionaria?”, 11/1931).
El gobierno de Mitterrand no tiene en común con el Kerenkismo ni su terrible debilidad emergente de la guerra ni a un Partido Bolchevique que estuviera entronizado en las masas y con una orientación revolucionaria. En estas circunstancias proclamar que estamos en una etapa "en que se dan todas las condiciones para superar la crisis de dirección”, como dice el PST, es un planteo exitista que escamotea el todavía largo proceso que hay que recorrer en Francia para agotar las ilusiones de las masas en el reformismo y construir el partido revolucionario.
El documento de PST propone que la OCI denuncie al gobierno. También el MIR o el MAPU chilenos denunciaron al gobierno de Allende o el ERP al de Perón, reflejando el desgaste de éstos y sus propias ilusiones. También la OCI "radicalizó” sus planteos últimamente, sin cambiar un milímetro su caracterización del gobierno. El planteamiento del PST es una faceta de una política impresionista, reflejo de la impaciencia pequeño burguesa ante la que definió “alternativa anticapitalista''.
El documento del PST no es una crítica a la OCI; es insustancial, impresionista, y está dominado por una finalidad faccional.
Una 'crítica" que se acompaña del ingreso al frente patronal argentino
Una crítica es real y principista cuando es un aspecto del programa y de la intervención política de la corriente que la formula. De lo contrario carece de todo valor y se transforma en una maniobra de ocasión, con fines faccionales.
La crisis política argentina determinó, a mediados del año pasado, la constitución de un frente político patronal, la llamada Multipartidaria. El PST, a fines de agosto, pidió su ingreso al mismo; o sea, con una mano denunciaba la "colaboración de clases de la OCI y con la otra reclamaba su ingreso en un frente patronal.
La Multipartidaria reúne a los principales partidos burgueses (radicales, peronistas, desarrollistas, etc.) que plantea la alteración constitucional del régimen militar y una línea de rescate e a burguesía ante la descomunal crisis económica. Se trata de un frente opositor, democratizante, de la gran burguesía proimperialista, que ilustra la desintegración del régimen militar.
Lo regímenes burgueses constitucionales pueden ser, respecto de las dictaduras militares reaccionarias, relativamente progresivos pues deben actuar en un cuadro de semi-libertades democráticas. Los frentes políticos democratizantes pueden también tener ese carácter en las medidas, por mínima que sea, que chocan, se enfrentan o discrepan con una dictadura militar. Pero solo en esa medida y bajo ese aspecto. Tomados en su conjunto son grandes frenos a la movilización real de las masas y profundamente proimperialista. Los frentes democratizantes sufren por la impasse de los regímenes militares y con el objetivo de prevenir la eclosión de una crisis revolucionaria. Estos frentes buscan atar tras sí al proletariado para asegurar la transición del régimen político y actúan como trampa “democrática" para empantanar la lucha de las masas.
Ni qué decir que un partido revolucionario no puede nunca apoyar a esos frentes, porque en ese caso se somete a la política de la burguesía.
La intervención política revolucionaria debe buscar que las masas se pongan al frente de la lucha contra la dictadura y el imperialismo. No podrá hacerlo si no explota la fractura en el régimen político y la oposición de sectores de la gran burguesía con él, por ejemplo utilizando esos momentos para exacerbar la agitación antidictatorial y organizar manifestaciones. Pero ni qué decir que debe combatir los intentos de subordinar al proletariado al frentismo burgués.
Todo esto significa que se debe plantear el programa del frente único de las masas en términos revolucionarios y no en términos democratizantes y atacar en la propaganda y en la agitación los planteos frenadores de la burguesía.
El PST en cambio, tiene la concepción estratégica de que el proletariado debe apoyar los frentes y regímenes democratizantes o institucionalistas de la burguesía, convirtiéndolos en absolutamente progresivos. Con esta caracterización apoyaron la institucionalización de Lanusse entre 1971 y 1973, el régimen peronista surgido de esa institucionalización, ingresaron al “bloque de los 8" con la misma finalidad y finalmente al ala de Videla por "prometer” la institucionalización.
Ahora, pidieron ingresar en la Multipartidaria, realzando “los propósitos de democratización que proclama sostener la Multipartidaria” (razón por la cual el PST reclama “un lugar en ella”) y compromete su apoyo a las acciones de movilización que aquélla emprenda (Ver "Opción”, setiembre 1981). Se agrega, además, que "existe el peligro que la Multipartidaria se asiente sobre exclusiones y discriminaciones”, esto es, se reclama abiertamente la participación en ella de todas las organizaciones del movimiento obrero.
Se ve claramente que el PST propugna la alianza del proletariado con la burguesía sobre la base del programa político de los partidos patronales; se le reclama a la Multipartidaria que no sea "excluyente”, esto es que acepte el ingreso de la burocracia sindical y el stalinismo! La capitulación del PST ante el frente patronal argentino deja corta a la de la OCI ante Mitterrand lo que desnuda el carácter faccional, sin principios y oportunista de su "critica".
Frente Único Antiimperialista
En el curso de este trabajo hemos demostrado, con documentos y citas en la mano, estas cuatro cosas fundamentales: 1) que el PST sostuvo públicamente toda la política de la OCI en relación al frente popular francés, al menos hasta setiembre de 1981 -en tanto que PO la había venido denunciando desde febrero de 1979 ("Destrocemos la provocación de Just- Lambert” por Rafael Santos, ed. PO) y, más aún, que la prensa del PST argentino fue más lejos de lo que nunca fue la OCI en el apoyo incondicional al gobierno de Mitterrand; 2) que la crítica del PST a la OCI, a partir de setiembre, es enteramente superficial, ya que no cuestiona las caracterizaciones que la OCI hace del gobierno de Mitterrand, limitándose a proponer planteos de intervención práctica que, en la mayor parte de los casos, son completamente sectarios; 3) que en el mismo y preciso momento en que lanzaba las críticas a la OCI, el PST no sólo continuaba defendiendo su política de frente popular que tuvieron en Bolivia y El Salvador, sino que proponía ingresar a la Multipartidaria, en Argentina -un frente burgués democratizante con un programa de orden burgués semicolonial; 4) que la escisión del CI no se explica sólo por las diferencias políticas que surgieron al final de su desgraciada carrera (inclusive por el hecho de que eran y, al mismo tiempo, no eran diferencias, por todo lo dicho arriba), sino que se explica por el carácter sin principios del bloque agrupado en torno a la sigla CI, de modo que bastó que surgiera un problema político de importancia para que se revelara la incapacidad del CI para procesar un debate político- y sí, en cambio, una dura lucha faccional.
Pero para dejar un balance claro de lo que fue políticamente el CI (un bloque de posiciones oportunistas y, a la vez, de falta de firmeza en esas posiciones -de ahí la enorme confusión que provoca, entre los menos avisados, la coexistencia de posiciones contrapuestas y el giro constante de unas a otras) es esencial detenerse en lo que fue una plataforma común de las dos tendencias del CI —nos referimos a la cuestión de su oposición a la táctica del frente único antiimperialista. Es en esta cuestión que se revela acabadamente la inconsistencia teórica del CI y sus posiciones de capitulación ante los tres grandes movimientos proimperialistas de masas en el mundo actual: la socialdemocracia, el stalinismo y el nacionalismo o democratismo burgués. Cuando se tiene presente que la cuestión del FUA fue planteada en el viejo CORCI, siendo un factor de discusiones y crisis constantes; que, en este viejo CORCI, la OCI se opuso primero al frente único antiimperialista, luego lo aceptó, pero nunca escribió un documento sobre este problema, de modo que un dirigente como Just, por ejemplo, se opuso al FUA hasta el final, pero sin hacer conocer sus posiciones; y que en el propio CI, la OCI comenzó defendiendo esta táctica (en la discusión de las “tesis”), lo repudió (en las “tesis”), la volvió a defender (como se verá, desnaturalizándola) en una reunión del Consejo General del CI, en mayo de 1981, para volver a abandonarla en julio en carta dirigida al POMR y firmada por Moreno y dos dirigentes de la OCI; cuando se tiene presente todo esto, y se recuerda la duplicidad del PST en tomo al frente popular, queda, entonces, muy clara, la total falta de ideas y de principios programáticos que formaron la base del CI. Que un bloque de esta laya hubiera podido permanecer unido por mucho tiempo, sólo hubiera podido ser el resultado de una perversión política (como dijimos en “Internacionalismo” nro. 3).
La primera parte del planteo del CI en relación al frente único antiimperialista, puede resumirse así: se trata de una táctica completamente secundaria en relación a la táctica (que para el CI se transformará en estrategia) del frente único obrero. Según el CI el FUO es "permanente”, esto porque respondería a necesidades reales y objetivas, a saber, la lucha que está obligado a empeñar el proletariado contra el capital, lo que no ocurriría con el FUA, que respondería, en cambio, a problemas coyunturales, que pueden o no surgir como problemas políticos concretos. La segunda parte de este planteo la veremos más adelante.
Existe aquí, en primer lugar, una indudable confusión entre los problemas políticos y la correlación de clases y partidos que se plantean en los países imperialistas y los que se plantean en los países oprimidos por el imperialismo. En segundo lugar, se revela una fantástica ignorancia respecto a las necesidades reales y objetivas, es decir, respecto a las contradicciones del desarrollo económico, social y político de las naciones oprimidas.
Primero. En la mayoría de las naciones que han completado su desarrollo histórico capitalista y se han convertido en imperialistas, las grandes masas siguen a los llamados partidos obreros tradicionales. El dominio político de estos partidos resulta más firme en los períodos inter-revolucionarios, cuando las masas se encuentran luchando a la defensiva. Pero en tanto la hegemonía de estos partidos contrarrevolucionarios no ha sido sacudida, no se puede pensar en la victoria de la revolución proletaria. Se configura, de este modo, una situación de transición -de un lado, hacia una nueva, futura, situación revolucionaria y, del otro, hacia la transformación de los elementos o partidos revolucionarios en dirigentes de las masas. Tenemos presentes aquí dos elementos: la necesidad objetiva de la lucha unida del proletariado contra la ofensiva del capital, y la cuestión subjetiva de la penetración del partido revolucionario en las masas, para diferenciarlas de los partidos contrarrevolucionarios. Estos dos problemas se funden en la política del frente único obrero: la lucha por el frente común parte de las condiciones concretas de la lucha del proletariado, dándole una salida política concreta a las aspiraciones de las masas: el frente único. Pero, de otro lado, esta misma táctica sirve para descubrir entre los obreros las vacilaciones de los partidos tradicionales y sus compromisos con el capital, aún en un período de ofensiva de éste. El CI, al calificar a este FUO de “permanente”, al declararse “patriotas” de este frente, es decir incondicionales de él, ha abstraído un elemento de la situación, las condiciones objetivas de la lucha, del conjunto de ella, a saber, de la necesidad de desplazar a los partidos contrarrevolucionarios del movimiento obrero y de conquistar para el partido revolucionario la hegemonía política. En estos dos sentidos, el FUO es y no es permanente: nos esforzamos por transformarlo en una realidad durante todo el período transicional, buscando desenmascarar a nuestros “connacionales” contrarrevolucionarios, y luchamos abiertamente por la escisión cuando tal frente es un obstáculo al ascenso de la revolución. Los "teóricos” del CI se han "olvidado” de que el trotskismo siempre atacó la táctica del frentismo por el frentismo; que denunció las ilusiones de que el FUO pueda suplantar la necesidad de poner en pie a la dirección revolucionaria, y que sólo apreció el frente único cuando era factor de impulso de la lucha independiente, pues la mayor parte de las veces era un factor de freno, que iría a convertirse directamente en frente popular. Toda la base de la capitulación ante Mitterrand está en esta concepción del FU —común a Moreno y a Lambert— en la que bajo la forma de “patriotismo” se procura una alianza estratégica con los partidos obreros contrarrevolucionarios. El frente único, por el contrario, debe tener siempre, un carácter condicional y subordinado -condicional a la situación política y a los fines políticos del frente, y subordinado a la estrategia de la revolución proletaria.
Para el CI el frente único obrero es sinónimo de “independencia de clase”, lo cual es falso. Tenemos varios ejemplos: la socialdemocracia alemana y el laborismo británico, así como todas las centrales obreras, incluyendo el frente del PC italiano y el PSI hasta mediados de la década del 60, son frentes únicos de la clase obrera, pues la agrupan en su mayor parte en tomo a las reivindicaciones económicas. Y preguntamos: ¿qué tienen de independiente de la burguesía? Lenin, en el congreso del partido bolchevique de 1919, planteó que el proletariado alemán no estaba diferenciado de la burguesía porque votaba a la socialdemocracia!!
Al combatir al frente único antiimperialista en nombre del frente único obrero, el CI nos presentó una caracterización antirrevolucionaria del frente único en general, nos reveló que disuelven todas las caracterizaciones marxistas sobre los partidos obreros contrarrevolucionarios a la hora concreta del planteo del frente único.
Los portavoces del CI dicen que nunca van a romper el frente único obrero (¡ya que son sus patriotas!), lo que significa que subordinan la lucha por el poder al acuerdo con las direcciones contrarrevolucionarias. Pero nuestra finalidad estratégica debe ser reconstruir la unidad del frente proletario bajo la hegemonía del partido revolucionario. No sólo el frente único bajo la forma de bloque de partidos, o bajo la forma de partidos que agrupan a la casi totalidad de la clase obrera, sino incluso bajo la forma de soviets, debe ser considerado desde el punto de vista de la revolución, y no sólo de las “necesidades objetivas”. De lo contrario se convierte a los soviets en un fetiche organizativo, que reemplazaría al programa y a la dirección revolucionaria conscientemente forjada durante años. Se trata de ganar para el partido revolucionario a la mayoría de los soviets (Lenin se planteó, incluso, durante un breve período, construir nuevos soviets contra los de los mencheviques —ver Lecciones de Octubre, de Trotsky y Acerca de las consignas, de Lenin, por qué bloqueaban la revolución).
El CI considera al FUO como una abstracción y, en la práctica, como un problema de maniobras que facilitaría el crecimiento de los revolucionarios. Se trata de todo un agujero metodológico. La razón es que el CI carece de un programa, más aún no plantea que es éste la cuestión nodal del frente único. Olvida que un frente único es un factor de lucha o de freno según su programa. Se debe luchar por el frente único con un sistema perfectamente claro y delimitado de reivindicaciones, derivado de la situación histórica general y de la situación particular del momento.
Ya vimos que la OCI habla de "liquidar la V República”, pero es incapaz de decir en qué consistiría esta "liquidación” -de otro modo sí sabría claramente por qué Mitterrand no es un factor de esa “liquidación".
Cualquiera sea el destino “práctico” de una campaña por el frente único proletario, lo que debe asegurarse a toda costa es que la responsabilidad por su rechazo o ruptura caiga sobre las organizaciones contrarrevolucionarias. El valor seguro de la consigna del frente único es que, en cualquier caso, impulsa a que la clase se una para una lucha de clase contra clase. De ahí que el requisito imprescindible de la táctica es que sea impulsada por un programa de combate compuesto por reivindicaciones mínimas y transitorias precisas. El carácter del frente único está dado por su programa; de él depende que sea un frente para la lucha de clases, y no para la colaboración de clases. Llamar a la unidad del frente proletario, no para barrer a la burguesía en las elecciones parlamentarias, sino para “dotar a Mitterrand de los medios para su política” (burguesa y proimperialista); y no usar la campaña para estimular la participación directa de las masas en ella (comités de acción) ni para impulsarlas ya, ahora que todo sí empieza a ser posible, la ocupación de fábricas contra las cesantías y la ocupación general de fábricas (¿cómo descubrir la viabilidad de una consigna si no es lanzándola frente a los problemas concretos que enfrentan las masas?), todo este planteo de frente único "permanente” y “patriótico” de la OCI-PST, es un planteo rastrero ante la burocracia antiobrera, que sólo sirve para echar la responsabilidad del fracaso y ruptura del frente único sobre los que pretenden encamar a la izquierda revolucionaria.
En una carta al POMR (julio 1981), la OCI-PST plantearon su rechazo al frente único con las organizaciones de base de los partidos de masas por considerarlo un obstáculo al frente único con las direcciones de esos partidos.
Aquí está retratado otro aspecto más del carácter capitulador que tiene en este bloque el planteo del frente único en general. Porque una cosa es que un partido oponga el frente único por la base al frente único por las direcciones (como lo hizo el stalinismo en relación a la socialdemocracia en el "tercer período”, 1929-34), otra cosa es que se esfuerce por atraer a las organizaciones de base de los partidos de masas al frente único que es reclamado a sus direcciones. Sostener lo contrario, es cometer el error inverso al del stalinismo, es oponer el frente único por arriba contra el frente único por abajo, transformando en rehenes de las direcciones contrarrevolucionarias a las bases de esos partidos.
Por el contrario, toda la política revolucionaria del frente único, dirigida a las organizaciones de masas tomadas en su conjunto, debe estar concebida para acercar a la lucha de clases intransigente a las bases y organizaciones de base de esas organizaciones, para que también exijan el frente único a las direcciones, ya que así se marcha a la reconstrucción de la unidad proletaria bajo la hegemonía revolucionaria.
Ahora, véase que la OCI-PST plantean que esta táctica de FUO debe también prevalecer en los países oprimidos por el imperialismo.
La primera constatación que se impone es que la unidad de los explotados (obreros, campesinos y pequeño burgueses pobres) en estos países no coincide con, ni está representada por, os partidos que se reclaman obreros. En la mayoría de estas naciones se presenta el fenómeno de la presencia de un movimiento de masas, la mayor parte de las veces mayoritario, el carácter nacionalista burgués o pequeño burgués (estos movimientos se plantean, programáticamente, superar las con contradicciones del desarrollo nacional —no de las contradicciones sociales internas— engendradas por la dominación del imperialismo, prometiendo al proletariado concesiones sociales en un régimen de tutela corporativo o semicorporativo).
Un frente único obrero en estas condiciones significa dejar fuera de la unidad al 95 por ciento de las masas; y no sólo a los no obreros sino también a los obreros, pues estos también siguen a los partidos nacionalistas. Esto no es solo una imbecilidad, es bien peor: como veremos, aparta al proletariado de la lucha antiimperialista y sacrifica la lucha real por el frente único proletario, en la medida en que éste se plantea, y en forma acuciante, no sólo también, sino especialmente, en las naciones atrasadas.
El primer error de fondo de la OCI-PST es considerar que no existen bases objetivas para el frente único antiimperialista, como las que existen para el FUO; por eso el primero sólo podría tener una vigencia coyuntural. Este planteo es de inconfundible filiación metropolitana, refleja los prejuicios de la aristocracia obrera de los países imperialistas contra la lucha antiimperialista (la asimilan a lo que su prensa les cuenta sobre Perón, Nasser, Kadhafi o Abdel-Krim) e, inversamente, es un reflejo del monumental error populista de considerar a los movimientos nacionalistas dirigidos por las capas más plebeyas de la pequeño burguesía como partidos obreros, de modo que el frente con estos sería proletario (Ejemplos: la OCI caracterizó como obreros o cumpliendo función de obreros al MNA de Argelia, al MIR de Venezuela y a fracciones de la UDP peruana; y el PST, como es conocido, caracterizó como partido obrero a la rama gremial del peronismo).
Sin embargo, la base objetiva del FUA y de la lucha antiimperialista en general es, precisamente, la opresión del imperialismo, es decir, la traba que opone al desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas autóctonas de esas naciones, y, por lo tanto, al desarrollo cultural, político y democrático correspondiente. El imperialismo integra a las naciones atrasadas a la economía mundial, pero lo hace bajo el régimen del monopolio, con el objeto de acaparar la totalidad de la plusvalía extraída, lo que significa que esa integración aísla a la nación oprimida de la circulación económica mundial tomada como un todo. Las reivindicaciones de independencia económica y política expresan la necesidad de romper esta monumental traba al desarrollo nacional (burgués) de estos países. En la medida en que, debido a las luchas interimperialistas, a las crisis del imperialismo y a las guerras, el desarrollo de estos países ha desbordado, aunque no quebrado, los límites impuestos por las metrópolis, se ha planteado una lucha encarnizada por parte del imperialismo para liquidar las conquistas democrático-burguesas de las naciones oprimidas. Esto se puede ver en a brutal penetración imperialista en el campo, en la expulsión de millones de campesinos de sus tierras (la creación de una enorme masa de trabajadores sin empleo alojados en las villas miserias, favelas, poblaciones, barracas, etc.), la monopolización de las ramas de cultivos agrícolas comercializados ínter- nacionalmente, la ruina de la producción de alimentos y la dependencia de los monopolios que se ha creado para abastecer el déficit de esos alimentos. Toda esta circulación económica gira en torno a un mismo grupo de monopolios que se han dividido el mercado mundial. Otro ejemplo es la división del trabajo internacional introducida en el seno de un mismo grupo monopólico, de modo que lo que se registra como exportaciones e importaciones industriales de las naciones atrasadas no es más que una circulación contable dentro de una misma empresa. Estos son manifiestos casos de aislamiento de las naciones atrasadas de la circulación económica mundial, que se opera en nombre de la integración económica internacional y de la interdependencia.
Tenemos todavía el fenomenal mecanismo confiscatorio de la deuda externa, que se abulta con sucesivas renegociaciones, lo que viene a resultar en el acaparamiento creciente de la riqueza nacional por un puñado de grandes bancos -que monopolizan la “integración mundial" de las naciones atrasadas, a expensas de toda otra relación económica con el mercado mundial, y que imponen una determinada compartimentación de la producción de las naciones atrasadas, pues está en manos de ese capital financiero la distribución de cartas en el mercado mundial. Sin pretender agotar esta cuestión, hay que terminar señalando la fantástica ofensiva lanzada por el imperialismo para desmantelar sectores enteros de la burguesía agraria e industrial nacional (Argentina, Chile, Uruguay, Perú), con el objeto de quedarse con la totalidad de la plusvalía extraída.
Es por esto que la lucha por la emancipación nacional de las colonias y de las semicolonias no se reduce, ni concluye, con la reivindicación de la independencia formal, tan cara a la democracia burguesa formal (hipócrita). Se trata de abolir todas las cadenas políticas y económicas que someten a las naciones atrasadas al imperialismo, es decir, de confiscar al gran capital imperialista y realizar la revolución agraria. Para los llamados “socialistas puros" la lucha por estos objetivos no sería una lucha nacional sino directamente socialista, lo que significaría concluir que las naciones atrasadas del mundo podrían, por sus propias fuerzas, '‘implantar" el socialismo o, en su defecto, condenarse a un larguísimo período de opresión nacional. La cuestión, correctamente planteada es ésta: la realización revolucionaria de las tareas de emancipación nacional superan el marco de la democracia burguesa y plantean la revolución permanente.
Todo el régimen de miseria, de dictadura, de represión, de asesinatos, de mortalidad infantil, de oscurantismo cultural, de analfabetismo, de enfermedades endémicas, de alcoholismo y de embrutecimiento, que caracteriza a las naciones atrasadas, está determinado, fundamentalmente, por la opresión imperialista.
¡Y el bloque “trotskista" PST-OCI nos decía, en sus “tesis” que no existen razones objetivas para realizar la unidad del frente antiimperialista!
Pero la necesidad de realizar la unidad del frente antiimperialista, es decir, la necesidad de que el partido obrero revolucionario tome posición ante la necesidad de la lucha contra el imperialismo y ante la tendencia de las masas a la unidad contra el opresor nacional, no agota el problema relativo a la formulación de la táctica del frente único antiimperialista. Es que junto a lo anterior se plantea el problema de que la burguesía de las naciones atrasadas es incapaz de llevar a término la emancipación nacional y busca, por todos los medios, por temor al proletariado y al levantamiento agrario, el acuerdo con el imperialismo. Como la victoria completa de la revolución sólo es posible, entonces, bajo la dirección del proletariado —lo que plantea su gobierno y su régimen político, la dictadura del proletariado— se plantea la lucha interna contra la burguesía nacional; lucha interna contra los intentos de ésta de negar al proletariado sus propias aspiraciones en la lucha contra el imperialismo (democracia política, libertad de organización, protección social, jornada de 8 horas y elevación radical de su nivel de vida, armamento del pueblo), y lucha interna por desenmascarar los compromisos de la burguesía con el imperialismo, sus vacilaciones y su engaño sistemático del pueblo, especialmente cuando se encubre con la bandera del socialismo o de la “tercera posición".
El punto de partida de la táctica del frente antiimperialista es, precisamente, la más implacable crítica a la burguesía nacional, la más nítida demarcación de las fronteras de clase, la lucha más tenaz por acabar con su influencia entre las capas pobres de la nación.
En toda la literatura de la OCI-PST no se encuentra una sola palabra sobre los fines propios del frente antiimperialista, es decir, sobre el programa que lo define como realmente antiimperialista. Se habla de acuerdos prácticos, circunstanciales, como si esto solo asegurara el carácter revolucionario del frente y no pudiera ser el disfraz del seguidismo. La consigna del frente único antiimperialista va dirigida a todas las fuerzas que se encuentran en oposición al régimen existente de opresión nacional -sean oposiciones semirevolucionarias, pequeño burguesas cobardes o capituladoras- pero sobre la base de un programa de lucha, revolucionario, para el derrocamiento de ese régimen y la realización de las reivindicaciones nacional- liberadoras, manteniendo la más rigurosa independencia política y organizativa. A la inversa, luchamos contra todo frente que simule una oposición real al régimen presente y que levante un programa de compromiso con el imperialismo y la reacción interna.
La unidad antiimperialista no tiene nada que ver con ponerse a la cola de la burguesía; su eje es la lucha práctica de masas para derrocar al régimen presente.
La táctica del frente antiimperialista tampoco se reduce a postular un determinado bloque político de lucha. Antes que nada, y por sobre todo, debe servir para arrancar al proletariado del estrecho círculo de sus intereses corporativos, para orientarlo a ocupar el puesto de vanguardia contra el imperialismo y sus agencias políticas. La primera condición para la realización de la unidad revolucionaria antiimperialista, consiste, justamente, en que el proletariado y su partido se coloquen a la vanguardia de la lucha nacional. Con independencia de que la burguesía o sus representantes pequeño burgueses puedan ser forzados a integrar un frente revolucionario común (y a este frente sólo pueden venir forzados), la consigna de frente único antiimperialista tiene el inestimable valor de orientar al proletariado a ponerse a la cabeza de las masas oprimidas de la nación, desenmascarando la cobardía de la burguesía nacional.
El interés estratégico que tiene el proletariado en el FUA es que debería servir para ganar a las masas pequeño burguesas pobres y a la mayoría del propio proletariado a la revolución. Pero esto no significa que sea correcto reducir el planteo frentista a los partidos pequeño burgueses, es decir, exceptuar a los burgueses. Primero, porque allí donde la masa pequeño burguesa y parte del proletariado siguen políticamente a los partidos burgueses democráticos o nacionalistas (peronismo, Multipartidaria), propugnar un frente exclusivo con partidos pequeño burgueses no nos acerca sino que nos aleja de la finalidad de emancipar a las masas de la tutela burguesa. Segundo, porque allí donde los partidos pequeño burgueses predominan, estos actúan como apéndices de, o en forma vacilante, ante, la burguesía nativa; hay que desnudar la falta de voluntad de lucha unida de ésta para atraerse a la pequeño burguesía, y no permitir que sea la burguesía quien nos acuse de un sectarismo encubridor de pasividad. Se trata, como se ve, de un problema esencial de método, para luchar en los hechos, y no sólo de palabra: por la hegemonía del proletariado. Un ejemplo de cómo no hay que plantear el FUA es lo que hicieron el PST y el POMR de Perú, que plantearon un ultimátum para que se retire de la ARI un sector del velazquismo (mientras se admitía a los demás velazquistas travestidos de ¡marxistas-leninistas!), en lugar de plantear un programa claramente revolucionario de carácter antiimperialista, forzando al aislamiento o autoexclusión de los arribistas velazquistas y, con esto, al aislamiento del stalinismo que los sostenía.
El frente único antiimperialista no es un bloque sin principios con la burguesía sino el más contundente instrumento para desenmascararla, en el mismo momento en que ella está efectivamente, en los hechos, diariamente, engañando al pueblo con promesas de lucha que nunca se cumplen, pues son un chantaje demagógico al imperialismo. La cuestión es siempre el programa y la denuncia de los partidos burgueses. No criticamos al FSLN por el hecho en sí, en abstracto, de haber un frente con la Chamorro y con Robelo; los criticamos porque este frente con los agentes democráticos y antisomocistas del Departamento de Estado tuvo por programa el no desmantelamiento del ejército de Somoza (propósito que la insurrección luego frustró), la limitación de la reforma agraria y un pacto de coexistencia con el imperialismo en América Central —y esto en vísperas de la insurrección, cuando todas las cartas estaban en manos del FSLN. No es la falta de crítica lo que puede atraer a la burguesía al frente antiimperialista revolucionario, como tampoco es la crítica la que la ahuyenta de él, ni la que la empuja a combatirlo encarnizadamente. La burguesía viene al campo de la revolución, o se pasa a la contrarrevolución, por la presión de sus propios intereses de clase. El proletariado tiene que explotar en su propio beneficio las contradicciones entre la democracia burguesa y la reacción imperialista, de modo que el impulso que se dé al movimiento de masas tenga un vigor y una caridad de objetivos tan amplios que las inevitables oscilaciones y traiciones de la burguesía sean incapaces de frenar el movimiento de la revolución como sí ocurriría en los casos de no intervención de los revolucionarios en el aprovechamiento de esas contradicciones, pues ello tiene por consecuencia debilitar el impulso hacia arriba de las masas, o su endeudamiento político a la dirección de la burguesía.
Una tesis sobre el frente revolucionario antiimperialista debería integrar la experiencia de la lucha de los pueblos coloniales y semicoloniales, y no sólo las lecciones de la intervención de la III Internacional sino también de la IV Internacional, o de los que se reclaman de ella. Es evidente, de todas maneras, que hay que saber adaptar esta táctica a las características de los diversos países, a las diferentes situaciones políticas y, en particular, al grado de diferenciación social y política entre la burguesía y el proletariado. Existen países donde la reacción política está en el poder bajo la forma de una dictadura militar proimperialista, mientras que en otros es la burguesía democratizante la que se encuentra en el gobierno (aún dentro de éstos hay que distinguir entre aquellos gobiernos que se asientan, dadas circunstancias especiales, en acuerdos relativamente estables con el imperialismo —como ha estado ocurriendo en Venezuela— y aquellos completamente inestables, que han fracasado en lograr un compromiso con la reacción interna —como los gobiernos constitucionales argentinos desde 1958). La presencia de gobiernos democrático-burgueses es un factor que debe ser explotado a fondo, porque al estrecharse el compromiso de esta burguesía con el imperialismo, tiende a abrirse una crisis entre ésta y la pequeño burguesía, como en general, tiende a ocurrir con cada paso que la burguesía da hacia el campo del imperialismo. El ángulo de ataque a esos gobiernos debe ser sus vacilaciones hacia el imperialismo y su irresistible tendencia al compromiso con éste. Se prepara el terreno, así, para el frente antiimperialista con la pequeña burguesía, y, no sólo esto, sino que se explotan las divergencias y hesitaciones dentro del gobierno democratizante, en situaciones de amenaza golpista, para facilitar el pasaje de algunos de sus sectores a un bloque de resistencia con el proletariado, o para paralizar los intentos del gobierno de ocultar la inminencia del golpe, ocultamiento concebido para frenar una intervención de las masas. Esta línea de intervención debe servir, por sobre todo, para una agitación dentro del ejército, con la finalidad de ganar algunas posiciones vitales en su seno entre la tropa, la suboficialidad y en algunos casos, la propia oficialidad. Ni qué hablar del valor de esta línea de ataque en los casos de gobiernos militares nacionalistas.
Hemos dicho más atrás que la cuestión de la unidad proletaria, lejos de perder su valor en los países atrasados, se transforma en una cuestión decisiva —a condición, claro está, de vincularla a la cuestión del frente antiimperialista como táctica que incita al proletariado a encabezar la lucha antiimperialista y que disputa al nacionalismo pequeño burgués la dirección de la revolución.
Para el PST-OCI hay que buscar el frente político con los partidos obreros con fidelidad "patriótica”, y desechar el frente antiimperialista para coyunturas excepcionales. Se propone, de esta manera, un frente del 0,5 por ciento de la clase obrera con un programa de lucha anticapitalista. Los sindicatos nunca entrarían en este frente obrero, pues de él se excluyen a las direcciones nacionalistas, a las que pertenecen las direcciones de los sindicatos. Se encierra, en esta táctica, al proletariado en el círculo de sus más estrechos intereses de clase, lo que viene como anillo al dedo al nacionalismo burgués, que no quiere para nada ver a los obreros haciendo política revolucionaria. Se renuncia a luchar por la dirección de las otras clases oprimidas, pues los intereses de éstas (la tierra por ejemplo) no entran en el círculo de las reivindicaciones anticapitalistas. Se renuncia a explotar y aprovechar las contradicciones entre la democracia burguesa y la reacción, pues en un planteo de clase contra clase, de frente obrero contra frente burgués, la democracia burguesa y la reacción burguesa integran un único bloque reaccionado. Se aísla radicalmente al partido revolucionario, pues los otros partidos obreros, ahí donde existen, no están interesados en, ni están sometidos a la presión de, estructurar un frente obrero (la presión de la mayoría oprimida se dirige a la unidad al frente antiimperialista). Se le hace el juego a tales partidos obreros, en especial al stalinismo, que buscan integrarse como cola en el frente democrático, pues les resulta fácil rechazar la pretensión de estructurar un frente sectario y hacer caer la responsabilidad del divisionismo sobre los trotskistas. La política del frente antiimperialista es, por el contrario, un arma fantástica para luchar contra el menchevismo stalinista, pues sirve para responsabilizarlos no por su frentismo tomado en sí, sino por su seguidismo; no por su "antiimperialismo" sino por su traición a la lucha contra el imperialismo, al subordinarla a los límites del nacionalismo burgués. El morenismo jamás propuso un frente obrero en Argentina desde 1950, pero dijo sí a todos los frentes democráticos: peronismo, bloque de los 8 y Multipartidaria. Antes de 1950 propusieron el frente PS-PC contra el peronismo, pero luego descubrieron que ese era un frente proimperialista de Washington (PS) y Moscú (PC) contra el nacionalismo burgués. El frente "obrero” en Perú (PST-POMR) fue una triste farsa, cuyo "mérito” consistió en aniquilar electoralmente a Hugo Blanco y en entregar el ARI a prosoviéticos y prochinos.
La unidad proletaria tiene, por el contrario, una importancia fantástica cuando se plantea de modo que sirva para que el proletariado conquiste una posición autónoma y dirigente en pi frente antiimperialista. Esa unidad proletaria es la lucha por construir sindicatos, comités de fábricas, centrales obreras comités de huelga, soviets, e, incluso, partidos obreros independientes. La opresión nacional es una forma de explotación capitalista, que coexiste con muchas otras formas capitalistas, más o menos antinacionales. Contra esta explotación el proletariado necesita de su unidad, con independencia de las diferencias raciales, políticas, culturales, religiosas o nacionales (casos como Sudáfrica Israel, etc. deben discutirse aparte). Esta unidad es; un factor que mina, objetivamente, es decir, con independencia de sus direcciones proburguesas, el ascendiente del nacionalismo sobre el proletariado Permite crear un terreno común fundamental entre los obreros con conciencia de clase y los que siguen al nacionalismo -pues el más atrasado de estos puede ser ganado fácilmente a la idea de la organización obrera contra el capital. Es un arma poderosa para desenmascarar a los agentes del nacionalismo en el movimiento obrero, ya que las más de las veces estos agentes son llevados a jugar el papel de rompehuelgas y vendidos, en beneficio de la política de los capitalistas nacionales. El valor inestimable de la lucha por la unidad proletaria se pierde miserablemente cuando los que combaten por ella son enemigos de la unidad del frente antiimperialista. Porque al ser acusados de despreciar la lucha por la emancipación nacional, su ascendiente en la clase se debilita y el de los burócratas nacionalistas se refuerza; porque al no combatir a la burguesía en el terreno del antiimperialismo, se permite que ésta continúe engañando al proletariado y reforzando su ascendiente sobre él; porque al no luchar por el frente político antiimperialista, se confina a los sindicatos al tradeunionismo, es decir, se bloquea el desenvolvimiento de su conciencia de clase, se contribuye a la consolidación de una tendencia a la aristocracia obrera alimentada por concesiones estatales, se facilita la intervención del Estado en los sindicatos a través de políticas de protección social que satisfacen el 80 por ciento de las reivindicaciones corporativas El aguinaldo de Perón, en 1945, y el salario mínimo de Vargas antes y después de 1937, hicieron más por el control estatal dé los sindicatos que todos los esfuerzos de los trotskistas argentinos y brasileños por contrarrestarlo a través del frente único proletario, entendido como la táctica "patriótica” del frente con el stalinismo o los PS. Los sindicatos, centrales obreras v soviets proletarios deben ser orientados a jugar un papel de liderazgo en el frente antiimperialista, aprovechando su inmensa autoridad de masas. Ayuda al obrero nacionalista a pasar de su condición de un obrero burgués a un obrero con conciencia de clase. La experiencia de la Federación Sindical Minera y de la Central Obrera Boliviana es bien ilustrativa. Eso sí, para esto hay que huir como a la peste de la línea fundamental de la OCI en los sindicatos, que es la de no intervenir en ellos cuando no están dirigidos por un burócrata independiente puro, como por ejemplo el antiobrero, anticomunista y proimperialista Bergeron de Fuerza Obrera de Francia, y que es la de “no hacer política”, cuando se decide hacerlo.
Allí donde se combinan un conjunto de circunstancias, a saber, la inexistencia de un real partido revolucionario, un ascenso obrero que choca con el nacionalismo burgués, un pirncipio de crisis entre los sindicatos burocráticos (y dentro de ellos) y la tutela del Estado o el nacionalismo, el problema de la unidad proletaria y de su independencia de clase, puede plantearse bajo la forma de la lucha por un partido obrero independiente. La utilidad de esta consigna está relacionada con la comprensión de que, en este caso, debe lucharse para que sea un real partido de clase y no una forma disimulada del nacionalismo o democratismo pequeño burgués (ver en este número el artículo sobre la izquierda brasileña y el PT).
Pero la bancarrota política del bloque OCI-PST no se reveló i sólo en su oposición antirrevolucionaria al frente antiimperialista revolucionario y en su defensa vacía y también antirrevolucionaria del frente proletario, tanto en los países imperialistas como en los dominados. La contradicción entre el hecho de plantear el frente proletario en las naciones atrasadas, mientras en la práctica nunca aplicaban esa táctica y sí la del frente popular de colaboración de clases (Bolivia, Argentina, El Salvador, Uruguay) tuvo que explotar de alguna manera en el CI, y explotó, efectivamente, en una forma en donde la lucha faccional y las ideas políticas se mezclaron de tal manera, que concluyeron confundiendo a los propios hechiceros, desatando el desbande final. Esta crisis terminó por poner de relieve que el PST-OCI tenía guardada en su gaveta una concepción bien definida del frente antiimperialista, y que esta concepción no era la del trotskismo sino la del stalinismo.
En una reunión de la dirección del CI ("Correspondencia Internacional”, julio-agosto 1981), la OCI hizo, aparentemente, una precipitada movida de peón, y mandó a uno de sus dirigentes a tomar la palabra sobre el frente único antiimperialista, en un planteo que era una revisión completa y absoluta del planteo de las “tesis” de base del CI, las que sólo admitían el frente proletario, reservando el antiimperialista para los feriados nacionales (no es chiste: los dirigentes del PST argentino son los campeones nro. 1 de cantar el himno nacional, y, en otra época, los más enfervorizados cantores de la marcha peronista). Este hecho, aparentemente “teórico”, estaba ligado a las dificultades para la fusión entre el PST y el POMR en Perú, pues este último levantaba como obstáculo su acuerdo con el frente antiimperialista. El peón movido por la OCI alentó otra movida en el tablero, pues inmediatamente el POMR sacó un documento sobre el frente antiimperialista que paró la unidad.
A su vez, Moreno (en ese mismo número de la “Correspondencia”), calificó al discurso del primer peón como completamente revisionista (lo que constituye nuestro único y gran acuerdo con Moreno en las últimas dos décadas), y se encargó a Andrés Romero, del PST, la redacción de una respuesta, que salió en octubre. La crisis desatada dentro de la dirección del CI y en Perú, provocó el pánico en la dirección de la OCI, la que, siguiendo la máxima sagrada de estos parisinos, a saber, de que ninguna maniobra debe ser sacrificada a la defensa de una idea, mandó a Lambert volando a Bogotá para pedir perdón a Moreno. El resultado fue que entre el mencionado peón y estos dos reyes, sacaron un violento documento contra el POMR, donde los de la OCI tienen la vergüenza de decir lo contrario de lo que dijeron en la reunión del CI mencionada, sin la menor autocrítica y echándoles la culpa de su pésima posición en el tablero a la movida de los peones peruanos, cuando la causa real había sido la primera movida del peón que los instigó y alentó.
Este "incidente” sirvió, sin embargo, para que la OCI y el PST escribieran detalladamente sobre el FUA, primero en aparente divergencia (primer peón), y, luego, e P unidad, cuándo atacaron al POMR. Lo que surge e tos no es sólo el frente popular, ¡es el frente popular con la reacción!
El discurso ya mencionado del representante de la OCI tiene tres ideas principales. La primera es que en tanto sigan vigentes las tareas democrático-burguesas es legítimo un frente con la burguesía. Detengámonos en ella.
Deducir del hecho general de la vigencia de tareas democrático-burguesas el bloque con la burguesía, significa
considerar a esta como progresiva en relación a la lucha por las tareas de la emancipación nacional; velar, tanto su tendencia al acuerdo con el imperialismo como el acuerdo efectivo que ha ya alcanzado con este a cambio de algunas migajas de autonomía formal; y la inevitabilidad de la traición constante de la burguesía, precisamente en la llamada “lucha por las tareas democrático-burguesas”. Del yugo con todo rigor, así como de las tareas pendientes es la necesidad de desenmascarar a la burguesía nacional que se disfraza de víctima de ese yugo y de abanderada de la liberación. El planteo frentista correcto no parte de las tareas democráticas en abstracto, sino e a necesidad de unir a las masas explotadas en una lucha revolucionaria contra el imperialismo: de la necesidad de aprovechar las contradicciones entre la democracia y la reacción, por tibias que sean, para ampliar la agitación contra el régimen existente, y, fundamentalmente, para comprometer a los ojos de las masas a la burguesía, desnudar su cobardía y su doblez, separar a las masas de ella, y ganar la hegemonía de la revolución para el proletariado. Postular la legitimidad y, por lo tanto, la necesidad del bloque con la burguesía en nombre de tareas democráticas que serían comunes, significa poner un signo igual entre el programa democrático de los explotadores y el de los explotados, y reducir a la nada las diferencias capitales entre ambos. El único programa que puede servir para el frente antiimperialista revolucionario es el de la sección de las reivindicaciones democrático-revolucionarias del programa obrero, y el de las acciones prácticas que aproximen la lucha de las masas nacía e objetivo de derrocar al régimen presente y destrozar la dominación de la oligarquía y el imperialismo. Decir que, porque a revolución es burguesa hay que hacer un frente con la burguesía, no es diferente de la tesis menchevique —la revolución es burguesa, entonces la dirección le corresponde a la burguesía. La regla marxista: apoyar todo movimiento contra el régimen de opresión existente -con nuestros métodos, en función de nuestros objetivos y explicando las limitaciones de ese movimiento— se transforma en el discurso del representante de la OCI en: hagamos un bloque compacto con la burguesía por los objetivos democráticos comunes. Como se ve, el “incidente arroja una enorme luz sobre la real posición de los campeones del frente proletario, y esta real posición concuerda, exactamente, con la política del frente popular que
han aplicado en América Latina.
Pero prosigamos con la segunda idea.
Esta reza así: a diferencia de una disputa entre dos sectores capitalistas de la burguesía imperialista, "sí se puede conformar un bloque con un sector de la burguesía (colonial y semicolonial) cuando existe una disputa por la "ubicación en el mercado" (con el imperialismo) (discurso mencionado, "Correspondencia Internacional").
Aquí la causa de la burguesía indígena es abrazada toda entera, no ya contra el rival imperialista sino contra el proletariado. La lucha por el mercado es la lucha por el acaparamiento de la plusvalía extraída y por tanto, presupone y refuerza la explotación de la clase obrera. En este punto, contra el programa burgués de "ampliemos nuestra participación en la plusvalía extraída”, el programa de la clase obrera es por la abolición del régimen de explotación capitalista, la expropiación e expropiadores, el fin del asalariado, el socialismo.
El partido obrero revolucionario no hace sino traicionar causa histórica y sagrada del socialismo si no libra una lucha sistemática contra el capitalismo y contra las utopías pequeño burguesas, mostrando que el desarrollo del régimen presente, incluso en los países atrasados (puesto que éstos han madurado con extraordinaria rapidez gracias a que han sido integrados por el imperialismo, con sus métodos, al mercado mundial), conduce a la dictadura del proletariado y al socialismo mundial. En una lucha por la masa relativa de plusvalía, el proletariado no toma partido por ninguna fracción, por semicolonial que sea, del capital mundial, sino que la denuncia como la forma inestable, anárquica, brutal, de existencia del modo de producción capitalista que se trata de abolir. Las contradicciones entre la burguesía de un país oprimido y la de un país opresor (e incluso entre la pequeño burguesía y el imperialismo) interesan al proletariado sólo por su proyección política, cuando es una lucha política, ya que, sólo en este caso, se plantean problemas fundamentales para el desarrollo político del proletariado (democracia, libertad de organización, protección del trabajo -pues un obrero aniquilado en la jornada fabril no puede participar en la vida política ni en la lucha por la emancipación de su clase). El fondo de esta lucha política es económico, es la plusvalía, pero es solamente en el terreno político que el proletariado puede arrancar las modificaciones y los derechos que atenúen la intensidad de su explotación y le permita desenvolver su propio futuro.
En el augusto recinto del Consejo General del CI se sostuvieron estas posiciones, indignas incluso de un burócrata sindical, y no sólo no se las refutó en el momento, sino que es exactamente lo que se conservó, cuando Moreno y Lambert “superaron” el “incidente” mediante la carta al POMR (es decir, a expensas del POMR, una vez más forzado a humillarse con una retractación).
Veamos lo que dice esta carta firmada por tres astros de la revolución mundial:
“Aceptamos (sic) de manera excepcional en algunos países y en algunos momentos (“normalmente” somos patriotas del frente proletario) cuando las condiciones políticas lo exigen (¿cuáles? ¿o ese es un secreto reservado al papado bicéfalo de Paris-Bogotá?), acuerdos contra el imperialismo con el nacionalismo burgués porque (ahí está, ¿por qué?) en un país oprimido por el imperialismo la burguesía es una clase explotadora, ‘semi-oprimida’, es decir que no tiene la libre disposición de la plusvalía arrebatada en su país, de la cual el imperialismo se apropia de la mayor parte” (17/6/81). ¡Pobre burguesía nacional que no puede disponer libremente de la plusvalía! Porque si pudiera ¡cuántas obras de beneficencia tendríamos! ¡Proletarios y campesinos pobres de todos los países oprimidos, uníos por el derecho de la burguesía a la libre disposición de vuestro trabajo, de vuestro sudor y de vuestra sangre! ¡Dios mío que no existes, qué bancarrota!
Prosigamos, ahora con la tercera idea que, por el antecedente de las otras dos, tiene que culminar en una catástrofe sin precedentes.
El lector menos avisado se tiene ya que haber dado cuenta que los dos primeros planteos reunidos tienen una sola conclusión política: el bloque permanente, histórico, superpatriotico, con la burguesía nacional, lo que equivale a decir, su disolución en esta. Este es el paso que se franquea en la tercera idea sin el menor rubor. Véase.
“Un día la burguesía nacional en el poder es agente del imperialismo, no tiene el menor roce con él; entonces, nosotros decimos, abajo ese gobierno reaccionario. Pero entonces el gobierno resuelve nacionalizar o expropiar ciertas empresas imperialistas, llama a los obreros a organizarse en sindicatos y persigue a los elementos vinculados al imperialismo extranjero. Quizás los obreros que antes nos escuchaban se alejaran de nosotros y se volverán directamente hacia ese partido nacionalista burgués” (“Correspondencia Internacional” nro. 10/11). Fantástico, no debemos decir nunca “abajo un gobierno burgués”, así sea el representante de la reacción, el “agente del imperialismo”, porque de repente éste nacionaliza… y nos quedamos sin el pan y sin la torta. Como sólo obtiene frutos quien persevera en su trabajo, el discursante de la OCI recomienda: no "bambolearse" (textual), es decir, no criticar un día y alabar el otro, no, sino seguir siempre una línea recta, la de la ruta trazada por la burguesía, no importa ahora que no sea democrática o que no se preocupe por la "libre" disposición de la plusvalía ("agente del imperialismo” preferirá la seguridad de una sumisión dorada a las vicisitudes de un importuno reclamo), lo que importa es pegarse a ella con tesón y mucho sacrificio (sacrificio para los infelices que aceptan esta recomendación, no para los que se prodigan en aconsejarla desde ambas márgenes del Sena).
Si se mira esta aterradora conclusión de la OCI con toda seriedad, que es como debe hacerse, se verá que no tiene ni un Pelo de descabellada, y que mucho antes llegó a ella una poderosa fuerza internacional, el stalinismo. El discurso de la OCI es la explicación de por qué el PC argentino apoya a Videla- Viola-Galtieri, siendo que la dictadura rioplatense es la representación de la reacción política. El stalinismo está alineado estratégicamente con la burguesía nativa y no puede desertar de esa alianza ni en los ratos en que toda esa burguesía apoya a la contrarrevolución contra las masas. Cuando el frente contra¬rrevolucionario se escinde, el stalinismo busca tener un pie en cada lado -Multipartidaria y dictadura- y propugna el "go¬bierno cívico-militar". Si decir "abajo ese gobierno reaccionario" es "bambolearse”, se concluye que la OCI está en contra de la consigna de "abajo la dictadura” en Argentina y en Chile, por ejemplo. Aquí se ve la hilacha de los que tuvieron la desvergüenza de denigrar a nuestro heroico partido, PO, con la especie de que sería lacayo de Videla y Pinochet.
No hay "cambio de frente” de las burguesías indígenas, decía la OCI en el viejo CORCI, "discutiendo” con PO, quien llamaba la atención sobre estos giros para no dejarse sorpren¬der con ellos, y para denunciar ante las masas el carácter diversionista de tales virajes, cuyo propósito es confundir y armar nuevas trampas "democráticas” a los trabajadores. Sí que hay "cambios de frente” -dice, ahora, el vocero de la OCI- pero esto significa que no tenemos que inmutarnos, ni decir "abajo el gobierno reaccionario” cuando triunfa un golpe proimperialista.
¡Claro Moreno que todo esto es el colmo del revisionismo, pero no basta con decirlo, hay que demostrarlo; no basta con demostrarlo, hay que ser fiel a esa demostración -y no mandar cartas revisionistas al POMR; y no basta con mandar cartas correctas, hay que ser fiel a esa línea en Bolivia, Argentina, Uruguay, El Salvador, la Brigada —y bajo Perón, Aramburu, Frondizi, Guido, Illía, Onganía, Lanusse, Cámpora, Perón- Isabelita y Videla-Viola!
El "incidente” permitió conocer también una versión más "depurada” del FUA en la versión del PST (aparte de la mencionada carta). Es un artículo en respuesta al discurso de la OCI, firmado por Andrés Romero. Este artículo no critica ninguna de las afirmaciones del discurso que hemos citado, lo que equivale a que ha dejado pasar lo esencial de la supercapituladora posición de la OCI, y esto ya dice mucho sobre el carácter vacilante de la crítica del representante del PST respecto a la burguesía nacional.
El planteo de Romero puede resumirse así: la burguesía y los partidos no luchan contra el imperialismo; "la burguesía -cita a Trotsky- participó en la guerra nacional como un freno interno”; la lucha efectiva contra el imperialismo exige derrotar la colaboración del nacionalismo burgués o pequeño burgués con el imperialismo; la burguesía nacional está entrelazada con el imperialismo. Consecuencia: la táctica correcta es el frente único proletario.
Pero -dice Romero (y este “pero” es toda una definición política)- a veces "algún sector de la patronal puede verse obligado a luchar realmente contra el imperialismo” (subrayado nuestro); a veces, las “organizaciones nacionalistas están empeñadas en una confrontación real (con el imperialismo) (de nuevo, el mismo subrayado nuestro). Para estas veces, prosigue Romero, planteamos el FUA táctico y. “aun así – nos advierte- permanecemos alertas para detectar el momento exacto en que (las organizaciones nacionalistas) dejan de ser progresivas" (subrayado nuestro).
En estas líneas no sólo se presenta una idealización y un embellecimiento de la burguesía nacional. Al justificar al FUA por la lucha real de la burguesía (y real quiere decir consecuente, quiere decir partidaria incluso del armamento de las masas y de la insurrección) lo que se está haciendo es plantear el FUA de un modo pasivo, no como una exigencia a las direcciones nacionalistas para desenmascararlas, sino como un sumarse a ellas en el propio terreno burgués y con los propios métodos de ella, que, si no son métodos revolucionarios constituye una capitulación en toda la línea del partido obrero revolucionario, y que, si lo son, constituye el desmentido total de todos los pronósticos de ese partido obrero sobre el carácter frenador de la burguesía, con el consecuente y correspondiente desprestigio político.
La única oposición real que puede emprender la burguesía contra la reacción, aún la más audaz, es una oposición vacilante dirigida simultáneamente y, en general, preferentemente contra el proletariado. Tomada en su conjunto se trata de la política de una clase históricamente caduca, incluso por referencia a las tareas pendientes de emancipación nacional. Olvidar esto es marchar al desastre. Pero lo que importa distinguir aquí es que en el caso de una situación de choque con la reacción, por tímido que sea, la burguesía opositora tiene un carácter democrático, aspecto que puede ser decisivo en un momento determinado. Es esto lo que hay que explotar, y no tejer ilusiones sobre la lucha real. Que se trata de un aspecto del carácter de la burguesía, y que este aspecto está relacionado a circunstancias políticas precisas, lo demuestra el hecho de que esa misma burguesía se alinea en el campo de la contrarrevolución en la medida en que se va afirmando la independencia del proletariado (los partidos de la Multipartidaria y el stalinismo apoyaron el golpe de 1976).
La situación de partida en la mayoría de las naciones atrasadas es la hegemonía de la burguesía sobre las masas. Contraponer a este hecho el frente único proletario, sin que las masas hayan superado, por medio de su experiencia, al nacionalismo, es construir castillos en el aire, buscando un imposible acuerdo exclusivo con el stalinismo. De lo que se trata es de desenmascarar que el nacionalismo no lucha siquiera por lo que propone, y para eso es necesario plantear la exigencia del frente revolucionario antiimperialista como método de combate por las reivindicaciones nacionales. La táctica frentista revolucionaria procura explotar la cobardía y las vacilaciones de la burguesía; busca explotar, además, para el desarrollo de la agitación más vasta posible, todos los choques y roces de la burguesía con el imperialismo, y que son completamente inevitables dado el carácter de las naciones oprimidas; y se propone principalmente, por medio de esta acción, estimular al proletariado a salir de la preocupación limitada de sus intereses inmediatos para encabezar la lucha contra el imperialismo.
Romero se reserva para ciertas coyunturas su idealización de la burguesía, y cree que con eso circunscribe, cuando en realidad amplía, el alcance de su glorificación. Es que son, precisamente, esas coyunturas los momentos decisivos de la lucha, las “situaciones revolucionarias”, en las que con posiciones como las de Romero se liquidan veinte años de trabajo en un minuto.
Romero enfatiza el caso de una lucha real de la burguesía, pero no nos dice nunca en qué consiste esa lucha real. ¿En el momento oportuno lo decidirá el comité ejecutivo? Es un vasto campo de ilusiones el que se ha abierto ante el nacionalismo burgués.
Romero repite también una vieja cantinela menchevique que Stalin retomó para justificar el bloque de las cuatro clases: lo de detectar el momento exacto en que la burguesía deja de ser progresiva o traiciona. Ese momento sólo se detecta en la cárcel o en el cementerio, porque la burguesía no manda prea- viso. Para no ser sorprendidos por un cambio de frente brusco de la burguesía nacional hay una solo regla de oro: ninguna ilusión sobre su llamada lucha real, saber siempre que presionamos sobre una burguesía vacilante para desenmascararla y para quitarle margen de maniobra a su demagogia; y, principalmente, explicar, agitar y convencer de que la forma por excelencia de presión del proletariado sobre todas las clases de la sociedad es no ir detrás de ninguna de ellas y colocarse a la vanguardia del combate junto a sus organizaciones propias, luchar por su propio armamento y aprovechar toda crisis resultante de las contradicciones entre el nacionalismo o la democracia burguesas y el imperialismo, para incorporar masas crecientes a la lucha y apresurar la obtención de los objetivos propuestos.
El PST se esfuerza por formular el FUA de una manera subordinada, pero como el FUA es siempre en la práctica la táctica para luchar contra el imperialismo e imponer la hegemonía proletaria, en esa formulación subordinada están presentes todos los elementos de la capitulación ante los explotadores nativos.
Es por todo esto que el PST plantea, sistemática y permanentemente el frente popular, y sólo en muy rarísimas ocasiones, casi ninguno, plantea el llamado frente obrero.
Preguntamos: ¿y la Multipartidaria constituye una lucha real de la patronal argentina contra el imperialismo? Una de dos. o el PST responde que sí, y entonces sabemos que su real cubre todas las formas de conciliación de la burguesía con el imperialismo, o dice que no, y sabemos que para el PST se trata de hacer cualquier frente con la burguesía, sea real o no su lucha, es decir, un frente no revolucionario sino colaboracionista.
El PST le dice a la Multipartidaria: déjennos entrar porque estamos de acuerdo con la vigencia de la Constitución de 1853, enarbolada por ustedes. La forma pasiva, seguidista y bien educada del planteo frentista salta a la vista. Y el contenido no le va a la zaga, porque la vigencia de la Constitución de 1853 es la base de todas las fórmulas de compromiso entre la burguesía y la dictadura. Nosotros, PO, atacamos a la Multipartidaria por ser un frente conciliador, proimperialista y antiobrero. Explotamos sus contradicciones con la dictadura para lanzar una agitación resuelta por manifestaciones de masas, huelgas políticas y toda acción que pueda conducir al derrocamiento del régimen militar. Utilizamos la agitación creada por la Multipartidaria contra su voluntad, por mínima que sea, para atizar la movilización de las masas. Apoyamos toda acción de la Multipartidaria y sus aliados, como el acto de la CGT del 7 de noviembre en San Cayetano, para transformarlo en una manifestación real de masas, propagandeamos la necesidad del frente antiimperialista y utilizamos el menor paso de movilización de la Multipartidaria (hasta ahora no hubo ninguno) para reclamar un comando de lucha de todas las fuerza antidictatoriales, empezando por los sindicatos y la CGT. Y siguiendo este método luchamos por reconstruir la unidad del frente proletario, planteando la lucha por poner en pie las comisiones internas de fábricas, los sindicatos y la CGT, para echar a los interventores y encabezar la movilización revolucionaria. En esta acercamos al frente con PO a otras organizaciones y para poner en pie un poderoso FUA realmente revolucionario.
Despojada de su barniz patriótico-proletario, la línea del bloque OCI-PST ha quedado clara: frente sin principios con la burguesía, pasividad en la lucha antiimperialista, desprecio por la real vigencia de la unidad proletaria.
La OCI no asimiló estos problemas en el viejo CORCI y, mejor, nunca se interesó por ellos. No saben jugar al fútbol pero creen que pueden gambetearle a la realidad. El desbande ignominioso del CI es la venganza de esa realidad sobre los que pretendieron esquivarla. Un crimen político que no ha quedado impune y cuyo fracaso debe abrir una nueva vía.
La formación del Comité Internacional fue un crimen político contra el movimiento revolucionario de la IV Internacional. Por eso es que su desbande se caracterizó por el desprecio por la lucha de ideas, por la falta de escrúpulos en las maniobras faccionales, y por el manoseo, la división y la liquidación de las pequeñas organizaciones nacionales que a los militantes de éstas tanto costó construir (el ejemplo flagrante es el POMR en Perú). El Comité Internacional se fundió con los mismos métodos con que apareció, es decir la falta de principios.
En general, todo acuerdo político carente de principios (y peor aun cuando se trata de disimular este hecho con “tesis" impostoras, es decir, que no corresponden a las ideas reales de los protagonistas sino a remedos de ocasión) es un crimen contra la vanguardia revolucionaria, por la simple razón de que es un factor de confusión y una fuente de desmoralización ulterior. Qué decir cuando este procedimiento se pone en práctica con todo cinismo y alevosía, como surge claramente del siguiente boletín de la OSI de Brasil (lambertiana) al explicar el método que fue usado para estructurar el que hubiera debido ser el acuerdo de fusión con “Convergencia Socialista" (morenista):
"… cada vez que se presentaba alguna diferencia (en la elaboración del documento) ésta era superada por el camino más fácil: diciendo las cosas por la mitad, no diciendo nada, o colocando de una forma o de otra las dos posiciones" (del documento “Opiniones de la dirección nacional de 'Convergencia Socialista’ sobre el proceso de unificación”, citado en el Boletín nro. 2 preparatorio al V Congreso de la OSI, parte 2).
Corrientes y partidos que proceden de este modo son de una peligrosidad muy particular, porque no exponen francamente sus ideas, las cambian todos los días con la finalidad de obtener beneficios organizativos episódicos, es decir, que se transforman en organismos extraños a los únicos métodos que pueden permitir a la clase obrera progresar. La denuncia de estos grupos por sus ideas debe servir para poner de relieve que carecen de ellas, que son como los camaleones, de modo que su finalidad no entronca con la necesidad de maduración del proletariado, pues tienen objetivos completamente excluyentes, lo que es típico del arribista.
Si la caracterización anterior viene como anillo al dedo al PST (como lo prueban las fantásticas volteretas de su trayectoria política), ni duda cabe que el sayo le cae principalmente a la OCI, a partir, por lo menos, de la escisión que perpetró en el viejo CORCI.
El verdadero crimen político representado por el CI fue cometido por la OCI. Es que la OCI, a pesar de sus notables deficiencias teóricas, de sus manifiestos planteos no revolucionarios (FUA, revolución en los países atrasados) y de su ya visible burocratismo, representaba desde 1953 el único punto de referencia que se esforzaba por mantener la continuidad de la IV Internacional en la teoría y en la práctica. Atraía, porque procuraba ser un centro de elaboración internacional y porque se acercaba, las más de las veces con métodos de suficiencia y su estimación, a todo grupo que, en el mundo, buscaba el camino de la revolución proletaria.
Aparte de la liquidación gangsteril del viejo CORCI y de la aproximación oportunista al SU, la OCI cometió el imperdonable crimen de armar un bloque sin principios con la corriente más derechista, liquidadora y aventurera de todas las que alguna vez se reclamaron de la Cuarta. Peor, la OCI blanqueó completamente al morenismo, cuando lo declaró, desde el inicio, una corriente trotskista consecuente de toda la vida- Este es el capital político que el morenismo logró sustraer para sí gracias a los servicios de la OCI. Con este capital va a proseguir su trabajo de infiltración entre todos aquellos grupos trotskistas de formación más o menos reciente, sin la experiencia de la lucha internacional, y completamente confundidos en relación a las causas de la crisis de la Cuarta y al carácter de las tendencias que se reclaman de ella. La OCI ha logrado la proeza de que el morenismo abandone el CI luego de haber recibido la bendición del lambertismo y con los laureles de acusarlo, al final, de agente del frente popular francés. De la autoridad de la OCI, de hace diez años, no ha quedado nada, peor, su desprestigio y el desbande de sus fuerzas no tiene parangón. Por importante que sea la responsabilidad de la OCI por este crimen, la responsabilidad del PST no debe ser minimizada, pues tiene que servir para llamar la atención de todos los que siguen a esta corriente, pues se trata, en su mayor parte, de gente sin experiencia política.
Todos aquellos que se reclaman de la Cuarta y que se plantean, al menos en teoría, reconstruirla, tienen el deber de sacar un claro balance del destino del CI, así como de las posiciones políticas en discusión.
Esto es imprescindible para quebrar la confusión con que el bloque PST-OCI armó su unificación y luego su escisión.
En el cuadro político de los que se reclaman de la Cuarta tenemos una situación bien clara y definida.
De un lado, el bloque del SWP norteamericano y la LCR de Francia, que se caracterizan por haberse disuelto a todos los fines prácticos y reales en el castrismo en el preciso momento en que éste saluda, luego de haberlo reclamado, el golpe de Pinochet-Jaruzelski, armado por Moscú, y también en el momento en que actúa como un freno interno de las revoluciones salvadoreña y nicaragüense, así como de la latinoamericana en general.
Del otro, tenemos el bloque PST-OCI que, escindido, continúa siendo un bloque político definido, porque ha dejado planteos políticos por escrito, así como una trayectoria, que ambos sectores tratan de tergiversar pero que constituyen su huella digital imborrable. Es el bloque del frente popular en las naciones avanzadas como atrasadas, es el bloque de la pasividad ante el imperialismo y el seguidismo a la burguesía indígena y sus agentes burocráticos.
En tercer lugar, está la TCI que, cualesquiera sean sus insuficiencias organizativas, de elaboración y de trabajo colectivo internacional, es la única, repetimos, la única que previo con fundamentos la perspectiva antitrotskista del bloque SWP- LCR y del PST-OCI, que los caracterizó anticipadamente, y que elaboró la refutación programática de su revisionismo y antirrevolucionarismo. Esto también es un hecho imborrable, que le da a la TCI una autoridad política llamada a superar sus problemas y limitaciones presentes.
Fuera de estas tres tendencias existen diversos grupos de valor efectivo o potencial que, durante todo este periodo de discusiones, no llegaron a estructurar posiciones políticas claras, o fueron incapaces de hacerlo. A estos grupos, así como a todos los militantes y organizaciones nacionales y de base de los bloques SWP-LCR y PST-OCI, los llamamos a participar en el balance político planteado, es decir, a tomar conscientemente partido.
Es a partir de esto que, entendemos, podría estructurarse un reagrupamiento internacional más amplio para reconstruir la IV Internacional.