Una profusa campaña propagandística viene acompañando las posiciones de Reagan en pro de la reducción de los stocks de armas nucleares de la URSS y los EEUU. Posando de pacifista, Reagan no vaciló en afirmar que estaría dispuesto a unirse a las manifestaciones por el desarme que se realizan en Europa, si creyese que así se llegaría a una solución. El representante del imperialismo ha propuesto rebautizar a las negociaciones SALT (acuerdos sobre la limitación de armas estratégicas), pasándolas a llamar START (acuerdos sobre reducción de armas estratégicas).
Demagogia aparte, Reagan ha propuesto la reducción en un tercio de los misiles basados en tierra de la URSS y los EEUU. Ahora bien, mientras esos misiles constituyen el 70 por ciento del arsenal soviético, son apenas el 25 por ciento del norteamericano (el resto se encuentra en submarinos nucleares y aviones). La propuesta de Reagan se refiere sólo al número de misiles intercontinentales, con independencia del diverso grado de desarrollo tecnológico de éstos (Brezhnev denunció de inmediato que la propuesta yanqui “tiende a excluir de las negociaciones los tipos de armamentos que los americanos desarrollan del modo más intenso”, “Le Monde”, 19/5). Para caracterizarla propuesta de Reagan deben tenerse en cuenta dos aspectos: a) que los arsenales nucleares existentes bastan para destruir al mundo varias decenas de veces, con lo que la reducción en un tercio de una parte de aquéllos no altera las condiciones de una catástrofe nuclear; b) que el impresionante desarrollo tecnológico de la industria militar toma cada vez más rápidamente obsoletas las armas existentes. Un cable del 3/6 señala que “el Pentágono informó que los EEUU están aumentando la producción de armas nucleares para substituir las construidas en la década del 60, ya consideradas obsoletas. Dejó claro que el programa será básicamente de modernización, y que la alteración del volumen líquido de los stocks será pequeña (…) Reagan dejó abierta la posibilidad de que los EEUU declarasen total libertad para que cada lado poseyese el número de ojivas que quisiese" (los misiles pueden contener un número cada vez mayor de ojivas, con lo que las cargas nucleares pueden multiplicarse sin aumentar el número de proyectiles).
A todo ello debe sumarse que el gobierno Reagan ha aprobado el presupuesto militar más alto de la historia norteamericana. Entre las “novedades” del desarrollo militar reciente de los EEUU, cabe mencionar la construcción de nuevas armas nucleares tácticas (p. ej. la “bomba neutrónica"), destinadas a guerras nucleares "locales”, y el desarrollo de armas bacteriológicas y químicas: Reagan autorizó la construcción de bombas de gases binarios (prohibidas por la Convención de Ginebra), despertando incluso la protesta de varios gobiernos europeos. En cuanto a los misiles estratégicos, otra información apunta que "Reagan no está dispuesto a dejar de lado la construcción e instalación de los misiles balísticos intercontinentales MX, aún si ello significara una violación de los acuerdos Salt I y II” (3/6).
Debe concluirse que la propuesta de "reducción" de Reagan, y la campaña publicitaria que la acompaña, no son otra cosa que una colosal estafa. Se propone reducir un cierto número de misiles, suprimiendo los más obsoletos, reduciendo por consiguiente los costos de mantención del arsenal existente, apenas para concentrar el esfuerzo bélico sobre nuevas armas de poder destructivo muy superior. Se trata de una propuesta de racionalización de la carrera armamentista, en cierto modo de "organizaría” para evitar costos superfluos, en función del mayor nivel tecnológico. Tras una postura de “negociación”, se acentúa en realidad el chantaje nuclear contra la URSS y por sobre todo, contra la humanidad. Según un comentarista de "Le Monde”, "está naciendo una nueva generación de armas nucleares, lo que toma caducos los criterios de negociación. La oferta de Reagan no impide a los dos grandes proseguir la modernización de su arsenal estratégico. Del lado americano, dos nuevos misiles (MX y Trident), lo mismo que 2 nuevos bombarderos (B 1 y Stealth) ya han sido programados” (20/5). En realidad, ninguna de las negociaciones y acuerdos anteriores impidieron la modernización del arsenal estratégico; por ello, nunca impidieron la aceleración de la carrera armamentista, sino que sólo alteraron su forma.
La actual propuesta de Reagan lleva en consideración los últimos desarrollos del armamentismo yanki. Estos cobraron una forma precisa bajo el gobierno Cárter, cuya "Directiva Presidencial” Nro. 59 "ordenó al Pentágono desarrollar planes y estrategias para pelear y ganar guerras nucleares” (ver P.O. 324). Esto abarcó una reorientación, tanto en el armamento convencional como en el nuclear: fue creada la “Fuerza de Intervención Rápida”, cuerpo militar capaz de desplazarse y presentar batalla en menores plazos en cualquier "punto conflictivo” del planeta (su creación fue anunciada poco antes de la caída de Somoza, y se llegó a barajar su utilización contra la revolución sandinista), y fueron programadas nuevas armas nucleares tácticas. El "aporte” de Reagan consistió en dar un impulso fenomenal a este proceso. Ordenó la fabricación en serie de armas químicas y de la "bomba neutrónica” (de poder mortífero equivalente al de la nuclear, pero que provoca menos destrucciones en los edificios circundantes, lo que, según los expertos, toma más factible su utilización) Se plantea ahora la transformación de la "Fuerza de Intervención Rápida en un poderoso ejército, con 5 divisiones de infantería, 2 divisiones de marina, y más de una docena de divisiones aéreas, incluyendo bombarderos convencionales y nucleares (“New York Times”, 5/6).
El principal aliado del imperialismo yanqui, Gran Bretaña, llevó a las Malvinas armas nucleares “tácticas”, con orden de usarlas en caso de peligro de destrucción de la flota. El desarrollo del armamentismo es una expresión del grado agudo de la crisis del orden mundial del imperialismo. De acuerdo con la doctrina oficial yanqui, el arsenal nuclear tiene el objetivo de "disuadir” a la URSS de utilizar las armas nucleares. Otras "teorías ' de lo más variadas, aparecen para justificar su desarrollo reciente. Una de ellas es la del "primer golpe”: dado que la URSS y los EEUU poseen capacidad de destrucción mutua, se trata de dotarse de un arsenal nuclear capaz de destruir en un "primer golpe” a su equivalente soviético, sin darle la posibilidad de una respuesta. En cuanto a las armas nucleares "tácticas”, se plantea su eventual utilización en una guerra nuclear circunscripta y limitada. La pretensión de librar una guerra nuclear "limpia”, que se resolvería, de hecho, en un primer golpe, es puro cuento, y tiene por función impulsar un mayor desarrollo armamentista, así como preparar las condiciones políticas y psicológicas de admisibilidad de una guerra nuclear. Incluso en un reciente documento de cuatro prominentes miembros del "establishement” yanqui (entre ellos, Robert Me. Ñamara y George Kennan) ambas teorías son pulverizadas: no existe posibilidad de "primer golpe” que no conduzca a una destrucción total, no hay posibilidad de una guerra nuclear "local" que no conduzca a una escalada generalizada.
Otra variante de este planteo mistificador ha sido expuesta en un documento reciente del gobierno Reagan, revelado por el "New York Times” ("Herald Tribune”, 5/6): "desarrollar armas que dificulten una contrapartida de la URSS. Imponerle costos desproporcionados, abrir nuevas áreas de competición militar y tornar obsoletas las inversiones previas de la URSS”. I.o que se pretende ocultar aquí, como un planteo consiente y controlado, es la inevitabilidad objetiva del desarrollo armamentista del imperialismo, como una exigencia económica ante la crisis y como una exigencia política de aplastamiento a los pueblos oprimidos y a la clase obrera mundial. Ni existe el propósito, por parte del imperialismo, de “imponer” un acuerdo de reducción real de las armas nucleares, ni existe la posibilidad de imponer a la URSS, racionalmente, una competencia ruinosa, que actuaría como un factor independiente del conjunto de la crisis económica y política mundiales. Lo que se esconde aquí es el intento de superar la impasse del capital mediante un relance nunca visto del armamentismo, cuya función política es imponer un chantaje nuclear al conjunto del planeta, en el que la guerra nuclear (que el reciente armamentismo toma más factible) sería un recurso último contra la revolución mundial y todas sus conquistas (incluso en los Estados en que el capital ha sido expropiado), planteando la previa fascistización de los principales países. Roger Molander, un ex-estratega del Consejo Nacional de Seguridad de los EEUU, y actualmente animador de un movimiento contra la guerra nuclear, testimonió que "en una reunión del Pentágono (se arguyó) que la gente está hablando de la guerra nuclear como si fuese el fin del mundo cuando, en realidad, sólo morirían 500 millones de personas” ("The Guardian", 4/4). El llamado "equilibrio del terror”, que excluiría la posibilidad de una guerra, es el más grande cuento de la actualidad (ni siquiera es nuevo, pues ya fue usado antes —en las dos guerras de nuestro siglo), y tiene la función ideológica de justificar la preparación bélica del imperialismo. La capacidad de éste de declarar una guerra nuclear depende sólo del grado de cohesión interna de sus regímenes, es decir, de su capacidad para infringir una derrota decisiva al proletariado mundial
El principal objeto de la propuesta de Reagan es legitimar un nuevo salto en la carrera bélica del imperialismo yanqui Se comprueba que solo una derrota del imperialismo a escala internacional impedirá que éste opte por el holocausto nuclear como último recurso para imponer su orden contrarrevolucionario en todo el globo. La vieja divisa del movimiento obrero “socialismo o barbarie”, es hoy más vigente que nunca.
Hacia una economía de guerra
¿Qué se pone de relieve, con los actuales niveles impresionantes de gastos armamentistas, sino que la producción de armas ha sido la rueda maestra del desarrollo económico en los últimos decenios? El largo “boom” económico de posguerra fue impulsado por los crecientes gastos bélicos, garantizados por la demanda institucional del Estado. La producción de armas para el Estado se dirige a un “mercado cautivo” y se recrea permanentemente por la rápida obsolencia de las armas provocada por la carrera bélica (proceso que ha sido llevado al paroxismo, como lo releva que ciertos equipos se tornan obsoletos apenas iniciada su producción), y por las guerras. El que las principales potencias imperialistas hayan acumulado un poder de fuego capaz de destruir al mundo varias veces, revela que no se trata del simple desarrollo de la rama armamentista como una rama de la producción industrial, o de la técnica militar. Esta aparente irracionalidad encuentra sus motivos en las necesidades del capitalismo en su fase actual.
Mediante la demanda armamentista, el capitalismo logró atenuar su crisis crónica de sobreproducción, que ya condujo a dos guerras imperialistas por un reparto de los mercados del mundo. Pero sólo atenuar, pues la producción de armas no elimina, sino que acentúa ulteriormente, las tendencias que conducen al capitalismo a su descomposición. Al concentrar porcentajes cada vez mayores del progreso científico y técnico, es en la rama armamentista donde se verifica con más agudeza la tendencia al aumento del capital constante (máquinas y equipos) respecto al variable (fuerza de trabajo). Este es el mecanismo de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, es decir, de la cantidad cada vez menor de plusvalía extraída en relación al capital total. El conjunto de estos factores se encuentra presente en la crisis actual de la economía norteamericana. En un reciente análisis del "New York Times” se informa que:
"los analistas creen que los crecientes gastos militares tendrán apenas un escaso efecto sobre la tasa de desocupación. El Pentágono cree que el crecimiento de las industrias militares anexas agregará 350.000 empleos hasta 1984, llevando el número de empleos en esa área a 2 millones 860 mil. Alrededor de un millón de empleos conexos se crearían a través de lo que los economistas llaman el 'efecto multiplicador’. (…).La inversión de centenas de millones de dólares en la producción de equipos ha reducido la necesidad de trabajadores de producción. Y un amplio porcentaje del plan de gastos militares está previsto para nuevos sistemas, tales como el bombardero B1 y el misil MX, que requieren antes que nada personal técnico, profesional y ejecutivo, más que trabajadores de producción” (1/6).
Varias cuestiones se ponen aquí de relieve: a) que el conjunto de la industria y la economía yanqui dependen de los gastos militares del Estado, b) que la supertecnificación de la industria armamentista la va bloqueando como fuente productora de empleos, lo que se transmite al conjunto de la industria "civil” (el poco más de un millón de empleos previstos son insignificantes frente a una desocupación de casi 10 millones, sin tomar en cuenta su crecimiento previsible hasta 1984).
Los efectos del desarrollo económico basado en el armamentismo no se detienen allí. El porcentaje cada vez mayor de la producción nacional invertido en la industria de armas tiende a convertirse en un consumidor insoportable de la riqueza nacional, tornándose incompatible con otro tipo de gastos. Es lo que sucede actualmente con el programa de Reagan, que financia los gastos armamentistas, no sólo en base a cortes en la seguridad social y otros programas sociales, sino mediante el recurso al crédito, que es desviado así del resto de la industria capitalista. Esto plantea una transferencia de beneficios del conjunto de la burguesía hacia los monopolios vinculados él armamentismo. Los gastos armamentistas, paliativos de la crisis de sobreproducción, acaban recreándola en una escala superior, pues incrementan la tendencia a producir un exceso de capitales. Se materializa en forma acabada la tendencia fundamental hacia la descomposición del capitalismo (la tendencia decreciente de la tasa de ganancia), cuya base es el aumento permanente del capital constante en relación al variable. El desarrollo de la industria armamentista es la forma parasitaria principal (no única) que, bajo el capitalismo en decadencia, concilia la tendencia del capital hacia su reproducción ampliada y los límites históricos del régimen capitalista.
El desarrollo económico basado en el armamentismo acaba generando un bloqueo al crecimiento de las fuerzas productivas tomadas como conjunto. El "boom” económico de posguerra nunca pudo prescindir del armamentismo creciente, Pero sí lo desplazó relativamente del conjunto de la producción industrial, con la crisis mundial, a partir del 70 el armamentismo se convierte en el único mercado que no retrocede para el capital. Pero esta expansión es insuficiente para movilizar a todo el capital ocioso generado por la crisis, al mismo tiempo que impulsa una enorme inflación dado que gran parte de ese capital ocioso son créditos incobrables contra empresas y naciones en bancarrota.
La actual crisis económica, que se extiende desde 1973, ha dado lugar a un enorme y falso debate. Se sostiene que las causas de la crisis se encontrarían en las elevadas tasas de interés en los EEUU y la consecuente valorización del dólar. Se "olvida” que la situación exactamente inversa (desvalorización de las monedas frente al oro y bajas tasas de interés) tuvo lugar hasta 1980. Las altas tasas de interés tienen su origen en el elevado grado de intervención económica del Estado (expresado en el crecimiento constante del déficit presupuestario yanqui) que es el principal tomador de préstamos en la plaza financiera, y en el estado de bancarrota financiera de la mayoría de la industria privada, como resultado de un cuarto de siglo de inflación. Ahora bien, casi toda la industria yanqui, en primer lugar la militar y, a través de ella la civil, se mantiene en pie gracias a la intervención estatal, pues el grado de capacidad ociosa (sobreproducción) es fantástico (construcción, automotores, aeronáutica). Una baja de las tasas de interés, a través de una reducción del papel económico del Estado, provocaría un colapso general, arrastrando a ramas enteras de la industria y al sistema financiero. La crisis de sobreproducción se manifestaría abiertamente, planteando la destrucción de una parte enorme de las fuerzas productivas acumuladas. Las altas tasas de interés y el intervencionismo estatal, que mantienen artificialmente en pie al capital (ficticio) de créditos incobrables, son un factor de descalabro para los otros países imperialistas (cuyos capitales son atraídos por el alto rendimiento financiero del dinero en los EEUU) y, sobre todo, para los países atrasados (cuya deuda externa aumenta a pasos agigantados con el aumento del precio del dinero). Se calcula que los intereses recibidos del exterior por los EEUU, que ascendían a mil 500 millones de dólares, en 1979, pasaron a… 14 mil millones! en 1981, pudiendo llegar a 18 mil millones en 1982, en virtud del alza de las tasas de interés. El significado esencial de éstas es el grado enorme de parasitismo alcanzado por el capitalismo (la actividad bancaria y los préstamos no son una actividad productiva).
Lo que se manifiesta en la actual crisis es la ruptura de todos los equilibrios económicos de la etapa anterior (entre la industria y los bancos, entre la industria militar y la civil, entre la intervención estatal y el capital privado). Un nuevo equilibrio sólo podrá ser alcanzado mediante una monopolización mayor de la economía (eliminando definitivamente a los capitales desplazados por la actual crisis) y un acentuamiento de la intervención estatal que reduzca consecuentemente el porcentaje de la industria civil respecto de la militar, es decir, mediante una destrucción en masa de fuerzas productivas. En virtud del carácter anárquico del capitalismo, este "sinceramiento” de la economía yanqui no puede llevarse adelante sino mediante una profunda crisis, que disloque a la economía mundial (en la que los EEUU ocupan la posición hegemónica), lleve a la quiebra a sectores enteros del capital y suma en la miseria a la mayoría de los trabajadores. Pero, además, significa profundizar la militarización del aparato económico hasta niveles de economía de guerra, transformando al capitalismo yanqui en una máquina bélica contra las masas del mundo entero. Desde un punto de vista político, no otra cosa significa el documento del gobierno Reagan citado más arriba, en el que se señalan dos ejes para el desarrollo de la política militar norteamericana: "a) aceptar una guerra nuclear contra la URSS como una necesidad en la que los EEUU deben estar capacitados para prevalecer, incluso durante un conflicto nuclear prolongado, b) lo que tendría el efecto de colocar a los EEUU en estado de guerra permanente”.
Un ejemplo práctico es el de la industria aeroespacial, que ostentó, durante el “boom”, una de las más altas tasas de innovación tecnológica. En los últimos años, los sucesivos gobiernos yanquis fueron aplicando importantes cortes en los programas de investigación civil del espacio, lo que llevó a la anulación de numerosos proyectos. El 4 de julio, Reagan dio el golpe de gracia colocando a la NASA (entidad civil responsable de la investigación espacial) bajo la dirección directa del Pentágono y la CIA. Los futuros pasos de la carrera espacial (desarrollo del "taxi espacial”, puesta en órbita de una estación permanente) estarán al servicio de objetivos militares: preparación de plataformas espaciales de lanzamiento de misiles y "satélites asesinos" (capaces de destruir a otros satélites). La militarización del espacio cobra así una forma declarada, y la militarización de la economía da un enorme paso, mediante la total absorción de una industria de vanguardia por el complejo técnico-militar. Así se conjugan las necesidades económicas del capitalismo en crisis con las necesidades políticas del imperialismo yanqui como gendarme mundial contrarrevolucionario.
El armamentismo en los estados capitalistas y en los estados obreros.
El armamentismo concentra un porcentaje cada vez mayor del progreso científico y técnico, y de los recursos productivos de la humanidad. Ya en 1970, la industria militar empleaba en los EEUU un cuarto de todos los físicos y un quinto de todos los matemáticos e ingenieros, porcentajes que han crecido enormemente desde entonces. Desde el punto de vista de los recursos productivos, "para armar y lanzar 200 proyectiles balísticos intercontinentales, son necesarias 10 mil toneladas de aluminio, 2 mil 500 toneladas de cromo, 24 toneladas de berilo, 150 toneladas de titanio, 890 mil toneladas de acero y 2 millones 400 mil toneladas de cemento. En cuanto al petróleo, más de 3/4 del consumo de energía para fines militares proviene de esa fuente de energía. Lo que da, según la ONU, 5 a 6 por ciento del consumo mundial: más que el consumo de toda Francia y cerca de la mitad del consumo de todos los países en desarrollo juntos, excluida China”. El consumo de aluminio, cobre, níquel y plata para fines militares, es mayor que el consumo total de esos metales en Asia, África y América Latina. Una proyección de los actuales niveles de producción de metales y del consumo militar de los mismos, indica que una "crisis de metales” puede producirse antes de 10 años.
Esta situación es completamente irracional desde el punto de vista de las necesidades de la sociedad humana. Pero no lo es desde el punto de vista de las necesidades económicas del capitalismo en el que, como hemos visto, la rama armamentista juega el papel de volante de equilibrio del conjunto del sistema.
Los países atrasados no escapan a la tendencia a la militarización de la economía: entre 1960 y 1978 el PNB de los países del "Tercer Mundo” creció a un ritmo promedio del 2,7 anual, los gastos militares aunó del 4,2 ("New Left Review, Nro. 121). En un reciente informe del Instituto de Investigaciones sobre la Paz, de Estocolmo, se señala que Latinoamérica (en especial Brasil y Argentina), se encuentran a la cabeza de esta tendencia: en 1981 los gastos militares latinoamericanos superaron los… 60 mil millones de dólares!! ¿Se trata de un fortalecimiento de las naciones atrasadas, en pugna con el imperialismo? Nada de eso. El informe citado señala que "las causas fundamentales del fortalecimiento de las fuerzas armadas en todo el continente son el recrudecimiento de los conflictos fronterizos y la proliferación de los enfrentamientos internos”. Es decir, la represión de la revolución- social, dirigida contra las bases del dominio imperialista, y el enfrentamiento reaccionario entre países oprimidos (Perú-Ecuador, Chile-Argentina), como medio de contención de las masas y a cuenta de las grandes potencias.
La lucha contra el armamentismo y contra el militarismo tiene una importancia fundamental en los países de régimen burgués semicolonial. El hecho de que en una eventual guerra contra el imperialismo la causa justa se encuentra del lado de los Estados burgueses oprimidos, no puede significar nunca el apoyo a la militarización, al armamentismo o a la posesión de la bomba nuclear, por parte de estos. Como tendencia fundamental, la militarización y el armamentismo en los países atrasados van dirigidos contra las masas: en el hipotético caso de que se vuelvan contra el imperialismo, son impotentes y son factores de freno en manos del régimen burgués. Hay que combatir el militarismo en las naciones burguesas oprimidas en función de la lucha por el armamento de las masas y la conquista de la efectiva democracia política. La lucha contra el militarismo está ligada a la lucha contra el imperialismo, que es el verdadero factor del armamentismo en las naciones atrasadas.
Es por eso que es utópico reclamar el desarme o la desmilitarización, ya que para aplastar al imperialismo y a la reacción local es necesario el armamento de los trabajadores.
Excepcionalmente, la cuestión militar origina roces entre las burguesías semicoloniales y el imperialismo (ej. el conflicto entre Argentina y Brasil, y los EEUU, sobre la cuestión nuclear), e incluso se llega al extremo de que el aparato militar del país atrasado sea usado contra el imperialismo (caso guerra de las Malvinas). Ni aún este caso es un argumento en favor del armamentismo en los países atrasados: el imperialismo -como lo demostró las Malvinas- lleva siempre las de ganar en el enfrentamiento entre aparatos militares. El "ejército permanente” de los países atrasados es totalmente inservible para defender las fronteras nacionales contra el imperialismo. Al contrario, la invasión irakiana de Irán, favorecida por el imperialismo, fue rechazada gracias a que la revolución destrozó al ejército iraní, y la defensa de la revolución quedó en manos de las masas armadas (con independencia de su circunstancial dirección) lo que aseguró una movilización total contra la invasión pro-imperialista.
El militarismo en los países atrasados es también un aspecto de la súper explotación de los trabajadores, que son quienes pagan el incremento del armamentismo. El famoso Martínez de Hoz, ministro de la más grande entrega de la Argentina al capital financiero, se vanaglorió de haber permitido con su política la masiva adquisición de armas (salida encontrada por el gigantesco capital financiero creado), que luego serían usados contra Inglaterra. Lo que hay que señalar es que, amén de su inutilidad como factor de triunfo contra el imperialismo, la dictadura argentina tentó en primer lugar utilizarlas creando un conflicto reaccionario con Chile (sobre el canal de Beagle), en el que finalmente ambas dictaduras —chilena y argentina- quedaron sometidas al arbitraje imperialista. Si el conflicto con Chile no prosperó fue porque la precaria situación interna de la Junta Militar le impidió llevar a las masas a una guerra enteramente reaccionaria. Cuando su situación se agravó, tentó la a- ventura militar contra Inglaterra. Luego de su capitulación vergonzosa, motivada en su incapacidad de movilizar a la Nación contra el imperialismo anglo-yanqui, se insinúa ahora la transformación del Ejército argentino en profesional, eliminando el servicio militar obligatorio. Se trata de una confirmación de la naturaleza pro-imperialista de la burguesía argentina y su brazo armado, pues éste perdería sus últimos vasos comunicantes con la población. La burguesía extrae de la guerra el balance exactamente opuesto de los revolucionarios: el antiarmamento de las masas (lo que prueba, por la negativa, que sólo sobre éste último puede apoyarse la lucha antiimperialista. Más aún que en las metrópolis, la militarización en el mundo semicolonial es un factor de bloqueo de las fuerzas productivas (pues absorbe un porcentaje mayor de recursos productivos inmensamente más escasos) y, sobre todo, de encadenamiento al imperialismo, que pasa a tener un control directamente militar del país a través de los suministros bélicos y del adiestramiento de técnicos y oficiales. El horizonte de la burguesía nacional es apenas el de mejorar su posición de socia menor del imperialismo, jamás el de combatirlo a fondo. En los países atrasados, el militarismo participa de la tendencia mundial del capitalismo en decadencia, ero se convierte mucho más rápidamente en una gangrena social que invade toda la vida del país, liquida las conquistas democráticas y refuerza la explotación y la opresión en todos los órdenes.
Ahora bien, los altísimos niveles de gastos militares no son un patrimonio exclusivo de los estados capitalistas: los Estados Obreros, principalmente la URSS, también han desarrollado un enorme poder destructivo. Este armamento es históricamente una respuesta defensiva al despliegue del militarismo imperialista. La producción de armas no tiene el mismo carácter en regímenes sociales que difieren en su propia base (la propiedad privada o estatal de los medios de producción). No es lo mismo el armamentismo como salida económica y equipamiento militar del expansionismo imperialista, que aquél que surge como respuesta preventiva a ese expansionismo. Quien opine que el armamentismo es un producto de la rivalidad entre los EEUU y la URSS (que es lo que hacen buena parte de los grupos pacifistas) está absolviendo al capital imperialista de su carácter orgánicamente militarista y destructivo: el armamentismo podría ser abolido por medio de un acuerdo; el militarismo sólo sería una de las políticas posibles del imperialismo (con lo que se afirma implícitamente que puede, si otros lo dirigen, tener una política "pacifista”). Sólo a veces esta visión maniquea del mundo es el producto de la ingenuidad.
Dicho esto, los Estados Obreros actuales no están en manos de la clase obrera, sino de camarillas privilegiadas y contrarrevolucionarias. Estas burocracias son opresoras de los pueblos sobre los que imperan, y reprimen violentamente a los trabajadores que se rebelan contra su dominio antidemocrático y sus privilegios: Polonia. En sus manos, el armamentismo es también un factor de opresión de los pueblos. La necesidad de mantener la "alianza” con la “superpotencia” rusa fue el argumento que emplearon todos los que apoyaron, abierta o veladamente, la contrarrevolución antiobrera en Polonia (desde la burocracia stalinista hasta el Vaticano). Esto nos lleva a precisar la afirmación inicial: el militarismo en los Estados Obreros no es sólo realmente un medio de defensa contra el imperialismo. En manos de una burocracia diferenciada de los trabajadores, el aparato militar se transforma en un medio de agresión sobre éstos, y también en un factor de debilitamiento económico de los Estados Obreros. Además, con la burocracia aparece la posibilidad (aunque no la inevitabilidad) de guerras entre Estados Obreros: Vietnam y Camboya primero, China y Vietnam luego, la han confirmado. La única analogía posible es que, así como el militarismo imperialista señala la decadencia mundial del capitalismo, el militarismo y las guerras burocráticas señalan la impasse de los regímenes burocráticos.
Es simplemente un crimen defender la militarización de los Estados Obreros burocráticos con el argumento de que el convido histórico de una eventual guerra entre estos y el imperialismo es diametralmente opuesto (el pablismo, actualmente representado en el "Secretariado Unificado de la IV Internacional”, se ha hecho una especialidad en ese tipo de mistificación). La razón es que la burocracia es una casta contrarrevolucionaria que procura mantener contra viento y marea el presente orden internacional. El empeño en superar militarmente al imperialismo está condenado al fracaso, la eliminación del imperialismo sólo será posible por medio de la revolución social. La burocracia no es una simple víctima pasiva de la presión militar imperialista, pues usa activamente esa presión para bregar contra la revolución mundial y para justificar la posesión de un inmenso aparato militar contra las masas. Esto explica que en su tira y afloja con el imperialismo, la burocracia se aferre también al principio de “racionalización” del arsenal nuclear: es bajo la vigencia de los acuerdos SALT I y II (v sin violarlos en lo más mínimo) que se produjo un impresionante desarrollo cuantitativo del arsenal nuclear de la URSS inclusive superior al de los propios EEUU. El que este desarrollo se torne un peso insoportable para la economía soviética, ilustra que el régimen social de la URSS es contradictorio con su burocracia dirigente, que es lo que ocultan los planteos defensores del militarismo ruso.
Sólo una revolución política en los Estados Obreros podrá plantearse una reorientación en el desarrollo de las fuerzas productivas, y acabar con el aparato burocrático militar, y ser un factor de impulso de la revolución mundial. Un Estado Obrero en manos de los trabajadores está obligado a desarrollar una política revolucionaria internacional contra el imperialismo, procurando una alianza con los trabajadores de todos los países contra el militarismo capitalista. La lucha contra el militarismo es inseparable de la lucha contra el imperialismo y por la misma razón también de la lucha antiburocrática revolucionaria en los Estados burocráticos.
Las divergencias de la burguesía yanqui
La propia naturaleza de la industria armamentista (inversión que precisa de la reunión de enormes masas de capital, producción para un "mercado cautivo”) hacen de ella un factor extraordinario de monopolización de la economía. Se ven acentuadas todas las tendencias al parasitismo propias de los monopolios. La fijación arbitraria de precios de monopolio eleva artificialmente los beneficios de esa rama, convirtiéndose en un factor contrarrestante de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, tendencia acelerada por la propia industria militar.
Así, "mientras los aumentos de precios se estacionan, la tasa de inflación para los sistemas de armas está en dos o tres puntos porcentuales por encima de los otros índices de precios” ("New York Times”, 1/6/82).
La fijación arbitraria del beneficio se ve facilitada y llevada a extremos por el entrelazamiento de los monopolios militares con su cliente exclusivo (el estado). Un ejemplo de ello lo brinda el testimonio frente al Congreso de los EEUU del almirante Rickover:
"Recientemente, algunas grandes compañías constructoras de navíos expusieron enormes presupuestos frente a pedidos de la Marina. Estos presupuestos estaban enormemente inflados y basados más en el beneficio ‘extra’ que quería obtener el constructor que en los costos reales. Dejando de lado su responsabilidad por las pobres performances de sus contratos, presentan presupuestos que descargan todos los problemas sobre el gobierno, y piden centenas de millones de dólares en pagos extra (…) evaluando esos presupuestos encontré numerosos indicios de fraude (…) durante los años 70 la Marina difirió los presupuestos de 4 grandes constructores para una investigación del Departamento de Justicia. Luego de investigar, el Departamento de Justicia anunció recientemente que no había evidencias de una tentativa criminal, pese a que los presupuestos ascendían hasta alrededor de 5 veces lo evaluado por la Marina” ("New York Review of Books”, 18/3/82).
Todos estos superbeneficios monopólicos y vulgares negociados (¡Reagan se queja de la ineficiencia de la gestión económica del Estado en los países "subdesarrollados”!) son realizados a costa de la transferencia de una parte de la masa de plusvalía a las ramas militares Ultramonopolizadas. Esto se convierte en un factor directo de división de la burguesía. Su reflejo directo son las discusiones presupuestarias en el Congreso, donde la casi totalidad de los parlamentarios se pronunciaron en favor de cortes al presupuesto militar de Reagan.
Una oposición a la canilla libre a los gastos militares se está estructurando alrededor de los sectores burgueses afectados por esta política. Algunos sectores (Kennedy) llegan a plantear el "congelamiento” de los gastos nucleares y la mantención de ciertos programas sociales, como medios de reactivación de las industrias más golpeadas. Otro índice de la virulencia de la disputa interburguesa está dado por la presencia de un alto personaje del "establishement” yanqui (Cyrus Vanee) ex secretario de Estado y ligado a importantes intereses financieros de Nueva York, en una comisión de la ONU que sugirió una racionalización extrema de los gastos militares.
Está claro que estamos lejos de un planteo "pacifista” o de desarme: se plantea apenas un arsenal bélico igualmente efectivo pero más económico. Lo que importa destacar es que, a través de la discusión sobre armamentismo, estamos en presencia de una feroz disputa intermonopólica provocada por la agudeza de la crisis económica. Esta disputa anuncia una profunda fisura al interior de la burguesía yanqui, cuya proyección es una crisis política sin precedentes en los EEUU. Lo que la crisis política pondrá en juego es la naturaleza del régimen político norteamericano, cuyas características democrático burguesas entran crecientemente en contradicción con el rol del Estado yanqui en el período de más profunda crisis económica y como gendarme mundial contrarrevolucionario. Se trata del episodio mayor de la crisis política mundial, pues tiende a llevarla al centro mismo del sistema imperialista.
El armamentismo y las disputas interimperialistas
Las disputas al interior de la burguesía yanqui se proyectan a la arena mundial, en relación a la política militar a aplicar frente a los aliados-imperialistas (Europa^ Japón). Las economías de estos países fueron reconstruidas en la posguerra gracias a los créditos e inversiones yanquis, a cambio de lo cual se transformaron en rehenes militares de los EEUU en su antagonismo con la URSS. Esto se produjo en diferentes grados: el decadente Imperio Británico se convirtió casi en una base militar americana; Francia, que salió de la OTAN, ensayó una política imperialista independiente, dotada de una fuerza nuclear propia.
La política monetaria yanqui, que drena capitales europeos hacia los EEUU, es una de las formas de descargue de la crisis económica del bastión imperialista sobre las economías europeas. Las presiones políticas y militares sobre Europa están al servicio de ese objetivo. Los EEUU presionan hacia una derechización de la política interior y exterior de los regímenes europeos (exigencia de una política de "austeridad”, movidas de piso contra Schmidt y Mitterrand), con el fin de garantizar el descargue de la crisis sobre las masas trabajadoras y satelizar a la burguesía europeo-occidental y de Japón (caso gasoducto siberiano). La cuestión militar, en la que Europa se encuentra en una situación cuasi colonial respecto a los EEUU, es el instrumento privilegiado de las presiones.
La división interna de la burguesía yanqui se proyecta aquí en las dos políticas alternativas planteadas para Europa: a) los sectores partidarios del militarismo a ultranza plantean profundizar la transformación de Europa en un vaciadero del armamentismo yanqui. EEUU debería mantener el monopolio atómico (el "paraguas atómico”) en Europa, profundizando su condición de rehén militar. Un paso en este sentido será la instalación de los misiles Pershing y Cruise. Estos "misiles de alcance medio” serán construidos exclusivamente para Europa (su autonomía de vuelo no les permite ser misiles intercontinentales). Al obligar a Europa a aceptarlos, los EEUU la han convertido en una colonia militar yanqui, pues esta instalación no podrá ser revocada por ningún gobierno europeo, comprometidos, por tratado, a su producción por los EEUU. No es casual que este hecho marque una nueva etapa del proceso armamentista y haya desatado las gigantescas manifestaciones conocidas en Europa y en EEUU, b) Los defensores de una racionalización del esfuerzo militar plantean un rearmamento europeo, en términos convencionales y nucleares. La militarización europea sería una salida a su propia crisis económica, aumentaría su dependencia económica respecto a los EEUU, y le haría jugar un rol más activo en el chantaje nuclear de la URSS. Incluso se plantea el rearme del Japón, que debería jugar un rol propio de gendarme en el SE asiático.
Las disputas entre los yanquis y los imperialismos europeos en tomo a la cuestión se multiplican. Los europeos se han venido negando a llevar sus presupuestos militares al porcentaje del PNB exigido por los yanquis (Alemania incluso lo bajó). Las alternativas europeas para limitar la presión yanqui siguen dos ^ presionar hacia un "pacto' de garantías” EEUU- URSS, que reduzca la carrera bélica, participando en las negociaciones armamentistas. "Haig quiere conducir las negociaciones con la URSS en forma bilateral (en Ginebra sobre los euromisiles, y luego las negociaciones sobre armas estratégicas START), mientras los europeos querrían que fuesen de algún modo incluidas en la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa” (de la que participan los EEUU, la URSS y sus satélites, y Europa) ("La Stampa”, 17/5). Con el golpe militar polaco, los EEUU plantearon demagógicamente el "boicot occidental” de la Conferencia, intentando liquidar el único canal de negociación con participación europea. Los delegados europeos se negaron, lo que no impidió que la Conferencia sea un foro inútil en materia de negociaciones militares. 2) Crear una fuerza nuclear y convencional independiente, que les permita entrar en pie de igualdad en las negociaciones planetarias. Para esta alternativa -tradicionalmente sostenida por Francia- no existe cohesión política suficiente. La crisis en curso del Mercado Común Europeo (sanciones a Gran Bretaña, fracaso del sistema monetario europeo por las diversas devaluaciones) ilustra la ausencia de cohesión política de los imperialismos europeos.
Atenaceados entre la presión yanqui y la crisis económica interna, los regímenes europeos marchan hacia una brutal crisis. La reciente devaluación monetaria y el programa de austeridad aprobados por el gobierno "socialista” de Francia, muestran el acelerado ritmo de deterioro de los regímenes políticos. El estallido de la crisis pondrá sobre el tapete la necesidad de proceder al pasaje a verdaderos regímenes policiales en el corazón de la "democrática” Europa. La fantástica presión norteamericana es un poderoso factor de crisis revolucionaria en la Europa capitalista.
La inviabilidad de la "coexistencia pacífica"
El solo hecho de que la URSS tenga que armarse hasta los dientes para protegerse de la amenaza de un sistema con el que pretende "coexistir pacíficamente” -y hasta superar (la "emulación pacífica”)- evidencia el carácter utópico y reaccionario de la orientación política de la burocracia del Kremlin. Debido al atraso económico relativo de la URSS respecto a las metrópolis imperialistas, que cuentan a su favor con la división internacional del trabajo dada por su hegemonía en la economía mundial, el costo económico del militarismo es severamente más pesado en la URSS: "De acuerdo con los últimos análisis de inteligencia, el presupuesto de Defensa de la URSS va a llegar al 15 por ciento del PNB en 1985, lo que hay que comparar con el 11-13 por ciento alcanzado durante los años 70. El último año, los EEUU gastaron 5,8 por ciento del PNB en Defensa, Gran Bretaña alrededor del 5 por ciento, Alemania Occidental el 4,3 por ciento y Francia el 4,1 por ciento” ("The Guardian”, 28/3). Aquí está evidenciado el carácter utópico de la perspectiva de "superar" al capitalismo, incluso militarmente. Su carácter reaccionario estriba en que mientras que para el imperialismo, el armamentismo es la única salida a la crisis económica, en los Estados Obreros es contradictorio con el régimen social, convirtiéndose en una de las principales causas de la crisis económica. Mientras en los EEUU, la plétora de mercancías lleva a la producción de armas y a subsidiar a los agricultores para que no produzcan, para no hundir los precios del mercado mundial, la URSS se ve obligada a reiterados "planes de emergencia” y masivas importaciones para cubrir su déficit alimentario, mientras importantísimos recursos son desviados hacia el sector militar.
Para uno o varios Estados Obreros aislados, y relativamente atrasados desde el punto de vista económico, es imposible superar militarmente al imperialismo que domina la técnica y la economía mundiales. La propaganda imperialista sobre la “superioridad militar” de la URSS se basa en una manipulación de .as cifras (no se toma en cuenta la calidad del armamento, y se compara a la URSS con cada bloque imperialista por separado) y tiene la función de justificar la carrera armamentista. Es significativo que de importantes personajes de la política yanqui hayan partido expresiones como las que siguen:
“(los rusos) no tienen ninguna superioridad estratégica en cualquier sentido utilizable” (Harold Brown, en el “New York Times”, 3,5).
“Los EEUU tienen y continúan teniendo suficientes armas como para destruir la base urbana industrial de la URSS, aun luego de absorber un golpe de la URSS” (James Schlesinger, ídem).
“Aún en el caso de un primer golpe soviético que destruya la mayoría de nuestros misiles en tierra, 3.000 cabezas nucleares (en su mayoría submarinas) serían suficientes para una respuesta que haría pedazos a la URSS desde Moscú hasta Vladivostock” (Edward Kennedy, “Newsweek”, 12/4).
La política de la burocracia, que ha renunciado y es hostil a la revolución mundial, es una vía libre al armamentismo imperialista. Se pone en evidencia que sembrar ilusiones en un desarme pacífico y concertado del imperialismo es un monstruoso engaño a las masas trabajadoras de todo el mundo. Ahora bien, la propia burocracia no se traga esa píldora, como lo prueba que amenaza con preparar nuevas armas en caso de que el imperialismo acelere la carrera bélica. Si al mismo tiempo se bloquea toda movilización revolucionaria contra el imperialismo, se puede comprender que se trata de una política contrarrevolucionaria altamente consiente. La inviabilidad de la coexistencia pacífica no es otra cosa que la inviabilidad histórica de la burocracia en los Estados Obreros.
El armamentismo burocrático es contradictorio con el del régimen social proletario. La burocracia es incapaz de acabar con la carrera armamentista, lo que demuestra que la burocracia sólo puede realizar un trabajo de zapa consiente contra el movimiento obrero y contra las bases sociales de su estado. La crisis económica creciente de los Estados burocráticos está llevando a sectores “reformistas” (e incluso a sectores del aparato de seguridad, bien ubicados para ser conscientes del despilfarro monstruoso de los gastos militares) a planteos "pacifistas”, es decir de limitación del aparato militar, a través de un acuerdo mundial preciso con el imperialismo (sectores que están “coqueteando” con los movimientos “pacifistas” de Europa Oriental, con la finalidad de servirse de ellos (las iglesias protestantes aspiran a la misma función).
¿Lucha por el desarme o lucha contra el imperialismo?
Las importantes manifestaciones pacifistas en Europa y los EEUU están directamente motivadas por el nuevo salto de la corrida armamentista (instalación de los euromisiles, desarrollo de las armas nucleares tácticas, bacteriológicas y químicas). La mayoría de los movimientos que las animan, sin embargo, plantean una perspectiva utópica: la eliminación del armamentismo, sin eliminar su raíz (el capitalismo imperialista). En algunos casos, colocan al armamentismo como ajeno a la lucha del imperialismo por su sobrevivencia, y lo interpretan como resultado de una voluntad hegemónica de “potencias” o superpotencias”, es decir que se puede superar mediante presiones que no salgan del régimen social capitalista. El stalinismo participa y simpatiza con estos movimientos justamente por su carácter no anticapitalista. Esto pone de relieve el aspecto reaccionario de estos movimientos: al ocultar a las masas la raíz del armamentismo, adormecen la conciencia de los trabajadores.
El movimiento pacifista se basa en un acuerdo sin principios entre los sectores más diversos (la Iglesia, sectores de la burguesía imperialista y sus partidos, la burocracia sindical, el stalinismo, etc.). Es esto lo que facilita a elementos de la burguesía imperialista la posibilidad de usarlo como plataforma de presión -bajo el rótulo de "paz”— para una racionalización de la carrera bélica: el mencionado Cyrus Vanee se puso a la cabeza del cortejo pacifista realizado sobre la ONU, en Nueva York. Aquí se evidencia el corto alcance del planteo, y la perspectiva de una dislocación del movimiento.
La única perspectiva realista para el movimiento antibélico es, por el contrario, la de empalmar con la lucha por la revolución social, sólo el combate de todos los explotados por la expropiación de los monopolios capitalistas y la destrucción de su Estado eliminará de raíz el peligro de un holocausto nuclear. Mientras aquellos subsistan, siempre existirá el peligro de que encuentren en la guerra la última salida para su crisis y para asegurar la reproducción del capital. Y esta salida será inevitable cuando la burguesía logre frustrar la movilización de las masas y pueda infringirles una derrota decisiva. La burocracia soviética, por' su lado, no sólo es cómplice del armamentismo, sino que puede llegar a ceder a un chantaje nuclear imperialista, si la diferenciación en su seno da lugar a que fuertes sectores vean en la capitulación la única vía para salvar sus privilegios. La burocracia defiende al Estado Obrero en la medida que es una fuente de privilegios: cuando éstos se toman contradictorios con aquél, no vacila en entregar sin lucha todas las conquistas sociales en que se basa el estado que usufructúa.
Un movimiento de masas contra el armamentismo sólo podrá ser efectivo si se presenta con un programa de lucha contra el capital. La crisis capitalista, que por un lado toma la forma del impresionante desarrollo bélico, toma por el otro la de una ofensiva en regla contra todas las conquistas sociales. La desocupación en todos los países es la más grande de posguerra. Incluso en las metrópolis imperialistas están a la orden del día los “planes de austeridad”: los cortes a la Seguridad Social, el congelamiento salarial, la liquidación de viejas conquistas como la escala móvil son los objetivos de los planes económicos de los gobiernos de Francia, Italia y los EEUU. El armamentismo se presenta en directa oposición a la satisfacción de las necesidades básicas de la sociedad (educación, salud y vivienda). Por eso la lucha contra el armamentismo debe integrar un programa de defensa de las conquistas sociales atacadas y de lucha contra la carestía y la desocupación. Esto significa las siguientes reivindicaciones: confiscación de la industria bélica; escala móvil de horas de trabajo y de salario, impuesto directo al gran capital para financiar la expansión de la salud, de las obras públicas y la educación.
Otro aspecto de un programa revolucionario contra el armamentismo y la guerra nuclear es el apoyo incondicional a la revolución colonial, y a toda lucha de los países atrasados contra el imperialismo. Al minar las bases del dominio imperialista sobre el mundo, el movimiento antiimperialista es el principal aliado de la lucha contra al armamentismo. El primer objetivo de éste es mantener el dominio mundial de los monopolios sobre el conjunto del mundo atrasado: en los conflictos entre el imperialismo y los países oprimidos (Medio Oriente, Malvinas, Centroamérica) el armamentismo se transforma en guerra. Las actuales masacres llevan el embrión de la agresión nuclear a la humanidad. El no apoyo incondicional a la Argentina en la guerra de las Malvinas fue un índice de la confusión y atraso políticos de los movimientos pacifistas, y del papel dirigente que la burguesía imperialista juega en ellos.
La eliminación del armamentismo plantea terminar con la casta separada de la sociedad que monopoliza los medios militares, que no sólo sería superflua, sino que es actualmente un cáncer que pone en peligro todas las conquistas de la humanidad hasta el presente. Un movimiento antiarmamentista real, y no de fachada, debe reivindicar la abolición del ejército permanente y el armamento del conjunto del pueblo, para poner las funciones militares bajo el control de la sociedad, y como paso necesario hacia la liquidación de toda violencia entre naciones y al interior de la sociedad humana.
Sólo con este programa se podrá, separar a la burguesía imperialista y promover la intervención dirigente de la clase obrera organizada en la lucha contra el militarismo y la guerra. Sólo el frente único con las organizaciones obreras (sindicales y políticas) brinda a esta lucha una perspectiva de triunfo, concentrando a través de él la voluntad de lucha de todos los explotados contra el Estado imperialista. Esto no hace sino subrayar la urgencia de que la clase obrera intervenga políticamente centralizada, construyendo nuevas direcciones revolucionarias y partidos obreros de masas allí donde no existen (EEUU).
A través de una lucha así planteada, las masas irán cobrando conciencia de que el holocausto nuclear no sería el producto de la locura de unos pocos, sino de la irracionalidad del régimen capitalista. La toma de conciencia es el momento en que los explotados deciden tomar en sus manos la dirección y el destino de la sociedad humana.