La victoria de la contrarrevolución en Polonia


Casi un año y medio después de las formidables huelgas encabezadas por los astilleros del Báltico, que impusieron el reconocimiento de las organizaciones obreras independientes a la burocracia, la única institución de ésta que quedaba en pie -el Ejército- lanzó el golpe antiobrero destinado a inaugurar su contraofensiva. Con una ferocidad propia de las peores dictaduras militares, los agentes polacos de la burocracia del Kremlin lanzaron una verdadera jauría humana contra el movimiento obrero organizado. Las ciudades y el país entero fueron cercados, prohibiéndose todo desplazamiento de las personas. Grupos paramilitares especialmente adiestrados —el Zomo y el Wow- y con un armamento superior al del ejército regular salieron a la caza de los militantes de Solidaridad ("La Stampa”, 24/12). Fue decretada la pena de muerte ante el menor desacato. Para alojar a los miles de detenidos, se abrieron "campos de internamiento”, aprovechando incluso terrenos baldíos de los campos de concentración nazi. La analogía con el nazismo no se agota allí: la radio comenzó a propagar comunicados denunciando un supuesto "complot judío” del que formaba parte Solidaridad. Por la televisión, estos de nuestos eran repetidos por un consejero del general Jaruzelski el "capitán Gornicki”. “¿Quién es ese capitán? -se preguntó un viejo exilado polaco-? ¿Uno de esos soldados metidos en política por amor a su país, y que defiende, de buena fe, una mala causa? No. Es un periodista conocido desde 1968 por sus artículos repugnantes en los que atacaba a los intelectuales y a los judíos, y que se venga hoy de todos los que, luego de la firma de los acuerdos de Gdansk, le pidieron cuentas” ("Le Nouvel Observateur”, 26/12). Las paredes se llenaron de proclamas del "estado de guerra" y la ley marcial: sobre ellas los trabajadores garabatearon en alemán -"bekanntmachung”- la palabra con que invariablemente comenzaban las proclamas de las tropas de ocupación nazi.


 


Y sabían muy bien lo que hacían. Mientras los gobiernos occidentales, abanderados de la "democracia”, y el Vaticano declaraban, con diversos matices, que el golpe era "un asunto interno de Polonia”, los obreros polacos ponían los puntos sobre las íes: el lunes 15 los astilleros de Gdansk amanecían ocupados con banderolas que denunciaban:"Jaruzelski traidor —a- gente de los rusos”. Ya al día siguiente del golpe, la "Pradva” expresaba su satisfacción. Pero la participación del Kremlin en el golpe estuvo lejos de ser meramente literaria. En el mismo momento, sus buques militares copatrullaban, junto a los polacos, las costas del Báltico; 30 divisiones del ejército ruso se apostaron en la frontera polaca para cubrir cualquier eventualidad. Uno de sus jefes -el mariscal Kulikov, comandante en jefe del Pacto de Varsovia, se hizo presente a los pocos días en Varsovia, para supervisar directamente el desarrollo de las operaciones represivas. Algunas de éstas, según testigos directos salidos de Polonia a pocos días del golpe, fueron simplemente dirigidas por oficiales rusos bajo uniforme polaco.


 


El general Jaruzelski y su irónicamente llamado "Consejo Militar de Salvación Nacional” no fueron más que la fachada de un golpe teledirigido por el Kremlin. Los burócratas rusos respondieron así a la pregunta que se formulaba un vocero imperialista: "¿Podía funcionar el experimento polaco de combinar instituciones democráticas con el dominio del PC, o estaba condenado desde su comienzo?” (“The Washington Post, 27/12). Todas las maniobras de un "frente de entendimiento nacional” con Solidaridad, impulsadas durante meses por el PC con el directo apoyo de la Iglesia, se revelaron como lo que realmente eran: una cobertura de una política de provocaciones contra la clase obrera (desabastecimiento, hambre, carestía, racionamiento) y de preparación del golpe. Para el Kremlin, la pregunta estaba respondida de antemano: durante un año vino reclamando la "reversión del curso de los acontecimientos”, y en particular desde septiembre, la "adopción de medidas decisivas contra Solidaridad” (amenaza de una intervención militar directa). Todas las ilusiones, generosamente alimentadas por la prensa imperialista, en una "reforma” del Estado polaco, basada en el "nacionalismo” del Ejército y la Iglesia, se vinieron abajo como un castillo de naipes. Todo el nacionalismo del ejército polaco se redujo a su decisión de coejecutar el golpe junto al Kremlin, para adelantarse a una invasión rusa, que hubiese puesto en peligro su unidad. Todo el nacionalismo de la Iglesia, que a las 24 horas llamó a "aceptar la situación creada”, se redujo a apoyar este golpe, inventando una supuesta "no intervención” directa de los rusos.


 


Sin embargo, fue en nombre de ese "nacionalismo” y de la “reforma” que los dirigentes de Solidaridad frenaron a las masas y buscaron una conciliación con el régimen. En las semanas previas al golpe, en nombre del "entendimiento nacional” los dirigentes sindicales contuvieron a duras penas una impresionante ola huelguística que se dirigía a la completa erradicación de la burocracia del aparato económico, lo cual dio un respiro fundamental al Ejército para lanzar el operativo golpista. Señalamos en ese momento: "El gran peligro para la clase obrera reside en la división que puede provocar la política de freno de su dirección . Esta división puede abrir una etapa de reflujo, sea mediante una derrota previa o una disipación de fuerzas. Pero en este caso la burocracia va a tratar de poner nuevamente su mano sobre la clase obrera. Otra variante en caso de frenar la resistencia, obrera es que se dé simplemente un golpe militar, sea articulado con el Pacto de Varsovia o también con el apoyo del imperialismo. Todo esto encubierto, por supuesto, con la bandera del nacionalismo polaco” ("Política Obrera 325”, 9/11/81).


 


Que la inmensa crisis social en que se hallaba sumida Polonia (falta de alimentos y artículos de primera necesidad) había sido directamente impulsada por el Kremlin y sus agentes nativos, para justificar una intervención militar directa contra el movimiento obrero, lo prueba el que a las pocas horas del golpe los rusos liberaran una "ayuda alimentaria” a Polonia, y que Jaruzelski suspendiera todas las exportaciones de productos alimenticios (medida que, propuesta por Solidaridad, había sido calificada de "provocación”). En este sentido principal (provocar una salida de fuerza) el golpe es de Moscú. Vino a confirmar el conflicto irreconciliable de la burocracia con toda expresión sindical o política independiente de la clase obrera, que hunde sus orígenes en la función cumplida por esta casta en los estados nacidos de la revolución obrera.


 


El Estado polaco: una agencia de la burocracia del Kremlin


 


Las huelgas de julio-agosto de 1980 marcaron el inicio de una acción histórica independiente de la clase obrera polaca. La burocracia en completo retroceso, se vio obligada a transigir con la imparable exigencia de sindicatos independientes. Se trató de un expediente para salvar lo esencial: su monopolio político, "el rol dirigente del PC”, que hizo incluir en los acuerdos celebrados en Gdansk con la dirección huelguista. Pues se trataba justamente de eso, del poder omnímodo de la burocracia, lo que fue puesto en cuestión por la movilización obrera, lo’ que retrata el carácter revolucionario de la situación.


 


A lo largo de todo el período revolucionario, la dirección obrera se empeñó en mantener la coexistencia entre las organizaciones independientes y el poder burocrático. El imperialismo y sus agentes locales (la jerarquía eclesiástica) no cesaron de prodigar elogios a esta "moderación de la dirección de Solidaridad La teoría según la cual esta coexistencia, y una “reforma” del estado, eran posibles, se apoyó en una supuesta “excepcionalidad” del Estado polaco, el cual habría aprendido a coexistir con elementos "extraños” (por ej. la Iglesia).


 


Esta "teoría” olvida que en el origen del actual estado burocrático se encuentra la supresión a sangre y fuego de toda organización obrera independiente de la burocracia. En el quinquenio posterior a la Segunda Guerra, todos los sectores que se reivindicaban de la clase obrera y se negaron a integrarse al aparato stalinista fueron suprimidos, represión mediante, la que se apoyó en la presencia directa del ejército ruso. La burocracia del Kremlin configuró así un estado adaptado a sus necesidades en el corazón de Europa Oriental.


 


La burocracia soviética surgió en el estado que protagonizó la primera revolución obrera triunfante de la historia. Esto se produjo, sin embargo, en uno de los países más atrasados (Rusia), lo que hizo que la construcción de la nueva sociedad comenzase sobre una base material exigua. Esto se agravó con el cerco imperialista a la URSS y el retroceso de la revolución internacional. El concurso de estas circunstancias, que determinó un reflujo de las masas soviéticas, facilitó la diferenciación social de la casta de funcionarios del Estado y del propio partido dirigente de la revolución (el bolchevismo), que ocupaban un lugar privilegiado en la distribución de los escasos recursos. Una vez que satisfizo sus necesidades inmediatas, cobró consciencia de sus aspiraciones sociales (la posibilidad de privilegios dado el lugar que ocupa en el Estado) y se organizó en consecuencia. El resultado fue que el fenómeno de la existencia en el Estado Obrero de un vasto sector de funcionarios burocráticos, se prolongó en la liquidación de la dirección obrera del Estado (el poder de los Consejos Obreros-Soviets), suplantada por la dictadura de la burocracia conservadora, cuyo programa internacional es la "coexistencia pacífica” con el imperialismo. Las conquistas sociales de la revolución (nacionalización de los medios de producción y monopolio del comercio exterior) permanecieron en pie, pero sus conquistas políticas (la dictadura del proletariado) fueron liquidadas. Los estados obreros burocráticos así configurados se diferencian de las repúblicas "democráticas” imperialistas, en que éstas últimas se basan en la propiedad privada de los grandes medios de producción: ésta circunstancia (unida a la explotación imperialista del mundo atrasado) les permite operar toda una diferenciación social en el seno de las clases explotadas (proletariado, campesinos, pequeña burguesía), lo que les posibilita relativamente tolerar sus expresiones políticas e integrarlas al Estado. En los Estados Obreros degenerados, la burocracia usufructúa privilegios sociales derivados de la propiedad colectiva de los medios de producción: la existencia de organizaciones obreras independientes plantea de inmediato, no la liquidación de la propiedad privada y del Estado secular que la garantiza, sino sencillamente la liquidación de los privilegios, lo que equivale a la destrucción de la burocracia.


 


En los Estados de Europa Oriental, esta característica burocrática -incompatible con cualquier forma de democracia- se agrava por el hecho de que las medidas de expropiación del capital fueron realizadas no por una revolución (como en la URSS) sino desde arriba, respaldada en un ejército extranjero que reprimía toda movilización obrera independiente.


 


En si mismas, tales medidas fueron progresivas. En Polonia significaron la liquidación de la opresión secular de la clase terrateniente y la salida del país de su estado tradicional de miseria y atraso industrial. Pero fueron ejecutadas con métodos contrarrevolucionarios, para evitar que fueran llevadas adelante por la clase obrera, lo que hubiera alimentado la ola revolucionaria de posguerra en Europa Occidental y la lucha antiburocrática en la propia URSS. La burocracia quiso incluso evitar la expropiación de los capitalistas y terratenientes, lo que fue a la larga imposible por el boicot de estos, quienes conservando su poder social (la propiedad) pretendían recuperar su poder político (ejercido por agentes del Kremlin); y por la contraofensiva que montó el imperialismo ("guerra fría”). Los estados obreros de Europa Oriental (Polonia incluida) surgieron como una nueva fuente de prebendas para la burocracia del Kremlin y sus agentes locales, sobre la base de la continua atomización sindical y política de la clase obrera.


 


La honda transformación operada por la estatización de la economía y la industrialización ocultaron por poco tiempo la impasse inevitable a la que se dirigía el régimen burocrático así como el ánimo de rebelión que se anidaba en las masas Pero sólo eso, pues "la existencia de una casta de señores ávida mentirosa y cínica no puede dejar de suscitar una sorda revuelta. El mejoramiento de la situación de los obreros no los reconcilia con el poder; lejos de eso, prepara, elevando su dignidad y abriendo su pensamiento a las cuestiones de política general, su conflicto con los dirigentes” (Trotsky, "La Revolución Traicionada”). A partir de inicios de los años 50, Europa Oriental fue el teatro de revoluciones antiburocráticas (Alemania 1953, Hungría y Polonia en 1956). El propio desarrollo económico en Polonia fue engrosando sectores sociales (intelectualidad, funcionarios) marginados de las decisiones políticas por la burocracia y que entran en conflicto con ésta.


 


A la rebelión estudiantil de 1968, siguieron las revueltas obreras de 1970 (en los puertos de Gdansk y Sczeczin) y 1976 (con centro en las fábricas de Ursus y Radom), que estuvieron a un paso de desembocar en movilizaciones nacionales. El ascenso obrero en Europa Oriental se desarrolló paralelamente a un nuevo despertar revolucionario en Europa Occidental (Francia 1968, Italia 1969, Portugal 1974). Las nuevas condiciones llevaron a una reformulación de la cooperación contrarrevolucionaria entre el imperialismo y la burocracia, expresada en los acuerdos de Bonn, Varsovia y Helsinki (1975), para prevenir el desarrollo de la revolución social en los países capitalistas y la lucha antiburocrática: la llamada ‘‘distensión” (detente), por oposición a la ‘‘guerra fría”. A cambio del reconocimiento diplomático de su área de influencia en Europa Oriental, el Kremlin accedió a importantes concesiones económicas y políticas al imperialismo. Se dio mayor libertad de movimiento para la Iglesia en Polonia, la que antes había estado bajo estricto control del régimen burocrático.


 


Como se ve, no había ninguna "excepcionalidad” del estado polaco pues el antagonismo entre los trabajadores y la burocracia era estructuralmente irreconciliable.


 


La dirección de Solidaridad y el golpe


 


El golpe intervino para evitar que las masas derrumbasen del todo al gobierno del PC e impusiesen su propio poder. En vísperas del golpe, el corresponsal de ‘‘The Economist” observaba que “cualquier chispa de una fila de espera puede transformarse en un amotinamiento multitudinario”. En 26 provincias, las direcciones regionales de Solidaridad habían organizado una “coordinación de Consejos Obreros” para implantar la gestión obrera en las fábricas, en la línea de las resoluciones del Congreso de Solidaridad. Según el testimonio de un sindicalista de Lodz, exilado (“Nouvel Observateur”, 9/1), en su región y en otras las autoridades habían literalmente cedido su lugar al sindicato y los consejos. La clase obrera se orientaba objetivamente, sin lugar a dudas, hacia la toma del poder. Su dirección, sin embargo, se oponía a que diese este paso.


 


La gran mentira de la burocracia (junto a la del “golpe polaco”) fue el pretexto que usó para implantar la dictadura militar: el supuesto plan de Solidaridad para tomar el poder e implantar una dictadura. De dictadura, lo único que hubiera tenido un gobierno de Solidaridad hubiese sido la eliminación de lo que quedaba de la camarilla de burócratas opresores de la clase obrera; pues sería el más democrático de los gobiernos que haya tenido Polonia, ya que Solidaridad representaba, como pocas veces en la historia de las organizaciones obreras del mundo entero, a la totalidad de la clase obrera y a la gran mayoría de los oprimidos (campesinos, estudiantes, etc.).


 


La verdad es la contraria: desde los Acuerdos de Gdansk (agosto de 1980), la dirección de Solidaridad se empeñó en limitar la movilización al punto que no comprometiese el poder del PC, esforzándose por la coexistencia entre éste y los sindicatos independientes. Incluso en vísperas del golpe, cuando diferentes secciones de Solidaridad advirtieron sobre movimientos de tropas típicos de una acción militar, la dirección nacional se negó a creer en la evidencia: luego de adoptar una resolución de huelga general en caso de golpe, sus miembros se retiraron a sus lugares más habituales, donde fueron casi todos detenidos de inmediato. La teoría que sustentaba esta actitud era la de que, en la medida que Solidaridad controlaba “de hecho” la vida social del país, podía continuar indefinidamente en esa situación, implantar la “autogestión” en fábricas y municipios, ahorrándose un enfrentamiento final con el poder burocrático, dejándolo como una mera formalidad inocua para satisfaces a la URSS.


 


Pero el poder burocrático, aún en sus momentos de mayor flaqueza, jamás fue una formalidad. En la medida en que continuó ejerciendo el poder administrativo y político, fue una constante fuente de provocaciones antiobreras: agresiones a los sindicatos, desabastecimiento de la población, etc. Aún débil, el poder político formal en manos de la burocracia fue su punto de reagrupamiento: fue a través de él que se operó el pasaje de su dirección hacia su Estado Mayor militar y se desarrollaron los preparativos golpistas.


 


Tras la teoría de la "autolimitación” de Solidaridad subyacía un mito, que le servía de fundamento: el de que la burocracia, completamente aislada en el país, era incapaz de un golpe de fuerza contra el sindicato independiente. La actitud negociadora de Kania y de Jaruzelski al principio, servía entre otras cosas para alimentar este mito (en realidad no eran sino maniobras destinadas a ganar tiempo, con vistas a un reagrupamiento de fuerzas). Los obreros polacos experimentan ahora amargamente la lección de que la guerra entre oprimidos y opresores se asemeja en un punto a la guerra convencional: el de que en el enfrentamiento .entre ejércitos enemigos no sólo cuentan las "relaciones de fuerza”, el recuento formal (el número), sino también el grado de organización y, sobre todo, el grado de conciencia, preparación y determinación de la dirección (otro dirigente sindical exilado, S. Blumstajn, reflexionó amargamente: "pensamos que con toda la población a nuestro lado nada podía pasarnos” -N. Obs., cit.).


 


El último factor ha sido el decisivo en Polonia. La política de la dirección burocrática contó con las cualidades que faltaron a la dirección obrera: apreciación realista del enfrentamiento, determinación de sus objetivos sin ilusiones, movilización de los cuadros militares bajo una firme disciplina. Luego de armar una campaña de intoxicación, atribuyendo a Solidaridad sus propias intenciones (la toma del poder), golpeó sorpresivamente a su enemigo, superior en número, pero que no se había preparado para el enfrentamiento. Con ello consiguió dos ventajas decisivas -movilizar a los obreros y campesinos de uniforme en una guerra civil contra los obreros y campesinos y devolver la iniciativa política a la burocracia- que inclinaron decisivamente las relaciones de fuerza a su favor. Todo el heroísmo que desplegó el proletariado polaco se encuadró en una acción defensiva, relativamente desorganizada para una organización que controlaba la vida del país.


 


Pero los mitos no .surgen del aire, sino que tienen siempre un fundamento terrenal. El mito de la inofensividad de la burocracia polaca tenía su base en la ofensividad muy real de los ejércitos rusos, cuya invasión se juzgaba como inevitable e incontenible en caso de toma del poder. Pero frente a un peligro real caben dos actitudes: o examinarlo detenidamente para determinar las condiciones de su derrota, o refugiarse en un mito que permita inmunizar al peligro (en este caso, que la "autolimitación” de Solidaridad implicaría automáticamente una autolimitación equivalente del Kremlin) De haberse adoptado la primera actitud se hubiesen advertido todas las ventajas que contra una invasión rusa tenía una política determinada de liquidación de la burocracia y toma del poder: la quiebra del ejército polaco y el armamento de la nación. La defensa militar de la revolución obrera no se hubiese limitado a eso. La salida de Polonia hubiera dado un golpe en el espinazo del Pacto de Varsovia (el ejército polaco es el segundo más fuerte del pacto y, como no ceso de repetirlo el propio Kremlin la ubicación de Polonia es vital para las líneas de comunicación y logística de las tropas del Pacto). Esto hubiera, por lo menos, demorado considerablemente una invasión, lo que hubiese dado tiempo para preparar la defensa y extensión internacional de la revolución, en la línea del llamado realizado por Solidaridad a los trabajadores de Europa del Este, cuya movilización hubiese logrado un fermento sin igual en la victoria revolucionaria de sus hermanos de clase polacos. La movilización en Europa Occidental también hubiera sido enorme (como lo demuestran las movilizaciones que se produjeron, aun en el marco de una derrota, y pese al boicot del stalinismo y la socialdemocracia). Lo fundamental es que Solidaridad hubiera conseguido el resultado que logró, con otros objetivos, Jaruzelski; ganar a una parte de las tropas enemigas, y neutralizar a otra. Por el camino de evitar una invasión no dándole pretextos, lo único que se consiguió fue soportar una invasión por procuración.


 


La dirección de Solidaridad dejó pasar los momentos de máxima ofensiva de las masas sin lanzar un ataque decisivo contra la burocracia. Aun cuando la situación era enteramente favorable, buscó una salida conciliadora bajo el arbitraje de la Iglesia. Al obrar así, estaba cavando la fosa del sindicato. Así fue en marzo, cuando se opuso al planteo de huelga general que espontánea y masivamente había surgido tras el apaleamiento de una reunión sindical en Bydgoczcz. Señalamos en ese momento:


 


"Afines de marzo la movilización revolucionaria del proletariado polaco llegó a su punto de máxima tensión: luego de una huelga general "de advertencia" de 4 horas (el primer movimiento de esta naturaleza en la historia de Polonia) se juzgaba inminente la efectivización de la huelga general por tiempo indeterminado. En tal caso se hubiera planteado directamente la cuestión de la caída del actual gobierno, la posibilidad de una entrada inmediata de las tropas rusas, la estructuración de un poder obrero basado en Solidaridad, la perspectiva de una guerra revolucionaria contra los invasores de la burocracia del Kremlin.


 


La huelga indefinida fue evitada a último momento por un acuerdo precario entre Walesa y el gobierno, y por la decisión de Walesa de suspender el movimiento bajo su responsabilidad, previo a la reunión del Comité Nacional de Solidaridad (…) Entendemos que el levantamiento de la huelga fue una capitulación de Walesa, que ha seguido aquí también las orientaciones de la jerarquía de la Iglesia y del Vaticano. Es sobre estos sectores que se apoya el ‘comunismo polaco’.


 


(…) La huelga general no se presentaba como una vía forzada para la revolución, pues nacía de las propias masas y tenía reivindicaciones precisas. Si el gobierno se revelaba incapaz de satisfacerlas, quiere decir que confesaba su incapacidad de gobernar, y esto es una evidencia de la que hay que sacar las conclusiones necesarias, pues significaba que el mentado pacto social o tregua es simplemente un espejismo que sirve sólo para disipar la energía de las masas. Esto último es el peligro, porque de esto puede resurgir el totalitarismo staliniano y las bayonetas del Kremlin” ("P.O.” 319, 6/4/81).


 


Dos testimonios vienen a confirmar ahora que, en ese momento álgido de la crisis, fue la línea conciliadora lo que salvó a la burocracia y le dio margen para reorganizar sus fuerzas con vistas al golpe. El sindicalista Kowalewski afirma que "luego de los acontecimientos de Bydgoczcz en marzo, nos habíamos preparado para la huelga general. No tuvo lugar, pero sentimos, en ese momento, una fuerza enorme. El poder comprendió sin duda, entonces, que era necesario que la cosa no se repitiese” ("N.Obs.”, cit.). No sólo eso. "En privado, altos responsables gubernamentales confirmaron que los planes para un estado de emergencia fueron puestos en marcha tan temprano como en marzo, durante la crisis que se produjo alrededor de la represión a los activistas de Solidaridad en la ciudad norteña de Bydgoczcz” ("Washington Post , 3/1/82). La cuenta regresiva para Solidaridad comenzó cuando la burocracia comprendió que su dirección se negaba a afrontar un combate en que estuviese en juego el poder.


 


Con diferentes matices, esa fue la línea que prevaleció en los diferentes sectores dirigentes de Solidaridad (tanto la dirección católica de Walesa como la "izquierda laica” del KOR). Como señalamos en P.O. 325:


"La contradicción de la situación polaca consiste en que la clase obrera ha puesto en pie un coloso que, por ahora, y en la medida del desenvolvimiento de la experiencia de la vanguardia y de la masa toda, tiene una cabeza que no corresponde a su estatura histórica (9/11/81). 


 


Mientras la clase obrera no pudo superar esa contradicción, la burocracia la explotó para inclinar, por el momento, la lucha en su favor.


 


Las tendencias dirigentes de Solidaridad


 


Desde el punto de vista de la extensión y profundidad de la movilización, la revolución política iniciada en Agosto de 1980 superó a las anteriores rebeliones antiburocráticas. Desde el punto de vista de la orientación política de la dirección obrera, en cambio, significó un retroceso respecto a aquellas.


 


Los sectores dirigentes de la revolución de 1956 (el diario "Po Prostu”), se identificaban con el marxismo, y criticaban al stalinismo desde el ángulo del socialismo revolucionario. Una de las expresiones más significativas de esa etapa (al menos vista desde el exterior) fue la "Carta Abierta” al PC, dirigida en 1964 por dos jóvenes militantes recientemente expulsados -J.Kuron y K. Modzelewski- que planteaba un programa de revolución política: derrocamiento de la burocracia e instauración de la democracia obrera.


 


La fracción dirigente de Solidaridad (Walesa) estuvo bajo la directa influencia de la jerarquía católica, la que la sometió a un programa de preservación del poder burocrático. Pero también la llamada "izquierda laica” (el KOR) se orientó, a diferencia del pasado, hacia una reforma del estado. A través de este sector se expresó la emergencia de todo un sector social (universitarios, técnicos, funcionarios administrativos "sin partido”) engrosado por el desarrollo económico, diferenciado de la clase obrera, pero marginado de las decisiones políticas por el monopolio de la burocracia.


 


El programa de la "izquierda laica” reflejó tanto esa evolución social, como la de la situación política internacional (intervencionismo creciente del imperialismo en los Estados Obreros en base a una demagogia "democratizante”).


 


La intelectualidad comenzó a cobrar conciencia de sus aspiraciones propias. Si bien éstas la sitúan en el campo de la lucha contra la burocracia, no lo hacen en la perspectiva de la revolución política dirigida por la clase obrera (pues a diferencia de ésta, la intelectualidad sí "tiene algo que perder” con la destrucción del Estado burocrático), sino de un programa reformista, de cooptación de la intelectualidad a la 'dirección del Estado. Paradójicamente, esta evolución se expresó en algunos sectores que habían llegado a postular la revolución política. Así, Jan Litynski, uno de los fundadores del KOR y de su periódico "El Obrero”, señalaba en 1979: "Este sistema puede, en algunos años, transformarse en un sistema totalmente diferente. Por ejemplo, la diferencia entre la Polonia de 1974 y la de 1979 es colosal… Puede pensarse que la diferencia entre 1979 y 1984 será igualmente importante, sin cambio revolucionario del sistema, al que todo el mundo teme” ("Imprecor” 7/5/80). El propio Jacek Kuron, indicaba ya en 1977 cuál era, a su juicio, el "modelo" de esa transformación: "en los países industrializados, llamados por algunos "países capitalistas”, la propiedad privada de los medios de producción no desempeña, en la actualidad, ninguna función. La economía de estos países está dominada por grandes organizaciones centralizadas, en las cuales la propiedad, por otra parte colectiva, está separada de la administración” ("Imprecor”) en español, 9/6/77 Por sorprendente que esta afirmación parezca, ella indica el rumbo que adoptó la intelectualidad opositora: el de la reforma del Estado burocrático, basada en la colaboración con "Occidente” (es decir, con el imperialismo). Ni qué decir que la burocracia, que abrió las puertas a la penetración económica y financiera del imperialismo, es la menos indicada para criticar esa orientación. Por la misma época, A. Michnik, dirigente de la rebelón estudiantil de 1968 (y también dirigente del KOR) publicaba un folleto en -el que postulaba una alianza estrecha con la Iglesia como institución (no sólo con los católicos).


 


Si la influencia de Walesa puede traducir la falta de maduración política de la nueva vanguardia obrera, el KOR se sitúa en un punto de vista expresamente ajeno al de la clase obrera.


 


En ambos casos, se culmina en un rechazo de la hegemonía del proletariado en el proceso revolucionario —ya sea transformándolo en una fuerza de apoyo a la Iglesia, o "autolimitándolo” a un planteo de reforma del Estado- y, por ende, de rechazo de la dictadura proletaria como el único planteo cabalmente antiburocrático. Walesa llegó a sostener que se oponía a la toma del poder por Solidaridad, pues ello desembocaría en una dictadura totalitaria. Interrogado sobre el mismo punto, Kuron respondió: "Cuando llegan al poder, las organizaciones revolucionarias acaban privando a las masas de participación. Por eso es que Solidaridad no lo hará" (“Jornal do Brasil”, 8/11/81). Lo curioso de esta concepción, es que en nombre del peligro de que las organizaciones de las masas se burocraticen una vez en el poder, se tolera que la burocracia ya existente continúe ejerciéndolo contra ellas.


 


Basado en esta doctrina, el KOR elaboró un concretísimo y completísimo plan de reorganización de la sociedad ("autogestión” de las empresas y municipalidades, “tribunales populares” de control del poder, preservación de un poder formal para el PC), que permitiría conservar todo lo existente, reformar al estado y evitar una revolución. Pero, como sucede siempre, el doctrinarismo y el “culto de lo concreto” les tapó los ojos sobre los peligros reales y los medios para afrontarlos, o sea, el poder obrero como única respuesta posible a la crisis y a las amenazas de la burocracia. Fue declaradamente para desbaratar esa posibilidad que se produjo el golpe. Kuron, en cambio, interrogado si “las fuerzas armadas emplearán la violencia contra los trabajadores que desafían al régimen?”, respondió: "No. Ellas son conciernes de (nuestra) unidad social. Es preciso considerar que este ejército nada tiene que ver con los de América Latina. Aquí son incapaces de promover cualquier acción violenta contra la sociedad” ("Jornal)' cit.). Pinochet-Jaruzelski se encargaría de retrotraer esta doctrina a la realidad. Los partidarios occidentales de la "autogestión”, que consideran a la revolución y la dictadura proletarias como "pasadas de moda”, harían bien en reflexionar sobre la experiencia del KOR.


 


Si en la etapa anterior al inicio de la revolución la labor del KOR había tenido un carácter altamente progresivo, pues sostenía todo movimiento de lucha contra la burocracia, luego de Gdansk su programa reformista mostró su carácter antirrevolucionario. La alianza con la Iglesia, que se jugó entera a la salvación del régimen burocrático, y el respeto al "rol dirigente del PC”, obraron como un freno decisivo de la clase obrera que -como lo demuestra su resistencia al golpe- estaba dispuesta a un enfrentamiento a muerte contra la burocracia. Las esperanzas puestas en la presión de los "imperialismos democráticos”, naufragaron en el apoyo que estos brindaron a la burocracia contrarrevolucionaria. Los sectores que se opusieron a esta orientación conciliadora, no llegaron a organizarse en una fracción política delimitada, con la perspectiva de la toma del poder por las organizaciones obreras. Sólo alcanzaron a distinguirse con propuestas más combativas que las de Walesa, como la de la huelga general frente al golpe. La huelga general, sin embargo, no hace sino plantear el problema del poder, no resolverlo. Resolverlo significa plantear la insurrección armada para la toma del poder, la quiebra del ejército enemigo, la preparación de la defensa revolucionaria (nacional e internacionalmente) de la nación. Y, en primer lugar, liquidar las ilusiones en la reforma del estado burocrático y la colaboración con la Iglesia y el imperialismo. Es claro que esta perspectiva no puede ser el fruto de un golpe de timón repentino y afortunado, sino de la tarea paciente de un partido revolucionario. Es la ausencia de tal partido la causa fundamental del fracaso momentáneo de la revolución proletaria en Polonia La experiencia de un año y medio de vertiginoso proceso revolucionario se incorporara sin duda, a la conciencia de la vanguardia obrera, en cuya delimitación política reside la esperanza del triunfo futuro de la revolución.


 


Polonia y la impasse de la política imperialista


  


El principal vocero de la burguesía francesa – “Le Monde” – sostuvo, defendiendo la posición pro-golpe adoptada de inmediato por el gobierno “socialista” del imperialismo francés: "reflejaba el análisis que el ministro francés había escuchado de sus colegas norteamericano, británico y alemán, consultados por teléfono: la proclamación del ‘estado de guerra en Polonia era ciertamente lamentable, pero aun así preferible a una intervención soviética. Además, no se ocultaba para nada en las capitales occidentales que un enfrentamiento entre Solidaridad y el gobierno de Varsovia, cualquiera que éste fuese, era inevitable. La solución del general Jaruzelski era pues la menos mala posible” (19/12/81). Diplomacia aparte, aquí está concentrado lo principal de la posición común a todos los sectores imperialistas: a) que los sindicatos independientes son incompatibles con el régimen burocrático, b) que el aplastamiento de aquéllos era imprescindible para la sobrevivencia de éste, c) que la sobrevivencia de éste es el mal menor.


 


El imperialismo era el último en tragarse la píldora propagandística del Kremlin, sobre la supuesta "restauración del capitalismo” perseguida por Solidaridad: "Los diplomáticos occidentales juzgan que, en despecho de algunas estruendosas declaraciones de un grupo de sindicalistas, las actividades de Solidaridad se desarrollaban en el cuadro de la búsqueda de una mayor democracia bajo el comunismo” ("International Herald Tribune”, 6/1).


 


El golpe era preferible a una invasión rusa, sólo porque éste podía precipitar una guerra civil. Pero aún una invasión era preferible al derrocamiento de la burocracia por Solidaridad, que era el peligro mayor (en primer lugar, por el impacto revolucionario que el triunfo de la revolución obrera en Polonia tendría sobre las masas de Europa Occidental). Como lo señaló sin pelos en la lengua el "Guardián” (ligado al laborismo británico): "Polonia tiene, por la primera vez en 18 meses, un gobierno que está preparado para gobernar, y hasta ahora, la nación no entro' en erupción” (21/12). Lo principal, para el imperialismo, era evitar la “erupción”.


 


Todo esto ilustra el apoyo dado al golpe por los gobiernos imperialistas, que es necesario distinguir de la demagogia de "lamentaciones” posterior:


 


"Mr. Honecker está tan convencido como yo de que (el golpe) era necesario” (Helmuth Schimdt, citado por "The Economist”, 19/12). 


 


"Pienso que los soviets confían, tanto como nosotros, que la acción del general Jaruzelski va a funcionar” (un experto de política exterior, portavoz de Reagan, citado por Clarín, 15/12/81).


 


"Se trata de un problema polaco que debe ser resuelto por los polacos. No hay indicios de intervención de la URSS" (C.Cheysson, ministro de Relaciones Exteriores de Francia- "Le Monde”,15/12/81).


 


Pero el apoyo del imperialismo al golpe no sólo hay que situarlo en relación a su alianza general con la burocracia contra la revolución obrera mundial. Al compás de la "distención”, el imperialismo llevó adelante una profunda penetración económica en los Estados Obreros, de la cual los 30 mil millones de dólares de deuda de Polonia con los bancos occidental6 son un ejemplo. Estas inversiones, que fueron una de las principales válvulas de escape del enorme capital ficticio creado la crisis económica mundial, estaban en peligro directo ante toma del poder por Solidaridad; su pérdida significaría la apertura “crack financiero” sin precedentes. Lo que los gobiernos dijeron encubiertos por el melifluo lenguaje diplomático, los capitalistas lo tradujeron al crudo o idioma del dinero.


 


“Mucho banqueros occidentales han aplaudido el golpe porque piensan que la acción del ejercito va a terminar con la impasse política que se desarrolló entre el gobierno y Solidaridad, y que ha paralizado la economía (…) ven la toma del poder por los militares como una oportunidad para Polonia de comenzar un proceso completo de recuperación económica Solidaridad había estado luchando por reformas radicales, originalmente previstas para para ser efectivas a partir del Primero de Enero, que incluirían la gestión obrera de las empresas por Consejos Obreros (…) La acción del general Jaruzelski es una ´vía para salir de la impasse´, dijo Yves Laulan, principal economista de la Societé Generale de Francia… ´debemos preguntarnos:¿es la economía polaca más viable ahora que lo que era previamente (al golpe)'? La respuesta es sí” ("Bussiness Week”28/12).


 


"Los bancos y los gobiernos occidentales esperan que la solución militar llevará rápidamente de vuelta al trabajo, en las fábricas y minas de carbón potencialmente lucrativas del país” ("New York Times”, 16/12/81).


 


No cabe la menor duda, pues, de que el golpe de la burocracia del Kremlin, fue también el golpe de los acreedores imperialistas de Polonia (o sea, un golpe de la burocracia en favor del imperialismo, que por el mismo motivo, debilita a los Estados obreros). Aquí está resumida la esencia de la "detente” promovida por el imperialismo con el apoyo de la burocracia: una política para prevenir la crisis de los regímenes burocráticos, salvar la "coexistencia pacífica” y darle al imperialismo los medios para intervenir en esa crisis.


 


De ese modo, además de darle un expediente de escape a su propia crisis económica (abriéndole un vasto campo de inversiones en los Estados obreros), el imperialismo procura sentar las bases para la recuperación plena de los mercados de los países en que ha sido expropiado el capital. La política yanqui no se limita, por ello, a apoyar el golpe, sino también a reclamar su intervención en la "reconstrucción económica” de Polonia. Para el Secretario de Estado, Haig, "… la cuestión no debe ser analizada en el sentido clásico de la era post-Yalta. Debe serlo en el contexto de post-Helsinki. Es por ello que los estériles argumentos sobre las ‘esferas de influencia' que podían ser usados en una situación post-Yalta… no son ahora aplicables” (“The Guardian”, 3/1/82).


 


Pero esta política está en crisis, debido a las divisiones del imperialismo para llevarla adelante o, mejor dicho, porque cada sector imperialista pretende implementarla en su propio beneficio. La cuestión de las sanciones económicas a la URSS propuestas por los EEUU, son apenas el lado formal de esta cuestión. Reagan sostiene que para los EEUU, a diferencia de Europa, la URSS estuvo “por detrás” del golpe, y en consecuencia debe ser sancionada. Hipocresía pura. Los yanquis saben perfectamente que la URSS ejecutó el golpe (no “por detrás”), y es un secreto a voces que las sanciones que aplicó son puramente formales (Reagan se cuidó de aplicar cualquier sanción real, como por ejemplo, el embargo a la venta de cereales). El reclamo a los imperialismos europeo y japonés, para que suspendan sus ventas de alta tecnología a la URSS, a raíz del golpe polaco, también es pura hipocresía: “Mucho antes de los acontecimientos en Polonia, los americanos venían reclamando a sus aliados que esclareciesen sus reglas de exportación de alta tecnología a los rusos” (“The Economist”, 26/12/81). La suspensión unilateral por los yanquis de esas exportaciones es casi formal pues éstas son menos del 5 por ciento de las ventas “occidentales” a la URSS (ídem).


 


Los yanquis se esforzaron en exigir de los europeos que suspendiesen las tratativas y ventas para la construcción del gasoducto entre Siberia y Europa. Lejos de ser una “sanción a la URSS” se trata de una sanción al capital europeo, pues los haría suspender un negocio de 22 mil millones de dólares (el mayor contrato de energía ya celebrado en el mundo). El gobierno japonés hizo caso omiso, y reemplazó a los yanquis como proveedor de tubos de acero a la URSS. El francés celebró un contrato de suministro de energía con la URSS. Los alemanes, que encabezaron la resistencia a las sanciones, dejaron claro que la pretensión real de los EEUU es asegurarse el monopolio comercial de las naciones capitalistas con la URSS.


 


La posición del imperialismo y de la socialdemocracia alemana, entretanto, opuesta a las sanciones, se ha singularizado por su apoyo al golpe y su odio a Solidaridad. Defendiendo sus propios intereses comerciales y de apertura política hacia la burocracia, la socialdemocracia alemana desplegó al mismo tiempo todas sus fuerzas para evitar la movilización del proletariado alemán en solidaridad con el polaco (su bancada parlamentaria lanzó un patético llamado a evitar las huelgas). Ahora bien, ésta es una cuestión clave, tanto por la tradición del proletariado alemán, como por su condición de bisagra entre la clase obrera del este y del oeste. La movilización de los obreros alemanes hubiese sido tanto un fermento para la clase obrera occidental como para sus hermanos de clase de Alemania Oriental (vecinos de Polonia): era el punto clave a impedir, y la socialdemocracia llenó allí plenamente su rol proimperialista.


 


La feroz lucha interimperialista entre yanquis y europeos no es sobre la necesidad de la “détente”, sino sobre si ésta será utilizada para disciplinar a las burguesías europeas a la yanqui: “los alemanes se manifiestan convencidos que en caso de catástrofe en Polonia los americanos serían los primeros, sobre los escombros de la "détente”, a retomar por su propia cuenta las negociaciones con la URSS” ("Le Nouvel Observateur, 9/1/82). Comandar las negociaciones con la burocracia (Reagan manifestó su voluntad de reunirse con Brezhnev, aún si la URSS invadiese Polonia) y subordinar a las burguesías europeas: he ahí los objetivos de la política yanqui.


 


Que las divergencias interimperialistas no se basan en una apreciación cualitativamente diferente del golpe, lo prueba tanto su apoyo común a éste, como la condena verbal posterior, utilizando una demagogia “democratizante”: ésta es una concesión a la "opinión pública” de sus propios países, como también un elemento de su intervencionismo en los Estados obreros (un elemento demagógico frente a las masas de esos países). El imperialismo también prefería un golpe a una invasión, porque ésta lo hubiese obligado a sacarse la careta -la maniobra de apoyarla y condenarla verbalmente sería imposible- llevándolo a un enfrentamiento frontal con los trabajadores de los países occidentales.


 


La lucha interimperialista se agudiza porque su cuadro es la crisis de la “détente”, es decir, de la penetración económica y política en los Estados obreros. Dos voceros imperialistas expresan a su manera esta crisis:


 


"La esperanza de las cancillerías occidentales de que el desarrollo de la interdependencia de las economías traiga aparejada una liberalización política de todo el globo, y sobre todo el aflojamiento del control de la URSS sobre las democracias populares, se viene abajo” ("Le Monde”, 2/1/82).


 


Para el "Wall Street Journal”:


 


"Hubiera tenido sentido ayudar (económicamente) a Europa del Este si Polonia y los otros estuviesen desarrollando la clase de economías que les permitiesen finalmente pagar los préstamos y contribuir al bienestar económico del mundo. Pero no hay señales de que están pensando en abandonar el sistema comunista y desplazándose hacia los mercados libres (citado por "International Herald Tribune”, 7/1/82).


 


Si se tiene en cuenta que para el vocero del imperialismo yanqui, el "bienestar económico del mundo” es el dominio indiviso del capital imperialista, se advierte que lo que está planteado, con tanta más urgencia dada la crisis económica, es la recuperación de los mercados de Europa del Este (y la URSS): una reorganización económica del mundo bajo la égida yanqui.


 


La “détente” está en crisis en función de este objetivo, y el debate interimperialista no es sino la punta del iceberg de un debate mundial del gran capital en tomo a una reorientación para conseguirlo. Para Kissinger, son necesarios cambios equivalentes a los que dieron lugar al Plan Marshall y la Alianza Atlántica, pues se trata del “fin de una era” (ver “Time”, 11/ 1/82). Justamente un "Plan Marshall” para Europa del Este es una de las propuestas que barajan los estados imperialistas para reforzar su penetración económica. Pero la impasse de la “détente” -apuntada por el Wall Street Journal- lleva a cuestionar ese plan, y al reforzamiento de una corriente “aislacionista” dentro de la burguesía yanqui, partidaria del proteccionismo económico, de agudizar la lucha contra el capital europeo, y reforzar el dominio yanqui sobre el mundo atrasado.


 


Este debate público dentro de la burguesía yanqui, y la tentativa de uno de sus sectores de reorientar la política de conjunto del imperialismo norteamericano (a lo que Schmidt se opuso patéticamente, señalando que las crisis del Este -Polonia- no deben transformarse en crisis del Oeste), anuncian una profundización de la crisis de la política mundial del imperialismo y un reforzamiento de la lucha interimperialista.


 


La impasse de los regímenes burocráticos


 


El origen de la crisis económica polaca ha sido atribuido a los "errores” del gobierno Gierek (toma excesiva de préstamos en Occidente, desarrollo excesivo de ciertas ramas industriales). El plan de Gierek (motorizar el desarrollo económico a través de las industrias susceptibles de exportar hacia Occidente), sin embargo, no fue sino la puesta en práctica de una tendencia que abarca a todos los Estados Obreros, y que está particularmente desarrollada en Hungría y Rumania. Estos países han acumulado, al igual que Polonia, cuantiosas deudas con los bancos occidentales. Las deudas, a su turno, expresan que se ha financiado a industrias cuya producción no ha encontrado mercado (lo que impidió su reembolso): las economías de los estados obreros han sufrido las consecuencias de la agudización de su dependencia respecto del mercado mundial (y de sus crisis).


 


La extensión y profundidad de esta "apertura económica” de los Estados Obreros revela que estamos ante una tendencia profunda: el desarrollo “autárquico” de la posguerra, en que las economías se desarrollaron como complementarias de la URSS (a través del COMECON) llegó a un punto de saturación.


 


La necesidad de integrarse al mercado mundial (so pena de provocar un colapso) pone al desnudo la utopía reaccionaria de la “construcción del socialismo en un sólo país", mito de la burocracia del Kremlin. Pero el mercado mundial está dominado por el imperialismo, que pone como condición que el desarrollo económico sea complementario a sus necesidades: en Polonia esto llevó a que numerosas empresas llegaran al punto de convertirse en subcontratistas de grupos monopolistas, las que tienen a su cargo la comercialización de la producción. La crisis y el estrechamiento de los mercados occidentales repercuten ahora más directamente en las economías de los Estados Obreros.


 


Ni qué decir que todo esto da al imperialismo los medios para intervenir directamente en la evolución de esos países. Utilizando el arma de la dependencia financiera y tecnológica, se exige que sean eliminadas las industrias "no rentables” (desde el punto de vista del mercado mundial) y que se otorgue mayor autonomía a las empresas, eliminando la planificación centralizada, y permitiendo su vinculación directa con el mercado mundial: en esto consiste la "reforma económica” exigida por el imperialismo para mantener su “ayuda” a Polonia. Se trata en medidas que van en el sentido de la eliminación de uno de os pi ares de los Estados Obreros: el monopolio del comercio del comercio exterior; y que, por ende, preparan el terreno para una restauración capitalista.


 


Tal “reforma” implica una catástrofe social: desocupación, liquidación de conquistas sociales y “racionalización” salarial. La común hostilidad del imperialista y la burocracia había el movimiento obrero independiente tiene aquí otra razón. Con razón pudo Jaruzelski dirigirse “a esos medios extranjeros que hace una década de días aconsejaban a los polacos trabajar e instaurar el orden y la disciplina. Ahora esos mismos medios deploran las medidas que fueron adoptadas exactamente en ese sentido” (discurso posgolpe, “Le Monde”, 26/12/81).


 


Por encima del reproche reaparece la comunidad de intereses. Y esta no se detiene allí. Pues el gobierno Jaruzelski, con pleno aval de la URSS, se ha esforzado por mantener el curso supuestamente “erróneo” de Gierek, incluso profundizándolo: se ha hecho un notable esfuerzo por pagar la deuda (la URSS vendió parte de sus reservas de oro para ayudar al gobierno polaco a pagar), se ha solicitado nuevos préstamos, se ha ratificado el pedido de ingreso al Fondo Monetario Internacional (lo que implica la aceptación de los condicionamientos de este organismo imperialista, en primer lugar, su derecho a orientar la política económica de sus miembros).


 


La tendencia de la burocracia es profundizar a cualquier precio la integración al mercado mundial, lo cual profundizara la crisis económica. Existe una salida: la suspensión del pago de la deuda, el reforzamiento de los mecanismos de defensa del Estado Obrero. Esto exigiría: en el plano externo, una política revolucionaria antiimperialista contra la presión capitalista; en el plano interno, un racionamiento igualitario mientras dure la crisis. Pero este programa exige la liquidación de la burocracia, la abolición de sus privilegios, la revisión de su política pasada (no es un gobierno de la burocracia el que podría desconocer la deuda por él contraída), la instauración del poder obrero.


 


Aún bajo la gestión burocrática, durante los últimos anos las tasas de crecimiento de las economías de la URSS y Europa del Este fueron muy superiores a las de los países capitalistas (que sufren los efectos de la crisis económica). Esto revela que estamos, no ante una crisis de la propiedad estatal de los medios de producción, y la planificación centralizada, sino de su gestión por la burocracia del Kremlin y sus agentes. Su política de huir de la crisis a través de una integración más profunda con la economía mundial bajo dominio imperialista, no hará sino agravarla y profundizar la disgregación de la propia burocracia.


 


La crisis del aparato internacional del stalinismo y el eurocomunismo


 


El índice más visible de la disgregación de la burocracia lo brinda la crisis de su aparato internacional. Un sector de éste, encabezado por el PC italiano, ha condenado el golpe de Jaruzelski, y responsabilizado por él a la URSS.


 


¿Se trata de un sector que rompe con el Kremlin para unirse con el movimiento obrero que enfrenta a la burocracia rusa? No. En el documento del PCI se admiten las calumnias que aquella lanzó contra Solidaridad: "presentó reivindicaciones que no eran viables en la realidad” —el PCI se guarda de decirnos cuáles …” la crisis que explotó en Polonia durante el verano de 1980 … no puede ser atribuida a maniobras de fuerzas reaccionarias, hostiles al socialismo, a pesar de haber dado y dar espacio y ocasiones a todo eso”. Si las huelgas dieron ocasiones a la “reacción”, ésta las aprovechó para apoyar a la burocracia contra el movimiento obrero. El PCI introduce por la ventana los mismos argumentos de la burocracia y manifiesta su acuerdo de principios con ésta contra Solidaridad.


 


"El descontento y la rebelión se dirigían contra la ausencia de vida democrática en ese sistema político, contra una relación entre Partido y masas que se había vuelto, esencialmente, burocrática…” ¿Sólo contra el burocratismo? ¿Y los centenares de asesinatos de Gdansk (1970), Sczeczin, Poznan (1956)? Además, ¿cuándo se tornó "burocrática” esa relación? El PCI no nos lo dice, y de paso aprovecha para saludar al Partido (con P mayúscula) de la burocracia como el "partido único de la clase obrera”.


 


El PCI afirma que "acogió positivamente” el nacimiento de Solidaridad, y enseguida dice que “dio todo el apoyo posible a las tentativas (de renovación de la vida política y social) que fueron realizadas por el POUP. ¿Cuáles? ¿El desabastecimiento, el racionamiento burocrático, las alzas de precios, los apaleamientos y detenciones de sindicalistas, las provocaciones sistemáticas al sindicato? ¿La negativa a dejar a Solidaridad emplear los medios de comunicación? (Todo cubierto tras la fachada del "diálogo”, y que fue el camino que precedió al golpe) ¿Y qué opina el PCI sobre los “renovadores” Jaruzelski y Rakowski (que así se presentaban cuando el poder burocrático utilizo la zanahoria del "diálogo” y la "renovación”)?


 


Hasta aquí, el Kremlin no tiene por qué inquietarse con os críticos del "eurocomunismo”. Pero éste se pregunta: ¿por qué las varias tentativas de renovación fracasaron?” La respuesta, para el PCI, sería que "esta fase del desenvolvimiento del socialismo que tuvo inicio con la Revolución de Octubre, agotó su fuerza propulsora”. El PCI sabe bien lo que hace cuando identifica a la Revolución de Octubre con la burocracia del Kremlin, y no con los obreros polacos. Para el PCI, Polonia perdió su oportunidad cuando se ignoraron "las tentativas que hasta aquel momento (1947) se habían realizado en varios países después de la derrota del nazismo para construir regímenes políticos que, rompiendo con las tradiciones reaccionarias y autoritarias del pasado, y siguiendo una política de amistad con la URSS, tuviesen en cuenta la Historia, la estructura social y la cultura de los diferentes pueblos”.


 


Tales tentativas fueron realizadas por los partidos burgueses y socialdemócratas (con eco en el stalinismo) y la “estructura social” que proponían ‘‘tener en cuenta” era la propiedad privada capitalista y la gran propiedad terrateniente. El único punto donde el PCI rompe con la burocracia es para criticar lo único que ésta realizó de progresivo, la expropiación del capital. Su conclusión: el único impulso para la reforma de las sociedades del Este no puede ahora sino provenir, no de los obreros del Este, sino de Occidente, para lo que el PCI insinúa una “euroizquierda” junto a la socialdemocracia, celosa defensora de los estados imperialistas.


 


El eurocomunismo da un nuevo paso hacia su alineamiento con el imperialismo; en lo inmediato el documento del PCI le ha permitido un acercamiento mayor al partido de la buguesía italiana, la Democracia Cristiana (que saludó el documento). Berlinguer, el "crítico del stalinismo y la falta de democracia”, recordó a los militantes comunistas la prohibición de formar fracciones, grupos o tendencias al interior del partido (para los "eurocomunistas”, la democracia bien entendida no empieza por casa). La aparición pública de un sector del aparato stalinista que cuestiona las conquistas de Octubre en los Estados Obreros (la expropiación de los medios de producción) indica un alto grado de disgregación del stalinismo internacional, y la existencia probable de un sector de la burocracia del Kremlin que se plantea llevar la colaboración con el imperialismo hasta ese punto.


 


La resistencia obrera y su significado


 


Las noticias llegadas al exterior, ultrafragmentadas, permiten, sin embargo, vislumbrar la extraordinaria amplitud de la resistencia obrera al golpe, que prueba la disposición de la clase obrera para librar una batalla a muerte contra la burocracia.


 


Según los informes oficiales, el 15 de diciembre por la mañana 260 fábricas se encontraban en huelga, a las que se agregaron 160 por la tarde. Al día siguiente, "sólo” 180 habrían mantenido su actitud. Como se trata en general de grandes empresas, y toda vez que el gobierno estaba interesado en minimizar al máximo la amplitud de la resistencia, estas cifras dan una idea de su amplitud. Otros informes (provenientes de extranjeros que salieron de Polonia a los pocos días del golpe) testimonian de la combatividad obrera: en las acerías de Huta Warszawa se formaron masivos piquetes con barras de acero para enfrentar al Ejército en caso de intento de desalojo; los obreros de Radom soldaron las puertas de los establecimientos para defender la ocupación. También se señalaron manifestaciones en la capital que enfrentaron abiertamente al ejército, con saldo de centenares de heridos (según el gobierno).


 


Sólo es posible entrever muy parcialmente la brutalidad de la represión. El gobierno admitió la muerte de 7 obreros durante la desocupación de las minas de Wujak, en Silesia. Poco después admitió poco más de una decena de muertes. Al salir del país, un viajero sueco que estuvo en contacto con una sección de Solidaridad, informó que el sindicato había comprobado por lo menos 200 asesinatos ( Le Monde”, 22/12).


 


El gobierno reintrodujo la práctica -conocida por los polacos – de los campos de concentración, en los que se han denunciado condiciones de detención infrahumanas (frío e inanición) y la práctica sistemática de torturas.


 


La resistencia encarnizada determinó la naturaleza del golpe. En lugar de una rápida “puesta en vereda” de la clase obrera, seguida de la reconstrucción del poder burocrático, se ha procedido a una verdadera militarización total del país (de la que los autores desconocen el plazo).


 


La premeditación y alevosía con que es ejecutada la sangrienta represión está subrayada por una serie de detalles. La eficacia de los "comandos” mencionados -Zomo y Wow- es el producto de un largo adiestramiento: "el Zomo y el Wow tendrían a su disposición armas ligeras de tiro rápido todavía no distribuidas al Ejército” -informa "La Stampa” (24/12). La primera lista de detenidos había sido preparada con gran antelación, como lo revela el burdo detalle que incluye nombres de personas que estaban (y permanecieron) en el exterior. "Luego del repentino golpe, un joven doctor en Gdansk dijo que al fin se dio cuenta de por qué tantas camas extra habían sido colocadas en el hospital militar local, con una semana de anticipación” ("Time”, 28/12/81).


 


Aún descabezada, la resistencia continuó. El 16, Tass denunciaba histéricamente a los 19.600 obreros de las acerías de Huta Katowice, que ocupaban las fábricas. “La Stampa” (15/12) señala que las huelgas en Huta Warszawa y Ursus eran una iniciativa espontánea de los obreros, puesto que todos los dirigentes sindicales de esas fábricas estaban arrestados. Con el correr de los días, la huelga se centralizó en los centros obreros de mayor tradición de lucha: los astilleros de Gdansk y Sczeczin (que llegaron a reelegir un Comité de Huelga y a “filtrar” un llamado a la solidaridad al exterior), la zona de Silesia, en especial a los mineros, Wroclaw, Poznan y Varsovia. Parece ser que el gobierno se empeñó en aplastar la resistencia en Varsovia, donde se produjeron signos alarmantes: los estudiantes repartieron volantes llamando a la huelga, ante la mirada pasiva de los soldados. La sección local de Solidaridad se reorganizó en la clandestinidad, y un proceso de reelección de dirigentes sindicales tuvo lugar en las otras regiones.


 


El Kremlin saludó el aplastamiento, ejército mediante, de la ocupación de Huta Katowice (cerca de Silesia), y la detención íntegra de su Comité de Huelga. Sin embargo, el 21 se informaba que las tropas se habían negado a disparar contra los mineros de Silesia. A esa altura se generalizaban las denuncias de que en los lugares más delicados, oficiales rusos con uniforme polaco comandaban y ejecutaban la represión. El gobierno afirmaba tener la situación bajo su control, con un número mínimo de muertos y detenidos. Tass admitía, sin embargo, el 22 que aún un 20 por ciento de la población se encontraba en huelga. Solidaridad de Varsovia informaba que había por lo menos 13 mil detenidos, e informaciones llegadas al exterior señalaban una cifra oscilante entre 45 y 75 mil, y varios centenares de muertos.


 


El movimiento de resistencia no consiguió, sin duda, una articulación nacional. La fase final de la "huelga con ocupaciones estuvo localizada en Silesia, donde los mineros se negaban a desocupar y amenazaron con hacer volar las instalaciones. Toda la furia represiva se concentró sobre ellos: el 28, el gobierno informó que se había logrado desocupar la última mina en Piast: el Ejército inundó la mina, amenazando con ahogar a todos los ocupantes. Tras dos semanas de resistencia encarnizada, contra un enemigo mejor organizado y equipado (y dispuesto a todo), el movimiento obrero tuvo finalmente que retroceder. Mientras Solidaridad cuidó de no dañar, en la resistencia, los establecimientos industriales, "de los socavones de Piast y de otras minas, por mucho tiempo, quizás para siempre no saldrá más carbón” ("L'Espresso”, 10/01/82). Según "Le Monde” (29/12), contra algunas plantas ocupadas se utilizó armamento pesado del ejército. ¡He ahí el verdadero rostro de los "defensores de la riqueza de la nación polaca ’!.


 


La heroica resistencia obrera es, además, un factor mayor de la configuración de la crisis internacional.


 


"La resistencia de los obreros polacos complica la tarea de los que han emprendido la liquidación de sus aspiraciones a la libertad pero también, las de cancillerías occidentales confesó "Le Monde” (19/12)- en un primer momento, la moderación occidental fue propiamente sorprendente” (la de "Le Monde” también). Las noticias de la resistencia obrera provocaron una ola de huelgas entre los obreros de Europa occidental, y empujó a los gobiernos al empleo de un verbalismo "democrático” que se constituyó en uno de los temas de la disputa interimperialista.


 


Pasada la "resistencia con ocupaciones, el proletariado pasó a una etapa de "resistencia pasiva” y organización clandestina. Esta última es un hecho, como lo prueban los vanos "boletines clandestinos” de Solidaridad que llegaron al exterior. El trabajo "a desgano” es generalizado. En Varsovia, la poderosa sección de Solidaridad ya comenzó a editar un diario clandestino (el "Boletín del estado de guerra”). El abismo entre la burocracia y las masas es infranqueable, la clase obrera no está dispuesta a caer sin combatir, y posee la experiencia de más de tres decenios de lucha contra un conocido enemigo.


 


Es por esto que está cuestionada la capacidad del golpe, pese a su ferocidad, para aplastar por tiempo prolongado a los trabajadores.


 


 


La dictadura militar de Jaruzelski, un gobierno de profundización de la crisis de la burocracia


 


Con la implantación de la dictadura militar, la burocracia ha quedado reducida en Polonia a su aparato represivo, o sea, ha quedado al desnudo, revelando que la única función del poder burocrático en una sociedad basada en la estatización de los medios de producción es la de frenar y reprimir a los trabajadores. La desintegración del PC sigue su marcha: desde el inicio, amén del "Consejo Militar”, los prefectos locales fueron reemplazados por militares; el "Time” (11/1) informa ahora que 90 funcionarios provinciales fueron dimitidos (y sustituidos por uniformados) por "incapacidad para cumplir sus deberes bajo la ley marcial”.


 


La desintegración del PC plantea, para la estabilidad del Estado un problema crucial: el PC poseía una base social propia, minoritaria, pero articulada (que fue deshecha por la revolución). El ejército, en cambio, carece por ahora de base social, y se encuentra sometido a las distintas presiones del imperialismo, de la burocracia rusa y de las masas. Se plantean dos alternativas: que el ejército se desintegre por la resistencia de las masas y la acción de la crisis (se plantearía, entonces, una invasión rusa), o que, para ganarse el apoyo de un sector de las masas (campesinos, técnicos, sectores influidos por la Iglesia) adopte una posición más independiente de Moscú y de mayor acercamiento al imperialismo. Sólo en ese caso podría hablarse de bonapartismo de un régimen que actualmente no es más que un instrumento del Kremlin, cuya burocracia es la verdadera mediadora con el imperialismo mundial.


 


El gobierno no tiene un planteo económico claro, pues esto depende del grado de apoyo del imperialismo. Ha decretado, sin embargo, violentas alzas de precios de los alimentos y artículos primarios, lo cual no es sino un instrumento de agudización de la diferenciación social durante la crisis (porque la burocracia tiene resuelto su problema de consumo dados sus privilegios). Esto no actuará como una transferencia de recursos de la clase obrera al campesinado porque la burocracia recupera el mayor poder adquisitivo que ganen los campesinos con el aumento de los precios de los productos que el Estado vende al agro.


 


¿A quién sirve esto? La respuesta: la carestía es para pagar la deuda externa, una de las exigencias del imperialismo para continuar financiando a Polonia. Se concluye en que el planteo económico de la dictadura es un plan de expoliación y achicamiento del consumo de las masas para pagar al  imperialismo: la burocracia obra como su agente. La crisis agrícola no es menor.


 


Un reciente informe de la OCDE señala que la agricultura polaca está estancada desde 19775: casi todas las cosechas desde ese año han sido inferiores a las del quinquenio anterior (“Le Monde”, 18/11/81). La OCDE reclama un cambio completo de la política del sector, favoreciendo las inversiones de los propietarios privados. Todo esto implica un plan de catástrofe social (desocupación industrial, crisis del sistema agrícola cooperativo) que amenazaría el frágil equilibrio de la dictadura.


 


Este golpe por procuración, que aparece (aunque no es) como independiente de Moscú, era la salida más barata para el Kremlin: permite maniobrar con las democracias imperialistas (invocando los Acuerdos de Helsinki y la "no injerencia” en los asuntos polacos), intentar mantener el frente único con la Iglesia, y maniobrar con el "nacionalismo polaco”, esencial para mantener la unidad de las diferentes tendencias militares; aspectos todos que hubiesen sido impedidos por una invasión directa. La "Unión Patriótica Grunwald” (grupo stalinista antisemita de vieja data) toma la cabeza de la labor represiva, lo que ha llevado a algunos cretinos bien pensantes de la “izquierda” a calificar al gobierno Jaruzelski como "fascista”. ¿Sólo a partir de ahora? Y hasta ahora, ¿qué era? Estos izquierdistas se olvidan que desde el punto de vista formal, el estado stalinista jamás se diferenció del fascista (su diferencia es de contenido: las relaciones sociales sobre las que se asienta; la propiedad privada o estatizada de los medios de producción). No es difícil descubrir entre estos elementos a los que hasta hace poco criticaban como "reaccionaria” toda crítica del “campo socialista”.


 


Este régimen, lejos de cerrar, abre la crisis política en el seno de la burocracia. "El golpe no resuelve nada. Sólo contemporiza con lo inevitable (…) Todo lo que se ha probado es que el ejército polaco, más la policía, puede imponer un orden superficial en el país” ("International Herald Tribune”, 30/12). El único punto en común entre sus diferentes tendencias es el aplastamiento de Solidaridad. Todo lo demás las divide. Jaruzelski ha recurrido al expediente de formar tres comisiones para discutir los planes económicos y político, en las que se discute incluso si hay que eliminar al POUP y formar un nuevo PC ("Time", 11/1). En torno a la cuestión sobre cómo salir de la crisis, las diversas corrientes (pro-URSS, nacionalistas, proimperialistas) no podrán mantener su unidad actual. La resistencia obrera actuará como disolvente general de un frente golpista que se dividirá inevitablemente.


 


 


Las perspectivas de la resistencia obrera


 


Bien entendido, la caída de la dictadura sólo puede provenir de una recuperación del movimiento obrero. El dilema: ¿reforma o revolución? ha sido resuelto transitoriamente por la contrarrevolución burocrática: una derrota parcial que incorporará a la conciencia de la vanguardia obrera la necesidad de derrocar a la burocracia e implantar un gobierno obrero.


 


Contra esta perspectiva, la Iglesia intenta jugar un rol de bombero. Durante los primeros días apoyó descaradamente al golpe, y lo defendió frente al movimiento obrero en lucha. “Los curas intentaron persuadirnos de abandonar la ocupación, diciendo que era una causa perdida. Teníamos la impresión de que habían sido enviados por el gobierno” -relató un minero de Silesia, concluida la ocupación ("Le Monde”, 8/1/82). Ante la magnitud de la resistencia, decidió condenar verbalmente al gobierno, para recuperar su rol de mediadora y frenadora. Su labor se centra ahora en dividir la resistencia y aislar a los sectores combativos de Solidaridad. Un asesor del cardenal Glemp declaró: "Sé que seré criticado por esos extremistas de Solidaridad, pero el hecho es que ahora las personas conocen bien sus límites y podremos crear un sindicato que realmente se restrinja a defender apenas los intereses de los trabajadores y no se transforme en un amplio movimiento de oposición política" (“Jornal do Brasil”, 8/1). ¿Qué es esto, sino el apoyo inmundo al golpe y la defensa infame de la burocracia? Fue al parecer la iglesia la que convenció a Walesa para que no emitiera un llamado a la resistencia general (“New York Times”, 6/1). Desde luego, exigirá a la burocracia su "comisión” por estos favores, en materia de mayores concesiones al imperialismo.


 


Plantear la resistencia como una fuerza de apoyo a las negociaciones de la Iglesia, como lo plantean algunos sectores de Solidaridad en boletines clandestinos (“La Stampa”, 27/12/81), es una perspectiva de derrota. Las negociaciones y los compromisos son imprescindibles en esta etapa de retroceso, pero entregar las perspectivas del movimiento en nombre del apoyo a un aliado del enemigo, es preparar una derrota segura, como lo demostró el golpe. La cuestión de la independencia de la Iglesia es uno de los puntos a clarificar en el curso de la resistencia. Lo mismo se plantea para la movilización internacional, en la que algunos sectores se plantean apoyar el boicot promovido por el imperialismo. La acción de éste es enteramente reaccionaria, pues se plantea, en nombre de la “democracia” que no defiende, restaurar el capitalismo. "Reagan enfatizó que sus acciones no significan un aliciente para que los polacos comiencen a construir barricadas” (“Time”, 11/1).


 


La única movilización consecuente y eficaz es la que debe llevar adelante el movimiento obrero de todos los países, con independencia del imperialismo. Es urgente una lucha masiva por el cese de la represión y por la libertad de los detenidos (se ha denunciado que los dirigentes Kuron y Michnik han sido sometidos a torturas que ponen en peligro sus vidas). De este modo se favorece la recuperación del movimiento obrero. Solidaridad con Solidaridad: esta consigna divide aguas, en el mundo entero, con los traidores del movimiento obrero.


 

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