Un balance en serio de la derrota de Fiat


Confrontar el balance de la lucha de Fiat (ex Cormec) es una necesidad, en particular ahora, que la lucha por los 42 cesantes ha terminado en una derrota, agravada por el despido de Carlos Gallo, secretario general antes del Sitramf y hoy de la UOM Ferreyra, y la persecución sistemática contra el activismo que enfrenta el infierno de flexibilización laboral en las plantas Fiat.


 


Debería interesar extraer todas las conclusiones posibles de esta lucha, la más importante del ciclo de intervención de la clase obrera industrial que se inicia en 1996 y que forma parte de las modificaciones en las relaciones sociales de fuerza a partir del Santiagueñazo (diciembre de 1993), del derrumbe del plan económico y el agotamiento del régimen menemista. Este reingreso de los obreros industriales al escenario político, con los mecánicos, los choferes y los gráficos, no va a disiparse, ciertamente, por éstas y otras derrotas (Atlántida).


 


Varias corrientes de izquierda han publicado sus balances sobre la lucha de Fiat. El Pts editó "Primeras lecciones de un gran combate" (1), fechado luego del levantamiento de la toma de fábrica de enero, que arrojó como saldo el despido de 42 directivos y activistas del Sitramf (2), y de la decisión posterior de los trabajadores de disolver esta organización e ingresar en la UOM. El Mas y el Mst han producido sus propios balances. Debatir las conclusiones de La Verdad Obrera tiene una ventaja adicional: simplifica el debate frente al conjunto de la izquierda, que repite, en un amplio espectro, las posiciones del partido que actúa detrás de este nombre (3).


 


¿La derrota de Fiat era inevitable?


 


El análisis del Pts supone que luego de la ocupación victoriosa de setiembre de 1996, "la patronal, el gobierno nacional y provincial y todas las alas burocráticas conformaron un gran frente para dar el escarmiento, no sólo a los trabajadores de Fiat sino … a todo el movimiento obrero", un frente único monolítico que debía mostrar a los trabajadores que "no se puede hacer nada por fuera de la burocracia". Este frente único antiobrero habría descargado su ataque sobre los trabajadores "aprovechando el parate de las luchas a nivel nacional, con la burocracia negociando con los empresarios y el gobierno la esclavitud laboral y un pacto de paz social" (la ocupación derrotada se inició el 22 de enero de 1997). Para el Mas, en la misma línea, un elemento determinante fue "(la) inmensa ofensiva del frente unido de la patronal, el gobierno y la burocracia sindical" y la inconciencia de los trabajadores sobre ella: "la magnitud de (estos) enemigos … no fue asimilada a fondo por el bando de los obreros" (4). Si la burguesía estaba unida como un puño, si la clase obrera estaba en un parate y encima los trabajadores de Fiat son inmaduros, la derrota de Fiat era poco menos que inevitable y no hay mucho más que hablar. Simplemente se dieron todas en contra.


 


El problema de esta caracterización es que es falsa y, además, tramposa, porque escamotea todos los problemas políticos que se les plantearon a los trabajadores y dirigentes de Fiat.


 


El gran frente de la burguesía y todas las alas de la burocracia para destruir una experiencia que habría sembrado "el pánico" entre ellos, es una muletilla. La clase capitalista tiene una posición tomada en cuanto a imponer el convenio Fiat-Smata a toda la industria, pero de allí a coincidir sobre cómo lograrlo puede haber un abismo, porque tiene que afrontar la descomposición cada vez más vertiginosa del régimen menemista, un cuadro agudo de miseria social y una tendencia a la reconstrucción organizativa de la clase obrera.


 


El desenlace de la primera toma (22 de setiembre de 1996) puso de relieve estos matices de la política de la clase patronal. La conciliación obligatoria que dictó la secretaría de Trabajo de Mestre retrotrajo el conflicto a su punto de partida, suspendió la vigencia del convenio negrero Fiat-Smata y restituyó salarios y normas laborales fijadas en el convenio de la UOM, lo cual consagró una victoria de la clase obrera que, al mismo tiempo, abrió una crisis en las filas patronales. La empresa Fiat (y con ella el resto de pulpos automotrices) se opuso tozudamente a este desenlace, al punto que La Voz del Interior no vaciló en escribir que "Trabajo se equivocó (al) deshacer los contratos que se han firmado" (por los cuales los trabajadores aceptaban el convenio negrero, arrancados bajo chantaje) y que "algunos artículos (de la resolución de la secretaría) dejaron fríos a los empresarios".


 


La secretaría de Trabajo de Mestre actuó de este modo porque quería lograr el desalojo de la planta antes del inicio de la huelga general de 36 horas (26 y 27 de setiembre), y no se equivocó. En ningún lugar como en Córdoba la huelga fue tan masiva y combativa, y de haberse fusionado con la ocupación, la lucha contra la flexibilización laboral se hubiera convertido en una voz de orden para toda la clase obrera. Durante la segunda ocupación, la política del gobierno fue variando con el correr de las horas: se había propuesto no intervenir frente a los despidos porque suponía reconocer la existencia de un conflicto colectivo que la empresa negaba, y terminó dictando la conciliación trucha cuando los trabajadores respondieron, con la ocupación y el control de la entrada a la planta, a las cesantías.


 


¿"Parate" de las luchas obreras?


 


La segunda ocupación de Fiat comienza el 22 de enero, oportunidad en la que, según La Verdad Obrera, los obreros de Fiat van a pelear en las peores circunstancias, por el doble cerrojo del frente único de la burguesía y la burocracia, decidido a aplastarlos, y el parate de las luchas obreras. Para el Mas, casi en sintonía, fue clave "el aislamiento en que se dio (esta) segunda toma"; "los obreros industriales no son la vanguardia del proceso de luchas del país, sin lograr en muchos casos superar todavía los años de derrota" (5).


 


Para apreciar de qué se habla, entre la primera toma (setiembre de 1996) y la segunda transcurren sólo cuatro meses. En este tiempo, y si se quiere desde más atrás, desde la caída de Cavallo, Juan Ramón Mestre es un gobernante sitiado. El 23 de agosto, una pueblada educativa de 50.000 estudiantes, docentes y padres paraliza de un golpe la reforma educativa; el 17 de setiembre, la ocupación de Fiat impide la aplicación del convenio Fiat; el 26 y 27 del mismo mes, una impresionante huelga general vuelve a golpear la flexibilización laboral; en octubre, los estatales frenan la rebaja de los adicionales, un paso hacia el salario asistencial propuesto por el Banco Mundial; el 12 de noviembre, la ocupación de Ciadea vuelve a dejar la tercerización en suspenso; a principios de diciembre, la rebelión de los trabajadores lucifuercistas gana las calles y barre con los burócratas más comprometidos con el proceso de privatización y partición de Epec; el 20 de diciembre, Menem renuncia a viajar a Córdoba ante un clima popular irrespirable; el 26 de diciembre, Córdoba vuelve a parar en masa contra los decretos que pulverizan los convenios colectivos de trabajo. Un mes después de esto, se vuelve a ocupar Fiat.


 


¿Viendo esta enumeración, se puede hablar de un parate en las luchas obreras o un aislamiento determinante de la derrota en Fiat? En enero del 97 no hubo, como en setiembre del 96, una huelga general que pudiera entroncar con la ocupación y apresurar su desenlace, pero existían las mismas condiciones que presidieron la primera victoria contra el convenio negrero. Plantear como causa del retroceso en Fiat que "los obreros industriales no son la vanguardia del proceso de luchas" a nivel nacional es una impostura y una mentira. Impostura porque es un argumento traído de los cabellos para explicar el supuesto aislamiento de la lucha en Fiat. Mentira porque la propia Córdoba desnuda la tendencia de la clase obrera industrial a intervenir macizamente, algo que Mestre tiene muy claro por historia y que está lejos de ser un fenómeno cordobés, como se aprecia en las huelgas y la reconstrucción del movimiento obrero del cordón de la zona Norte de Rosario, en la deliberación y los procesos de lucha en las plantas siderúrgicas o en la huelga de Atlántida y el salto en la organización en las plantas gráficas.


 


Sosteniendo la tesis del absoluto aislamiento de la lucha en Fiat, estas corrientes van a proponer a los trabajadores la retirada. Es el caso del Mas: "en nuestra opinión, respetando la de otros compañeros y dirigentes de la Fiat que opinan distinto, esa medida (la ocupación) fue un error" (6). O el caso más sibilino del Pts: "si se opinaba que la relación de fuerza no daba (como decían los dirigentes de la CTA) había que decirles la verdad a los trabajadores para que realmente se pudiera decidir democráticamente sobre lo que se venía" (7).


 


El problema no residió en el error táctico de la ocupación o en la relación de fuerzas desfavorable, sino en la estrategia dictada por la CTA y por un sector de la Comisión Provisoria. Los argumentos de estas corrientes de izquierda blanquean la responsabilidad política de la fracción de la burocracia sindical que tuvo la responsabilidad directa en la conducción del conflicto y que arrastra más derrotas que años de existencia. El levantamiento de la toma a cambio de una caricatura de conciliación la parte obrera carecía de representatividad sindical, los cesantes quedaban fuera fue impulsada por los dirigentes y asesores de la CTA e impuesta contra vacilaciones dentro de la propia conducción del Sitramf y en la base fabril.


 


Pero aun suponiendo que el levantamiento de la ocupación fuese inevitable para preservar la unidad fabril y luego volver a salir en mejores condiciones, todos los hechos posteriores revelaron que no se estaba en presencia de una decisión táctica impuesta por las circunstancias, sino de una política que quería ahorrarse a toda costa los riesgos de una lucha sin cuartel.


 


Por esta política no se actuó en función de volver a ocupar la planta al fin de la conciliación, lo que hubiera llevado a formar piquetes, armar una red de abastecimientos, crear un comité de apoyo, llamar a un paro general al Smata y formar la interfabril automotriz.


 


Por esta política se desperdició la enorme oportunidad que planteó el paro del 17 de abril, en el que los trabajadores pararon masivamente y marcharon encolumnados al centro de la ciudad, como parte de la ola huelguística nacional (Neuquén, Atlántida) y de una intensa deliberación en las plantas mecánicas contra los convenios Fiat.


 


Por esta política se desintegró el Sitramf y se hizo regresar a la UOM a los trabajadores de Fiat, repitiendo el operativo político por el cual, hace trece años (1984), Alberto Piccinini, Francisco Gutiérrez y Carlos Gdansky pactaron con Lorenzo Miguel la liquidación del ascenso combativo y antiburocrático en la UOM, no bien "llegaron al poder" en cada una de sus seccionales. Luego de la retirada en Córdoba, Luis Reinaudi, asesor legal de la UOM Ferreyra y miembro de la CTA, hará el balance de la derrota inevitable: "los límites de la lucha antiburocrática están a la vista: es suicida atacar la estructura misma del movimiento obrero. No se puede combatir una conducción proponiendo el sindicato por empresa, aun con un cierto grado de autonomía" (Deuda Externa, abril/mayo 1997).


 


Detrás de la rendición de las seccionales rebeldes en la UOM en el 84, y la rendición de Fiat trece años después, están los mismos responsables: los constructores de la CTA y el Frepaso.


 


La política del PO


 


Tanta cautela y preocupación táctica sobre la oportunidad de la ocupación soslaya lo fundamental: el enfrentamiento contra la Fiat era inevitable y el momento de la batalla, si no lo fijaban los obreros, iba a ser fijado por la patronal. Desde el momento en que se vio obligada a renunciar a la vigencia del convenio flexibilizador en forma inmediata, la Fiat se lanzó a una guerrilla de provocaciones contra los obreros con la intención de medir su actitud y prepararse para la creación de un conflicto en el momento oportuno. El problema era si los trabajadores se preparaban para librar esta batalla decisiva o no, sea porque confiaran en una intervención neutral del Estado, ante los temores a un conflicto generalizado, o porque, en cualquier caso, estimaran que no había condiciones para empeñarse en esa batalla.


 


El PO actuó, en función de este diagnóstico, llamando a impulsar el movimiento de lucha del grueso de la clase obrera contra el convenio Fiat y a poner en pie una interfabril, objetivamente planteada por la ofensiva común de las patronales y por las manifestaciones de rebelión de los trabajadores en cada una de las plantas mecánicas.


 


Esta política tuvo un contenido distinto en cada fase de la lucha.


 


Luego de la victoria de la ocupación y del imponente paro de 36 horas del 26 y 27 de setiembre de 1996, llamamos a todas las centrales, sindicatos e internas a constituir un Comando Obrero contra el convenio negrero y lanzar la lucha por convenios por industria y paritarios de base. Advertimos, frente a la puja burocrática UOM-Smata por los trabajadores de Cormec, que "primero hay que conquistar un convenio que contemple los reclamos … no al convenio Fiat, ni para empezar a discutir" (8).


 


Frente al compromiso entre la Comisión Provisoria y la patronal (9), dijimos: "el acuerdo firmado es un paso atrás del movimiento obrero, pero no es, ni de lejos, tampoco el desenlace deseado por los capitalistas. La vigencia de la asamblea obrera en Fiat y de la Comisión Provisoria son realidades que ni la empresa ni la burocracia del Smata están dispuestas a tolerar. Esto permite pronosticar un tercer round ¿o (la nueva dirección) será asimilada por la burocracia?" (10).


 


Llamamos a convertir la iniciativa de constituir una seccional del Smata en Ferreyra en una palanca de rebelión de todos los trabajadores mecánicos, a través del impulso a un plebiscito en las terminales por la renuncia de la comisión directiva del Smata Córdoba, en el momento de mayor desprestigio de esta burocracia por la firma del convenio infame y su capitulación frente a las tercerizaciones, un programa superconcreto para poner en pie una interfabril con los dirigentes de Fiat y de la combativa Lista Blanca a la cabeza.


 


Esta es la rendición de cuentas de la política del PO hasta el momento en que los trabajadores deciden fundar el Sitramf (15 de enero de 1997). ¿Qué política tuvo el resto de la izquierda? El Ptp se declaró partidario de que los trabajadores de Cormec, que habían expulsado a patadas a los burócratas de la UOM, perseveraran … en la UOM. La Corriente Patria Libre se definió por el ingreso incondicional … al Smata, como lo exigía Campellone. Del Mst no conocemos la posición, pero no tiene importancia, porque formaba parte, junto al Ptp y la Cpl, del Plenario Sindical Combativo, que en este punto, como se ve, se dividió entre Lorenzo Miguel y José Rodríguez. El PC, a esta altura, formaba parte de la conspiración con Piccinini y la CTA para hacer reingresar a los trabajadores de Fiat a la UOM. No puede llamar la atención que la única corriente que llamó públicamente a votar la moción 2 (creación de la seccional Ferreyra del Smata) en el plebiscito realizado en Fiat haya sido el PO, "porque de todas las variantes presentadas, abre la posibilidad de unir a los trabajadores de Perkins, de Ivecco, de Chrysler y de las autopartistas a radicarse en la zona, para luchar contra el convenio Fiat-Smata" (11).


 


Estos son los hechos, pero existe un segundo capítulo.


 


La izquierda y el Sitramf


 


En el mes de febrero, el PO propuso a la izquierda, en los plenarios por la constitución de un frente, un acto común en Córdoba en defensa del Sitramf y en oposición a los 42 despidos. Con la excepción de La Verdad Obrera, el resto de la izquierda no quiso saber nada.


 


¿Por qué? Porque la izquierda no quería fijar una posición propia de oposición a la absorción del Sitramf por Lorenzo Miguel o, dicho de otro modo, no estaba dispuesta a defender la independencia de Sitramf. Es aleccionador que cuando los trabajadores deciden constituir un sindicato autónomo, independiente de la burocracia, con pautas estatutarias que fijan la revocabilidad de los delegados y los directivos por asamblea, es decir, un sindicato con rasgos clasistas, esta izquierda mira para otro lado. No lucha por su reconocimiento, no lucha por la formación de una interfabril que lo sostenga, ni lucha por la expulsión de Campellone del Smata, que es la completa derrota del convenio infame.


 


De nuevo los hechos. Para el Ptp, la fundación del Sitramf, "un sindicato prácticamente de empresa, (es una) decisión polémica en estos momentos para la situación del movimiento obrero" (12). Para los ex maoístas, el Sitramf era un sindicato rompehuelgas ("amarillo") y la política era no romper la orgánica con la UOM, aliada del MTA. No casualmente, en el 2º Plenario Sindical Combativo, convocado por el Ptp, el Mst y la CPL, y concretado el 1º de marzo en Córdoba, es decir, días antes de la decisión de las asambleas de Fiat de reingresar a la UOM como seccional Ferreyra, no se planteó una sola palabra en defensa del Sitramf.


 


El PC apoyó la disolución del Sitramf y la integración de los trabajadores a la UOM, a la cual identificó, contra todas las evidencias, como "enfrentada a la flexibilización en forma global" (13). Para el Mas, volver a la UOM era "un retroceso", pero no rechazó esta decisión, porque aun así, "en un terreno distinto (sigue) la pelea por (la) organización independiente" (14). Cualquiera puede darse cuenta que, para quienes luchan por la independencia obrera, la pelea sigue en cualquier terreno; el problema es si se opusieron en el lugar y la hora indicados a la movida de Miguel, cosa que no hicieron.


 


Por estas razones, no hubo acto común de la izquierda en defensa del Sitramf y de los 42 cesantes. Entre Lorenzo Miguel y el Sitramf, la izquierda, en masa, votó por el Loro. Siguió el libreto elaborado en los cuarteles de la UOM y la CTA, que plantea la disolución de las corrientes combativas en el miguelismo en base a la historia, según la cual el veterano dirigente encarnaría una corriente de resistencia histórica al avasallamiento del convenio único y el sindicato.


 


Todas las corrientes se desgañitaron reclamando un plan de lucha a la UOM, algo desatinado, porque la burocracia miguelista era parte interesada en la derrota de Fiat y porque el centro de una resistencia era la organización de las plantas de Ferreyra y la interfabril. El Mst va a llegar a decir que "la planta está debilitada … a causa de la UOM, (que) nunca apoyó a los obreros de Fiat aunque la seccional estuviera reconocida por el secretariado nacional … hay que exigir de verdad a Lorenzo Miguel y la UOM" (15). Expresiones de este tipo ocupan su buen espacio en la prensa del Mas, el PC o el Pts.


 


El PO planteó: "No a la UOM, ni Rodríguez, ni Miguel, Interfabril" (16).


 


La inmadurez de los trabajadores de Fiat o "la nostalgia ya no es lo que era antes"


 


La izquierda, que en la lucha de Fiat ha actuado como furgón de cola de cada una de las burocracias actuantes, le hace, sin embargo, un fuerte reparo a los dirigentes del sindicato de Ferreyra: su "inmadurez" o su escasa conciencia de clase en comparación con las direcciones de la década del setenta en los sindicatos Fiat. Para La Verdad Obrera: "la nueva camada de dirigentes que ha surgido hoy, es aún inmadura. No han surgido todavía los Páez, los Sufi, los Bizzi, los Flores, los que estuvieron presos por ser parte de la directiva del Sitrac y los más importantes representantes del clasismo" (17).


 


Para el Mas, "lejos estaban los dirigentes y obreros de hoy (de Fiat) de (aquellos) del programa revolucionario del Sitrac-m del 70" (18).


 


Prueba de esta "inmadurez" sería que los viejos dirigentes de Sitrac y Sitram "se apoyaron con todo en la democracia obrera … no era solamente que la base votaba y decidía sino que en las asambleas siempre había varias mociones distintas abiertas para debatir (!?). El Sitramf no dio aún esa calidad de dirigentes…" (19).


 


Destacar la supuesta inmadurez de los trabajadores de Fiat tiene como único propósito encubrir las responsabilidades flagrantes del paso atrás en Fiat, que son de la CTA y de la propia izquierda, que actuó como comisionista de ésta y otras burocracias. Por otra parte, ¿a qué debería llamarse inmadurez de la clase obrera en la Argentina? A una débil asimilación del agotamiento político del peronismo y del democratismo burgués que hoy se ofrece como relevo. En las últimas elecciones, el peronismo perdió 1.200.000 votos, de los cuales menos de 400.000 fueron a la Alianza y otro tanto fue a la izquierda. Existen sobradas razones para pensar que una gran parte del electorado que votó por la Alianza, que ha participado de los cortes, las huelgas y las marchas, dará la espalda a esta dirección no bien termine de comprobar su carácter antiobrero y proimperialista. Es decir, por referencia a los cincuenta años de poderoso nacionalismo burgués, que dominó sin rivalidad en todos los planos (sin una izquierda marxista que peleara su hegemonía durante un gran período), estamos en el punto más alto de madurez de la clase obrera.


 


Ni aislamiento, ni inmadurez. Los dirigentes de Fiat se sometieron en un momento clave a la política de derrota de los Bazán y Piccinini, con dudas y con gran desconfianza. Tienen un crédito abierto sobre su desenlace político, infinitamente mayor que los avisados izquierdistas que les propusieron ingresar como rebaño a la UOM o al Smata y disolver cuanto antes el Sitramf. La izquierda no ha entendido aún que el centroizquierda, expresado en la CTA, no es un producto de la inmadurez de la clase obrera, sino un sector que ha elegido conscientemente el pasaje del revolucionarismo pequeño burgués al democratismo burgués proimperialista y se aprovecha de esta situación.


 


Finalmente, Sitrac-m


 


La reivindicación de esta experiencia por la izquierda es absolutamente oportunista. Los sindicatos clasistas opusieron a la "democracia con justicia social", patrimonio común de Cafiero, Chacho Alvarez, Frepu o IU, la lucha contra las soluciones burguesas o pequeño burguesas en función de "la clase obrera acaudillando a las masas interesadas en la lucha anticapitalista y antiimperialista"; a la "extensión de los principios de la democracia a las fuerzas armadas" (Frepu o IU), la "destrucción de las fuerzas armadas" (20); al "pluralismo en los sindicatos" (ídem), una dirección clasista y revolucionaria en las organizaciones obreras; a la no ruptura con el FMI (ídem), la expulsión del imperialismo.


 


A la hora de confrontar una y otra perspectiva política, de los sindicatos clasistas no se habla. A la hora de marcar a fuego la responsabilidad del centroizquierda y de la propia izquierda en el hundimiento de la lucha en Fiat, los sindicatos clasistas son invocados (y aun embellecidos) para mostrar que la situación no da, y que la actual generación obrera es un conjunto de mentecatos. Expresan su desmoralización y su horizonte político, encarnado en la pequeño burguesía.


 


La enorme militancia clasista y antiburocrática de la década del setenta fue canalizada por organizaciones que no planteaban la independencia de clase como viga maestra de su estrategia, pero éste fue un fenómeno transitorio, como se reveló en la propia maduración de la dirección del Sitrac y Sitram. El resultado último de la evolución política de esta generación sólo se puede prejuzgar, porque lo que acabó con ella fue la dictadura militar.


 


La nueva dirección obrera de Fiat, que tiene crédito abierto en cuanto a su evolución política, enfrenta un escenario diferente al de sus mayores del setenta. Entonces, "las expectativas de la clase en el peronismo, que todavía no había entrado en descomposición, actuaban como un dique de contención que impedía la penetración de las ideas clasistas en el plano político" (21). Si algo acaban de revelar las elecciones recientes es el desplazamiento de miles de trabajadores hacia la izquierda y el PO, directamente desde el peronismo. Una fracción significativa de la clase obrera les ha dicho basta a los partidos capitalistas y ha expresado la voluntad de construir un partido obrero. Esos compañeros también están en Fiat.


 


 


Notas:


 


1. Ediciones La Verdad Obrera, marzo 1997.


2. Luego del rechazo de la burocracia del Smata a la constitución de una seccional Ferreyra, reclamada por los trabajadores de Fiat para poder discutir el convenio y dotarse de autonomía, las asambleas de planta, a iniciativa de la Comisión Provisoria, resolvieron constituir el Sindicato de Trabajadores Metalmecánicos de Ferreyra.


3. Pts, luego MoJuVor, luego La Verdad Obrera.


4. Solidaridad Socialista, 10/7/97.


5. Idem.


6. Idem.


7. Ediciones La Verdad Obrera, marzo 1997.


8. Prensa Obrera, 3/10/96.


9. El acuerdo entre la patronal de Fiat y la Comisión Provisoria estableció el pago de la indemnización de ley por el cierre de Cormec y una garantía salarial del 90-95% del salario durante dos años como plus por encima de los básicos de convenio Fiat (un 40% más bajos que los del convenio UOM). Los trabajadores de la ex Cormec quedaban afectados a una jornada laboral menos flexibilizada que sus compañeros de la terminal y varios puntos quedaron en debate ("19 puntos"). El acuerdo establecía la vigencia del convenio Fiat-Smata para el conjunto de los trabajadores, un paso atrás respecto a la situación abierta con la ocupación, que había logrado reinstalar el convenio de la UOM. Para los compañeros de la Comisión Provisoria, esto estaba compensado por la obtención del plus que impedía la rebaja del salario hasta el momento de renegociar el convenio infame, que rige hasta el 31/12/98.


10. Prensa Obrera, 17/10/96.


11. Prensa Obrera, 14/11/96.


12. Hoy, 19/2/97.


13. Propuesta, 20/2/97.


14. Solidaridad Socialista, 20/2/97.


15. Alternativa Socialista, 4/6/97.


16. Prensa Obrera, 20/2/97.


17. Ediciones La Verdad Obrera, marzo 1997.


18. Solidaridad Socialista, 10/7/97.


19. Ediciones La Verdad Obrera, marzo 1997.


20. Citas extraídas de la Declaración del Sitrac-m al "Congreso de Sindicatos Combativos, Agrupaciones Clasistas y Obreros Revolucionarios", agosto 1971.


21. Sitrac-m: del Cordobazo al clasismo; Gregorio Flores, Ediciones Magenta;Bs.As;1995


 

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