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Perón y la flexibilización laboral


Rafael Bitrán. “El Congreso de la Productividad”. La reconversión económica durante el segundo gobierno peronista. El bloque editorial. 1994. Buenos Aires.


 


Entre el 21 y el 31 de marzo de 1955 se realizó el Congreso Nacional de la Productividad (CNP), integrado en forma 'paritaria' por la CGE (central empresaria) y la CGT. En la inauguración, Perón declaró: "Yo pienso que desde 1944… No ha habido para nuestra economía… ningún acto más importante que el que comenzará con la realización del CNP".


 


El libro de Rafael Bitrán es un meticuloso estudio de los antecedentes, desarrollo y conclusiones de dicho Congreso.


 


La clase obrera peronista


 


En 1952, Perón había decretado un congelamiento de precios y salarios y postergado las paritarias por dos años. En 1954, el salario real había caído un 11,2% respecto al 52 y un 21% con referencia a 1950. “Entre marzo de 1952 y marzo de 1954, el gobierno y la misma CGT pudieron controlar sin mayores dificultades las aisladas protestas y medidas de los trabajadores frente a la caída de sus salarios" (pág. 41). Sólo podían destacarse el intento del Sindicato Luz y Fuerza de convocar a un Congreso Sindical sobre el costo de vida y el conflicto de los gráficos -a fines del 53- reclamando aumento salarial. Perón resaltó, en un discurso de fin de año, que durante 1953 se habían vivido los "índices más bajos de nuestro tiempo" de conflictos gremiales y que ello se debía a que "las organizaciones obreras han alcanzado las más altas expresiones de conciencia social y solidaridad nacional” (1)


 


Esta situación se vio radicalmente modificada por los conflictos que se generaron ante la renovación de los Convenios Colectivos de Trabajo a partir de marzo del 54.


 


"La orientación del gobierno fue contundente: por encima de las necesidades mínimas, los salarios se fijarían por la productividad de cada actividad y de cada empresa. En este marco, lo que se intentó presentar como la mesa de la conciliación entre capital y trabajo resultó ser el escenario político-social donde se sustanció la lucha de clases" (pág. 42).


 


Las propuestas salariales de las patronales eran ínfimas. Bitrán afirma que “los sindicatos no aceptaron la filosofía de la representación empresarial de dar aumentos sólo por productividad y, menos aún, de perder el peso y la fuerza de cada organización con la creación de una Comisión Económica Consultiva que eliminara las paritarias por gremio" (pág. 43). A pesar de que las direcciones de los sindicatos no tomaron ninguna iniciativa, una ola de reclamos se extendió por todo el movimiento obrero. Esto obligó a Perón a llamar a los burócratas de la CGT a ponerlo bajo control. Pero la oleada de huelgas sobrepasó esta directiva y fue respondida con medidas represivas. Se intervino el sindicato del Caucho, del Tabaco, etc., y en el primero la intervención se hizo extensiva a las Comisiones Internas y los cuerpos de delegados. Los metalúrgicos (UOM) desoyeron a la CGT y declararon la huelga general, que continuó en muchos establecimientos “dirigida por sus Comisiones Internas” cuando la dirección de Baluch capituló, lo que obligó a la burocracia a relanzarla, creando una situación de verdadera conmoción social. “Entre la extensión de la huelga, las continuas marchas, movilizaciones y arrestos por parte de la policía, el gabinete económico anunció su solidaridad explícita con los industriales metalúrgicos y el Ministerio de Trabajo intimó a la UOM a firmar un convenio el día 1 de junio” (pág. 51).


 


En diversos gremios (vitivinícolas, fibrocemento, etc.), las Asambleas Generales y los Plenarios de Delegados rechazaron las propuestas patronales y decidían la huelga. La huelga general de los metalúrgicos se desarrolló entre el 21 de mayo y el 7 de junio, enfrentando la represión policial (muertos, presos, etc.). Finalmente, “las luchas impidieron la incorporación de la productividad como forma general de medir el salario y, por tanto, como elemento central para reordenar las relaciones laborales en los lugares mismos de trabajo" (pág. 52). Bitrán, en su crónica, resalta que “de los conflictos analizados puede rescatarse el importante y destacado papel cumplido por las Comisiones Internas de fábrica…". No sólo se obtuvieron importantes aumentos que superaron los ridículos ofrecimientos patronales: no sólo se obtuvieron que éstos se pagaran con retro- actividad a pesar de la firme negativa inicial de la CGE, sino que los nuevos convenios incorporaron y/o ampliaron beneficios como ‘el día del gremio', mejoras en las condiciones de trabajo y lo que se conoce como aumentos salariales ‘marginales’ o ‘indirectos’ (salario familiar, nacimientos, matrimonio, servicio militar)".


 


Sin este cuadro concreto de lucha de clases no se puede comprender el rol que pretendió jugar la iniciativa de Perón de convocar al Congreso de la Productividad.


 


La burguesía peronista


 


El CNP fue también el debut de la central empresaria construida por el peronismo. En su ascenso al poder, Perón se había enfrentado a las centrales tradicionales de la patronal (UIA, Sociedad Rural, etc.). A fines de 1952, comenzó a darle forma a la Confederación General Económica (CGE), en la que participarían las asociaciones patronales existentes, incluida la Sociedad Rural. Se constituyó en agosto del 53 y fue reglamentada el 23/12/54, a escasos tres meses del CNP. Mucho se ha hablado sobre la burguesía nacional peronista. Bitrán nos pinta un cuadro de su orientación y aspiraciones en base a los pronunciamientos de varios encuentros -Congreso de la Industria; Congreso de la Organización y Relaciones del Trabajo (Cort). No tenía ningún tipo de planteo antiimperialista. Bregaba por la privatización de las empresas estatales, por “créditos liberales”, reclamaba mayor cantidad de divisas del Banco Central (para importar equipos, repuestos, etc.) y su punto central era la “reducción de los costos laborales". Para la CGE, “la problemática central de la economía nacional pasaba por ’la pérdida de rendimiento en la mano de obra’" (pág. 70). Proponía “incrementar el rendimiento de la jornada laboral del obrero", “evitar el uso abusivo por parte de los trabajadores de los beneficios sociales”, introducir "premios en proporción al mayor rendimiento” y "reglamentar el derecho de indemnización y preavisos", así como el régimen jubilatorio. Planteaba “revisar” la legislación laboral y los convenios para derogar todas las cláusulas que trabaran el desarrollo de una mayor productividad y para que se disminuyera “el accionar de los delegados y comisiones internas de fábrica" (pág. 65).


 


El Cort (23/8/54) se realizó, a días de la oleada de huelgas que habían roto con la aspiración gubernamental- patronal de que las paritarias sirvieran para imponer un retroceso en las conquistas de las masas. Por eso, en el Cort, las patronales pusieron el grito en el cielo contra las comisiones internas que habían sido el motor de la resistencia obrera, reclamando eliminar los delegados de sección, disminuir la cantidad de miembros de las internas, revisar los ‘antecedentes’ de los candidatos antes de ser electos, quitarles movilidad, etc.


 


Las patronales buscaron un acuerdo con las burocracias de los sindicatos para reglamentar y limitar el funcionamiento de las internas. Estas no deberían tener derecho a declarar medidas de fuerza sin el previo aval del sindicato; el personal de supervisión podría constituir un gremio aparte; etc.


 


El CNP fue entonces una contraofensiva conjunta lanzada por el gobierno peronista, la burguesía y la burocracia de los sindicatos para golpear a las comisiones internas de fábrica y para quebrar las conquistas de los convenios colectivos que trababan el incremento de la explotación de los trabajadores.


 


La ‘ciencia’ al servicio de la explotación


 


Entre los obreros estaban tan asentadas sus conquistas y la lucha contra la superexplotación, que el gobierno y la burguesía se vieron obligados a un intenso trabajo ideológico-publicitario para presentar sus propuestas de contenido antiobrero como parte de la búsqueda del 'bien común’.


 


En primer lugar, el CNP fue convocado por la CGT. El 17 de octubre de 1954, el secretario general de la CGT, Vuletich, llamó a preparar un congreso “por la productividad” cuyo objetivo sería "trabajar mejor para el bien de la patria”. Es decir, se tomó el cuidado de que fuera el “movimiento obrero” y no las cámaras patronales, ni el gobierno, el que tomara la ‘iniciativa’ de su convocatoria.


 


Segundo, no se llamó, como se lo conoce históricamente-Congreso Nacional de la Productividad- sino Congreso Nacional de la Productividad y del Bienestar Social, aunque el término ‘bienestar social’ quedó rápidamente olvidado.


 


Tercero, la burguesía se presentó al CNP con banderas ‘cientificistas’. Venía a predicar el “aumento de la productividad del trabajo” mediante la "organización científica del trabajo” (OCT). Desde el aparato del Estado se desarrolló una verdadera campaña sobre los méritos de la “OCT". Páginas y páginas de los diarios, noticieros, charlas, seminarios, folletos. Se incorporaron estudios realizados por las cámaras patronales, donde se mostraba que incluso los conflictos sindicales se podían resolver ‘científicamente’, por ejemplo, con “cortos tratamientos psicológicos por los cuales se disminuye la agresividad de los que son demasiado combativos” (pág. 305). “Los conflictos laborales… fueron presentados como una consecuencia de inadaptaciones psicológicas de los trabajadores y el descuido de algunos empresarios" (pág. 107). Se machacó que la OCT no era un método de superexplotación como el taylorismo en los países capitalistas centrales o el stajanovismo en la URSS. En una de las tantas comisiones se dio el ejemplo de una obrera despedida por baja producción, que fue retomada y filmada en su trabajo cotidiano, evidenciándose que realizaba mal un par de movimiento- sin la línea de montaje que la retrasaban. Corregidos, la trabajadora se desempeñó a la perfección, lo que mostraba "el valor de los métodos de organización científicos del trabajo".


 


De entrada, nomás, se entró a discutir la productividad del trabajo, no la productividad del capital. Gelbard, presidente de la CGE, se encargó de demostrar que ante la imposibilidad de adquirir en el corto plazo nueva maquinaria y tecnología, los problemas pasaban por mejorar los rendimientos del actual parque industrial. “Los sectores patronales no dudaron en pasar a la ofensiva y, antes, durante y después de la realización del Congreso, destacaron sin rodeos que en las cuestiones relativas a la mano de obra se encontraban los principales obstáculos y soluciones" (pág. 123).


 


La burocracia peronista de los sindicatos se presentó ante el CNP a discutir cómo aumentar la productividad del trabajo mediante la OCT, aunque pedía formalmente que esto no significara la pérdida de conquistas, ni el incremento del esfuerzo físico de los trabajadores.


 


Bitrán, que afirma suscribir a la teoría del valor de Marx, demuestra que una mayor productividad sin introducir mejoras tecnológicas sólo puede provenir de un incremento del esfuerzo de la fuerza de trabajo. Señala que la CGT "en ningún momento pudo ni intentó impugnar las bases mismas del aumento de la productividad en una sociedad capitalista" (pág. 145). Por el contrario, un ala de la dirigencia burocrática adoptó de entrada posiciones colaboracionistas en favor de incrementar la productividad sobre la base de la modificación de los convenios. Es el caso de Fernández, del sindicato de Papeleros, que propuso “que los empresarios crearan escuelas para ‘contadores de tiempo' con el propósito de establecer los nuevos ‘standarss de producción” (pág. 133). Este dirigente mocionó para “que el Congreso proponga planes de racionalización en los establecimientos fabriles basados en la organización científica de la producción".


 


La ‘mayor productividad’ fue planteada como sinónimo de más ‘bienestar social' para la nación y los trabajadores. El obrero era presentado como consumidor, que se beneficiaría con productos más baratos y de mejor calidad.


 


El CNP pretendió -en primer lugar- homogeneizar ideológicamente a la burocracia sindical. “En ningún momento del CNP la parte trabajadora discutió los fundamentos estructurales de la OCT”. "Cuando fue el turno de discutir las aplicaciones concretas de las nuevas técnicas de organización del trabajo y, especialmente, la ‘remuneración por rendimiento’ y la ‘valuación de tareas’ comenzó a correrse el velo mistificador de la cientificidad de la OCT…", resume Bitrán (pág. 137).


 


“Premios a la productividad”


 


“La mayor preocupación directa de la parte patronal durante el CNP fue la implementación de los salarios por rendimiento” (pág. 146). Para las patronales, el sentido de igualdad imperante en los sindicatos ‘conspiraba’ contra la productividad, porque “los buenos operarios al ganar lo mismo que los malos, rebajan poco a poco su nivel de eficiencia”. Se trataba entonces de introducir la competencia entre los trabajadores para incrementar la explotación. Las conquistas obtenidas desde 1943 habían prácticamente desterrado de los convenios todo tipo de incentivado o premio a la productividad. El salario básico por hora era la norma general, más los beneficios por antigüedad y otros rubros que marcaban los convenios. Pero Gelbard consideraba que la verdadera ‘justicia social’ residía en la consigna “tanta paga, por tanto trabajo": el que produce más, gana más. La CGE pretendía fijar un salario mínimo por día y, “a partir de allí, la implementación de distintas escalas de premios y/o bonificaciones… basadas en la cantidad ‘extra’ producida en ese mismo tiempo" (pág. 148).


 


Las huelgas de 1954 fueron las que “impidieron… el intento empresario de incorporar a las relaciones del trabajo, tales ‘incentivos’…" (pág. 153). La huelga metalúrgica, las luchas en grandes fábricas como Jhonson & Jhonson, Siam Di Telia y Cenac, bloquearon los intentos patronales en tal sentido. Algunos burócratas, sin embargo, habían incorporado a sus convenios cláusulas de productividad. Fueron, nuevamente, los papeleros, unos de los primeros en firmar convenio (1/3/54). En el artículo 26 se comprometían a aumentar la producción "donde y cuando ello fuera posible”: no se incluiría a los obreros a ‘domicilio’ en los ‘beneficios sociales; la bonificación salarial por cantidad estaba sujeta a estrictos controles de calidad; los trabajadores debían entrar a las fábricas con anticipación para no perder tiempo cambiándose y comenzar a trabajar con el inicio del horario; etc. El mismo Perón felicitó por radio la ‘organización’ y el ‘esfuerzo’ de los papeleros que habían batido “todos los récords de producción".


 


“El CNP coronó la ofensiva empresaria con respecto a los esquemas de incentivación vigentes y el ‘rendimiento mínimo’ de la jornada laboral…" (pág. 164).


 


Descalificación


 


Una de las comisiones del CNP debía tratar sobre la “valuación ocupacional o de tareas". Su objetivo era definir ‘científicamente’ las calificaciones de los trabajadores y los salarios que debía cobrar cada uno según su ‘idoneidad'. En realidad, el objetivo era descalificar. Según un trabajo presentado a la Comisión -que transcribe Bitrán— las patronales se quejaban de que "bajo el sistema de la negociación colectiva en el período embrional del sindicalismo, fue dable observar que los resultados arrojados guardaron estrecha relación con la agresividad e influencia del gremio. Así es que todavía se observan para algunas tareas manuales, salarios relativamente superiores a los convenidos por tareas profesionales”. En otras palabras, la CGE quería rebajar los salarios de diferentes categorías pactadas en los convenios colectivos de trabajo y “dar un mayor salario al personal ‘más idóneo' (pág. 166).


 


Presentismo


 


El “ausentismo laboral" fue un motivo de “verdadera inquietud empresarial”. Pero “la discusión que se desarrolló en el CNP acerca del ausentismo laboral excedió en mucho lo meramente cuantitativo. De hecho, resultó ser un debate acerca de la legislación laboral vigente y, por tanto, de las relaciones entre el gobierno y la clase obrera” (pág. 169). Los representantes patronales reconocían que las au-sencias por enfermedades y accidentes laborales se encontraban en sus índices ‘normales’. Pero… con los feriados, los días “emanados de las leyes o convenios”, las ausencias injustificadas, "la cifra (de días) laborable es irrisoria". Los empresarios cientificistas se quejaban de que “el ausentismo constituye una fase patológica del industrialismo" que había que combatir.


 


La CGT planteó como solución fomentar el “presentismo", instalando "primas por puntualidad y asistencia”, que es lo mismo que penalizar el ausentismo con rebajas salariales directas. El sindicato petrolero (Supe) de Avellaneda planteó, en el VIo Congreso nacional de su gremio que se eliminaran como causa de descuento en los premios de asistencia, las "enfermedades justificadas” y/o “accidentes de trabajo”, lo que fue rechazado por la burocracia nacional.


 


Un despacho común del CNP acabó planteando la necesidad de “La im-plementación de medidas disciplinarias dirigidas a la eliminación del ausentismo injustificado" (pág. 176).


 


Polifuncionalidad y desocupación


 


‘‘Puede afirmarse que en el CNP hubo una casi total coincidencia implícita acerca de que la racionalización a efectuarse para obtener mayores índices de productividad, tendría peligrosas consecuencias para la estabilidad laboral de una porción importante de la mano de obra” (pág. 177). La burguesía organizó una campaña para demostrar que las normas de los convenios sobre dotaciones de personal para las tareas, impedían aplicar los métodos inherentes a los nuevos ‘cambios tecnológicos’. Las patronales querían 'racionalizar' el trabajo en las fábricas disminuyendo la cantidad de personal y aumentando el ritmo de trabajo de los que quedaban y tener plena libertad para trasladar a los trabajadores de una a otra función sin respetar las categorías. Lo que hoy se llama ‘polifuncionalidad’ y despidos. Los convenios eran muy rígidos respecto al traslado del personal y las patronales daban una pelea cotidiana -en la mayoría de los casos perdidosa-contra las reglamentaciones que preservaban la salud y los derechos del trabajador. Pero… "la CGT terminó por reconocer y avalar la relación directa entre la racionalización productiva, el desplazamiento laboral y el desempleo" (pág. 184).


 


El problema clave: los convenios colectivos


 


Bitrán caracteriza correctamente el peso de los Convenios Colectivos: “Desde la década de 1930 y, principalmente a partir de 1943, en ellos se condensaron los aspectos centrales de las relaciones laborales en la Argentina… resultaron ser el escenario privilegiado de los conflictos entre el capital y el trabajo” (pág. 185). A diferencia de las corrientes apologéticas del nacionalismo burgués, Bitrán señala que las conquistas de los trabajadores contenidas en esos convenios “no fueron sólo ni principalmente resultado de la beneficencia de un Estado intervencionista con ‘sentido social’, sino que también expresaron la propia capacidad de organización y lucha de los obreros" (pág. 186). Bitrán recopila la posición de muchos estudiosos -lo que es un mérito sistemático de su trabajo- que plantean que las conquistas de 1946/8 fueron obtenidas por un fuerte movimiento huelguístico de los trabajadores.


 


El Estado justicialista reaccionará ‘institucionalizando’ las conquistas arrancadas por la lucha de los trabajadores: en 1953 dicta la "ley de convenios" donde se “ 'fortalecía' eI poder de los sindicatos ‘por sobre’ el de los propios trabajadores". Establecía que sólo podían negociar los convenios los sindicatos reconocidos con personería jurídica, entonces integrados al Estado.


 


Las patronales pretendían imponer, a través del CNP, cláusulas de productividad que no habían logrado en las paritarias, por la presión de las masas en lucha. La CGE quería una revisión de los convenios y aprobar la “existencia de los denominados ‘convenios colectivos sobre productividad' firmados de manera independiente en cada empresa” (pág. 189). Según Bitrán, la burocracia sindical planteó que 'los salarios y las condiciones laborales' no podían quedar ‘subordinados' a los acuerdos de productividad, pero “las divergencias… no parecen haber sido obstáculo para que, una vez más, el Informe Técnico elevado al Comité Central del Congreso reflejara casi sin mediaciones las posturas empresarias" (pág. 193).


 


Los llamados "acuerdos de productividad" introducían los “acuerdos particulares de empresa", es decir, planteaban la atomización de los convenios colectivos. Pero la patronal de la CGE quería al mismo tiempo mantener la regimentación del movimiento sindical, razón por la cual planteaba que estos acuerdos debían ser firmados por las patronales con las direcciones de los sindicatos, excluyendo específicamente a las comisiones internas y delegados de fábrica. La burocracia de la CGT no impugnó esta política de acuerdos por empresa.


 


La CGE proponía suspender las cláusulas que trababan la revisión de las dotaciones, el ‘derecho’ a la polifuncionalidad, el traslado de los operarios, etcétera, y la eliminación lisa y llana de las reglamentaciones en materia de horarios, premios, vacantes, etc. En pocas palabras, menos derechos y más esfuerzo para el trabajador. Bitrán concluye: “Al analizar… se llega a la conclusión de que la postura asumida por… el capital fue finalmente la que se impuso” (pág. 203).


 


La CGE llegó incluso a imponer una resolución que coartaba la función reglamentadora del Estado en lo que se refería a las condiciones de trabajo. Se propuso, y logró el apoyo cegetista, para que fuera reemplazada la figura de ‘trabajos insalubres’ por la de lugares insalubres’, que se podía superar con alguna ‘innovación o ‘mejora’ cosmética.


 


El poder en los lugares de trabajo


 


Aunque en la campaña preparatoria del CNP no se tocó terminar con el poder que habían conquistado las Comisiones Internas y los delegados de sección en las fábricas, era la clave de los objetivos patronales. La CGE quería "eliminar o reglamentar las costumbres transformadas en derechos por los propios trabajadores" (pág. 212) y retomar para la patronal y sus funcionarios el poder en la fábrica.


 


La burocracia cegetista proclamó abiertamente: "termina… la época de lucha y el movimiento obrero se vuelve en colaborador para aquellos factores productivos del país, como en el caso del CNP…” (pág. 218). Bitrán plantea que es desde la burocracia que se planteó “la necesidad de un fuerte control gremial para eliminar y/o encauzar las resistencias ciertas y posibles de los trabajadores frente a una racionalización del proceso productivo".


 


Las Comisiones Internas se desarrollaron con los procesos de lucha de los trabajadores. A partir de 1946 se impuso su reconocimiento en los convenios. En esa dinámica las Comisiones Internas chocaron con las patronales e “impusieron limitaciones concretas a la función dirigente de los capitalistas en el mismo proceso de producción” (pág. 220).


 


Los capitalistas se quejaban de que las Comisiones Internas “no gobiernan, ni dejan gobernar". “Para los empresarios la cuestión del poder obrero en los lugares de trabajo resulta una de las prioridades a solucionaren el CNP" (pág. 223). Bregaron por "fortalecer el control de la confederación obrera y de los distintos sindicatos sobre los trabajadores" en detrimento de las internas y los delegados. Para la CGE, los organismos "representativos" eran los sindicatos y por eso lanzó una ofensiva para “reglamentar" las funciones de las internas: no podían resolver medidas de fuerza; no podían tener más de 5 integrantes; las actividades gremiales debían hacerse fuera de los horarios de trabajo; los delegados de sección no podían entrevistar a la patronal; los trabajadores debían dirigirse con sus reclamos a los capataces; etc. En definitiva "limitar, precisar y encuadrar las atribuciones de la Comisión Interna".


 


Los representantes patronales denunciaban que “no se puede ignorar que en algunos establecimientos el capataz es una persona que se siente incómoda, desorientada, si no acobardada y que mucho es lo que debe hacerse para colocarlo en su posición correcta" (pág. 339).


 


Este era, efectivamente, un problema de principios para la burguesía -y para la burocracia integrada al Estado.


 


¿Quién tenía el poder en la fábrica? Marx y Engels habían señalado el carácter despótico de las fábricas. “Las masas obreras concentradas en la fábrica son metidas a una organización y disciplinas militares. Los obreros, soldados rasos de la industria, trabajan bajo el mando de toda una jerarquía de sargentos, oficiales y jefes. No son sólo siervos de la burguesía y del Estado burgués, sino que están todos los días y a toda hora bajo el yugo esclavizador de la máquina, del contramaestre, y sobre todo del industrial burgués dueño de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, más execrable, más indignante, cuanta mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro” (del Manifiesto Comunista).


 


Cuando los trabajadores se organizan para quebrar ese despotismo, para hacer cumplir los convenios de trabajo y las conquistas obtenidas por su lucha, la clase patronal siente el aliento de la “subversión” en sus nucas.


 


El fracaso del CNP


 


“Puede afirmarse que en sus rasgos generales el Acuerdo Nacional de la Productividad (que aprobó el CNP) expresó un triunfo para el sector empresario" (pág. 249). Pero este éxito fue puramente superestructural. En las fábricas se rechazó la “negociación por empresa” y todo intento patronal por poner en práctica las ‘conclusiones’ del CNP.


 


La burocracia había participado del mismo y preparado decenas de resoluciones, pero en ningún momento las había sometido a la consulta de los trabajadores. No hubo una sola Asamblea General, ni Congreso de Delegados que votara mociones o propuestas para el CNP. Las bases no se interesaron ni en la preparación, ni en el desarrollo y mucho menos se sintieron obligadas por las ‘conclusiones’ que había firmado ’su' dirección sindical. Esta fue una de las causas -la incapacidad del gobierno y de la burocracia para ‘disciplinar’ a los trabajadores y los límites que la lucha de éstos impusieron a la explotación capitalista- que determinaron que la burguesía industrial se pasara al frente golpista que terminó con Perón.


 


Una mención aparte merece el comentario de Bitrán sobre la posición de la izquierda. Afirma (pág. 297) que “no se ha podido encontrar ninguna fuente que exprese la postura del PC alrededor del evento".


 


El CNP: orientación estratégica de la burguesía


 


Las medidas que propugnó el CNP comenzaron a aplicarse con la Libertadora. El interventor militar en la CGT, capitán de navio Patrón Laplacette, declaró entonces: “El gobierno tiene el propósito de llevar a la práctica las conclusiones a las cuales arribó el Congreso de la Productividad, las cuales el gobierno de Perón se limitó a enunciar sin tomar las medidas apropiadas para asegurar su realización”. Como relata Bitrán, el gobierno de Aramburu se lanzó a despedir Comisiones Internas y sacó un decreto que revisaba compulsivamente los conve-nios. Se dio un plazo de 30 días para “adecuar" los mismos. Pero la gran resistencia obrera y la crisis del gobierno empantanó este propósito.


 


Galileo Puente, subsecretario de trabajo en 1958, afirma: “Cuando me hice cargo de los problemas de las relaciones laborales me encontré con anarquía, abusos y todo tipo de atropellos por parte de los obreros. Los empresarios habían perdido el control de sus fábricas; las Comisiones Internas manejaban todo. Aquellos que debían obedecer, en realidad estaban dando órdenes… los empresarios deben por lo tanto retomar el control de sus fábricas” (citado por Bitrán, pág. 260). Recién en 1960, bajo el frondizismo – luego de la derrota de la huelga general de 1959- la burocracia firmó los convenios que reglamentaron el accionar de los cuerpos de delegados, introdujeron esquemas de incentivos y eliminaron cláusulas que 'trababan la productividad’. En gran parte, esta “derrota" de la clase obrera se debió al hecho "de que las comisiones internas estaban considerablemente desmanteladas" (pág. 261). La burguesía consiguió importantes índices de productividad, mientras el salario real caía. Así, la producción horas/hombre que en 1955 era de 113,5, en 1962 había trepado a 148,2, mientras que el salario, de 101,44 en el 55, bajaba al 97,10 en el 62 y crecía la desocupación (llegó a casi el 11% en 1964). ¿Y los beneficios de la productividad? La CGE, ahora -a diferencia de sus decires de 1955 en el CNP- se negaba a repartir las fabulosas ganancias obtenidas, alegando que "lo que parece un crecimiento de la productividad del trabajo no es creciente productividad del trabajo sino creciente productividad del capital" (pág. 351). ¿Y el “bien común"? ¡Gracias! El aumento de la explotación de la clase obrera no le trajo a ésta ninguna mejora social, sino que empeoró su situación notablemente: desocupación, pérdida de conquistas sociales, disminución del salario real, incremento del esfuerzo de trabajo en las fábricas.


 


¿ Y Menem?


 


Bitrán finaliza su libro señalando “que resulta más que sugerente que hoy (1989-92) un nuevo gobierno, sugestivamente de origen peronista, tenga como ejes de su política de mercado la flexibilización y desregulación de las relaciones laborales. Además, resalta el hecho de que se haya visto obligado a implementar (por decreto) una norma según la cual los salarios se fijan sólo por productividad, y que su no aceptación por los trabajadores y los sindicatos, se haya constituido en el principal punto conflictivo entre el Estado y el movimiento obrero organizado” (pág. 276).


Hoy, Menem se ha lanzado no sólo a eliminar de los convenios las cláusulas que puedan trabar el libre desarrollo’ de la 'productividad' -superexplotación del trabajador-, sino que pretende romper directamente con el sistema de convenios colectivos de trabajo.


 


En esto tiene la firme colaboración de la burocracia sindical integrada crecientemente al aparato del Estado y cooptada en muchos casos como soda directa de los capitalistas (vía el desarrollo de sus negocios en las AFJP, ART, Propiedad Participada en las empresas privatizadas y ahora, en la privatización de las Obras sociales de los sindicatos). Pero, la burocracia siempre buscó el compromiso con los regímenes políticos burgueses y con los capitalistas a costa de sacrificar las conquistas de los trabajadores. La burocracia es una quinta columna capitalista en el seno de los sindicatos. Bitrán duda en caracterizar la conducta de la misma tanto en el 54-55 como ahora, en el 89-92. En general, Bitrán considera las posiciones que adoptó la burocracia como defensistas y a sus resoluciones en el CNP como “ambiguas e indefinidas" (págs. 177,193,196, etcétera). Aunque, contradictoriamente, reconoce -como lo hemos volcado rei-teradamente en esta nota- que las conclusiones del CNP fueron un triunfo de los patrones. La experiencia actual también evidencia que la burocracia, dentro de los sindicatos, ha sido un agente de los capitalistas y del gobierno menemista para entregar conquistas históricas del movimiento obrero y frenar la posibilidad de una resistencia nacional. Las huelgas realizadas bajo el menemismo (telefónicos, ferroviarios, Río Turbio, Jujuy, Río Negro, Córdoba, etc.) han salido al margen de la burocracia, la que, en más de una ocasión, las enfrentó abiertamente.


 


Bitrán remarca "lo significativo del hecho de que ya para julio del 89 (recién asumido Carlos Menem), distintas expresiones de la prensa, directamente vinculadas al empresariado, hubieran recordado y valorizado algunos discursos de Perón y dos de los ejes de la política económica desarrollada desde 1952: la apertura a los Capitales Extranjeros y el Congreso de la Productividad" (pág. 16). También, Pablo Pozzí, en una “presentación" del libro, señala que "el proyecto menemista claramente encuentra sus antecedentes en la tendencia que refleja y se impone en el Congreso de la Productividad. De ahí que si bien Carlos Menem representa rupturas, también expresa una continuidad" (pág. 11).


 


Pero, el primero que planteó esta posición en la política nacional fue el PARTIDO OBRERO. Prensa Obrera el 8/11/88 (8 meses antes que asumiera Menem y 6 antes de las elecciones del 14/5/89) denunció que "empezó la luna de miel entre Alsogaray y Menem". Y el 7/3/89, “Jorge Altamira, candidato a presidente por el PO, sostuvo que Carlos Menem y Alvaro Alsogaray van camino a un pacto” (La Voz del Interior). Esto no fue una ‘acertada’ sino parte de una caracterización del rol de las corrientes nacionalistas burguesas y de la burguesía nacional.


 


El cambio de frente de la burguesía nacional


 


Bitrán define al peronismo como “un movimiento policlasista que, como característica específica, encontró en sus propias contradicciones internas y en las distintas relaciones de fuerza que en diversos momentos lo dominaron, la sustancia misma de su dinámica política e ideológica” (pág. 19). Considera al gobierno que Perón asume en 1946 "como la expresión de una coincidencia de intereses de clase y fracciones de clase en la cual jugó un papel central la clase obrera y distintos sectores de la pequeña y mediana burguesía: el ejército, facciones de la Iglesia, intelectuales del nacionalismo y una incipiente y no organizada (como fracción de clase) pequeña y mediana burguesía industrial".


 


Bitrán no avanza, sin embargo, en definir el carácter de clase de la dirección de ese frente "policlasista”, es decir burgués. Los movimientos surgen en los países atrasados como un intento de la burguesía nacional de ampliar su dominación política, económica y social, es decir, superar el atraso dentro de los marcos de la propiedad privada. Generalmente, enfrentan a un sector del imperialismo apoyándose en otro más ‘magnánimo’.


 


Para enfrentarse a la Unión Democrática y al embajador yanqui, el peronismo se convirtió en un régimen bonapartista que se apoyaba en las masas trabajadoras, a las cuales pretendía regimentar y organizar como base de sustentación. El nacionalismo burgués carece de una “ideología”, puede ser corporativo en un determinado momento y/o libreempresista en el siguiente, de acuerdo al desarrollo concreto que asume la burguesía.


 


La crisis económica, por un lado, y el tumultuoso desarrollo del movimiento obrero por el otro, ‘obligó’ en 1951-2 al nacionalismo burgués a operar un cambio de frente, y a buscar bajo la presión yanqui la ‘colaboración’ del imperialismo norteamericano. Como describe Bitrán, en 1952 se lanzó “el plan de emergencia económica”, primero, y luego el “segundo plan quinquenal”, cuya orientación era recortar las conquistas y salarios de los trabajadores y aumentar su explotación ('productividad´). Esto vino de la mano de la sanción (1953) de una ley de inversiones extranjeras, que garantizaba grandes ventajas al capital imperialista: instalación de la Fiat y la Kaiser en Córdoba (entregándoles instalaciones del IAME), etc., y del acuerdo petrolero en 1954 con la Standard Oil. En este marco (y luego del fracaso en introducir las cláusulas de productividad en los convenios debido a la resistencia obrera) se convoca al CNP. Es parte de una política de conjunto del gobierno peronista hacia un cambio de frente que se recuesta en el imperialismo y el gran capital. Esta actitud del gobierno reflejaba la orientación general de la burguesía, asustada por el desarrollo de las huelgas de 1954 y el fracaso de Perón y de las burocracias en “contener" la lucha de clases. El CNP fue el máximo intento en el sentido de realizar una "comunidad organizada”. Pero ni los trabajadores acataron sus resoluciones, ni la burguesía estaba dispuesta a seguir detrás de un régimen que cada vez más, se mostraba incapaz de estrangular las luchas de las masas.


 


El régimen peronista entró en crisis, dice Bitrán (pág. 265), porque “expresó la inviabilidad estructural de la industrialización por sustitución de importaciones y de sus características fundamentales durante el período: el desarrollo del mercado interno y una redistribución social progresiva de los ingresos (bases mismas del peronismo como movimiento policlasista)". Pero las políticas aplicadas por la burguesía después de la Libertadora, tampoco resolvieron la crisis nacional. Y mucho menos la actual política menemista de privatizaciones, subsidio a las exportaciones, superexplotación de los trabajadores, etcétera. El régimen de Perón ni se planteó tocar las fuentes de dominación de la oligarquía, el gran capital y el imperialismo, sin lo cual es imposible desarrollar una verdadera industrialización nacional. El estudio de Bitrán debe servir a los jóvenes trabajadores para comprender la evolución del nacionalismo burgués y rastrear los orígenes del menemismo.


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 “Los abusos sindicales”


 


Bitran reproduce una anécdota. extraída de un libro de J. E. Isaac, dedicado a Perón, bajo el título “Los estímulos del trabajo”, que apareció en 1953.


"Un buque, amarrado junto al dique. efectuaba la descarga de mercadería… Un hombre se acercó y comenzó a observar con atención… El estibador más cercano, suspendió su trabajo y mirándolo fijamente le interrogó: -Usted, ¿qué hace Don?


 


-Miro… -respondió el hombre sorprendido.


 


-Usted está contando.


 


-Y bien, cuento.


 


-No puede contar.


 


-¿No puedo contar? ¿Y por qué no puedo contar?


 


-Porque no. Tiene que ocupar a un compañero.


 


-Bueno. No contaré. Pero voy a mirar, nomás…


 


-Usted quiere contar. Eso es.


 


-Y a lo mejor de paso…


 


-¡Pare el trabajo! -gritó el estibador-. Que venga el Delegado.


Todos los estibadores ‘aminoraron’ su ritmo de trabajo; llegó el delegado y se le contó lo sucedido. Todos los trabajadores de la zona pararon sus tareas. En eso. dijo el hombre: —Mire Delegado, yo soy el dueño de la carga; cuando necesite a uno que cuente con mucho gusto les pediré a ustedes, pero creo que tengo derecho a observar qué es lo que llevad camión. No perjudico a nadie.


 


-Está quitándole el pan a uno de los nuestros -acusó el estibador.


 


Ante la discusión, dijo el Delegado: -Claro, el hombre puede ver su carga… pero no puede contar.


 


-¡Señor!… gritó el dueño.


 


-¡Que salga del muelle nomás! -gritó más animado el estibador.


 


– ¡ Alto! ¿Qué pasa aquí? -preguntó un oficial de la Subprefectura.


 


Cada cual cuenta su versión oficial. -En esta semana -dijo el Oficial- es la tercera vez que se produce una detención en el trabajo. Hoy hace una hora que está interrumpido. Por el jornal de un hombre innecesario, se producen miles de pesos menos… ¿Quién está dispuesto a tomar bajo su responsabilidad los perjuicios?


 


Inquiridos el estibador y el Delegado, ambos eluden su responsabilidad; prosigue el Oficial -Bien señores, cuando termine el trabajo de hoy, y fuera del horario de él, les ruego al señor Delegado y a usted -dijo mirando al estibador- quieran presentarse en la guardia. Impondré a mis superiores de lo ocurrido, con el propósito de que no vuelva a suceder. Yo entiendo que la supuesta lesión de un interés individual no debe afectar un evidente interés general… El perjuicio existe y no es para este señor, precisamente, sino para cosas que están por encima de cada uno… Ese funcionario conocía en verdad su deber. Las palabras, pronunciadas con energía y con seguridad del que posee plena conciencia del deber, produjeron una impresión evidente y el ritmo de trabajo se reanudó".


 


El convenio de los portuarios planteaba la existencia de -por lo menos- un delegado "por lugar de trabajo”; la dotación de personal a ocupar en cada tarea: la "participación" del delegado en la decisión (teóricamente patronal) de suspender el trabajo por diversos motivos justifica- dos; etc.


 


La anécdota relatada por el patronal Isaac evidenciaba el fastidio de la burguesía por el poder de los delegados y las Comisiones Internas y el reclamo de que el Estado pusiera coto a los “abusos sindicales".


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La izquierda y el CNP


 


¿Y las corrientes que se reclamaban del trotskismo? La única referencia de Bitrán es al intercambio de cartas entre el Partido Socialista Revolución Nacional (PSRN) y Perón, realizado en 1954, en el transcurso de las huelgas por los convenios. En esa oportunidad, el PSRN le pide a Perón que "interceda’' por los trabajadores, evitando que los “elementos explotadores aprovechasen la renovación de los convenios colectivos para realizar la destrucción de la unidad lograda por los obreros argentinos reunidos en la Central Obrera” (cita de Clarín. 18/3/ 54. en pág. 287).


 


En el seno del PSRN militaban entonces la corriente de Moreno (Mas) y el sector que luego sería el FIP de Abelardo Ramos. Llama la atención que en los balances históricos del morenismo se haga figurar como una denota la oleada de huelgas de 1954. Así, en el trabajo de Ernesto González sobre la historia del Mas (Editorial Antídoto) se dice (pág. 235) que “la CGE que era entonces la que llevaba la voz cantante" se lanzó al CNP. porque "ya había obtenido otros triunfos importantes. Los convenios habían sido uno de ellos". Según este texto: “Moreno decía: 'Negamos a la CGE el derecho a sentarse en un plano de igualdad con los representantes obreros en cualquier Congreso que sea… Nuestros militantes luchan en primera fila contra la ofensiva de la CGE".


 


La CGE aparecía entonces imponiendo el CNP al gobierno y a los burócratas. Estos últimos son presentados como “los representantes obreros” y no como funcionarios a sueldo del gobierno. Moreno planteaba entonces: “Nuestra tendencia debe alentar. destacar y tender a un acuerdo técnico con el gobierno en toda resistencia de éste a los planes yanquis de colonización… Por eso. cuando coincidimos técnica o políticamente con el gobierno, deberemos saber destacar que esa coincidencia es completamente parcial y que no es de política general”.


 


El Mst, la otra fracción morenista tiene igual visión. Héctor Palacios, en su "Historia del movimiento obrero argentino”, afirma: el "retroceso provocado por las derrotas de los convenios y la huelga perdida por los metalúrgicos. en 1954. sumado al Congreso de la Productividad de 1955. influyó sobre esa vanguardia que había intentado aprovechar el 'veranito' democrático para impulsar una organización autónoma. Los esfuerzos para crear tendencias sindicales se verán frustrados” (pág. 229). Según este autor. Moreno criticó la huelga metalúrgica del 54 como ultraizquierdista. porque "cometió el error de marginarse de la decisión mayoritaria de los trabajadores metalúrgicos, en momentos que el ánimo de éstos era de cesar en la lucha”.


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NOTAS:


1. Clarín. 2 do enero de 1954

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