Durante los últimos meses la clase obrera de los países escandinavos ha protagonizado importantes luchas en reclamo de salario y en defensa de sus puestos de trabajo. A fines de abril de este año Noruega se encontraba atravesada por una huelga de más de 20.000 trabajadores del sector privado, trabajadores del servicio de transporte marítimo, fábricas de la alimentación y cervecerías. Un acuerdo entre las empresas y las principales federaciones obreras (LO e YS), que llevó el salario arriba de la inflación, evitó que se sumaran unos 15.000 trabajadores más que ya habían resuelto ir a la huelga. En Suecia conductores del ferrocarril fueron al paro para rechazar que fueran reemplazados puestos de trabajo por máquinas. En Finlandia los trabajadores portuarios y los conductores de colectivos arrancaron el año con huelgas por el salario.
La escalada de luchas obreras en los países escandinavos pone nuevamente en foco el debate sobre la eficacia del “modelo nórdico” y la (in)capacidad del Estado de Bienestar para garantizar derechos elementales de los trabajadores. Esta realidad choca de frente con la afirmación de izquierdistas y progresistas que aún hoy defienden al sistema de los países escandinavos como un modelo superador, que habría logrado la síntesis perfecta entre el socialismo y el capitalismo.
Sin embargo, la enorme crisis económica por la que atraviesan estos países ha profundizado una crisis social que hunde raíces en el crecimiento de la desigualdad y la xenofobia. Este ha sido el escenario propicio para el retroceso en conquistas históricas de la clase obrera y el avance de la derecha liberal, que logró desplazar durante varios años a la socialdemocracia del gobierno luego de cinco décadas en el poder.
La crisis migratoria de 2015 fue utilizada por los partidos de la ultraderecha para exacerbar los sentimientos más atrasados de la población. En los países “más felices del mundo” crece la xenofobia y con ello la derecha.
El retorno de gobiernos socialdemócratas en la región, durante los últimos años, no ha puesto un freno a estos procesos de crisis y descomposición social. Por el contrario, su ascenso implicó un viraje aun más pronunciado hacia la derecha por parte de los partidos socialdemócratas, quienes ascienden al gobierno de la mano de alianzas con conservadores y centro derecha.
La reciente integración de Finlandia y Suecia a la OTAN da por finalizada la neutralidad que sostenían estos países frente a la guerra en Ucrania, y refuerza el sometimiento económico y militar de los países escandinavos al imperialismo. El proceso expone de cuerpo entero las profundas contradicciones que anidan en el modelo de bienestar escandinavo, y su incapacidad para escapar a la descomposición del régimen en su conjunto, que en su crisis arrastra incluso a los países que lideran todos los ránquines mundiales de bienestar, riqueza, libertades y derechos.
Bases del Estado de Bienestar en los países nórdicos
El modelo nórdico es aclamado por liberales y también por izquierdistas. Entre estos últimos figura la revista “Jacobin”, vocero de las posturas del DSA (Demócratas Socialistas de EEUU) el ala izquierda del Partido demócrata. Sunkara, uno de sus principales ideólogos, revindica en la obra “Manifiesto Socialista” de su autoría el llamado “socialismo escandinavo”. El “modelo” surgió como respuesta a la crisis de principios de la década de 1930 de la mano de gobiernos socialdemócratas con una larga tradición en los países escandinavos y también, como una vía de contención frente a la revolución rusa y la marea revolucionaria que sacudió el continente europeo y cuyos efectos se hicieron sentir en los países nórdicos, en primer lugar, en Finlandia. Su ascenso cobró mayor fuerza luego de la Segunda Guerra Mundial en medio de una profunda depresión económica y social que golpeaba a la mayor parte de los países europeos.
Hay dos elementos fundacionales sobre los que se monta el Estado de Bienestar escandinavo. Por un lado, el acelerado proceso de industrialización, marcado por el lugar histórico que ocupan estos países en la economía mundial y el crecimiento que supuso su neutralidad durante la guerra. Por otro, el desarrollo de una clase obrera industrial fuertemente organizada y con una larga trayectoria política bajo la órbita de los partidos socialdemócratas. Para comprender el alcance y las características del modelo nórdico es necesario detenerse en este primer aspecto.
Si bien el proceso de industrialización en los países nórdicos se desarrolló de manera tardía, su orientación a la exportación de productos manufacturados les permitió un rápido ingreso de capital que facilitó el crecimiento exponencial de su PBI. Este desarrollo, sin embargo, no se estableció en el vacío. Los países escandinavos pertenecieron desde sus inicios al pelotón de naciones opresoras que amasaron riquezas al calor del saqueo y la explotación de las naciones oprimidas, en busca de materias primas que permitieran expandir sus mercados.
Previo al advenimiento del imperialismo podría pensarse que los países atrasados llegarían a desarrollarse sin una revolución, pero el sometimiento colonial que supone la dominación de los países imperialistas sobre estas naciones da por tierra con toda expectativa de desarrollo “pacífico”. Así las cosas, el mundo queda dividido en dos grandes bloques, las naciones opresoras y las oprimidas. Los países que venían rezagados en su desarrollo capitalista y que llegaron primero a convertirse en naciones imperialistas fueron Alemania y Japón, ambos impulsores de la guerra mundial para establecer un nuevo reparto del mundo. Detrás de ellos se colocaron Suecia, Noruega, Dinamarca y, finalmente, Finlandia.
Destacados en la industria metalúrgica y de la madera, Noruega y Suecia lograron situar su renta a los niveles de los países más desarrollados de la región en tiempo récord. Dinamarca, se volcó a la producción y exportación de alimentos y en 1870 ya había desarrollado pequeñas industrias rurales que luego fueron en aumento. Finlandia, a pesar de estar bajo dominio del imperio ruso, tempranamente tuvo acceso al mercado mundial de manera independiente. A principio del siglo XX los países nórdicos ya contaban con importantes empresas vinculadas a sectores estratégicos como el transporte, la energía, el metal, los automotores y las maquinarias. Con la Primera Guerra Mundial varias de estas empresas experimentaron una expansión extraordinaria, lo que forjó un poderío de empresas multinacionales con una presencia dominante en el mercado hasta nuestros días. Importa señalar que Suecia que se declaró neutral no sufrió los rigores de la guerra y tenía su aparato productivo indemne para aprovechar la reconstrucción de la post guerra.
Es el caso de A.P. Moller-Maersk, una de las empresas más grandes de Dinamarca especialista en la industria naviera y el transporte, que para 1996 se transformó en la compañía de transporte marítimo de mercancías más grande del mundo. Hoy el Grupo Maersk cuenta con más de 100.000 empleados, 67 terminales y actúa en 130 países. En 2022 obtuvo ganancias récord, con un beneficio neto de $29.198 millones de dólares, lo que supone un 62,7% más que en 2021. La sueca SKF Svenska Kullagerfabriken, especializada en rodamientos y soluciones de ingeniería, fue otra de las grandes beneficiadas con la industria armamentista y hoy es uno de los mayores fabricantes de rodados del mundo con presencia en más de 130 países y 108 terminales de producción. Volvo Cars, empresa subsidiaria de SKF que se desprendió de este conglomerado comercial en 1935, en 2022 se colocó entre las 20 empresas líderes en el mundo en ventas automotriz. Nokia, fundada en Finlandia en 1865, se volcó al campo de las telecomunicaciones en los ’60 para transformarse hacia 1980 en uno de los principales fabricantes de teléfonos móviles del mundo. En 1990 experimentó un crecimiento masivo en el mercado, colocándose por varias décadas como empresa líder en telecomunicaciones a nivel mundial. Hoy esta multinacional se ha diversificado en numerosas ramas, pero sigue registrando ganancias récord. En 2022 su beneficio neto experimentó un aumento del 160%.
El desarrollo de esta preponderancia industrial le brindó un poder monopólico en importantes áreas del mercado mundial, que fue apalancado por una política de subvenciones y beneficios fiscales, garantizando la acumulación capitalista con el respaldo de la caja estatal. Hoy, en sus países se encuentran las casas matrices de varias de las principales multinacionales el mundo, entre ellas Ericsson (Suecia), H&M (Suecia), Stora Enso (Finlandia/Suecia), Novo Nordisk (Dinamarca). Noruega, por su parte, está ubicada entre los mayores productores y exportadores de petróleo y gas del mundo, siendo la más grande de Europa occidental. Suecia hace tiempo que viene orientándose hacia la OTAN. El envió de soldados a Libia y Afganistán y la venta de armas a Arabia Saudita es un botón de muestra.
Sin lugar a duda, cuando se habla de las bondades del modelo escandinavo en cuanto a su inversión en servicios públicos y seguridad social, no se pueden perder de vista las condiciones materiales que le permitieron a la socialdemocracia nórdica establecer el Estado de Bienestar como medio para canalizar los antagonismos de clase dentro de los márgenes del régimen capitalista.
Lucha de clases y organización obrera
Sobre la base de esta enorme expansión económica e industrial se desarrolló la potente organización del naciente movimiento obrero que cobró cuerpo rápidamente. Influenciados por la experiencia de lucha de clases que recorría Europa, hacia fines del siglo XIX aparecen las primeras huelgas de masas en Dinamarca. En 1871, tras la derrotada lucha de los obreros de la construcción, se sancionó una ley de emergencia contra la Asociación Internacional de Trabajadores; se impusieron multas pecuniarias contra la huelga obligando a varios dirigentes obreros a emigrar apuntando en particular contra la Asociación de Trabajadores Daneses. Sin embargo, en 1880 se logró agrupar a asociaciones sindicales y políticas de trabajadores en un mismo partido que, para 1889 llegó a tener 20.000 afiliados. Ya en 1913, la socialdemocracia danesa se convertiría en el partido mayoritario del país, y en 1924 lograron formar gobierno propio obteniendo el 36% de los votos.
Las organizaciones sindicales crecieron particularmente entre los obreros calificados. En 1873 se creó el primer Convenio Colectivo de Trabajo, y en 1875 los artesanos fundaron la primera Federación Sindical Nacional. Para 1898 nacía la primera Confederación de todas las Federaciones Sindicales del país (LO) que llegó a agrupar al 49% de todos los sectores productivos organizados. Un año después, la burguesía industrial fundaba la Asociación Danesa de Empleadores Organizados (DA). En un intento desesperado por quebrar la organización sindical, la DA lanzó un duro bloqueo contra los trabajadores que duró tres meses, en el que fueron despedidos más de 10.000 trabajadores, afectando a 40.000 personas. La llamada “Huelga del Hambre” fue derrotada por la cohesión y firmeza de las organizaciones obreras que impusieron el acuerdo de septiembre en el que se reconocieron el libre derecho a la sindicalización, el derecho a huelga y la negociación colectiva como base para fijar acuerdos salariales y condiciones laborales. Estos fueron los cimientos para el desarrollo de una fuerte organización sindical que marcó la historia de Dinamarca hasta tiempos recientes.
Influenciados por ideas del marxismo alemán y la experiencia de la vecina Dinamarca, en Suecia se logró fundar un partido obrero a la imagen del danés en 1889. Y en 1898 se creó la primera federación sindical. Para 1902 la socialdemocracia sueca lideraba huelgas y movilizaciones masivas por el derecho al sufragio universal. En Noruega, el movimiento obrero se enlazó con el movimiento popular-democrático de 1848. En 1883 se fundó la federación sindical, y en 1887 el partido obrero.
Por su parte la clase obrera finlandesa creció bajo la influencia directa del proletariado ruso, aunque gozó de ciertas particularidades. Si bien se trataba de territorio bajo control zarista, la vida política en Finlandia se parecía mucho más a la de la Alemania de la época. Contaban con autonomía gubernamental, libertad política, e incluso se les permitía elegir su propio parlamento, aunque con muchas limitaciones de poder real. A partir de 1899 el Partido Socialdemócrata Finlandés (SDP) se convirtió en un partido obrero de masas, que actuaba abierta y legalmente, llegando a organizar a más de 100.000 obreros en 1907. En 1916 el SDP se consagró como el primer partido socialdemócrata en conquistar la mayoría parlamentaria en Europa. Tras la revolución rusa de 1905 se acentuaron las corrientes combativas dentro del partido, sin embargo, las tendencias parlamentaristas y moderadas concentraban la mayoría partidaria. Esto fue determinante para el fracaso de la revolución finlandesa de 1917-1918 que terminó con la masacre de más de 27.000 obreros.
La nueva ola de industrialización de principios del siglo XX dio impulso a los partidos obreros y a las organizaciones sindicales en los países del norte europeo. En este punto, la neutralidad política de las naciones escandinavas en la Primera Guerra Mundial fue clave en su crecimiento económico.
El lugar histórico de estas naciones en la economía mundial, que facilitó su desarrollo industrial, combinado con el legado de un importante movimiento obrero organizado en Europa, dio lugar a profundas luchas de clases que parieron grandes organizaciones obreras en cada uno de los países escandinavos capaces de arrancar conquistas significativas al capital. Los avances sociales de los trabajadores en estas naciones lejos están de ser producto de un sistema de redistribución más equitativo (tal y como es presentado el modelo nórdico), sino que fueron resultado de concesiones de una burguesía en ascenso a una clase obrera fuertemente organizada sindical y políticamente.
En este cuadro de concesiones y conquistas, a excepción del proceso que se dio durante la fracasada revolución finlandesa, en general los partidos socialdemócratas escandinavos optaron por una orientación conservadora de conciliación de clases, sin disputar el poder real de los medios de producción a la burguesía, sino arrebatando concesiones en un cuadro de ascenso capitalista. De este modo, luego de la derrota de las revoluciones obreras en los países más desarrollados de Europa, y con el aislamiento de la Rusia soviética, los partidos socialdemócratas escandinavos se transformaron en partidos de gobierno dentro del régimen parlamentario burgués asentados en la prosperidad económica de la posguerra que les permitió apostar al desarrollo progresivo de un Estado de Bienestar.
Sin embargo, este ascenso económico y social encontró en 1921 su primer traspié. Para esa época la Internacional Comunista se extendía con un gran poderío, imponiendo partidos obreros de masas en Alemania, Francia, Italia, Noruega, Bulgaria, Checoslovaquia, Finlandia y Polonia, entre otros, que gozaban de una gran simpatía entre los obreros. En este contexto se produjo una importante movilización de los obreros escandinavos. Los Comités Ejecutivos de las Federaciones Nacionales de Sociedades Obreras de Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia iniciaron acciones conjuntas para rechazar la arremetida patronal que intentaba extender las jornadas de trabajo de 8 horas y reducir los salarios. Los trabajadores sostenían que los importantes beneficios percibidos por la industria, el comercio, la marina mercante y la agricultura durante la posguerra no habían significado un mejoramiento en las condiciones de vida de los trabajadores, y exigieron la apertura de los libros de las empresas, el control obrero, la intervención estatal para evitar despidos arbitrarios y la asistencia a los trabajadores despedidos con puestos de trabajo en el Estado o una indemnización que les permitiera vivir.
Atravesados por una fuerte crisis económica durante los primeros años de la década del ´20 se desarrollaron numerosas luchas obreras contra los despidos, por el salario y contra reformas laborales. Este fue el escenario propicio para que crecieran algunos movimientos fascistas; pero fundamentalmente sentó las bases para el crecimiento político de la socialdemocracia. El partido socialdemócrata sueco logró formar gobierno en 1920, mientras que en Dinamarca lo hizo en 1924. En Noruega, con la reactivación del comercio exterior se alcanzó una recomposición más rápida que en el resto de los países europeos, lo que quitó base de sustento a los movimientos derechistas como el partido fascista noruego. En 1935 el partido socialdemócrata noruego conquistó la mayoría parlamentaria.
El ascenso de la socialdemocracia escandinava al poder estuvo marcado entonces por la crisis de 1920, y aparece como variante del régimen ante las presiones de un movimiento obrero altamente organizado tanto sindical como políticamente. Propulsores del “modelo escandinavo” impusieron un Estado de Bienestar valiéndose de los privilegios propios de las naciones imperialistas desarrolladas. Se trató de una vía de rescate al capital en un cuadro de profundas crisis y rebeliones obreras. Vale recordar que el movimiento obrero escandinavo forjó sus armas en la lucha de clases, librando fuertes batallas contra la naciente burguesía nórdica en un contexto de ascenso de la izquierda en el continente que tuvo como punto cúlmine en la región a la revolución finlandesa de 1917-1918.
El Estado de Bienestar escandinavo es, en definitiva, producto de una revolución obrera derrotada.
La crisis del modelo escandinavo y el ascenso de la derecha
Muy lejos de una economía centralizada y planificada, el Estado de Bienestar de los países nórdicos se caracteriza por una alta libertad económica a la hora de hacer negocios, una baja cantidad de regulaciones laborales -de hecho no existe ni un salario mínimo, ni indemnización por despidos- y un fuerte gasto público destinado a seguridad social y servicios públicos. El modelo se asienta en un alto desarrollo industrial, y las fabulosas ganancias de numerosas multinacionales de capitales nórdicos.
Conocidos por sus altos estándares en la calidad de vida, movilidad e integración social, en las últimas tres décadas el modelo escandinavo ha sufrido un inevitable derrotero económico que llevó a un creciente desmantelamiento de las medidas más progresivas del Estado de Bienestar y, por consiguiente, a una profunda crisis social y política.
Los partidos socialdemócratas llegan al gobierno en alianza con partidos agrarios. Es el caso en Dinamarca y Suecia en 1933, en Noruega en 1935 y en Finlandia en 1937 (paradojas de la socialdemocracia). Durante el siglo XX, y particularmente luego de la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos socialdemócratas incrementaron ostensiblemente el gasto público destinado a fortalecer un sistema de seguridad social y servicios públicos. Valiéndose del ascenso económico de la posguerra, este despliegue fue financiado en parte por un fuerte sistema tributario de carácter regresivo, con gran peso sobre el trabajo y los bienes personales; como así también mediante la renta de empresas estatales en sectores claves -energía, transporte y comunicaciones-. El gasto público encontró su umbral más alto en 1970.
Sin embargo, la economía escandinava ha sido siempre muy dependiente de la exportación y, por lo tanto, sujeta de los vaivenes de la economía mundial. La crisis del petróleo en los ’80 hizo tambalear a la economía noruega. El colapso de la URSS afectó fuertemente a Suecia y Finlandia, principales operadores comerciales de la Rusia soviética. Para los años ’90 la crisis se extendía por todas las naciones escandinavas. En 1993 el déficit fiscal en Noruega llegó al 8% de su PBI y su deuda pública superó el 60%. En Finlandia el déficit rondaba el 10% del PBI, con una deuda pública del 60%. Mientras que en Suecia el déficit fiscal alcanzó el 11% del PBI y la deuda pública superó el 70%.
La liberalización y desregulación de la economía que se había producido en décadas anteriores se combinó con el crecimiento de una burbuja financiera e inmobiliaria que terminó estallando en una crisis económica de alto impacto, la llamada “crisis financiera nórdica”. A raíz de esta situación, los diferentes gobiernos liderados por la socialdemocracia y variantes progresistas implementaron medidas de austeridad y rescate al capital.
El gobierno en Suecia, bajo el mando de Ingvar Carlsson como primer ministro, asumió la responsabilidad por los pasivos tóxicos de los bancos con la implementación de un programa de rescate conocido como “Programa de Garantía de Crédito”. Paralelamente avanzó en el recorte sustancial del gasto público, en el aumento de impuestos y en reformas estructurales que promovían la flexibilización laboral. En estos años se habilitaron contratos temporarios, se desreguló la jornada laboral y se promovieron medidas para facilitar los despidos. Asimismo, se avanzó con leyes muy lesivas para los trabajadores, en particular una que coloca en la ilegalidad toda acción colectiva que no esté dirigida a que los empleadores firmen un acuerdo de negociación colectiva. Como consecuencia de estas políticas se dispararon los índices de pobreza y desocupación. Según datos del Statistiska centralbyrån (Oficina Central de Estadísticas de Suecia), la tasa de riesgo de pobreza pasó del 7% en 1990 al 16% en 1996. Mientras que la tasa de desempleo aumentó gradualmente en la década de 1980 hasta alcanzar su punto máximo de aproximadamente el 12% en 1996.
El gobierno finlandés liderado por los socialdemócratas en 1992 también implementó un plan de rescate bancario mediante un Fondo de Garantía de Crédito. A su vez redujo las barreras comerciales extranjeras; y recurrió a préstamos con entidades financieras internacionales como el FMI. En sintonía con Suecia y los demás países de la región se avanzó en la flexibilización laboral para facilitar los despidos y la precarización, a la vez que se fragmentaron las negociaciones colectivas de trabajo, dejando de ser nacionales o por sector, para pasar a ser por empresa. Como resultado de estas medidas la tasa de desempleo aumentó del 5.2% en 1990 al 16.8% en 1994, según datos del Statistikcentralen (Oficina Central de Estadísticas de Finlandia); y la pobreza llegó al 11% para ese año según el Instituto Nacional de Salud y Bienestar (THL) de Finlandia.
Aunque en Noruega la crisis no tuvo el mismo impacto que en Suecia o Finlandia, el gobierno liderado por el Partido Laborista implementó medidas de rescate bancario que incluyeron la recapitalización de los bancos en dificultades y el establecimiento de fondos de garantía de depósitos. Asimismo, se implementaron medidas de austeridad con recortes en el gasto público y aumentos de impuestos.
La socialdemocracia pasó de una desregulación progresiva al interven-cionismo estatal, con el único objeto de rescatar al sistema financiero en quiebra; mientras que propiciaba el pasaje a manos privadas de recursos económicos estratégicos. De este modo, hacia fines de los ´90 y principio del 2000, se privatizaron empresas estatales de telecomunicaciones, como la sueca Telia y la finlandesa Sonera, permitiendo la entrada de competidores privados y fomentando la liberalización del sector. Se llevaron a cabo procesos de privatización en el sector energético, que incluyeron la venta de empresas de generación y distribución de energía, y la liberalización del mercado eléctrico. Se realizaron privatizaciones en el sector del transporte, incluyendo la venta de empresas estatales de ferrocarriles y la apertura a la competencia en el transporte aéreo y marítimo. Aquellas empresas que quedaron bajo la órbita estatal o mantuvieron su nivel de participación, son de los sectores menos rentables.
Se promovió la desregulación y privatización en el sector financiero, permitiendo la entrada de bancos y entidades financieras privadas y la liberalización de los mercados de capitales. Y se avanzó en la privatización de bienes comunes como las viviendas; en particular en Noruega la titularidad pública de viviendas municipales pasó del 75% en 1990 al 45% en 2015. Asimismo, se procedió a una rebaja significativa de impuestos sobre las sociedades, llegando a representar el 4,8% en Suecia y el 5,8% en Dinamarca, contra un 8,6% en la Unión Europea; al tiempo que la tasa de imposición de los beneficios sobre las empresas se colocó por debajo de la media europea, ubicada en el 32,4%. Para compensar esta reducción en el ingreso fiscal se aumentó el impuesto a la renta, que representó el 53,2%, y se aumentó el IVA en un 25% para Dinamarca y Suecia y al 22% en Finlandia.
En paralelo, los gobiernos promovieron políticas sistemáticas tendientes a restringir el derecho a huelga y a limitar el poder de los sindicatos, ya sea por la vía de reformas parlamentarias, o mediante la cooptación de las conducciones sindicales. Un dato revelador indica que en Suecia desde los años ‘80 el número de días de huelga ha ido decreciendo constantemente. En 1986, se registraron 652 días de huelga, mientras que en 2017 se registraron 329.
Las economías nórdicas del último cuarto del siglo XX no soportaron los vaivenes propios de la crisis capitalista mundial. Así las cosas, la imposibilidad de conciliar intereses de clases antagónicos terminó por arrasar con los beneficios sociales y laborales que había conquistado décadas atrás la clase obrera organizada. Fueron, una vez más, los partidos socialdemócratas quienes lideraron el proceso de rescate del capital, dando por tierra con las expectativas de encontrar una vía de ascenso social para los trabajadores por medio de reformas progresivas en el marco del sistema capitalista. El fracaso de la “tercera vía” acentuó la desigualdad social y promovió la xenofobia, lo que inauguró un periodo de gobiernos conservadores y liberales en los países nórdicos.
En 2006 el Partido Moderado formó parte del gobierno de Suecia en una coalición de centro derecha junto con el Partido del Centro (Centerpartiet), el Partido Popular Liberal (Folkpartiet liberalerna), y el Partido Demócrata Cristiano (Kristdemokraterna). En Dinamarca el Partido Liberal Venstre formó parte del gobierno luego de las elecciones generales de 2015. Su lider, Lars Løkke Rasmussen, se unió a una coalición de gobierno junto con el Partido Conservador Høyre y la Alianza Liberal (Liberal Alliance), y asumió el cargo de primer ministro en 2011, para luego ser reelegido en las elecciones de 2015. El Partido Conservador Høyre noruego, bajo el liderazgo de Erna Solberg, formó una coalición de gobierno con el Partido del Progreso (Fremskrittspartiet) en 2013. La coalición se conoció como el Gobierno Solberg y estuvo en el poder hasta las elecciones generales de 2021. En Finlandia entre 2011 y 2014 gobernó una alianza liderada por el primer ministro Jyrki Katainen, quien pertenecía al Partido de la Coalición Nacional (Kokoomus), un partido de centroderecha liberal, junto con el Partido del Centro (Keskusta), la Alianza de los Verdes (Vihreät), y Alianza de la Izquierda (Vasemmistoliitto). A partir de 2015 y hasta 2019, la Coalición Nacional se mantuvo en el gobierno, pero con una alianza más tirada hacia la derecha integrada por Centro (Keskusta) y Partido de los Finlandeses (Perussuomalaiset). Esta coalición de gobierno fue conocida como el Gobierno Sipilä.
El ascenso de la derecha vino a profundizar el desmantelamiento del Estado de Bienestar. Para los liberales el gasto social provocaba un aumento de los impuestos; la rigidez de los estatutos y la tradición de negociación por consenso dificultaban los cambios en la producción; y la potencia de los sindicatos entorpecía toda evolución hacia una sociedad más flexible. Buscan avanzar en medidas para suprimir todo derecho laboral, facilitando más despidos y contrataciones precarias; a la vez que logran reducir a su mínima expresión el poder de los sindicatos. Asimismo, se endurecen las condiciones de acceso a las prestaciones de desempleo e invalidez, lo que ha reducido sustancialmente el número de beneficiarios.
La crisis migratoria de 2015 jugó todo un rol en este proceso. En Dinamarca el partido xenófobo, proveniente de los tradicionales conservadores radicalizados, en un gobierno de coalición con la extrema derecha y los liberales, logró deportar a una serie de refugiados de Irak, azuzando los sentimientos más retrógrados de la población. Esto suscitó protestas y movilizaciones que fueron reprimidas fuertemente. Previamente en 2010 el gobierno danés, bajo la dirección de la socialdemocracia, había recrudecido sus políticas migratorias incorporando requisitos más estrictos para la obtención de la residencia permanente, reduciendo los beneficios para los solicitantes de asilo y estableciendo medidas de control fronterizo temporal. En 2020 estas medidas se profundizaron incluyendo la confiscación de bienes y activos de los solicitantes de asilo, y la implementación de controles fronterizos más rigurosos. Noruega, Finlandia y Suecia adoptaron políticas similares, tendientes a reducir las prestaciones y atenciones a los refugiados y reforzando barreras migratorias.
El ascenso de la derecha es la expresión de la imposibilidad de cualquier ascenso social para la clase obrera, vía reformas capitalistas. En los marcos de este régimen social toda conquista es transitoria, puesto que, ante antagonismos de clases irreconciliables, se imponen los intereses del capital.
Un retorno corrido hacia la derecha
Tras la elección noruega de 2021, que permitió el regreso de la centroizquierda al gobierno, hoy la mayoría de los países nórdicos cuentan con gobiernos socialdemócratas y laboristas. Sin embargo, esto no supone un cambio profundo en la tendencia política de fondo, ni un vuelco hacia la izquierda, sino más bien el corrimiento de la socialdemocracia hacia el campo de la derecha. Este “corrimiento” ni siquiera les asegura una estabilidad en el gobierno como lo revela el caso de Suecia en que la socialdemocracia viene de ser desplazada por una alianza más derechista en las elecciones de septiembre del año pasado.
De hecho, los partidos socialdemócratas retornan al poder en algunos casos a pesar de un leve retroceso o estancamiento electoral. Esto es producto de una reconfiguración del escenario político marcado, por un lado, por el crecimiento de partidos de extrema izquierda como reacción a la avanzada liberal, y en respuesta a la adaptación de la centro izquierda. Por el otro, debido al declive de los partidos xenófobos y de extrema derecha que formaron parte de las coaliciones de gobierno durante la década anterior, y cuyo programa fue absorbido parcialmente por la socialdemocracia.
Es así que, mientras la socialdemocracia danesa experimentó un leve retroceso electoral pasando de 26,3% en 2015 a 25,9% en 2019, el Partido Popular Danés perdió casi el 60% de los votos que tenía en 2015. En Noruega, la votación obtenida por la extrema derecha del Partido del Progreso de Noruega se redujo un tercio respecto a 2017, al tiempo que el Partido Laborista (DNA) perdió el 1,1%. La socialdemocracia finlandesa logró un crecimiento respecto a las últimas elecciones, obteniendo un magro 17,7%, en contraste con el leve retroceso de los Verdaderos Finlandeses, quienes perdieron apenas el 0,2% de los votos. Una situación particular se dio en las elecciones de 2018 en Suecia, donde el Partido Socialdemócrata obtuvo el peor resultado electoral de su historia con un 28,3%, en contraste con el crecimiento del 4,8% que lograron los Demócratas de Suecia, pero este leve ascenso no modificó el acuerdo entre los partidos mayoritarios de exclusión de la extrema derecha. Este deterioro de la socialdemocracia se profundizo en las elecciones de 2022, en la que el gobierno perdió los comicios y fue sustituido por un bloque de derecha, entre el Partido Moderado y los Demócratas de Suecia.
Este proceso se combina con un leve crecimiento de expresiones políticas por izquierda de la socialdemocracia. Así lo refleja la aparición de la Liga Verde Finlandesa y la Alianza de la Izquierda de Finlandia; el incremento en un 2,3% el apoyo electoral del Partido de la Izquierda de Suecia; o el ingreso al parlamento de partidos de izquierda en Noruega y Dinamarca.
En este cuadro, el retorno al gobierno de la socialdemocracia se logró en alianza con centristas y liberales, lo que implicó una serie de concesiones al ala derechista. No se trata de gobiernos fortalecidos, sino más bien del resultado de una conciliación y adaptación aun más profunda de la socialdemocracia frente al creciente descontento social con los gobiernos de tinte liberales. Así las cosas, de los cuatro gobiernos liderados por la socialdemocracia actualmente, solo la coalición finlandesa cuenta con mayoría parlamentaria.
Las elecciones de 2018 en Suecia dejaron a los tres partidos de la centroizquierda con una diferencia ínfima por sobre los tradicionales derechistas, habiendo obtenido 144 escaños contra 143. La alianza Socialdemócrata, Verde, del Centro y Liberal, facilitó una continuidad de la coalición socialdemócrata verde que había ascendido en 2014. Con esta alianza, el partido del Centro impuso el Acuerdo de Enero de 73 puntos, entre los que se encontraban medidas tendientes a la flexibilización de la ley de protección del empleo y la abolición del control sobre los alquileres; impulsar una reforma tributaria que redujera la presión fiscal sobre las capas sociales de mayor ingreso y un esquema de apoyo a las empresas; profundizar la privatización en servicios sociales como salud y educación, al tiempo que buscaba fortalecer el derecho a la propiedad privada.
En Dinamarca es donde los problemas de la inmigración y la xenofobia han calado más profundamente, habilitando el ascenso meteórico de partidos de extrema derecha que alcanzaron magnitudes considerables. En 2019, con la pretensión de formar un gobierno minoritario unipartidista, la socialdemocracia danesa debió conquistar el apoyo de la izquierda y de los social-liberales, lo que dio lugar a una declaración conjunta titulada “Dirección justa para Dinamarca” que buscaba conciliar los principios antimigratorios de los liberales con un retorno del Estado de Bienestar.
Tras la crisis abierta producto de la reforma sanitaria que buscó imponer el gobierno derechista finlandés en 2019, la alianza de los Verdaderos Finlandeses y de Coalición Nacional debió convocar a elecciones anticipadas, lo que terminó con su gobierno inclinando la balanza hacia la izquierda. La nueva coalición gobernante logró pasar una reforma sanitaria matizada, que dejaba intactos los negocios privados en la salud.
En 2021, el Partido Laborista noruego, con el 26% de los votos, logró formar gobierno en alianza con el Partido de Centro. Se arribó a este acuerdo, luego de largas e infructuosas negociaciones con Izquierda Socialista que reclamaba un cargo en el gobierno, petición rechazada por los centristas. Así la cosas, la coalición gobernante terminó en minoría parlamentaria. El acuerdo con el Partido de Centro consolida un giro conservador del Partido Laborista, que había tenido un capítulo significativo con su tácito al “Pacto de estado por la inmigración” en 2016, impulsado por los partidos derechista y xenófobos buscando endurecer los requisitos de inmigración y asilo.
El retorno de la socialdemocracia al gobierno se da en un cuadro convulsivo a nivel mundial, signado por la crisis económica y la guerra en Ucrania. El panorama no resulta alentador para estos nuevos gobiernos. Ya la crisis energética que viene afectando a Europa en los últimos meses ha arrojado proyecciones preocupantes para el gobierno sueco; la inflación viene en constante aumento en los últimos años, y la desocupación proyectada será del 8,2% para 20241(27/12/2022) El Gobierno sueco pronostica una recesión del 0,7 % en 2023. Swissinfo.com. https://www.swissinfo.ch/spa/especial-2023-suecia_el-gobierno-sueco-pronostica-una-recesi%C3%B3n-del-0-7—en-2023/48164218. Este es el caldo de cultivo para los procesos de lucha que crecen en la clase obrera escandinava.
Resulta evidente que, con el regreso de la socialdemocracia al gobierno, no hay una vuelta al estatus quo original. La integración de Suecia y Finlandia a la OTAN refleja que estos procesos políticos son incapaces de sustraerse del devenir de la crisis mundial, y por tanto son arrastrados a la guerra, perdiendo toda independencia tanto en el terreno político como militar.
La quiebra del modelo ha socavado sensiblemente el glorioso Estado de Bienestar escandinavo, haciendo imposible un retorno al equilibrio de las décadas de oro. Hoy hablar de socialismo sería un entero exabrupto. Estamos ante una versión devaluada de lo que fuera la socialdemocracia de los años ’80. Su hundimiento como variante izquierdista del régimen revela el fracaso de la democracia burguesa como vía de salida para las y los trabajadores. Y deja planteado, como perspectiva ineludible para la emancipación de los trabajadores, la independencia política de la clase obrera a la socialdemocracia y a toda variante de conciliación de clases.
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