Después de casi una década, el petróleo ha vuelto a figurar en las primeras planas de los diarios. Desde marzo de 1999, su precio se ha triplicado. La transferencia de este aumento a los productos refinados y al consumo final desató masivas protestas de transportistas en toda Europa. Mientras tanto, los países de la Opep, la organización que agrupa a los países exportadores (controla el 40% de la producción y el 80% de las reservas), han obtenido este año un ingreso suplementario de 100.000 millones de dólares por sus exportaciones y las grandes empresas petroleras han establecido un nuevo récord histórico de beneficios.
¿Estamos en presencia de un nuevo "shock petrolero", el cuarto, similar a los ocurridos en 1973 (después de la guerra de Yom Kippur entre Israel y los países árabes y del embargo petrolero de estos últimos a Estados Unidos), en 1980 (como consecuencia de la guerra entre Irán e Irak) o en 1990 (como consecuencia de la Guerra del Golfo)?
Aunque el aumento porcentual de los precios en los últimos dieciocho meses es similar al registrado en los anteriores "shocks", el precio real del petróleo todavía está muy lejos de los niveles alcanzados entonces: a moneda constante, los precios actuales sólo representan el 50% de los precios de 1973 y el 65% de los de 1979/80. La tendencia alcista, sin embargo, es fuerte. En el curso de este año, la Opep anunció cuatro aumentos sucesivos de sus niveles de producción, cada uno de entre 500 y 700 mil barriles diarios, y se da como un hecho cierto que Arabia Saudita está produciendo por encima de la cuota que le ha fijado dicha organización. Nada de esto, sin embargo, ha logrado calmar el incremento de los precios. Al contrario, la cotización del petróleo sigue en aumento en medio de una especulación descontrolada: diariamente, en Londres y otros mercados, cambian de manos 150 millones de barriles, una cifra que duplica el volumen de la producción mundial de petróleo. La especulación, según la Opep, es responsable del 10% del precio actual del petróleo en los mercados internacionales.
Para algunos analistas, la crisis petrolera es simplemente un "mero desajuste entre oferta y demanda" (1) y hasta un saludable "retorno a la normalidad, con un pequeño sobreajuste alcista (de los precios)" (2). Para otros, la crisis actual es la temprana expresión del próximo agotamiento de los recursos petroleros (3). Para algunos, las razones del aumento son puramente económicas; para otros, puramente políticas. Pero todas estas expresiones soslayan la crisis de conjunto que afecta a la economía mundial, desde la declaración de inconvertibilidad del dólar, en agosto de 1971; desde el derrumbe de la economía japonesa y, al final, desde la crisis asiática de principios de 1997.
Crisis asiática: la destrucción de fuerzas productivas
El aumento del precio del petróleo iniciado en marzo de 1999 es la consecuencia de la fenomenal destrucción de capacidad instalada de producción, refinamiento y almacenamiento que se produjo a partir de la crisis asiática de 1997.
Entonces, la súbita caída de la demanda de petróleo provocada por el derrumbe de los "tigres asiáticos" hizo caer los precios a los niveles nominales más bajos de la década, entre 8 y 10 dólares por barril. En términos reales, los precios llegaron en los años '97/'98 a los niveles más bajos de las últimas tres décadas.
La abundancia de petróleo, en relación a la demanda, se vio agravada por la política seguida por los países productores, en particular Arabia Saudita. "La Opep, dice un especialista, ayudó significativamente al colapso del petróleo abriendo la canilla en el momento equivocado" (4). La necesidad de mantener constantes sus ingresos petroleros para hacer frente a los intereses de sus abultadas deudas externas (5), los llevó a inundar los mercados, agravando la tendencia bajista de los precios.
"Lo que tenemos es un clásico shock de precios que se remonta a la crisis financiera asiática (…) Después del golpe de la crisis financiera, las compañías cortaron sus inversiones en todo el mundo. Las firmas de exploración perforaron menos pozos y redujeron sus establecimientos de almacenamiento. El resultado, como calculó Daniel Yergin, de la firma Cambridge Energy, es que la capacidad productiva mundial es hoy 7 millones de barriles diarios menor de lo que podríamos haber esperado de otra manera" (6). Se trata, por cierto, de una muestra fantástica de la anarquía capitalista: en unos pocos meses, según este especialista, las empresas liquidaron una capacidad productiva de extracción y refinamiento equivalente al 10% de la producción actual. Pero esto es tan sólo un promedio; en algunos países, como Japón, la reducción de la capacidad instalada de refinación alcanzó el 20% (7).
Detrás de esta destrucción tan sistemática como violenta de fuerzas productivas, estaba la certeza de los capitalistas de que "Asia tardaría años en salir del agujero en que había caído" (8), lo que nos da una idea retrospectiva de la conciencia de la propia burguesía acerca de la envergadura de la crisis.
A todo esto hay que agregarle, además, la drástica reducción de la producción petrolera rusa, como consecuencia del saqueo de los burócratas restauracionistas (9).
Centralización capitalista
Esta reducción de la capacidad instalada tuvo también su expresión en la ola de fusiones y adquisiciones que sacudió a toda la industria petrolera después de la crisis asiática. Entre 1996 y 1998, en apenas dos años, el monto de los contratos de fusiones y adquisiciones se multiplicó ¡por 24!, pasando de un promedio de 10.000 millones de dólares entre 1990 y 1996 a 40.000 millones en 1997 y a 240.000 millones en 1998 (10).
Con el precio del barril a 10 dólares, las compañías más pequeñas, menos integradas o con pozos menos rentables no podían sostenerse frente a la presión competitiva de las grandes. El resultado fue una enorme carnicería donde "el grande se comió al chico", según la poco original pero gráfica expresión de un diario regional (11). Esta ola de adquisiciones se extendió por todo el mundo. Asia fue el continente donde se realizaron las mayores "capturas" de pequeñas empresas nacionales por grandes pulpos, pero América Latina no escapó a la "moda": la compra de la argentina YPF por la española Repsol (o mejor dicho, por los fondos de inversión norteamericanos y británicos que son los verdaderos dueños de Repsol) forma parte de una tendencia mundial a la centralización capitalista de la extracción y la refinación petrolera.
Paralelamente, varias de las grandes compañías se fusionaron entre sí, creando verdaderos monstruos: British Petroleum se fusionó con las norteamericanas Amoco y Arco; Exxon se fusionó con Mobil; y las francesas Total Fina y Elf se unieron en una única empresa nacional. "En este proceso, las famosas 'Siete Hermanas', que dominaron la industria petrolera por décadas (Exxon, Shell, Texaco, Mobil, Chevron, Gulf y BP) se han convertido en sólo tres matrimonios, con una o dos 'compañías Cenicienta' dejadas de lado" (12). Adicionalmente, se produjeron numerosas "fusiones parciales" mediante la combinación de los negocios de refinamiento y venta minorista de diferentes compañías. Esto incluye, por ejemplo, la fusión de los negocios de refinación y venta minorista de Shell y Texaco en los Estados Unidos.
Este proceso de grandes fusiones continúa a todo vapor, a pesar del alza de los precios: hace pocas semanas se unieron Chevron y Texaco. También prosigue el copamiento de las empresas más débiles en el mercado mundial por parte de los grandes pulpos, como lo revela la penetración accionaria de BP-Amoco, Shell y Exxon-Mobil en las tres principales compañías petroleras chinas. El "costo social" de este copamiento, sostiene un diario financiero, será el despido de un millón de trabajadores de la industria petrolera china (13).
Mediante este acelerado proceso de centralización, los grandes grupos lograron obtener un aumento sustancial de las reservas y de las posibilidades de extracción, refinación y almacenamiento propios. Las tres mayores compañías (BP-Amoco, Shell y Exxon-Mobil) dominan hoy el 10% de la producción mundial, es decir la cuarta parte de la producción de todos los países de la Opep tomados en su conjunto. Las 17 primeras empresas dominan el 20% de la producción mundial, la mitad de la producción de la Opep. Sin embargo, son todavía más poderosas que los países de esa organización porque tienen un virtual monopolio del refinamiento, de la venta minorista y del abastecimiento a la petroquímica.
Hablando en la Conferencia de los trabajadores de la industria del petróleo sindicalizados en el Pace (Paper, Allied-Industrial, Chemical and Energy Workers International Union) de los Estados Unidos, Michael Tanzer, editor de temas laborales de la revista The Black World Today, señaló que "hay un objetivo mucho más importante y de mayor alcance en estas 'megafusiones', que tiene por objeto elevar los beneficios a largo plazo. Históricamente, los mayores beneficios en la industria petrolera provinieron del mantenimiento de un precio de monopolio por el crudo y un precio de costo considerablemente inferior". El acuerdo de Achnacarry de 1928, firmado por Exxon, BP y Royal Dutch/Shell y al que luego se unieron las otras cuatro de las llamadas "Siete Hermanas" (Mobil, Chevron, Texaco y Gulf Oil), estableció una división monopólica de "áreas de influencia" y un precio relativamente estable. Este régimen duró hasta los años '60, cuando fue fundada la Opep. "Desde mi punto de vista continúa Tanzer, las grandes petroleras nunca abandonaron el sueño de retomar el control sobre los precios del crudo (…) En el mundo de hoy, el objetivo de largo plazo de las compañías gigantes es desarrollar una concentración suficiente que les permita, como grupo, asociarse con la Opep para establecer monopólicamente precios estables" (14).
La centralización de la industria petrolera le ha permitido a los "vencedores" realizar grandes "economías de escala", transfiriendo la producción a las plantas más grandes y más modernas y cerrando las "ineficientes". La esencia de estas economías de escala es la reducción sustancial y permanente de la cantidad de trabajo necesaria para producir un volumen determinado de producción (15). Es decir, "la esencia" de todo el proceso de fusiones es, para decirlo en palabras llanas y comprensibles, el aumento "sustancial y permanente" de la superexplotación de los trabajadores.
Desde el punto de vista productivo, "las fusiones de muchos operadores y compañías de servicios produjeron una masiva declinación en la actividad, que tuvo como resultado la caída de las reservas (globales)" (16). En 1999, por primera vez en mucho tiempo, la totalidad de las reservas mundiales de petróleo se redujo en términos absolutos (17).
Con precios bajos y una provisión propia abundante de petróleo, las grandes compañías encontraron una vía adicional para elevar sus beneficios mediante la utilización del sistema llamado "just in time", es decir mediante la reducción al mínimo de los stocks e inventarios. Así, las grandes empresas fueron "desacumulando" stocks cuando su precio de reposición tendía a la baja. La contrapartida de este mayor beneficio de la especulación a la baja fue elevar de una manera geométrica la necesidad de transportar constantemente petróleo para reemplazar los stocks agotados. Los sistemáticos intentos de reducir los costos del transporte marítimo de petróleo explican la larga serie de accidentes de buques petroleros con su secuela de polución y destrucción del medio ambiente.
Pero lo que resultó ser una fuente de grandes beneficios cuando los precios tendían a la baja, se convirtió en su inversa cuando los precios comenzaron a subir: los escasos stocks mantenidos por las empresas son una de las razones fundamentales de la volatilidad que ha mostrado el precio del petróleo en los últimos meses.
Una recuperación parasitaria de los precios
En junio de 1998, la Opep resolvió reducir su producción en 2,6 millones de barriles diarios, medida en la que fue seguida por varios países productores no asociados. En marzo de 1999, con los precios todavía en baja, la Opep redujo en otros 2 millones de barriles su producción diaria. Poco después, con el comienzo de la recuperación de la demanda asiática en un insignificante 2%, comenzaba el ciclo alcista del petróleo.
Pero el alza de los precios no llevó a las empresas a retomar las inversiones en exploración y producción que habían cortado como consecuencia de la baja de los precios. Los pozos y las destilerías cerradas no fueron reabiertos; al contrario, la capacidad productiva siguió cayendo porque las inversiones en exploración y explotación de 1999 fueron todavía inferiores a las de 1998 (18).
La mayor demanda fue abastecida con una mayor disminución de los stocks acumulados. La razón fue puramente especulativa: "El mercado, sostiene un especialista, supuso que el precio del crudo habría de bajar" (19), es decir que la demanda bajaría rápidamente. Una rápida rebaja de los precios, como se pronosticaba a cada instante, le habría dado enormes beneficios a los especuladores porque habrían podido reponer a 10 dólares las existencias vendidas a 20 ó 25 dólares.
Detrás de este rechazo, aparentemente contradictorio, a relanzar las inversiones para reabrir pozos y refinerías cuando los precios estaban en alza, está la caracterización de que la inesperada 'recuperación asiática' tenía los pies de barro. Ocurre que los países asiáticos habían recuperado, parcialmente, sus niveles de exportación anteriores a la crisis del '97 vendiendo a precios que no tomaban en cuenta el costo de la reposición del capital fijo sino apenas los de las materias primas, la mano de obra y los costos financieros. En pocas palabras, estaban liquidando su capital para pagar deudas. La continuidad de esta "recuperación" estaba, además, jaqueada por las quiebras de las coreanas Daewoo y Hyundai, los mayores grupos industriales de ese país; por la continuidad del estancamiento japonés; y por el hundimiento de Indonesia, país petrolero, lo cual restringía la demanda y liberaba la exportación.
En el último año y medio, la industria abasteció la demanda consumiendo stocks y reservas. A pesar de su fragilidad, la "recuperación" asiática se mantuvo el tiempo suficiente como para agotar las reservas existentes y poner de manifiesto la violenta destrucción de capacidad instalada que se había operado.
Hoy, la producción mundial de 77 millones de barriles diarios iguala a la demanda, pero la necesidad de reponer los stocks agotados crea ese "faltante" de oferta que eleva los precios. Sin nuevas inversiones, las grandes empresas y los países de la Opep están produciendo al máximo de sus posibilidades; la capacidad residual de ampliación adicional de la producción de la Opep está en su mínimo histórico (20). Dentro de la Opep, sólo Arabia Saudita podría aumentar su producción en 2 millones de barriles diarios, pero otros miembros, como Kuwait, no logran cumplir con las cuotas establecidas.
El equilibrio entre la oferta y la demanda es tan precario que un diario norteamericano de negocios no duda en afirmar que Irak se ha convertido "de paria internacional en crucial protagonista de la crisis del petróleo" y que "Hussein parece tener la sartén por el mango" (21). Ocurre que las exportaciones de Irak superan, y en mucho, la capacidad de producción residual del resto de los países de la Opep. Si Irak declarara un embargo petrolero unilateral, no habría forma de reemplazar su producción. La evidente crisis potencial que encierra esta situación puso en apuros al candidato Gore en la campaña electoral norteamericana.
Sin posibilidades de que se produzca un aumento de la producción, con las refinerías trabajando a su máxima capacidad instalada y con las reservas en su nivel más bajo de las últimas dos décadas, se anuncia un prolongado período de precios altos salvo que se produzcan nuevos derrumbes nacionales. Alan Vierguz, ex presidente de la cámara que agrupa a las petroleras privadas venezolanas, estima que el precio del crudo llegará a 50 dólares dentro de dos años; más pesimista, el banco de inversiones norteamericano Goldman Sachs calcula que el precio llegará a 40 dólares en los próximos seis meses (22). Esto, claro, mientras la economía mundial mantenga los actuales niveles de demanda, algo sobre lo que no existe ninguna certidumbre.
Crisis política y lucha interimperialista
Para algunos analistas, como Peter Odell, de la Universidad Erasmus de Rotterdam, "es la política la que ha causado el aumento del petróleo" (23). "Estados Unidos -explica Odell- necesitaba precios más altos para contrarrestar la seria amenaza a la economía global que constituía la pérdida de ingresos de los países dependientes de la producción de petróleo, particularmente Rusia, y ejerció presión para obtenerlo" (24). Es decir que lo que ha sacudido a la economía mundial es el intento de evitar los estallidos que se perfilan en el horizonte.
No se trata, sin embargo, sólo de Rusia, sino también de Arabia Saudita, "un país construido sobre contradicciones, extremadamente vulnerable", al que un especialista considera nada menos que el teatro de una "próxima guerra civil" (25). "La familia real, dice un corresponsal, está alarmada por el espectro del desempleo en masa", que llega al 20% de la población después de "más de una década de estancamiento" (26). Otro corresponsal caracteriza la situación de los trabajadores extranjeros en las monarquías del Golfo como "una bomba de tiempo", y recuerda que en octubre del '99, en Kuwait, fueron necesarios dos días de represión de las fuerzas especiales para contener a los miles de trabajadores egipcios que desataron "una orgía de fuego y piedras" en protesta contra su miserable situación (27).
"Pero desde que comenzó el aumento de los precios, en marzo de 1999, los Estados Unidos y sus aliados del G-7 simplemente fracasaron en adoptar los pasos políticos adecuados para impedir que los precios se fueran demasiado arriba" (28). En este terreno, el fracaso del gobierno norteamericano fue verdaderamente mayúsculo: la presión sobre los países de la Opep para que éstos aumentaran su producción logró un resultado tan modesto como inestable. Más resonante aún fue el fracaso de la publicitada venta de parte de la "reserva estratégica" norteamericana. Esta "reserva", creada después de la crisis petrolera de 1973, tiene como finalidad prevenir a Estados Unidos de un potencial desabastecimiento ante una crisis externa (guerra, bloqueo de los países productores) (29). La venta de parte de esta "reserva", impulsada por el propio Clinton para forzar una caída de los precios del petróleo, dividió al gobierno norteamericano: el secretario del Tesoro, Lawrence Summers, y el presidente de la Reserva Federal (Banco Central), Alan Greenspan, la consideraron, en una declaración pública conjunta, "un enorme y sustancial error político" (30). El enfrentamiento público con los representantes del 'establishment' financiero no le sirvió de mucho a Clinton: el efecto depresivo sobre los precios de la venta de parte de la "reserva estratégica" duró menos de una semana.
Aun los que afirman que el alza de los precios del petróleo obedece a causas estrictamente económicas advierten que la situación es tan precaria que "esto no es todavía una crisis pero puede convertirse en una muy rápidamente (…) Si ocurre algún desastre natural o provocado por la mano del hombre -huracán, terremoto, una profundización de la descomposición política en Indonesia o una confrontación en el Estrecho de Taiwán- hay muy poco margen para el error" (31). ¡Esto fue publicado tres días antes de que estallara el levantamiento nacional palestino! Aunque Irán y Arabia Saudita hayan declarado que "mantendrán la producción y las exportaciones a Occidente a pesar del conflicto palestino-israelí" (lo que sólo alcanzó para detener temporariamente el alza del petróleo), lo cierto es que "nadie puede saber qué pasará si la situación (en Medio Oriente) empeora" (32).
Así, la sublevación palestina puede ser el detonante de un mayor "desajuste entre la oferta y la demanda" que empuje a la economía mundial a la depresión. Se trata de una poderosa expresión de la vigencia de la categoría dialéctica de la totalidad, que se impone en última instancia a los intentos necesariamente fragmentados y parciales de los Estados capitalistas de contener las tendencias a la disolución del régimen capitalista.
El fracaso de la política norteamericana en Medio Oriente se pone de manifiesto de manera muy acusada en Irak: una década después de la Guerra del Golfo, y a pesar de las inmorales e inhumanas sanciones impuestas por la ONU, Irak se ha convertido en el "fiel" de la balanza petrolera porque su producción es indispensable para mantener el delicado balance actual de la oferta.
Esto explica, también, que la "cuestión irakí" se haya convertido en un tema de abierta disputa entre Estados Unidos y Europa. Mientras las compañías norteamericanas serán las principales beneficiadas por la autorización del gobierno saudita de que las compañías extranjeras puedan tener hasta el 100% del paquete accionario de las compañías de petróleo y gas que operan en Arabia (hasta ahora estaban restringidas a actuar como socios mioritarios), Irak, Irán y Libia son un bocado para Europa.
"Después de haberle ganado a los norteamericanos en Irán y Libia, Europa no piensa dejarse arrebatar Irak" (33). El gobierno irakí pretende elevar su capacidad de producción a 4 millones de barriles diarios en 2001 y a 6 millones en 2004, para lo cual necesita 30.000 millones de dólares "que piensa obtener de las compañías petroleras europeas, en particular las italianas, a las que ha ofrecido concesiones 'muy interesantes', incluida la posesión de parte de las reservas" (34). El presidente de la petrolera italiana ENI se ha declarado dispuesto a comenzar a operar rápidamente "siguiendo el ejemplo de Francia en Irán, que desafió las sanciones impuestas por los Estados Unidos". "Las empresas europeas, concluye el presidente de la ENI, no deben darle importancia a las sanciones que son el fruto de la voluntad norteamericana" (35). No es casual que Irak haya anunciado que valuará su petróleo en euros y que sólo aceptará la moneda europea (y no dólares) en pago por sus exportaciones, lo que bien puede llevar al derrumbe del dólar si va en concierto con el derrumbe de Wall Street y de los títulos de la deuda corporativa norteamericana.
Irak no es el único lugar donde los enfrentamientos entre los pulpos del petróleo conducen a disputas entre los Estados. Alrededor de las riquezas petroleros y gasíferas del Mar Caspio y de las ex repúblicas del sur soviético se libra una encarnizada batalla por la traza de los oleoductos que sacarán el crudo hacia Occidente, batalla que envuelve a Estados Unidos, Turquía, Rusia, Irán y las potencias europeas que respaldan a esta última. Una de las consecuencias de estas disputas ha sido la guerra de Chechenia, en la que rusos y norteamericanos colaboraron en la masacre del pueblo checheno en función del acuerdo por el cual se dividieron sus "áreas de influencia" en el Cáucaso.
El papel de los grandes monopolios integrados
La reducción de la capacidad instalada durante los años 1997/98 fue mayor en la refinación que en la extracción de petróleo. En consecuencia, la escasez se hizo sentir primero en los productos refinados, y allí comenzó el ciclo alcista. Además, el aumento de los refinados fue más pronunciado que el del crudo: en el curso de los últimos dieciocho meses el aumento de los productos refinados fue un 35% superior al del crudo.
Lógicamente, las grandes compañías como BP-Amoco, Exxon-Mobil o Shell, que integran en sus vastos monopolios la exploración, la extracción, el transporte, la refinación, el almacenamiento y la distribución minorista, fueron las primeras en desatar la carrera alcista. Por eso, el vicepresidente norteamericano, Al Gore, no dudó en afirmar que "las petroleras integradas son las responsables del aumento del petróleo" (36), y hasta una revista financiera británica llega a enunciar la posibilidad de que exista "una colusión de empresas para mantener los precios elevados" (37).
El papel que jugaron estos monopolios manifiesta una peculiaridad que distingue a esta crisis petrolera de las anteriores: en esta, a diferencia de las que pasaron, el aumento del petróleo no ha reducido los márgenes de beneficio de las refinadoras, de las distribuidoras y de la industria petroquímica. Al contrario, estos márgenes de beneficio han aumentado, lo que significa que la parte del león se la han llevado las grandes compañías integradas. En Europa, por ejemplo, el margen de ganancia de las refinadoras creció de 1,76 a 3,30 dólares por barril, un incremento cercano al 90%, al tiempo que "las ganancias de los productores petroquímicos crecieron agudamente" (38). En Estados Unidos, el aumento de los márgenes de ganancia de las refinadoras fue todavía superior porque los precios de los refinados se elevaron proporcionalmente más que en Europa.
El movimiento alcista iniciado por las refinadoras "arrastró" a la Opep a reducir su producción. Para las grandes compañías, la reducción de la producción resuelta por los países productores fue una "bendición", ya que les permitió ir aun más a fondo en el alza de los precios de los productos refinados, algo que habría resultado políticamente imposible si el precio del crudo continuaba bajando.
El papel clave que han jugado las grandes empresas integradas en el alza del precio del petróleo ha llevado a algunos especialistas a afirmar que "la lección aprendida en esta crisis es que la Opep ya no controla el mercado" (39).
Los países de la Opep
Aun cuando la reducción de su producción petrolera sirvió para elevar los precios y, consecuentemente, sus ingresos por exportaciones (40), esta política fue desastrosa para las economías internas de los países de la Opep. Como sus economías están centradas en la explotación petrolera, la reducción de la producción llevó a recesiones generalizadas en esos países.
Irán atraviesa una severa recesión, que ya dura más de un año, y que ha llevado el desempleo al 20%. Lo mismo ocurre en Siria, en Nigeria y en los países del Golfo, donde el desempleo, en promedio, alcanza el 25%. Al mismo tiempo, como consecuencia del aumento del desempleo, en todos estos países aumentó el porcentaje de la población que vive por debajo de los niveles de pobreza… al mismo tiempo que subían los ingresos petroleros.
En un trabajo publicado anteriormente en esta misma revista (41), se mostró cómo la reducción de la producción petrolera había golpeado a Venezuela, algo sumamente interesante porque el presidente venezolano Hugo Chávez fue precisamente uno de los principales impulsores de la rebaja de la producción de la Opep. "La producción venezolana se redujo en un 20% por las órdenes del propio gobierno. Se cerró la mitad de los pozos, se redujeron las inversiones y se despidió a 8.000 trabajadores petroleros. Una huelga de los petroleros contra los despidos fue ilegalizada por Chávez. Las consecuencias fueron demoledoras: la reducción de la producción petrolera es la principal causa de la caída del PBI y de la recesión (42). La desocupación ¡se ha duplicado! y alcanza (entre desocupados y subocupados) al 50% de la población; casi el 90% de la población esta por debajo de la línea oficial de pobreza (43). (…) El daño que ha sufrido la producción venezolana 'es irreversible en el corto plazo': aunque su producción se redujo en unos 625.000 barriles diarios en 1999, ahora sólo podría ser aumentada en unos 150.000 porque muchos de los pozos cerrados no podrán reabrirse (44).
El "nacionalismo petrolero" ha demostrado claramente sus limitaciones, pues sólo es capaz de defender el precio de sus materias primas al costo de un derrumbe productivo.
¿Qué harán los países productores con los 185.000 millones de dólares adicionales que recibieron en los últimos dos años como consecuencia de los aumentos de precios?
Ninguno de los países de la Opep se plantea poner en pie con estos ingresos un plan nacional de industrialización y diversificación económica que rompa su dependencia de las exportaciones petroleras y atenúe los desequilibrios internos que ésta genera (45). Su principal preocupación es "reconstituir las reservas de cambio (y) los activos financieros" con el objeto de "mejorar su calificación crediticia reducida por las calificadoras de riesgo" (46); o incluso, como en el caso de Indonesia, "pagar por la recapitalización de la banca (quebrada por la crisis asiática)" (47). No se trata, sin embargo, de que los países de la Opep vayan a salir a pagar en efectivo sus abultadas deudas externas o a reducir sus déficits fiscales, porque esto agravaría todavía más la recesión que sufren. De lo que se trata con la "reconstitución de los activos de cambio" es de sentar las bases para abrir un nuevo ciclo de endeudamiento externo.
El masivo ingreso de "petrodólares" revalorizará las monedas nacionales frente al dólar, como ya está ocurriendo con el bolívar venezolano. Esto servirá para mejorar las posibilidades de especulación financiera del capital externo en los países de la Opep y, además, abaratará las importaciones, lo que significará un retroceso todavía mayor de la producción nacional no petrolera. En referencia a esta última cuestión, no sólo importa el tamaño del ingreso sino también su distribución. Los países de la Opep se encuentran entre los que tienen la distribución del ingreso más retrógrada: inmensas masas que viven en la miseria mientras pequeñas oligarquías, coronadas o no, nadan en la opulencia. Esta distribución regresiva lleva inevitablemente al despilfarro de los ingresos petroleros en importaciones parasitarias (¡armamentos!) y construcciones faraónicas.
Hace pocas semanas, en Venezuela, una poderosa y radicalizada huelga general petrolera, con acciones callejeras y bloqueos con piquetes de pozos y refinerías, por aumentos salariales, le propinó a Chávez "su peor derrota en casi dos años de gestión" (48). Los petroleros venezolanos impusieron el aumento salarial que reclamaban (9 dólares diarios, contra 3 que ofrecía el gobierno) y obligaron al gobierno a "abrir" el cofre de los beneficios petroleros. Esta victoria obrera ha desatado una ola de huelgas salariales en todo el país (construcción, médicos, docentes, subterráneos) que muestran a las claras que la "bonanza petrolera" de ninguna manera ha servido para mejorar las condiciones de los pueblos de los países de la Opep.
Crisis histórica
La no recuperación de los pozos y las refinerías cerradas como consecuencia de la crisis asiática se inscribe en una tendencia de largo plazo de la industria petrolera: la caída de las inversiones tanto en la búsqueda de nuevos yacimientos como en la exploración y refinación.
Desde mediados de la década del '80, hace ya quince años, "la capacidad de producción se viene erosionando lentamente, como resultado de la falta de exploración y puesta en funcionamiento de nuevos yacimientos" (49). La relación entre las reservas mundiales conocidas y la producción viene cayendo sistemáticamente desde 1979. "Los descubrimientos de nuevos yacimientos, dice un especialista, alcanzaron un pico en los años '60"; desde entonces hay un déficit creciente de inversiones en la búsqueda y puesta en funcionamiento de nuevos pozos. Hoy se descubre un nuevo barril de petróleo por cada cuatro que se consumen (50). La reducción de las inversiones es todavía más aguda porque "las dramáticas mejoras tecnológicas de la última década redujeron sustancialmente el costo de la exploración y de la explotación" (51). En el último período, sólo el descubrimiento de los yacimientos del Mar Caspio, que todavía no fueron puestos en funcionamiento, abrió una nueva veta de explotación.
En cuanto a la refinación, la capacidad de producción diaria conjunta de Estados Unidos y Europa se ha mantenido constante en los últimos diez años (32 millones de barriles diarios), mientras que la demanda ha crecido de 31 a 34 millones (52). Desde 1990 fueron cerradas 30 refinerías en Estados Unidos (lo que significa una destrucción de capacidad instalada de 100.000 barriles diarios) y no se abrió una sola planta nueva. En el mismo período, el número de trabajadores de la industria de la refinación cayó de 95.000 a 60.000. En consecuencia, la productividad de los trabajadores se duplicó (mientras sus ingresos se mantenían constantes), lo que explica que, a pesar de la rebaja del precio del petróleo, el valor de las acciones de las petroleras aumentó unas nueve veces en todo este período (53).
El bloqueo a la acumulación capitalista se manifiesta de una manera espectacular en la decisión de las grandes empresas petroleras de no utilizar los fantásticos beneficios que han obtenido como consecuencia del aumento de los precios del petróleo y de los márgenes de refinación para aumentar la capacidad productiva instalada, sino para proceder a la recompra de sus propias acciones.
En los nueve primeros meses de este año, las cuatro mayores petroleras obtuvieron beneficios por 50.000 millones de dólares, que pueden superar los 80.000 millones al concluir el año. El margen de beneficios de las tres mayores petroleras triplica al de las tres mayores compañías no petroleras (54).
De la misma manera que cuando los precios estaban en baja, ahora, con los precios batiendo récords, las grandes empresas no aumentan su capacidad productiva sino que la disminuyen. Las trece mayores petroleras producirán este año un 1% menos que en 1999 (55). Y reducirán todavía más su producción el año próximo porque sus gastos de exploración se han reducido de manera significativa. La Exxon-Mobil, por ejemplo, va a invertir en ese rubro un 24% menos que el año pasado, en el que ya había sufrido una reducción respecto de 1998. La reducción de los gastos de prospección, por segundo año consecutivo, "es común entre las mayores compañías" (56). Todo esto confirma la fuerte tendencia a la completa monopolización de las reservas de petróleo como única vía para asegurar una elevada tasa de beneficio, de un lado, y para dar con ello una base económica a la penetración en gran escala en la minería de la ex área soviética, que sería así el soporte de una restauración del capitalismo en gran escala.
Según un especialista, "las empresas están traumatizadas por el colapso de los precios de 1998 y dudan en gastar dinero en proyectos que no serán lucrativos si el precio del petróleo vuelve a bajar a 15 dólares" (57). Pero con la Opep y las petroleras privadas produciendo al máximo de su capacidad, una rebaja tan brutal en los precios sólo puede provenir de una drástica caída en la demanda, es decir de la entrada de la economía mundial en un ciclo definidamente recesivo. La falta de inversiones en exploración y refinación refleja no sólo la sobreacumulación de la industria petrolera sino la perspectiva similar de toda la economía capitalista en su conjunto.
La recompra de sus propias acciones -a la que las grandes petroleras destinarán un monto varias veces superior al de sus inversiones en exploración y producción- es manifiestamente parasitaria. Servirá para aumentar el valor de esas acciones, abrir negocios especulativos y, en momentos en que la Bolsa de Wall Street está en baja, protegerse de grupos rivales o fondos de inversión que pretendan entrar en ellas. Tomando la economía en su conjunto, la recompra de esas acciones por las grandes empresas petroleras servirá para movilizar el capital-dinero hacia otras ramas, lo cual revela que esta industria está saturada.
Hace ya dos años, Miguel Briante llegó a las mismas conclusiones al analizar el significado de la enorme acumulación de beneficios líquidos por parte de Microsoft, que contaba en ese entonces con una "caja" acumulada de 17.000 millones que se ampliaba a razón de 2.000 millones por año. "La inmovilización de decenas de miles de millones de dólares es manifiestamente improductiva desde el punto de vista capitalista (y demuestra que) la informática se encuentra saturada desde el punto de vista del mercado y debería derivar su capital en exceso hacia otras industrias menos innovadoras. Mantener en la congeladora excedentes extraordinarios en efectivo (significa que) presiona a la baja el rendimiento de los capitales que se colocan a interés y señala una tendencia al colapso económico conjunto del capitalismo" (58).
En un régimen social cuyo motor es la valorización del capital por medio de la explotación del trabajo asalariado, la saturación de las posibilidades de inversión en el conjunto de la economía es una expresión de la crisis histórica del capitalismo.
¿Qué salidas plantean los distintos grupos de países enfrentados por la crisis petrolera?
Los gobiernos de los países consumidores reclaman que se aumente la producción para bajar los precios, es decir que se consuman todavía más las reservas existentes. No se atreven a inducir una baja del consumo mediante un aumento de la tasa de interés (porque podría ser el detonante de una caída general de las bolsas) o mediante el aumento de los impuestos (porque temen una rebelión de los consumidores).
Los países productores, por su parte, plantean que los países consumidores reduzcan los impuestos sobre el combustible, es decir que renuncien a una parte de la renta petrolera. Tampoco se atreven a plantear la reducción del consumo porque el pago de sus abultadas deudas externas depende de sus ingresos petroleros.
Los planteos contradictorios en danza revelan por sí solos la envergadura de la anarquía capitalista, en especial en un régimen de monopolios.
Notas:
1. The New York Times, 25 de setiembre de 2000.
2. Financial Times, 19 de setiembre de 2000.
3. Le Monde Diplomatique, marzo de 2000.
4. Frederick Parnell, "¿Desde cuándo los altos precios del petróleo son malos?", en Oil and Gas Journal, 29 de setiembre de 2000.
5. La deuda externa conjunta de los países de la Opep alcanza los 400.000 millones de dólares.
6. The New York Times, 25 de setiembre de 2000.
7. Indian Express Newspapers, 31 de julio de 1998.
8. The New York Times, 25 de setiembre de 2000.
9. "Para mantener los actuales niveles de producción (equivalentes a la mitad del pico alcanzado en 1987, de 11,47 millones de barriles diarios), la industria petrolera rusa necesitaría inversiones equivalentes a la mitad de todos los activos bancarios rusos" (Le Monde,
10 de agosto de 1997). Lejos de invertir, los restauracionistas han fugado decenas de miles de millones a los bancos de Occidente. En consecuencia, el saqueo ha seguido agravando la precariedad de la producción rusa de petróleo.
10. Petrostrategies, 26 de julio de 1999.
11. Indian Express Newspapers, 31 de julio de 1998.
12. BBC de Londres, Informe de la industria petrolera, 27 de noviembre de 1998.
13. Financial Times, 26 de setiembre de 2000.
14. Black World Today, 20 de octubre de 1999.
15. Oil and Gas Journal, 20 de setiembre de 1999.
16. Frederick Parnell, ídem anterior.
17. Le Monde Diplomatique, marzo de 2000.
18. The New York Times, 28 de octubre de 2000.
19. Ambito Financiero, 8 de setiembre de 2000.
20. La Repubblica, 17 de setiembre de 2000.
21. Wall Street Journal, 19 de setiembre de 2000.
22. Tiempos del Mundo, 28 de setiembre de 2000.
23. Financial Times, 19 de setiembre de 2000.
24. Idem.
25. Foreign Affairs, enero/febrero de 1999.
26. Financial Times, 23 de junio de 2000.
27. Financial Times, 10 de junio de 2000.
28. Financial Times, 19 de setiembre de 2000.
29. Estados Unidos importa más de la mitad del petróleo que consume.
30. The New York Times, 25 de setiembre de 2000.
31. Idem.
32. El País, 14 de octubre de 2000.
33. La Repubblica, 17 de setiembre de 2000.
34. Idem
35. La Repubblica, 19 de setiembre de 2000.
36. The Wall Street Journal, 26 de setiembre de 2000.
37. The Economist, 16 de setiembre de 2000.
38. Financial Times, 19 de setiembre de 2000.
39. Frederick Parnell, ídem anterior.
40. Los ingresos por exportaciones petroleras de los países de la OPEP pasaron de 110.000 millones de dólares en 1998 a 155.000 millones en 1999 y llegarán a 250.000 millones en el año 2000 (Financial Times, 27 de setiembre).
41. Luis Oviedo, "América Latina: Cuadro de Situación"; en En Defensa del Marxismo, N° 28, julio/ agosto 2000.
42. Business Week, 6 de marzo de 2000.
43. Gazeta Mercantil Latinoamericana, 23 de abril de 2000.
44. Financial Times, 6 de abril de 2000.
45. "En los países pobres exportadores de petróleo, las esperanzas de una diversificación económica se han quebrado" (Financial Times, 20 de octubre de 2000).
46. Financial Times, reproducido en Courrier International, 21 de setiembre de 2000.
47. Financial Times, 20 de octubre de 2000. La quiebra del sistema bancario privado de Indonesia, que el gobierno recapitalizará con los ingresos petroleros, equivale al 100% de su PBI.
48. Veneconomía, 18 de octubre de 2000.
49. Le Monde, 27 de agosto de 2000.
50. Le Monde, 5 de setiembre de 2000.
51. Financial Times, 19 de setiembre de 2000.
52. BAE, 2 de octubre de 2000.
53. Black World Today, 20 de octubre de 1999.
54. The Economist, 16 de setiembre de 2000.
55. The Wall Street Journal, 26 de setiembre de 2000.
56. The New York Times, 28 de octubre de 2000.
57. Idem anterior.
58. Miguel Briante, "Crisis y tecnología"; en Prensa Obrera, 7 de noviembre de 1998.