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Mas que nunca, por una Asamblea Constituyente libre y soberana

Fuera el gobierno aliancista y los gobernadores del FMI


En una crítica publicada hace dos meses en el periódico Hoy a la consigna de la Asamblea Constituyente que plantea el Partido Obrero, se dice que el PO "pone el carro delante del caballo", porque no señala quién debería convocarla.


 


Que se trata de carros y de caballos, es indudable. El Pcr propone que "el caballo" que tire el carro, o sea que convoque a la Constituyente, debería ser "un gobierno de unidad popular". El Partido Obrero, en cambio, levanta la reivindicación de una Asamblea Constituyente libre y soberana (el carro) para movilizar a las masas hacia un gobierno de trabajadores -expresión popular de la dictadura del proletariado (el caballo). En el primero de los planteos, el del Pcr, se parte del gobierno 'popular' para terminar en la institución de una Constituyente; en el segundo, el del PO, el punto de arranque es la demanda de la Constituyente para arribar a la realización del planteo central de la presente etapa histórica, la dictadura obrera. La primera posición concluye en la democracia (burguesa) o en la regimentación (también burguesa) cuando la Constituyente hubiera finalizado el trabajo que le asignara el 'gobierno popular'; la segunda posición concluye en la revolución proletaria, superando a la Constituyente. Se trata, claramente, no sólo de la ubicación diferente de los carros y de los caballos, sino de caballos y carros diferentes.


 


Chávez


 


El 'modelo', si se puede decir así, del Pcr, es incuestionablemente lo ocurrido recientemente en Venezuela, donde un gobierno popular, el del comandante Chávez, convocó a una Asamblea Constituyente. Las realizaciones más importantes de esta Constituyente fueron la facultad que se le otorga a Chávez para designar a los mandos de las fuerzas armadas; la posibilidad de dos mandatos de seis años cada uno; y el establecimiento de un llamado "poder electoral" que, a fuerza de plebiscitos permite someter al Estado a las organizaciones de las masas, en particular a los sindicatos controlados por la burocracia del partido Acción Democrática. Es decir la variante 'participativa' o mejor regimentadora del Estado capitalista. La fórmula "gobierno popular" es intencionadamente vaga pero siempre pretende un cogobierno con la burguesía nacional. Los reclamos, tanto de un "gobierno o gabinete de emergencia", de la CTA, como de una "concertación nacional", en el que coinciden Moyano, Daer, la Pastoral Social y la UIA, constituyen incuestionables variaciones del populismo, es decir de los gobiernos de "unidad popular". Es altamente probable que, si surge, un gobierno de estas características convoque a una Convención para adornar a la Constitución vigente de un sinnúmero de fórmulas participacionistas.


 


El Partido Obrero, por su lado, no puede partir de la dictadura del proletariado, que es su objetivo estratégico, por la sencilla razón de que la situación política del momento, tomada en su conjunto, no ha madurado todavía para esta posibilidad, especialmente por el retraso del "factor subjetivo", o sea de la conciencia y organización de las masas y del desarrollo de su vanguardia. De cualquier modo, si partiéramos de la dictadura del proletariado no sería para plantear la Constituyente sino el pasaje al socialismo. De lo que se trata, sin embargo, en el actual momento político de la Argentina, es de producir esta maduración subjetiva, o sea que las masas desarrollen la conclusión de que hay que luchar por el gobierno obrero. La consigna de la Asamblea Constituyente debe servir para ello, a partir de la ventaja que tiene de presentarse como una alternativa de conjunto, todavía democrática, al empantanamiento del gobierno de la Alianza; a su tendencia a la inestabilidad; a la inevitabilidad de que se convierta de más en más en un mero títere del imperialismo; y por sobre todo a la necesidad que tienen las masas de una salida general y completa a la situación desesperante a la que han sido llevadas por el derrumbe capitalista.


 


Consigna de transición


 


Un lector ha escrito (Prensa Obrera, 30/11) que sólo un gobierno revolucionario de los trabajadores es capaz de convocar a una Asamblea soberana. Esto es totalmente justo; es la tesis fundamental del Partido Obrero. Pero el lector exige que se ponga primero la consigna del gobierno obrero y luego, como un subproducto, la Asamblea; es evidente que no entendió el método; que vació de contenido la consigna constitucional. Si las masas ya estuvieran convencidas de la necesidad de luchar por la dictadura proletaria, la consigna de la Constituyente sería innecesaria e incluso reaccionaria, porque sería una alternativa democrática al régimen obrero, en lugar de serlo contra el régimen burgués. Pero como las masas no están convencidas de que la única salida es el gobierno obrero, las llamamos a luchar por una Asamblea libre y soberana para que puedan llegar a la conclusión de que la única salida es que ellos mismos tomen el poder, y para que puedan comprobar por medio de esa lucha que ningún gobierno burgués, inclusive en su variante más 'popular', es capaz de convocar a una Constituyente de esas características. Declaramos inequívocamente que ningún gobierno burgués ni 'popular' podrá jamás convocar a una Asamblea con poderes y alcances revolucionarios, para que las masas puedan cotejar, por medio de su experiencia en cualquier asamblea o fuera de ella, que ningún gobierno que no sea obrero permitirá una constituyente soberana. Es de este modo que luchamos para convencer a los obreros de que deben proponerse la toma del poder.


 


Las asambleas inglesa y francesa de los siglos XVII y XVIII, no fueron convocadas por gobiernos revolucionarios; adquirieron su carácter constituyente y soberano cuando las masas derrocaron a los monarcas que las habían convocado inicialmente con un objetivo no revolucionario sino conservador.


 


La consigna constituyente tiene un carácter transicional, lo cual quiere decir que no puede instaurar ningún régimen intermedio entre el burgués o democrático-formal y el obrero o socialista. El primero buscará transformar a la asamblea de constitucional en un parlamento corriente; el segundo la superaría por un régimen de consejos obreros revocables. De modo que el único gobierno capaz de convocar a una asamblea soberana, sería al mismo tiempo tan incompatible con ella como lo sería el gobierno burgués, opuesto a una Constituyente soberana.


 


Planteo concreto a una situación concreta


 


La Constituyente, cualquiera, es una forma de parlamentarismo; por eso aparece con mucha frecuencia como consigna en los países sin experiencia parlamentaria o con una muy parcial o mutilada. Levantarla en forma sistemática en países con experiencia parlamentaria está fuera de lugar y expresa una tentativa de corregir las insuficiencias del parlamentarismo a fuerza de reformas constitucionales. Esto es lo que ha hecho el viejo Mas (y hoy hace el Mst), para quien la Asamblea Constituyente debía suplantar a la dictadura del proletariado en el pasaje del capitalismo al socialismo ("socialismo con democracia"). En 1993, al Pts se le ocurrió que era oportuna justo cuando Menem reclamaba una reforma constitucional para su reelección. En manos reformistas, la consigna constituyente asume características reaccionarias.


 


La consigna constituyente, en la actualidad, no tiene el carácter de una reivindicación histórica, sino que pretende dar una perspectiva política de conjunto a las masas que luchan en una situación concreta, de carácter excepcional: creciente impasse del régimen parlamentario y desmoronamiento de sus principales partidos; fuerte disgregación del régimen social capitalista; perspectiva de agudización de la lucha popular. Es por esto que hemos planteado la sustitución del gobierno de la Alianza por uno propio de la Asamblea Constituyente libre y soberana; lo mismo con los gobernadores y legislaturas, que pasen a las asambleas constituyentes provinciales.


 


¿Pero querrán el gobierno o el Congreso convocar a semejante Asamblea, que los despojará del poder político? Por cierto que no; la movilización por esa exigencia deberá convencer al pueblo de algo de lo cual no está convencido: que deberá echarlos para lograr una salida de conjunto a través de una Asamblea soberana. Las masas no solamente no están aún convencidas de que necesiten sustituir el régimen burgués por un régimen proletario, ahorrándose en el camino una Asamblea Constituyente. Tampoco están convencidas de que haya que poner fin o de que se pueda poner fin al gobierno de la Alianza por medios revolucionarios; a esa conclusión deberá llevarlas la lucha para quebrar la resistencia del gobierno a convocar a una Asamblea Constituyente soberana. Ningún partido auténticamente revolucionario puede saltarse las etapas de la evolución de la conciencia de los explotados. Por último, el gobierno de De la Rúa podría, en un extremo de su crisis, convocar a una Asamblea constitucional, pero de ningún modo con carácter soberano. En ese caso, lucharemos para demostrar las limitaciones de la convocatoria oficial y, por esa vía, la necesidad de un gobierno obrero para poder tener una Asamblea soberana.


 


Consigna y etapa


 


La Alianza pretende ahorrarse todas estas fatigas con maniobras que permitan llegar a la renovación parlamentaria del 2001. Espera desviar con otra elección la creciente lucha de masas. Pero, aparte de que los ritmos de la crisis económica y de los reclamos populares superan los plazos electorales, la renovación del 2001 puede provocar una desintegración de la Alianza aun mayor que la que sufriera la UCR en 1995. En este caso la suerte del gobierno pendería de un hilo. La conclusión a la que se llega es que el reclamo para que se entregue el poder a una Asamblea Constituyente libre y soberana abarca un período de características generales. Se trata de desarrollar la capacidad de intervenir en una gran crisis nacional, porque de ello depende la posibilidad de desarrollar una dirección política de carácter obrero e internacionalista. Las fórmulas vacías o recitadas no sirven para nada en estos casos.


 


Desde la crisis del Senado y la renuncia de Alvarez, esta crisis nacional ha tenido un desarrollo muy concreto, que se manifiesta en dos grandes ejes: la cesación de pagos, es decir la crisis de fondo de la deuda externa; el acuerdo del 'blindaje' con el Tesoro yanqui, con las enormes medidas antipopulares que entraña; y la huelga general de 36 horas con la participación de 150.000 piqueteros. Desde los más diversos sectores parten iniciativas de recambio político, aunque el gobierno haya logrado ganarle a los gobernadores peronistas la preferencia del FMI.


 


Esta evolución y, en particular, la huelga general imponen, por un lado, la consigna política, de conjunto, de Fuera De la Rúa, el gobierno de la Alianza y los gobernadores -por la entrega del poder a una asamblea constituyente libre y soberana y a asambleas provinciales. Por otro lado, esa evolución y la huelga general plantean también la consigna de la huelga general indefinida, hasta la anulación de la reforma laboral, la rebaja salarial, los impuestazos y las medidas antijubilatorias y contra la salud popular. En determinado momento de la lucha, el reclamo de una Asamblea Constituyente soberana deberá ser el gran reclamo político de la huelga. Finalmente, el desarrollo de 150.000 piqueteros plantea la superación de la burocracia sindical, para lo cual cobra actualidad el planteo de un Congreso de delegados de base de todos los trabajadores. Este congreso debería establecer un plan económico y político y convertirse en la primera expresión de un poder obrero.


 


La oposición de los contrarios


 


Toda esta política reúne y resuelve metodológicamente las contradicciones del actual proceso político, contradicciones que nuestros detractores simplemente ignoran con sus fórmulas de "primero esto y después aquello", o "esto sí y esto no". Esas contradicciones consisten en que el capitalismo mundial manifiesta a una escala nunca vista sus irrefrenables tendencias desintegradoras, lo cual abre, por lo tanto, enormes posibilidades al socialismo internacional, en un período en que la clase obrera internacional ha retrocedido en forma gigantesca en relación a sus conquistas y organización. En que la Alianza se derrumba a una velocidad impresionante por su incapacidad de enfrentar la crisis nacional y el peronismo no puede superar la debacle del menemismo, lo cual da enormes posibilidades políticas a la lucha popular, mientras las direcciones burocráticas y la pequeña burguesía de centro izquierda actúan con mayor conciencia que nunca de que deben defender el sistema y frenar y reventar a las masas, y cuando la izquierda ha hecho las paces con la democracia burguesa.


 


Entender el carácter revolucionario a que tiende la situación mundial y proceder frente a los explotados de modo de desarrollar los aspectos combativos y transformadores de su experiencia política, sin saltarse ninguna fase de esta experiencia; en fusionar esos dos aspectos consiste la política revolucionaria.


 

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