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1968, un año revolucionario. Cincuenta aniversario revisitando la Primavera de Praga

1968

En el marco de un nuevo aniversario de los sucesos de 1968, diferentes analistas políticos, historiadores y cientistas sociales (convocados por la prensa o por algunas universidades para la realización de diversas actividades académicas) han salido a reflejar lo ocurrido en 1968 como una curiosidad histórica. Un happening juvenil de una sociedad joven “cansada de vivir bien”; un hartazgo respecto de la pacatería de la sociedad heredada de sus padres; una liberalización en las formas de expresión; e incluso entre aquéllos que se animan a llegar más lejos, un reclamo por mayor participación política. Sin embargo, en todos se repite la misma conclusión: 1968 habría sido un hecho coyuntural, un “algo” histórico irrepetible que, de una u otra forma, habría terminado en fracaso.

Los sucesos ocurridos ese año, no obstante, fueron el momento de mayor convulsión a escala global de un ascenso de masas que había iniciado años antes. La revolución china (hecha en contra las directivas del Kremlin); la revolución cubana, y su influencia en los movimientos insurgentes a lo largo de toda América Latina; las crecientes protestas en Estados Unidos contra la guerra que el imperialismo llevaba adelante en Vietnam o, incluso antes, los diferentes movimientos contra la segregación racial y la sumisión de la mujer. Del otro lado de la cortina de hierro, las sublevaciones de 1953 en Berlín; el octubre polaco y la revolución húngara, ambas de 1956.

Todo ese proceso de crisis global se expresó de conjunto en 1968. Fue inaugurado cuando “la ofensiva del Têt” dejó en claro el empantanamiento de la guerra de Vietnam y abrió una crisis de Estado que limitó la posibilidad de reelección de Lyndon Johnson. El Mayo francés, la Primavera de Praga, los momentos más álgidos de la revolución cultural china, las insurrecciones en México que culminaron con el asesinato de centenares de jóvenes en la Plaza de Tlatelolco.

Serán un fracaso todos los intentos del imperialismo y de la burocracia por cerrar los hechos forjados durante 1968. Los mismos encontrarán su continuidad con el Cordobazo argentino; el “Verano caliente” italiano; las huelgas obreras en los astilleros polacos de 1970; la llegada de Salvador Allende a la presidencia de Chile y la “Asamblea Popular” boliviana, entre otros. La experiencia elaborada durante esos años entre los jóvenes y los trabajadores será reelaborada de continuo en años posteriores, manifestando la importancia de una revuelta global que buscó delimitarse y superar sus direcciones políticas. Los que deciden abordar este 50° aniversario del ’68 desde un análisis “coyuntural” no pueden dar explicación sobre el impacto mundial de los levantamientos y (en un sospechoso olvido) al rol determinante de la clase obrera durante todo el proceso. Los sucesos de 1968 no fueron una crítica ocasional hacia éste o aquel “inconformismo”, fue el momento bisagra en el que se expresó el colapso de un orden pactado por las direcciones políticas del imperialismo y del stalinismo, luego de la mayor destrucción de fuerzas productivas de la historia. Era el fin de Yalta y Postdam, era el principio del fin del mundo bipolar y una manifestación impactante de la crisis del capitalismo en Occidente y de la restauración capitalista en manos de la burocracia soviética.

Los antecedentes

Checoslovaquia era, hasta mediados de la década de 1960, el país del bloque soviético del que menos se podía esperar una revuelta contra la dirección del Kremlin. Los juicios de Praga y la consecuente dirección de Antonín Novotný (quien ejercería como secretario general del partido desde 1953 y presidente desde 1957) parecieron surfear la crisis más general que debió afrontar la burocracia de Moscú, luego de la muerte de Josef Stalin y los levantamientos ocurridos en Alemania Oriental, Polonia y Hungría durante la década de 1950.

El estallido en Berlín Oriental fue el primer levantamiento pos Stalin. Los trabajadores de la construcción protestaron contra el aumento en las cuotas de producción exigidas sin su consecuente aumento salarial. “Fue un fósforo en un polvorín, alimentado por las pésimas condiciones de vida de la población, agobiada por la carestía, la falta de productos de primera necesidad y una enorme confiscación de recursos para sostener el aparato de seguridad”.1 La insurgencia obrera continuó con la huelga y la movilización de miles de trabajadores. La dirección del Partido Comunista de la República Democrática Alemana tuvo que pedir la intervención de Moscú para derrotar el levantamiento. Fueron entonces las tropas y los tanques soviéticos, junto a la policía local, quienes intervinieron dejando centenares de muertos, intentando, infructuosamente, cerrar los levantamientos obreros contra la burocracia.

La insurrección de Berlín fue recuperada tres años después por otros dos países satélites del bloque soviético. En junio de 1956, un nuevo levantamiento tuvo su origen en Poznań (ciudad industrial de Polonia), pero se transformó rápidamente en un movimiento antiburocrático que abrió todo un período histórico en la vida política polaca. La lucha entre los sectores “duros” y “renovadores” dejó virtualmente paralizado al Comité Central, que esperaba las órdenes del Kremlin para saber qué línea seguir. Fue un campo fértil para que, entre los meses de agosto y septiembre, se formaran consejos obreros y asambleas estudiantiles de apoyo.

La “salida” para la burocracia llegó de la mano de Wladyslaw Gomulka, un viejo héroe de la resistencia de la Segunda Guerra, purgado por el estalinismo y rehabilitado por Nikita Kruschev a cambio de garantías de subordinación, y un programa de liberalización política y económica que incluyó el abandono de la colectivización del campo, mayores libertades para el clero y de restricción para los consejos obreros. Los sucesos se repetirían ese mismo año en Hungría. Una verdadera revolución comenzó a fines de octubre cuando, una primera movilización en solidaridad con el pueblo polaco, se expandió a todo el país. A continuación se formaron milicias populares derrotando los intentos represivos de las tropas rusas que patrullaban la región. Se formaron comités revolucionarios y consejos obreros en todas las fábricas y pueblos. “Con el triunfo de la insurrección, Hungría vivió una semana de completa libertad política”.2 La movilización había llegado muy lejos y no podría solucionarse apenas con una “reforma”. Moscú decidió una nueva invasión, dejando miles de muertos para cerrar finalmente el proceso.

Cualquier reclamo contra la censura, contra los ritmos de producción o por aumentos salariales dentro de bloque soviético redundaba en una crítica abierta a la burocracia gobernante, y esa crítica era capaz de poner en jaque a todo el aparato armado por el estalinismo.

En Checoslovaquia, el régimen de Novotný había impuesto un férreo control sobre la población, respondiendo, en forma directa, a las órdenes de Moscú. Pero el proceso “revisionista” de los crímenes del estalinismo (a partir de los cuales Novotný y su camarilla había alcanzado el poder), además de una serie de fracasos en la política económica a principios de la década de 1960, abrió paso a un nuevo sector “renovador” dentro de la burocracia que quebrantó el monolitismo gobernante. En Checoslovaquia, “la demora del proceso liberal sólo sirvió para acumular presión en la caldera social”.3

La primavera se anuncia

Las primeras manifestaciones de envergadura se dieron en torno de los estudiantes universitarios, quienes desde 1967 comenzaron a elevar protestas en contra de los regímenes de estudios y la censura imperante. El movimiento superó rápidamente los límites del medio estudiantil para extenderse a escritores, artistas y científicos. La represión no se dejó esperar, por primera vez, jóvenes nacidos y educados bajo el “comunismo” eran reprimidos por levantarse en contra del orden instituido. Pero la represión, lejos de apaciguar las protestas, las incrementó. Los obreros, que veían con entusiasmo este movimiento, lograron sumarse y, a partir de marzo de 1968, centenares de asambleas en sus lugares de trabajo destituyeron a las viejas direcciones burocráticas elevando a nuevos activistas que sostenían el reclamo por aumentos salariales y contra los abusos y privilegios de los burócratas.

La crisis económica y su impacto sobre la clase obrera, la revisión de los crímenes de la burocracia y la organización independiente de los trabajadores y la juventud en sus asambleas terminó por derrumbar el aparentemente solido régimen de Novotný, quien, en enero de 1968, fue destituido de la dirección del Partido y (debilitado y cercado por la renovación exigida desde las asambleas de trabajadores) debió renunciar a la presidencia en marzo de ese año. El Comité Central del partido (desde enero bajo la conducción de Alexander Dubček) se reunió los primeros días de abril. Bajo directivas del Kremlin se permitió al sector de los renovadores ocupar cargos en la dirección siempre que se respetara preservar posiciones en los órganos dirigentes para la fracción de Novotný. En paralelo se presentó un “programa de acción” compatible con los reclamos de Moscú, todas las fracciones del Comité Central renovado lo aprobaron por unanimidad. “El programa de acción” de los renovadores definía una perspectiva restauracionista, bajo la cobertura de otorgarle racionalización al “socialismo”: planteaba “abrir la economía al mercado mundial con el objetivo de crear las condiciones para la convertibilidad de la moneda checoslovaca” y señalaba “El Partido continuará al frente del proceso de democratización como la mejor garantía contra las tendencias anarquistas”.4

La dirección del PC checoslovaco (conservadores y renovadores por igual) tildaba de “anarquía” al proceso de deliberación de masas que discutía ponerle límites a la burocracia, tomando la tarea de las decisiones en sus propios organismos. Ya era primavera en Praga.

Idas y vueltas entre “renovadores” y “conservadores”. Maniobras

La nueva mayoría “renovadora” del Comité Central decidió convocar al XIV Congreso del Partido para septiembre. La intención era terminar de “barrer” a los viejos conservadores para hacerse con el control. Sólo Alexander Dubček dudaba de esta estrategia. Recién retornado de Moscú, Dubček pensaba que la convocatoria al congreso podía romper los frágiles acuerdos con el ala conservadora y reiniciar la crisis, frustrando las promesas hechas al secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), Leonid Brézhnev.

La calma aparente en la que entró el proceso luego de la convocatoria al congreso fue alterado por la publicación de un texto conocido como el “Manifiesto de las 2.000 palabras”, firmado por importantes referentes en diversas áreas. En éste se planteaba una salida restauracionista, eliminando al ala conservadora. La propuesta de salida en favor de los renovadores instauraba la perspectiva del restablecimiento de una democracia “burguesa”. Los conservadores reaccionaron exigiendo la prohibición del manifiesto y la cárcel para sus firmantes. La tensión entre los reformistas movilizados y los conservadores obligó a una reunión de los máximos dirigentes del Pacto de Varsovia, exigiendo la normalización del país y la proscripción de los grupos “contrarrevolucionarios”.

Se abría la doble perspectiva sobre si intervenir militarmente, tal como en Hungría, o dar rienda suelta a los renovadores, en una especie de reiteración de lo ocurrido en Polonia doce años antes. La decisión parecía cantada. Desde junio, tropas conjuntas del Pacto de Varsovia realizaban prácticas militares en la frontera del país. Dubček, concluidas las primeras reuniones, se apuró en anunciar que se había alcanzado un acuerdo, lo que generó una mayor movilización de los checoslovacos, primero de júbilo, luego de vigilia, exigiendo conocer en qué constaba el acuerdo y tratando de defender los derechos conquistados.

La promesa poco realista de Dubček, de contener la situación en Checoslovaquia, forzó a una nueva negociación con el Kremlin, donde la burocracia estipuló su “deber internacional común de asistencia fraternal” -es decir, a intervenir militarmente si la situación se tornaba incontrolable. En ese cuadro, llegaron a Praga en los primeros días de agosto, los líderes de dos países distanciados de la burocracia de Moscú, preocupados por el acuerdo firmado, el rumano Nicolae Ceaușescu y el yugoslavo Josip Broz (Tito).

“El 10 de agosto se publicó la propuesta de reforma de los estatutos partidarios, que debía ser discutida en el inminente Congreso Extraordinario del PC checoslovaco. La reforma reconocía derechos para las minorías y establecía el voto secreto para la elección de los cargos de dirección y límites temporales en su permanencia. Un informe interno sobre dicho Congreso Extraordinario del Partido advertía que el grueso de la vieja dirección antirreformista y prosoviética sería barrida, y que la burocracia reformista no tenía control de la situación. Estalló la crisis y el Presídium checoslovaco prácticamente se disolvió. Se planteaba una carrera contra el tiempo. Para los dirigentes soviéticos, la principal prioridad era ahora evitar que se reuniera el congreso. El 17 de agosto, el Politburó soviético tomó la decisión. La invasión estaba en marcha.”5

La burocracia en peligro

Para la burocracia, los riesgos de la invasión eran preferibles a la posibilidad de que la insurrección contagie al resto de los países de su glacis (bloque). De hecho, el movimiento checoslovaco había generado ciertas movilizaciones solidarias en la ya problemática Polonia.

El peligro radicaba en la posibilidad de una revolución política que contagie al resto de los países, incluyendo a la URSS. La invasión no se ejecutaba directamente contra los “renovadores”, con quienes el Kremlin había pactado la posibilidad de aplicar reformas restauracionistas. La invasión se dirigía contra los trabajadores y los estudiantes, a quienes el sector renovador evidentemente ya no podía controlar.

No deja de ser admirable el acelerado proceso a partir del cual la burocracia restauracionista checoslovaca pasó de ser la opción de recambio a ser superada por la iniciativa de las masas. La insurgencia polaca y húngara de 1956 había brindado su experiencia. La invasión soviética (y del Pacto de Varsovia) a Checoslovaquia cobra sentido en ese marco. Y fue postergada hasta que resultó inminente que la realización del XIV Congreso de PC checoslovaco sería sostenido por los trabajadores dispuestos a superar las propias negociaciones que Dubček y los renovadores habían sostenido con Brézhnev.

El ingreso de los tanques y los soldados rusos se concretó el 20 de agosto, sin ningún tipo de reparo en su avance. Dubček, a pesar de contar con las tropas mejor equipadas del Pacto de Varsovia (después de la URSS), dio la orden de no oponer ninguna resistencia. La tarea inmediata de los ocupantes constaba en desplazar al Presídium, detener a sus dirigentes e instalar a sus interventores. Las detenciones se llevaron adelante, pero las tensiones existentes entre renovadores y conservadores imposibilitaron una resolución inmediata generando, a pesar de los tanques, un vacío de poder.

Los filosoviéticos no se atrevían a tomar el control, los renovadores se limitaron a protestar exigiendo la libertad de los detenidos. En ese contexto, el Comité Central de Praga decidió convocar por radio, sin el aval del Presídium ni del Comité Central checoslovaco, a una conferencia con los delegados del XIV Congreso. La crisis obligó a nuevos acuerdos pactando la suspensión del congreso, ya era tarde…

“El XIV Congreso se reuniría clandestinamente. La situación pegará un violento viraje. ‘No ponemos al socialismo en peligro -dirá uno de los protagonistas del momento-; por el contrario, ponemos en peligro a la burocracia que está enterrando al socialismo a nivel mundial. Es por eso que no podemos esperar ninguna cooperación o comprensión fraternales de la burocracia’”.6

La resistencia, el Congreso clandestino

La demostración flagrante de que las bases ya no respondían a ninguna de sus direcciones burocráticas se manifestó de conjunto luego de la invasión. Por un lado, con la resistencia de jóvenes, de estudiantes y de trabajadores contra los invasores, a pesar de las órdenes dadas por el mismo Dubček de no resistirlos. Por otro, con la realización del congreso extraordinario… en manos de los trabajadores y en la clandestinidad.

La resistencia demostró el sentimiento de unidad frente a los invasores. Tanto en Eslovaquia como en la región de la actual República Checa, los jóvenes (estudiantes y trabajadores de conjunto) enfrentaron las tropas soviéticas desoyendo las órdenes de su dirección burocrática. Era un duelo desigual; tropas, tanques y ametralladoras, por un lado; barricadas, ladrillos y bombas molotov, por el otro. Los enfrentamientos provocaron varias muertes entre los que resistían la invasión, generando aún más indignación y movilizaciones contra las tropas.

Los locales desafiaban y cuestionaban a los invasores en un ruso básico que habían sido obligados a aprender en las escuelas. Cuando el ejército logró reducir Radio Praga (hasta ese momento en manos del comité de la ciudad), las emisiones comenzaron a realizarse en la clandestinidad. Se reclamaba por el fin de la invasión y la libertad de los detenidos. Entre las pintadas que aparecían en la calle podía leerse: “Moscú a 2.000 Km”, “Libertad a Dubček” y “Socialismo Sí, invasión No”.

Según Jiří Pelikán, dirigente del ala reformista, la intervención armada tenía como objetivo impedir la realización del congreso extraordinario. La dirección soviética sabía que en el comité que saliera de allí elegido no se encontrarían integrantes dispuestos de prestarse a un golpe de fuerza.7

Con la ocupación en marcha, la mañana del 22 de agosto, miembros del Comité Central y del Presídium se reunieron con el fin de entablar negociaciones por la libertad de Dubček, desconociendo la convocatoria al XIV Congreso. Sin embargo, ni la invasión soviética ni el desconocimiento de la convocatoria por parte del Comité Central logró detener la realización del congreso. “La invasión se había transformado rápidamente en un fracaso. No habían pasado 48 horas cuando se puso en marcha el XIV Congreso del Partido Comunista. Era precisamente lo que los burócratas del Kremlin querían evitar. Los delegados sesionaron ante la impotencia de los ocupantes bajo la activa protección del movimiento obrero”.8

Luego de la destrucción de Radio Praga por parte de los tanques, la convocatoria continuó por la radio clandestina, apropiada por los trabajadores y miembros del comité de la capital, reservada frente a un posible ataque desde occidente. Cuando las fuerzas rusas intervinieron el Comité Central de la ciudad, desde la radio clandestina se alertó a los delegados, dándoles las directivas para saber dónde sería el lugar de reunión.

Finalmente, el congreso se realizó en una fábrica de Vysočany, pueblo cercano a Praga. Tuvo una asistencia casi perfecta (1.026 delegados sobre 1.050 elegidos). Sólo ocho dirigentes conocidos estaban en la fábrica, el resto estaba conformado por una camada de jóvenes luchadores y otros más viejos separados del Partido durante las purgas de 1948. Pierre Broué describe el hecho de la siguiente manera “[Era] un acontecimiento capital, sin precedentes en la historia del movimiento comunista internacional: el movimiento de masas retomando el aparato de su Partido”.9

El congreso rechazó a todos los dirigentes afines a Moscú. No obstante, la carencia de un sector independiente obligó al congreso a mantener ciertos compromisos con el sector “reformista”. Dubček, preso, terminó siendo el integrante más votado del nuevo Comité Central, el resto fueron, en su mayoría, nuevos integrantes “fogueados” en la militancia desde el inicio de la “primavera”.

El congreso decidió rechazar la intervención, pidió por el reconocimiento de sus autoridades y la libertad de los presos. Para impulsar dichas exigencias convocó, para el día siguiente, a la huelga general.

La situación política se había vuelto inmanejable para los burócratas del Kremlin y naufragaba la tentativa de imponer un gobierno de facto. La novedad radicaba en la movilización de la clase obrera, con huelgas, con boicot al transporte (impidiendo la llegada de pertrechos militares), resistiendo la invasión. La maniobra final estipulada desde Moscú consistió en liberar a los detenidos, reinstaurar a Dubček en el lugar del que ellos mismos lo habían quitado y retirar las tropas. A cambio, los reformistas debían firmar un documento secreto despidiendo a los jefes de la radio y la televisión, la renuncia de los funcionarios “radicales”, el cese de la campaña contra los dirigentes de la URSS y declarando ilegal el XIV Congreso.

Con la vuelta de los dirigentes renovadores al gobierno (desconociendo la dirección elegida en el congreso clandestino), se reconvocó al XIV Congreso desconociendo la iniciativa de los trabajadores. Fue un duro golpe para las masas. La “democratización” se presentaba como el instrumento para desarrollar un programa de restauración capitalista en Checoslovaquia, en manos de los renovadores.

El camino de la restauración

La Primavera de Praga mostró, de forma explosiva, los límites que arrastraban al régimen de la burocracia stalinista a una descomposición imparable. El estancamiento económico y el descontento popular se extendían por todo el territorio y sobre sus países satélites, colocando a la burocracia en un estado de deliberación permanente.

León Trotsky ya había previsto esta divergencia entre una burocracia cada vez más alienada de los intereses de los trabajadores y una clase obrera oprimida por su dirección política. Cuando alertaba sobre este problema anunciaba (en ese momento para la URSS): “La revolución que la burocracia prepara en contra de sí misma no será social como la de octubre de 1917, pues no tratará de cambiar las bases económicas de la sociedad ni de reemplazar una forma de propiedad por otra. (…) La subversión de la casta bonapartista tendrá, naturalmente, profundas consecuencias sociales; pero no saldrá del marco de una transformación política”.10

Los obreros checoslovacos (tal como en Hungría y en Polonia antes que ellos) superaron a su dirección burocrática, pero carecieron de un partido independiente de Moscú que ofreciera una profundización del socialismo luego del proceso que llevó a la revolución política de 1968. Las consecuencias fueron letales. Un nuevo grupo dirigente, encabezado por Alexander Dubček, tomó el control del proceso y pactó con Moscú, enterrando la primavera. El análisis de Trotsky continuaba así: “No se trata de reemplazar un grupo dirigente por otro, sino de cambiar los métodos mismos de la dirección económica y cultural. La arbitrariedad burocrática deberá ceder su lugar a la democracia soviética”.11

La organización y la conciencia política alcanzada por la clase obrera checoslovaca no habían alcanzado el punto suficiente para conquistar su independencia política. El carácter clandestino de la organización de su congreso mostró la voluntad de los trabajadores, y los delegados en general, de no abandonar su herramienta política y organizarse en forma independiente. Los invasores eran usurpadores de esa independencia y su salida venía de la mano de la restauración capitalista.

La necesidad histórica de las tareas desarrolladas durante la Primavera de Praga fue confirmada poco tiempo después. En diciembre de 1970, nuevamente como producto de presiones económicas (aumento en los productos de primera necesidad que no venían acompañados por un aumento salarial). En las ciudades portuarias de Polonia, los obreros de los astilleros declararon la huelga general. La burocracia de Wladyslaw Gomulka (quien había alcanzado la dirección del Partido como producto de las necesidades renovadoras, luego del levantamiento de 1956) optó por no negociar con los huelguistas; a cambio, reprimió usando al ejército y la policía, asesinando a huelguistas y transeúntes ocasionales.

Gomulka fue destituido pocos días después y en su lugar fue nombrado Edward Gierek, otro renovador que utilizará los mismos métodos de su antecesor. En 1976, nuevos aumentos de precios generaron nuevas protestas. El gobierno se montó en el ejército, ahogando de forma brutal las huelgas obreras en Radom y Ursus. Se conformaron sindicatos independientes que intentaron reorganizar a los trabajadores, pero la transición en manos del ejército y la Iglesia ya estaba en marcha. El régimen de Wojciech Jaruzelski (un antiguo líder militar) concluirá con esta tarea, abriendo una nueva etapa en la economía y política mundial.

Daniel Duarte es docente en la Facultad de Filosofía y Letras y de Ciencias Sociales de la UBA. Referente de la Asociación Gremial Docente, es co-autor del libro 1968, un año revolucionario.


1. Rieznik, Pablo y otros. 1968, Un año revolucionario. Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires, 2010, pág. 90.

2. Rieznik, op. cit., pág. 95.

3. “Moscú y los renovadores estrangulan la revolución en Checoslovaquia”, en Prensa Obrera N° 150, 14 de agosto, 1986.

4. Rieznik, op. cit., págs. 101 y 102.

5. Rieznik, op. cit., pág. 113.

6. Rieznik, op. cit., pág. 125.

7. Jiří Pelikán (transl. by G. Theiner and D. Viney): The Secret Vysocany Congress: Proceedings and Documents of the Extraordinary Fourteenth Congress of the Communist Party of Czechoslovakia, 22 de agosto, 1968.

8. Rieznik, op. cit., págs. 125 y 126.

9. Broué, Pierre: Le printemps des peuples commence a Prague: Essai sur la revolution politique en Europe de l’est. Paperback, 1969.

10. Trotsky, León: La revolución traicionada. Ed. Crux, sin fecha, pág. 253.

11. Trotsky, op. cit., pág. 254.

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