La vigencia histórica del Cordobazo y la lucha por la huelga general

A días de un nuevo aniversario del Cordobazo, resulta indispensable reivindicar su vigencia histórica y recuperar las enormes lecciones que deja a la clase obrera, con aportes fundamentales para encarar las tareas por delante. Con este objetivo reproducimos en esta edición de En Defensa del Marxismo digital, la nota publicada en ocasión del 50 aniversario de esta gesta histórica, El Cordobazo, medio siglo después, escrita por Nestor Pritrola, dirigente nacional del Partido Obrero y protagonista del Cordobazo. 

El Cordobazo constituyó una huelga política de masas que colocó en el centro del debate la cuestión de poder. Decenas de miles de trabajadores ocuparon durante las jornadas del 29 y 30 de mayo del ‘69 las calles de la ciudad de Córdoba al grito de “luche, luche, luche, no deje de luchar, por un gobierno obrero, obrero y popular”. Bajo el liderazgo del proletariado cordobés, y particularmente de los trabajadores del Smata y Luz y Fuerza, las clases sociales oprimidas se rebelaron contra la dictadura de Onganía que venía apaleando a todo el pueblo trabajador y los sectores medios. Adueñándose de la ciudad durante horas enfrentaron la represión, haciendo retroceder a las fuerzas armadas, y asestando un golpe fulminante en el corazón del Estado. 

Esta insurrección popular abre un periodo de ascenso de luchas obreras que marcará de muerte a la dictadura de Onganía. La activa participación de la clase obrera en el Cordobazo propició el surgimiento de una nueva generación de delegados y activistas politizados que, aunque no todos se identificaban como clasistas, compartían una idea central: el movimiento obrero debía organizarse de manera independiente del Estado y de las patronales. Coincidían en la importancia de la unidad en la lucha para expulsar a la burocracia sindical, lo que permitió un avance significativo en la recuperación de los sindicatos de manos de la burocracia.  

Este periodo de ascenso del clasismo que culmina con el Navarrazo y la huelga de 1975, estuvo marcado por fuertes debates al seno de la izquierda peronista y marxista. Se trató de un profundo proceso que sólo podrá ser sofocado con el operativo retorno de Perón, y una fuerte intervención de la burguesía en las organizaciones obreras para transformar el “luche por un gobierno obrero y popular” en el “luche y vuelve”.

La dictadura de Onganía, que fue el último eslabón de un ciclo de golpes militares desde la caída de Perón en el año ’55, contó con el apoyo de la burocracia sindical participacionista de Vandor y la del propio Perón que desde el exilio llamó a “desensillar hasta que aclare”. 

Contrariamente a lo que sostienen numerosos historiadores y organizaciones militantes, no se trató de un levantamiento espontáneo del pueblo. El Cordobazo vino a cristalizar un proceso de lucha sindical y político que recorría a toda la clase obrera. Fue antecedido por grandes huelgas que constituyeron una escuela política para los trabajadores, haciendo su propia experiencia bajo la dirección de la CGT burocrática de Vandor y los llamados sindicatos “independientes”. 

Si bien Córdoba experimentó un tardío pero repentino desarrollo industrial, lo que permitió el crecimiento exponencial de una potente clase obrera, no fueron estas las condiciones que dieron lugar al Cordobazo, sino la experiencia atravesada en la lucha dentro de los sindicatos. Después de la derrota de la huelga petrolera en el 1968, y tras varias experiencias de derrotas a manos de la burocracia sindical, la frustración con la conducción de la CGT y la CGTA empalmó con la tradición de resistencia y militancia del activismo obrero. Esto fue promovido por una cierta democracia sindical que había mayoritariamente en el sindicalismo cordobés, lo que dotó al movimiento obrero de las herramientas necesarias para liderar la insurrección popular. 

Hoy nuestra crítica a la burocracia de la CGT, herederos de la burocracia participaconista de Vandor, tiene que colaborar con la clase obrera en el tránsito de esta experiencia, para así sacar las mejores conclusiones. La lucha por la unidad de trabajadores ocupados y desocupados, impulsando plenarios del sindicalismo clasista y el movimiento piquetero, apunta a la intervención activa de una vanguardia de los trabajadores y las clases explotadas en un camino de independencia política, opuesto por el vértice a la colaboración de clases que defienden los Daer, Moyanos, los Vandor de la actualidad. 

El debate por la intervención independiente de la clase obrera en la crisis alcanzaba a la propia izquierda. Durante el Cordobazo se encontraron en pugna dos concepciones, el foquismo y el partido, la revolución por etapas y la revolución permanente. La imposición de las tendencias a la conciliación de clases dentro de la izquierda, impidió que la clase obrera pudiera construir un partido independiente de las masas trabajadoras que llevará la rebelión a una revolución victoriosa. Aun así no sólo dejó un enorme capital político y sindical para la clase obrera, sino para la propia izquierda revolucionaria. 

La enérgica batalla por la constitución de un partido propio de la clase que libró la naciente Política Obrera le valió no sólo un rápido desarrollo, sino que ganó para sus filas a los exponentes más lúcidos del emergente clasismo cordobés. Es así como el “Goyo” Flores, dirigente clasista del Sitrac Sitram llegó a ser el primer candidato a presidente de la organización.

La huelga general en Córdoba surge como la culminación de un proceso que se venía gestando desde el ’55, y que fue marcado por una nueva ola de rebeliones obreras a nivel internacional, como el Mayo Francés, la Primavera de Praga y la Revolución Cubana.

Hoy, a 55 años de este suceso histórico para la clase obrera argentina, nos encontramos en otro periodo con desafíos similares: la lucha por una huelga general para terminar con el gobierno de Milei y enfrentar el ajuste de los gobernadores. En esta lucha, es crucial superar a las dirigencias sindicales peronistas, integradas al PJ y al Kirchnerismo, que están actuando como rueda auxiliar del gobierno de Milei, lo que supone desplegar un debate político a fondo con todo el activismo obrero para poner en pie una salida independiente de la clase. Es fundamental establecer un frente único que ponga a los sectores independientes al frente del movimiento de masas y avanzar en la recuperación de los sindicatos. 

Como entonces, al calor de la recuperación de los sindicatos urge discutir con el activismo el desarrollo de una organización política que pugne por la preparación de la clase obrera para tomar el poder por la acción directa. 

Nuestra campaña por la huelga general, recuperada de la tradición histórica del Cordobazo, apunta a promover una intervención directa de la clase obrera, mediante la ocupación de fábricas, lugares de trabajo y estudio, la realización de asambleas y plenarios, que vuelquen al potente movimiento piquetero independiente y al sindicalismo en lucha a las calles, en unidad con el movimiento estudiantil, el movimiento de mujeres y los sectores medios atacados por la política empobrecedora de Milei y los gobernadores.

Se trata de enfrentar a un gobierno nacional que transita crisis políticas internas y externas, con un plan económico virtualmente empantanado, y que cosecha cada vez mayor repudio popular con tres paros nacionales en sus primeros cinco meses de mandato. La clase obrera argentina ha dado sobradas muestras del potencial de lucha en las movilizaciones y los cacerolazos del 20 de diciembre, las marchas del 8 y 24 de marzo, y la rebelión universitaria del 23 de abril. 

De lo que se trata es de desarrollar una lucha política a fondo por poner al frente de esta rebelión que se está gestando una dirección clasista, independiente, que rompa lazos con toda política de conciliación de clases para llevar a la victoria cada reclamo obrero. Promover la huelga general y la acción directa como camino para la elevación política de la clase obrera. 

Las lecciones del Cordobazo son sin lugar a dudas un aporte fundamental a estos debates que, como entonces, recorrieron a la vanguardia obrera. 

La publicación del artículo de Nestor Pitrola echa luz sobre estos acontecimientos, y se complementa con una serie de artículos que se publicarán en los próximos días en Prensa Obrera recuperando el periodo de ascenso del clasismo post Cordobazo, la construcción de la estratégica alianza entre el movimiento estudiantil y el sindicalismo cordobés, y el rol de las mujeres en esta gesta histórica. 

 El Cordobazo, medio siglo después

El 29 de mayo de 1969 fue una de las mayores gestas del movimiento obrero argentino. Cuando proponemos un paro activo de 36 horas, consigna desarrollada por el Partido Obrero desde las jornadas de diciembre de 2017 contra la reforma previsional, estamos pensando en un Cordobazo nacional contra el régimen del FMI.

¿Por qué? ¿Qué fue el Cordobazo?  Fue ni más ni menos que una rebelión popular dirigida por la clase obrera contra la dictadura de Onganía, un gobierno policíaco militar de carácter proimperialista. Las CGTs, que eran dos, habían decretado un paro nacional para el día 30 de mayo luego de grandes presiones y luchas desde las bases del movimiento obrero. El paro activo cordobés del 29 de mayo, con paro general nacional el día 30, se transformaría en una huelga política de masas.

En Córdoba un plenario del Smata el día 22 de mayo, con numerosa barra, aprobó la realización de un paro callejero para la semana siguiente que fue luego dispuesto por las dos centrales obreras nacionales del momento, la CGT Azopardo y la CGT de los Argentinos (o CGT Paseo Colón, por la sede de los gráficos hasta el día de hoy). Tras esa resolución del Smata, el plenario de los gremios cordobeses dispuso que el paro en Córdoba empezaría a las 11:00 del 29 de mayo, es decir un paro de 37 horas con movilización al centro de la ciudad. Así las cosas, las columnas de los obreros de Ika-Renault, la planta de Santa Isabel en el camino a Alta Gracia, sería el eje de esta irrupción obrera revolucionaria que luego se extendería al resto de la ciudad y abarcaría a todo el proletariado y a todas las clases sociales explotadas y populares.

La columna obrera se abrió en abanico ante las tropas policiales que la esperaban y con una lluvia de piedras puso en retirada en forma relativamente breve a ese primer cordón represivo que atacó a los trabajadores. Luego la batalla se generalizaría en las cercanías de la Plaza Vélez Sársfield.  La juventud de Política Obrera, recién incorporada a la TERS (así se llamaba la UJS-PO de hoy), participó de esa batalla al punto que la foto más emblemática de la jornada en la tapa de la revista Siete Días, la de más circulación de la época, registraba a algunos de nuestros compañeros agazapados en lucha contra la caballería montada.

En las cercanías del hoy Patio Olmos, caería muerto el obrero mecánico Máximo Mena, que se transformó en un símbolo de la jornada porque al mismo tiempo era estudiante de la UTN y por lo tanto simbolizó la alianza obrero estudiantil que caracterizó esa jornada y todo el período político del Cordobazo. Los manifestantes con apoyo de la población, munidos de piedras y molotov, fueron haciéndose dueños de la ciudad; hubo escenas de policías que se negaron a reprimir, tal cual ocurrió en algunos momentos de la movilización de los chalecos amarillos de Francia que vimos recientemente. A eso de las 22:00 los obreros de Luz y Fuerza cortaron la luz de la ciudad para favorecer los desplazamientos y la resistencia de los manifestantes, alojados en las casas solidarias de los vecinos y agazapados en los techos.

Durante la jornada se produjo la quema de locales con alto contenido  simbólico: comisarías, el Círculo de Suboficiales del Ejército, las oficinas de Xerox, la sucursal del Banco del Interior -sin tocar la caja fuerte- y la confitería Oriental, que era  el lugar de encuentro de la alta sociedad cordobesa. Lo cual revela el nivel de conciencia antiimperialista y anticapitalista de las masas de la época. Por otro lado, los piquetes obreros se oponían a los saqueos para marcar el carácter político de la manifestación.

A las 17:00 la policía se retiró y Córdoba estuvo bajo control de la clase obrera y los explotados. No obstante el despliegue de las tropas del Tercer Cuerpo de Ejército al anochecer, el control de la ciudad no fue retomado completamente hasta varios días después. La dictadura quedaría herida de muerte y se abriría un período de ascenso obrero y revolucionario en la Argentina, hasta que la clase capitalista, en unidad de las FFAA y los partidos políticos burgueses, armaron una salida electoral en 1973.

Política Obrera, un pequeño grupo político de reciente constitución en Córdoba, tuvo su bautismo político y de fuego pasando exitosamente la prueba, porque fijó posición apostando justamente a lo que pasó: que el paro activo se transformara en una huelga nacional para terminar con la dictadura mediante una acción histórica de los trabajadores.

La dictadura de Onganía

La dictadura de Onganía fue el último eslabón de un ciclo de golpes militares desde la caída de Perón en el año ‘55. Onganía subió en 1966 con el apoyo de la burocracia sindical de Vandor, que asistió a la ceremonia de asunción presidencial del dictador militar. Perón pronunció una frase famosa: “desensillar hasta que aclare”, marcando una cuota de esperanza en un giro nacionalista a partir de este golpe, jugando sus fichas a que un sector del ejército retomara ese camino. El devaneo “nacional” quedó rápidamente descartado a los seis meses de gobierno con la caída del ministro de economía Salimei y el ascenso de Kriger Vasena. Como todas las dictaduras, Onganía subió con un plan de una década, en este caso con un planteo que hemos escuchado mucho estos últimos años en la Argentina: “para insertar a Argentina en el mercado mundial”.

El ascenso de Kriger Vasena –quien fuera ministro de la fusiladora de Aramburu en 1955- se basó en una devaluación y un plan antiobrero en regla.  Para imponerlo reprimió severamente las primeras huelgas obreras (ferroviarios, portuarios y la huelga azucarera de 1966). A los estudiantes de la UBA los reprimió en la famosa “noche de los bastones largos” al mes de asumir, lo que desató una fuerte huelga y movilizaciones solidarias en Córdoba en la que sería asesinado Santiago Pampillón, quien sería un símbolo de toda la lucha contra la dictadura. El 1° de marzo de 1967 la burocracia peronista buscó reacomodarse: armó un paro y al mismo tiempo su fracaso, puesto que no lo organizó ni preparó en los sindicatos ni en las fábricas. Luego de ese paro frustrado, la dictadura reforzó su plan fondomonetarista: congelamiento salarial, devaluación y facilidades al capital extranjero. De inmediato le quitó la personería gremial a seis sindicatos, entre ellos nada menos que a la Unión Ferroviaria, Foetra y Navales, en aquellos tiempos de mucho mayor peso relativo en el movimiento obrero que hoy. A la UOM le suspendió la personería buscando un acuerdo con su burocracia.

Krieger Vasena ocupó el ministerio de Economía, Alsogaray la embajada de EEUU y un ejecutivo del Banco de Italia la Secretaría de Energía para reponer los contratos petroleros privatistas con las empresas multinacionales. Volvía con Onganía la política de entrega petrolera de Frondizi que había anulado Illia en su breve gobierno. El onganiato fue el creador del arbitraje obligatorio, hoy conocido como conciliación obligatoria, que es un mecanismo de intervención del Estado contra el libre derecho de huelga de los trabajadores. Algo que la burocracia sindical reivindica como un arma de los trabajadores, porque ellos la usan para enfriar, desgastar y entregar los conflictos, como viene ocurriendo tantas veces, durante la década kirchnerista, pero también ahora en el conflicto aceitero de Nidera y tantos otros.

Una grieta muy profunda se abriría entre los trabajadores y esta dictadura apoyada por Vandor y consentida por Perón en una primera etapa. Este dato político sería de enormes alcances en todo el período posterior al Cordobazo, que salió por completo de los marcos y previsiones del peronismo. Por algo la consigna más cantada del Cordobazo sería “luche, luche, luche, por un gobierno obrero, obrero y popular”.

La maduración que llevó al Cordobazo

Ha sido fuertemente discutido entre los historiadores y en la izquierda si el Cordobazo fue espontáneo. El Partido Obrero ha explicado desde la primera hora que no. Desde setiembre de 1968 la huelga petrolera de Ensenada, con una duración de cuatro meses, se constituyó en un eje de resistencia nacional. Ese año se produjo también la gran huelga de Good Year con ocupación de fábrica y la huelga de Peugeot. Ya en los primeros meses de 1969 fue a la huelga general indefinida Fabril Financiera en enero, una gráfica de 3000 obreros, y en marzo entró en escena Citroen. La mayoría de estas huelgas de grandes contingentes obreros fracasaron en sus objetivos reivindicativos, pero fueron madurando en la clase obrera la necesidad de una acción general de los trabajadores. Es interesante rescatar por estas horas estos procesos huelguísticos profundos y la ocupación de fábricas, que había tenido ya un enorme episodio en el Frigorífico Lisandro de la Torre en 1959.

Por otro lado se acumularon hacia mayo ataques capitalistas contra los trabajadores con su correlato de resistencia obrera: los choferes de UTA salieron por el reconocimiento de la antigüedad, los metalúrgicos por las llamadas “quitas zonales” que eran rebajas salariales a los metalúrgicos del interior. Ambos gremios, choferes y UOM, declararon paros el 15 y 16 de mayo. También ocurrió que el gobierno suprimió por decreto el sábado inglés (trabajar 44 horas semanales y cobrar 48) que regía en cinco provincias. Es decir que, bien mirado, el Cordobazo tuvo en el seno de la vanguardia obrera de la época una dilatada preparación en las huelgas, en las luchas callejeras y en las asambleas y plenarios obreros.

En el año 1968 fundamos con un grupo de activistas estudiantiles secundarios una agrupación marxista, antiestalinista, llamada Eres (Estructura Revolucionaria Estudiantil Secundaria), que luchó todo el año organizando y movilizando al movimiento secundario. A fines del ‘68 y principios del ’69 la Eres se incorpora a las filas de Política Obrera, luego de entablar debate con todas las corrientes trotskistas de la época y llegar a la conclusión que la “izquierda nacional” de Abelardo Ramos (PSIN) y el PRT La Verdad de Nahuel Moreno, eran variantes de la degeneración del trotskismo. Unos (el PSIN) directamente enfilados a la disolución en el peronismo, los otros (el morenismo) cojeando de la misma pata de manera indirecta al plantear la unidad burocrática de las CGTs como ruta de la unidad del movimiento obrero. La crítica al entrismo del morenismo en el peronismo (1958 a 1964) fue también decisiva para nuestro pasaje a Política Obrera. La clara posición de PO en favor de la independencia política de la clase obrera, la crítica al nacionalismo de conciliación de clases y la formación de un partido revolucionario, fijadas en el manifiesto liminar de Política Obrera “Continuidad histórica del leninismo-trotskismo”, fueron decisivas para nuestra incorporación y guiaron el accionar del PO en esa etapa fundacional que lo ponía a prueba.

Al mismo tiempo, cuadros fundamentales del PO llegados desde Bahía Blanca, entre los que se destacaron Ernesto Foix (Marcelo Martín), Christian Rath y Silvia Amorin, se proletarizaban en las distintas industrias del pujante proletariado cordobés. La autodefensa en los piquetes huelguísticos y en la jornada del propio Cordobazo fue parte de esta experiencia revolucionaria, que nos marcaría para todo el período político de ascenso de las luchas obreras que abriría el Cordobazo.

Durante ese rico 1968, el 28 de junio, los obreros de Perdriel (hoy VW) abandonaron la planta y se movilizaron junto a los estudiantes en Barrio Clínicas. El 16 de agosto pararía el Smata y los obreros de Ika en el Barrio Santa Isabel se enfrentaban a la policía. Los obreros mecánicos enfrentaron el intento patronal de despedir mil compañeros. Política Obrera creó la agrupación Vanguardia Obrera Mecánica, y mediante una profusa agitación fue orientadora de medidas de resistencia en las secciones, desarrolló un planteo de solidaridad nacional con la huelga de Ensenada y colocó a debate la cuestión de una acción general del movimiento obrero de tipo política, para enfrentar la ofensiva de la dictadura.

Nos incorporábamos de esta manera a un enorme proceso de maduración de la clase obrera y del sensible movimiento estudiantil, que fue la fragua que alumbró el Cordobazo.

Obreros y estudiantes unidos adelante

La efervescencia obrera en los días previos al Cordobazo fue enorme. El 14 de mayo, quince días antes del Cordobazo, el Smata convocó a una asamblea general del gremio en el Córdoba Sport, un estadio de box con capacidad para cinco mil personas que fue colmado por obreros mecánicos. El motivo fue discutir un plan de lucha contra la derogación del mencionado “sábado inglés”. La asamblea fue prohibida por el gobierno provincial, pero se realizó igual. Los obreros debatían la propuesta de distintos activistas de paro y movilización, pero la policía reprimió antes de que se votara. Se produjo una batalla campal en las inmediaciones del Córdoba Sport. Los compañeros que estaban adentro salieron a defender a los de afuera, reprimidos por la caballería. Los estudiantes de la TERS estuvimos entre los obreros reprimidos y algunos compañeros fueron heridos en el combate contra la caballería, en el que pululaban las bolitas para que resbalaran los cosacos de Onganía. La lucha duró horas. Poco después, Elpidio Torres, el vandorista secretario general del Smata, decretaba paro de 48hs los días 15 y 16 de mayo.  La disposición obrera presagiaba la actitud que podría tener el proletariado mecánico quince días después.

Ese 15 de mayo pararon en solidaridad con el Smata, la UOM y la UTA, gremios vandoristas. No así los gremios locales alineados con la CGT de los Argentinos, o sea el sector de Agustín Tosco y los gremios “independientes” (radicales e independientes de izquierda de la época).

El 15 de mayo cae muerto, en una formidable movilización estudiantil en Corrientes, el estudiante Juan J. Cabral. Tres días después estallaba el mismo movimiento en Rosario, donde era asesinado por la represión Adolfo Bello. Su entierro fue acompañado por una manifestación de por lo menos 10 mil estudiantes y trabajadores. Pero la represión gubernamental no hizo retroceder el movimiento; al contrario, lo acentuó: unos días después caía un nuevo mártir obrero estudiantil, Norberto Blanco, estudiante y aprendiz metalúrgico rosarino.

El interventor de la dictadura en Córdoba (Caballero) terminó volcando a sectores de la clase media a la oposición abierta, sumando un aliado a la clase obrera industrial, cuando a comienzos de 1969 incrementó los impuestos a la propiedad, sobre las espaldas de una población ya descontenta por el carácter autoritario de Onganía.

Agreguemos que los secundarios, una semana antes del Cordobazo, ganábamos las calles de la capital cordobesa, aproximadamente el 22 de mayo, en un movimiento en el que centros de estudiantes, cuerpos de delegados y clubes estudiantiles de los principales colegios, fuimos confluyendo en una gran columna hacia el centro de la ciudad. Fuimos reprimidos, varios fueron rapados para ser identificados en días posteriores por parte de la represión. El barrio Clínicas, de gran población estudiantil y donde está el colegio Manuel Belgrano, fue centro de agitación antes, durante y después del Cordobazo. El propio 29 de mayo columnas estudiantiles de esa barriada se sumaron rápidamente y fueron parte de los sucesos en la Xerox, frente a la Plaza Colón y a cuadras del Hospital Clínicas, otro centro de lucha que sería ocupado en luchas posteriores al igual que el conjunto del barrio Clínicas.

El movimiento estudiantil luchaba por sus propias reivindicaciones: comedores estudiantiles, boleto estudiantil, pero la idea era mucho más profunda, sacarnos la dictadura de encima de la mano de la clase obrera. La unidad obrero estudiantil fue una orientación dominante de todo el período en los lugares de estudio. Es interesante consignar que semanas después del Cordobazo la TERS (Política Obrera) ganaba una ajustada mayoría en un congreso de la Federación de Estudiantes Secundarios realizado en Luz y Fuerza, desafiando a la histórica dirección del PC. El conservadorismo de los centros de aparato dirigidos por el PC había sido largamente desbordado en el período previo. El estalinismo no aceptó la derrota y se escindió la FESC, surgiendo la FESC de Bases que agruparía a los centros y cuerpos de delegados más combativos. Todo este estudiantado libraría a fin de año una colosal lucha por el boicot al examen de ingreso a la Universidad Nacional de Córdoba, que sería a la postre una victoria, puesto que ingresarían casi todos los estudiantes.

Al mismo tiempo, la cuestión del poder apareció presente en todo el movimiento de lucha de la época. Nuestro periódico Política Obrera del 4 de junio señalaba que “no se esperaba derrocarla (a la dictadura) con una manifestación, pero la perspectiva política era claramente discutida, aunque confusamente resuelta”. La consigna del “gobierno obrero y popular” que dominó el Cordobazo no fue una ocurrencia de momento sino el resultado de una profunda tendencia política que empezó a expresarse antes, durante y después del Cordobazo: la cuestión del poder y la clase social que tendría que hacerse cargo.

Política Obrera del 21 de mayo marcaba a fuego una orientación: “Córdoba marca el camino: por un inmediato paro nacional. Ni recambio burgués, ni salida burguesa, ni planteos tácticos burgueses. Córdoba indica el camino: derrocar a la dictadura, imponer un gobierno obrero y popular que expropie a los monopolios y llame a una Asamblea Constituyente.”

La ola internacional del “Mayo francés”

El Cordobazo fue parte de una ola internacional de intervención de las masas con centro en Francia, en los sucesos que pasaron a la historia como el “Mayo francés”. Se trató de una huelga general de tipo revolucionaria, la segunda en el país galo durante el siglo XX, luego de la de 1936. La tradición revolucionaria del ’36 -frustrada mediante el frente popular de colaboración de clases que encabezó León Blum con participación decisiva del estalinismo-, fue retomada por el proletariado francés en 1968, cuando todos los intelectuales lo daban por muerto o por asimilado al sistema.

La huelga general francesa, apoyada por un impresionante movimiento estudiantil, dejaría herido de muerte al régimen de Charles de Gaulle -impuesto una década antes- y con él a todo el equilibrio europeo basado en el aplastamiento por el estalinismo de la revolución húngara en 1956. El movimiento del Mayo Francés se extendió a los más diversos rincones del mundo y tuvo un antecedente en la ofensiva del Tet vietnamita contra la invasión norteamericana en febrero de 1968. El temblor de masas se extendería a Checoslovaquia en otro de los grandes acontecimientos de las masas de la época: la Primavera de Praga. El Mayo Francés y la Primavera de Praga abrirían un período mundial de la lucha de clases del cual sería parte el Cordobazo argentino. El verano caliente europeo se vería en huelgas de masas en Italia, en Alemania y hasta en el movimiento estudiantil japonés. El 2 de octubre de 1968 se produciría la masacre de Tlatelolco en la Plaza de las Tres Culturas en México, cuando decenas de miles de estudiantes se movilizaban en el marco de una huelga estudiantil nacional. En 1970 Salvador Allende triunfaba en Chile iniciando el proceso del frente popular chileno que sería ahogado en sangre años más tarde por el golpe pinochetista. En Bolivia en 1971 se pondría en pie la Asamblea Popular Boliviana, un ensayo soviético en América Latina, luego de un levantamiento obrero campesino en ese país.

Contra la historiografía dominante, el Mayo Francés y la ola mundial de agudización de la guerra de clases que lo rodeó no se produjo en un marco de prosperidad capitalista, sino como consecuencia de una nueva fase de crisis capitalista que derrumbaba los acuerdos de posguerra. Hacia fines de 1967 la devaluación de la libra esterlina y la corrida hacia el oro precedieron a la decisión norteamericana de impedir el canje del dólar por el oro, una especie de “corralito” para evitar que los bancos centrales de países rivales pudieran cambiar sus tenencias en moneda yanqui por oro. Se caían los famosos acuerdos de Bretton Woods que dieron nacimiento al tan conocido por nosotros Fondo Monetario Internacional. Una crisis de sobreproducción estaba en marcha. Se debilitaba el dólar por los enormes gastos de la guerra en Vietnam y el endeudamiento norteamericano, estatal y privado.

Tenemos entonces que el Mayo Francés no fue resultado de la “revolución del deseo y la palabra” o de la “revolución cultural” de los estudiantes e intelectuales, como lo siguen caracterizando numerosos historiadores, sino la confluencia del movimiento estudiantil con la más grande huelga general con ocupaciones de fábrica, sólo comparable a la huelga de 1936. Como en la Argentina del Cordobazo, que también retomaba la tradición de nuestra propia huelga general de 1936 a partir del gremio de la construcción, el proletariado francés enfrentó la ofensiva capitalista para descargar la crisis sobre sus espaldas. La clase obrera argentina tenía ya una rica tradición de lucha, incluso la propia irrupción de la clase obrera del 17 de octubre de 1945 y todas las luchas del período llamado de la “resistencia” al golpe del ‘55, esto sin irnos a las grandes luchas fundacionales de nuestra clase obrera y de nuestros sindicatos en las primeras décadas del siglo XX.

Al igual que en Argentina con el Cordobazo, la huelga general en Francia puso en juego la cuestión del poder. El estalinismo, asediado por las revueltas en los países del este europeo, jugó fuerte a la derrota del movimiento, como en el ´36 había jugado con el Frente Popular a la defensa de la República contra la emergencia de un gobierno obrero. En América Latina, jugarían el mismo papel desarmando a los trabajadores frente a la ofensiva de los golpes militares que ahogaron el proceso político abierto por el Mayo Francés, que se extendió a la década del 70.

Otro aspecto insoslayable de influencia revolucionaria en América Latina fue la Revolución Cubana de 1959, que abrió el período histórico de la revolución socialista en América Latina e influenció a toda la vanguardia de luchadores de la etapa.

En la Argentina, ante el cuadro planteado por el Cordobazo, más temprano que tarde empezaría el operativo de la vuelta de Perón.

El peronismo

¿Qué papel jugó el peronismo? ¿Cuál fue la consigna de poder que adoptaron las masas en el fragor de la lucha? ¿Fue la vuelta de Perón lo que se cantaba en las calles por una clase obrera de presunta “identidad peronista”?

La CGT se divide en 1968. Aquella posición de Perón desde su exilio en Puerta de Hierro en España -“desensillar hasta que aclare”- y la colaboración de la burocracia desde la primera hora de esta dictadura, tuvieron consecuencias políticas enormes en el movimiento obrero de la época. Vandor, apoyado en sus lazos con el Estado, en un momento plantea una especie de partido laborista basado en un peronismo sin Perón. Por otro lado, después de la derrota del 1º de marzo del ‘67, el gobierno intervino sindicatos, presionó a sectores afines y creó una corriente llamada “participacionista”, versión de la época del colaboracionismo de los Daer y Barrionuevo de hoy. A fines de marzo del ´68 la dictadura prohija un congreso normalizador de la CGT, pero la jugada le salió al revés. Los participacionistas calcularon perder y no concurrieron, ante lo cual asumió la conducción de Raimundo Ongaro, en ese momento con apoyo de Perón que se distanció de Vandor. El vandorismo se retira con un grupo de gremios y constituye junto a los participacionistas la CGT Azopardo; del otro lado quedan la mayoría de los gremios, en lo que se llamó la CGT de los Argentinos.

Ríos de tinta se han escrito mistificando la CGT de los Argentinos por parte de toda la izquierda democratizante. Pero su duración fue efímera y su verdadero rol muy limitado. Tuvo importancia en la CGTA la formación de las CGTs regionales por un lado; por otro, como lo marcó Política Obrera, la CGTA reconoció a los delegados y organizaciones intervenidas por la dictadura. Pero el “programa del 1° de mayo” de la CGTA -muy radicalizado- sostenía sin embargo la alianza del movimiento obrero con la burguesía nacional, es decir que no rompía los marcos del nacionalismo de contenido capitalista. Sabemos que para el peronismo, el movimiento obrero es “la columna vertebral” del movimiento, no su cabeza.

A fines de año esta CGT, que tuvo el apoyo de Perón, los radicales y la Iglesia, se desinfla, porque Perón le quita su apoyo (la mayoría de los sindicatos la abandonaron en masa). Nació como criatura de las maniobras de Perón y murió como tal. Fue muy señalado históricamente el “Pacto Illia-Perón”, algo que se corrobora en el hecho de que el periódico de la CGTA era impreso en una imprenta de Avellaneda y los cheques de su pago eran enviados por la UCR. En las grandes huelgas del ´68 no jugó ningún papel. No lo jugó en Ensenada que estaba dentro de su CGT, tampoco apoyó a Fabril, del gremio del propio Ongaro, huelga a la que  aisló y frente a la cual no garantizó que los demás talleres no hicieran los trabajos de la fábrica en huelga, cuando esa era la tradición del gremio. Se dice que la CGT de los Argentinos fue la autora del Cordobazo, lo cual es sencillamente falso. También se ha mistificado el papel de Agustín Tosco (dirigente combativo de Luz y Fuerza de Córdoba). Tosco, como hemos visto, integraba los llamados gremios independientes, una alianza del PC con los radicales del Sindicato Gráfico de Córdoba. Participó del Cordobazo, pero su papel fue menor en relación a la burocracia peronista que operaba en los principales gremios.

El vandorismo tuvo un fuerte protagonismo en la cuestión de las quitas zonales a la UOM y retomó el control de la CGT local cordobesa antes del Cordobazo. El propio Vandor, días antes del Cordobazo, se entrevistó con Tosco, Elpidio Torres (Smata), Alejo Simó (UOM) y Atilio López (UTA). A partir de esa entrevista, la CGT lanza el paro del 30 de mayo en todo el país. El sindicalismo de liberación (así se bautizaron los sectores ligados al PC en años posteriores) en el que militó Agustín Tosco fue una forma de oponerse al sindicalismo de clase, marcando la alianza de la clase obrera con la burguesía nacional presuntamente liberadora. Esta posición mostraría su límite histórico y su fracaso. Hoy el PC es un fantasma integrado al kirchnerismo, después de un derrotero espantoso de apoyo a ciertas alas de la dictadura de Videla (proponiendo un gobierno cívico-militar), del voto a la derecha peronista de Luder y Herminio Iglesias y la fracasada experiencia de Izquierda Unida.

De conjunto, el papel frenador del peronismo sindical y político en toda esta etapa tuvo consecuencias. La consigna cantada en las calles no fue la vuelta de Perón, sino el “luche, luche, luche…”. Pero este proceso ocurría por abajo. Por arriba, la CGTA no jugaría ningún papel en el poscordobazo: recién para el 1º de julio largaría un paro nacional al que no adhirió el 90% de los sindicatos, y, aunque tuvo importante adhesión por abajo, fue el final de la experiencia ongarista. En Córdoba, por primera vez, Elpidio Torres de las 62 organizaciones ganaría el plenario y sería consagrado Secretario General.

Pero el grito de poder cantado por el activismo obrero y estudiantil tendría enormes consecuencias en el proceso político. Se iniciaría un ciclo de ascenso que se iría fraguando en tenaces luchas de la clase obrera. Al mismo tiempo, en una formidable crisis interna del peronismo, que cuestiona la tesis de la “identidad peronista”.

El Cordobazo fue una acción al margen, y hasta en oposición, a la burocracia sindical peronista que jugó el papel descripto frente a la dictadura, que se movió entre los golpes, la represión y la cooptación. Rogelio Coria de la UOCRA, un simil de Gerardo Martínez, sería uno de los íconos del participacionismo. Política Obrera (Nº 61, 29/11/69) caracterizaba que “por el nefasto rol del peronismo en la oposición, la masa obrera ha dejado de tener como preocupación central su retorno al poder bajo una forma de gobierno peronista”. Pero al “no estar clarificado entre los obreros de vanguardia la naturaleza del programa que se identifica con el gobierno obrero como forma estatal de dominación política del proletariado (…) especulan las variantes izquierdistas del peronismo y de los grupos pequeños burgueses que todos los días dedican una parte de su tiempo a ‘peronizarse’. Es sobre esta carencia, también, sobre la que especula el Partido Comunista”.

El proceso de “peronización” de la situación comienza con el secuestro y posterior ejecución del general golpista de la “Libertadora” (el golpe militar que desalojó a Perón del gobierno en 1955) Pedro Aramburu, a manos de un grupo denominado Montoneros, a un año del Cordobazo (29 de mayo de 1970). Este secuestro tuvo un carácter contrarrevolucionario buscando sacar la situación del carril socialista y revolucionario para colocarla en la órbita del nacionalismo burgués, en su etapa histórica de degradación. El foquismo, ausente en el Cordobazo, aparece después y es alentado limitadamente por el propio Perón con las “formaciones especiales”·

Montoneros era un grupo integrado por jóvenes católicos, “activistas de derecha” e incluso antiperonistas (Norma Arrostito provenía del PC, por ejemplo) y hacían así su servicio a la maniobra política del ala institucionalizadora de la dictadura, que era crear las condiciones para colocar al peronismo al servicio del desvío y liquidación de la situación revolucionaria creada por el Cordobazo.

La elección de Aramburu era un tributo al “pueblo peronista” para poner en primer plano la salida política del retorno de Perón. Estaba al servicio de la peronización de la situación, lo que Política Obrera ya había previsto en su editorial de noviembre del ’69. Era el inicio del operativo “anticordobazo”.

La vuelta de Perón, siendo una reivindicación democrática, contra su exilio forzado de 18 años, no tuvo entonces un carácter históricamente progresivo para las masas, porque los límites históricos del nacionalismo de colaboración de clases se expresaron con toda su fuerza en la etapa del Cordobazo. El nacionalismo vino a preservar el régimen semicolonial de explotación capitalista, que tiene a la burguesía nacional como socia menor e indivisible del capital financiero internacional y los monopolios imperialistas, como prioridad frente al embate de las masas que buscaban su propia salida a la crisis.

Luego del Cordobazo, la crisis política, económica y la acción de las masas se incrementaron. Estaba en peligro no sólo un gobierno, sino el propio Estado. El retorno del peronismo y de Perón al gobierno era la última carta disponible para el Estado capitalista.

El operativo retorno era también una cuestión de orden internacional. Estaba inscripto en la liquidación del gobierno de Salvador Allende, de la bordaberrización en Uruguay y la liquidación de la Asamblea Popular boliviana del ’71. Es decir, fue un operativo monitoreado por el propio imperialismo.

El problema central de todos modos era sumar a las masas a un operativo político contra ellas mismas. En términos de consignas, se trataba de pasar del “luche por un gobierno obrero y popular” al “luche y vuelve”. Es decir, hacer aparecer el retorno de Perón como una conquista de las masas y no como una acción de salvataje del Estado capitalista.

El tema del retorno de Perón ha dividido aguas en la política argentina y, sobre todo, en la izquierda. Ya en el ’56 hubo una polémica entre el morenista Milcíades Peña y Silvio Frondizi: mientras el primero sostenía que el retorno de Perón desataría una situación revolucionaria, Frondizi caracterizaba que Perón sólo retornaría si la burguesía lo requería para bloquear una situación revolucionaria.

Frondizi tenía razón. La naciente organización Política Obrera lo sostuvo así en su primer documento, cuando Perón amenazó con volver a la Argentina en 1964 (incluso llegó hasta Brasil): Perón no iba a regresar porque la burguesía no lo necesitaba. Y así fue.

La llamada “identidad peronista” ha sido preservada desde 1955 mediante golpes y derrotas de la clase obrera y no como parte de una ruta de victorias de los trabajadores.

El ascenso obrero de los ‘70

Como señalé más arriba, con el agravamiento de la crisis se incrementa la intervención de los trabajadores y se producen en este período el Tucumanazo, el Rosariazo, el Mendozazo, es decir, se extienden las grandes gestas obreras y populares por todo el país.

En el ‘70 surgirían los sindicatos clasistas de Sitrac Sitram, las plantas de Fiat. Estos sindicatos por empresas, con direcciones amarillas absolutamente patronales, serían copados por medio de tomas de fábricas. De la experiencia de los Sitrac Sitram surgiría el primer candidato a presidente del Partido Obrero con la vuelta del régimen constitucional en 1983. Gregorio Flores no era trotskista en los ‘70, pero llega a la conclusión política de fondo en el exilio interno de la clandestinidad, en los años de la dictadura: que la gran tarea histórica pendiente, que no abordaron los sindicatos clasistas de los ’70, era la construcción de un partido de la clase obrera que diera forma a la independencia política de los explotados de los explotadores. A partir de ella se incorpora al PO. En ese proceso jugará un gran papel Christian Rath, que en el ‘71 era elegido como paritario del Smata en la fábrica Thompson Ranco y sería comisión de lucha de la gran huelga derrotada del Smata en 1972.

Luego de esa derrota, el PO a través de simpatizantes integraría una lista que desaloja a Elpidio Torres y conquista el Smata bajo la dirección de René Salamanca del Partido Comunista Revolucionario. El PCR fue una escisión del PC que se hizo maoísta y planteó en la época la consigna “Ni golpe, ni elección: revolución”. Ese partido es hoy militante properonista de la unidad antimacri, votó a Menem en su época y ha llegado al extremo de apoyar a la Coalición Cívica en algunos distritos, porque el maoísmo postula la alianza de clase con la burguesía nacional.  El PC Chino, del cual ahora toman distancia, ha sido el vehículo de la restauración capitalista en China.

El PO se desarrolla en la etapa en el marco de un desarrollo de la izquierda en su conjunto. Quien escribe esta nota fue electo delegado general del Banco de Galicia en 1973 y formó parte de una fuerte agrupación clasista llamada Voz Bancaria, que sería gran protagonista de la coordinadora de cuerpos de delegados opositores que prácticamente logra el control del gremio desde abajo hacia 1974/5. Nuestra agrupación del gremio del vidrio conquista la Comisión Interna de Lesa, una de las dos grandes fábricas de ese rubro autopartista, y llega a cuestionar, junto a los delegados de CIVE, la otra gran planta, el dominio de la burocracia peronista de ese sindicato que se sostuvo en base a patotas, represión y fraude. La agrupación Vanguardia Obrera Metalúrgica logró también cierto desarrollo.

El clasismo empieza a ocupar un lugar importante en Córdoba. Gana también el sindicato del Calzado, el Sindicato de Perkins, pero buena parte de esos sectores de izquierda marxista se acercan o vinculan directamente con el grupo guerrillerista ERP, que carece por completo de una estrategia de independencia política de la clase obrera y de lucha contra la burocracia sindical. Al punto que en el ‘73 todas esas corrientes se plegarían al voto a Perón, o a la abstención para dejar el campo libre a Perón.

La evolución de los protagonistas del Cordobazo ha dado lugar también a variadas interpretaciones. Gregorio Flores sostiene que “las expectativas de la clase en el peronismo, que todavía no había entrado en descomposición, actuaban como un dique de contención que impedía la penetración de las ideas clasistas en el plano político” (Gregorio Flores; Sitrac-Sitram; del Cordobazo al Clasismo, Editorial Magenta, Bs. As. 1995), pero como escribió Christian Rath, “la enorme militancia clasista y antiburocrática de la década del setenta fue canalizada por organizaciones que no planteaban la independencia de clase como viga maestra de su estrategia, pero éste fue un fenómeno transitorio como se reveló en la propia maduración de la dirección del Sitrac-Sitram. El resultado último de la evolución política de esta generación sólo se puede prejuzgar, porque lo que acabó con ella fue la dictadura militar” (“Un balance en serio de la derrota de Fiat”, en En Defensa del Marxismo Nº 19, febrero-abril de 1998). Claro está que algunos de sus protagonistas han dado cuenta de su completa asimilación al sistema, como Raimundo Ongaro, que a su vuelta del exilio de la dictadura de Videla se asimiló a la burocracia sindical al punto de apoyar el indulto de Menem y asociarse a Activa, la AFJP de Clarín. Otro caso paradigmático es el de Schiaretti, que militó en la izquierda peronista y hoy es un hombre de los grupos automotrices y uno de los gobernadores más macristas del PJ.

Perón y la izquierda peronista

Hacia 1973, la izquierda peronista habrá ganado una fuerte inserción en el movimiento obrero y se transforma en la corriente dominante que subordina la estrategia política de la clase obrera y la juventud a Perón. Esto será la clave de la dificultad política del movimiento obrero para dar una salida obrera y socialista a la situación revolucionaria que abrió con su propia lucha.

Perón vuelve al país, traído por la burguesía en 1973 para contener el proceso revolucionario y así lo caracterizó el PO desde el vamos. La prueba la tuvimos en la masacre de Ezeiza el día que retorna Perón (el 20 de junio de ese año), donde son asesinados por las bandas de la derecha decenas de militantes de la izquierda peronista. El retorno de Perón se había armado con lo que se llamó el Gran Acuerdo Nacional o GAN, donde estaban todas las fuerzas de la burguesía. Su misión histórica era terminar con el ascenso obrero que comenzó con el Cordobazo. La izquierda peronista, en cambio, planteó que la lucha por una Patria Socialista era con Perón a la cabeza, luchando contra su entorno, como si el entorno no lo hubiera elegido el propio Perón: López Rega, Isabel Perón y toda la derecha de la burocracia sindical peronista. Nosotros planteamos, política y polémicamente al activismo de la época, la formación de un partido obrero independiente de Perón. Un llamado que hicimos a todos los luchadores y a los líderes más combativos: la UOM de Villa Constitución, al propio Tosco, pero su orientación bloqueó en todas las etapas este tipo de perspectiva.

El rol de Perón quedó claramente expuesto desde el primer momento. Vino y de inmediato volteó al gobierno electo de Cámpora, que había triunfado en las elecciones del 11 de marzo de 1973 mediante un golpe de Estado interno en el peronismo. Nombra a Lastiri, un jefe parlamentario lopezrreguista, como presidente interino, quien convoca a elecciones para consagrar  solo la fórmula presidencial que sería Perón-Perón (Perón y su esposa Isabel). La consigna “Cámpora al gobierno, Perón al poder” quedó rápidamente superada al asumir el propio Perón la tarea contrarrevolucionaria que venía a cumplir: acabar con el ascenso revolucionario que abrió el Cordobazo en la Argentina.

Frente a ese proceso electoral el PO participó con una importante campaña política en favor de una fórmula obrera independiente: Tosco-Jaime. Este último era un importante dirigente azucarero del peronismo combativo de la época  y secretario general de la CGT Salta. Pero sus protagonistas, en particular Tosco, no quisieron asumir la tarea de crear un canal independiente frente a Perón. Tosco se inclinaba por ese entonces a la influencia del foquismo no peronista que realizó un congreso en Tucumán del llamado FAS (Frente Antimperialista por el Socialismo). El congreso del FAS resolvió no enfrentar la fórmula Perón-Perón, abstencionismo que sería mortal para la vanguardia obrera. Tosco muere perseguido, en la clandestinidad, como dirigente honesto y combativo, respetado por amplias capas de trabajadores, pero sin sacar la conclusión fundamental del proceso político: la cuestión de la independencia política de clase. El PO, al tiempo, sacó la conclusión de que debíamos haber gestionado nuestra legalidad para intervenir con esta posición política, algo que haríamos a la primera oportunidad, diez años después a la caída de la dictadura.

Perón inmediatamente creó la Triple A (grupos armados de choque contra los trabajadores que mataron a miles de militantes), volteó al gobierno de Córdoba mediante un alzamiento policial y echó a la JP de la Plaza de Mayo. No casualmente llevó en la fórmula a Isabel. Ella -a la muerte de Perón- gobernó a los tumbos hasta la llegada de la dictadura, tratando de ejecutar las tareas que la dictadura haría más adelante: la masacre del activismo y la guerrilla y la derrota del movimiento obrero ahogado en sangre. Hay que destacar que el morenismo (PST, luego llamado MAS), que había apoyado el bloque de los 8, un reagrupamiento que hizo de cobertura democrática de Isabel, ante la muerte de Perón escribió en su periódico Avanzada Socialista Nº 125 “Hoy, una vez más, ante la muerte del General Perón, repetimos nuestro sostén al proceso de institucionalización contra los ataques golpistas de la derecha”.

La huelga general de 1975, el último capítulo del período del Cordobazo

Interesa en este comentario final tocar el tema de la huelga general de 1975. Fue impuesta desde abajo por lo que se llamó el fenómeno de las Coordinadoras Fabriles. Miles de cuerpos de delegados de la época reaccionan ante un golpe devaluatorio que dio el ministro Celestino Rodrigo, quien aplicó una megadevaluación como la que tuvimos el año pasado en la Argentina de Macri. Isabel Perón, golpeando el puño en la mesa al hablarle al país por televisión, impuso un tope de 45% en las paritarias contra una devaluación del 100%. Así empezaría a pasar a la historia el “Rodrigazo”.

Desde abajo, ante ese discurso de un bonapartismo sin el Bonaparte y sin la fuerza para ejercerlo por herencia, se empezó a imponer en la zona norte del gran Buenos Aires y en distintos puntos del país una huelga general en junio de 1975. A fines de mes, el día 27, la CGT decretaría el paro general contra los topes paritarios. Isabel insistiría con el recurso de no homologar los convenios que empezaron a ser firmados al 100% y  aún más. La huelga general se extendería por abajo hasta que la CGT convoca a nuevo paro general los días 7 y 8 de julio: caerían los topes salariales y se impondrían los convenios firmados. Para evitar una continuidad revolucionaria a partir de la huelga general, la burocracia se pondrá al frente del movimiento para acotarlo a su aspecto reivindicativo. La suerte estaría echada: López Rega fue eyectado del gobierno, pero el régimen de Isabel quedaría herido de muerte y sólo la sangrienta dictadura del “Proceso” de Videla podría enfrentar el ascenso revolucionario iniciado siete años antes, en el Cordobazo.

La clase obrera con la huelga general de 1975, aún en medio de los crímenes de la Triple A, retomaba la ruta revolucionaria del Cordobazo, tras el desvío operado con el ascenso de Perón, quien impone un pacto social que a la postre estallaría por los aires con el Rodrigazo. El pacto social que congelaba “precios y salarios” durante este período de Cámpora y Perón regiría, en rigor, sólo para los salarios, porque se produjo un mercado negro y desabastecimiento y los trabajadores debieron salir a luchar por su salario contra la propia burocracia sindical firmante. En tanto, se produjeron innumerables luchas contra el pacto social y la Ley de Asociaciones Profesionales regimentadora dictada para garantizarlo. Los cuerpos de delegados que dieron esas batallas protagonizarían las coordinadoras y la huelga general de 1975.

Hace un año el PO tuvo un debate sobre el punto. ¿Cómo luchamos hoy por las coordinadoras fabriles? ¿Corresponde levantar la consigna de coordinadoras, se formarían por medio de una agitación a favor de ellas? A partir de una política para conquistar los cuerpos de delegados de la burocracia sindical, para reagrupar a las fuerzas del clasismo de hoy con una perspectiva de independencia política de los trabajadores, podremos tener la masa crítica de cuerpos de delegados y luchar por las coordinadoras si corresponden al carácter del proceso (todas las huelgas generales nacieron desde abajo: 1936, 17 de octubre, Cordobazo, 1975).

En ese camino fuimos impulsores en los ’70 del Congreso de Sitrac Sitram, convocado en Córdoba en 1971 por estos baluartes del clasismo cordobés. El programa adoptado allí planteó claramente la cuestión de la lucha por el gobierno obrero y un programa de expropiación del capital contra el Estado burgués. Pero eludió expresamente la cuestión de la construcción de un partido obrero independiente y no dio el paso de constituir una corriente clasista nacional, para agrupar a todas las expresiones clasistas del país en torno a esa perspectiva. Un año después la represión del gobierno peronista acabaría con estos sindicatos clasistas. En 1974 se produciría otro encuentro de importancia: el Congreso de Villa Constitución, donde concurren Salamanca y Tosco. El PO vuelve sobre estas tareas estratégicas en una vibrante intervención de nuestro delegado del gremio de la pintura Jorge Fisher, pero otra vez primará la negativa a reunir al clasismo en un movimiento político sindical por la independencia política de la clase obrera.

El cuadro histórico hoy, a medio siglo del Cordobazo, es muy diferente. La iniciativa no ha sido ganada por las masas, no hay un ascenso revolucionario, pero el PO es una corriente política en el movimiento obrero, en el marco de una enorme crisis capitalista mundial, dentro de un cuadro incipiente de fuerzas y hemos  construido una referencia política ante las masas que no existía en los ‘70: el FIT. Como dijimos al principio de esta nota, la consigna de Paro Activo Nacional de 36 horas que levantamos hoy es en la tradición del Cordobazo. Es un puente a la huelga general, se trata de un arma de lucha contra la burocracia sindical, para madurar las condiciones de su superación. Las lecciones de la historia las aprendemos y las ponemos en práctica para llevar al proletariado a la victoria

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