170 años del 11 de septiembre de 1852

La burguesía porteña se unifica, se separa del interior y luego toma el control de la nación a sangre y fuego

El 11 de septiembre de 1852, unos meses después de Caseros, Bartolomé Mitre y Valentín Alsina se levantaron contra Justo José de Urquiza separando a Buenos Aires del interior. Urquiza fue utilizado por la burguesía porteña, que estaba dividida entre los terratenientes federales y los comerciantes unitarios, como fuerza de choque para terminar con el régimen de Rosas. Los terratenientes, que no estaban interesados en sostener un Estado nacional, progresaron notoriamente durante el régimen federal de Rosas con el libre comercio con Inglaterra, el acaparamiento de grandes territorios pampeanos en la guerra contra el originario y con el dominio total de la renta de la aduana. Pero después de dos décadas junto al anacrónico “Restaurador” sacaron la conclusión de la necesidad de obtener un nuevo Estado nacional para poder aprovechar las nuevas condiciones del mercado mundial. Por eso en las horas más oscuras de Rosas, antes y después de su caída, lo abandonaron. Primero saludando el triunfo de Urquiza y luego realizando un frente único con los comerciantes contra el interior. 

El partido de la burguesía porteña (liberal autonomista) tomó el poder el 11 de septiembre en Buenos Aires y se separaron del interior para defender los privilegios de la provincia tirana. Prosperaron por su relación con el capital inglés y por apoderarse nuevamente de la aduana. Obtuvieron préstamos, bancos, ferrocarriles, telégrafos impresos, etc. Mientras tanto, la Confederación Argentina fue incapaz de conseguir inversiones. Urquiza no tenía para pagar los salarios de los funcionarios, pero todavía era más fuerte militarmente. 

La guerra civil explotó nuevamente el 23 de octubre de 1859 en la segunda batalla de Cepeda. La victoria fue de Urquiza, quien decidió pactar cuando podría haber aplastado a la burguesía separatista de Buenos Aires que luego no cumpliría los términos acordados. Los bandos volvieron a colisionar el 17 de septiembre de 1861 en la batalla de Pavón. Urquiza se impuso nuevamente en el campo de batalla, pero de forma imprevista se retiró, pactando con Mitre y abandonando al interior por la defensa de sus propiedades y su posición en la provincia de Entre Ríos. Mitre quedó como presidente de la Nación con Buenos Aires dentro pero con un papel hegemónico. Y de esta forma llevó adelante su carnicera campaña de “pacificación” nacional. Sin embargo, para derrotar al interior era necesario aplastar al Paraguay. 

La masacre en el país guaraní sirvió para asegurar el dominio de la burguesía porteña sobre la Argentina y el destino semicolonial de toda la región debido a que el capital para todas estas campañas lo facilitó el imperialismo inglés. Junto a las deudas también tenía el control de los bancos y de ramas fundamentales de la economía. Así estableció una dependencia económica muy fuerte que colocó a la Argentina en calidad de “colonia comercial”. Esta relación les permitía a los capitales ingleses anexarse económicamente nuestro país sin violar su soberanía política. Al mismo tiempo este desarrollo desigual llevó a la creación de la gran clase obrera del Plata que ya en 1857 tuvo su primera organización, en 1880 la primera socialista y que participó de la primera realización a nivel mundial del 1 de Mayo en 1890, como resolución de la Segunda Internacional.

Entre Caseros y el 11 de septiembre

Mientras los terratenientes rosistas se pasaban al bando vencedor en la batalla de Caseros, desde el campamento de Urquiza, el nuevo régimen de transición establecía directivas para controlar la situación. El coronel rosista Martiniano Chilavert fue fusilado después de terminar la batalla. Los más de doscientos gauchos bravos veteranos que integraban el regimiento de Aquino fueron fusilados en el campamento de Urquiza en la ex residencia de Rosas en San Benito de Palermo. Al mismo tiempo existió una rápida imposición del orden en Buenos Aires donde fueron masacrados 600 saqueadores, entre ellos muchísimos inocentes. Como vemos, el régimen de transición que parió Caseros se inauguró con un verdadero charco de sangre que nada tenía para envidiarle a la recientemente disuelta Mazorca rosista (dura policía política).

Frente a la caída de Rosas, Urquiza quedó a la cabeza de un nuevo intento de reconstrucción del Estado nacional que se mantenía disgregado desde la caída de Rivadavia en 1827. Urquiza, sobre el poder que otorgaba ser el dueño de la fuerza, asumió la representación con el extranjero, nacionalizó la aduana de Buenos Aires y pretendía nombrarla capital de la Nación. De esta forma intentó una rápida organización constitucional del Estado a nivel nacional poniendo a Buenos Aires en las mismas condiciones que las otras provincias y bajo la batuta de los terratenientes del litoral. “El caudillo entrerriano no era ajeno a la gran oposición que había levantado el proyecto de la capitalización de Buenos Aires, tal como lo había intentado Rivadavia (1826-27) años antes y había fracasado” (1). 

Los unitarios porteños utilizaron a Urquiza como un ariete contra Rosas y luego comenzaron una política de frente único con sus antiguos adversarios federales porteños. El resultado de este frente fue el partido porteño que rápidamente comenzó varias acciones para sacarse de encima al representante del litoral. La política fusionista que implementó Urquiza, en los primeros días después de Caseros, nombrando a Valentín Alsina como ministro, fracasó por los intereses en pugna. «El primero en pegar un portazo fue Sarmiento, que se volvió a Chile al grito de ese Urquiza es un tirano constitucional, quiere humillar a Buenos Aires” (2). 

El partido porteño obtuvo la mayoría en la legislatura bonaerense, con el método inaugurado por Mitre en esta ocasión, del fraude electoral. El objetivo era defender a capa y espada los antiguos privilegios sobre la aduana. Mientras tanto el 31 de mayo de 1852 los gobernadores firmaron el acuerdo de San Nicolás donde se establecía la convocatoria a un Congreso constituyente del Estado nacional.  También se establecían la representación que tendrían las provincias y la forma en la cual se instrumentarían los gastos comunes. Al mismo tiempo se organizaba un ejército nacional al mando del entrerriano director provisorio. 

La publicación de los términos del acuerdo provocó gran revuelo en Buenos Aires, por la extensión de las facultades otorgadas al gobernador de Entre Ríos (director provisorio de la Confederación). El 6 de junio, en una sesión que transcurrió con graves tumultos tanto dentro como fuera de la legislatura de Buenos Aires, se rechazó la firma del acuerdo de San Nicolás. A la cabeza de esta proclama estuvieron Vélez Sarsfield y Bartolomé Mitre. Urquiza se decidió a intervenir disolviendo la legislatura y el 8 de septiembre se dirigió a Santa Fe, abandonando el campamento en Palermo, con el objetivo de inaugurar el Congreso Constituyente. 

La revolución del 11 de septiembre

El 11 de septiembre de 1852 estalló en Buenos Aires la revolución, encabezada por Valentín Alsina y Bartolomé Mitre. El contingente urquisista no opuso resistencia y se marchó en dirección a San Nicolás. Las banderas del movimiento eran la devolución a Buenos Aires de sus autoridades. Se restauró la legislatura disuelta por Urquiza, se nombró gobernador a Torres y a la dupla Mitre-Alsina como ministros. El primer impulso de Urquiza fue el de sofocar a la rebelión por las armas, pero retrocedió al enterarse de que muchos jefes federales con los cuales él contaba se habían plegado al Gobierno provincial. “El golpe de mano del 11 de septiembre de 1852 fue el fruto de la unión del federalismo y el unitarismo porteños contra Urquiza” (3).  

Mitre planteaba: “ciudadanos de Buenos Aires, todo lo habéis perdido, todo tenéis que reivindicarlo. Habéis gemido frente al sable del conquistador” (4). Ese supuesto conquistador era Urquiza, que entró a Buenos Aires meses antes con el Ejército Grande, acompañado de los unitarios exiliados. El supuesto “nuevo tirano” era apoyado por el litoral y el interior. Los porteños, a diferencia del “conquistador”, estaban en amplia minoría a nivel nacional. La idea autonomista era la política de la provincia autónoma con goce total de los beneficios de la aduana explotando al resto de las provincias del interior con aduanas internas. 

“No hay que olvidar la importancia que tenía en la actitud de Buenos Aires el factor económico. Separada de la Confederación, ya no manejaría Urquiza sino el gobierno porteño las rentas de la aduana, que ascendían en esos momentos a cuatro millones de pesos, de los que gozaría con exclusividad” (5). Detrás del escenario estaban los grandes intereses de la oligarquía porteña personificada en Anchorena y Torres. Pero el gran líder era Mitre, quien, con su oratoria y su pluma, se convirtió en el ídolo de los estudiantes y tenderos de las supuestas masas “inteligentes” de Buenos Aires. 

“Mitre es el ejecutor más consecuente desde entonces de los intereses de la oligarquía porteña, (estancieros y comerciantes) de independizar a Buenos Aires de la nación, antes que aceptar a la nación sin el predominio de la oligarquía bonaerense” (6). Mitre, a diferencia de Alsina, no estaba en contra de la organización nacional, estaba en contra de la organización nacional bajo la dirección de intereses rivales a la burguesía comercial porteña. Por ese motivo nunca dejó de tener una política de provocación frente al interior. El 12 de septiembre de 1852, un día después de la revolución porteña, intentó una fracasada invasión de Santa Fe para impedir la conformación del Congreso de donde saldría la Constitución nacional. Tenía claridad en sus objetivos reaccionarios como lo demuestran sus declaraciones: “Entre ellos y nosotros solo existe un acuerdo posible, su capitulación absoluta” (6).

En Santa Fe, después del fracaso de la invasión de Mitre, comenzaban las deliberaciones que dieron como fruto la Constitución aprobada en 1853. Los constituyentes tenían las siguientes características: “Se trataba de gente nueva y oscura, todos tributarios de Urquiza, muchos de los cuales ni siquiera representaban a su provincia de origen” (7). Los mismos fueron digitados desde el campamento que tenía Urquiza en San Benito de los Palermo, antes de la revolución del 11 de septiembre.

Juan Bautista Alberdi, quien participó a la distancia de la confección de la Constitución de Santa Fe, al referirse a la paralela Constitución porteña realizada por los liberales (supuestos abanderados de la civilización) exclamó: “es un aborto de los Anchorena” (6). La indignación provenía de la declaración de Buenos Aires como un Estado independiente (la República del Plata). La carta magna porteña era una especia de constitución “feudal” con el restablecimiento de las aduanas interiores, un ejército provincial, un tesoro y una diplomacia propia.

El sitio de Lagos

Los primeros días de diciembre de 1852, el coronel Lagos, levantó la campaña bonaerense desde Luján y exigió la inmediata destitución de Alsina del Gobierno separatista porteño. En pocos días fue estrechándose el cerco y la ciudad quedó incomunicada por tierra con la campaña. Bartolomé Mitre fue el encargado de organizar la defensa contra el sitio de Lagos. En una ocasión fue herido en la frente por un proyectil mientras realizaba una inspección, salvando su vida de milagro gracias a una ancha escarapela de su sombrero que amortiguó el impacto pero no evitó que cargase una cicatriz en la frente por el resto de su larga vida.

Los métodos de Mitre siempre se basaron en el terror y el fraude electoral. El terror fue la táctica que utilizó frente al levantamiento de Lagos, que arrastraba a gran parte del guachaje contra la oligarquía porteña. Según Alberdi era evidente que Lagos arrastraba al gauchaje sin coacción y la mayoría de las fuerzas porteñas eran reclutadas a la fuerza. El sitio de Lagos se financiaba a partir de cobrar impuestos a los terratenientes porteños, lo que produjo la enemistad con este sector. Mientras tanto la ciudad carecía de las tropas necesarias para aplastar al sitio, pero tenía dinero gracias a la aduana y el Banco.

Urquiza comenzó a prestar auxilio a las tropas de Lagos y, con una flota a cargo del inglés mercenario almirante Coe, sitió el puerto de Buenos Aires. “Muchos de los federales porteños habían votado por los unitarios en la legislatura contra Urquiza y después se alzaron con Lagos contra esos mismos unitarios en lo que consideraba un pleito local, pero abandonaron a Lagos a partir de su pacto con Urquiza” (7). El mercenario Coe “fue convencido” de cambiarse de bando mediante la entrega de oro. El 26 de junio de 1853 toda la escuadra se pasó al gobierno provisional de la Ciudad de Buenos Aires. 

El partido porteño se quedó triunfante con Buenos Aires y celebró con grandes festejos su fácil victoria. Mientras Urquiza fue obligado a ejercer el mando supremo de la Confederación Argentina desde Paraná, Entre Ríos, con la provincia más importante como una república independiente. En Buenos Aires la burguesía porteña aplicaba su terror contra algunos de los antiguos mazorqueros que participaron en el levantamiento de Lagos y se negaban a reciclarse en el nuevo frente único porteño.

El nuevo régimen porteño

Mitre y el partido porteño a pesar de su supuesta devoción por el liberalismo democrático y republicano, demostraron desde temprano su carácter antidemocrático y dictatorial como Rosas. Utilizaban, a diferencia del rosismo, las ventajas de la democracia liberal para dirimir las diferencias entre sus distintas fracciones, una democracia ficticia regida por el fraude. Fue el propio Mitre quien introdujo el método fraudulento que duró hasta la reforma de 1912 obteniendo así el triunfo de los liberales autonomistas porteños contra los urquicistas en 1852. Existía una especie de relato mitrista que era consumido por las masas de estudiantes y tenderos. Quienes estaban convencidos de representar a la vanguardia de la civilización y los principios contra la barbarie del interior.  

A partir de 1852 Buenos Aires se encontraba separada del interior y prosperaba por sus relaciones con el mercado mundial. Del puerto de Buenos Aires salían hacia Europa las exportaciones de cuero, tasajo y lanas, que enriquecían a los terratenientes y comerciantes porteños. Y a ese mismo puerto llegaban los productos industriales de los británicos. Pero en esta etapa no solo llegaban mercancías sino también capitales. Nuevamente Buenos Aires le pidió un préstamo a la Baring y con su otorgamiento el gobierno inglés demostró su simpatía por Buenos Aires en su pleito con la Confederación. A partir de una prosperidad de recaudación aduanera, Buenos Aires emprendió un plan de grandes obras públicas y el primer ferrocarril de la región. Tiempo antes Buenos Aires ya había obtenido la instalación de bancos. También logró obtener la instalación del telégrafo impresor, frente al que Sarmiento planteaba “tiene la virtud de que las ideas vuelen tan rápido como se conciben” (8).  

La Confederación sin Buenos Aires enfrentaba problemas serios, Urquiza no tenía recursos para sostener los salarios de los funcionarios. Por ese motivo en 1856 el Congreso de Santa Fe declaró la ley de “derechos diferenciales” con el objetivo de que los buques de altamar ignoraran el puerto de Buenos Aires y fueran directamente al de Rosario. Buenos Aires consideró estas acciones como un acto de guerra a pesar de que no afectaron seriamente el comercio en el puerto porteño. Alsina fue nombrado gobernador para enfrentar la amenaza y Mitre jefe de las tropas porteñas. El 23 de octubre de 1859 se produjo la II batalla de Cepeda, en la que los porteños fueron derrotados por el interior. A pesar de la prosperidad porteña la fuerza militar del interior todavía era superior. Un hecho bizarro que lo pinta a Mitre de cuerpo entero es cuando volvió de Cepeda derrotado. Casi sin artillería, sin un soldado de caballería y con un cuarto de su infantería, de todos modos no pudo evitar dar un gran discurso victorioso: “Le digo al pueblo porteño, os devuelvo intactas las legiones que me confiaste” (9). Y mandó un proyecto a la legislatura para acuñar una medalla, para él mismo, con el lema para los “vencedores de Cepeda” (10). 

Pero por esos mismos días Mitre reconocía en privado, según el historiador Saldías, que Urquiza era el dueño de la situación después de su aplastante triunfo en Cepeda .Por lo tanto, no se trataba de un loco sino de un gran cínico. En la iglesia de Flores que era un pueblito de las afueras de Buenos Aires, se realizó el Pacto de la Unión por el cual los porteños se comprometían a ingresar a la Confederación y Urquiza a no alterar el orden en Buenos Aires. Urquiza se retiró de Buenos Aires con la proclama “basta de sangre, todos hermanos”. 

En todo el proceso que va desde la batalla de Cepeda a Pavón, Mitre llevó una política de convencimiento de Urquiza, comparándolo con Washington, haciéndole entender que su gloria futura se relacionaba con un acuerdo con Buenos Aires. En este cuadro en 1860 asumió la presidencia de la Confederación Derqui, mientras los liberales organizaban levantamientos en el interior. El más importante fue el de la provincia de San Juan, donde el gobernador, el coronel José Antonio Virasoro fue derrocado y asesinado en una rebelión liberal. 

En Buenos Aires se organizaron elecciones para hacer efectiva la unión de la provincia rebelde a la Nación. Pero como una forma de provocación fueron realizadas de acuerdo con la ley electoral porteña, y no por la ley nacional. Los diputados fueron rechazados en el Congreso, y los senadores se retiraron en solidaridad con ellos. Las autoridades porteñas contestaron declarando caduco el Pacto de la Unión de San José de Flores. El 17 de octubre de 1861 las fuerzas volvieron a colisionar en la batalla de Pavón. En esa ocasión Urquiza se retiró a pesar de contar con la victoria en el campo de batalla, dejando libre el camino para el ejército porteño y decidiendo así la derrota de la Confederación y su disolución. 

Urquiza vuelve a Entre Ríos

La burguesía porteña no hubiera podido quedar dueña del país de no enfrentar la política mediadora primero y luego claudicante de los terratenientes entrerrianos dirigidos por Urquiza. En muchas ocasiones Urquiza pudo aplastar militarmente a Buenos Aires, por ejemplo: después del 11 de septiembre y después de la II batalla de Cepeda en la que dejó huir a los restos del ejército mitrista. Terminado su mandato Urquiza permitió que su sucesor Derqui introdujera en el gabinete de la Confederación elementos del Partido Liberal porteño que desde adentro la minaron. 

La realidad es que Urquiza fue maniobrado y contramaniobrado por Mitre. El problema consistía en que Mitre estaba dispuesto a ir hasta las últimas consecuencias ya sea romper con el interior o aplastarlo militarmente. Urquiza no estaba dispuesto ni a romper con Buenos Aires, porque eso era malo para sus exportaciones, ni tampoco estaba dispuesto a ocupar Buenos Aires a cualquier costo porque eso también era malo para los negocios. Urquiza prefirió por su carácter de clase terrateniente seguir progresando como socio menor de la burguesía porteña motivo por el cual traicionó la causa del interior y se retiró en Pavón con la batalla ganada. 

La resistencia porteña se tornó demasiado costosa para los terratenientes entrerrianos, fue mucho más redituable realizar un acuerdo con la burguesía porteña y dejar al interior librado a su propia suerte. En definitiva “que los paisanos del interior hambreados por la competencia que entraba por el puerto de Buenos Aires fueran pasados a cuchillo por la oligarquía porteña para que no perjudicaran sus acuerdos con el capital extranjero era una cosa que no preocupaba demasiado a los terratenientes entrerrianos”. Sobre todo, cuando ellos podían ser socios menores de esos acuerdos. Alberdi, al analizar la actitud de Urquiza, dio la siguiente descripción: “¿Para qué ha dado Urquiza tres batallas? Caseros para ganar la presidencia, Cepeda para ganar una fortuna y Pavón para asegurarla” (10). El retiro de Urquiza dejó sin eje principal a la Confederación Argentina que había resistido a los manejos de la burguesía porteña. 

La burguesía porteña toma el poder nacional

Mitre obtiene la presidencia, mediante el fraude nacional y encara una guerra contra las mayorías disidentes del interior. Para esta lucha los porteños contaban con algunos núcleos oligárquicos de aliados liberales del interior. Las montoneras del interior resistían y esperaron a que Urquiza rompiera con los porteños. Cosa que nunca sucedió, es más, Urquiza fue uno de los máximos colaboradores en la infame guerra contra el Paraguay. Esta actitud no fue olvidada por los pueblos federales del interior y en 1870 fue ejecutado por la última montonera.

Mitre, dueño del poder nacional, a partir de su “elección” en 1862 como presidente, llevó adelante un supuesto proceso de pacificación nacional. “Una carnicería de hombres, en la que se perseguía como a perros rabiosos a todos los elementos que se consideró podían estorbar la política de Buenos Aires” (11). Este proceso se dio después de la disolución de la Confederación y sobre todo se relacionó con las provincias del noroeste. Las mismas eran el epicentro de la miseria del interior causada por la competencia de las mercancías que afluían desde el puerto de Buenos Aires y contra las cuales, abolidas las aduanas interiores, ya no existía ninguna defensa.  

El Paraguay, era refugio y referencia de los caudillos del interior desde el momento en que venía librando una lucha de más de cincuenta años contra el monopolio aduanero y portuario de Buenos Aires. Su territorio comprendía, fuera del actual, a lo que es hoy la provincia de Misiones, una buena parte del nordeste de Corrientes y una porción de Río Grande do Sul (suroeste brasileño). Poseía el monopolio natural de la yerba mate y del tabaco, dos productos de gran consumo y fuerte recaudación. La agricultura y ganadería colmaban sus necesidades y contaban con vías navegables y buenas maderas, base de tempranos astilleros. Funcionaba a partir de una economía de pequeños campesinos arrendatarios, con producción doméstica, artesanal y de pequeña manufactura. Este desarrollo le permitió al Paraguay obtener su primer ferrocarril y la producción de metal. El carácter fuertemente campesino de la sociedad paraguaya era una diferencia esencial con la provincia de Buenos Aires y el resto de la Argentina en donde dominaban los latifundios. 

Al mismo tiempo de este desarrollo independiente paraguayo, existía en la región una unión histórica entre la oligarquía porteña, la diplomacia británica y los esclavistas de Brasil a la hora de aplastar los alzamientos de los pueblos del interior de las Provincias Unidas y su periferia. Lo que Mitre proclamó, en el balcón de su casa, como una guerra de días -en 24 horas en los cuarteles, en 15 días en campaña, en tres meses en Asunción- duró cinco años y fue la tumba de más de 20.000 argentinos. También afectó la carrera del propio Mitre que perdió la capacidad de imponer un sucesor a la presidencia y pasó el resto de su larga vida como un opositor oligarca. 

La guerra significó el mayor genocidio de la historia latinoamericana, luego de la masacre de los pueblos indígenas. “La enorme resistencia del pueblo guaraní, a pesar de la gran superioridad armamentística de los ejércitos invasores, se produjo a partir de un ejército de pequeños campesinos que libraba una guerra patriótica con la conciencia de que en la guerra se jugaba su suerte como clase asentada en la posesión o arriendo de la tierra”. (https://prensaobrera.com/cultura/hace-150-anos-la-guerra-del-paraguay-esclavistas-y-oligarcas-se-lanzan-contra-la-nacion-guarani) Luchaban, además, contra regimientos de esclavos brasileños y gauchos argentinos, enrolados a punta de pistola.

Al concluir, la guerra había anulado la experiencia de capitalismo agrario más importante de la región, la oligarquía porteña podía declarar consolidado el Estado nacional bajo su dirección y las finanzas británicas vivían su mayor jolgorio con las deudas de la guerra. Sobre el mar de sangre que supuso “el crimen de la guerra” (Alberdi), la oligarquía -comerciantes y estancieros porteños y bonaerenses- selló el destino semicolonial de toda la región.

El desarrollo de los ferrocarriles terminó con las montoneras que no habían sido exterminadas por Mitre y Sarmiento. Ahora los caudillos podían ellos también participar del negocio exportador. Las diferencias entre el interior y Buenos Aires tendieron a desaparecer, se conformó la burguesía nacional a imagen y semejanza de la porteña. La invención de los congeladores y el boom de la lana empujaron al Estado argentino hacia la Patagonia para ampliar los territorios del latifundio. Los originarios de esa región como las montoneras y el Paraguay fueron masacrados. Pero esa burguesía creaba por esos años a la clase que la podía y la puede sepultar de forma definitiva, a diferencia de las montoneras y los malones indígenas. 

Con la llegada de las primeras oleadas migratorias al puerto porteño comenzaba a constituirse la clase obrera Argentina. En 1857 se creó en Buenos Aires la primera organización obrera del país, la Sociedad Tipográfica Bonaerense.  En la década de 1870 algunos franceses que se exiliaron tras la derrota de la Comuna de París (1871) desembarcaron en Argentina y realizaron actividades en el marco de la I Internacional. En 1880 cuando en Alemania el canciller Otto von Bismarck promulgó leyes antisocialistas provocó la llegada a la Argentina de un centenar de alemanes exiliados, que fueron los responsables de conformar las primeras organizaciones obreras socialistas. Los anarquistas se hicieron fuertes con la inmigración italiana y a partir de la llegada al país del dirigente Malatesta en 1885. En 1890 los obreros argentinos participaron de la conformación del primer Primero de Mayo para honrar a los mártires de Chicago y por sus propias reivindicaciones. Argentina asistió al centenario en un cuadro de enormes luchas obrera insurreccionales.

Citas:  1) Palacio, E. Historia de la Argentina, las consecuencias de la derrota.
2) Ibidem.
3) Peña, M. (2012). Historia del pueblo argentino. Buenos Aires: Emecé.
4) Ibidem.
5) Idem 1.
6) Milcíades Peña, el 11 de septiembre de 1852.
7) Palacio, E. Historia de la Argentina, segregación y constitución.
8) Ibidem.
9) Idem 6.
10) Ibidem.
11) Vera y Gonzales volumen II, 156.

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