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Del evangelio según Juan Grabois: la contención como estrategia

A propósito de “Los Peores: vagos, chorros, ocupas y violentos”

“El socialismo burgués elabora en un sistema más o menos completo esta representación consolidada. Cuando invita al proletariado a realizar su sistema y a entrar en la nueva Jerusalén, 
no hace otra cosa, en el fondo, que inducir a continuar en la sociedad actual, pero despojándose de la concepción odiosa que se ha formado de ella”

            (Marx, Karl y Engels, Friedrich, “Manifiesto del Partido Comunista”)

Introducción 

El libro de Juan Grabois “Los peores: vagos, chorros, ocupas y violentos”, presentado este año, pretende ser un alegato en defensa de los sectores más populares de nuestro país que suelen ser caracterizados con los adjetivos que son parte del título.

El lanzamiento tuvo una amplia difusión que contó además con el apoyo de innumerables personalidades, con presentaciones como la de la ciudad de La Plata que contó con la presencia del gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof. Por otra parte, el lanzamiento tuvo un carácter internacional ya que fue presentado en Roma, con la presencia de un ex premier italiano. La presencia de estas figuras no es casual ya que, si hay algo que de manera transversal recorre las páginas de “Los peores”, es la impronta peronista y católica.

El marco teórico, el marco clerical


En principio, Grabois relata determinados hechos en que los sectores populares son perseguidos, estigmatizados y discriminados. La mayoría de estas narraciones lo tienen de protagonista a él mismo en forma directa o en forma indirecta, en tanto dirigente de la MTE-CTEP-UTEP.

En estos relatos puede rastrearse una esencia cristiana-católica, presentándose Grabois como un “buen samaritano” capaz de darlo todo. Luego del sacrificio sigue la “reflexión” y, por qué no, la “culpa” (otra característica de la cristiandad). Tanto es así que incluso cita a Bergoglio “Sobre la acusación de uno mismo”, y concluye: “¡Cuántas veces necesitamos imaginar una conspiración en nuestra contra para explicar nuestros propios errores, claudicaciones e incapacidades!” (pág 28). La “reflexión”, la “culpa” y la “autocrítica” subrayan en el autor una ética judeo-cristiana a la que recurre en más de una ocasión, y a la utilización de metáforas religiosas en las que él mismo es colocado como el mítico David que enfrenta a Goliat. Sin embargo, hay una clara diferencia: mientras que el David bíblico logra vencer a su oponente, el dirigente del Frente Patria Grande, propone una convivencia, en donde ambos puedan ser parte de la misma sociedad. Es que en definitiva todos somos hijos de Dios. (Tampoco falta la serpiente como símbolo del mal expresando el carácter corrosivo y peligroso del neoliberalismo).

Por último, se aprecia en el libro otra característica que da cuenta de la visión clerical del dirigente popular: la importancia superlativa que se le da a la acción y voluntad de “contener”. Grabois aclara que la contención no es su intención: “No estamos para contenerlos y que el resto siga con su vida” (pág. 141), sin embargo, se esmera en señalar que su propuesta no plantea una salida del régimen económico y político, no está en sus planteos la superación de las relaciones de producción y por ello se encarga de reafirmar que sus ataques se dirigen a la sociedad del neoliberalismo, dejando ver que otro capitalismo es posible. No es más que lo que Gabriel Solano denominó en su último libro como la “Teoría de los dos modelos”.

El carácter contenedor de la religión ya fue señalado hace más de un siglo y medio por los padres del materialismo histórico. Engels, en “Del socialismo utópico al socialismo científico” afirmaba sobre el uso reaccionario-contenedor de la religión: “Los burgueses franceses se negaban a comer carne los viernes y los burgueses alemanes se aguantan, sudando en sus reclinatorios, interminables sermones protestantes. Habían llegado con su materialismo a una situación embarazosa. (Hay que conservar la religión para el pueblo): era el último y único recurso para salvar la sociedad de su ruina total (…). Había llegado, pues, el momento en que el burgués británico podría reírse, a su vez, de ellos y gritarles: “ah, necios, eso ya podía habérselo dicho yo hace doscientos años”.

La contención negada por Juan es la que liga con el peronismo en la propuesta de Grabois. Ya que él mismo se encarga de realizar una actualización constante del discurso de Perón en la Bolsa de Comercio en 1944 (donde plantea a los capitalistas la necesidad de otorgar algunas pequeñas concesiones a los reclamos obreros para mantener vigente el sistema capitalista de explotación). En el prólogo del libro señala que su plan “Techo, Tierra, Trabajo, Educación, Ambiente” solo costaría un 3 % del PBI el primer año y 1,5 % de los subsiguientes, a cambio de el “reaseguro de que, además de la extinción de “los peores”, cualquier rebrote tendría serias dificultades para reanudar la actividad piqueteando en la Avenida 9 de Julio o en las inmediaciones de la Plaza de Mayo (…)” (pág. 15 y 16).  

Grabois está proponiendo a los sectores capitalistas, los mismos que reprimen, estigmatizan y criminalizan la pobreza, repartir sólo un poco de la torta, al igual que lo hizo Perón hace más de 70 años, para garantizar mantener a los sectores populares bajo la manta protectora del Estado que no tiene como fin la eliminación de las diferencias económicas y sociales sino la contención para garantizar lo que el establishment burgués llama gobernabilidad. 

Recortar, pegar, omitir y hacer historia

Un punto, que se revela en forma transversal en el libro, es que Grabois, al igual que el peronismo, sufre de una memoria selectiva a la hora de contar la historia. Pasa de una etapa a otra sin reparo, contando y omitiendo los sucesos y acontecimientos que embarran su relato. 

Cuando Grabois cuenta la historia de Argentina, pega saltos y sobresaltos, realiza comparaciones, que como mínimo son de dudosa procedencia y sobre todo, omite el protagonismo de determinados personajes en procesos que caracteriza como confiscatorios y que llevaron a la conformación y acumulación de la burguesía argentina. 

Grabois realiza una comparación entre los gauchos de ayer y el trabajador informal de hoy. Más allá de que ambos son explotados, parece forzado, por las características de cada uno en el sector productivo y también porque las características estructurales del Estado argentino son diferentes. Sin embargo, a Grabois le basta con que tanto unos como otros hayan sido y sean acusados de “vagos”. El autor va narrando cómo se fue formando la clase terrateniente en Argentina, primero a través de la Ley de Enfiteusis y posteriormente con la “Conquista del desierto”. En el recorrido histórico de reconstrucción pasa por alto la “Campaña del desierto” emprendida por Rosas, a quien nombra junto a las familias que conformaron la burguesía argentina, pero aparece

como Rozas, como se escribió originalmente el apellido (pág. 219). Tal vez pueda pasar por alto la forma de escribir un apellido, pero una campaña de conquista y exterminio es más difícil de ser omitida: parecería que Juan quiere ocultar que en el “pecado original” también están presentes las raíces de la llamada “política nacional y popular”, como sucederá con el kirchnerismo. O quizás su omisión sea una forma de complacerse con el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, gran admirador de Rosas. No olvidemos que éste es responsable de reprimir y desalojar en Guernica a “los peores”, circunstancia frente a la cual Grabois no se pronunció en defensa de los desalojados.

Un periodo histórico que se aborda en el libro en forma relevante es el de los 70, 90 y la presidencia de Macri (quedan fuera los del kirchnerismo). Este recorte pretende dar cuenta de la instauración de las políticas económicas neoliberales. El recorte parece arbitrario por muchos motivos: omite los intentos de políticas liberales llevadas adelante antes de los 70 (Alsogaray y su Ministerio de Economía bajo el gobierno de Frondizi, caracterizado por sus políticas de ajuste y de represión, Krieguer Vasena bajo la dictadura de Onganía, etc.).

De igual manera, salta los 80 y por ello entiende al gobierno de Alfonsín y sus intentos privatistas, que no prosperaron, no por un carácter ideológico, sino por la impotencia política del gobierno y la resistencia obrera y popular. Recién con el arribo de un gobierno peronista, el de Carlos Menem, la CGT y la burocracia sindical se empeñaron para acompañar y transar la llegada a pleno del “neoliberalismo” privatizante. 

Grabois acierta cuando menciona que las políticas neoliberales provocaron el aumento de la desocupación y en forma indirecta y no deseada por el gobierno peronista y neoliberal, el surgimiento del movimiento piquetero que tuvo sus primeras expresiones en Mosconi, Tartagal y Cutral Có (pág 156, 157 y 158). Grabois omite decir que esos pueblos en parte fueron afectados por la privatización de YPF y evita señalar la participación activa de Néstor Kirchner en dicho proceso y cómo éste se benefició apropiándose de los recursos naturales…

¿El Estado impotente o el Estado burgués?

Estos saltos, idas, vueltas y omisiones le permiten a Grabois poder construir un relato en abstracto del neoliberalismo. Es por eso que caracterizará al Estado argentino, no como un “Estado burgués” sino como un “Estado impotente”: “(…) impotencia derivada, entre otras cosas, de un personal político desmoralizado, desmotivado y privado de vocación y compromiso”(pág. 149). En principio parece que estamos frente a los debates que tuvieron lugar en los 90 y que se extendieron hasta la primera década del siglo XXI referidos al “corrimiento del Estado”, “Estado ausente”, etc. Pero en realidad el Estado, tanto en los 90 como hoy, es el que ejecuta las políticas económicas y sociales que desde hace tres décadas son planes de ajuste que pulverizan los salarios de los trabajadores. De conjunto esto nos muestra que no se trata de un “Estado impotente” sino de un “Estado activo” y presente para llevar adelante las políticas dictadas, tanto ayer como hoy, por el FMI y el gran capital. Que el papel activo del Estado no sea el que Juan pretende no quiere decir, bajo ningún punto de vista, que sea impotente y mucho menos ausente. En segundo lugar, la caracterización del “Estado impotente” nos invita a pensar al Estado como un ente “neutral” que no estaría dirigido y conducido por una clase social. Esto diferencia la caracterización de Grabois sobre el Estado de la realizada por Gabriel Solano en su último libro “¿Por qué fracasó la democracia?: radiografía del saqueo capitalista de la argentina en los últimos 40 años”. En su libro Solano hace eje en que la democracia ha fracasado debido a que es una democracia capitalista: la estructura económica montada bajo la dictadura no se ha modificado, sosteniéndose aún 40 años después leyes dictadas por Martínez de Hoz (ley de entidades financieras, etc.).

A la hora de hablar de los sindicatos Grabois comete el mismo error que al analizar las supuestas características del Estado. En principio sostiene que los sindicatos fueron “las organizaciones libres del pueblo que históricamente habían organizado a la comunidad resolviendo la dignidad del trabajo y el acceso a la vivienda, gestionando créditos o planes específicos; todos eso comenzó su agonía con la dictadura y estalló en la década de los 90” (pág. 156). Parece entonces que la burocratización de los sindicatos tiene sus orígenes en los 70 y no antes. Tal vez Grabois no haya oído hablar de Vandor. El autor cuenta que solicitó el ingreso de las organizaciones de la Economía Popular a la CGT; “hemos solicitado nuestra incorporación a la Confederación General del Trabajo y estamos a la espera de una respuesta por parte de las nuevas autoridades”(pág 193). Por supuesto no hay ninguna denuncia del rol contenedor que juega la burocracia sindical cegetista que deja pasar la caída de salarios y conquistas y se entrelaza con gobiernos y cámaras patronales. Tampoco respondió a su pedido la CTA, que también se ha adaptado casi por completo a las “políticas sindicales” de la CGT, mirando para otro lado ante el derrumbe de los salarios en vez de potenciar la lucha de la Unión Piquetera o las huelgas de los trabajadores del SUTNA.

La burocratización de los sindicatos no comenzó en los 70 y 90, sino más bien con la incorporación y la cooptación que hizo Perón en su primer gobierno, hecho que Grabois reivindica. También reivindica que Néstor y Cristina “convocaran” a las organizaciones de DDHH, a ser cooptadas. Juan reivindica lo que escribe con la mano y borra con el codo, la cooptación de las organizaciones populares por el aparato estatal del “Estado burgués”, es decir, la contención y la desmovilización popular. Por último, Juan luego de reivindicar que el Estado cobije a las organizaciones populares y sindicatos, para borrar su identidad de clase, se queja de que el “Estado impotente” debería ir en busca de “superar las concepciones estado-centristas burocráticas y avancen en mecanismos eficaces y eficientes destinados a transformar la vida de la gente(…)” (pág. 184). 

Economía popular y la convivencia con la serpiente

En los tiempos modernos o posmodernos la economía, dirá Juan, ya no es lo que era. La “serpiente (neoliberalismo) que muerde la cruz” parece que llegó para quedarse. Grabois acierta cuando sostiene que a partir de los 70 comienza a caer el trabajo registrado: la irrupción del neoliberalismo y el desarrollo tecnológico fomentan la concentración de las ganancias (pág. 64). El autor cree, también acertadamente, que la vuelta al “Estado de bienestar”, como sueñan algunos kirchneristas, es imposible. Juan acierta en el diagnóstico, pero no en las causas. Para Grabois es imposible esa vuelta al bienestar, no por la crisis sistémica que desde el 2008 se desenvuelve a escala global, sino que para Juan estamos aproximándonos a un “mundo que defensores y detractores del capitalismo han denominado como “la era del fin del trabajo” (pág 162). Grabois no analiza la crisis por izquierda sino que compra la explicación por derecha, donde se busca desligar al capitalismo de sus crisis y aparece la tecnología en abstracto como la causante de la desocupación, (ya a esta altura parece obvio recordar que ya hace mucho tiempo Marx y Engels veían al desarrollo tecnológico, no como el principio del fin del trabajo, sino como la posibilidad de liberarnos de su yugo explotador para disfrutar plenamente de la vida). 

La imposibilidad de observar la tecnología como avance para la liberación de la humanidad, como también la caracterización del Estado como “impotente”, se relaciona con que Grabois no consigue pensar en la posibilidad de reorganizar la sociedad bajo otras relaciones de producción.

Grabois justifica su caracterización al señalar que estamos en un capitalismo donde “El modelo de pleno empleo está muerto” (pág. 84), citando datos del desarrollo del empleo, tanto estatal como privado, que demostrarían cómo ninguno de los dos sectores económicos llega a cubrir la cantidad de puestos de trabajo necesarios. Siguiendo este análisis, la economía popular gana protagonismo para el autor, ya que viene a cubrir gran parte de la demanda laboral que no es cubierta ni por el Estado, ni por el sector privado. Grabois acierta al desenmascarar la estigmatización de “vagos” y “planeros” que recae sobre los sectores populares y enuncia los diferentes subsidios que recibe la clase media preguntando si entonces serían también “planeros”. Pero coloca lo fundamental en demostrar que la mayoría de los beneficiarios de un “plan social” realiza diferentes tareas para subsistir, ya sea en la economía popular “dispersa” u “organizada”. Grabois define como la “batalla laboral” del Siglo XXI, “el salario universal para la economía popular dispersa y el salario social complementario para la economía popular organizada”. Como podemos apreciar Juan propone la convivencia de los tres sectores laborales: estatal, privado y de economía popular. Su propuesta no va en dirección a superar la explotación laboral de la clase trabajadora, sino que apunta a que ésta se pueda conformar con lo mínimo indispensable, contrariamente a lo que sostiene cuando señala “que lo importante para un militante popular es dividir a los opresores de los oprimidos, a los humildes de los satisfechos, a los pobres y desvalidos de los ricos y prepotentes…y siempre estar del mismo lado”(pág. 197). Grabois nos invita a convivir, en la misma sociedad donde el opresor siga satisfecho y prepotente y los oprimidos (un poco menos) pobres y desvalidos.

Las propuestas 

Una de las propuestas más acertadas que se pueden apreciar en el programa de Juan Grabois es la que se refiere a la legalización de las drogas y la inserción de las personas que han sido prohibidas de su libertad. Grabois está en contra de la “legalización” de las drogas, sin caer en su criminalización. En este aspecto se destaca el concepto elaborado por los compañeros de Grabois, “problemas de consumo”, que busca reemplazar términos estigmatizantes tales como “adicciones” o “consumos problemáticos” (pág. 109). “La droga en las barriadas populares es un arma de destrucción masiva, es parte de un plan de exterminio” (pág. 110) y tanto para recuperar a los pibes del consumo como en el trabajo con quienes han estado en prisión, Grabois enumera las ventajas del trabajo social en las barriadas, la conformación de las cooperativas, etc. La pregunta que queda flotando pero que nunca se enuncia es ¿por qué el “Estado impotente” -para Juan- no interviene creando y promoviendo dichos trabajos barriales? La respuesta una vez más no hay que buscarla en la supuesta impotencia, sino en el carácter burgués del Estado, que responde a un elemento de clase, por eso no solo no se ocupa del trabajo en las barriadas más pobres, sino que es parte de la estigmatización, persecución y criminalización de “los peores”. 

Además de la propuesta ya abordada en el apartado sobre economía popular, Grabois trata el tema de la vivienda y la reforma agraria. En ambos casos el dirigente del Frente Patria Grande adhiere a lo que denomina “tomas legales” (pág. 202) lo que implica “la compra estatal de grandes macizos privados de tierras (…)” (pág. 201) para así poder trazar nuevos barrios con viviendas populares, que puedan cubrir el déficit habitacional que llega casi a los 2 millones. Tanto en el caso de las viviendas, como en el de la reforma agraria que reivindica Grabois, no pone nunca en cuestión la expropiación de las tierras de la burguesía. Por eso cuando trata el tema del “Proyecto Artiga” se encarga siempre de rescatar la legalidad que tenían la acción que se llevaba adelante sobre los territorios de los Etchevehere: “El juez, entonces, rechazó el desalojo. Tan equivocados no estábamos” (pág. 216). Presiones mediante el gobierno nacional cedió, cuenta Grabois, y finalmente otro fallo ordenó el desalojo,Los integrantes del Proyecto Artiga tenían la decisión desde el principio: no los iban a sacar de guapos los pistoleros de Etchevehere, aunque con una orden judicial se retiraron pacíficamente” (pág. 217). Es decir, que no les teme a los pistoleros ni a la posibilidad de un enfrentamiento, aunque las relaciones de fuerzas sean adversas, pero, aunque el reclamo sea correcto, respeta la “legalidad” del Estado. 

En materia medio ambiental la propuesta de Grabois, apuesta a “Garantizar la prohibición de desmontes, de megaminería, la destrucción de humedales (…)” (pág. 15) entre otras. En cuanto a la economía extractivista, Juan es tajante cuando sostiene que “el oro negro no trae desarrollo ni siquiera para sus trabajadores” (pág. 246) y en otro pasaje agrega: “En Vaca Muerta, la joya de la abuela, donde están las principales reservas de gas de esquisto, vamos a construir un ferrocarril para llevar arena desde Entre Ríos. Arenas para inyectar a la tierra y que salga gas para seguir alimentando la maquinaria del cambio climático” (pág. 245). Como sostiene Grabois, el extractivismo capitalista no genera estabilidad laboral y destruye el medio ambiente.

Sabe bien el dirigente social y político que dentro del mismo Frente de Todos se encuentran quienes abogan por esta actividad económica“personas con una visión humanista, nacional y popular, que siguen viendo en el desarrollo humano y la explotación salvaje de la naturaleza dos caras de la misma moneda”(pág. 245). Pero esta crítica, al mismo frente que su espacio integra, no llega a denunciar los acuerdos secretos con Chevron, bajo el gobierno de Cristina Fernández y con la conducción económica del siempre “bien intencionado” Axel Kicillof. Si parece tajante con el extractivismo, Grabois lo es más aún con la Ley de humedales, “Ley de Humedales ya”. “Más vale que haya alguna intención del Frente de Todos de militar y tratar la ley” (pág. 247). Parece que dentro del Frente de Todos no tomaron nota de la advertencia de Juan, quien todavía debe seguir esperando, puesto que el único frente que se movilizó por la Ley de humedales fue el Frente de Izquierda.

En cuanto a la organización política Grabois propone tres elementos: unidad latinoamericana, participación popular y planificación para el desarrollo humano integral. En cuanto a la unidad latinoamericana, solo menciona la articulación entre diferentes gobiernos de países latinoamericanos, caracterizados todos ellos por ser los ejecutores de los planes de ajuste fondomonetarista en marcha (Lula de Brasil, Boric de Chile, etc.). Nada dice sobre las bases de qué condiciones se daría tal unidad y tampoco se elabora propuesta alguna. En cuanto al segundo punto, participación popular, Grabois cuenta la historia de diferentes referentes sociales, que se han convertido en legisladores (pág. 266 y 267), (¿cooptados por los partidos capitalistas?) y aunque la realidad nos siga marcando que ese poder legislativo es parte fundamental de lo que Juan denomina “Estado impotente”. En cuanto al Plan integral de Desarrollo Humano, Grabois plantea, “sembrar en el seno del pueblo conciencia y valores humanos de los que a su vez se va nutriendo: crear organizaciones, unidad y movilización popular sin la que el Estado es impotente: producir conocimiento, ciencia, técnica, tecnología y arte pensados para mejorar la vida de todos y combatir la cultura dominante y las injusticias sociales (…)” (pág. 268). Respecto a lo dicho, el lector se preguntará, ¿puede producirse todo esto sin la lucha de los sectores populares contra sus opresores? ¿Cuándo los sectores populares tendrán los recursos para enfrentar la cultura dominante dueños de los medios de producción culturales?

Conclusiones

Grabois “quiere cambiar el mundo, sin tomar el poder” y se nota. Sus propuestas están llenas de buenas intenciones, pero en si no termina de explicar de qué modo se podrían concretar. No es casual que abunden los “que” pero que le falten los “cómo” puesto que todo lo plantea en un plano abstracto, desde la frase con la que comenzamos estas conclusiones, hasta la caracterización del Estado como “impotente”, pasando por una reforma agraria sin expropiación. 

Realiza una denuncia contra los poderosos que no propone disputar el poder sino la convivencia desde las márgenes. En este sentido, no es casual, que en sus más de 250 páginas Grabois no haya elaborado una sola propuesta para los trabajadores asalariados, ni haya planteado nada referido a aumentos salariales, ni al reparto de horas de trabajo contra la desocupación. Por otra parte, vocifera contra el neoliberalismo pero no tiene como meta el fin de la tercerización y la flexibilización laborales, es decir, no menciona la posibilidad de terminar con el trabajo en negro. Paradójicamente, la precarización de los asalariados refuerza el sujeto social de la Economía Popular, por eso en su horizonte no está la lucha por el trabajo genuino. 

Tampoco es casual que proteste enfáticamente contra el extractivismo y contra los poderosos estancieros pero no proponga la nacionalización del comercio exterior y terminar definitivamente con la especulación de “los mejores”. Denuncia la fuga de capitales y los pactos con el FMI, pero otra vez no sienta posición ni plantea romper con los organismos imperialistas internacionales. 

Grabois quiere transformar el “Estado impotente” en un “Estado activo” y planificador, pero no desarrolla dónde obtendrá los recursos el “Estado activo” para planificar ni cuál sería el ahorro nacional para transformar la realidad. Así Grabois quiere terminar planificando una pobreza ordenada (y resignada) y por eso su posición es de contención. Lo son sus propuestas y lo es su candidatura presidencial, que no tiene como fin disputar la hegemonía al interior del Frente de Todos sino que, por el contrario, busca evitar la fuga de votos hacia la izquierda.

Si verdaderamente Juan está a favor del poder popular, defendiendo la participación y la toma de decisiones de los trabajadores de las cooperativas, debería luchar por el control obrero de la producción, para que la producción esté en manos de los trabajadores. Debería plantear la ruptura con los organismos financieros imperialistas, el no pago de la deuda externa (no su renegociación), la nacionalización del comercio exterior, la nacionalización de la banca y, de esa manera, la conformación de un ahorro nacional, que permita al Estado dirigido por “los peores” la planificación de programas de vivienda y obras públicas, que generen el crecimiento de la demanda laboral y que pueda dirigir la producción según la necesidad de “los peores” y no al servicio de “los mejores”. De esa manera se podrían establecer medidas que apuntaran al cuidado sostenible -y no según las necesidades del mercado- del medio ambiente. 

En definitiva de lo que se trata no es de transformar al “Estado impotente” en un “Estado activo”, sino de transformar el “Estado burgués” en un “Estado obrero”. 


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