A 100 años del fallido “Octubre Alemán” (segunda parte)

El terrible año 23: inflación, invasión y derrota obrera. Las responsabilidades del KPD, la Internacional y el estalinismo.

Un verdadero terremoto social aconteció en Alemania en 1923. La profunda crisis económica adoptó nuevas formas y una dimensión inaudita, desplomándose la economía capitalista más desarrollada de Europa en aquel momento. Francia ocupó la cuenca del Ruhr, justificando su intromisión militar en el estado renano a partir de la morosidad alemana en el pago de ciertos montos que habían sido fijados unilateralmente en el tratado de Versalles en 1919. La guerra mundial había demostrado que la rapiña interimperialista no iba a tener contemplaciones ni límites. La ocupación auguraba nuevas guerras y, en el peor de los casos para la burguesía, nuevos estallidos sociales. Muy poco le importó a Francia embarcarse sólo en esta nueva aventura militar e hizo caso omiso al rechazo británico y norteamericano. La ocupación de la cuenca del Ruhr, si bien es leída como parte de la ofensiva que la burguesía despliega contra la clase obrera a nivel continental, resulta de igual modo contradictoria. La posibilidad de una nueva coalición internacional que ponga en jaque a la Rusia soviética está presente para los comunistas, pero parece que la invasión trajo consigo una nueva convulsión en territorio alemán, desestabilización que puede resultar peligrosa para la propia Francia. De ahí vino el repudio del resto de las potencias aliadas. 

El gobierno alemán de Wilhelm Cuno impulsó la “resistencia pasiva” al intervencionismo de Pointcaré en el Reichstag, política que será acompañada por el SPD y que despertará la furia de la ultraderecha nacionalista. Los comunistas alemanes denuncian la ocupación y al mismo tiempo plantean que la clase obrera debe hacer frente a ambos enemigos. Del otro lado de la frontera, el Partido Comunista Francés impulsa una agitación contra la intervención de su gobierno que terminará fracasando. El KPD se divide internamente sobre este asunto. Mientras Brandler busca evitar los errores del pasado e incita a una política de frente único en el Ruhr, la izquierda del partido lo denuncia por ser “amigo de la democracia”, proponiendo una lucha por la inmediata toma del poder y el impulso de medidas de acción directa. Por intermediación de Zinoviev, el Ejecutivo de la Internacional Comunista, IC media en este debate, interviniendo otros miembros del partido ruso como Trotsky, Bujarin y Radek. Si bien señalan los defectos de la posición izquierdista, los rusos aconsejan a Brandler y compañía que no se aproximen a definiciones oportunistas, es decir interpretaciones muy amplias del frente único y evitar así dar lugar a la desconfianza de los sectores ultraizquierdistas. En todo momento el Ejecutivo quiere evitar escisiones, siendo consciente de que el último congreso de Leipzig profundizó las diferencias entre ambas líneas del partido.

En cualquier caso, la política de frente único desplegada por el KPD se impone por sí sola a partir de las penurias compartidas por el conjunto de la clase obrera, que abruptamente comienza a tomar la calle. El dólar entre abril de 1922 y diciembre pasó de valer 1.000 a 6.000 marcos, mientras que entre el 4 de enero de 2023 y el 15 del mismo mes pasó de valer 8.000 a 56.000 marcos. Para julio un dólar valía 200.000, el 7 de septiembre 60.000.000 y para el 20 del mismo mes 325.000.000 de marcos. Es decir, la moneda alemana no vale nada y la hiperinflación hace que el salario de los obreros pierda frente al precio de las mercancías de primera necesidad entre un 50 y un 90% en tan sólo un año. Lógicamente, la recesión económica hace que el desempleo crezca, volviéndose aún más caótico el cuadro económico y social. 

Cae el gobierno de Cuno: de las vacilaciones al paso a la acción 

Desde 1922 el KPD nota una importante mejoría en sus lugares conquistados en el movimiento obrero. Tras el fracaso y el sentido golpe en sus filas producto de la derrota de marzo de 1921, la política de unificar a los trabajadores bajo reivindicaciones económicas y políticas mínimas le permitió a los comunistas vincularse con las masas obreras. Al mismo tiempo un sector de la izquierda socialdemócrata tendió puentes con el KPD. 

La crisis capitalista alemana, agravada por las presiones de la ocupación francesa, revitalizó el surgimiento de consejos obreros en todo el país, del mismo modo crecieron los comités de control obrero de los precios tanto de los alquileres como de distintas mercancías. La amenaza fascista está en boca de todos los obreros y la organización miliciana, en sintonía, crece frente al progreso de las fuerzas nacionalistas ultraderechistas, entre ellas el nazismo de Hitler. 

El gobierno de Cuno es apuntado en todo el país como el responsable de la debacle económica y por las negociaciones con Francia para explotar de forma común las minas de carbón y de minerales. Mientras la derecha se levantaba en nombre de una política nacional y de una represión más austera, los obreros iniciaban un fuerte movimiento huelguístico en todo el país, desde Dresde a Leipzig, pasando por Berlín y Hamburgo, incluso llegando a librarse importantes huelgas campesinas. El KPD comienza a verificar este ascenso y se interesa por la fuerza que pueda dirigir la acción de las masas, es así que surge la convocatoria de una movilización antifascista en todo el país. 

La derecha fascista nutrió sus filas de sectores pequeño burgueses arruinados por la crisis y en algunos casos por sectores obreros. El discurso apuntaba contra los sindicatos y los socialistas como responsables por las penurias y la debacle de sus vidas. Radek se mostró preocupado por su ascenso y, entendiendo que los comunistas deben desplegar consignas que involucren al conjunto de la nación y a estas clases arruinadas, planteaba que los comunistas deben ganarlas en el terreno programático de la clase obrera. Mientras tanto, los enfrentamientos callejeros con los obreros son corrientes, por lo que más allá de la justa, pero un tanto formal, búsqueda por convencer o al menos neutralizar y separar a estas bases desclasadas, el partido debe llamar a su urgente enfrentamiento. 

El KPD se maneja con cierta mesura, condicionado por su pasado, e impulsa para el 29 de julio la “jornada antifascista” que permitirá medir fuerzas al partido. La respuesta del gobierno burgués es contundente, se prohíbe la acción impulsada por los comunistas, que en su convocatoria había tenido buena recepción en el resto del movimiento obrero. Tras la prohibición gubernamental, Brandler decide impulsar la acción sólo donde existan condiciones de hacerlo, ya sea donde no pueda ser privado por los gobiernos locales (Sajonia y Turingia) o a partir de una relación de fuerzas favorable del KPD. Ruth Fischer plantea hacer la acción de igual modo en Berlín, donde las fuerzas comunistas son desfavorables y rige la férrea prohibición del gobierno central. Brandler acude al Ejecutivo de la IC para terciar en esta disputa interna. Las opiniones son divididas: Trotsky no tiene opinión formada por falta de información, mientras que Zinoviev y Bujarin plantean violar la prohibición. Stalin asegura que no es recomendable. Radek, analiza las opiniones, y resuelve en nombre de la IC que no es aconsejable participar en estas movilizaciones, siendo presumiblemente una trampa para dar rienda a una ofensiva del gobierno, sus tropas y el propio fascismo. Brandler propone hacer numerosas reuniones en lugar de las manifestaciones. Mientras la izquierda plantea una “nueva capitulación” de la dirección del partido, Meyer y Brandler defienden haber evitado una provocación.

En cualquier caso, la ola huelguística y de ascenso obrero parece no haber sido registrada con justeza por el KPD. No sucede lo mismo con la propia burguesía que, atenta a la nueva situación, exige en el Reichstag un voto de confianza hacia el propio Cuno. El SPD se abstiene y el KPD vota en contra. Como planteará Trotsky en los balances posteriores, la dirección parece estar adormecida en la rutina de agitación de sus dos consignas centrales: el frente único obrero y el gobierno obrero. Sin embargo, son tales las condiciones prerrevolucionarias que se elevan en Alemania que son los comunistas quienes inician el 10 de agosto una huelga en Berlín exigiendo la caída de Cuno al mismo tiempo que la formación de un gobierno obrero. Ante un SPD que llama a la calma, que apoya una compensación económica mínima del gobierno y que busca por todos los medios evitar que los sindicatos sean arrastrados a la huelga, es lógico que la iniciativa esté en manos de los comunistas.

El movimiento crece, a la par de los comités de fábrica, exigiendo la caída del gobierno. Finalmente Wilhelm Cuno dimite, formando el presidente Ebert un gobierno de coalición entre la burguesía y el SPD, que pone a Stresemann como canciller. La mayoría del CC comunista plantea levantar la huelga al considerar imposible la lucha por un gobierno obrero, mientras que Fischer y la izquierda plantean la necesidad de continuarla. En cualquier caso, el KPD parece haber comprendido que la situación cambió, que nuevamente se podría hablar de una revolución en ciernes en Alemania, el desastre económico alemán y la avaricia francesa habían creado nuevamente condiciones que la clase obrera no podía desaprovechar. Eran nuevamente tiempos de lucha por la conquista del poder. 

 La derrota de octubre y el cierre de una etapa

La caída del gobierno fue un llamado de atención tanto para los alemanes como para los comunistas rusos y europeos. Zinoviev y Trotsky interrumpen sus vacaciones, mientras que Lenin continúa postrado e inhabilitado para siempre. El Politburó se reúne el 23 de agosto y, más allá de las reservas de Stalin, existe un acuerdo general en que no se pueden postergar las acciones insurreccionales. El Ejecutivo convoca a las dos alas del KPD a fin de aminorar las tensiones internas y contribuir a una línea común: evitar las provocaciones y definir los términos de la insurrección de la manera más eficaz posible. El sector de Brandler parece preocuparse en demasía por las posibles provocaciones, mientras que la ultraizquierda de Fischer las desestima completamente, como parte de su rechazo general a evaluar la relación de fuerzas e inferir astucia táctica. A unos el pasado parece condenarlos hasta el fin de sus días, otros ignoran cualquier lección del pasado reciente. 

La Internacional y en particular el partido ruso tendrán, en su palabra y acción, un lugar decisivo. Varios dirigentes del KPD están reunidos en Moscú, entablando un debate entre sí que, a juzgar por el propio informe dirigido a la central alemana, significó el acuerdo entre los rusos, la dirección y la oposición. Si bien no hay una posición homogénea, las discusiones no parecen hacer descarrilar los objetivos generales. Entre ellas está la discusión que Zinoviev plantea: el poder debe ser conquistado por organismos de tipo soviético, mientras que Trotsky resalta que ese lugar lo cumplirán los consejos obreros. Zinoviev acuerda con Trotsky en la necesidad de poner fecha a la insurrección, sugieren que sea el 7 de noviembre en el sexto aniversario de la revolución rusa, pero tanto Brandler como Radek se oponen.

Más allá del cruce entre Trotsky y Brandler que se expresará en el artículo del ex jefe del Ejército Rojo “¿Es posible fijar una revolución o una contrarrevolución en una fecha fija?”, la admiración de Brandler (y la desconfianza en sí mismo) hacen que el dirigente sajón pida al Ejecutivo que Trotsky sea enviado a Alemania para ser parte de la preparación en la insurrección. Sobran razones para que Zinoviev y la camarilla rusa se nieguen, no es momento para engrandecer (o probar la grandeza) de su más acérrimo enemigo interno. Al mismo tiempo, Brandler exige que la izquierda alemana sea apartada de la insurrección. Maslow será retenido en Moscú, mientras que Ruth Fischer es autorizada a regresar a Berlín. 

Stresemann es consciente de los peligros inminentes de una revolución. Su gobierno hace un llamado a “trabajar más” a los obreros, ampliar la jornada laboral como sacrificio de la crisis. Al mismo tiempo, la inestabilidad política y el ascenso derechista da lugar el 26 de septiembre el golpe de estado en Baviera, impulsado por el General von Kahr y apoyado por los industriales que jerarquizan la importancia decisiva de aplastar a los comunistas y, por esa vía, al movimiento obrero sublevado. El objetivo de los fascistas es ambicioso, plantean partir de Múnich hacia Berlín, emulando la “marcha sobre Roma” de los fascistas italianos, en una cruzada contra los bolcheviques. Por otro lado, existen ya ciertos movimientos separatistas en la Renania ocupada. Stresemann es consciente de que tanto la aventura nazi, aún no tiene condiciones para poder alzarse con el poder, como el separatismo pueden ser controlados. No así la insurrección obrera, que puede activar esta vez a un contingente importante de los 22 millones de miembros de la poderosa clase trabajadora alemana.

Con la excusa del golpe en Baviera, el gobierno de Stresemann lanza el estado de sitio en todo el país. La anulación de las libertades democráticas serán más bien ejecutadas contra los comunistas. Se prohíben periódicos y el KPD es perseguido tanto en la ilegalidad como en los márgenes legales en los que aún decide intervenir. El momento ha llegado, y mientras Brandler regresa a Alemania desde Moscú, a fines de septiembre, en Dresde se resuelve el ingreso del KPD al gobierno socialdemócrata de izquierda que rige en Sajonia, siendo él uno de los ministros designados, ingreso avalado íntegramente por el Ejecutivo de la Internacional. El 13 de octubre ingresan al gobierno de Turingia otros tres diputados comunistas. Con esta nueva coalición de partidos obreros todas las cartas están echadas, para el gobierno del Reich la declaración de guerra civil de los comunistas es un hecho. Zeigner, socialdemócrata al frente de Sajonia, define a propuesta del KPD el desarme de las formaciones militares burguesas y el rearme de las Centurias Proletarias. El general Müller, lugarteniente sajón del gobierno central, amenaza con destituir a Zeigner, exigiéndole el desarme de las milicias obreras y amenazando con intervenir militarmente si no repudia el llamado a empuñar armas lanzado por el KPD en el Reichstag. El gobierno enviará tropas a Sajonia para hacer cumplir las misivas del canciller y el estado de sitio decretado. 

El KPD, y su comité revolucionario acompañado con enviados rusos, definió su plan insurreccional. La coalición de gobierno con los socialdemócratas de izquierda permitirá facilitar el armamento a los obreros, punto decisivo. Frente a las amenazas de intervención del gobierno en Sajonia y el ascenso fascista en Baviera y otras ciudades, se llamará una gran huelga general de todo el país, activando así la movilización y acción de las masas obreras. A partir de ese momento, los obreros ocuparán los cuarteles policiales, las oficinas de correo, estaciones y edificios administrativos. Estas operaciones serán impulsadas por las Centurias Proletarias, calculadas en 800 unidades, perteneciendo a Sajonia un tercio de los 100.000 mil milicianos. Se especula con que los socialdemócratas se plegarán con rapidez al llamado comunista, sobre todo su ala izquierda, quienes no permitirán que caigan los gobiernos en Alemania Central dirigidos por militantes propios. También se espera del resto de las bases obreras del SPD que, en línea con los planteos de Levi, están en franca oposición a sostener un gobierno de coalición con la burguesía. 

El plan fue propuesto en la Conferencia de Consejos de Fábrica, que se realizó en Chemnitz el 21 de octubre, participando 498 delegados protegidos por las Centurias Proletarias. Los informes iniciales son realizados por los ministros sajones: dos comunistas, Bötcher y Heckert, y el socialdemócrata Georg Graupe. Brandler interviene y plantea la línea insurreccional acordada. El recule socialdemócrata no había sido considerado, o al menos no se había discutido una línea alternativa para superar ese problema. No hay plan de contingencia.

Los socialdemócratas de la conferencia consideran que las tropas del gobierno central serán enviadas, pero no contra los comunistas, sino contra la ultraderecha nacionalista. A su vez, su legalismo les impide poner un “gobierno constitucional” bajo el dominio de los consejos, punto definido por los comunistas en franca oposición al poder de la democracia burguesa. Éstos especulan con que los comunistas no van a actuar solos, por lo que Graupe amenaza con retirarse si el KPD no cambia su postura. La propuesta (falsamente) superadora de Graupe es una comisión bipartita de cinco comunistas y cinco socialdemócratas que estudie la posibilidad de una huelga general e informar luego a la conferencia. Como era de esperar, la reunión culminó sin ninguna decisión, o mejor dicho decidiendo el rechazo de la insurrección por medio de una vil maniobra. 

Brandler se reúne con el comité revolucionario dispuesto por el Ejecutivo de la Internacional en territorio alemán, entre ellos están Radek y Piatakov. Al mismo tiempo, Dresde, la capital sajona, ya está rodeada por las tropas del gobierno. Radek acuerda en plantear el retroceso, consciente a su vez de que el gobierno sajón no dispuso de armas para los obreros. Como giro desesperado, Radek plantea que el KPD llame a la huelga general sin insurrección, Fischer le contrapone el mismo llamado a huelga general pero con la convocatoria a la lucha armada a los dos o tres días de iniciarse. Brandler no acuerda con ninguna de las dos líneas, pero se ubica con la moción de la ultraizquierda. Finalmente, la dirección del KPD es convencida por Radek, la huelga se inicia contra el golpe en Sajonia y dura tres días sin poder evitar la caída de Zeigner al mando del gobierno. Radek se interesa por despertar la movilización en Berlín, y Fischer consciente de que ya no podrá modificarse la desmoralización reinante, lo desalienta. La derrota ya está decretada. El gobierno se impone en Sajonia y a los pocos días desmantela las aventuras en Baviera de Hitler, quien es encarcelado con otros miembros del partido Nazi. Cae la república, haciéndose del poder la dictadura militar de von Seeckt.

El estalinismo se esforzará en sobredimensionar la “insurrección de Hamburgo”, el objetivo será glorificar a un personaje minúsculo que luego adquirirá poder bajo la nueva dirección burocrática del KPD. Thälmann comandará una breve insurrección en Hamburgo que lejos de ser una chispa que encienda la revolución en el resto de los estados, terminó sofocada a los pocos días. Hugo Urbahns llegará de la Conferencia de Chemnitz una vez iniciada la insurrección en el norte alemán. Este arresto individual de los izquierdistas del KPD caerá en una exageración sin precedentes: “La heroica sublevación de los obreros hamburgueses en el otoño de 1923, bajo la dirección de Ernest Thälmann, demostró la posibilidad de una lucha victoriosa. (…) Como la sublevación quedó aislada del resto del país debido a la actitud traidora del grupo de Brandler y a la deficiente unidad de acción con los socialdemócratas, la lucha fue abandonada por decisión de la organización del partido de Hamburgo.” (Walter Ulbricht, “Compendio de la Historia del Movimiento Obrero Alemán”, Pág. 94)

Balance y responsabilidades

Puede que tras una derrota tan dolorosa resulte prácticamente inevitable que los balances políticos se vean contaminados por la instintiva búsqueda de responsables. En un partido como el KPD, dividido en dos tendencias y con antecedentes recientes de balances cruzados y fuertes acusaciones, resulta hasta lógico que se señalen livianamente las responsabilidades. Sin embargo, la virulencia de las acusaciones y la división posterior no provino excluyentemente del debate en el KPD, sino que más bien surgió del Ejecutivo de la Internacional Comunista y el Politburó del partido ruso, donde se venían profundizando las luchas internas. Para fines de 1923, la troika venía impulsando una abierta campaña antitrotskista tanto en el partido como en el Estado ruso, la que se coló en el balance alemán marcando una crisis decisiva en el comunismo internacional. 

Al igual que tras la acción de marzo de 1921, las primeras conclusiones apuntan a los socialdemócratas como los únicos responsables de la derrota. En un primer momento, Zinoviev consideró correcto no haberse lanzado al combate, aunque la retirada debió haber sido menos pasiva. La discusión cambia de tono a partir del debate público que se abre en las páginas del Pravda en función de la crisis interna rusa. Tanto Radek como Brandler han mantenido buenas relaciones con Trotsky a lo largo de los años anteriores, por lo que la responsabilidad de ambos será subrayada por la troika de cara al Octubre Alemán. A su vez, la presidencia de la IC tiene a Zinoviev como miembro destacado, razón que lo lleva a impulsar otra falsificación: el Ejecutivo de la Internacional nada tuvo que ver con lo acontecido. 

Existe en el KPD una profunda crisis tras la derrota, la misma no es más que la profundización del debate del Congreso de Leipzig: la dirección de Brandler, por un lado, y la ultraizquierda, por el otro. Así, Zinoviev y la camarilla se alían a los ultraizquierdistas, interesados éstos de quitar de su camino a la nueva “derecha oportunista” del comunismo alemán. El 22 de noviembre, Zinoviev envía en nombre del Ejecutivo de la IC una carta al KPD donde responsabiliza a la dirección por transformar la “participación ministerial de los comunistas en una banal combinación parlamentaria con los socialdemócratas. El resultado ha sido nuestra derrota política. Peor: lo que ha ocurrido parece una comedia. Es posible, cuando uno pelea, soportar una derrota. Pero cuando un partido revolucionario está en vísperas de la revolución, eso es más grave que una derrota.” (Broué, Pág. 265). Zinoviev copia los términos empleados por Fischer en la polémica que venía sosteniendo con Brandler sobre formar gobierno con la socialdemocracia, pero recordemos: la política de “gobierno obrero” había sido defendida por el Ejecutivo. El presidente de la Internacional sostiene que la falta de armamento de los obreros no es sólo responsabilidad del gobierno de Zeigner, sino también de los comunistas que formaron gobierno con él en Sajonia.

Del otro lado, Trotsky no duda en señalar que las responsabilidades de la derrota provienen del KPD, pero centralmente del Ejecutivo de la Internacional Comunista, que llevó a los alemanes a dar un tardío giro en la orientación. El KPD “dio a su preparación un giro febril; las masas no pudieron seguirlo, la falta de seguridad del partido se comunica al proletariado, y, en el momento decisivo, el proletariado rehúye al combate. Si el partido ha cedido a posiciones excepcionales sin resistir, la razón principal es que, a comienzos de la nueva fase (mayo-julio de 1923), no ha sabido librarse del automatismo de su política anterior, establecida como para durar años, y plantear resueltamente la agitación, la acción, la organización, la técnica y la cuestión de la toma del poder.” (Broué, Pág. 266) Este primer balance de Trotsky irá en línea con los planteos realizados unos meses después en Lecciones de Octubre. “Durante el segundo semestre del año observamos en este país una demostración clásica de la manera en que puede desaprovecharse una situación revolucionaria excepcional y de importancia histórica mundial.” (Trotsky, Pág. 14). 

En el seno del partido alemán, el enfrentamiento crece. Los balances puestos a discusión son tres. Dos apoyados minoritariamente, el de la derecha y el de la izquierda, y uno aprobado por la mayoría del centro: básicamente la posición de Zinoviev, distanciándose de las más groseras críticas de la desacreditada izquierda. Brandler, casi en soledad tras la derrota, plantea que los responsables han sido tanto el CC del KPD como el Ejecutivo, pero lo son por haber conducido la lucha por la toma del poder cuando no existían las condiciones necesarias para hacerlo. Thalheimer, otro dirigente de relevancia del bloque brandlerista, desde agosto sostuvo que no había condiciones. Este balance derechista, que termina echando culpas a la propia clase de los defectos del partido y su dirección, será rechazado por el propio Trotsky, pese a los deshonestos esfuerzos de la troika por asociar a uno con otro. 

El balance de Ruth Fischer caía en los tercos lineamientos ultraizquierdistas del pasado: se debía haber combatido hasta el final, sin importar cómo, mucho menos considerar los resultados que podían preverse en la contienda. Al mismo tiempo que atacaba a Brandler, despotricaba contra la táctica de frente único y con las consignas transicionales del período previo. La troika no podía afirmar todas estas barbaridades, sin embargo optó por apoyar a este sector, y darle el suficiente poder de cara al nuevo KPD que quería establecer en alineamiento absoluto con el estalinismo de Moscú. El Ejecutivo le hará algunas críticas a la izquierda, y adoptará la resolución del centro mayoritario del KPD.

El mismo debate se estableció el 11 de enero de 1924 en el Presidium de la IC, con la presencia de representantes de las tres tendencias alemanas. Trotsky por su enfermedad se ausentó. Radek, aclara que todas las decisiones fueron tomadas de conjunto con el Ejecutivo de la Internacional, incluso la propia retirada. Zinoviev tiene la oportunidad de echar todas las culpas a Radek, al asociarlo plenamente con Brandler, sentenciando que en Rusia se pinta como un “opositor de izquierda” para llevar en Alemania la más vil política “oportunista de la derecha”. La reunión no deja de ser una maniobra para aprobar un informe que responsabilice al KPD, siendo Radek y Brandler sus “chivos expiatorios”, y exculpe a la IC de cualquier cargo. Así, Zinoviev tiende lazos con el centro para dar forma a la nueva dirección comunista alemana, que será elegida en febrero con cinco miembros del centro y dos de la izquierda.

Las responsabilidades de la Internacional Comunista

Antes de abordar qué transformaciones trajo consigo la fallida revolución alemana, debemos primero despejar el cuestionamiento del apartado anterior. ¿Quiénes fueron, entonces, los verdaderos responsables de la derrota? 

La acusación a los socialdemócratas, particularmente a su ala izquierda, debe ser considerada como parte del hilo de traiciones del SPD en la última década. Sobre esta responsabilidad, acuerdan todas las tendencias, alemanas e internacionales. Sobre el vínculo con los socialdemócratas impulsado por el KPD, están quienes “ya sabían que los iban a traicionar” y quienes “fueron engañados”. En cualquier caso la traición, más o menos predecible, no invalida la táctica frentista ni el gobierno de coalición en Sajonia y Turingia, como pretendía la ultraizquierda. El comunista Karl Korsch, ministro de Turingia en ese momento, advirtió que dentro del KPD existían “ilusiones incautamente cultivadas”, incluyéndose él mismo como parte de esos ilusos. (Korsch, “Escritos Políticos”, Pág. 94). 

Más allá del sentido “autocrítico” ordenado por la camarilla en el V Congreso de la Internacional a los militantes alemanes al reconocer sus imperdonables expectativas en el SPD, es cierto que el KPD hizo reposar la línea de “frente único” centralmente como parte de una política de buscar acuerdos con los dirigentes socialdemócratas. El sentido más importante de esta táctica, más aún en momentos de turbulencia prerrevolucionaria, es movilizar a las bases del SPD tras los comunistas al tiempo que se entable el diálogo con la dirección. Esto resultó ciertamente resignado a un segundo lugar. La reunión de Chemnitz dejó expuesta esa orientación. Incluso, es válido pensar que si el KPD hubiese batallado hasta el final ese 21 de octubre, rechazando la maniobra socialdemócrata, posiblemente hubiese sido igualmente tarde para ganar a las bases obreras del SPD y al conjunto de la clase.

Así como las responsabilidades de los traidores socialdemócratas son abordadas como un elemento de clarificación y denuncia destinado a las masas proletarias, la vanguardia revolucionaria se debía una lección sobre las responsabilidades dentro de sus propias filas.

El KPD no preparó la toma del poder, por no actuar correctamente en la nueva situación que se había abierto, la cual exigía otro tipo de intervención. “A veces existen situaciones con todas las premisas de la revolución, salvo una dirección resuelta y clarividente del partido, basada en la comprensión de las leyes y métodos de la revolución misma. Tal era, precisamente, la situación en Alemania”. (Trotsky, Pág 16.) Bayerlein plantea que “Los preparativos revolucionarios parecían desarrollarse en una especie de vacío histórico. Ninguno de los acontecimientos decisivos en Alemania fue acompañado por la correspondiente actividad de agitación, resistencia concreta, movilización y similares por parte del partido alemán. Por ejemplo, el nombramiento de von Seeckt, el envío de tropas del Reichswehr a Sajonia, el comienzo de la llamada Reichsexekution (ejecución del Reich) contra el “gobierno obrero” en Sajonia y Turingia, la declaración de leyes de emergencia social y política (Ermiichtigungsgesetze), y, por último, el Putsch de Hitler del 9 de noviembre, suscitaron poca reacción por parte del KPD.” (Bayerlein, “El frustrado Octubre Alemán”) Más adelante agrega: “El movimiento de los consejos de fábrica no recibió el apoyo, la unión entre la preparación militar y la política, y las manifestaciones de julio en apoyo del movimiento obrero fueron canceladas por el Ejecutivo de la IC, en gran parte por consejo de Radek, Stalin y Kuusinen (aunque no parece que hubiera otros dirigentes presentes para influir en tal decisión). Las oleadas de huelgas masivas de agosto fueron subestimadas.” (Bayerlein, “El frustrado Octubre Alemán”)

El partido tuvo enormes dificultades para impulsar un “viraje”, un cambio de orientación brusco que permita a su militancia comprender que se está en tiempos de toma del poder y que se actúe de cara a los obreros en función de esa colosal tarea. Aludiendo al Octubre Alemán, Trotsky plantea que “si el viraje ha sido demasiado brusco o inesperado, y si el período anterior ha acumulado en exceso elementos de inercia y de conservadurismo en los órganos dirigentes del partido, éste se muestra incapaz de ejercer la dirección en el momento más grave, para el cuál se había preparado durante varios años o decenios. Lo corroe la crisis y el movimiento se efectúa sin finalidad, predestinado a la derrota.” (Trotsky, Pág. 17) La política frentista y de agitación de un gobierno obrero frente al gobierno de coalición con la burguesía, seguían siendo las consignas que se imponían cuando la situación se había encaminado a la discusión del poder, el armamento y la insurrección. “El viraje más brusco es aquel en que el partido del proletariado pasa de la preparación, de la propaganda, de la organización y de la agitación a la lucha directa por el poder.” (Ídem, Pág. 18)

Si el KPD fue, sin lugar a dudas, responsable de que el Octubre Alemán termine siendo un fiasco, cabe entonces preguntarse: ¿quién dirigió el KPD a lo largo de 1923? Bayerlein, a partir de sus aportes demostró la influencia decisiva que el Politburó Ruso y el Ejecutivo de la Internacional Comunista tuvieron en todas las decisiones de la dirección alemana. La línea para octubre fue decidida en Moscú y las políticas se tomaron bajo la consulta permanente al Ejecutivo de la IC, ya sea a sus miembros presentes en Alemania como los máximos dirigentes en Moscú.

Sin embargo, esto no quiere decir que el KPD estuviera sometido al Ejecutivo del mismo modo que lo estuvo a partir del V Congreso en el año 1924, bajo plena dirección estalinista. Para 1923 en el comunismo alemán aún convivían tendencias políticas contradictorias que luchaban por una orientación y una táctica. La primera parte de este trabajo busca demostrar que las diferencias existentes en el Politburó y el Ejecutivo sobre los problemas alemanes, la riqueza de estos congresos y márgenes democráticos lo suficientemente amplios para entablar debates y emprender resoluciones, hacían de esta influencia bolchevique algo completamente distinto a una conducción monolítica. 

“Finalmente el fracaso del KPD en 1923 no es ni el del “bolchevismo” ni el del “spartakismo” ni mucho menos el del “comunismo”. Es el fracaso del movimiento socialista alemán en su conjunto, en el que el KPD ha querido ser simultáneamente -demasiado tarde en relación al desarrollo de la crisis mundial- el ala revolucionaria y el motor de la reunificación.” (Broué, Pág. 347) Broué entiende que “es necesario en un amplio sentido dar vuelta el juicio hecho por la mayoría de los historiadores a la dirección de la Internacional Comunista en ese plano. Pues es en parte la mediocridad de los hombres del KPD ha sustentado el éxito, también la autoridad y también el despotismo de Moscú respecto del partido alemán.” (Broué, Pág. 346) Pero a no confundir, Broué no matiza la influencia de la Internacional Comunista y el peso de sus decisiones, sino que por el contrario aborda dicho predominio a partir de las particularidades de la clase obrera alemana y los debates vivos que en ella se hicieron presentes. Sobre la tradición del socialismo alemán y sus enormes problemas de tipo organizativo, la Internacional Comunista y el Politburó pasaron de impulsar lineamientos a imponer más tarde un modelo y una línea política que estaría fuera de discusión. 

Vale analizar a Brandler y el sector derechista del KPD a partir de la inocultable falta de confianza en sí mismo que adquirió el comunismo alemán tras cuatro años de dolorosas derrotas. Brandler, de alguna manera, personificaba la conducción del partido resultante de la revisión del spartakismo y el radicalismo original en función de asumir las lecciones de los bolcheviques. Esta dirección se terminó convirtiendo en una conducción sumisa a los consejos de la Internacional, bajo la innegable dirección rusa. 

Las recientes investigaciones de Bernhard Bayerlein, mediado por documentaciones y testimonios recuperados de aquellos años, demuestran cómo la troika dirigió la política del KPD, ya sea impulsando orientaciones, aprobando o desaprobando otras. “Los documentos de Moscú dilucidan principalmente el proceso de toma de decisiones en el partido ruso y en el Ejecutivo de la Comintern. Pero también muestran claramente la intervención de los líderes políticos rusos y sus órganos de gobierno. Algunos de ellos participaron directamente en las diversas delegaciones enviadas a Alemania; por ejemplo, la delegación del Politburó ruso, que actuaba como máximo órgano revolucionario. La policía secreta soviética, la GPU, controlaba las actividades de la red de información rusa, y los altos cargos bolcheviques también desempeñaron un papel clave en los aspectos militares y técnicos del levantamiento.” (Bernhard Bayerlein, “El frustrado octubre Alemán”)

Zinoviev fue el principal responsable de la política del Ejecutivo de la IC en la revolución alemana. Si bien su propuesta de dirigirse personalmente a Alemania no despertó las simpatías del KPD, que había propuesto a Trotsky (finalmente en un sentido conciliador se designó a Radek, Piatakov, Shmid y Unshlicht), Zinoviev pudo imponerse. “Los materiales que se publicarán muestran sobre todo los aspectos estratégicos, políticos y teóricos de la preparación en Rusia, Alemania y el Komintern, y sólo en menor medida los aspectos militares y técnicos. En cuanto a las aportaciones y responsabilidades personales, el hecho más llamativo es sin duda el abrumador papel de Zinóviev como líder político. Casi todas las directrices y documentos fundamentales procedían de él: él marcaba la orientación.” Mientras que Trotsky “políticamente, sin embargo, sólo intervino de forma contundente tras el intento fallido.” (Bayerlein, “El frustrado Octubre Alemán”)

Antitrotskismo y contrarrevolución

La derrota alemana aceleró el proceso de aislamiento de la Rusia Soviética y significó un duro golpe para la clase obrera europea. Así como el triunfo obrero en octubre del 23 hubiese traído oxígeno para la revolución rusa, por continuidad con el ascenso revolucionario la Oposición de Izquierda estaría en mejores condiciones para arrebatar el mando del partido y el Estado a la burocracia. El fallido octubre alemán allanó el camino para la reacción en todos los niveles: terminó fortaleciendo a la burguesía alemana, al conjunto del imperialismo europeo, mientras que la clase obrera quedó bajo el poder de contención de la camarilla estalinista. La dirección de la Internacional sufrió profundas transformaciones. Era lógico que Moscú fuera el centro de la IC, así como Berlín lo había sido tiempo atrás en la II Internacional, sin embargo el fiasco alemán confirmó a Rusia no sólo como un centro, sino como una dirección monolítica del resto de las secciones nacionales. Y lo que es aún más grave, como dirección contrarrevolucionaria, boicoteando abiertamente la revolución a nivel mundial a partir de la teoría estalinista del “socialismo en un sólo país”. 

La desmoralización hizo que muchos revolucionarios alemanes integren, pasiva o activamente, el rol de activos colaboradores de la “bolchevización” del KPD, es decir que actúen como funcionarios de Moscú. Salvo Thalheimer y Brandler, quienes cargarán las responsabilidades del KPD, la mayor parte de los dirigentes que cuestionaban a la troika en Alemania terminaron alistándose sumisamente a sus filas. Luego de algunos años terminaron capitulando a la burocracia Wilhelm Piek y Karl Radek, siendo este último un célebre defensor de los intereses de la camarilla frente a Trotsky en el debate sobre la “revolución permanente”. La alianza que Zinoviev entabló con la ultraizquierda alemana de Fischer y Maslow en el balance posterior a octubre, allanará el camino a la dirección burocrática de este sector de cara a la “bolchevización” del partido, siendo Ernst Thälmann su indiscutido referente. Finalmente la ultraizquierda que tantos problemas trajo al KPD, absolutamente desautorizada por Lenin, terminó accediendo al poder del Partido. 

A cambio de la dirección, la ultraizquierda tuvo que mantenerse en silencio, funcionar como apéndice de Moscú y colaborar en la reescritura de la historia del comunismo alemán. “1923 sirvió como modelo del “mito original” (Ursprungslegende) de la interpretación marxista-leninista de la historia del comunismo alemán y ruso, un tratamiento creativo que significó una manipulación de los acontecimientos históricos, especialmente los del “Octubre alemán”. En este sentido, 1923 representa un punto de inflexión en la historia intelectual.” (Bayerlein, Bernhard) La “bolchevización” alemana no fue otra cosa que la burocratización partidaria a gusto de la camarilla rusa. En el “Compendio de la Historia del movimiento obrero Alemán”, el Partido Socialista Unificado de Alemania (SED) rescató el fracaso de Octubre como el episodio que dió lugar al nacimiento del verdadero partido, tras barrer a la dirección, acusada de ser trotskista. Se “evidenció la necesidad de hacer triunfar en el KPD al leninismo contra las influencias de la ideología burguesa y de convertir al mismo en un partido marxista-leninista siguiendo el ejemplo del PCUS.” (Walter Ulbricht, Pág. 94) 

Del lado de quienes estaban verdaderamente interesados en el triunfo, las expectativas que se habían creado por el esperable triunfo de la insurrección alemana fueron proporcionales a la desmoralización que trajo la derrota. La desilusión generalizada en las filas alemanas y rusas, fueron algo más que un golpe a la militancia comunista. Así como el triunfo de la revolución alemana significaba un principio de victoria para la revolución mundial, siendo Alemania una de las principales potencias económicas del planeta, también iba a significar un golpe a favor de las tendencias más conservadoras que en Rusia custodiaban el poder de la burocracia soviética. 

Tras el caso georgiano, el octubre alemán será la segunda gran falsificación histórica a nivel internacional que impulsó el estalinismo, en esta oportunidad sin la oposición de Lenin. Para 1923 el Partido Comunista Ruso estaba convulsionado por una fuerte crisis interna. La Carta de los 46 (entre ellos figuraba Radek como firmante), el Nuevo Curso, múltiples críticas, en definitiva, la oposición crecía frente a una camarilla que aún no había conseguido cercenar a una oposición aún no tan definidamente organizada tras la figura de Trotsky. Este escenario interno se trasladará a los balances del octubre alemán, en una alocada búsqueda por asociar al ex Jefe del Ejército Rojo con los responsables del fracaso.

El fallido Octubre Alemán despertó inmediatamente la campaña antitrotskista. A tal punto que entre diciembre de 1923 y la depuración del V Congreso internacional, junio y julio de 1924, el KPD fue considerado “durante un breve periodo un partido “trotskista” (el término “trotskista” fue acuñado precisamente de los acontecimientos alemanes, así como de las luchas antiburocráticas de la oposición de izquierda clásica en el PCR contra la troika en otoño de 1923). (…) Como mínimo, el KPD estaba a punto de romper con la troika moscovita, y fueron esencialmente las maquinaciones burocráticas de Zinóviev las que neutralizaron la resistencia alemana. Muchos comunistas alemanes preferían a Radek y Trotsky antes que a Zinóviev y Stalin. Esto explica por qué los dirigentes rusos tuvieron que contar de forma oportunista con la izquierda y el llamado Mittelgruppe.” (Bayerlein, Bernhard)La reprobación al ataque que la camarilla dirigente del Ejecutivo le destina a Trotsky tuvo cierta importancia en el plano internacional, con protestas del partido francés y polaco, junto con algunos miembros del KPD. Sin embargo, el fallido Octubre Alemán ya había modificado las relaciones de fuerzas internas dentro del comunismo internacional. Pronto Stalin eliminará la oposición a la troika en las distintas direcciones comunistas nacionales, interviniendo cada uno de los partidos. La principal reserva de los revolucionarios, la clase obrera, había sido derrotada en Alemania. Trotsky sabía, ya en 1924, que a partir de ese momento su lucha y la de sus camaradas sería cuesta arriba.


Bibliografía: 

Bayerlein, Bernhard, El frustrado Octubre alemán, en Politics and Society Under the Bolsheviks, Ronall J. Hill Director General, Inglaterra, 1999.

Bayerlein, Bernhard, Seminario a 100 años de la Revolución de Octubre, organizado por el Partido Obrero, Buenos Aires, 13/11/17.

Broué, Revolución en Alemania, IPS, Buenos Aires, 2019. 

Korsch, Karl, Escritos Políticos, Madrid, 1982. 

Trotsky, Lecciones de Octubre, El Yunque Editora, Buenos Aires, 1975. 

Trotsky, Los primeros 5 años de la Internacional Comunista, IPS, Buenos Aires, 2016.

Ulbricht Walter, Compendio de la Historia del Movimiento Obrero Alemán, Buenos Aires.

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