La nueva y primera obra de Jorge Liotti, periodista y editorialista del diario La Nación, pone la lupa, tomando como disparador el año electoral, en el cuarenta aniversario del retorno de la democracia, sobre la estabilidad política, institucional, financiera, social y cultural del país. “¿Qué le pasó a la Argentina? ¿Por qué persiste en una declinación que tiñe de desanimo a sus ciudadanos? ¿Hay alguna singularidad que explique por qué, mientras otros países de la región redujeron su pobreza y controlaron la inflación, el nuestro empeoró en casi todos los indicadores económicos y sociales? ¿Hubo una falla del sistema político, de las leyes, de los líderes, de los empresarios?”: de este modo presenta su trabajo.
El autor cuida mucho su vocabulario, evitando caer en frases o palabras que pudieran aproximarlo a definiciones “populachas”. No utiliza, por ejemplo, en ningún momento de su extenso ensayo el término “pueblo” o “popular”, reemplazado por “ciudadanos” o
“ciudadanía”, marcando ya una distancia clasista y un claro posicionamiento político, próximo a expresiones afines al margen derechista (especialmente macrista).
Explotando un sinfín de cifras, conceptos recortados de economistas, sociólogos, filósofos, psicólogos, antropólogos, politólogos y periodistas afines, anécdotas, entrevistas y charlas en off (conversaciones en el quincho diría Ámbito Financiero) en los centros de poder más importantes del país (Casa Rosada, Congreso Nacional, diversos sitios del conurbano bonaerense y del interior). Al igual que a referentes del gran empresariado nacional e internacional, Liotti esboza un historial crítico, que a continuación se analizará, tomando los puntos principales de una investigación de casi 500 páginas.
Introducción: ¿simplemente olvido?
Todo texto político y/o histórico debe tener un análisis de contexto, que ayude a situar al lector en la temática. Si el mismo se especificará sobre las cuatro décadas de democracia en la Argentina, tendrá (o tendría) que hacer referencia a lo sucedió previamente a 1983. El libro de Liotti no lo desarrolla. No nombra qué pasó en el país desde el 24 de marzo de 1976 a el 10 de diciembre de 1983. No toma posición sobre el golpe cívico-militar ni sobre la dictadura genocida. No aparece en sus más de 450 folios las palabras “desaparecidos”, “secuestros” o “tortura”.
Como dijera el uruguayo Alfredo Zitarrosa: “Cierto que hay muchas cosas que se pueden olvidar, pero algunas son olvidos y otras son cosas nomás” (Pa’l que se va, 1977). Lo de Lotti no fue olvido, sino un nuevo caso de negacionismo desarrollado por uno de los columnistas estrella de La Nación, diario que por aquellos años de terror aplaudía y apoyaba al gobierno de Videla.
Si faltaran pruebas al respecto, en su extenso trabajo, el periodista no se detiene a expresar una opinión sobre la histórica lucha de las organizaciones de derechos humanos, participes activos de los 40 años de democracia. Para Liotti el silencio es salud.
Crisis de acumulación
Dentro de sus primeras páginas, el autor presenta a la actual debacle como resultado de una fuerte caída de la acumulación capitalista. Su causa principal se basaría en la ausencia de una “Matriz Productiva Sustentable” que ha dado como resultado altos niveles de pobreza, desocupación y hambre, observables en la fuerte (y constante) caída del Producto Bruto Interno (PBI).
Tomando la palabra del politólogo Andrés Malamud (militante de la UCR-Juntos por el Cambio) el gran problema es la falta de un modelo de acumulación. Hasta la década de 1930 regía un modelo agroexportador en el país, con acuerdos comerciales con Gran Bretaña, especialmente en carnes y cueros. Al desatarse la Segunda Guerra Mundial, el gran empresariado nacional (e internacional instalado en la Argentina) se transformó en sustituto de importaciones, produciendo manufacturas que las potencias imperialistas en guerra no podían exportarnos.
Hoy no existe un modelo, lo que pone de manifiesto la preocupación del gran capital, nacional e internacional, con sus ansias de mayores ganancias.
Según Liotti, el mundo y en especial Argentina, se replantean las formas (y relaciones) de trabajo lo que se justificaría por el avance tecnológico, del cual nuestro país ha quedado desactualizado. Pone de manifiesto la necesidad de una “Reforma Estructural”. De este modo toma la voz de todas las cámaras empresariales, que desde hace años vienen exigiendo modificaciones en las leyes de empleo, tema que a la par viene instalándose en el debate político nacional.
El avance tecnológico no debiera ser un paso atrás, al contrario. La historia de la humanidad ha demostrado que avances en las tecnologías de producción han mejorado las condiciones de labor para los propios trabajadores. Sucede que a la vez, detrás de dichas modificaciones estructurales se esconden (en letra no tan chica) la instalación de nuevos modelos flexibilizadores y precarizadores, que amenazan derechos y conquistas obreras (como la cantidad de horas de trabajo, el aguinaldo, la obra social, el seguro de desempleo, etc.).
El editorialista, nuevamente con su capacidad de olvido, pasa por alto que, en mayo del año 2000, y mediante la Banelco, el gobierno de Fernando De La Rúa aprobó la reforma flexibilizadora.
Como escuelita para la próxima gestión de gobierno, el escriba de La Nación toma conceptos de Levy Yeyati, economista, ex director del Banco de Inversión y Comercio Internacional, jefe del Banco Central en 2002 durante el gobierno de Duhalde, responsable de la pesificación de los ahorros del pueblo trabajador, e integrante de la jefatura de gabinete (coordinador del “Programa Argentina 2030”) en 2017. Quien toma, como es de esperar, nuevamente la palabra del gran empresariado afirmando que “es fundamental que los próximos cambios laborales, previsionales, tributarios, fiscales, federales, varios de los que hay dando vueltas, sean comprados por una parte de la población y no simplemente contrabandeados en medio de una crisis”. En conclusión “muchachos, hay que venderles gato por liebre” dicho abierta y libremente.
Juventud: Divino tesoro en pugna
Con cuarenta años de vigencia, según el autor, las generaciones nacidas posteriormente al 83 tienen tan arraigada la idea de democracia, que no ven posible un nuevo golpe de Estado. Pero a la par, no se juegan, personalmente, en defensa de la patria. “Apenas se puede expresar en el amor incondicional a la camiseta de la selección nacional de futbol, el único símbolo capaz de movilizar un espíritu imaginario”. Tomando el balón pie como parámetro, como lo hace Liotti, son los jóvenes los que al concurrir al estadio cantan “hay que saltar, el que no salta es militar” o “el que no salta es un inglés”, definiendo una clara posición en defensa de lo nacional. La herida de Malvinas sigue vigente y es cantada cada vez que juega la selección. Sucede que el editorialista introduce estas observaciones con el fin de abrir un debate con el candidato libertario, Javier Milei, quien viene cosechando gran cantidad de sufragios de las franjas etarias más jóvenes.
Acopla, en este sentido, el avance de lo virtual, explicando cómo las redes sociales e internet vienen provocando un fenómeno de feudalización, segmentando en tribus de pertenencia al conjunto de la sociedad, estimulando un grado de colonización. “Si hace 200 años la causa más convocante era la defensa de la patria frente a los colonizadores españoles o los invasores ingleses, hoy es probable que lo movilizador sea una protesta contra la explotación minera, un reclamo por las libertades sexuales o una marcha por el trato humanitario a los animales”. Solo en esta frase el texto nombra la lucha ambiental, instalada en el país y el mundo con grandes movilizaciones. Habrá que consultarle al columnista si las marchas contra la minería a cielo abierto, contra la explotación petrolera del Mar Argentino, contra la entrega del litio en el norte ¿no son también contra los acuerdos de gobiernos pasados y actuales con importantes multinacionales? En definitiva, un reclamo en defensa del territorio nacional. Como diría León Gieco: “yo pido que tu empresa se vaya de mi país”.
En el caso de la pelea que vienen dando desde hace décadas las diversidades sexuales, la actitud que toma el escritor es altamente repudiable, igualándola con el reclamo en defensa de los animales. Toma así un posicionamiento que roza (y mucho) lo homofóbico. No es de extrañar la ausencia del autor para nombrar siquiera las enormes reivindicaciones obtenidas por la comunidad LGTBI (matrimonio igualitario, planes de salud, cupo laboral trans, documentos no binarios) y la lucha por su cumplimento en todo el país.
Relacionado con el tema, el editorialista no hace mención, en todo su libro, de la enorme movilización de las mujeres. Tanto el #Niunamenos, que ha puesto en agenda la enorme cantidad de femicidios, como la gigantesca marea verde que, ganando las calles, obtuvo la aprobación del derecho a la interrupción voluntaria del embarazo. En política no existen lugares vacíos. El silencio de Liotti lo ubica en la vereda de enfrente.
Preocupado por la fuerte apatía política de la juventud, el escritor vuelve a poner a su obra como herramienta para llamar la atención a las grandes estructuras políticas, convocándolas a que peguen el oído. “El declive de las agrupaciones juveniles principales expresa no solo la decepción de las prestaciones del sistema político, sino también la dificultad para lograr demandas con las que se sienten identificados los más jóvenes. Hay un déficit de escucha, por un lado, y de representación, por otro” deja así blanco sobre negro la crisis que atraviesan tanto La Cámpora, como la Juventud Radical (Franja Morada).
Un poco de economía
Publicando cifras y más cifras, Liotti llega a la conclusión histórica de cómo la democracia, y todos sus gobiernos, han incrementado la pobreza, entendiéndola desde el retroceso económico del país. A la hora de analizarlo, lo define como una desviación, un error, y no resultado de políticas económicas afines de trasladar las riquezas a pocas manos burguesas. “No es causa-efecto, es un defecto (…) si en el pasado estaban las dictaduras para hacer devaluaciones, endeudamientos en modo inconsulto, ahora se requieren otros instrumentos institucionales, consensos políticos y un alto poder de disuasión social”. Dicho estrato tiene una parte de verdad y otra no tanto. En primer lugar, no hay que irse a dictaduras para ver gobiernos tomando deuda. Las últimas cuatro décadas del país se centran en historias de acuerdos, reacuerdos, toma de deuda y pagos multimillonarios al Fondo Monetario Internacional., tanto por parte de alfonsinistas, menemistas, radicales, duhaldistas, macristas, kirchneristas, albertistas (si existen) y massitas. El último acuerdo firmado con el organismo internacional fue votado favorablemente, en diputados y senadores, por los dos lados de la “grieta”. Pactos y pagos que hundieron y siguen dinamitando la economía nacional, aespaldas del pueblo trabajador, transformando a la deuda externa en ilegitima, fraudulenta y usurera.
Inseguridad y corrupción
Es histórico que, tanto por sucesos y la cotidiana construcción de agenda, la inseguridad ocupa uno de los lugares predominantes, junto a la inflación y la corrupción, en las preocupaciones sociales.
Sobre este tema Liotti desarrolla en el ítem “Ley y desorden” la presentación de un sondeo de opinión pública, que expresa que los políticos, la policía y los funcionarios públicos son los primeros en violar las leyes. La burocracia del Estado, a cargo de “crear legislación, cuidar y controlarla” son quienes primero las atropellan. En misma sintonía, agrega que dicho grupo, sumado a las patronales, se ubica en el lugar más elevado, con mayor facilidad a la hora de llegar a la justicia, en comparación al pueblo trabajador. Datos que no hace falta ver en un sondeo de opinión. Se cuentan por miles los casos de discriminación o negativas a la hora de tomar denuncias en comisarías.
Pero la conclusión a la que llega la pluma destacada de La Nación no va en la misma sintonía. Para él no es un problema de la clase que comanda el Estado, sino un repetido, por enésima vez, problema de gestión, de falta de acción. Y pone la lupa en la preocupación de una anarquía (no es casual la palabra) fomentada por el propio régimen. “El Estado emerge en este contexto como sujeto de ilegalidad, como administrador arbitrario de las normas o, en el mejor de los casos, como un actor incapacitado para establecer el orden, ya sea a través de incentivos positivos o por medio de la imposición de las disposiciones normativas. De este modo, la sociedad se familiariza con una relativización del cumplimiento de las pautas, y todo se transforma en una zona gris, donde cualquier ley puede ser reinterpretada o adaptada a las necesidades particulares. En gran medida ese proceso se produjo porque los sucesivos gobiernos permitieron esa flexibilización por un pliegue de sus funciones, dinámica que se acentuó tras la crisis de 2001”. Párrafo que podría ser utilizado por cualquiera de los candidatos patronales en danza y pelea por el sillón de Rivadavia. Traducido al llano, y llevándolo al hecho cotidiano, y de constante debate en los medios, el caso más ilustrativo es el de los piquetes. Según el editorialista, siguiendo lo anteriormente dicho, deja sobre la mesa, como sus socios del diario, que es hora de mano dura “haciendo valer los derechos”. Tema que más adelante expondrá con más detenimiento, denominándolo el “fenómeno piquetero”.
Liotti adjudica el cotidiano incremento de la delincuencia en los barrios, tanto de robos, como homicidios, poniendo el ojo en los centros urbanos más poblados del país (CABA, GBA y Rosario) a dos motivos: por un lado la falta de profesionalismo y acción tanto de la justicia como de su brazo operador, las policías; y por el otro, a la connivencia con los autores de los delitos. Afirma que las demoras para juzgar y la laxitud, sumadas a la ausencia de protección de las víctimas “acrecentaron una generalizada percepción de indefensión”. Desarrollando la idea e introduciendo cifras y datos referentes al incremento del delito (robos, narcotráfico) en el conurbano, y por sobre todo en Santa Fé, despliega las puertas a reformas en la justicia y el código penal. Tema en debate cotidiano (magistratura, tribunales, corte suprema, cambio de jueces) y que una vez más es aprovechado para incluir el pedido de baja de la edad de imputabilidad. Plataforma, desde hace largos años, de los sectores más reaccionarios (tanto macristas, liberales como peronistas).
El retorno de la democracia, con sus cuarenta años, viene acompañado de centenares de casos de represión, gatillo fácil, abusos de poder, torturas y asesinatos en comisarías y delegaciones de todas las fuerzas de seguridad. Tema que no es tratado en La última encrucijada. Nada se dice sobre la histórica maldita policía bonaerense. O de casos emblemáticos como Bulacio, Miguel Bru, Santiago Maldonado o Rafael Nahuel. No tienen relevancia en el texto. Ni siquiera el caso Cabezas, tomando en cuenta una cuestión de solidaridad en el gremio de periodistas.
De igual manera, Liotti juega a esta boca no es mía sobre el caso Chocobar, y la posterior implementación de la doctrina homónima. Tema de fuerte debate hasta el día de hoy. Encontrando a Juntos por el Cambio (Patricia Bullrich) y Unión por la Patria-PJ (Sergio Berni) en sintonía en el apoyo del accionar criminal del policía de la Ciudad de Buenos Aires, con la posterior legalización del gatillo fácil y la llegada de las armas eléctricas (Taser).
Con referencia al narcotráfico, temática que preocupa en las barriadas, no solo por el suceso de la famosa cocaína adulterada en el conurbano, sino por la facilidad que tienen las bandas narcos en su accionar mafioso, amparados por la connivencia y convivencia de las fuerzas de seguridad. Poquito, casi nada, esboza Liotti sobre el tema, dando datos, tirando números y nombres de líderes detenidos en la gestión Macri. Nada dice sobre la ausencia de la agencia estatal Sedronar, a cargo del combate y la prevención.
Aunque Liotti no lo diga, ni lo va a decir, no se debe olvidar que la corrupción es la base que mantiene el actual Estado burgués, cada vez más en decadencia. Es imposible luchar contra la corrupción, en todos los sentidos de la palabra, sin dar un giro de 180 grados, un cambio de quien y para quienes manejan el Estado y sus fuerzas de seguridad.
Crisis de la grieta y la llegada de Milei
Desde que Argentina es Argentina, o capaz antes también, existe la puja de poder entre dos bandos (o más). Lo que es necesario analizar, tanto en los cuarenta años de democracia, como en la actualidad, es si existe y cuan real es esta famosa grieta. “Es fundamental entender que la polarización extrema que dominó la dinámica argentina fue producto de la necesidad de sendas construcciones sólidas para cohesionar. Tanto el Frente de Todos como Juntos por el Cambio han sido esencialmente un vehículo de obstrucción del oponente” afirma Liotti quien toma del historiador, sociólogo y filosofo, Marcos Navarro, el siguiente concepto de equilibrio catastrófico, para afianzar su posición y explicando que la falta de consensos en las dos fuerzas mayoritarias no han resuelto un problema de poder, que se visualiza en triunfos electorales limitados. “Después del 54% que logró Cristina Kirchner en el particular contexto de las elecciones de 2011, los votantes optaron por asignar mayorías parciales a los gobernantes y distribuir preferencias a lograr consensos y acuerdos, que las fuerzas políticas han ignorado”.
En definitiva, para el periodista, el problema de la actual crisis política (y de representatividad) no son los actores políticos, sino el sistema. ¿Un posicionamiento marxista? No, a no ilusionarse, para ello está nuevamente Malamud exponiendo que “En Argentina los perdedores tienen el 49% (…) por eso hay empate entre dos polos igualmente poderosos, que pueden vetar, pero no imponer”. De este modo entreven la necesidad de una reforma del sistema político actual. Buscando tirar un nuevo salvavidas a estructuras altamente vetustas y en crisis terminal. El antiguo Partido Justicialista o la Unión Cívica Radical ya no pueden salir a escena con sus estandartes, deben presentarse a las elecciones detrás de grandes alianzas, tapados, ante el desprestigio popular. La reforma de la política es solo un cambio, un maquillaje, una pintada de cara, sobre un edificio que se desmorona desde sus cimientos.
Como dice Malamud, cancelando opositores, pero no imponiendo el poder de forma perdurable, es la regla que marca el momento político en el país (y a nivel global). Cayendo así en un “empate hegemónico”, en una polarización que ha entrado en crisis, con la llegada de una figura “nueva” en la política (Javier Milei), para el electorado. “Milei con su renovación libertaria emergió este año para amenazar esa hegemonía bicoalicional. Es más, el crecimiento de su figura está directamente relacionado con el agotamiento y las bajas prestaciones económicas que dejó la polarización. Eso le permitió a Milei hablar de ‘casta’ y posicionarse como un ajeno al sistema, con una lógica según la cual ‘el otro’ es el establishment político, empresarial y mediático”. De este modo el columnista de La Nación describe la aparición y estrellato político del líder libertario, como “algo nuevo”, pero sin hacer fuertes críticas sobre su programa. Ahora, lo que habría que preguntarse (y preguntarle) es si realmente es algo novedoso alguien que ve con buenos ojos el primer gobierno de Carlos Menem (privatización, licuación del peso, ajuste, desocupación), negando los genocidios de Estado y reimpulsando la entrega a manos privadas de la salud y la educación.
Siguiendo con el análisis de la llegada del líder derechista, Liotti analiza su fuerte explosión y exposición en las redes sociales, y lo relaciona con el incremento de la “democracia digital”. “El ecosistema actual, en cambio, puede prescindir de esa tarea de intermediación de los generadores de contenidos, porque la articulación de las plataformas digitales y de las redes tiene una dinámica propia y, en consecuencia, la política y la sociedad, pueden interactuar en forma directa, generar sus propios contenidos y disputarles a los medios tradicionales la construcción de la agenda pública”. Julio Cesar Saguier, MnMS Holding, Barton Corp. y la familia Mitre chillan en La última encrucijada. La creciente intervención e información independiente que gira por las redes sociales y medios digitales ponen en amenaza a los grandes medios que, desde hace largo tiempo, vienen manejando la agenda mediática (que si y que no informar al pueblo). Un negocio que produce millones. Aclaración al paso, y más que necesarias, pese a los gritos alocados, Milei no pone en debate una democratización mediática. Como tampoco lo hacen Massa ni Bullrich. Gane quien gane, el 10 de diciembre se sentará en la Rosada un nuevo representante de los monopolios.
Burocracia sindical, reformas y precarización laboral
Siguiendo con su concepto de “crisis de representatividad” Liotti hace referencia, en muy pocas líneas, a la crisis que transitan las dos centrales obreras del país (CGT y CTA), a sus fisuras y quiebres internos. Expresando, incluso, una fuerte denuncia de ser responsables en la perdida de trabajadores en la economía formal.
Según el columnista de uno de los diarios de mayor tirada y venta a nivel nacional es necesario desarrollar dos transformaciones. Por un lado, en el ámbito de la sociedades gremiales, poniendo en debate la funciones de los actuales gremios, su accionar burocrático y la baja en la cantidad de afiliaciones. Pero el problema no es el sindicato, que es la herramienta de lucha de la clase trabajadora. Es cuestión de desplazar a las burocracias, y que vuelvan a estar en manos de sus laburantes. Sucede que es beneficioso transformarlos en mutuales, y de este modo dar libre acción a las patronales para desarrollar los cambios en las condiciones de labor. Tema de la segunda reforma presentada, retomando la digitalización (y el avance en ese sentido): la “cuarta revolución industrial” puesta en marcha en el mundo, pero no así en la Argentina.
En contrapartida lo que si se ha expandido, con enormidad, fue la aparición de cartoneros, cooperativistas y monotributistas. “Los cartoneros representan, en definitiva, una historia de dignidad colectiva, pero al mismo tiempo acto de resignación ante la imposibilidad de reincorporar a vastos sectores sociales al mundo laboral”. ¿De qué “dignidad” habla el autor? Sería bueno conocer dónde se encuentra lo digno de meter la mano en tachos de basura y bolsas, sin protección alguna, en busca de papeles y cartones sucios y viejos. Tirar de un carro, soportando gran peso, fuertes lluvias, frio y calor agobiantes, a cambio de míseros pesos que no le hacen frente a una (hiper) inflación y una devaluación, que hacen imposible poder parar la olla. La “dignidad” de la que habla Liotti se parece demasiado a la “pobreza digna” de Luis Brandoni en “Esperando la Carroza”.
Del mismo modo hace referencia a los monotributistas, en incremento en los últimos años, amparados y fomentados por el propio Estado. Jugando así con la informalidad y el trabajo en negro, sin aguinaldo, sin ART, sin vacaciones pagas, sin aportes jubilatorios. Siendo la democracia y el Estado, el primer precarizador laboral. “Allí anida quizás el dato más novedoso que se produjo en los últimos años: el empeoramiento de las condiciones de vida de los sectores medio-bajos y su definitiva consolidación con un nuevo sujeto social en la crisis”.
Los anteriormente nombrados, integrantes de la “economía popular” que cubre al 20% de la población económicamente activa (3,8 millones de personas), situación abalada y fomentada por el Estado, que formó en 2020 el Registro Nacional de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (RENATEP) buscando formalizar a laburantes en “un modo de producción de baja intensidad con escasa tecnología, que no tiene a la productividad como eje central, sino a la posibilidad de generar trabajo. Es decir, no guarda una relación proporcional entre la materia prima, los medios de producción y la mano de obra”. En palabras de Liotti, no facilita la generación de mayor plusvalía.
Piqueteros
Tomando el concepto de herencia, utilizado muy seguido en sus editoriales y varias veces en el libro. El periodista hace un reconto de los diversos planes de asistencia social desarrollados en estos últimos cuarenta años: Programa PAN de Alfonsín (una caja de alimentos), Plan Trabajar de Menem, Jefes y Jefas de hogar en el 2002 con Duhalde, la Asignación Universal por Hijo (AUH) con la llegada del kirchnerismo, el Argentina Trabaja y Potenciar Trabajo con Alberto Fernández. Deja en claro cómo, de los dos lados de la grieta (en crisis) mantienen (pese a sinfín de amenazas) el asistencialismo, como medio de contención y ajuste, pauperizando las condiciones básicas de vida de millones de familias trabajadoras.
“Tras el derrumbe provocado por la crisis de 2001-2002, existió un consenso político y ciudadano de que el Estado, que había colapsado para ejercer sus funciones más básicas, debía generar instrumentos de contención para evitar nuevos estallidos. (…) este esquema de paliativos temporales sufrió un desgaste al menos por tres razones. (…) el pobre desempeño de la economía y la inflación creciente, que progresivamente fue licuando el efecto anestésico de la ayuda (…) las deficiencias en la concepción de la distribución de la ayuda social, ya que si bien la Argentina es el segundo país de América latina que más invierte en protección social, es la que ha exhibido en la última década peores resultados en materia de lucha contra la pobreza (…). El esquema de asistencia social se transformó en una política establecida con sus propias corporaciones, sus beneficiarios estables, su dinámica autónoma que en muchos lugares del país es la que predomina ante la falta de alternativas laborales. Es decir, se afincó como una estructura más del sistema político-social-económico”. Liotti pone en discusión, con su afirmación, el programa de asistencia social y quiénes son los que deben centralizarlo, qué sector debe tomar en sus manos el manejo de los planes sociales y la provisión de alimentos a centenares de comedores y merenderos. Ante el crecimiento de los movimiento sociales (agrupaciones piqueteras) causal de medidas de ajuste y hambre por parte de los gobiernos (tanto de dictadura cívico-militar como democracia burguesa), han puesto en amenaza el entramado punteríl que se desarrolla en asentamientos, villas y barriadas humildes de todo el país, altamente desprestigiado por vecinos y trabajadores.
Las palabras del periodista van en sintonía con la propuesta de intendentes y candidatos e intendentes del primero, segundo y tercer cordón del conurbano bonerense, en reclamo del manejo de los miles de planes sociales. De este modo, al mejor estilo “Chocolate” Rigau, tener en sus manos la “contención” de las masas empobrecidas.
En un par de páginas, el editorialista esboza una breve historia del movimiento piquetero. Describe cómo las privatizaciones y convertibilidad menemistas provocaron una gran cantidad de desocupados; las primeras movilizaciones y levantamientos populares, en 1997 por Neuquén, Salta y Jujuy; la cooptación, por parte del kirchnerismo, y su actual burocratización. “Fue Kirchner quien los transformó en sujetos de acción política por fuera de su raíz piquetera y los burocratizó, los incorporó a las filas del Estado y los expuso ante la disyuntiva de aceptar los beneficios del poder, o mantener la demanda social en las calles”. De este modo, explicando el concepto de “las dos ventanillas” hace alusión al actual grupo de los San Cayetano (MTE, UTEP, CTEP de Juan Grabois, CCC de Juan Carlos Alderete y el Movimiento Evita de Emilio Pérsico). Todos jugando un fuerte papel militante en apoyo, ocupando cargos en el ejecutivo nacional o en los bloqueos oficialistas en el Congreso, apoyando y defendiendo al ministro de Economía (y candidato a la presidencia) Sergio Massa. Mientras la inflación cada vez más se parece a una híper, la devaluación del peso supera los mil y los tarifazos dinamitan los flacos bolsillos de los laburantes. Siguiendo (nuevamente) las recetas impuestas por el FMI.
Como es costumbre, el texto (o mejor dicho el periodista) juega al silencio respecto a tres crímenes a la clase obrera, que marcaron al pueblo trabajador. Tanto la masacre de Avellaneda, del 26 de junio de 2002, con el crimen de Maxi y Darío, que terminó con el gobierno de Eduardo Duhalde (ex presidente que hasta el día de la fecha no ha pisado tribunales para dar explicaciones de lo sucedido) y el crimen de Mariano Ferreyra, el 20 de octubre de 2010 en el barrio de Barracas, por parte de la patota de la Unión Ferroviaria de Pedraza, siguiendo una fuerte política de tercerización de la represión a las protestas sociales por parte del gobierno “nacional y popular” de Cristina Fernández de Kirchner.
A lo que no hace referencia el autor es al accionar independiente y clasista del Frente de Unidad Piquetera, que sigue en las calles, con cortes, movilizaciones y acampes, encabezados por el Polo Obrero, agrupación con más de veinte años de vigencia. La ausencia no es resultado de un acto de olvido o error (como todas las anteriores). No se debe olvidar que desde hace tiempo que se viene desarrollando una fuerte campaña macartista, demonizando y buscando aislar al movimiento de lucha de los trabajadores más activos al momento. Así lo viene desarrollando (desde hace tiempo) el diario La Nación, con notas e “investigaciones” sobre la recaudación financiera, denunciando a la dirección del Polo Obrero y de Partido Obrero de sociedades delictivas, sin pruebas sólidas, jugando al divide y triunfarás. Eso sí, no así investigando las cajas negras del Estado, y los partidos que lo gobiernan.
Del mismo modo, no hay una sola palabra sobre el papel que cumplió la izquierda en estos cuarenta años de democracia, jugando un fuerte apoyo a la lucha de Madres, Abuelas, Hijos y demás organizaciones de derechos humanos. Avanzando y ganando posiciones dentro de los gremios como por ejemplo con la victoria en seccionales del sindicato de trabajadores de la educación de la provincia de Buenos Aires (SUTEBA) o dirigiendo el Sindicato de Trabajadores del Neumático de la Argentina (SUTNA); la dirección combativa en centros de estudiantes y de la Federación Universitaria de Buenos Aires contra las medidas de ajuste y arancelamiento de la UBA y el ingreso de diputados nacionales, provinciales y legisladores municipales. Temas que han sido tapa de diario La Nación y de infinidad de medios nacionales, provinciales y municipales, siendo incluso la izquierda tema central de declaración de funcionarios públicos (ministros y hasta presidencia).
Conclusiones
Como parte de la campaña de presentación del libro, Liotti en una entrevista con su colega Eduardo Feinmann, por el canal La Nación + afirma que “Todos tenemos la sensación de un fin de ciclo, pero no está claro que esto abra la puerta a un ciclo nuevo”. Y se reafirma dicho concepto en un artículo de diario Perfil publicitando el ensayo: “Hay una percepción mayoritaria de que la Argentina ha llegado a punto crítico, en el que se genera un punto de inflexión a la escena en la que transitó en otro momento (que le permitía tener algún horizonte de desarrollo, generar expectativa y tener una sociedad más homogénea en su composición) o definitivamente estamos en un punto de no retorno, en el cual Argentina se va a convertir en otro tipo de país, por lo menos en ese que teníamos hace no tantas décadas atrás. (,,,) La última encrucijada tiene que ver con este cruce de caminos y con el concepto de ‘ ultimo’, no le queda mucho tiempo, no puede haber otro gobierno sin empezar a responder estas demandas”.
Las cuatro décadas dejan para Liotti un Estado acabado; “La historia de los cuarenta años de democracia parece dividirse en dos mitades -como en otros planos- a partir del tremendo punto de inflexión que significa la crisis de 2001-2002. Antes de ese mojón rigió una lógica de reconstrucción, que buscó darle una nueva orientación a las políticas económicas, en el marco de un país en restauración; en el periodo posterior, en cambio, primó una lógica de reparación, un criterio de compensación ante el quiebre de un Estado que no solo fue incapaz de desempeñar sus tareas sociales básicas, sino que además incumplió las leyes y perjudicó severamente a los ciudadanos. Pero ambas parecen estar ya definitivamente agotadas”.