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A 100 años de su muerte

El fantasma de Lenin recorre el mundo

Vigencia y actualidad de la revolución socialista

El 21 de enero se conmemora el centenario de la muerte de Lenin. La Revolución de Octubre está asociada integralmente a su figura, no se puede disociar una de otra. El dirigente bolchevique no solo dirigió con firmeza y convicción la insurrección que condujo a la toma del poder sino que estuvo al frente de la inmensa labor preparatoria desplegada durante varias décadas en todos los planos -político, organizativo, militante-. Sin esa preparación hubiera sido imposible coronar con éxito semejante empresa . La Revolución de Octubre es la culminación de una construcción histórica que tuvo a Lenin como su principal artífice.

Lenin encara el reto de poner en pie el primer estado obrero de la mano de una revolución triunfante, desalojando del poder a la burguesía. El antecedente más cercano, la Comuna de París, fue una experiencia efímera, de corta duración que sucumbió frente a la contrarrevolución burguesa. El proletariado, por primera vez, asumía las riendas y conducción de la sociedad inaugurando una nueva época de la humanidad.

Apelando a las propias palabras de Lenin, la importancia histórica universal del bolchevismo, liderado por el mismo y luego encarnado en la III Internacional, la Internacional Comunista, “reside en que ha comenzado a llevar a la práctica la consigna más importante de Marx, la consigna que resume el desarrollo secular del socialismo y del movimiento obrero, la consigna expresada en este concepto: dictadura del proletariado. Esta previsión genial, esta teoría genial se está transformando en realidad (….). Estas palabras latinas están traducidas actualmente a los idiomas de todos los pueblos de la Europa contemporánea, más aun, a todos los idiomas del mundo. Ha comenzado una nueva época en la historia universal. La humanidad se sacude la última forma de esclavitud: la esclavitud capitalista, o sea, la esclavitud asalariada. Al liberarse de la esclavitud, la humanidad adquiere por vez primera la verdadera libertad”.

Lenin asume este desafío de entrar en la puerta grande de la historia, sorteando todas la presiones y vacilaciones, incluida la actitud dubitativa de los dirigencia de su propio partido.

La Revolución rusa

No se nos puede escapar el hecho de que el primer estado obrero terminara abriéndose paso en un país atrasado, semifeudal, hecho que no estaba en los pronósticos originales marxistas. Marx y Engels vaticinaban que la transición hacia el socialismo iba a tener lugar en los países capitalistas más avanzados. No es ocioso señalar que ya los fundadores del socialismo científico empezaron a cambiar de opinión, al seguir el metabolismo que se operaba en el desarrollo del capitalismo, su difusión a escala global y la creación de una clase obrera en diferentes rincones del planeta. Rusia no es la excepción y ya en su seno, emerge un proletariado cuyo peso social y político se va haciendo más gravitante. Ya Marx y, en mayor medida, Engels observaron como de ser el antro de la reacción, el imperio zarista se iba convirtiendo en uno de los centros más vitales de la actividad revolucionaria. El marxismo se fue expandiendo en el imperio zarista al calor de este desenvolvimiento capitalista y es lo que está en la base de la irrupción dentro de la intelectualidad y entre los sectores más lúcidos de la clase obrera de una generación excepcional de revolucionarios que abrazaban la causa del socialismo. Lenin es el exponente más brillante de esta generación.

El marxismo no es un dogma sino una guía para interpretar la realidad y de ese modo tener la capacidad de transformarla. Eso quedó nuevamente corroborado con el abordaje de Lenin del carácter de la Revolución rusa, de la dinámica de las distintas clases sociales dentro del imperio zarista y las conclusiones y tareas que se desprendían de esta caracterización. En lugar de aferrarse a un esquema, la cualidad que distingue a Lenin es que va a fondo en el análisis del escenario que le toca enfrentar y, lo más importante, no vacila en llevar hasta el final las consecuencias que se derivan de ese análisis:

“¿Cómo ha podido suceder que haya sido precisamente uno de los países más atrasados de Europa el primero en implantar la dictadura del proletariado, en organizar la República Soviética? (….) ¿Es acaso sorprendente que la implantación de la dictadura del proletariado haya mostrado, ante todo, la “contradicción” entre el atraso de Rusia y su “salto” por encima de la democracia burguesa? Cabría extrañarse si la historia nos brindara la posibilidad de implantar una nueva forma de democracia sin una serie de contradicciones. Cualquier marxista, incluso todo hombre familiarizado con la ciencia moderna en general, al que preguntáramos si es posible el paso uniforme, armónicamente proporcional de los diversos países capitalistas hacia la dictadura del proletariado, nos respondería, sin duda, negativamente. En el mundo del capitalismo no hubo ni pudo haber jamás nada uniforme, ni armónico, ni proporcional. Cada país ha ido desarrollando con particular relieve uno u otro aspecto o rasgo, o todo un grupo de rasgos, inherentes al capitalismo y al movimiento obrero. El proceso de desarrollo ha tenido lugar en forma desigual. (…) La historia mundial conduce indefectiblemente a la dictadura del proletariado. Pero no lo hace, ni mucho menos, por caminos lisos, llanos y rectos”.1 (La Tercera Internacional y su lugar en la historia. Marxists Internet Archive. 2000.)

A la hora de hacer su biografía y reconstruir la trayectoria del dirigente de la Revolución de Octubre, no se le ha prestado la suficiente atención a una de las primeras y grandes obras :“Desarrollo del Capitalismo en Rusia”, en la que hace un análisis riguroso de los rasgos y peculiaridades del desenvolvimiento capitalista en el imperio zarista. Esto lo lleva en el terreno político a una delimitación con los populistas que plantean la ilusión de partir de las propiedades comunales de la tierra existentes en el campo ruso para avanzar a una colectivización de la tierra, sin necesidad de pasar por el capitalismo. Lenin señala que las formas comunales eran propias de del atraso semifeudal ruso y de un régimen de servidumbre de los campesinos sometidos al despotismo y opresión de los terratenientes y de la nobleza. De ahí no puede venir un impulso transformador. Lenin plantea que ese desarrollo capitalista ya se estaba dando y era inevitable. El autogobierno comunal era inviable, porque la propia comuna campesina ya estaba atravesada por los antagonismos propios del modo de producción capitalista.

Rusia tenía por delante una transformación radical de su estructura social (revolución agraria) que ya había tenido lugar en el pasado en las naciones capitalistas avanzadas en el marco de las llamadas “revoluciones burguesas” modernas. En torno a este tema, se establece en Rusia una divisoria de aguas incluso en las filas los que se reivindican marxistas. Hay quienes sostenían que, puesto que la revolución que Rusia tenía por delante era burguesa, dicha tarea debía ser liderada y desarrollada por la burguesía liberal. El proletariado debía acompañar como segundo violín de ese proceso. Esa fue la posición de los marxistas legales y luego de los mencheviques. Los bolcheviques sostenían, en cambio que, por sus ataduras con la nobleza, por su entrelazamiento con el capital extranjero, por su cobardía y adaptación al zarismo, la burguesía no podía ni quería asumir sobre sus hombros las transformaciones democráticas burguesas. Esas tareas (revolución agraria, república) estaban reservadas a los obreros y campesinos. Estas dos clases serían las fuerzas motrices de la revolución que debía encararse a través de una alianza entre ambas. Lenin no se ata a ningún esquema. La creencia más extendida entre ese marxismo más domesticado era que la revolución socialista seguiría el mismo esquema que las revoluciones burguesas. Que la transición al socialismo sería similar a los procesos por los que las burguesías revolucionarias habían accedido al poder político desde las mismas bases materiales de la vieja sociedad. Pero no fue así. La historia planteaba caminos más intrincados y contradictorios y eso es lo que está en la base de los planteos de Lenin. No había que esperar a la burguesía liberal, había que preparar la revolución en Rusia que este resumía en una fórmula de carácter algebraico: la dictadura democrática del proletariado y del campesinado. Las condiciones estaban maduras y no dependían de un desarrollo capitalista prolongado de las fuerzas productivas, sino de la crisis política y la disposición revolucionaria de las clases oprimidas.

La propia marcha de los acontecimientos reveló que, por su heterogeneidad, diferenciación interna y dispersión geográfica, los campesinos eran incapaces de erigirse como una fuerza política independiente. La disputa sobre la representación de sus intereses es encarnada por las clases y partidos de la ciudad, o sea, entre la burguesía y el proletariado. A partir de esta constatación, Lenin sustituye la consigna original de poder por la de la dictadura del proletariado. La clase obrera estaba llamada a asumir las riendas del poder político, actuar como fuerza dirigente y acaudillar al resto de las masas explotadas, empezando por la masa campesina.

Dictadura del proletariado y democracia burguesa

Las obras de Lenin tienen un carácter académico sino que definen y apuntalan una estrategia política y son una guía de acción. El dirigente de la Revolución de Octubre tenía una premisa muy clara: sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario. El libro El estado y la revolución no surge como consecuencia de la revolución rusa sino al revés. La Revolución de Otubre se inspira y se nutre en las premisas y concepciones generales que están plasmadas en dicha obra. Es allí donde se hace una defensa y reivindicación de la dictadura del proletariado en oposición al Estado capitalista y se desenmascara la impostura de la democracia burguesa.

Esta premisa es la que está en la base granítica de la construcción de la III Internacional: “La república burguesa más democrática ha sido siempre, y no podía ser otra cosa que una máquina para la opresión de los trabajadores por el capital, un instrumento del poder político del capital, la dictadura de la burguesía. La república democrática burguesa prometía el poder a la mayoría, lo proclamaba, pero jamás pudo realizarlo, ya que existía la propiedad privada de la tierra y demás medios de producción.

Por vez primera en el mundo, la democracia soviética o proletaria ha creado una democracia para las masas, para los trabajadores, para los obreros y los pequeños campesinos. Jamás ha existido en el mundo un poder estatal ejercido por la mayoría de la población, un poder efectivamente de esta mayoría, como lo es el poder soviético.

Este reprime la “libertad” de los explotadores y de sus auxiliares, les priva de la “libertad” de explotar, de la “libertad” de enriquecerse a costa del hambre, de la “libertad” de luchar por la restauración del poder del capital, de la “libertad” de confabularse con la burguesía extranjera contra los obreros y campesinos de su patria”. 2(La Tercera Internacional, ídem).

La obra Imperialismo, fase superior del capitalismo  se orienta en la misma dirección pues apunta a una comprensión de la etapa histórica en la que el capitalismo, bajo el dominio de los monopolios y el capital financiero, tiene un punto de inflexión e ingresa en un fase de descomposición y decadencia. El imperialismo es la reacción en toda la línea en la que se exacerban al extremo todas las contradicciones capitalistas. No es cuestión de volver al pasado -al capitalismo de libre competencia- lo cual es imposible sino de mirar hacia delante. De lo que se trata es de preparar a los trabajadores para acabar con el capitalismo y abrir el paso al socialismo. El imperialismo es caracterizado como una “fase de transición” entre una organización social agotada que debe y merece ser enterrada y el advenimiento de una organización social superior.

Imperialismo y revolución

El texto del imperialismo, escrito en medio y al calor de la marea revolucionaria que sacude Europa, refuerza el alcance general de la batalla estratégica por la dictadura del proletariado en la medida en que la economía mundial bajo el imperialismo elimina definitivamente la distinción entre países maduros e inmaduros para el socialismo. La exportación de capitales, que pasa a tener un papel más gravitante que la exportación de mercancías, hace que el capital ingrese en los lugares más recónditos del planeta y vaya creando, a partir del desembarco y penetración capitalistas, una clase obrera. Como resultado de estas inversiones capitalistas el atraso convive con industrias modernas. El desarrollo desigual y combinado propio del capitalismo va creando el sujeto capaz de liderar un proceso de transformación revolucionario.

Por otra parte, el análisis del imperialismo hecho por Lenin echa por tierra definitivamente la posibilidad de que un país atrasado se transforme en un país industrializado, sin hacer una revolución. Al discutir sobre el desarrollo burgués en Rusia, Lenin especulaba sobre dos vías posibles y alternativas. Una era la transformación de la economía terrateniente que paulatinamente se iría convirtiendo en cada vez más burguesa. La otra era la liquidación de los latifundios terratenientes y el desarrollo libre de la economía capitalista. Al primero lo llamaba el camino “prusiano” y al segundo el camino “norteamericano”. En el primero, el terrateniente seguiría exprimiendo al campesino mientras gradualmente se formaba una burguesía agraria lo que iba unido a una política proteccionista de la industria nacional poniendo límites a la competencia foránea. En el segundo se liberaba a los campesinos para que se transformaran en agricultores capitalistas -o sea, un camino revolucionario-, fomentando un alzamiento general agrario contra los terratenientes. Desde el momento en que el capital extranjero está instalado en el país con sus propias filiales, el proteccionismo deja de tener eficacia. No se puede arribar a un capitalismo independiente sin enfrentar y terminar con la dominación imperialista, lo cual excede la capacidad y voluntad de las burguesías nacionales. Los limites insalvables con que tropezaron los bolcheviques respecto a la burguesía liberal se dieron con igual y con más fuerza aun respecto a la clase capitalista local en los países atrasados. La liberación nacional y social es un resorte de la clase obrera en el poder en el que las tareas propias de la revolución democrática burguesa (revolución agraria, democracia política) se combinan con la transformaciones propias de una revolución socialista. Se trata de las premisas de la revolución permanente formuladas por León Trotsky y que Lenin denominó en alguno de sus textos “revolución ininterrumpida”.

El partido

Trotsky había llegado mucho antes a esas conclusiones, ya en la revolución de 1905. Lenin fue llegando a ellas a través de aproximaciones sucesivas. Pero, en el momento decisivo, en el año 1917, lo cuenta como el principal motor de la estrategia dirigida a la conquista del poder, desafiando la política de colaboración de clase que reinaba mayoritariamente en la dirección del partido bolchevique. La “Tesis de abril” es una pieza clave en donde Lenin postula y defiende esta orientación.

Aquí está el papel del individuo en la historia. Aunque habla de la lucha de clases como fundamento y motor de la historia, el marxismo no niega el rol del individuo. Un ejemplo que se puede señalar sin temor a equivocarse es el de Lenin. Sin él, hubiera sido muy poco probable que la revolución culminara con una victoria.

Trotsky tuvo una visión acertada más tempranamente que Lenin sobre el carácter de la revolución y el rol llamado a jugar por la clase obrera. Pero este último tenía una ventaja incomparable respecto a Trotsky: el partido bolchevique, cuya construcción es uno de los aspectos claves de la trayectoria política del principal dirigente de la Revolución de Octubre. Estamos hablando de un partido de combate, formado por militantes revolucionarios, fogueados y probados en la lucha de clases, con conciencia política, centralizado y con una disciplina interna para la acción. Cuando Lenin operó el viraje en la orientación que impulsaba el bolchevismo contaba con un instrumento para poder llevarla adelante. Aquí, hablando de las obras de Lenin, merece un sitial privilegiado el Que hacer, donde Lenin defiende y sienta las premisas de la lucha por un partido revolucionario, concebido como un partido de militantes en oposición al punto de vista sostenido por otra parte del elenco dirigente de la socialdemocracia rusa que planteaba que el partido debía tener un carácter más laxo, integrado por simpatizantes. Este punto es el que provoca una fractura en la socialdemocracia rusa entre la mayoría bolchevique que respondía a Lenin y la minoría menchevique que sostenía la otra variante. Lo que aparecía como una cuestión aparentemente organizativa demostró tener un alcance mayor. El debate en torno al tipo de organización estaba asociado a la estrategia política que debían enarbolar los socialistas rusos, cuestión que emergió con más claridad en los acontecimientos posteriores. Mientras que el bolchevismo apuntaba a la conquista del poder y eso suponía contar con una fuerza altamente cohesionada, el menchevismo se reducía a oficiar de grupo de presión, acompañando a la burguesía, por lo cual concebía una estructura organizativa más flexible y amorfa.

Actualidad

Esta reseña que hemos realizado es apenas un pantallazo de la obra y la trayectoria de Lenin. El legado que Lenin ha dejado para la historia es enorme y obviamente su alcance está lejos de agotarse en el presente texto. Si hubiera que sintetizarlo, podríamos decir que Lenin ha escrito la principal página de la historia contemporánea. Y habría que agregar uno de los hitos de la historia pues constituye el punto de arranque de una nueva etapa de la convivencia humana, una sociedad sin explotados ni explotadores, es decir, una transformación de la organización social sobre nuevas bases, valiéndose del salto sin precedentes en el desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas. La Revolución de Octubre inaugura la transición de la prehistoria a la historia como enfatizaron Marx y Engels.

Al hablar del legado de Lenin no se puede soslayar referirse a su actualidad. Al cumplirse los 100 años de la Revolución de Octubre el editorial de la revista The Economist (16-12-16) era encabezado por un sugerente título: “Los bolcheviques están de vuelta”. La editorial destaca que, pasados 100 años, el escenario internacional presente resulta en muchos aspectos coincidente con el que reinaba bajo la Revolución de Octubre.

Las señales de desigualdad y polarización social se han acentuado y al mismo tiempo se constata una anemia y una pérdida de impulso en la producción y el crecimiento económico que acentúan las disputas y choques capitalistas en tanto la concentración y poder de los monopolios, que anula la competencia, no tiene precedentes. El panorama que traza es elocuente: “La economía global ha entregado muchos de sus beneficios a los más ricos: en Estados Unidos, la proporción de ingresos después de impuestos que va al 1% más rico se duplicó del 8% en 1979 al 17% en 2007. Y en muchos sentidos el futuro parece peor. El crecimiento de la productividad se ha desacelerado. A menos que esto pueda cambiarse, la política inevitablemente se convertirá en una lucha por dividir el pastel. Gigantes tecnológicos como Google y Amazon disfrutan de cuotas de mercado no vistas desde finales del siglo XIX, la era de los barones ladrones”.

El editorial, asimismo, destaca: “las similitudes entre el colapso del orden liberal en 1917 y la actualidad son marcadas. Comienzan con la atmósfera de fin de siècle. Los 40 años previos a la Revolución rusa fueron años de triunfalismo liberal. El libre comercio (liderado por los británicos) unió al mundo. La democracia liberal triunfó en Gran Bretaña y Estados Unidos y parecía ser lo que vendría en otros lugares. Los años a partir de 1980 fueron un período similar de triunfalismo. La globalización (liderada por Estados Unidos) avanzó sin descanso. Se multiplicó el número de países que calificaban como democracias. Los políticos de derecha e izquierda compitieron para demostrar su lealtad al “consenso de Washington”.

La caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética abrieron un periodo de euforia en la clase capitalista mundial. Los representantes e intelectuales de la burguesía se apresuraron en señalar lo que denominaron “el fin de la historia”: la consagración de una supremacía y superioridad del capitalismo y la defunción del socialismo. La restauración del capitalismo en el ex espacio soviético, y agreguemos China, implicaba incorporar a la órbita de la explotación y acumulación capitalistas a centenares de millones de trabajadores y avanzar en la colonización en provecho de dos naciones con enormes recursos y mercados. Estas circunstancias crearon la expectativa de un nuevo ciclo de florecimiento del capitalismo.

Lejos de avanzarse en esa dirección, la restauración capitalista disparó aun más las contradicciones capitalistas, acentuando las tendencias a la saturación de los mercados y la crisis de sobreproducción.

La economía mundial experimentó otro colapso en 2008, que arrastró a la quiebra de Lehman Brothers y de la cual, hasta el día de hoy, no se ha podido recuperar. Otro editorial de The Economist, en oportunidad de la crisis financiera de 2008, sintetizó este escenario bajo el título “Cayó el otro muro”, al referirse al derrumbe de Wall Street jugando con el hecho de que la palabra “wall” significa muro en inglés.

La globalización -la premisa de una integración y cooperación económica y política internacional- fue reemplazada por una competencia cada vez más violenta entre los capitalistas y la exacerbación de rivalidades y choques entre las Estados. Del acople chino-norteamericano hemos pasado a un enfrentamiento cada vez más exacerbado. La tendencia a la desintegración de la Unión Europea se hace más grande. La idea de que el fin del comunismo, al terminar con la amenaza soviética, erradicaba la amenaza de una guerra fue desmentida. Lejos de inaugurarse una era de paz y solidaridad, como auguraban los apologistas de la globalización, el escenario bélico se ha acentuado. Y la tendencia reciente no es hacia una atenuación sino a una exacerbación de este fenómeno. “Las cifras confirman la evidencia anecdótica de que la guerra está estallando en todo el mundo. Un informe reciente del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos documentó 183 conflictos en curso en todo el mundo, la cifra más alta en más de tres décadas. Y a esa cifra se llegó antes de que estallara la guerra en Gaza”.3 (Adam Tooze. “Paz, guerra y vuelta a la Historia en 2023”. Sin Permiso).

Hoy tenemos la guerra instalada nuevamente en Europa con el conflicto desatado en Ucrania. Se ha vuelto a reiterar el horror de la guerra en el viejo continente que los gurúes de la globalización y del fin de la historia daban por desterrado. La amenaza de un conflicto bélico está presente en África. Aumentan las tensiones en el Pacifico entre EE.UU. y China en torno Taiwán. El genocidio de Gaza es uno de los más atroces de la historia. Formalmente, se trata de conflictos regionales pero tienen un alcance internacional en los que están directamente involucradas las grandes potencias y los principales actores de la política mundial. Cada uno de estos conflictos tiende a escalar. Como se constata en Gaza y también en Ucrania las hostilidades empiezan a extenderse a nuevos países aumentando la tendencia a un conflicto global.

Las grandes depresiones en el pasado condujeron a la primera y segunda guerras mundiales. Esta amenaza está latente en momentos en que estamos frente a un nuevo salto de la crisis capitalista mundial. La bancarrota capitalista es tanto e incluso superior al crack del 29. Como no podría ser de otra forma una crisis de fondo como la que atravesamos socava los fundamentos de la dominación política de la burguesía y se está llevando puesto a gobiernos y provocando el derrumbe de régimen políticos. Las bases de sustentación de la democracia burguesa se erosionan. La población pierde confianza y credibilidad en el sistema democrático en la medida en que advierte que no ofrece una salida a sus necesidades, más aun, que es una fuente de su agravamiento. Al calor de esto florecen tendencias bonapartistas, golpes y contragolpes, regímenes de excepción. El fracaso de la democracia no vale solo para los países atrasados sino para los propios países imperialistas que vienen desmantelando el estado de bienestar. Y es lo que está en la base de la irrupción de los Trump o los Bolsonaro – y habría que agregar recientemente a Milei-, como llama la atención The Economist en su editorial.

Pero el impasse capitalista no solo engendra la crisis por arriba sino también la iniciativa por abajo y por lo tanto es el caldo de cultivo para las rebeliones populares y la creación de situaciones revolucionarias.

Ingresamos en un nuevo capítulo de guerras y revoluciones. Este es el sentido profundo de la afirmación acuñada por The Economist de que “el bolchevismo está de vuelta”. Esto habla de la vigencia y actualidad de la revolución socialista. El fantasma de Lenin, por lo tanto, recorre el mundo actual. Sobre esta circunstancia, hay una conciencia de la burguesía, al menos de sus sectores más lúcidos. Pero esa conciencia no es la que reina mayoritariamente en las filas de la izquierda, incluida aquella que se dice revolucionaria, que se apresuró a declarar, cuando se produjo la disolución de la URSS, que el ciclo iniciado por la Revolución de Octubre estaba cerrado. En algunos casos, la adaptación al orden social vigente y el conservadurismo es más sutil y lo que prevalece es una deriva parlamentaria y democratizante en su práctica y estrategia políticas.

El legado de Lenin es una herramienta clave para intervenir en el presente y en el porvenir que se avecina. Ese legado plantea la defensa de la independencia política de los explotados, la lucha estratégica por un gobierno de trabajadores y por el socialismo, la construcción de partidos revolucionarios y la reconstrucción de una Internacional revolucionaria que, para el Partido Obrero, es la IV Internacional.


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