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Lenin y la revolución permanente

“…siempre he pensado que a usted le faltaban aquella inflexibilidad y aquella intransigencia de Lenin. Aquel carácter del hombre que está dispuesto a seguir por el camino que se ha trazado por saber que es el único, aunque sea solo en la seguridad de que, tarde o temprano, tendrá a su lado la mayoría y de que los demás reconocerán que estaba en lo cierto. Usted ha tenido siempre razón políticamente, desde el año 1905, y repetidas veces le dije a usted que le había oído a Lenin, por mis propios oídos, reconocer que en el año 1905 no era él, sino usted, quien tenía razón. A la hora de la muerte no se miente, por eso quiero repetírselo a usted una vez más, en esta ocasión…”.1Trotsky, León: Mi vida, Antídoto, Buenos Aires, 1990, pág. 427.

La cita es conocida: Adolf Ioffe, amigo personal de Trotsky, incorporado como él al bolchevismo desde la Organización Interdistrital, estrechísimo colaborador de Lenin, representante de los soviets en el Tratado de Brest-Litovsk y uno de los principales diplomáticos del poder soviético, sufría una grave enfermedad psiquiátrica. Partidario de la Oposición de Izquierda, Stalin le negó la salida del país para atenderse en el extranjero. Aislado y desesperado, la expulsión de Trotsky del partido fue para él un golpe insoportable, que lo llevó a suicidarse como forma de protesta, el 16 de noviembre de 1927. El texto pertenece a la carta póstuma que le dejara a Trotsky.

Aunque algunos autores han pretendido dudar del “tema” sobre el que Ioffe afirmaba haber oído numerosas veces a Lenin reconocer que la posición de Trotsky era correcta, la duda no tiene ningún sentido: es en los años precedentes y posteriores a la revolución de 1905 que Trotsky trazó las líneas generales de la teoría de la revolución permanente y publicó un conjunto de trabajos (Nuestras tareas políticas, Antes del 9 de enero, Balance y perspectivas) en los que la desarrolló. A esa cuestión se refería, sin dudas, Lenin.

Pero esto que representa una prueba incontrastable acerca del acuerdo de Lenin con la teoría de la revolución permanente es, en cualquier caso, una confirmación tanto tardía como trágica. Corresponde en cambio buscar en la evolución de sus posiciones y sus puntos de vista en el período 1904-17 el verdadero contenido de su opinión al respecto.

¿Tres conceptos y dos partidos?

El lector me permitirá hacer uso del título de uno de los últimos textos de Trotsky para simplificar la cuestión. Me refiero al artículo escrito en 1939 y publicado póstumamente en 1942 en IV Internacional y, también, como apéndice en varias ediciones del Stalin, “Tres concepciones de la revolución rusa”. Allí se resumen los tres conceptos que desarrollaron las corrientes políticas marxistas que finalmente cristalizarían en la constitución de dos partidos diferentes, bolcheviques y mencheviques, y que rigieron su intervención en el proceso que condujo al Octubre del ‘17.

Tres conceptos que convergerían no en tres sino en dos partidos, tal el resultado paradójico en que se encuentra en cierta medida la respuesta al interrogante sobre la posición de Lenin respecto a la revolución permanente: dos puntos de partida diferentes, el de Lenin y Trotsky, que convergen finalmente en las condiciones de la histórica prueba de octubre.

Una premisa común atravesaba a todas las corrientes marxistas: el carácter burgués de las tareas de la Revolución rusa. La liquidación de los resabios feudales en el campo y la industrialización del país eran las tareas que la revolución debía afrontar. Pero a la hora de describir la mecánica social de la revolución, las coincidencias devenían en divergencias de fondo.

Del carácter burgués de la revolución los mencheviques deducían naturalmente a la burguesía rusa como su agente social dirigente. Era la fórmula al uso que la II Internacional había construido alrededor de una interpretación falaz de las ideas de Marx y Engels sobre la evolución del capitalismo en los países atrasados, interpretación según la cual estos debían atravesar toda una etapa histórica de desarrollo capitalista hasta alcanzar la madurez que permitiera la aparición de un mayoritario proletariado capaz de dirigir el proceso de la revolución socialista. El esquema, en realidad, cumplía la función política de ofrecer una cobertura teórica al proceso de adaptación de la socialdemocracia europea al capitalismo en transición a su fase imperialista, y al abandono de cualquier pretensión revolucionaria por parte suya.

Trotsky rechazaba de plano tal conclusión: el atraso de la burguesía rusa y su dependencia respecto del capital extranjero la volvían incapaz de dirigir la revolución burguesa. Las tareas burguesas solamente podrían ser afrontadas por el proletariado revolucionario a la cabeza de las clases oprimidas, especialmente el rebelde campesinado ruso, abrumadora mayoría de la nación. El campesinado, aunque inmensa mayoría nacional, no podía cumplir el papel de clase hegemónica de un régimen revolucionario históricamente estable. Durante la Revolución de 1905 se había mantenido incluso predominantemente al margen de los acontecimientos.

Si la burguesía era incapaz de dirigir la revolución contra el zarismo, entonces: ¿qué régimen político surgiría de la revolución victoriosa? Solo un gobierno obrero, expresado en una mayoría socialdemócrata y como punto de partida de la dictadura del proletariado, podía convertirse en un régimen político viable en la atrasada Rusia. Trotsky deducía que, por su propia naturaleza de clase, el proletariado en el poder no se detendría en los límites de la propiedad privada, límites en cambio intocables para la burguesía. Las etapas burguesa y socialista aparecerían y se desenvolverían en forma indiferenciada, fundidas en un proceso de carácter “permanente”.

He aquí los dos conceptos cuyo antagonismo explica por qué Trotsky, alejado del bolchevismo después de la ruptura del Congreso de Londres de 1903 por su rechazo al centralismo democrático, no podía sin embargo hacer pie en el terreno impotente del seguidismo de los mencheviques hacia la burguesía. En cambio, su experiencia como presidente del Soviet de Petrogrado en la Revolución de 1905 le permitió ver a los partidos en acción y comprobar la audacia y el compromiso revolucionario inquebrantable del bolchevismo. Y aunque el aparato, el caucus de los apparatchik, recelara en principio de la popularidad de Trotsky, e incluso del propio soviet como “competidor” del partido, Lenin desde Moscú no hizo más que aplaudir su actuación y contribuir a poner en caja a los críticos bolcheviques del primer soviet y de su política.

Así que, independientemente del derrotero que siguieron las diferencias de Trotsky con el bolchevismo hasta 1917, la común apreciación del carácter impotente de la burguesía nacional rusa se reveló como una divisoria de aguas práctica con el menchevismo por primera vez en el fragor de 1905. Efectivamente, los bolcheviques negaban también que la burguesía rusa pudiera encabezar y llevar al triunfo a la Revolución Rusa. En Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, publicada en julio de 1905 y destinada a orientar la intervención del bolchevismo en la revolución y a polemizar con los “neoiskristas”, como llamaba por entonces a los mencheviques, la tesis fundamental de la que parte Lenin y de la que deduce la táctica política es la de la impotencia, la inconsecuencia y la traición de la burguesía nacional rusa.

Pero a la hora de establecer las características del régimen que debía surgir de la revolución triunfante, la fórmula que el bolchevismo previo a 1917 promovía divergía del planteo de Trotsky: la revolución vencedora implantaría un régimen de “dictadura democrática del proletariado y los campesinos”. Lenin no concebía la posibilidad de que el partido del proletariado asumiera la representación política directa del gigantesco campesinado ruso, como sin embargo ocurrió finalmente en la Revolución de Octubre.

De la idea del carácter central del contenido agrario en el programa de la revolución burguesa en Rusia, Lenin deducía el hecho de que el inmenso peso social del campesinado tenía que aparecer entre los elementos constituyentes de la fórmula política que expresara la mecánica de clases del nuevo régimen político. Y era, justamente, la idea de que ese peso social pudiera expresarse bajo la forma de una participación directa y mayoritaria del campesinado en el gobierno revolucionario, no mediada por la representación hegemónica del partido proletario como sostenía Trotsky, lo que impedía a Lenin avanzar hacia la conclusión de que la revolución pudiera ir más allá del límite burgués, aunque la revolución agraria empujara ese límite hasta su extremo.

El stalinismo inventaría durante su lucha contra Trotsky que estos puntos de vista divergentes sobre el problema del papel y el peso político del campesinado en la futura revolución eran producto de una diferencia conceptual acerca de la potencialidad “socialista” del campesinado. Lenin jamás creyó en esa “potencialidad” que el stalinismo inventó y que usaría luego para justificar la prolongación de la NEP, su seguidismo al kulak y los anatemas sobre la supuesta “subestimación del campesinado” por parte de la naciente Oposición de Izquierda. En toda la obra teórica de Lenin, y en absoluto acuerdo con toda la tradición teórica del marxismo revolucionario, no hay referencia alguna acerca de esa potencialidad y sí, en cambio, explícitas y frecuentes reservas preventivas hacia el papel negativo e incluso reaccionario que pudiera cumplir una hipotética hegemonía campesina. Esta era, justamente, la causa de que negara que una revolución hegemonizada por el campesinado, aunque llevara las tareas democráticas a su extremo, pudiera fundirse en un curso socialista.2“Si Lenin hubiera visto en el campesinado a un aliado socialista, no hubiera tenido el menor motivo para insistir en el carácter burgués de la revolución y circunscribir “la dictadura del proletariado y el campesinado” a los estrechos límites de unas tareas puramente democráticas. En los casos en que Lenin acusaba al autor de estas líneas de “subestimar” al campesinado, no se refería en absoluto a mi negativa a reconocer las tendencias socialistas del campesinado, sino, por el contrario, a mi reconocimiento inadecuado -según el punto de vista de Lenin- de la independencia democrática burguesa del campesinado, de su capacidad de crear su propio poder impidiendo con ello la instauración de la dictadura socialista del proletariado.”: Trotsky, León: “Tres concepciones sobre la revolución rusa”, Apéndice al Stalin. Una valoración del hombre y su influencia, FCE, 2020, pág. 477.

Hay que admitir entonces sin embargo que esta muy razonable prudencia acerca del posible papel político y social que pudiera jugar el campesinado en la revolución burguesa rusa es la razón de que Lenin se mantuviera hasta 1917 en los bordes del etapismo. Un etapismo corroído sin embargo día a día, y que los hechos del año revolucionario terminarían de desterrar definitivamente de su esquema conceptual junto con las reservas respecto a la teoría leninista del partido revolucionario.

Las Tesis de abril y la revolución permanente

Fue al día siguiente de su llegada en abril a Petrogrado que Lenin, en la conferencia del partido, leería sus tesis que pasarían a la historia como el programa de la revolución socialista. El planteo de Lenin representaba un proyecto de viraje teórico gigantesco en la política bolchevique. No solo ponía en cuestión la política conciliadora con el gobierno provisional que Stalin y Kámenev, los primeros dirigentes bolcheviques de importancia en llegar a Petrogrado luego de la revolución de febrero llevaban adelante, sino que implicaba un replanteo de las posiciones en que históricamente se había educado el partido.

En las tesisse da por cumplida la vieja fórmula de “dictadura revolucionaria del proletariado y los campesinos”, que había delimitado a la política bolchevique del seguidismo a la burguesía planteado por los mencheviques, pero también de la teoría de la revolución permanente. Lenin planteaba que su fórmula se había cumplido y agotado con el derrocamiento del zar, ¡en poco más de un mes! El poder del Estado ha pasado en Rusia a manos de una nueva clase: la clase de la burguesía y de los terratenientes aburguesados. En esa medida, la revolución democrática burguesa en Rusia está terminada”.3Lenin, V.I: “Las tareas del proletariado en la actual revolución (Proyecto de Plataforma del Partido Proletario)”, Obras Completas, T XXXI, Euskal Erriko Komunistak, 2010, pág. 124. Esta frase infringía los principios históricos que, respecto al curso de la Revolución Rusa, los bolcheviques siempre habían defendido, y abría una perspectiva nueva, difícil de digerir para muchos de los viejos cuadros partidarios.

Es cierto que Lenin sigue expresándose en términos de “etapas”, pero está claro que se refiere a un proceso en curso y sin solución de continuidad. En cualquier caso, la dirección del partido rechaza en principio explícitamente el planteo: la Pravda del 8 de abril expresaba que Por lo que se refiere al esquema general del camarada Lenin, lo juzgamos inaceptable en cuanto él presenta como acabada la revolución democrático-burguesa y se orienta en el sentido de transformarla inmediatamente en revolución socialista”. Es decir: el propio partido recibía y procesaba con renuencia las tesis en clave “permanentista”. Para algunos, Starik (el viejo) venía del extranjero y no entendía la política local; otros planteaban que Ilich se había convertido en un defensor de la teoría de Trotsky.4Las tesis fueron leídas primero en una conferencia bolchevique cerrada al público, luego en una reunión conjunta con mencheviques. El menchevique Nicolás Sujánov dijo sobre aquel discurso:“No olvidaré nunca aquel discurso, parecido a un trueno, que me conmovió y asombró, y no solo a mí, hereje que había entrado allí sin derecho a entrar, sino a todos los correligionarios. Puedo afirmar que nadie esperaba nada parecido. Diríase que habían salido de sus madrigueras todas las fuerzas elementales y que el espíritu de la destrucción, arrollando sin miramientos las barreras, las dudas, las dificultades, los cálculos, se cernía sobre la sala de la Kchesinskaya, por encima de las cabezas de los discípulos hechizados”. Citado por Trotsky, León: Historia de la revolución rusa, TI, Sarpe, 1986.

Si bien el grueso de los militantes compartía su política de férrea oposición al gobierno provisional y rechazaban la política conciliadora de Stalin y Kámenev, dudaban o directamente rechazaban la idea del paso del poder a la clase obrera, la idea del “estado comuna” expresado en la consigna de “¡Todo el poder a los soviets!”, que pocos meses después desarrollaría brillantemente en El estado y la revolución.

¿Cómo logró Lenin convencer al partido? Pues contaba con una inteligencia privilegiada e indudablemente no carecía de dotes persuasivas, apoyadas sobre todo en su disciplinado análisis de la situación rusa y mundial, que conocía y comprendía como nadie, y del que brotaba una seguridad completa en la defensa de sus argumentos. Pero lo fundamental es que su partido era un partido formado por revolucionarios prácticos, audaces y sinceros. Las necesidades prácticas del proceso revolucionario, el empuje de las masas chocando contra el límite constante que suponía la dirección reformista del sóviet y un gobierno provisional incapaz de cumplir con los reclamos de paz, pan y tierra de las masas obreras y campesinas fueron seguramente los mejores aliados de Lenin, que sabía además que el seguidismo del sóviet hacia la burguesía conducía a su disolución y a la contrarrevolución. Los militantes bolcheviques, independientemente del shock inicial, eran el vehículo y la expresión política de esas masas, y necesitaban una política que diera perspectivas a la revolución en curso. Esa era la política que proponía Lenin.

La fórmula de “dictadura revolucionaria del proletariado y los campesinos” había sido un producto de la comprensión profunda de las características del capitalismo en Rusia y, sin dudas, había cumplido un papel fundamental en la construcción del partido. Si la burguesía era incapaz de llevar adelante la revolución burguesa, y dada la condición abrumadoramente mayoritaria del campesinado, no se podía descartar la posibilidad de su hegemonía en el gobierno revolucionario triunfante, en el que una clase obrera cada vez más consciente y organizada no solo podría sino que debería aspirar a una posición minoritaria, dado el carácter “democrático” y no socialista del nuevo régimen.

La revolución de febrero derrocó al zarismo e instauró una débil democracia burguesa, representada por el gobierno provisional, amenazada objetivamente por un poder paralelo: el sóviet obrero. A primera vista, la previsión bolchevique no se cumplió: no hubo levantamiento campesino detrás de la revolución triunfante. Pero esa interpretación era, según Lenin, errónea: el campesinado actuó decisivamente en la revolución de febrero, solo que bajo el uniforme del soldado zarista. La guerra mundial, como expresión de la crisis del capitalismo y del ingreso en la etapa de la revolución socialista, había colocado al campesino ruso en ese lugar.

De modo que el elemento campesino, actuando en su condición de soldado, adquirió inmediatamente los métodos proletarios, formó soviets de soldados y quedó, en los hechos, bajo la hegemonía proletaria expresada en su adhesión al partido bolchevique. Así argumentaba Lenin al defender la idea de que la revolución de febrero había cumplido las tareas democráticas, que ya no podía dar más nada de sí, y que por lo tanto se debía pasar a la táctica de la revolución proletaria. A partir de mayo comienzan además a formarse soviets campesinos, siguiendo el modelo de la clase obrera de las ciudades.

Epílogo breve: teoría del imperialismo y revolución permanente

Hasta que el stalinismo reflotó a partir de 1923 la cuestión en el contexto de la lucha contra la incipiente Oposición de Izquierda, el problema del fundamento internacional de la teoría de la revolución permanente pasó relativamente desapercibido. Fue en la medida en que la Troika, Stalin y sus secuaces construyeron el antagonismo con la oposición alrededor del problema de la construcción del “socialismo en un solo país”, que a este aspecto del asunto se le comenzaría a prestar atención y que Trotsky profundizaría sobre él. Hasta entonces, puede decirse que en general la teoría de la revolución permanente consistía en una exposición de la mecánica social de la revolución en un país atrasado que había superado en 1917 la prueba de los hechos.

Paradójicamente, fue la teoría del imperialismo que desarrollara el propio Lenin desde 1915 la que aportó las premisas económicas de una tesis política surgida más de 10 años antes, al probar que el paso del capitalismo de libre competencia al capitalismo imperialista marca un límite infranqueable al desarrollo capitalista de los países atrasados. Se traza entonces la línea que arroja a las burguesías de los distintos países al campo del atraso o de la vanguardia del desarrollo del capitalismo.

Es sobre la base de esta premisa que cobra sentido la tesis básica de la teoría de la revolución permanente: la burguesía nacional en la época imperialista es incapaz de cumplir las tareas del desarrollo capitalista. La revolución burguesa solo puede triunfar bajo la dirección del proletariado revolucionario. Y la permanencia de la revolución está determinada por la decadencia mundial del capitalismo imperialista, que es la base de las condiciones mundiales, independientemente del país del que se trate, del proceso de transición al socialismo.


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