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China: Principal fuente de acumulación capitalista mundial


Si imposible leer las informaciones sobre China sin percibir el curso ascendente de la revolución.


 


Se la percibe en la confusión de los capitalistas, que descubren que “las mismas fuerzas que impulsan el cambio devana economía centralmente planificada a una economía de mercado, están causando al mismo tiempo la ruina social y política de China” (1)-O en las crónicas de los corresponsales, que señalan que “en China se vive el mismo sentimiento de desintegración que precedió al colapso de las dinastías imperiales” (2).


 


Se siente latir la revolución en ascenso, en la desesperación con que los burócratas recurren a las ‘aventuras externas' para escapar de las insolubles contradicciones internas. En el terror del burócrata que advierte que “la desigualdad está llevando a la rebelión” (3). O en el odio del obrero estatal que dice que “no hay futuro en China” (4).


El curso ascendente de la revolución salta a los ojos cuando decenas de miles de campesinos, superando el peso de la represión burocrática, marchan en manifestación hacia las capitales provinciales. Y, sobre todo, cuando tienen lugar miles de huelgas obreras, de marchas y de manifestaciones a lo largo y lo ancho del país.


 


Todas las contradicciones desencadenadas por el proceso de restauración capitalista más profundo y prolongado que haya tenido lugar en un Estado obrero, se van entrelazando y encaminan a China a una crisis política general del Estado, que todos ven venir, que todos anticipan… pero que nadie es capaz de evitar. Es un síntoma inconfundible de los regímenes condenados.


 


A diferencia de otros estados donde fue expropiado el capital, desde la victoria de la revolución (1949), China se caracterizó por recurrentes y grandes crisis políticas y, sobre todo, por la intervención de las masas en ellas. En la crisis que se avecina, las masas no faltarán a su tradición.


 


Una economía plenamente capitalista


 


Después de más de quince años de ‘reformas’, la economía china tiene una fisonomía plenamente capitalista. La masiva penetración del capital financiero; la radicación de miles de empresas capitalistas; la especulación; la expansión del comercio exterior y el endeudamiento externo -que corrieron paralelos al desmantelamiento del monopolio estatal de las finanzas y del comercio exterior, y de la planificación estatal-, la han integrado plenamente a la circulación mundial del capital.


 


China es el mayor receptor mundial de inversiones externas: más de 325.000 millones de dólares en poco más de diez años. Todo el secreto del llamado ‘milagro chino' radica en la valorización de esta impresionante masa de capital por una fuerza de trabajo sometida a una 'flexibilización’ desconocida en el ‘mundo capitalista’ y cuyo costo llega apenas al uno por ciento del valor de la fuerza de trabajo en los países de origen del capital.


 


Los grandes monopolios capitalistas se radicaron en China para acaparar esta plusvalía. En un principio, lo hicieron en las llamadas ‘zonas económicas especiales’ de la costa que, rápidamente, se extendieron por todo el país. En 1993, existían más de 1.800 ‘zonas económicas especiales’ en todo el territorio chino, y las grandes empresas se estaban desplazando hacia el interior para aprovechar una fuerza de trabajo aún más barata.


 


Los cientos de miles de ‘empresas no socialistas’ existentes en China -extranjeras, mixtas, cooperativas, de las ciudades y aldeas, de particulares, etc.- proveen el 60% de su producción industrial y ejercen un virtual monopolio del comercio exterior, ya que canalizan el 80% de sus exportaciones. Los capitalistas privados son ya el mayor empleador urbano: ocupan el 20% de la fuerza laboral del país (contra el 16% de la industria estatal).


 


El ritmo de la economía china está dictado por las Bolsas de Shangai, Shenzen y, sobre todo, de Hong Kong, la colonia británica que la Corona inglesa cederá en 1997 a la burocracia china en virtud del acuerdo firmado entre ambas hace una década. Hong Kong -que ha sido definida como ‘un monumento al comercio en Asia’- es el verdadero motor capitalista de China; su integración económica con el continente precedió, y en mucho, a su integración política. Hong Kong es el mayor inversor externo en China y canaliza las dos terceras partes de sus exportaciones y la cuarta parte de sus importaciones; la mayoría de las industrias de Hong Kong se trasladaron al continente. Al mismo tiempo, las empresas estatales chinas cotizan en la Bolsa de Hong Kong; se integraron a las grandes corporaciones de la isla mediante la compra de parte de sus paquetes accionarios y se cuentan, junto con “65.000 chinos continentales” (5), entre los más activos especuladores inmobiliarios en Hong Kong. Así, al mismo tiempo que Hong Kong es el mayor inversor externo en China, China es, por su parte, el mayor inversor externo en Hong Kong, que ha sido descripta como “una ciudad china más” (6), lo que remarca el contenido puramente capitalista del proceso económico chino.


 


La planificación estatal de la economía ha desaparecido; la política económica oficial se limita a ‘regular los ciclos del capital’, una tarea típica de los ministerios de economía de los países capitalistas. En los últimos dos años, por ejemplo, su objetivo fue ‘enfriar’ la economía para reducir la inflación descontrolada, provocada por los ‘excesos’ de la especulación inmobiliaria.


 


Las empresas estatales están al servicio de la acumulación privada de los burócratas restauracionistas. Desde 1993, están siendo obligadas a “actuar sobre las mismas bases que las corporaciones occidentales, responsables sólo ante sus accionistas y las demandas del mercado” (7), lo que llevó un connotado vocero imperialista a felicitarse de que “incluso las empresas estatales estén siendo disciplinadas por el mercado” (8). Muchos de los accionistas ante los cuales ‘deben responder’ las estatales son capitalistas. Cientos de empresas estatales han cancelado sus deudas mediante un mecanismo típicamente ‘sudamericano’: la entrega de acciones a sus acreedores, grandes capitalistas internacionales; otras, directamente, subastaron parte de sus paquetes accionarios… incluso en Wall Sreet: cuatro de las mayores estatales chinas cotizan sus acciones en la Bolsa neoyorquina. Como resultado, “las empresas privadas están tomando el control de las empresas estatales” (9).


 


Al mismo tiempo, tiene lugar un destructivo proceso de privatizaciones en favor de ‘emprendedores’ chinos, es decir, burócratas reconvertidos. “Uno de los mayores negocios concretados por empresarios privados en el país -informa The Wall Street Journal- fue la privatización del puerto sobre el mar de Bohai. El capitalista beneficiado por la privatización es un chino de nombre Zhang, que es presentado por el diario de los financistas norteamericanos como “un depredador industrial, cuyo negocio es crear compañías estatales para convertirlas en conglomerados privados” (10). La ‘calificación’ que hace el diario neoyorquino sobre el capitalista chino es sumamente ilustrativa del contenido concreto del proceso económico y social chino.


 


La obligación impuesta a las empresas estatales de obtener ganancias, mediante mecanismos típicamente capitalistas, en concurrencia con las restantes empresas estatales y a expensas de sus trabajadores y consumidores -es decir, del conjunto de la sociedad— revela que la propiedad colectiva ha dejado de existir en China. Las empresas estatales no se diferencian en nada de las que existen en los países capitalistas. No hay en ellas nada de ‘socialismo’ al contrario, “las estrategias ad hoc para hacer dinero (que siguen las empresas estatales) revelan que el espíritu del capitalismo se abrió paso y hundió sus raíces en el viejo sistema” (11). Todo esto explica la confianza con que algunos sostienen que “en el largo plazo, la propiedad privada es inevitable” (12). Aunque el pronóstico es demasiado optimista -las contradicciones que ha desatado la restauración capitalista son explosivas y están muy lejos de haberse resuelto-, el vocero capitalista no se equivoca en lo siguiente: las amenazas a la restauración no provienen de la burocracia ‘comunista’ o de la economía estatizada. Al contrario, éstas son las palancas de la reinstauración del capitalismo en China.


 


Para probarlo, la burocracia gobernante está dando todos los pasos necesarios para ir todavía más a fondo en la integración de China al capitalismo mundial, mediante su ingreso a la Organización Mundial del Comercio (OMC), una dependencia de la ONU encargada de establecerlas ‘normas’ del comercio internacional … obviamente en beneficio de las grandes potencias imperialistas. A fines de noviembre, el presidente chino, Jian Zeming, anunció “una serie impresionante de medidas deliberalización del comercio exterior” (13) para cumplir con las exigencias de la OMC: rebajas de los aranceles y anulación de las cuotas de importación para más de 4.000 productos, reducción de las rebajas impositivas de que gozan los exportadores y, muy importante, el relajamiento de las restricciones que vedan el acceso de los inversores externos a las ramas más lucrativas, como la bancaria y la telefónica.


Los esfuerzos chinos por ingresar a la OMC tienen un significado político indisimulable: darle al gran capital mundial la ‘seguridad’  de que las ‘reformas’ seguirán en pie cualquiera sea el desenlace de la lucha política que se anuncia por la sucesión del moribundo Deng Xiaoping. Constituye, por lo tanto, una ‘declaración de fe’ restauracionista de todas las fracciones de la burocracia china.


 


El papel de China en la economía mundial


 


En los últimos años, China se ha convertido en el mayor centro mundial de acumulación de capital. La inmensa masa de beneficios acu-mulada mediante la superexplotación de millones de trabajadores que cobran salarios de miseria y están sometidos a una flexibilidad feroz, a jornadas extenuantes y a una disciplina fabril carcelaria, que incluye el castigo físico de los obreros por los capataces, ha ayudado a sostener la tasa de beneficios a escala mundial y sirvió para contener la crisis económica mundial.


 


La lucha por la apropiación de esta plusvalía convirtió a China en el teatro de grandes batallas entre los principales grupos capitalistas, y sus gobiernos. La norteamericana Boeing y la europea Airbus libran una lucha sin cuartel por la provisión de aviones comerciales. La General Motors acaba de obtener una resonante victoria sobre la Ford para la radicación de la mayor empresa mixta automotriz en China; la Mercedes Benz alemana, por su parte, festeja haber desplazado a la Chrysler norteamericana en la obtención de otro millonario contrato para la fabricación de camionetas. La ATT norteamericana lucha desesperadamente -y ha fracasado hasta el momento- por desplazar a la francesa Alcatel del monopolio en la provisión de equipamientos telefónicos. El mercado chino de artículos de consumo masivo está monopolizado por Procter and Gamble y Unilever, los dos grandes pulpos mundiales del ramo, que se disputan la supremacía. Los bancos japoneses y norteamericanos libran una lucha brutal por la financiación del comercio exterior chino. China se ha convertido en el escenario fundamental de la guerra comercial que libran las principales potencias imperialistas, al punto que se afirma que “las mayores batallas que las firmas occidentales deberán pelear en China será contra otras compañías occidentales”, ya que quien no logre entrar en China, no podrá sobrevivir (14).


 


La ‘apertura’ de la “ilimitada oferta de trabajo barato” (15) chino a la explotación capitalista ha producido una ampliación radical de la fuerza de trabajo a disposición del capital a nivel mundial, que sirvió para presionar por la baja de salarios y la liquidación de conquistas obreras en todos los países del mundo. Dos ejemplos son significativos. En los últimos cinco años, las grandes compañías alemanas invirtieron en los países asiáticos -en particular China- ¡siete veces más que lo que invirtieron en su propio país! (16). Así, los capitalistas alemanes 'exportaron’ decenas de miles de puestos de trabajo de sus casas matrices a China, para forzar a los trabajadores alemanes a aceptar la ‘flexibilización’, por la presión del desempleo creciente. Lo mismo han hecho grandes compañías norteamericanas como la Boeing: uno de los reclamos fundamentales de la reciente huelga de los obreros de la Boeing fue la supervisión sindical sobre la práctica de la empresa de ‘subcontratar’ a empresas chinas la fabricación de partes y componentes de sus aeronaves; los huelguistas denunciaban que, sólo en los últimos tres años, esta práctica provocó la pérdida de más de 18.000 puestos de trabajo en la Boeing.


 


La integración de la economía china al mercado mundial ha alcanzado un punto en el cual, dialécticamente, se transformó de factor de contención de la crisis económica mundial en su contrario: un factor fenomenal de dislocación del comercio mundial y de desorganización económica a nivel planetario. La baratura de las exportaciones chinas desplazó del mercado mundial a los concurrentes capitalistas más débiles. China —es decir, los capitalistas extranjeros radicados en China- domina hoy el 85% del mercado mundial de textiles y una proporción todavía mayor del de juguetes y calzado. La fenomenal expansión del comercio exterior chino -en un cuadro caracterizado por el estancamiento del comercio mundial- se convirtió en un factor de deflación de los precios en el mercado mundial, que tiende a agudizar la recesión y la tendencia a la quiebra industrial en los restantes países. En quince años, China ha pasado del 32° al 10° lugar de la escala mundial por el volumen de su comercio exterior. En 1997, cuando incorpore a Hong Kong, alcanzará el 4o lugar en esa escala, superando a potencias imperialistas ‘históricas’ como Gran Bretaña, Francia, Holanda e Italia.


 


La participación china en el comercio mundial continúa en aumento y se extiende a ramas cada vez más ‘sofisticadas’, como la electrónica, los equipos de computación y el software.


 


Una mayor integración de China al mercado mundial no sólo provocará inevitablemente una mayor sobreproducción en mercados ya de por sí saturados. Obligará, por sobre todo, a un completo reordenamiento del comercio mundial, es decir, desatará una crisis general que sólo puede ser resuelta por la vía de quiebras, convulsiones, conmociones y enfrentamientos entre los estados. La economía mundial -en crecimiento vegetativo desde hace más de una década- es incapaz de 'digerir’ la incorporación de China a la circulación mundial de mercancías y capitales.


 


Contradicciones explosivas


 


El proceso de restauración capitalista en China creó un conjunto de contradicciones tan explosivas que algunos especialistas no dudan de que “la aparente prosperidad … es inherentemente frágil y enfrenta una multitud de desafíos aparentemente insuperables” (17).


 


El crecimiento de la diferenciación social entre el campo y las ciudades, entre el interior y la costa y entre los ricos y los pobres es intolerable. El ingreso promedio en la costera Shenzhén es más de 30 veces superior al de las regiones más empobrecidas. El sudoeste del país es “desesperantemente pobre” (18); las “bases revolucionarias (las regiones del interior que fueron bastiones del PC antes del triunfo de la revolución de 1949) languidecen en la miseria” (19).


El proceso de restauración capitalista provocó un notable retroceso económico y social en el campo, que se manifiesta en la caída de los ingresos reales y en la expulsión hacia las ciudades de una masa de más de 100 millones de campesinos sin trabajo. Así, alguien insospechable de enemistad con las ‘reformas de mercado’ como el Banco Mundial, se ve obligado a reconocer que “la rápida reducción de la pobreza a través del crecimiento agrícola se acabó a fines de 1984”. En el campo, la inflación provocada por la ola especulativa elevó los precios de los fertilizantes y plaguicidas a niveles inalcanzables para la inmensa mayoría de los campesinos; al mismo tiempo, la necesidad de mantener bajos los precios del algodón (para favorecer las exportaciones textiles) y de los granos (para mantener bajos los salarios de los obreros de las ciudades) empujaron a la burocracia a la virtual liquidación de los ‘mercados libres’ campesinos establecidos a comienzos de la ‘reforma’. Con el retorno de los ‘precios administrativos’ para los productos del campo (un 40% menores a los que rigen en el ‘mercado% el régimen político chino se presenta ante las masas del campo como una maquinaria política de expropiación de los campesinos para alcanzar objetivos capitalistas. No extraña, entonces, que sean cada vez más insistentes los pronósticos de que “el actual equilibrio entre la producción y el consumo de granos está pronto a romperse” (20). La escasez de granos no sólo afecta las perspectivas del crecimiento, de la reducción de la inflación y del déficit fiscal; es, por sobre todo, una amenaza mortal para la estabilidad política del régimen burocrático, porque como indican con temor los propios funcionarios oficiales, “si colapsa la agricultura, colapsa China” (21).


 


Las ‘reformas ’ aceleraron la obsolescencia de las compañías estatales: un 10% de ellas dejó de funcionar o lo hace irregularmente; el 40% de las estatales opera a pérdidas y la mitad de éstas no tiene la menor esperanza de sobrevivir. Los funcionarios oficiales reconocieron que las estatales continuarán perdiendo terreno frente a las privadas en los próximos años, en los que serán despedidos 18 millones de obreros de las compañías estatales. La obsolescencia de las estatales es tan pronunciada, que si cumplieran plenamente las ‘normas de mercado’ establecidas en 1993, serían despedidos 70 millones de trabajadores. La catástrofe social que se incuba es devastadora: 200 millones de personas (los obreros y sus familias) perderían, además de sus ingresos, la seguridad social, los servicios de salud, la vivienda y la educación (que son provistos por las empresas estatales).


 


Después de trazar este cuadro, The Economist (22) declara su “comprensión” por la “lentitud” con que la burocracia aplica las “normas comerciales” a las empresas estatales ante el temor al estallido social que provocaría “una desocupación del 30/40% de la fuerza laboral si las estatales operaran bajo una línea estrictamente comercial”.


Las contradicciones que crea la obsolescencia de las estatales son todavía más amplias. el 65% de los ingresos fiscales del gobierno provienen de los impuestos pagados por las compañías estatales la evasión legal e ilegal de los capitalistas privados es, simplemente, fabulosa); su desaparición profundizaría aún más el abultado déficit fiscal. Pero además, como no existe una ‘muralla china’ que separe a las estatales de las privadas, la quiebra de las compañías estatales provocaría una ruptura de la cadena de pagos que arrastraría, irremediablemente, a miles de compañías privadas. La creciente integración china al mercado mundial, sin embargo, obliga a llevar hasta el fondo este proceso de liquidación de fuerzas productivas: la rebaja de las barreras arancelarias -anunciada para cumplir con las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC)- significará “un golpe mortal” para miles de compañías estatales (23).


 


Durante 1992, la burocracia promovió una especulación bursátil e inmobiliaria rampante, que le permitió un rápido y enorme enriquecimiento: los burócratas ‘desviaron’ los fondos de las empresas, municipios, provincias y hasta los destinados a pagar las cosechas y la recaudación impositiva, hacia inversiones inmobiliarias enormemente lucrativas. La emisión monetaria que sostuvo la ola especulativa creó una “bomba de tiempo monetaria” (24) que el gobierno viene intentando desactivar desde hace dos años mediante la restricción del crédito. La política de ‘austeridad’ golpeó duramente a las compañías estatales (los subsidios oficiales se redujeron, en apenas dos años, del 5 al 2,5% del PBI; sólo en Shangai, fueron cerradas más de 400 compañías estatales en los últimos meses) y a los bancos estatales, cargados de deudas incobrables (tres de los cinco mayores bancos del país registraron pérdidas netas en los primeros seis meses de 1995). Incluso el ‘paraíso’ capitalista “está un poco deprimido … a lo largo de toda la costa, se ven edificios sin terminar, a los que están atados vastas sumas de dinero” (25).


 


Sin haber logrado detener la inflación -“en el interior la inflación no bajó” (26)- la política de ‘austeridad’ “hizo desaparecer la expectativa de ganancias fáciles”, empujando a las Bolsas de Shangai y Shenzén a sus pisos históricos, sin que se vea “un punto de recuperación cercano”; al contrario, “se pronostican caídas mayores” (27). La ola depresiva se extendió a la Bolsa de Hong Kong, que no dejó de retroceder en los últimos seis meses; sólo una de las diecisiete compañías estatales que cotizan en Hong Kong cotiza a un precio superior al que registraban cuando comenzaron a operar en las Bolsa de la isla. El fin del ‘boom’ inmobiliario provocó pérdidas inmensas a las empresas que intervinieron en la especulación. Un caso típico es el de la cervecería Tsing-tao (una empresa estatal con significativa participación de accionistas extranjeros), a la que se consideraba hasta hace poco como una de las ‘locomotoras’ del crecimiento industrial chino. Sus gerentes no pudieron explicar dónde estaban los 190 millones de dólares que habían recogido de inversores externos para ampliar la expansión productiva de la empresa, y que ellos desviaron hacia la especulación inmobiliaria, donde se esfumaron’. La inflación provocada por la especulación, la posterior reducción del crédito y la creciente competencia externa, redujeron a la mitad los beneficios de la Tsingtao, bajaron sus acciones a un mínimo histórico y la obligaron a abandonar sus planes de expansión. El de la Tsingtao es un retrato admirable del funcionamiento del capitalismo en China.


 


La restricción del crédito provocó el nacimiento de un sistema financiero y cambiario ‘paralelo’, en el que intervienen algunos grandes bancos internacionales y donde los bancos oficiales chinos funcionan como meros intermediarios. Mediante este sistema ‘paralelo’, el tejido social capitalista chino -las empresas extranjeras, las empresas mixtas y los burócratas restauracionistas- tiene acceso directo a un mercado financiero controlado directamente por el gran capital financiero internacional sin ninguna interferencia estatal. Este sistema financiero -totalmente fuera de la ley- “maneja un tercio o más de todos los créditos del país” y es la fuente de enormes ganancias para los burócratas ubicados en los ‘lugares adecuados’… que “‘secan’ los bancos oficiales hacia el mercado ilegal” (28). The Wall Street Journal sostiene que este mercado ‘parálelo’ servirá para “suavizar la transición”. ¿Suavizar la transición? Como carece de toda reglamentación legal, las crecientes disputas por la incobrabilidad de los préstamos han derivado en un notorio aumento de los secuestros (que frecuentemente suelen ser la única forma de cobrar), los ‘ajustes de cuentas’ y los asesinatos…


 


A la luz de estas brutales contradicciones, resulta claro que la restauración capitalista debe superar, todavía, enormes choques y conmociones sociales. La ilusión de la restauración pacífica del capitalismo, también se hace pedazos en China.


 


El régimen político y la transformación social de la burocracia


 


Miles de empresarios privados… en conjunto, han logrado con discreción un objetivo que hasta hoy China niega perseguir: han convertido a ésta, uno de los últimos reductos del comunismo -estadísticamente hablando- en un estado capitalista” (29).


 


La afirmación del diario norteamericano -por demás ilustrativa acerca del proceso de transformación social que tiene lugar en China- no dice una palabra, sin embargo, de una cuestión fundamental: ¿cómo habrían logrado los ‘miles de empresarios privados’ llegar a ‘convertir’ el carácter social de China al margen de la política restauracionista de la burocracia ‘comunista’ y sin la protección y salvaguarda de su régimen político? Más aún, no dice una palabra sobre el origen social de esos ‘miles de empresarios privados’. ¿De dónde han surgido, en un país que hasta hace poco se ufanaba de haber acabado con el capitalismo?


 


En 1992, en el curso de su ‘histórico viaje’ a las ciudades costeras del sur de China, Deng Xiaoping alabó la ‘capacidad de hacer dinero’', desde entonces, las publicaciones oficiales comenzaron a elogiar ‘las virtudes del lucro’. Si los más empinados burócratas de un país oficialmente ‘comunista’, tuvieron la osadía necesaria de hacer declaraciones tan rabiosamente capitalistas, fue sólo porque la transformación social de la burocracia en una clase social propietaria y explotadora ya había recorrido un largo camino. Para ello utilizó el saqueo de la economía estatizada y su asociación con los capitalistas extranjeros en las ‘empresas mixtas 'promovidas por la ‘apertura’.


 


Hong Kong jugó un papel decisivo en la transformación social de la burocracia. La mayoría de sus exportaciones de capital a China—Hong Kong es el mayor inversor externo- corresponden a inversores de nacionalidad china. Muchos de ellos son capitalistas fugados ante el triunfo de la revolución … pero una muy significativa minoría son burócratas que, habiendo fugado sus ‘ahorros’ (robos) a Hong Kong, los reinvierten en China utilizando una extendida red de “sociedades pantalla” (30), que gozan de todos los beneficios que el régimen otorga a los ‘inversores externos’. Otros -la prensa occidental calcula su número en 65.000- invierten sus ‘ahorros’ en la especulación inmobiliaria y bursátil y en la compra de empresas en la propia Hong Kong.


 


Los llamados “principitos” (los hijos y familiares de los grandes burócratas del partido, del Estado, de las empresas y el ejército) están en la primera línea de esta transformación social. Utilizando sus ‘influencias’ y ‘relaciones’ en el aparato burocrático, lograron poner en pie, en el curso de unos pocos años, gigantescos emporios privados. El caso más conocido es el de los hijos de Deng Xiaoping, poseedores de nutridos ‘intereses’ en ramos tan diversos como bienes raíces, textiles y editoriales en China y fuera de ella; el *negocio familiar’ de los Deng se extiende, incluso, a la propiedad de empresas en los Estados Unidos. La envergadura de sus negocios es tan grande, que una de las empresas de la familia Deng domina el comercio mundial de la seda … después de haber desplazado a la empresa de otros ‘principitos’, los hijos de Zhao Zhiyang, un alto burócrata que cayó en desgracia por su ‘condescendencia’ con los estudiantes de Tienanmen. El papel jugado por los hijos de los burócratas resalta la perspicacia de León Trotsky cuando, escribiendo sobre las tendencias restauracionistas de la burocracia de la URSS, señaló que “los privilegios que no se pueden legar a los hijos pierden la mitad de su valor” (31).


 


La transformación social de la burocracia alcanza a todas su fracciones, incluso a aquellas que se reputan como más ‘duras’ u ‘ortodoxas’, como él alto mando militar. Mientras los reclutas viven en la miseria, los oficiales “manejan lucrativos negocios con recursos del ejército” que dejan beneficios anuales por más de 20.000 millones de dólares. “Los militares -reconoce un diplomático occidental en Pekín- son la punta de lanza de la reforma” (32).


 


El régimen político burocrático promovió activamente esta acelerada transformación social y la protegió contra las masas trabajadoras (prohibiendo la formación de sindicatos independientes, por ejemplo). No fueron ‘miles de empresarios privados’ salidos de la nada los que ‘convirtieron’ a China, sino la propia burocracia (en asociación con el capital mundial)… de cuyas filas surgieron esos ‘empresarios privados’, como la consecuencia necesaria y conscientemente buscada de su política restauracionista. El denso entrelazamiento de intereses entre el gran capital imperialista, los burócratas ‘reconvertidos’ y la burocracia estatal ha dado lugar a un conjunto de relaciones sociales crecientemente capitalistas, que sólo puede sostenerse sobre la base de la progresiva destrucción de las relaciones sociales y económicas establecidas por la revolución de 1949. El Estado, que actúa como gendarme de estas relaciones sociales, ha dejado de ser, hace mucho, un Estado obrero.


 


La burocracia impulsó la restauración capitalista para defender sus privilegios, amenazados por la impasse económica y política en que había desembocado la ‘construcción del socialismo en un solo país’ y que amenazaba con provocar la completa descomposición del régimen burocrático. Las posibilidades de desarrollo de la economía estatizada bajo el control de la burocracia se habían agotado: el país debía salir de su marasmo mediante una revolución política que -derrocando a la burocracia, expropiándola y poniendo en pie un régimen de dictadura del proletariado-regenerase la economía estatizada… o por medio de la restauración capitalista, que fuera hasta el final con la destrucción de las bases sociales del Estado. La ‘Revolución Cultural’ de 1966/68 jugó un papel decisivo en empujar a la burocracia en esta última dirección.


 


La ‘Revolución Cultural’ fue iniciada por Mao como una maniobra limitada para depurar el aparato de las fracciones que se oponían a él y que poco antes habían intentado un golpe para desplazarlo. Pero rápidamente las masas comenzaron a demostrar que no estaban dispuestas a actuar, apenas, como un peón de la burocracia maoísta contra sus opositores burocráticos: lo que se inició como una maniobra de aparato se convirtió, rápidamente y por la intervención de las masas, en una crisis política general y aun en una semi-guerra civil. Primero se movilizaron los estudiantes y luego los obreros industriales, que comenzaron a plantear sus propias reivindicaciones sociales —aumento de salarios, reducción de la jornada de trabajo, eliminación del sistema de primas y efectivización de los campesinos que habían llegado a las ciudades y se encontraban trabajando en las fábricas estatales. Comenzaron las grandes huelgas, el surgimiento de organizaciones obreras independientes y el planteamiento de reivindicaciones políticas: el derecho a criticar no sólo a los ‘privilegiados’ enfrentados a Mao sino a todos los ‘privilegiados’', la libertad de prensa y de partidos “que no se opongan al socialismo” y un régimen basado en él modelo de la Comuna de París. En el curso de la ‘Revolución Cultural’ comenzaba a delinearse el programa de la revolución política. El vuelo que tomó la movilización obrera llenó de temor a la burocracia maoísta, que llamó a ‘abrir fuego contra la izquierda’ y pasó a la represión directa sobre el movimiento obrero.


 


La 'Revolución Cultural’ no fue una revolución política: aun sus elementos más izquierdistas no se proponían derrocar a la burocracia sino, apenas, ‘renovarla’ y planteaban la ‘regeneración del socialismo’ en un marco estrechamente nacional. Sin embargo, sirvió para dejar en claro el abismo que separaba a las masas de la burocracia, su enorme debilidad ante las masas y la potencialidad de la revolución política contra la burocracia. La victoria de la burocracia maoísta le dio al Estado un grado de independencia respecto de los trabajadores como nunca había gozado con anterioridad. Casi de inmediato, la burocracia comenzó a buscar una defensa y un punto de apoyo en la colaboración contrarrevolucionaria con el imperialismo a nivel mundial. Los acuerdos firmados por Nixon y Mao en 1971 -que consagraron el pasaje de la burocracia china al orden político mundial dominado por el imperialismo- contenían en germen, por así decirlo, el proceso de restauración capitalista que no tardó en manifestarse abiertamente con la disolución de las ‘comunas agrarias’ y la creación de las ‘zonas económicas especiales’ costeras. Hace ya más de una década, solitariamente, el Partido Obrero señaló el contenido restauracionista de la política de ‘incentivos capitalistas’ a los campesinos, puesta en práctica en 1979, con la disolución de las ‘granjas campesinas’ y las ‘comunas populares’.


 


En 1984, y sobre la base de un conjunto de salvaguardas y. garantías estrictamente establecidas, la Corona británica se comprometió a entregar su colonia de Hong Kong a los *comunistas’ en 1997. Hong Kong ha sido, históricamente, la base de la penetración del imperialismo británico en Asia; que Gran Bretaña haya accedido a ‘devolver’ una posesión tan preciada al control político de la burocracia china, revela que ésta se ha comprometido a actuar como garante de los derechos de propiedad y de explotación de los capitalistas de Hong Kong… algo que la burocracia sólo podía asegurar extendiendo la misma garantía de esos derechos a la propia China.


 


El régimen político -que pasa a promover la propiedad y la acumulación privadas- choca con las bases sociales del Estado —la expropiación del capital, el monopolio estatal del comercio exterior y las finanzas, la planificación centralizada y la conciencia que las masas tienen de estas conquistas-y las destruye consciente-mente. El Estado obrero burocratiza-do -que defiende esas relaciones crecientemente capitalistas- entra en una violenta contradicción con sus propias bases sociales. Se niega a sí mismo; es un Estado obrero en disolución.


El aplastamiento del movimiento de Tienanmen en 1989 acentuó la independencia del aparato estatal respecto de las masas. Contra los pronósticos de la mayoría de la prensa occidental, que vio en el desplazamiento de la fracción de Zhao Zhi-yang -el ala ‘yeltsiniana’ de la burocracia china- por la fracción 'dura' de Deng Xiaoping un peligro para las ‘reformas’, el PO sostuvo que, con independencia de la fracción que resultara vencedora en la lucha interburocrática, la derrota de los trabajadores daría un nuevo impulso al proceso de restauración capitalista. Prensa Obrera señalaba por ese entonces que “una derrota estratégica de los trabajadores chinos… acentuaría cualitativamente el proceso de restauración capitalista, dislocaría definitivamente al Estado y conduciría por otra vía a la guerra civil (33). Esta es la perspectiva que sigue planteada y que, en gran parte, ya se materializó. A la luz de los hechos, es evidente que después de 1989 la transformación social de la burocracia progresó cualitativamente; y también es evidente la tendencia a la dislocación del Estado… al punto que los propios voceros del imperialismo y la burocracia advierten ahora sobre el peligro de una guerra civil.


 


‘¿Qué clase de Estado obrero es éste?’: comienza la rebelión de los explotados


 


S i una pesadilla asalta a la gerontocracia china es la perspectiva de las masas abandonando sus puestos de trabajo y saliendo a la calle” (34). La pesadilla parece ser cada vez más real.


 


La restauración capitalista enriqueció rápidamente a una muy delgada capa de burócratas, pero para la inmensa mayoría de la población trabajadora, significó un indiscutible retroceso social. Como en Rusia, los burócratas reconvertidos en supermillonarios son una capa completamente ajena a la sociedad china.


 


En el campo, la inflación, la caída de los ingresos reales, la desocupación (un tercio de los trabajadores rurales está desocupado la mayor parte del año), el peso asfixiante de los impuestos -mientras los privilegiados gozan de exenciones impositivas de toda índole-, el crecimiento del trabajo infantil, el rígido control poblacional y “el sentimiento de que no hay esperanza de escapar de la pobreza, de poder alimentar y educar a sus familias y de sobrevivir en algo mejor que una casucha de cañas”, han creado en la masa campesina -el 70% de la población- “un profundo resentimiento” (35). Después de trazar este cuadro, el corresponsal del diario norteamericano se pregunta, con razón, si “en Pekín saben dónde están los límites de la tolerancia para 1.200 millones de chinos” (36).


La restauración capitalista está resultando especialmente gravosa para la masa campesina. Con la disolución de las ‘comunas rurales’ (1979) desaparecieron también la salud y la educación gratuita que éstas brindaban. Desde mediados de los 80, “la salud y la educación están virtualmente privatizadas en el campo” (37). La consecuencia es el crecimiento del analfabetismo rural y la reducción de la esperanza de vida.


 


Escapando de la miseria, más de 100 millones de campesinos desocupados marchan hada las ciudades, donde se encargan de realizar -siempre en las empresas privadas, pues las estatales no pueden contratar a trabajadores de fuera de la ciudados trabajos más penosos y peor pagos. Sin registro como ‘habitantes oficiales’, no tienen acceso a la vivienda, a la salud ni a la educación de sus hjjos.


 


En los despachos oficiales chinos -y en las embajadas occidentales-existe un indisimulado terror por el “barril de pólvora social” (38) -según la gráfica expresión de un funcionario oficial- que constituye este ejército de desocupados campesinos. Su mayor temor es la confluencia de esta masa campesina -que arriba a las ciudades con “remanentes ideales igualitarios’’ (39)- con el descontento de los obreros urbanos, que crece ante la perspectiva del desempleo y el empeoramiento de sus condiciones de vida. En cualquier caso, la llegada de millones de campesinos a las ciudades constituye un síntoma indisimulable de la descomposición del régimen político en su conjunto. “La historia china muestra -recuerda el funcionario oficial antes citado- que todas las dinastías, sin excepción, fueron destruidas cuando los campesinos abandonaron la tierra” (40).


 


Las estadísticas oficiales señalan un desempleo del 3% de los 160 millones de trabajadores urbanos, pero funcionarios oficiales reconocen que hay, por lo menos, 80 millones de trabajadores desempleado o ‘con problemas La mayoría de las empresas estatales suspendieron indefinidamente a una parte-o a todo-su personal, pagándole una fracción ínfima de su salario; oficialmente, estos trabajadores no están registrados como desempleados, así como tampoco los campesinos que llegan a las ciudades, ya que no son ‘habitantes oficiales’. Cálculos moderados sitúan la desocupación urbana en el 20% y se estima que se duplicará en los próximos cuatro años. El desempleo es especialmente pernicioso para los trabajadores de las empresas privadas del ‘paraíso costero ya que no tienen ninguna seguridad social ante el despido.


 


El retroceso de las empresas estatales -que proveían a sus trabajadores y sus familias de vivienda, salud, educación y esparcimiento- significa' un violento deterioro de las condiciones de vida de la clase obrera. “El fin de la medicina gratuita está avanzando” (41): 8 millones de empresas que contratan a 7 o menos empleados no pagan ningún gasto de salud de sus trabajadores; incluso, las compañías estatales han comenzado a descontar parte de los gastos de salud de las liquidaciones de sueldo… incluso de las de aquellos trabajadores suspendidos indefinidamente. En cuanto a la previsión social, el gobierno autorizó el negocio de las jubilaciones privadas (42), lo que significa que en el futuro, decenas de millones de trabajadores quedarán sin ninguna cobertura social. La razón es muy sencilla: las AFJP sólo intentarán reclutar a los gerentes, ingenieros y capataces mejor pagos; para las privadas, la inmensa mayoría de los trabajadores -con salarios que promedian 85 dólares mensuales- no constituyen un ‘mercado'


Una destrucción tan sistemática de conquistas sociales tan elementales -en una medida que haría la envidia de los Cavallos de todo el mundo-hace evidente, de inmediato, que el Estado que ejecuta tal sangría ha dejado de ser un Estado obrero. Como refiere un corresponsal norteamericano, “Los trabajadores con familia están viendo desaparecer su nivel de vida y se preguntan ¿Qué clase de Estado obrero es este? …” (43). La respuesta es ‘un estado obrero que ha dejado de serlo’.


 


El retroceso sin precedentes de las condiciones de vida de las masas trabajadoras -paralelo al incremento, también sin precedentes, de la riqueza de los burócratas- explica el “creciente descontento” y hasta el “estado de rebelión” (44) que se vive en las fábricas y las aldeas y que ha comenzado a chocar con la pesada represión política de la burocracia.


 


En el campo se registran sistemáticamente violentas protestas como la que refiere la siguiente información: “El año pasado, en esta época, decenas de miles de campesinos marcharon de sus aldeas y realizaron manifestaciones y disturbios en Kaili y Tonguien -provincia de Guizhou. Unidades del ejército fueron enviadas para restaurar el orden” (45).


 


En las ciudades, mientras tanto, “soldados y paramilitares mantienen el orden en las fábricas en quiebra” (46). La movilización obrera está alcanzando dimensiones que hacía mucho tiempo no se veían en China, superando incluso a las de la etapa previa a Tienanmen. “Sólo entre febrero y octubre de 1994, desde Tianjin al Tibet, se registraron 2.400 instancias de descontento laboral, desde simples huelgas a marchas de miles de despedidos hacia las oficinas gubernamentales” (47). En un país como China, sometida a una férrea dictadura policíaco-militar, donde el ‘delito’ de huelga es castigado con varios años de cárcel, no hay huelgas ‘simples*: la amplitud de la movilización obrera está reflejando la existencia de una vanguardia y de una, por lo menos, embrionaria organización independiente.


La ‘respuesta’ que da el régimen a los reclamos obreros y campesinos es el reforzamiento de los aparatos represivos. A mediados de diciembre, el gobierno precisó las condiciones para el dictado de la ley marcial y la utilización de los militares en caso de ‘conmoción interna’. Más presión a la caldera.


 


Una situación regional también explosiva


 


El sudeste de Asia se está convirtiendo en el escenario de una “impresionante carrera armamentista” (48) que tiene al régimen chino como uno de sus principales protagonistas. China mantiene disputas territoriales con todos sus vedaos (Rusia, India, Tadjikistán, Corea del Norte, Malasia, Brunei, Indonesia, Vietnam y Filipinas) y, según el ministro filipino de Defensa, “cualquiera de ellas podría iniciar un conflicto regional” (49). A este cuadro hay que agregarle el rápido deterioro en las relaciones entre China y Taiwán, la tensión con el Japón, las ruidosas disputas con la administración británica sobre el futuro régimen interior de Hong Kong y su “curso de colisión” (50) con la diplomacia norteamericana.


 


En el Mar del Sur de la China, que el régimen burocrático pretende convertir en un ‘lago interior’ la disputa por el dominio de las aguas territoriales, de las islas Spratly y de las riquezas del subsuelo ha creado “una situación explosiva” (51). La disputa -que enfrenta entre sí a China, Vietnam, Indonesia, Malasia y Brunei-es, antes que nada, “una disputa petrolera” (52). Brunei, Malasia de Indonesia tres grandes productores mundiales- pretenden extender su dominio sobre las aguas y las islas adyacentes, ricas en gas y petróleo, chocando con China, Vietnam… y sus socios capitalistas. China ha firmado acuerdos para la explotación petrolera en la zona con la norteamericana Crestane, mientras que Vietnam lo hizo con la British Petroleum, la norteamericana Mobil y la japonesa Mitsubishi. El ‘nacionalismo’ dé la burócracia es la cubierta de su asociación al gran capital mundial.


 


Las disputas en el Mar del Sur de la China envuelven, además, un enfrentamiento mayor con el Japón, que considera la ‘libre navegabilidad, de estas aguas como una ‘prioridad nacional’: por ellas circulan el 80% del petróleo que importa y el grueso de sus exportaciones hacia Europa, África y la India. Este enfrentamiento ‘comerciar se está trasladando crecientemente al plano de la competencia militar y de los choques entre los Estados: en represalia a las pruebas nucleares chinas, Japón redujo drásticamente su ‘ayuda’ alimentaria a China y se negó a condonar una parte de la deuda pública china (Japón es el mayor prestamista del gobierno chino) que creció enormemente como consecuencia de la revalorización del yen.


 


Otro conflicto explosivo es el que enfrenta a China con Taiwán, la isla gobernada desde 1949 por los nacionalistas chinos luego del triunfo de la revolución. En los últimos meses, China amenazó reiteradamente a Taiwán con el uso de la fuerza militar en caso de que decida declarar su ‘independencia’  y, para sostener las amenazas, realizó ejercicios misilísticos en las cercanías de las costas de Taiwán. Detrás del enfrentamiento entre China y Taiwán está la mano de Estados Unidos, que autorizó el ingreso a su territorio del presidente de Taiwán, en una gira destinada a sondear los posibles apoyos que recibiría Taiwán en caso de declarar su ‘independencia’.


 


El imperialismo norteamericano está jugando la ‘carta de Taiwán’ para obtener una serie de concesiones mayores del régimen chino respecto del comercio entre ambos países (después de Japón, China tiene el mayor superávit comercial en el comercio con Estados Unidos), del cumplimiento de las normas de la OMC, fundamentalmente en cuanto a la ‘apertura’ de China a las inversiones externas en el área de las telecomunicaciones y en la cuestión de las patentes y la propiedad intelectual y, finalmente, respecto de la venta de armamento y la transferencia de tecnología nuclear a países ‘no recomendable’  como Irán o Pakistán.


 


En las disputas que China sostiene con Taiwán, Estados Unidos y la administración británica de Hong Kong, los capitalistas de carne y hueso de esos países se pusieron, significativamente, … del lado chino contra sus respectivos gobiernos. J. C. Wang, “el industrial más poderoso de Taiwán y cabeza del mayor conglomerado industrial de la isla” (53) amenazó al gobierno de Taiwán con radicarse definitivamente en China, en el mismo momento en que arreciaban los choques entre los gobiernos de China y Taiwán; como consecuencia de estos choques, la Bolsa de Taiwán cayó a su punto más bajo en los últimos dos años y se produjo una elevadísima fuga de capitales de Taiwán.


 


Por su parte, “el enfriamiento de las relaciones entre China y Estados Unidos alarma a la comunidad de negocios norteamericana” (54). Finalmente, la “comunidad de negocios de Hong Kong se declaró complacida” por el acuerdo que acaban de firmar China y Gran Bretaña sobre el papel de la futura Corte de Apelaciones de Hong Kong… a pesar de que el mismo significa “un significativo retroceso” para Gran Bretaña (55). El mismo diario agrega que el acuerdo se firmó luego de “fortísimas presiones de las comunidades de negocios británica y norteamericana sobre sus respectivos gobiernos”. Los grandes capitalistas, como se ve, tienen confianza en que el creciente ‘nacionalismo chino’ no significará un impedimento para sus negocios sino, más bien, todo lo contrario…


 


Las disputas entre China y Estados Unidos, que obedecen a “la voluntad recíproca y concurrente de ambos países de proyectarse en el plano regional en función de objetivos comerciales”, se potencian por las crisis políticas que atraviesan ambos regímenes: “la ‘dualidad de poderes’  entre el Congreso y la Casa Blanca en los Estados Unidos y el delicado período de sucesión política en China” (56). En China, los militares están jugando un papel clave en la determinación de cuál de las fracciones burocráticas prevalecerá después de la muerte de Deng Xiaoping, lo que se refleja en una política exterior ‘nacionalista’. Frente a la “creciente inseguridad del grupo dirigente” (57), los reclamos ‘nacionales’ ofrecen una válvula de escape a las apremiantes contradicciones internas y a la imparable tendencia a la desintegración del régimen político.


 


La integración económica de China a la economía mundial a través del comercio y las inversiones actúa contradictoriamente. Al mismo tiempo que crea una competencia económica despiadada —que tiende a transformarse en tensiones y enfrentamientos entre los estados— crea, también, una muy vasta red de intereses capitalistas -que tienden a impedir que esas tensiones se transformen en un estallido real. Taiwán, por ejemplo, es uno de los grandes inversores externos en China (sólo en la provincia de Fujian, frente a la misma Taiwán, sus inversiones directas superan los 24.000 millones de dólares y su comercio bilateral alcanza a 18.000 millones de dólares anuales). Japón es otro de los grandes inversores externos en China.


 


Un estallido regional de hostilidades determinaría un retiro general de inversiones y un retroceso del comercio, que provocaría un derrumbe económico de Asia, cuyas repercusiones alcanzarían todos los rincones del planeta. Por eso la ‘presión’ del gran capital —mediante fugas de capitales, golpes de Bolsas y visitas a los despachos oficiales— para evitar ‘aventuras’.


 


Un Estado en desintegración


 


Este año, el déficit fiscal chino duplicará las previsiones oficiales. Más que por sus implicaciones económicas, el desborde del déficit fiscal importa como una manifestación de la aguda crisis del régimen político.


 


El temor del gobierno al descontento de la clase obrera, lo empuja a ‘comprarla paz social’ en las ciudades mediante los subsidios a las empresas estatales y, sobre todo, a los alimentos, rubro que insume un tercio del presupuesto estatal. Las necesidades del ‘gasto social* del régimen chocan violentamente con la sistemática reducción de los ingresos fiscales. Las provincias se niegan a girar al gobierno central la recaudación impositiva, y la evasión de los capitalistas es apañada por las autoridades locales. La recaudación impositiva central cayó del 7% del PBI al 5% entre 1992 y 1994… lo que revela el éxito de la ‘rebelión’ de las provincias contra la reforma impositiva de 1993, que pretendía reforzar la recaudación del gobierno central.


 


El sistemático aumento del déficit fiscal es la consecuencia de la creciente ‘independencia' de los jefes locales ante el gobierno central, al que la mayoría de los comentaristas caracteriza como “débil”; la autoridad del gobierno central se debilita conforme se aleja de Pekín. En la costa, los jefes locales han tejido densas redes de intereses con los inversores externos y los burócratas reconvertidos en capitalistas de sus regiones, que prevalecen sobre los decretos de Pekín; en las provincias ubicadas frente a Hong Kong y Taiwán -donde se han radicado la mayoría de sus inversiones en China-, la ‘atracción’ que ejerce Pekín es casi nula. En el campo, “los señores de la guerra y los clanes feudales están en ascenso. En ciertas áreas rurales, como la rica Jiangsu, los clanes han desplazado la autoridad del PCCh” (58).


 


Con indisimulada preocupación, el Financial Times (59) advierte que “China enfrenta la desintegración si no actúa decididamente para fortalecer los ingresos del gobierno central”. Hu Angong, de la Academia de Ciencias de Pekín, es decir, un hombre del riñón burocrático, previene que “los problemas de China recuerdan a los de Yugoslavia”. La recaudación del gobierno central chino (apenas 5% del PBI contra el 20% en Estados Unidos y el 35% en Gran Bretaña) -recuerda Hu Angong- “es similar a la del Estado Federal Yugoslavo poco antes de que comenzara a desintegrarse” (60).


 


La tendencia a la desintegración nacional está implícita en el proceso de la restauración capitalista. Al integrar la economía china a la circulación mundial de capitales, y al derribar las barreras que la protegían de ella, la burocracia china -como antes la soviética o la yugoslava— permitió que el mercado mundial ejerciera libremente su atracción sobre los distintos componentes del país. Acentuando violentamente -mediante las inversiones externas y el comercio exterior-las tendencias dislocadoras propias del diferente grado de desarrollo económico de cada una de las regiones, el proceso de la restauración capitalista tiene un efecto demoledor sobre la unidad del Estado nacional. La consecuencia es que “difícilmente puedan seguir coexistiendo dos Chinas” (61).


 


Para una fracción de la burocracia, cuyo representante ideológico es el ya citado Hu Angong, “China está fuera de control” (62). Para 'ponerla en caja’, sería necesario “un gobierno central más poderoso e intervencionista … para evitar la desintegración política y social provocada por la desintegración económica, un gobierno central débil e innumerables señores feudales” (63). Para esta fracción de la burocracia, tan restauracionista como las demás, “no se trata según puntualiza el corresponsal del diario norteamericano —de discutir el rumbo fundamental sino el manejo de las consecuencias de la reforma” (64): no es la ‘ideología’ lo que la mueve, sino la desesperación ante “el caos y el peligro provocado por la reforma” (65) Pero desde el punto de vista político, la pretensión de la burocracia central de imponerse sobre los ‘barones’ de las provincias conduce, directamente, a la guerra civil.


 


La lucha que ya se ha desatado en la cúpula por la sucesión de Deng -con denuncias cruzadas de corrupción y encarcelamiento de encumbrados ‘principitos’- agudiza las tendencias a la desintegración política del régimen en su conjunto. Según The Guardian Weekly (66),el Pentágono “teme el vacío de poder y el caos después de la muerte de Deng, la fractura del ejército según líneas regionales bajo el control de líderes locales y la separación del Tibet y de las regiones más ricas de la costa”.


 


Los analistas más agudos, sin embargo, señalan que “la amenaza real a la estabilidad política es más difusa y no es fácil describirla en un mapa. Las fuertes tensiones acumuladas serán difíciles de contener si hay inestabilidad política. Las brechas entre los campesinos y los trabajadores y los ricos de las ciudades son demasiado profundas…” (67). En la misma dirección, Keneth Liebenthal,


de la Universidad de Michigan, sostiene que “si la sucesión viene mal, las tensiones subyacentes pueden emerger fácilmente y desembocar en un masivo desorden social” (68). La 'amenaza real’ que se plantea aquí es la de una masiva intervención de los trabajadores de la ciudad y del campo en la crisis política, es decir, otra vez el fantasma de la revolución, que la burocracia creyó enterrar para siempre con la restauración capitalista.


 


Violentas contradicciones económicas, regionales y sociales; una aguda polarización social; rebeliones de los trabajadores en el campo y en las fábricas; un gobierno central débil y todopoderosos señores feudales en el interior; desintegración del poder del Estado; fracturas en la cúpula, lucha abierta por el poder entre las distintas camarillas y hasta peligro de un golpe de estado militar; un polvorín exterior en el Mar del Sur de la China y la perspectiva de una masiva intervención de las masas en la crisis política; ante este panorama, un corresponsal se pregunta cándidamente: “¿Qué ha pasado con los pronósticos de estabilidad formulados por la prensa y los líderes occidentales hace dos años?” (69).


 


Frente a la confesión de un fracaso político tan fundamental, el Partido Obrero puede enorgullecerse de sus pronósticos fundamentales: “la crisis social en China tiende a crear la misma crisis que se ha producido en la URSS y a abrir una nueva etapa revolucionaria” (70)… “Frente a la agudización de las contradicciones sociales y frente a un gobierno débil y que es percibido como tal, una nueva revolución en China no sólo es posible. Es inevitable” (71). Cada vez más.


 


 


 


Notas:


1 . The Washington Post, 30/10/94


2 . Idem


3 . The New York Times, 27/12/95


4 . The Washington Post, 18/10/95


5 . Le Monde, 21/5/95


6 . International Herald Tribune, 1/10/93


7 . Financial Times, 13/11/95


8 . Financial Times, 13/11/95


9 . The Wall Street Journal. 21/7/95


10. Idem


11 . The New York Times, 16/6/95


12 . Financial Times, 13/11/95


13 . The Economist. 29/11/75


14 . The Economist, 2/12/95


15 . Financial Times, 13/11/95


16.         International Herald Tribune, 8/12/95


17 . Los Angeles Times, 6/11/93


18 . The New York Time


19 . Le Monde,


20. The Economist,


21 . The Washington Post, 14/11/95


22 . The Economist, 10/9/95


23. International Herald Tribune. 29/12/95 


24 . Financial Times, 17/11/94


25. International Herald Tribune, 18/10/95


26. Le Monde, 20/4/95


27 . International Herald Tribune, 26/12/95


28 . The Wall Street Journal, 2/12/95


29 . The Wall Street Journal, 21/7/95


30 . Le Monde, 22/2/95


31 . León Trotsky, La Revolución Traicionada


32 – Business Week, 6/12/95


33 . Prensa Obrera, n° 272, 29/6/89


34 . The Economist, 14/10/95


35 . The New York Times, 27/12/95


36. Idem


37. The Economist, 16/9/94


38 . The Washington Post, 14/11/95 


39. The New York Times, 27/12/95


40 . The Washington Post, 14/11/95


41 . The Economist, 16/9/94 


42. Idem


43 . The New York Times, 19/6/95


44. The Washington Post, 30/10/94 


45 . The New York Times, 27/12/95


46. The New York Times, 19/6/95


47. Idem


48. Le Monde, 27/12/95


49. International Herald Tribune, 2/12/95


50. Henry Kissinger, en Río Negro, 25/7/95 51 . Newsweek, 17/7/95


52. Business Week, 15/5/95 


53 . Financial Times, 29/12/95 


54. Financial Times, 10/7/95


55 . Financial Times, 12/6/95


56. Le Monde, 1/8/95


57. The New York Times, 19/12/95


58 . The Washington Post, 30/10/94


59 . Financial Times, 16/6/95


60. Idem


61. Veja, 13/12/95


62. The Washington Post, 14/11/95


63. Idem


64. Idem


65. Idem


66 . The Guardian Weekly, 12/12/94 67. Idem


68 . The Washington Post, 30/10/94


69 . The Guardian Weekly, 12/12/94 


70. En Defensa del Marxismo, N° 4, setiembre de 1992 71 . En Defensa del Marxismo, N° 6, julio de 1993


 

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