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Los trotskistas frente a la invasión a Afganistán

(*) Publicado en Internacionalismo, N° 1, Junio de 1980


La invasión soviética de Afganistán constituye uno de los puntos más álgidos de crisis en la evolución de la actual situación mundial. A su vez ha concentrado la atención del movimiento obrero y de las masas oprimidas a escala internacional. Los aparatos traidores del stalinismo y la socialdemocracia han tomado una serie de posiciones divergentes -por el apoyo a la burocracia soviética o por la denuncia de la invasión- que constituyen un elemento de confusión y desmoralización para la actividad del proletariado y las masas por sus objetivos históricos, contra su intervención independiente. La formulación de una posición revolucionaria frente a los acontecimientos de Afganistán constituye en estos momentos una necesidad de clarificación política y programática.


 


En Afganistán se produce un enfrentamiento circunstancial entre los intereses de la burocracia soviética y del imperialismo mundial. La poderosa ola revolucionaria que acude la región del Golfo Pérsico y el Medio Oriente, y más en general el ascenso revolucionario mundial, en América Central y en otras regiones, sacude los cimientos de la política de ‘coexistencia pacífica' que el imperialismo y la burocracia se trazaron para aplastar el ascenso de las masas. En este contexto, la guerra civil en Afganistán y la intervención de las tropas soviéticas constituyen una manifestación de la lucha de clases internacional y del conflicto entre la reacción capitalista y los Estados obreros y las conquistas de las masas. Los trotskistas no somos neutrales ante esta batalla y nos colocamos en el campo de la defensa incondicional de la URSS frente al imperialismo y de las masas afganas frente a la reacción. Esta posición no significa en ningún caso apoyar o justificar la sangrienta política de la burocracia en Afganistán y su total desprecio por los sentimientos nacionales de las masas; el objetivo de la burocracia es negociar con el imperialismo y la reacción en el cuadro de la ‘coexistencia pacífica’ y de la entrega de las conquistas de las masas. Tampoco significa ningún tipo de apoyo político al gobierno del PPDA; este gobierno, que contó con el apoyo de la URSS, es responsable de las facilidades que encontró la reacción feudal. La burocracia, al intervenir al margen de la voluntad de las masas afganas y de su organización independiente, es la principal causa de la amplitud que pueda adquirir la resistencia reaccionaria contra la Invasión militar soviética. Levantando una posición independiente, los trotskistas defendemos el Estado obrero y las masas afganas contra la reacción y denunciamos vigorosamente la campaña imperialista, de la social democracia, del maoísmo y de algunos partidos stalinistas, que condenan la invasión.


 


Los motivos de la invasión soviética


 


El régimen político del PPDA se encontraba en una situación muy difícil y prácticamente al borde de su disgregación cuando se produce la invasión militar soviética, cuya función inmediata es sostener un régimen complaciente con sus intereses y su política. Sin duda que el carácter fronterizo del país con la URSS catalizó las reacciones de la burocracia, pero éste es un aspecto subordinado que sólo se manifiesta y toma su importancia si consideramos la profunda sacudida revolucionaria que vive toda la región del Medio Oriente y el Golfo Pérsico-caída del Sha, nuevo impulso de la lucha de las nacionalidades oprimidas, debilidad del conjunto de los regímenes burgueses de la zona. Finalmente, la burocracia ha sostenido a regímenes complacientes con ella en Afganistán desde hace décadas, pasando por la monarquía, el régimen de Daoud y las diversas variantes del PPDA. Era una norma que los oficiales del ejército real recibieran su entrenamiento y formación en las escuelas militares de la URSS. Hay que rechazar toda idea de que la burocracia interviene para apoyar la lucha revolucionaria de las masas. Por el contrario, el régimen de Karmal, sostenido por las tropas soviéticas, ha proclamado reiteradamente su voluntad de conciliación con la reacción local y con el imperialismo, en una negociación que asegure en cambio la neutralidad del país, contra los intereses nacionales y democráticos de las masas.


 


La guerra civil en Afganistán, protagonizada por la acción de los guerrilleros dirigidos por los terratenientes feudales, tenía y tiene como propósito revertir el ascenso de las masas y liquidar sus conquistas y organizaciones. Pero, además, la guerra en Afganistán es la expresión local de un conflicto entre la burocracia y el imperialismo por el control de una región estratégicamente decisiva. Implicaba una amenaza contra el Estado Obrero. Ghulam Sayaf, uno de los principales dirigentes de la rebelión, lo indica expresamente: “Los países del mundo libre deberían asumir sus responsabilidades y unir sus fuerzas a las nuestras. Deberían aplicar medidas efectivas y vigorosas contra la URSS. La guerra santa no es únicamente un problema interior del Afganistán: concierne al conjunto del mundo. Es el combate del Islam contra los otros”.


 


Si desde el siglo pasado el imperialismo inglés trató de afianzar su presencia en la zona del Golfo Pérsico, más categórica e imperiosa es la necesidad de los yanquis de predominar en una región vital para su abastecimiento petrolero y para su control mundial; esta zona es limítrofe de la URSS y es ahora vecina al Irán revolucionario. El dominio de la región por parte del imperialismo es un elemento vital de su política contrarrevolucionaria y desde la perspectiva de su ofensiva contra las conquistas sociales del proletariado, bajo la forma que han tomado en los Estados Obreros dominados por la burocracia.


 


La política de la ‘coexistencia pacífica' no significa de ninguna manera que el imperialismo haya renunciado a la liquidación de las conquistas sociales de los Estados Obreros y a imponerles el control del capital. La política complaciente de la burocracia con el capital financiero y los negocios que éste realiza con los Estados Obreros a través de préstamos e inversiones puede satisfacer en forma momentánea sus necesidades de lucro -al tiempo que constituyen un elemento de disgregación del carácter social de los Estados Obreros y un ataque a las masas, empleo, condiciones de vida, etc-, pero es completamente insuficiente en cuanto a las necesidades de expansión del capital y sus relaciones de explotación. La ‘coexistencia pacífica', por otra parte, puede ser una camisa de fuerza para la movilización de las masas, gracias al control contrarrevolucionario de las organizaciones obreras por parte de las burocracias stalinista y socialdemócrata. Las explosiones revolucionarias de los oprimidos ponen en jaque los acuerdos contrarrevolucionarios y se refractan bajo la forma de fisuras y enfrentamientos circunstanciales, mientras se trata de restablecer su vigencia.


 


La burocracia rusa no decidió la invasión a Afganistán en defensa del Estado Obrero y sus conquistas, sino en la medida exacta, y con una política consciente, de preservación de sus intereses de casta y de defensa de sus privilegios. De ahí los métodos de su intervención, que pisotean los sentimientos democráticos más elementales de las masas, que van dirigidos a aplastar todo movimiento independiente de los explotados; es una intervención que tiene el fin expreso de evitar un contagio revolucionario entre las masas de la región y de recomponer la colaboración con el imperialismo y la reacción local. Este enfrentamiento entre la burocracia y el imperialismo pone de relieve que la política de la 'coexistencia pacífica' no puede anular, a pesar de la voluntad de la burocracia, la contradicción entre la naturaleza social de los Estados Obreros y el imperialismo. Por eso, los trotskistas y las masas fijan su posición ante la invasión desde el punto de vista de la defensa incondicional de los Estados Obreros. Los trotskistas no condenamos la invasión de las tropas rusas en Afganistán, lo cual sería una posición proimperialista, pero sí denunciamos y nos oponemos a sus métodos y a la política de la burocracia, porque representan un daño importante al combate por la defensa de los Estados Obreros y sus conquistas y a los intereses de las masas afganas.


 


El resultado de la política de la burocracia es provocar la desmoralización del proletariado y las masas del Golfo Pérsico y de la clase obrera mundial, bloquear el proceso de independencia de los trabajadores respecto al islamismo y reforzar el dominio reaccionario de los mullahs sobre las masas campesinas. Es también un elemento de desmoralización de las propias masas soviéticas. En definitiva, una acción concebida en defensa de la URSS deviene, por sus métodos y su política, en un factor de aislamiento del Estado Obrero con respecto al proletariado y las masas del mundo. Agrava de esta manera su vulnerabilidad frente a la ofensiva imperialista. Este es el carácter y el resultado de la política de la burocracia. El único método real de defensa de los Estados Obreros, precisamente por eso, es la revolución internacional y el combate por la revolución política contra la casta parasitaria y contrarrevolucionaria de la burocracia.


 


La casta dirigente de la URSS ha inventado una patraña jurídica para justificar su intervención, en lugar de apoyarse en la naturaleza revolucionaria de la lucha de las masas de la región y de la defensa del Estado Obrero contra el imperialismo. Se burla del proletariado mundial para ahogar cualquier manifestación de internacionalismo. La invasión soviética significa desconocer el principio de autodeterminación de los pueblos. Pero no es esta cuestión en sí la que está en juego: lo que importa es su relación con la lucha de clases mundial. La vigencia del principio abstracto de la autodeterminación nacional es hoy en Afganistán la victoria del imperialismo y. a partir de aquí, de la opresión nacional más brutal. La derrota del imperialismo, por el contrario, extenderá el área de la revolución mundial y, en esa medida, contribuirá a la lucha por la verdadera libertad de los pueblos oprimidos.


 


Trotsky, al analizar la invasión soviética de Georgia en 1921, indicaba que “Desde el punto de vista de la ampliación de la arena de la revolución socialista, la intervención militar en un país campesino representa una empresa más que dudosa. Pero desde el punto de vista de la autodefensa de un Estado Obrero rodeado de enemigos, la sovietización forzada estaba justificada: la salud de la revolución socialista se encuentra por encima de los principios formales de la democracia" ("En Defensa del Marxismo"). Para la burocracia no se trata, por supuesto, de la ampliación de la arena de la revolución, sino de la preservación de sus privilegios. Lo que sucede es que se ve obligada a refractar la defensa de las bases sociales del Estado Obrero. Los revolucionarios fijamos nuestra posición a partir de la defensa incondicional de estas conquistas y por eso no condenamos la invasión, a pesar de que ataca el principio de la autodeterminación.


 


Lo que sucede es que según la fórmula de Trotsky, “El Estado Obrero degenerado trata de alcanzar estos fines (la defensa del Estado Obrero) a través de medios burocráticos que, a cada paso, entran en contradicción con los intereses del proletariado mundial" (“En Defensa del Marxismo”). Por eso condenamos los métodos y la política de la burocracia.


 


La evolución de la lucha de clases en Afganistán


 


La situación de guerra civil en Afganistán es un resultado de la reacción feudal contra la movilización de las masas y sus conquistas y de la política del PPDA que, al tiempo que tomó medidas que liquidaban ancestrales privilegios feudales, condenaba a las masas a la impotencia y las reprimía y ahogaba el curso revolucionario.


 


Bajo la dominación imperialista y reaccionaria, el Afganistán estaba condenado a la explotación más brutal y a un status de colonia. En 1972, el hambre posterior a la sequía provocó más de medio millón de muertos, mientras las familias feudales especulaban con las reservas de alimentos y Estados Unidos anulaba unilateralmente su ‘ayuda’ por motivos de ‘economía presupuestaria’. El retraso económico y social del país tenía características aberrantes para las masas: 50 por ciento de mortalidad infantil; esperanza de vida para los supervivientes de 40 años; 80 por ciento de campesinos, que forman la inmensa mayoría de la población, sin tierra o con parcelas minúsculas; 90 a 95 por ciento de analfabetismo; imposibilidad para las mujeres de trabajar y educarse y obligatoriedad del velo y práctica generalizada de la dote. La única rama económica floreciente era el comercio del opio. La monarquía suponía la opresión nacional de las minorías baloutche, ouzbek y otras. Todas estas características se mantuvieron luego de la caída de la casa real en 1973 y de la toma del poder por el príncipe Daoud.


Estos regímenes reaccionarios contaron con el apoyo conjunto del imperialismo y la burocracia, en tanto garantizaban que Afganistán era una zona ‘neutral’. El proceso revolucionario que comienza en 1978 constituye una reacción nacional y democrática contra los rasgos más aberrantes del atraso y la dominación imperialista.


 


Sin embargo, el régimen de Daoud no cae por un proceso revolucionario sino por un golpe militar. Este es ejecutado por una fracción del ejército y el PPDA, partido stalinista. Con sus divisiones, era el único partido político existente en el país, si dejamos de lado los clanes dirigidos por los feudales y la familia real. En una situación de vacío político, el PPDA se encarama en el poder con un programa de reformas limitadas. El nuevo gobierno depura muy limitadamente el viejo aparato de Estado, configurándose como un gobierno pequeño- burgués.


 


El PPDA extrae su fuerza fundamentalmente de los núcleos urbanos de la pequeña burguesía, en un país con una clase obrera muy débil numéricamente y sometida a la política del stalinismo. Gracias a su política, el movimiento campesino no alcanzó el estadio de guerra civil por la posesión de tierras. El PPDA no tenía ninguna intención de realizar una revolución, como lo indica su propia historia.


Una de sus tendencias, Parcham (La Bandera), dirigida por Babrak Karmal, sostuvo el régimen del príncipe Mohamed Daoud, a cambio de algunas carteras ministeriales.


 


El gobierno del PPDA adoptó una serie de iniciativas progresivas que apuntaban a lograr una transformación de la estructura feudal del agro. Se cancelaron las deudas de los campesinos pobres, especialmente gravosas luego de la sequía de 1971/72, se limitó la tenencia de la tierra entre 6 y 60 hectáreas según el nivel de irrigación, se legisló la confiscación sin pago del sobrante y su distribución, se prohibió la venta y alquiler de tierras y se tomaron medidas contra la discriminación de la mujer (aboliéndose el velo y reduciéndose el precio de la dote). Se postuló la nacionalización de ciertas industrias y el control estatal de otras y del comercio exterior.


 


La política del PPDA fue de oposición a la movilización de las masas y de esta manera trató de asegurar su poder fundamentalmente a través del Ejército. Se formaron sindicatos, pero se prohibió el derecho de huelga. El régimen se aisló crecientemente de las masas. Se provocó el espanto de la reacción, sin organizar a los explotados. Los campesinos no responden a las iniciativas del gobierno nacionalista porque dudan de su capacidad para imponerlas. El régimen del PPDA dicta desde arriba medidas que afectan el poderío de los terratenientes y las relaciones de servidumbre semi- feudal que imperan en el campo, pero son incapaces de quebrar la influencia religiosa y el paternalismo de los terratenientes sobre los campesinos. Su política fue siempre de colaboración con la burguesía y ello conduce inevitablemente a un empantanamiento del proceso revolucionario. En un país desértico, con apenas un 5 por ciento de tierras irrigadas, se niega a dictaminar la nacionalización del agua y las semillas, acaparadas por los jefes tribales, y del crédito, fuente de las fortunas burguesas y la miseria campesina. Sin estas medidas, la distribución de tierras significa muy poco y mantiene la dependencia del campesino pobre en relación al propietario feudal y el especulador.


 


Ante el callejón sin salida, el gobierno comienza a apoyarse cada vez más en la represión y el terror interno, con las consiguientes campañas de depuración. Los señores feudales encuentran el terreno favorable para organizar sus guerrillas reaccionarias. En setiembre de 1979, Taraki prepara, con la aprobación del Kremlin, una iniciativa de compromiso con los dirigentes feudales. Haffizullah Amin, jefe del gobierno y ministro de relaciones exteriores, se opone ejecuta un golpe de palacio y trata de afirmar el régimen del PPDA con una ofensiva militar contra los rebeldes al tiempo que acentúa la represión interior. Esta iniciativa coloca al régimen al borde de la catástrofe y es en este momento que intervienen las tropas soviéticas, destituyendo y asesinando a Amin e imponiendo a Karmal.


 


La política de la burocracia


 


El sostenimiento del régimen de Karmal se hace a través de las medidas militares más brutales, que llevan de hecho a una ocupación del país por parte del Ejército Rojo, al tiempo que se acentúan todas las medidas represivas. La burocracia no tiene otra política simplemente porque se opone a la intervención y la movilización de las masas.


 


Al mismo tiempo, el régimen de Karmal ofrece un plan de conciliación a escala nacional e internacional. Sobre la base de su reconocimiento, y de la neutralidad del país, quiere negociar con los terratenientes y la burguesía el desmantelamiento de las medidas tomadas desde 1978 en adelante. Gromiko, por su parte, viaja a la India y negocia una vía de compromiso con Indira Gandhi, apoyándose en el enfrentamiento entre la burguesía hindú y el Pakistán. La política de la burocracia es la de asegurar sus privilegios y la tranquilidad aparente de las fronteras a costa de las masas y sus intereses.


 


La ocupación militar del Afganistán por el ejército soviético es la ocupación de las Fuerzas Armadas de un Estado Obrero de un país campesino, en el cual coexisten las más variadas formas del atraso. La política de la burocracia es la de la ‘coexistencia pacífica’. Esto significa que está dispuesta a ceder todo lo que haya que ceder ante la presión del imperialismo y de la ‘opinión pública’ mundial, en el terreno social y político. Lo único que reclama es una ‘garantía’ de preservación de sus privilegios, por más inestable o ilusorio que sea todo compromiso del imperialismo de no atacar al Estado Obrero. Si el imperialismo no está dispuesto, por ahora, a este tipo de compromiso, es porque prefiere por el momento utilizar la invasión para una política dirigida a alinear a las masas detrás de sus posiciones. Pero la esencia de la reacción yanqui es preparar un clima chauvinista dentro de los Estados Unidos, mientras militariza el Océano Indico y establece rápidamente bases militares en Kenia, Omán y Somalia. Se trata de preparar y organizar una ofensiva contrarrevolucionaria de gran envergadura contra la insurrección revolucionaria de las masas de la región y de acentuar la presión sobre los Estados Obreros, también en el terreno militar. De allí la instalación de los misiles Pershing en Europa.


 


Un pronóstico sobre la evolución de la ocupación militar soviética en Afganistán es condicional. La dominación permanente de Afganistán por parte del Ejército Rojo significará la transformación de sus bases sociales, porque el control de un país por parte de la URSS significa su asimilación a las formas sociales del Estado Obrero. Esta no es por ahora la orientación de la burocracia, que trata por el contrario de restablecer las condiciones de negociación con el imperialismo y promete el respeto de la propiedad privada. La modificación del carácter social de Afganistán depende del curso de los acontecimientos, pero esta hipótesis no nos lleva a modificar nuestra apreciación sobre la política de la burocracia. Analizando una situación similar en Europa del Este, Trotski afirmaba: “El criterio político esencial para nosotros no es la transformación de las relaciones de propiedad en esta región o en alguna otra, por más importante que puedan ser por sí mismas, sino el cambio a desarrollarse en la conciencia y la organización del proletariado mundial, el crecimiento de su capacidad de defender las conquistas anteriores y de realizar nuevas. Desde este solo punto de vista decisivo, la política de Moscú, considerada globalmente, conserva por entero su carácter reaccionario y sigue siendo el principal obstáculo en la vía de la revolución internacional. Nuestra apreciación general del Kremlin y de la Internacional Comunista no modifica, no obstante, el hecho particular que la estatización de las formas de propiedad en los territorios ocupados constituye en sí una medida progresista. Hay que reconocerlo abiertamente".


Frente a la política de la burocracia, la política de los trotskistas es completamente clara e independiente: ¡Por la defensa incondicional del Estado Obrero! ¡Por la organización independiente del movimiento de masas en comités obreros y campesinos!¡Lucha incondicional contra la reacción feudal!¡Por la confraternización revolucionaria con las tropas del Ejército Rojo!¡Total independencia con respecto a la política del PPDA y de la burocracia!¡Por el gobierno obrero y campesino!¡Por la expropiación de los feudales y la burguesía!¡Por la nacionalización del comercio exterior!


 


Un aspecto esencial de la política de la burocracia es reprimir el poderoso factor revolucionario que significa en la zona las luchas de las nacionalidades oprimidas por su autodeterminación. Es así como apoyan al gobierno de Bani Sadr en su sangrienta represión del pueblo kurdo. En Afganistán se trata de las luchas nacionales de los Baluchis y los Pushtun, que cubren una importante porción de la región por estar distribuidos en Afganistán, Irán y Pakistán. En 1973, los gobernantes de los dos últimos países desataron una guerra contra los Baluchis, que se habían alzado por su autodeterminación nacional, que costó más de 15.000 muertos. Ahora, el imperialismo y la burocracia están tramando la ubicación de tropas en la frontera afgana, cuyo propósito real es ahogar la lucha de 15 millones de almas por la autodeterminación -lucha que terminaría con el régimen paquistano y abriría el camino a una federación libre de pueblos de todo el Golfo Pérsico.


 


El respeto al principio de la autodeterminación sería una poderosa arma contra las maniobras imperialistas en Irán y Afganistán. La burocracia está en contra porque le daría un poderoso impulso a la movilización revolucionaria de las masas. Los trotskistas nos pronunciamos por la defensa de la autodeterminación nacional del pueblo kurdo, del pueblo baluchi y de todas las nacionalidades oprimidas de la región.


 


Las actitudes de la burguesía mundial y del stalinismo


 


La invasión rusa a Afganistán ha provocado distintos realineamientos de la burguesía mundial. Cárter ha tratado de conformar un bloque contrarrevolucionario único de presión y represalia contra la URSS, en un momento en que la negociación sobre los rehenes en el Irán está en un punto muerto. Pero el frente único por el boicot no se ha formado, porque las burguesías europeas desean conservar sus propios negocios con la URSS y con el aparato stalinista, y específicamente porque desconfían de la posibilidad de desarrollar una política contrarrevolucionaria abierta a escala mundial que excluya la colaboración de dicho aparato.


 


La invasión a Afganistán ha actuado como un elemento de clarificación política en relación al 'eurocomunismo'. Los partidos stalinistas que acuñaron este sello lo hicieron en nombre de la supuesta preservación de las conquistas sociales y democráticas del movimiento obrero, en particular del europeo, lo cual requeriría una política ‘equidistante’ entre los bloques. Por supuesto que el equilibrio era más que relativo, porque en nombre de la ‘detente’, estos partidos apoyan la permanencia de sus países en la OTAN. Estos partidos se han dividido en función de los propios intereses inmediatos de aparato, lo cual indica la completa ausencia de una doctrina o programa ‘eurocomunista’. El PC francés apoya a la burocracia, y los PP. CC de España e Italia toman el partido del imperialismo, todos en contra de las masas. Ante un episodio decisivo de la lucha de clases, han actuado según sus necesidades contrarrevolucionarias inmediatas. En Italia, donde el PC continúa buscando el ‘compromiso histórico’ y la aprobación del imperialismo para su ingreso al gobierno, el stalinismo se ha pronunciado contra la intervención, pero sin hacerse cargo de las exigencias de Cárter. En Francia, donde la política de colaboración de clases del stalinismo pasa por la orientación divisionista frente al PS, el PC ha saludado la invasión y con todo cinismo la presenta como un acto de ‘internacionalismo proletario’. El eurocomunismo ha demostrado su verdadero carácter y sus divergencias constituyen una indicación de la crisis al interior de la burocracia ante la presión imperialista y la movilización de las masas.


 


El movimiento de los ‘no alineados’ se ha paralizado por completo ante la invasión de Afganistán. Para preservarse, esta alianza tiene que colocarse supuestamente por encima de los conflictos entre los Estados Obreros y el imperialismo, para guardar una ‘equidistancia 'entre capitalismo y socialismo. ¡Como si esto fuera posible! Como no lo es, la mayoría de estos países ha apoyado la condena de la URSS por parte del imperialismo. Esto demuestra que la ‘neutralidad’ que este movimiento pretende asumir es netamente contrarrevolucionaria. En su momento, los pablistas, bajo la batuta del SWP, felicitaron a Castro por el rumbo que le imprimía al movimiento. En realidad, no se trataba más que de un juego diplomático en el cuadro de la ‘coexistencia pacífica, en base a las migajas que estos regímenes podían recoger de la burocracia soviética. Ahora, los pablistas se ven obligados a señalar que la invasión incidió ‘negativamente sobre este movimiento. Pero, si la URSS hubiera actuado revolucionariamente en Afganistán ¿se habría modificado la actitud proimperialista del agrupamiento? No. Se habría exacerbado. La invasión de las tropas soviéticas pone de relieve que el movimiento de los ‘no alineados' no puede tener ningún rol independiente y que es completamente inviable; su función es contrarrevolucionaria.


 


El Comité Paritario con las posiciones del imperialismo


 


Si las posiciones del SWP de apoyo a la política de la burocracia en Afganistán nada tienen que ver con el trotskismo, la actitud que tomó el CP es a su vez un verdadero escándalo, aunque aparentemente de signo opuesto. Apenas dos meses después de su constitución, el agrupamiento entre el lambertismo y el morenismo logró presentarse claramente con su faceta antitrotskista -y ello en relación a la invasión soviética. A partir de su crítica a las posiciones del SU en Nicaragua, el CP pretendió colocarse a la izquierda de Mandel y el SWP. Su política demuestra claramente que se trata de un agrupamiento de signo derechista. En la breve vida del CP, sus tomas de posición revelaban la capitulación del CORCI ante el morenismo (en Brasil, los lambertistas se pasaron al PT; en Perú, el POMR junto al PST rompieron la Alianza Revolucionaria de Izquierda; en Argentina, la OCI avala por completo, más aún, la presenta como un ejemplo, la política pasada y presente del morenismo, de capitulación sin atenuantes ante la burocracia sindical y las maniobras ‘democratizantes’ de la burguesía y del régimen de Videla).


En la cuestión de Afganistán, primaron las posiciones de la OCI y el morenismo le reconoció así su zona de influencia en los grandes temas internacionales. Este método, que reúne el oportunismo y la capitulación, es el camino más seguro a una crisis sin perspectiva.


 


Como lo dicen claramente en su declaración, la tesis del CP es que la existencia de una estrategia contrarrevolucionaria común entre el imperialismo y el Kremlin, la ‘crisis conjunta’ que los afecta, cierra la posibilidad de que la burocracia pueda chocar con el imperialismo. Las contradicciones entre ambos tienden a abolirse ante el alza de la revolución mundial. Se trata, como se puede ver, de un principio de revisión acerca del carácter social de la URSS.


 


La posición del CP es que la URSS interviene en Afganistán a cuenta directa del imperialismo, tomando su relevo y con una función idéntica. Es así que llega al disparate de identificar al movimiento de las masas iraníes que, con dirección y consignas religiosas, luchaban con métodos revolucionarios contra el régimen imperialista del Sha, y las guerrillas dirigidas y manipuladas por los feudales y el imperialismo que tratan de ahogar en sangre el régimen del PPDA por sus medidas progresivas. Se trataría de un movimiento contra un Estado ‘que continúa siendo un Estado burgués semicolonial’. Otra vez se presenta contra el CORCI la polémica sobre el choque entre Banzer y Torres en Bolivia en 1971. Ambos eran candidatos a dirigir un Estado oprimido, sólo que el primero con métodos contrarrevolucionarios y el segundo con posiciones democratizantes. El ataque de los ‘rebeldes’ contra el gobierno del PPDA no es por la naturaleza burguesa del Estado afgano, sino por las medidas que tomó contra los privilegios feudales. El CP llega al extremo de colocarse en el terreno de la defensa de la fuerza reaccionaria, que con el apoyo del imperialismo, quiere liquidar a la organización y las conquistas de las masas.


 


El CP trata de probar que la intervención soviética no es revolucionaria, lo cual es una tarea inútil y diversionista. Ni la propia burocracia la presenta desde este ángulo y el propósito del CP es en realidad el de mantenerse por encima del conflicto entre el imperialismo y un Estado Obrero. De hecho, los trazos fundamentales de la posición del CP se identifican con las posiciones de la socialdemocracia europea, en especial de la francesa, que es el objeto actual de las aspiraciones de la OCI.


 


No es casual, entonces, que el CP no se refiera al boicot imperialista de la URSS, al rearme yanqui en el Golfo Pérsico y en el Caribe, ni a los euromisiles. El imperialismo no les merece siquiera dos líneas. Al CP ni se le ocurre que está planteada la defensa de la URSS porque borra simplemente al imperialismo.


 


El CP reprocha a la URSS no armara las masas afganas, pero de acuerdo a su razonamiento las armas del Ejército Rojo deberían ir… a las bandas contrarrevolucionarias y ello para su ataque contra la URSS. A este extremo contrarrevolucionario llega la posición del CP que quiere negar la evidencia de un enfrentamiento con el imperialismo y la reacción feudal.


 


Sin embargo, su propia estrategia no tiene ni pies ni cabeza. Caracterizan la intervención de la URSS como “contrarrevolucionaria en sus métodos y en su contenido", pero sin ninguna vergüenza no levantan la consigna del retiro de las tropas soviéticas, como lo hicimos los trotskistas en Checoslovaquia en 1968. En una declaración del mes de febrero, el CP trata de ‘corregir’ esta inconsistencia y afirma que no plantea esta consigna porque “la invasión crea una nueva situación en el mundo y en esta región en particular. La política criminal de la burocracia abre inmensas ocasiones para que el imperialismo cree una base de apoyo, especialmente militar, en esta región vital para la defensa de la URSS". Pero es precisamente la invasión, esta ‘nueva’ situación, la que tiene que analizarse desde el punto de vista de la ofensiva imperialista y no a la inversa. El CP escamotea este hecho porque deja de lado la defensa del Estado Obrero.


 


Después de todo este conjunto de afirmaciones antojadizas y contrarrevolucionarias, el CP afirma sin el menor escrúpulo que una ocupación duradera de Afganistán plantearía ‘inevitablemente’ su colectivización. Pero, ¿por qué sería necesaria una ocupación prolongada que tendría estas consecuencias si se trata simplemente de defender el Estado burgués semicolonial? Con la posición del CP, la única alternativa es el acuerdo con el imperialismo y aquí no cabe ninguna transformación social. La posibilidad de una ocupación prolongada y de una estatización sólo se entiende si la invasión soviética tiene un carácter de defensa de la URSS, con los métodos contrarrevolucionarios de la burocracia, con los cuales no tenemos ninguna responsabilidad. El CP quiere tener los pies en todas partes -mantener el Estado burgués, estructurar un Estado Obrero-y ello sólo descubre el carácter de sus posiciones. En nombre del trotskismo se ataca a la revolución proletaria y sus conquistas.


 


Aprobado por la 3° Conferencia de la TCI

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