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Francia: Acuerdo entre la Liga Comunista Revolucionaria y Lucha Obrera

El Frente Revolucionario del doctor James Tobin

¿Es posible que dos organizaciones que se reivindican trotskistas (al menos por ahora), puedan suscribir un acuerdo político sin que aparezcan ni una sola vez las expresiones socialismo, gobierno de los trabajadores, acción directa o expropiación de los capitalistas?

Pues esto es lo que acaba de ocurrir en Francia, no en un país subdesarrollado semi-capitalista, entre la Liga Comunista Revolucionaria y Lucha Obrera. Se repudia la perspectiva del socialismo y de la dictadura del proletariado en un continente, Europa, donde la elevada tasa de desocupados, los despidos continuos, los cierres de empresas, las fusiones, los monopolios y la productividad decreciente, y las crisis internacionales y las guerras, muestran en forma palpable el agotamiento histórico del capitalismo y su imparable marcha hacia la barbarie.

El “acuerdo sobre un proyecto de profesión de fe”, publicado en forma simultánea en la prensa de esas organizaciones, tiene como objetivo la formación de una lista común para las elecciones parlamentarias europeas que tendrán lugar en marzo próximo. Esperan, de ese modo, obtener un porcentaje superior al 5% de los votos para, con ello, “conmover el panorama político de la izquierda francesa”, o sea al partido comunista y a los ecologistas. Tanto por su programa como por sus objetivos políticos, el acuerdo está en consonancia con la política de la mayoría de la Liga, favorable a abandonar toda referencia al comunismo y reagrupar al conjunto de la izquierda sobre una bandera democratizante. Un análisis de la “profesión de fe”, pone al desnudo incluso algo peor: el descomunal confusionismo que reina en la llamada extrema izquierda europea.

“Europa democrática”

En el primer punto de la profesión… se reivindica “una Europa de derechos democráticos, donde las poblaciones controlen las decisiones”. Este planteo alude a la circunstancia de que en la Unión Europea no existen autoridades electas, pues el parlamento europeo carece de atribuciones reales y la gestión político-económica recae sobre una Comisión no electa, responsable ante un Consejo de Ministros, mientras que las autoridades del Banco Central Europeo gozan de una inamovilidad que las hace inmunes incluso a las directivas de los gobiernos que componen la Unión.

¿Pero qué vendría a ser esta “Europa democrática” que reclaman los trotskistas franceses sino una réplica de sus respectivos estados nacionales imperialistas, “donde las poblaciones control(a)n las decisiones” a través del sufragio universal, de sus representantes electos, de sus tribunales constitucionales y de sus jueces y magistrados? Los eurofóbicos ingleses que conduce Margaret Thatcher acusan también a esta Europa de Maastricht de mancillar la sacrosanta soberanía de la Cámara de los Comunes y de violentar las prácticas democráticas británicas.

En la misma línea del democratismo formal que ignora la desigualdad entre las clases y la explotación social, la profesión… reclama “una Europa de igualdad real, social y cívica…”. Pero la igualdad social es un contrasentido bajo el capitalismo y la cívica es sinónimo de discriminación, ya que supone la exigencia de la ciudadanía para ejercer derechos políticos, lo cual es un ataque a los trabajadores inmigrantes de otras naciones. Lo curioso del caso es que los redactores de la profesión… parecen no darse cuenta de la oposición que hay entre la reivindicación de la “ciudadanía”, que hacen en cuanta oportunidad tienen a mano, y el derecho al voto para todos los que viven en el país. La ciudadanía discrimina (según las fronteras nacionales). Si todos estos planteos de la profesión… no son una ficción, testimonian entonces una confusión insuperable.

Igualmente revelador es el planteo de “una Europa que anularía las deudas del Tercer Mundo, ya varias veces pagadas a los banqueros, una Europa que planificaría el desarrollo con los países del Tercer Mundo con el objetivo de satisfacer las necesidades fundamentales de todos”.

Es que una Europa que no haya expropiado al capital sólo podría renunciar al cobro de los créditos de carácter público, no los privados, y si incluyera a estos últimos debería resarcir a los banqueros con una indemnización equivalente a cargo del Tesoro. Si no ocurriera así se estarían violando los “derechos democráticos” de los banqueros y se estaría apelando a métodos propios de una dictadura proletaria, algo que los firmantes de la profesión… rechazan con todas sus ganas. En el marco de una Europa capitalista, la propuesta de planificar con el Tercer Mundo tendría un inocultable carácter imperialista, pues no podría haber una relación social de igualdad entre el opresor y el oprimido. Para que el futuro elector no tenga que albergar dudas sobre el carácter social de la profesión…, en el párrafo que reclama detener las privatizaciones de los servicios públicos “de calidad”, se plantea “extender el sector público a las empresas que se benefician con las necesidades elementales de la población”. Pero la extensión del sector público no es otra cosa que la nacionalización o estatización capitalista, o sea que, por un lado, debe ser resarcida de acuerdo al valor presente del capital invertido (es decir, pagada por los trabajadores), y por el otro, debe estar en consonancia con el funcionamiento de conjunto de ese sistema capitalista, incluida la viabilidad de esa indemnización.

Capitulación ante Maastricht

La propuesta de una Europa democrática no es otra cosa que el intento de darle un contenido electivo a las instituciones de la Unión Europea que fueran diseñadas en los tratados de Maastricht y de Amsterdam (unión monetaria y pacto de estabilidad). Es lo que hay detrás de la repetida fórmula de la Liga acerca de romper con la lógica liberal… de esos tratados. Es por esto que no hay en ninguna parte de la profesión… reivindicaciones referidas a los estados nacionales, como si éstos ya estuvieran suprimidos por aquellos acuerdos. La realidad, sin embargo, es la contraria; los tratados europeos son por ahora creaciones puramente artificiales para organizar una política común entre los principales monopolios europeos, mientras que los Estados nacionales siguen siendo el cuadro verdadero de la lucha de clases en Europa. Con referencia a la Europa de artificio, la profesión… no tiene ninguna consigna de poder, precisamente porque no existe como realidad política, es decir superior a los Estados y gobiernos nacionales. Esto explica que la profesión… tenga un marcado carácter constitucionalista, es decir que es una profesión de fe acerca de una estado democrático europeo eventual. Pero la razón por la que no tiene consignas de poder; la razón por la que no plantea abajo los estados capitalistas o fuera los gobiernos de colaboración de clases o que los partidos obreros rompan con los capitalistas y sus gobiernos; la razón de esto, es que la llamada extrema izquierda francesa se ha fugado de la realidad de los Estados nacionales y aceptado sin chistar la ficción europea, la cual no tiene otro estado que los Estados nacionales que la componen.

Tenemos así el resultado paradojal de que los campeones de la lucha contra los tratados que definen la Unión Europea, no hacen otra cosa que aceptar esa unión artificial como un hecho consumado y negar la realidad política fundamental, es decir, de poder, que siguen siendo los Estados nacionales. Esto le permite a la profesión… evadir la cuestión central de la política europea actual, que son los gobiernos centroizquierdistas de frente popular. A este punto, la profesión… no le dedica una línea, a pesar de reivindicarse de una corriente política internacional cuyo programa fundacional asegura que los frentes populares son un recurso último del imperialismo contra la revolución proletaria. El texto critica vagamente al gobierno francés de Jospin, porque “multiplica los regalos a la gran patronal”, pero en ningún lado lo caracteriza como contrarrevolucionario, imperialista, ni llama a los partidos socialista y comunista a romper con los capitalistas (el derechista Chirac sigue siendo presidente de la República) y formar un gobierno de los trabajadores.

Es precisamente esta capitulación ante el hecho consumado de los tratados europeos lo que plantea el principal mentor de la Liga en Le Monde Diplomatique de diciembre. “Es el momento de renegociar (esos tratados), dice Daniel Bensaid, ahora o nunca. ¿Si no para qué sirve la izquierda y su tridente de gobiernos en Europa?”. De modo que el llamado que hacen los trotskistas a los partidos obreros contrarrevolucionarios de Europa (PS y PC) es: renegocien Maastricht… Una verdadera vergüenza.

Revolucionarios del impuesto Tobin

En setiembre pasado, Rouge, el periódico de la Liga, anunció su adhesión a una campaña internacional en favor de un impuesto al movimiento especulativo de capital, conocido como impuesto Tobin, por su autor, un Premio Nobel de Economía. Esto ocurría cuando desde numerosos ámbitos capitalistas, incluido el Banco Mundial, se atribuía la crisis internacional a la volatilidad de los capitales de corto plazo. Pues bien, este impuesto es también el eje del planteo de la profesión….

Desde ya que un impuesto al capital especulativo supone la preservación del régimen del capital. Pero un impuesto Tobin no resolvería ningún problema a las masas, sea porque el impuesto sería transferido finalmente al consumo, sea porque atenuaría los movimientos de capital. En este último caso, la exuberancia financiera sería reemplazada por una sequía del mismo tipo, que no sería más que la otra cara de la crisis, bajo la forma de una deflación generalizada. No está de más señalar que los especuladores internacionales podrían beneficiarse directamente con este impuesto, en especial luego que la volatilidad especulativa provocara la quiebra de uno de los principales Fondos aplicados a la especulación, el Long Term Management Capital.

El periódico de la Liga asegura que “los gobiernos de los países industrializados se encuentran en una encrucijada (porque) les cuesta romper con los dogmas del liberalismo a pesar de que comprenden que es necesaria una intervención estatal para evitar los desarreglos”. Es decir que los capitalistas se dejan llevar por una ideología en detrimento de sus intereses. Por eso Rouge los llama a “romper con el dogma liberal” (5/11). Oficia de consejero del capital especulativo, depredador e imperialista.

El artículo en cuestión hace verdaderamente el ridículo cuando pronostica que los gobiernos centroizquierdistas europeos no podrán imponer una rebaja de las tasas de interés debido a su encadenamiento a la lógica liberal o debido a que cedieron la soberanía sobre la política monetaria al Banco Central Europeo. Tres semanas más tarde, exactamente, el susodicho banco con los respectivos gobiernos anunciaban una espectacular reducción de tasas, esto en plena correspondencia con el interés del capital aunque no con la lógica de los trotskistas franceses.

El impuesto Tobin del trotskismo francés no es un simple tiro al aire; es un programa. Lo dice claramente Bensaid: “Una verdadera política de reformas reclamaría una reforma fiscal amplia, una imposición seria a la fortuna acumulada, dejada en barbecho especulativo, una baja (sic) drástica del IVA, una progresividad del impuesto sobre el capital, a fin de redistribuir la riqueza sin cebar la demanda”. Se trata de un planteo de gestión capitalista, no solamente porque no plantea el gobierno de trabajadores sino porque ni siquiera roza la dominación del capital. De una u otra forma, en parte mayor o menor, esa verdadera política está en vigencia en los países capitalistas, en particular en los Estados Unidos donde no hay IVA, donde las ganancias de capital están gravadas y donde existe progresividad en el impuesto a los ingresos. Bensaid es conciente de lo que propone, por eso habla de “reforma”; por eso rechaza como a la peste la posibilidad de “incursiones violentas en el derecho de propiedad” (Trotsky) o siquiera de los impuestos confiscatorios al capital (Manifiesto Comunista). Se encuentra incluso por detrás de los extremos radicales de Lord Keynes, quien en su Tratado… preveía la incapacidad del capitalista particular para mantener en pleno empleo los recursos productivos. La consigna radical de Bensaid es: “oponer los ciudadanos al mercado” (Le Monde Diplomatique).

No hay nada inocente en todo esto, pues se trata de borrar el planteo de clase. En marzo pasado, Lucha Obrera decía de la Liga que ni “moral ni políticamente, se reivindica del comunismo”. La profesión de fe es una confirmación de esta caracterización, sólo que ahora Lucha Obrera se ha metido adentro de ella.

Refundar la IVª Internacional

El acuerdo entre Lucha Obrera y la Liga ha sido bien recibido en la mayoría de la llamada extrema izquierda de Francia. Pero no con buenas razones. Ignora el programa del acuerdo, es incapaz de criticarlo, ni siquiera vislumbra la profunda incomprensión que tiene de la crisis que se ha abierto entre la ficción de la unidad europea, de un lado, y los Estados capitalistas nacionales, del otro. Lo saluda porque lo ve como un paso hacia la discusión, hacia la unión en la diversidad, hacia el ocaso del sectarismo.

Pero tanto en Francia como en Argentina esta forma de raciocinio denuncia a los grupos que han fracasado políticamente; que han perdido su tradición; que no pueden reivindicar programa o trayectoria; y que pretenden que todos los demás empiecen de nuevo a partir del mediocre nivel en el que ellos han caído.

Lucha Obrera tiene todo el derecho a establecer un acuerdo electoral con la Liga, pero no a prostituir el programa revolucionario, que es lo que la Liga ha hecho ya hace mucho tiempo y que ha vuelto a ratificar en ocasión de este acuerdo. Porque precisamente el Comité Central de la Liga aprobó por 40 votos una resolución que establece que el acuerdo con LO se inscribe en el cuadro de las orientaciones de su último congreso, donde la mayoría votó por cambiar su nombre por el de Izquierda Democrática Revolucionaria. Es decir en la vía de la completa liquidación de la IVª Internacional.

Lucha Obrera debería rechazar este acuerdo anti-socialista y votar por la realización de un congreso internacional para refundar en forma inmediata la IVª Internacional.

La LCR pide la intervención del FMI

En referencia a la propuesta del acuerdo LCR-LO, de un desarrollo común entre la Europa capitalista y el Tercer Mundo, en enero de 1997 una resolución del Comité Ejecutivo Internacional al que pertenece la Liga planteaba: “6. Un vasto programa de reparaciones y de reconstrucción de Rwanda es indispensable. Debe estar a cargo del Banco Mundial, del FMI y de los gobiernos imperialistas cómplices del genocidio. Este programa debe estar completamente a cargo de estas instituciones y gobiernos. Se trata aquí de un pago por daños e intereses”.

Pero en el punto 8 se decía: “Exigimos que se pare el programa de ajuste estructural impuesto por el Banco Mundial y el FMI a Rwanda. Este programa constituye un obstáculo para la reconstrucción de Rwanda y aumenta su dependencia respecto de los países imperialistas” (Imprecorr Nº 411, marzo de 1997).

Este descomunal cambalache de ideas responde, con todo, a una lógica: es posible e incluso inevitable lograr que el imperialismo en algunas oportunidades no actúe como imperialismo. Es decir, que los políticos y las instituciones del imperialismo podrían romper con la lógica del imperialismo. Pero incluso si en lugar de programas de ajuste se aplicaran programas de reconstrucción, como el plan Marshall en 1947-50, ¿no sería esto igualmente en beneficio del imperialismo? Además, ¿quién pagaría esa reconstrucción si no la masa de los contribuyentes formada por los trabajadores?

Un sector de la prensa norteamericana denunció la semana pasada que las instituciones internacionales están condicionando la ayuda a los países que fueron afectados por el huracán Mitch, a la aplicación de ajustes estructurales. Las instituciones en cuestión alegan que, de lo contrario, la ayuda iría a los cofres de los corrompidos gobiernos de Honduras y Nicaragua (o, para el caso anterior, de Rwanda). Es lo que ha pasado recientemente en Rusia. ¿Qué hacer? Ajuste o robo. A este dilema se condenan los izquierdistas que cambiaron de campo, porque la salida no es el imperialismo ni los gobiernos nacionales sino la organización política independiente de las masas, que para eso deben lograr que sus organizaciones rompan con el imperialismo y con los gobiernos capitalistas nacionales.

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