El origen de los saldos en libras esterlinas de Argentina (1939/1943)


I


 


Los saldos en libras esterlinas (1) jugaron un papel extremadamente importante en la determinación del curso de la política económica argentina en la posguerra. En particular, influyeron fuertemente la política económica exterior del primer gobierno de Perón y contribuyeron al retraimiento que mostraron sectores influyentes de la Argentina hacia una mayor integración a la economía mundial. En algunos momentos extremos, se consideraba incluso que no había mucha diferencia entre exportar a Gran Bretaña a cambio de libras esterlinas y tirar los productos al mar (2).


 


En consecuencia, los saldos en libras esterlinas envenenaron las relaciones entre Gran Bretaña y la Argentina en el período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra. La Argentina reclamó concesiones verdaderamente modestas en este terreno, como un tasa de interés del 2,5% sobre sus créditos con Gran Bretaña, en un momento en que la inflación internacional era muy alta. Vistas desde Gran Bretaña, sin embargo, esas demandas eran totalmente inaceptables, no por su costo intrínseco, sino porque inevitablemente habrían desatado reclamos similares de otros países, poseedores de saldos en libras esterlinas a su favor mucho mayores.


 


Para la Argentina, el estudio de la cuestión de los saldos en libras esterlinas tiene importancia no sólo por la luz que echa sobre ciertas decisiones controvertidas de la política económica de 1946/48, sino también sobre muchos problemas planteados por la propia guerra. A continuación serán tratados muchos aspectos y espero ser capaz de contribuir a una mejor comprensión de los problemas que la evolución de la guerra planteó a quienes determinaban la política en Argentina.


 


La solución encontrada fue muy peculiar: neutralidad política combinada con una extrema generosidad hacia Gran Bretaña en cuestiones financieras. Es más exacto decir que este camino, probablemente el peor que la Argentina pudo haber tomado, no fue elegido por nadie en particular sino que fue el resultado de numerosos factores. La resultante fue que la Argentina fue considerada, especialmente en los Estados Unidos, como siguiendo una política pro-nazi cuando, en realidad, estaba proporcionando una ayuda sustancial a Gran Bretaña.


 


La Argentina, un país independiente, acumuló saldos en libras esterlinas sin poner ningún límite; haciendo esto, creó muchos menos problemas a Gran Bretaña que ciertos Dominios (3), como Canadá y Sudáfrica, o que otros países independientes, como Estados Unidos, que exigieron el pago en dólares o en oro hasta que Gran Bretaña agotó sus reservas. ¿Pero por qué la Argentina estuvo dispuesta a aceptar la moneda de otro país además, una moneda que fue devaluada dos veces, en 1931 y en 1939? Vista desde este ángulo, la pregunta toca una de las cuestiones más importantes de la política monetaria internacional en este siglo: el patrón oro.


 


El trabajo trata sobre el origen de los saldos en libras esterlinas hasta el golpe militar de junio de 1943. Durante este período, el Banco Central estuvo dirigido por el mismo grupo de gente, bajo la dirección de Raúl Prebisch, y hubo entonces una continuidad de política, aunque naturalmente el curso de los acontecimientos produjo modificaciones. Después del golpe hubo cambios abruptos y, aunque se aceleró la repatriación de la deuda externa, los saldos aumentaron a un ritmo todavía mayor. En ciertos aspectos, este segundo período debe ser visto como una caricatura del primero, combinando perversamente un aún mayor aislamiento político respecto de los aliados con aún mayores concesiones económicas a Gran Bretaña. Pero ése es, sin embargo, otro período, y no será tratado aquí.


 


II


 


En 1941, los economistas que trabajaban en el Gabinete de Guerra estimaban que la producción británica de armamentos era similar a la de sus enemigos, un logro sorprendente si se tiene en cuenta el retraso del rearme británico y el hecho de que la Gran Alemania tenía 79,5 millones de habitantes mientras que Gran Bretaña tenía sólo 45,5 millones (4). Alemania, sin embargo, estaba utilizando todavía el 27% de su población activa en la agricultura, comparada con menos del 5% de Gran Bretaña. Estas cifras todavía están lejos de darnos una imagen adecuada: mientras Alemania podía contar con los recursos de casi toda la Europa continental, Gran Bretaña se beneficiaba de los recursos de su vasto Imperio y de los de muchos otros países. Por ejemplo, podía obtener petróleo con muy poco esfuerzo de ricos campos de regiones distantes; Alemania tuvo que invertir mucho para construir plantas que producían petróleo sintético.


 


Sin embargo, había complicaciones. Si por cada hombre en el exterior que producía bienes para Gran Bretaña, un trabajador británico tenía que producir exportaciones, los únicos beneficios que podrían haber surgido son los derivados de la especialización internacional. Podría alcanzarse una ventaja mucho más significativa si se encontrara un método que no requiriese la compensación de las importaciones con las exportaciones. En este caso, los trabajadores podrían ser transferidos desde los distintos sectores de la economía a la producción de armamentos o a los servicios de combate, mientras las importaciones continuarían fluyendo. Este fue el objetivo que llevó a las finanzas de guerra al centro del esfuerzo bélico. Si las importaciones no se pagaban con exportaciones, esto sólo podía ocurrir por una de las siguientes alternativas (o por una combinación de ellas): 1. pérdida de reservas; 2. venta de inversiones externas; 3. créditos del exterior; 4. donaciones del exterior.


 


La pérdida de reservas era, en cualquier caso, inevitable y, en el otoño de 1941, Gran Bretaña casi había agotado sus reservas de dólares y oro. Fueron vendidas inversiones en el exterior de muy mala gana, pero no era nada fácil y fue hecho considerando que debilitaba la posición externa de Gran Bretaña después de la guerra. Las donaciones fueron importantes, especialmente la que hizo Canadá, en 1942, de mil millones de dólares y el componente crucial de transferencia unilateral contenido en la Ley de préstamo y arriendo (5). Pero todo esto no fue suficiente y resultaban necesarios los préstamos. No podían ser obtenidos en los Estados Unidos a causa de la aversión norteamericana a los acuerdos de pagos y porque la Johnson Act de 1934 prohibía préstamos a países que habían incumplido sus deudas con los Estados Unidos. Pero con otros países las cosas no eran tan difíciles.


 


Con el estallido de la guerra en setiembre de 1939, Gran Bretaña enfrentó en sus relaciones con Argentina un gran problema: cómo pagar los alimentos que compraba. Como sus exportaciones hacia la Argentina estaban condenadas a disminuir por la transformación de su economía en una economía de guerra, esas compras podían ser pagadas en dólares o en oro (el método menos deseable para Gran Bretaña), en pesos argentinos o en libras esterlinas. Pagar en pesos planteaba dificultades, en la medida en que no estaba claro cómo obtener suficientes pesos. Habría sido necesario un préstamo en pesos y esto tenía inconvenientes. Pagar intereses y acumular deuda en moneda extranjera eran dos problemas obvios, pero además había otros. En primer lugar, habría implicado hacer de la cuestión un tema de debate público en la Argentina, en la medida en que el Banco Central no estaba autorizado por su carta orgánica a prestar pesos a gobiernos extranjeros. En segundo lugar, un crédito en pesos habría tenido un techo y una fecha de rescate. En tercer lugar, su tamaño probablemente habría estado condicionado por la limitada capacidad del mercado monetario argentino y del gobierno argentino para recaudar los montos necesarios. El pago en libras esterlinas era la mejor de todas las opciones: probablemente no se reclamaría ningún interés y, entretanto, habría tiempo para discutir otras cuestiones relacionadas, como la repatriación de los títulos argentinos mantenidos en Gran Bretaña.


 


El problema surgió directamente el 4 de setiembre de 1939, al día siguiente de la declaración de guerra. Gran Bretaña quería comprar un millón de toneladas de trigo y quinientas mil toneladas de maíz, pero Argentina reclamaba el pago en pesos. Esto no debe sorprender pues la libra estaba en medio de una tendencia declinante en el mercado de Nueva York. El 24 de agosto, la Exchange Equalisation Account retiró su apoyo a la libra, con el resultado de que su cotización en dólares cayó de 4,68 a 4,04 (nivel en el que fue estabilizada a mediados de setiembre) (6).


 


Las alternativas planteadas por el reclamo argentino fueron resumidas por el Ministerio de Hacienda en una carta al Departamento de Planes de Defensa en Alimentos: 1. aceptar; 2. negociar un crédito; 3. pagar en libras (7). Las cosas se alargaron hasta que la libra se estabilizó; poco después, mientras el ministro de Agricultura de Argentina le informaba al secretario de Comercio británico que la Argentina prefería el pago en pesos, el Banco Central acordó aceptar libras esterlinas, pero reclamó que los saldos a su favor fueran en dólares o usados para comprar bonos.


 


"Usted verá que el último cable contempla el pago en libras esterlinas y estamos muy ansiosos en cerrar el acuerdo rápidamente", escribió Niemeyer el 28 de setiembre (8). Dos días más tarde, se hizo una oferta al Banco Central: las compras serían pagadas (en libras esterlinas) en una cuenta en el Banco de Inglaterra a nombre del Banco Central de la Argentina. Con esta cuenta, la Argentina podría pagar sus compras comerciales y servicios financieros en el Reino Unido. Los saldos serían convertidos en pesos a una tasa de 13,50 por cada libra esterlina y cancelados con bonos del Reino Unido a cinco años en pesos; se sugería un tasa de interés del 4%.


 


En su respuesta el Banco Central aceptó el pago en libras esterlinas y la centralización de los pagos, pero no consideró la idea de un bono en pesos. En cambio, puso en claro un objetivo muy importante: "Nuestro gobierno desea destinar los excedentes de libras esterlinas, por encima de un saldo operativo mutuamente acordado, a la compra de los títulos argentinos en Gran Bretaña". Pero se enfatizaba que el gobierno sólo podría comprar de acuerdo con sus medios. La cuestión del uso de los saldos acumulados, si éstos excedían el monto que el gobierno argentino podía destinar a la compra de los títulos, fue dejado para una discusión posterior. Como no había préstamo en pesos, se requirió un seguro de cambio.


 


En una comunicación previa, el Banco de Inglaterra sólo había ofrecido discutir la cuestión si la libra esterlina se depreciaba más del 10% respecto al dólar. Ahora, el Banco de Inglaterra acordaba garantizar por tres meses el valor de las esterlinas acumuladas por encima de 1 millón de libras, convirtiéndolas en oro para ese fin, para ser reconvertidas en libras esterlinas a la tasa vigente al final del acuerdo.


 


En palabras de Niemeyer, el acuerdo "es provisional por tres meses, para hacer que algo empiece; y deja las mayores cuestiones para ser discutidas con mayor tranquilidad y, pienso, vía Meynell" (9). Meynell era socio de una firma de Buenos Aires que tenía estrechas relaciones con la banca Baring; era también el representante del Ministerio de Hacienda y del Banco de Inglaterra en Buenos Aires. La banca Baring, además, era asesor financiero del gobierno argentino.


 


Desde el punto de vista británico, este estado de los negocios era satisfactorio; no se había concedido nada peligroso y el oro podría ser recuperado. El hecho de que la Argentina deseara recomprar sus propios títulos era tranquilizador; más satisfactorio todavía era que la Argentina no dijera explícitamente que estaba interesada en sus bonos. En el período que estaba por comenzar sólo unos pocos meses después, uno de los principales objetivos de Gran Bretaña en sus negociaciones con la Argentina fue convencerla de que comprara sus ferrocarriles y no su propia deuda externa pública.


 


La esperanza de que las futuras negociaciones pudieran efectuarse a través de Meynell puede comprenderse mejor a partir de un telegrama que éste envió al Ministerio de Hacienda el 13 de octubre de 1939, mostrando su muy peculiar status en el Banco Central: "El Banco Central se encarga de mostrarme todos los telegramas recibidos y me ha solicitado colaborar con ellos en la redacción de sus respuestas. Le telegrafiaré a través de la Embajada sobre todos los puntos que afecten las negociaciones". La posición de Meynell era de gran utilidad para Gran Bretaña; podía anticipar lo que se estaba pensando en el Banco Central; una y otra vez fue consultado por Londres acerca de si era necesario efectuar ciertas concesiones a la Argentina; normalmente, fue capaz de concluir que esto no era necesario. Podía discutir cuánto se le podía reclamar a la Argentina sin pasarse de la raya. Su ayuda en la redacción de las respuestas argentinas podía ser valiosa en una situación donde una simple palabra en un telegrama crucial podía generar una gran diferencia.


 


El Banco Central, desde su nacimiento, tuvo estrechos contactos con el Banco de Inglaterra. Su carta orgánica seguía muy estrechamente un proyecto redactado por sir Otto Niemeyer; Powell, también del Banco de Inglaterra, pasó un período considerable trabajando en el Banco Central antes de la guerra. En el Banco de Inglaterra había, por lo tanto, un muy preciso conocimiento del trabajo en el Banco Central, de las personas involucradas y de sus habilidades y debilidades. Esta no era una peculiaridad del Banco Central (argentino): mantener estrechos contactos con otros bancos centrales era una preocupación de larga data de Montagu Norman, gobernador del Banco de Inglaterra (10).


 


Una cuestión que fue dejada en el aire fue el derecho de la Argentina a convertir una parte de sus libras esterlinas en dólares o en oro para pagar una parte de su deuda externa a terceros países. Desde el acuerdo de 1936, esta suma había sido reducida a 1,5 millones de libras, y hasta octubre de 1939 la cuestión no había sido planteada en las negociaciones del acuerdo de pagos. Niemeyer no pensaba que Gran Bretaña, bajo un régimen de control de cambios, estuviera dispuesta a liberar recursos del superávit de la Argentina para el pago de la deuda de ésta con Estados Unidos, y la Argentina no lo pidió: "Tenemos la esperanza que no lo hagan" (11). Cuando, pocos días más tarde, la Argentina reclamó por el 1,5 millón de libras, un funcionario del Ministerio de Hacienda anotó en el telegrama "Supongo que debemos acordar". La cuestión fue dejada ahí; algunos meses más tarde, cuando el acuerdo entre los bancos fue renovado, se le entregó a la Argentina su 1,5 millón de libras, pero a cambio aceptó libras esterlinas de Irlanda.


 


Se pensaba que Gran Bretaña tendría un gran déficit con Argentina (12), pero la cuestión de qué haría ésta con sus libras esterlinas fue dejada sin resolución: "Se ha sugerido que Argentina podría comprar las acciones de los ferrocarriles, pero esto no ha sido recibido con mucho entusiasmo. El acuerdo, por lo tanto, ha sido hecho por un período de tres meses a partir de mediados de octubre y esta cuestión será resuelta en el interín" (13).


 


La cuestión no fue resuelta tan fácilmente y finalmente llevó años; como comentó mucho después un funcionario del Ministerio de Hacienda, "sólo lo provisorio dura" (14). Mientras tanto, desde el punto de vista británico, las cosas eran muy satisfactorias. En palabras de la Historia Oficial: "El 27 de octubre de 1939, el gobierno británico realizó un acuerdo de pagos con la Argentina muy alentador, un país que tiene gran importancia como proveedor de alimentos (…) Su amplio efecto fue permitir al gobierno británico la continuación de sus importaciones sin realizar pagos inmediatos (…) Los neutrales argentinos, en consecuencia, se han mostrado dispuestos, como los miembros del área de la libra esterlina, a prestar sus recursos a la beligerante Gran Bretaña; o planteando las cosas a la inversa, los británicos han tenido éxito en ablandar una moneda que habían considerado originalmente como dura…" (15).


 


Tradicionalmente, Inglaterra se valió de la importancia de su mercado para obtener concesiones de los países productores de materias primas. No debe sorprender, por lo tanto, que Leith Ross propusiera valerse de las compras en Argentina y en otros países sudamericanos para obtener algunas ventajas. Sugirió pedir un tipo de cambio favorable para las remesas de utilidades de las empresas de servicios públicos, matando de esta manera dos pájaros de un tiro. "Necesito puntualizarle enfáticamente que no solamente cualquier mejora en su condición reduciría la presión sobre el tipo de cambio y le daría a usted mayores ingresos por impuestos a las ganancias; sino además produciría un aumento del valor del capital de esas empresas si finalmente tiene que venderlas o empeñar títulos de las mismas a los gobiernos involucrados" (16).


 


Inglaterra necesitaba el alimento, pero a Leith Ross le parecía que valía la pena intentar lo anterior. En el Ministerio de Hacienda esta propuesta no fue recibida con agrado: "Me parece que es muy difícil obtener alguna concesión comercial cuando estamos hablando de formas de pago, porque somos nosotros los que estamos, en un sentido, pidiendo favores, al tratar de obtener todo el crédito que podamos para evitar pagar en dólares" (17).


 


No hubo ningún progreso definitivo en la negociación sobre el tema sobre qué había que hacer con los saldos en libras esterlinas de Argentina, y el acuerdo interbancario fue renovado dos veces por tres meses y una vez más por seis. Pero, al momento de su expiración, en octubre de 1940, muchas cosas habían cambiado.


 


III


 


La caída de Francia estaba destinada a tener un impacto sobre las negociaciones anglo-argentinas. Por algún tiempo, fue planteada tentativamente la idea de obtener concesiones de Argentina a cambio de una gran compra de sus productos agrícolas. Si Inglaterra hubiera comprado solamente lo que necesitaba, su posición en la negociación habría sido débil. Pero si hubiera garantizado la compra de grandes cantidades de la producción argentina, aun cuando no estuviera segura de poder transportarlas, podría haber pedido concesiones sustanciales. Debe recordarse que esto se hizo con algunos Dominios, y que Australia y Nueva Zelanda tenían asegurado el mercado para toda su esquila de lana a precios favorables, al comienzo de la guerra.


 


En el caso de Argentina, Inglaterra esperaba valerse de la zanahoria de las compras para obtener concesiones financieras. Una buena ventaja es la que se procuró lograr a fines de junio, en un intercambio de correspondencia entre el Ministerio de Hacienda, el Banco de Inglaterra y el Ministerio de Alimentación. El 24 de junio, Waley, del Ministerio de Hacienda, consultó la opinión de Niemeyer sobre un "arreglo amplio" que estaba adecuadamente separado en dos partes: parte A, "Qué queremos", y parte B, "Qué ofrecemos".


 


Se pretendían dos cosas de la Argentina: un crédito en pesos a largo plazo para la compra de cereales durante la guerra, y un tipo de cambio del peso favorable para la importación de carne. Se ofrecía la compra de toda la carne enlatada disponible y una cierta cantidad de maíz (posiblemente un millón de toneladas). Debe decirse que uno de esos dos útimos ítems no era una concesión, dado que era Inglaterra quien necesitaba urgentemente la carne enlatada para abastecerse mientras los ataques aéreos alemanes amenazaban sus comunicaciones. En este punto, el apuro era de Inglaterra. Lo que hace particularmente interesante la carta de Waley es que, sobre el punto más importante, ésta era deliberadamente confusa. El asunto tiene que ver con el efecto del crédito a Inglaterra sobre la economía argentina. ¿Era bueno o malo? La compra de los productos agrícolas, que de otra manera habrían quedado sin mercado, era claramente favorable para los productores argentinos; era también atractivo para el Tesoro argentino no tener que proveer recursos financieros para ayudar a los productores. En cambio, el efecto de un crédito sin aumento de impuestos era claramente inflacionario para la Argentina. Los productores agrícolas tendrían un mayor poder de compra, pero no se obtendrían bienes a través de la importación. A corto plazo, había un peligro y era que el efecto neto sobre la economía argentina no resultaba muy diferente de comprar toda la producción agropecuaria y tirarla al mar.


 


Waley no comprendía el problema claramente, argumentando simultáneamente que ayudaría a la Argentina y que la perjudicaría. Después de decir que un objetivo de todo el asunto era "evitar la bancarrota argentina dándole un manotazo a Hitler", agregó: "Reconozco que un gran crédito a nosotros significa inflación y finanzas deficientes para la Argentina. Pero ¿no es tiempo de remedios desesperados?" (18). Con Alemania cerca de la victoria total, los tiempos eran efectivamente desesperados para Inglaterra y durante este período aparecen frecuentemente indicios de que las obligaciones financieras no importarían mucho si se perdía la guerra: "Si perdemos la guerra, no estaremos de humor para preocuparnos por la deuda argentina", así concluyó Mather Jackson una larga nota sobre toda la cuestión (19).


 


El mismo día que Waley escribió su carta, Niemeyer escribió una aguda respuesta (el Ministerio de Alimentación se las arregló también para contestar en el día, un indicador de la eficiencia de la maquinaria gubernamental durante la guerra). Niemeyer expuso sin piedad la confusión de Waley: "Los argentinos están hoy dándonos un crédito de 6,25 millones de libras esterlinas (su saldo bajo el presente acuerdo) y si es correcto hablar de bancarrota argentina lo que consideré exagerado entonces ellos difícilmente serán atraídos; ni tampoco evitarán esa bancarrota por darnos un nuevo crédito en pesos (de largo plazo) por una cantidad y un período no especificados".


 


Niemeyer tenía una idea muy clara de qué política quería de la Argentina, pero no creyó necesario mostrarla detalladamente. Se le dejó a Hutton, del Ministerio de Alimentación, el placer de darle una lección de claro pensamiento en el campo financiero a un alto funcionario del Ministerio de Hacienda: "Si usted cree que se deben encontrar medios de pago adicionales, entonces quizás podemos ayudarlo a encontrar los medios de persuadir o sobornar a la Argentina para que nos dé la ayuda financiera necesaria. Creería que todo lo que podamos hacer para ayudar a la posición fiscal de la Argentina sería importante, ya que está claro que el problema es de índole financiera interna antes que de transferencia. Esto significa inevitablemente, argumentaría, que nuestra política debe estar orientada a alentar la economía inflacionaria en la Argentina, más una devaluación (a tiempo) del peso argentino respecto de la libra. Esto será una tarea lenta y con grandes dificultades" (20).


 


Claramente, es útil tomar el problema en dos partes, una la de las finanzas internas y otra la de las transferencias. Toda la discusión sobre las reparaciones alemanas, que tanto atrajeron la atención de los economistas en el período de entre-guerras, fue clarificada mediante esta diferenciación. El gobierno alemán podía recaudar recursos internos suficientes de sus contribuyentes para pagar las reparaciones, pero a menos que los otros países permitieran a Alemania obtener un gran excedente en otros rubros de su balanza de pagos, Alemanía no podría obtener las divisas en moneda extranjera necesarias para efectuar la transferencia (21). El problema para la Argentina era claramente el opuesto: ella tenía los bienes, e Inglaterra los quería. Pero el problema presupuestario interno quedaba completamente irresuelto. A menos que los recursos financieros fueran obtenidos de los consumidores, las exportaciones a crédito a Inglaterra significarían inflación en la Argentina.


 


Quedaba planteada la cuestión de por qué convenía a Inglaterra una política inflacionaria en la Argentina. A primera vista se podría pensar que el caso sería el opuesto, ya que la inflación a menos que fuera acompañada de devaluación significaría precios en libras más altos para Inglaterra. La realidad era que la economía inflacionaria en la Argentina era conveniente para Inglaterra por ser menos visible que los impuestos, y por lo tanto tendía a provocar menos discusiones en la Argentina sobre el acuerdo de pagos entre los dos bancos centrales. En negociaciones con otros países Inglaterra también reclamó oficialmente que éstos aceptaran la inflación como un subproducto de sus exportaciones al Reino Unido. En el caso de Canadá, este problema amenazó con volverse serio y está registrado en la historia oficial de las finanzas de guerra. Canadá fue reacia a dar muchos dólares canadienses a Inglaterra si no podía obtener una cantidad similar del público, ya sea a través de impuestos, o de la venta de títulos. La inflación habría resuelto el conflicto entre los niveles de consumo y el esfuerzo bélico y, después de un período, los canadienses insinuaron que no querían reducir más los niveles de consumo; las exportaciones a Inglaterra tendrían que sufrir: "Londres opina firmemente lo contrario: Canadá debe enfrentar cierta inflación y reconocer la necesidad de los suministros de guerra como el factor determinante" (22).


 


IV


 


Keynes se trasladó al Ministerio de Hacienda en junio de 1940 y su impacto se hizo sentir inmediatamente en las discusiones sobre la Argentina. Enseguida comenzó a proponer una idea paradójica, pero brillante: la caída de Francia había aumentado la capacidad negociadora de Inglaterra con los países neutrales productores de materias primas: "Ha habido recientemente un gran aumento de la fuerza de nuestro poder negociador, el cual hasta ahora no hemos sabido aprovechar. Ya no existe la posibilidad de escasez de abastecimiento y de altos precios en el mercado internacional. Al contrario, en los productos básicos la perspectiva es la de un terrible excedente no vendido y el colapso del mercado. Razones de política y economía internas convertirán a la mayoría de los países de ultramar cuando hayan advertido completamente la nueva situación en nuestros proveedores, apasionadamente ansiosos por encontrar un mercado en casi cualquier condición para su pesado y desbordante excedente doméstico" (23).


 


Sus ideas fueron recibidas con interés, pero también con reserva. Cuando explicaba al Banco de Inglaterra las ideas de Keynes, Waley tuvo cuidado de dejar en claro que estas ideas no le pertenecían: "(Keynes) me senaló que, ahora que los franceses no compran más en Sudamérica, estamos en una posición negociadora muy fuerte y, tan pronto como podamos, debemos revisar nuestra política de prometer a los países de Sudamérica una garantía en la forma de oro y patotearlos para que usen las libras esterlinas para comprar sus propios títulos" (24).


 


En esa época, la posición de Keynes era considerada extrema aún por sus amigos. "Maynard piensa que estamos en una posición negociadora infinitamente fuerte y que podemos forzar los términos que querramos con los países sudamericanos", escribió Playfair a Richard Kahn en una carta borrador (25).


 


Unos meses antes se creía que, como Inglaterra estaba pagando con libras esterlinas bloqueadas, la oferta de comprar cereales no podía ser presentada como un favor. Después de la caída de Francia, esto ya no era cierto y la oferta de comprar, aún con libras bloqueadas, era una importante ventaja. La fe en la esterlina no era firme ni siquiera en las jerarquías más altas del Foreing Office, como puede verse en la siguente anotación en el diario del subsecretario permanente, A. Cadogan: "Fui con Theo a elegir alfombras. Sólo para desprendernos de títulos del Tesoro, que no valdrán nada, a cambio de bienes que tienen valor" (26).


 


Pero aun así, los países amenazados con excedentes invendibles se enfrentaban a una opción severa: o bien aceptar las libras esterlinas, que en el caso de la Argentina podían ser usadas por lo menos para repatriar la deuda externa, o bien dejar pudrir la cosecha. En este último caso, si no se les daba ninguna ayuda a los agricultores no habría inflación, pero todo el sector podría ir a la ruina; si se les iba a dar ayuda, entonces era mejor arriesgarse aceptando esterlinas de dudoso valor antes que practicar sólo una política inflacionaria. Si se ayudaba a los agricultores, el resultado en cualquier caso era la inflación. Dada esta situación, vender por esterlinas bloqueadas no era atractivo, pero era mejor que no vender nada. Además, durante la segunda mitad de 1940 era imposible prever la evolución futura de la balanza de pagos entre Inglaterra y Argentina. Semana a semana se producían grandes cambios en las intenciones británicas, dado que sus planes de compra debían tener en cuenta los cambios en el transporte, el efecto de los bombardeos alemanes sobre los puertos, etc. Aunque la parte argentina conocía sólo un aspecto de estas oscilaciones, lo que vio era más que suficiente para asegurar que el futuro sería más incierto; por un tiempo hasta pareció posible un déficit con el área de la libra esterlina.


 


Argentina había perdido sus mercados en Francia, Bélgica y Holanda; todas las exportaciones a la Europa continental estaban sometidas al bloqueo británico. En las perspicaces palabras de un funcionario del Ministerio de Alimentación: "El Ministerio de Economía de Guerra está, por supuesto, ocupado, por un lado, en la cuestión económica y política mayor de hambrear a Europa y, por lo tanto, levantar excedentes invendibles en los países productores, por el otro (27). Argentina se enfrentó con una enorme cosecha de maíz invendible. Antes de la guerra, la exportación de maíz representaba más del 20% del total de exportaciones y, a pesar de cosechas excepcionales tanto en 1940 como en 1941, las exportaciones de maíz en 1941 representaban menos del 1% del total. El resultado fue un colapso del precio del maíz.


 


El gobierno argentino intervino con varias medidas para ayudar a los agricultores: ya en abril de 1940 concedió créditos a través del Banco de la Nación; en mayo se fijó un límite máximo diario para las variaciones del precio del maíz; y en agosto el Congreso autorizó al gobierno a comprar toda la cosecha (28). Entonces se tomó la crucial decisión: dada la situación, era comprensible que el Banco Central aceptara gustoso las esterlinas si podía venderse la cosecha.


 


Desde mediados de 1940 hasta los primeros meses de 1941, hubo largas negociaciones entre ambos países, en las que se discutieron todos los aspectos de su relación económica. Durante este período, la preocupación central de Argentina era la necesidad de aumentar la venta de cereales, mientras Inglaterra intentaba desesperadamente ahorrar todo el oro y los dólares que le fueran posibles para comprar armas y materias primas vitales en los Estados Unidos. Con la intensificación del combate, la prudencia financiera había desaparecido y todos los recursos fueron volcados a la batalla. Se daba curso a los pedidos franceses de armas a Estados Unidos, y las reservas de oro y dólares disminuían a un ritmo alarmante. Pronto se hizo evidente que, si la guerra continuaba, sería necesaria la ayuda financiera de Estados Unidos. Ya en mayo de 1940, Churchill había enviado su famoso mensaje a Roosevelt, "seguiremos pagando dólares hasta que podamos, pero me gustaría sentirme razonablemente seguro de que cuando no podamos pagar más nos darán las cosas igualmente".


 


En esas circunstancias, una vez que Argentina aceptó la libra esterlina, no podía sorprender que Inglaterra tuviera como objetivos la suspensión de la convertibilidad del millón y medio de libras esterlinas por año de la deuda argentina con Estados Unidos, y la modificación de la garantía de cambio que inmovilizaba al oro.


 


Era inevitable que el futuro de los ferrocarriles ingleses en la Argentina entrara en discusión. Su valor nominal era muy alto, cerca de 250 millones de libras esterlinas, y había existido un interés constante de la Argentina por comprarlos. Durante los años 30, el gobierno conservador había comprado el Central Córdoba, y se debieron abandonar planes más ambiciosos cuando la posición financiera de la Argentina se deterioró en 1938.


 


El gobernador del Banco de Inglaterra, Montagu Norman, consideró con mucho cuidado la situación de los ferrocarriles, que eran una de las más importantes inversiones de Gran Bretaña en el exterior. En junio de 1940 se interesó activamente y envió una carta sobre el tema al ministro de Hacienda. Adjuntó un memorándum en el cual relacionaba el excedente de producción de maíz y los ferrocarriles, y sobre el futuro de éstos últimos, expresaba: "Hoy puede ser la última oportunidad favorable, en términos políticos, para negociar la cuestión de los ferrocarriles británicos en la Argentina". Pensaba que Ortiz, en los dos últimos años de su presidencia, no podía evitar esa gran cuestión y que, en el momento en que su sucesor llegara a la Presidencia, estaría cercana la expiración de las cláusulas relevantes de la Ley Mitre (que exceptuaban a los ferrocarriles de la mayoría de los impuestos). Esto pondría seriamente en riesgo la posición negociadora de los ferrocarriles. Lo que Montagu deseaba era valerse de la preocupación argentina sobre el excedente de maíz para resolver la cuestión de los ferrocarriles. Mencionó que Gran Bretaña podría comprar 10 millones de toneladas de maíz en dos años si la Argentina se comprometía a comprar los ferrocarriles, pagando una suma cada año: "Lo importante, desde el punto de vista británico, es que la presente preocupación sobre el maíz sirva para tomar ventaja y no se deje escapar la oportunidad sicológica de resolver la cuestión de los ferrocarriles" (29).


 


Para conseguirlo, era necesario convencer a la Argentina de que no recomprara su propia deuda externa sino que destinara su saldo en libras esterlinas para comprar los ferrocarriles. No sólo era importante que la República no comprara gradualmente acciones de los ferrocarriles en el mercado; era necesario que la Argentina acordara un esquema por el cual se comprometía a comprar todo el sistema ferroviario. Esto era necesario por dos razones: una, porque en ese momento el valor de las acciones de los ferrocarriles en el mercado era muy bajo y, en conjunto, Gran Bretaña tenía muchas mejores posibilidades de obtener un precio mayor. La otra es que era importante lograr un acuerdo a largo plazo que resolviera la cuestión de los pagos por muchos años. Con la situación política muy fluida en Buenos Aires, era bastante probable que un nuevo ministro de Hacienda, no obligado por un acuerdo, podría revertir esto ordenando comprar las acciones gradualmente.


 


El Banco de Inglaterra estaba pensando más claramente que el resto de la Administración británica; y lo que el banco había comprendido a mediados de 1940 recién fue aceptado por otros departamentos meses, y en algunos casos años, más tarde. Un mes más tarde, hubo mucha discusión en la Administración, sobre la necesidad de fomentar la repatriación de los títulos de Sudamérica y obtener un crédito en pesos. Se dejó a Niemeyer explicarle a Waley que era mucho mejor gozar del "crédito sin interés" representado por el saldo en libras esterlinas que el ceder los activos en divisas (30). Al día siguiente, Waley confesó que su idea no había sido muy brillante y agregó: "Aprecio la dificultad de sacarle la manteca de la boca al perro, pero siento que en el futuro no le ofreceremos la mejor manteca mientras el perro parece muy satisfecho con margarina" (31).


 


Las largas negociaciones que siguieron entre Gran Bretaña y la Argentina fueron sobre el nivel de compras británicas y las concesiones que haría la Argentina si las compras de Gran Bretaña superaban cierto nivel. La línea británica fue que si la Argentina no le ayudaba, sus compras serían bajas; que estaban dispuestos a comprar más (especialmente cereales) sólo si se hacían concesiones financieras. Lo que pidió Gran Bretaña fue la suspensión de la entrega del 1,5 millón de libras esterlinas en oro para el pago de la deuda externa argentina con terceros países, tasas de cambio favorables para las empresas de servicios públicos y para ciertas exportaciones británicas y, finalmente, una modificación en la cláusula de la garantía en oro. Gran Bretaña necesitaba ese oro y ofrecía en su lugar garantizar el valor en oro del saldo en libras esterlinas. Esto significaba que si la libra se devaluaba, por ejemplo un 15% en relación con el oro, Gran Bretaña debía poner un 15% más de libras esterlinas en la cuenta del Banco Central. Aunque aparentemente similar, esta cláusula resultaba profundamente diferente. Si el oro hubiera sido de libre disponibilidad, Argentina podría haberlo usado para comprarle a cualquier país. De hecho, no estaba disponible, porque según un acuerdo debía ser revendido al Banco de Inglaterra. Pero su status era mucho mejor que el de las libras esterlinas bloqueadas. Se verá que eso significó una gran diferencia en la prioridad dada por Gran Bretaña a sus exportaciones hacia la Argentina.


 


La línea de Gran Bretaña era muy dura y por el momento estaba buscando concesiones aunque comprara a crédito: "Parece que estamos en una posición fuerte para negociar con la Argentina y deberíamos ser inflexibles, si es necesario mostrarles la puerta, con la práctica certeza de que ellos se darán por vencidos" (32).


 


V


 


Una vez que Argentina acordó entrar en una situación que era de hecho idéntica a un acuerdo de compensación con Gran Bretaña, se encontró impotente. El extraño mundo de los acuerdos de compensación, como muchos países europeos habían descubierto en su perjuicio en sus relaciones económicas con Alemania, fue dominado por reglas muy diferentes a las que prevalecían en el mundo de las monedas de libre convertibilidad.


 


Como Argentina no había impuesto ningún techo al monto de libras esterlinas que estaba dispuesta a acumular, no le resultaba urgente a Gran Bretaña exportar a la Argentina. Al mismo tiempo, se podían cargar precios muy altos; esto ayudaba a alcanzar el objetivo de cambiar las condiciones del acuerdo a favor de Gran Bretaña. No es sorprendente que éste haya sido un objetivo de largo plazo de los funcionarios británicos. "Para mí la cuestión esencial era que nosotros podíamos, y en realidad podemos cambiar los términos del comercio a nuestro favor, si uno lo calcula en pesos o en libras esterlinas", escribía Hutton y explicaba: "Nuestro objetivo, obviamente, es ver que una cierta proporción de los ahorros argentinos nos sean efectivamente transferidos" (33).


 


Más tarde, cuando existió la compensación de facto, esto no fue difícil de alcanzar. Se dejó al descubridor del multiplicador, Richard Kahn, explicar el tema a los funcionarios que concurrieron a una reunión del Comité Interdepartamental de América del Sur y Central: "Mr. Kahn sugirió que allí donde los acuerdos de pago habían sido concluidos, el nivel de precios de nuestras exportaciones dejó de ser un factor importante. Los países participantes tenían que elegir entre comprar nuestras mercancías o mantener libras esterlinas bloqueadas (con una garantía en oro) y en consecuencia, de hecho, darnos crédito. No verían la ventaja de firmar un acuerdo de pagos si el oro pudiera ser retirado, y si el oro podía ser retirado no habría necesidad de promover las exportaciones" (34).


 


A los representantes del Ministerio de Hacienda no les complacía discutir estas delicadas cuestiones tan abiertamente; estaban alarmados de que alguien de algún departamento ajeno a estas cuestiones técnicas como del Departamento de Comercio, pudiera expresar las cosas en forma clara: "El Ministerio de Hacienda era de la opinión que esta reunión resultaba demasiado amplia para una adecuada discusión sobre la materia", recuerda el acta de la reunión.


 


Con el tiempo, en la medida en que las exportaciones británicas caían, resultaba cada vez más claro que la situación estaba peligrosamente desbalanceada: "Podría ser más desafortunado si una denuncia pública, fomentada por la propaganda alemana, se levantara en contra de que se pague por buena carne con libras esterlinas aparentemente inservibles", escribía el presidente del Departamento de Comercio al embajador británico en Buenos Aires (35).


 


No obstante todas las seguridades regularmente enviadas por los funcionarios ingleses en Buenos Aires, que tenían frecuente contacto con las autoridades argentinas, Londres encontraba demasiado difícil creer que tal situación podría continuar indefinidamente, especialmente por las consecuencias inflacionarias para la Argentina: "Como ustedes saben, nosotros estamos comprando a la Argentina mucho más de lo que jamás podríamos pagar con exportaciones. Usted nos ha dicho, y Jerram lo ha repetido, que el actual gobierno de la Argentina no está preocupado por el rápido aumento del saldo en libras esterlinas. Me pregunto por cuánto tiempo esto continuará siendo cierto, si nosotros tenemos que cortar las exportaciones todavía más drásticamante. Es verdad que a largo plazo la Argentina podía considerar que podría usar sus libras esterlinas para adquirir las empresas públicas de propiedad británica, pero mientras tanto, tienen que enfrentar el hecho de que podrían perder en el intercambio de sus alimentos y materias primas, principalmente por medio de la inflación de su moneda".


 


El hecho de que localmente los pesos fueran emitidos contra libras esterlinas bloqueadas (36) contrariaba todas las reglas de solidez de la banca central y creó constante perplejidad en Londres. En una minuta de 1941, Mather Jackson, del Foreign Office, comentó sobre "una puntualización hecha por Mr. Jerram en una reunión del 2 de agosto que nos sorprendió a Mr. N. Young, a Mr. Powell y a mí. Hemos discutido sobre el saldo en libras en el Banco de Inglaterra. Algunos han descripto a la libra esterlina como inservible en la actualidad, a cualquier tipo de cambio. Mr. Jerram no acuerda. Cuando le preguntamos por qué, dijo: porque el Banco Central usa estas libras para respaldar el aumento de las emisiones fiduciarias. ¿Es un signo de fe incondicional en nuestra capacidad no sólo de ganar la guerra sino también de que Inglaterra gozará de buena salud financiera después de ella? ¿O es el más grosero ejemplo de inflación encubierta que uno pueda buscar?" (37).


 


VI


 


Lo que es interesante discutir en este punto es quién se benefició en la Argentina con este estado de cosas.


 


En Londres, había un claro conocimiento de los efectos redistributivos en la Argentina de la acumulación de saldos en libras esterlinas. Esto surge claramente de una discusión en el Foreign Office en setiembre de 1942, a partir de que un funcionario de primer rango señaló que era "de lo más repugnante" apaciguar al gobierno argentino (38), a lo que alguien agregó que era igualmente repugnante pagar precios exorbitantes por la carne, enriqueciendo de esa manera a los estancieros, que no eran de ninguna manera nuestros (de los británicos) mejores amigos en la Argentina". El alto funcionario del Departamento intervino en este punto con una observación muy pertinente: "Pero las objeciones de estar pagando de más son materialmente insignificantes (sean lo que fueran moralmente) o incluso irreales, desde el momento que nosotros, presumiblemente, pagaremos con libras esterlinas a las que la Argentina no les puede dar ningún uso, y que está de acuerdo en darnos la carne por nada en este momento?" (39).


 


Butler, que no veía el argumento, no quedó para nada convencido. Objetaba (y al hacerlo utilizó un verbo interesante que habría causado una gran ofensa en muchas familias propietarias de tierras en la Argentina), "si nuestras libras esterlinas son de un valor insignificante, parece raro que los estancieros nos judaicen (actúen como judíos) por más" (40). Mather Jackson apuntó la explicación al margen de la página: "los estancieros tienen pesos; el Banco Central de la Argentina, libras esterlinas".


 


Esta era la razón clave de todos los acuerdos de compensación: los exportadores eran indiferentes a las cláusulas técnicas que involucraban al Banco Central; lo que ellos querían era un buen precio en moneda local por sus productos, y esto lo conseguían por los acuerdos de compensación. La experiencia de los países del sudeste de Europa con Alemania, en la década del 30, mostraba que habitualmente los exportadores tenían suficiente poder político para implementar tales acuerdos. En la Argentina había muchos que aceptaban el acuerdo porque era de interés a largo plazo para el país; había otros que lo hacían porque se beneficiaban directamente con él.


 


El gobierno argentino no tenía remordimientos de conciencia acerca de su preferencia por los sectores más enriquecidos de las clases rurales. En un muy interesante memorándum oficial enviado al gobierno británico que trata sobre los saldos en libras esterlinas, se habla acerca de "las clases rurales que forman el núcleo más sólido y estable de la organización social de la República" (41).


 


Cuando recibió este memorándum, el embajador británico lo envió a Londres con un resumen; condensó el espíritu del párrafo de la siguiente manera: "puede encontrarse una solución, se piensa, que sea capaz de permitir la preservación de la estructura social de la República, basada como está esencialmente en las clases rurales" (42). Aunque las exportaciones no traían nada a cambio e incrementaban las presiones inflacionarias en la Argentina, enriquecían a los estancieros y consolidaban su poder político. La cuestión fue explicada en forma concisa en una minuta interna del Foreign Office: "Puede argumentarse, por supuesto, que el mantenimiento de las exportaciones de carne es más en interés de los propietarios de ganado que reciben altos precios en pesos que del país en su conjunto, que en la actualidad recibe a cambio sólo libras esterlinas bloqueadas. Pero los intereses ganaderos están tan bien representados en el gobierno y en los círculos influyentes que, en una gran medida, los intereses privados predominan sobre los públicos" (43).


 


VII


 


Como se ha visto, la Argentina acumuló un crédito sin interés en Gran Bretaña en lugar de recomprar su propia deuda en libras esterlinas. Eso fue un error, pero quizás pueda justificarse dada la falta de certeza que había en ese momento sobre el futuro del balance de pagos con el área de la libra esterlina. Si hubiera habido un déficit, se habría probado onerosa la emisión de un préstamo en época de guerra, especialmente en los términos de los favores que inevitablemente se habrían pedido. En esta perspectiva, el crédito sin interés puede ser visto como un seguro costoso ante un futuro desconocido.


 


Había, sin embargo, otra oportunidad que fue inexplicablemente desperdiciada: por algún tiempo, Gran Bretaña estuvo dispuesta a permitir que la Argentina comprara con libras esterlinas los bonos argentinos en dólares que estaban en poder de residentes británicos. Si esta oportunidad hubiera sido puesta en práctica, las exportaciones argentinas al área de la libra esterlina habrían reducido las obligaciones en dólares de la Argentina, mejorando significativamente su balanza de pagos.


 


Una cierta parte de la deuda en dólares de la Argentina estaba en manos de residentes británicos, y en mayo de 1940, previendo una aguda escasez de dólares para 1941, el gobierno argentino planteó la posibilidad de comprar esos bonos con libras esterlinas. "Se les ha ocurrido que el Gobierno de Su Majestad puede estar dispuesto a asistir por medio de la venta al gobierno argentino, a cambio de libras esterlinas, de los bonos de deuda argentinos nominados en dólares, en poder de inversionistas británicos. Se puede dar uno perfecta cuenta que, en ese caso, el Gobierno de su Majestad renunciaría a un potencial activo en dólares, pero se piensa que en la práctica la realización de tales activos puede ser larga y dificultosa" (44).


 


Niemeyer era favorable a la propuesta en tanto "desde un punto de vista general, nosotros no queremos, pienso, que la presión de la Argentina por dólares se vuelva más aguda si podemos ayudar" (45). El monto total de bonos argentinos nominados en dólares en poder de residentes británicos era de alrededor de 15 millones; se envió un telegrama a Meynell aceptando el requerimiento argentino, pero como última esperanza se preguntó si se quería que el Ministerio de Hacienda comprara periódicamente bonos para el fondo de amortización o si se quería que el Ministerio de Hacienda comprara todos los bonos que pudiera. La sorprendente respuesta argentina fue que la idea del gobierno argentino era "sólo comprar bonos argentinos nominados en dólares con libras esterlinas bloqueadas en los montos necesarios para cubrir el fondo de amortización y cuando fuera oportuno" (46).


 


Esto no sólo significaba perder la oportunidad más favorable, cuando la perspectiva de contar con dólares de la Argentina parecía particularmente sombría; la propuesta tenía serias dificultades administrativas. "No pienso que podamos contemplar compensar la muy considerable masa de bonos argentinos en poder de residentes británicos en pequeñas cantidades, y en la medida en que sea requerido por el fondo de amortización", escribió un funcionario del Ministerio de Hacienda (47). En el Banco de Inglaterra estaban de acuerdo. "Pero entregarlos cada medio año en forma separada es claramente absurdo y no muy conveniente, por lo menos por el momento" (48) Se le propuso a Meynell que el gobierno británico podría entregar esos bonos en dólares al fondo de amortización durante los próximos dos años mientras el gobierno argentino podría pagarlos simultáneamente a precio de mercado en libras esterlinas (49). Debe hacerse notar que esta propuesta era más favorable a la Argentina que lo que este país había solicitado. Los acontecimientos se sucedían muy rápidamente en el resto del mundo y estaba quedando muy claro que la caída de Francia había dejado a la Argentina en una posición muy débil. "A no ser por el gran cambio en la situación provocado por la defección de Francia pienso que sería justo, pero en las presentes circunstancias, obviamente, es menos atractivo. Sin embargo, pienso que podríamos tomar montos del fondo de amortización sólo por un período de seis meses" (50).


 


La respuesta de Waley fue muy clara. "Estoy de acuerdo. Estamos muy comprometidos. La próxima vez seremos más duros".


 


Se había perdido la oportunidad más favorable para fortalecer el balance de pagos de la Argentina. Argentina no sólo perdería rápidamente la posibilidad de tener oro a su nombre y recibir 1,5 millón de libras en oro para pagar su deuda externa en dólares; desde fines de 1940 suministró dólares a Gran Bretaña a través de su deuda externa en dólares, parte de la cual estaba en manos británicas.


 


VIII


 


Ya se ha mencionado que las cuestiones monetarias estaban íntimamente ligadas a la política británica de exportaciones. El esfuerzo de guerra era la prioridad a la que se supeditaba todo, por lo que exportaciones innecesarias podían significar el desperdicio de recursos productivos. Las exportaciones que producían o ahorraban dólares u oro eran las más útiles, en la medida que incrementaban la cantidad de bienes o armamentos que podían ser comprados en los Estados Unidos y eran indispensables para ganar la guerra. En el otro extremo estaban las exportaciones a las colonias. En este caso, las exportaciones eran un desperdicio porque no incrementaban la cantidad de bienes que Gran Bretaña podía utilizar en su esfuerzo bélico sino que lo disminuían, en la medida que esas exportaciones requerían el uso de maquinarias y mano de obra. Su único resultado era la reducción de los saldos en libras esterlinas a su favor de esas colonias.


 


A veces los objetivos tuvieron que ser modificados. Podía ocurrir, por ejemplo, que los trabajadores en las colonias rechazaran trabajar en las plantaciones si con su dinero no podían comprar productos textiles. En tales casos, las consideraciones monetarias debieron ser abandonadas y esas exportaciones fueron realizadas allí donde fue necesario para obtener importaciones cruciales. Sin embargo, en general esta política fue mantenida, especialmente en los tres primeros años de la guerra.


 


Esto podía plantear un difícil problema a los países que exportaban a Gran Bretaña. Reclamar el pago en dólares o en oro posibilitaba la compra de bienes en Estados Unidos, al menos así ocurrió hasta fines de 1941, y aseguraba una alta prioridad en el destino de las exportaciones británicas. Pero también podía significar no ser capaces de vender nada. Gran Bretaña, que tenía capacidad para gastar muy pocos dólares en otros países que no fueran los Estados Unidos, habría cambiado la mayoría de sus fuentes de abastecimientos hacia países que ofrecieran métodos más fáciles de pago. Por otro lado, aceptar libras esterlinas sin ningún límite significaba recibir menos bienes británicos y, por lo tanto, tener que comprar más en los Estados Unidos, y en consecuencia agravar la tensión sobre las reservas de divisas convertibles y de oro.


 


La política británica de exportaciones inevitablemente cambió con las circunstancias. En una primera fase hubo optimismo acerca del futuro nivel de las exportaciones, y como todavía había desempleo, el costo de oportunidad de las exportaciones de bienes no muy industrializados no fue considerado alto. En la medida en que el esfuerzo bélico se hizo más agudo, y las reservas británicas de dólares y oro caían a un ritmo alarmante, se dio esencial preeminencia a las consideraciones monetarias cuando se estableció la lista de prioridades de exportación. Finalmente, después del préstamo y arriendo, cuando los dólares ya no eran escasos, las exportaciones no estuvieron guiadas por consideraciones monetarias sino por la necesidad de usarlas para obtener importaciones de países que reclamaban bienes como compensación, y no libras esterlinas y ni siquiera dólares.


 


Las exportaciones a la Argentina fueron consideradas importantes cuando el Banco Central reclamó la inmovilización de oro a su nombre. Esta era la situación al comienzo de la guerra y hasta los últimos meses de 1940. Durante este período, la Argentina como mercado fue "de la mayor importancia" para el Reino Unido (51).


 


Pocos meses después, la situación había cambiado ligeramente. En ese momento, el Banco de Inglaterra esperaba alterar el acuerdo de pagos con el Banco Central para terminar con la inmovilización de oro. La Argentina fue colocada, junto con Bolivia, en el grupo "difícil hasta que hagamos (o revisemos) el acuerdo de pagos". Estaba en un nivel de prioridad más bajo que Estados Unidos, Canadá, Japón o Irán.


 


En noviembre de 1940, después de que el Banco Central aceptara cambiar la garantía en oro por la garantía del valor oro de las libras esterlinas, había tres grados de prioridad para las exportaciones británicas: el grupo 1 era el de los países que reclamaban oro; el grupo 2 era el de aquellos "países que mantienen saldos en libras esterlinas y no reclaman oro"; el grupo 3 eran los países que tenían pocas libras esterlinas y hacia los cuales normalmente se desalentaban las exportaciones (52). Argentina, al haber aceptado lilbras esterlinas, había descendido en la lista.


 


En la lista publicada en enero de 1941, distribuida como circular por varios Departamentos, la Argentina estaba en el grupo 3 (sobre 5). El grupo 1 estaba compuesto por Estados Unidos, Suecia, Suiza y Canadá, países que reclamaban el pago en oro o en dólares. El grupo 2 consistía en países como Portugal y Egipto que reclamaban una parte del pago en oro. Bolivia, a la que se le pagaba parcialmente en oro, estaba en este grupo, en el que compartía su posición con Argentina. Argentina estaba en un grupo de muy baja prioridad, junto con India. En la medida en que se hizo claro que los saldos en libras esterlinas de Argentina crecerían rápidamente, se extendió una cierta inquietud por colocar a la Argentina en un lugar tan bajo de la lista. El Banco Central no traía problemas, pero otros podían ponerse intranquilos. "Sugiero que Argentina debe ir al grupo 2, no al grupo 3. Sentimos aquí en Inglaterra que esto es necesario, especialmente en vista de la clientela de la lista. Difícilmente seamos capaces de enviar mucho carbón y hojalata y estamos reduciendo las exportaciones de algodón, etcétera. La sensación aquí es que Argentina podría estar muy abajo perteneciendo al grupo 3, que debemos mantener ese mercado razonablemente bien; que si no lo hacemos, la acumulación de libras esterlinas, ya elevada, llevará (en la Argentina) a presiones por dólares u otros problemas, y que las perspectivas de un acuerdo sobre los títulos no son prometedores como para ser asistidos aún con una reducción de las exportaciones físicas" (53).


 


El resultado de tales preocupaciones fue que en la segunda edición de la directiva de la Dirección de Exportaciones, de junio de 1941, Argentina fue llevada al grupo 2. Es claro que cuanto más problemático era el país en relación con la libra esterlina, se recibiría, probablemente, mejor tratamiento. En Londres, era imposible a los funcionarios británicos saber exactamente cuál era el método más efectivo de asignar exportaciones escasas. Un método bastante sensato era esperar las protestas: si un país se mantenía callado, era razonable asumir que era innecesario abastecerlo con más exportaciones. "Hablando en general, estamos inclinados a dejar que los países de ultramar protesten en la medida en que su posición se vuelva más difícil, como están protestando ahora los Dominios por la insuficiencia de sus cuotas de manufacturas de algodón" (54).


 


El problema para Argentina era que sus autoridades no protestaban lo suficiente. Durante el tercer año de la guerra, se preveía que Gran Bretaña podría tener un gran déficit con Argentina y que esto "aumentaría sus enormes tenencias de libras esterlinas. ¡Todavía no logramos que Argentina acuerde el intercambio de carne enlatada por las perezosas libras esterlinas! Las exportaciones de manufacturas de algodón a Argentina pueden ser reducidas fuertemente" (55). En teoría, el desbalance con Argentina era muy preocupante. En una minuta fechada el 3 de setiembre de 1941, Richard Khan cuestiona la prudencia de darle prioridad a las exportaciones a los Estados Unidos, a Canadá y a Sudáfrica. Con el préstamo y arriendo, los Estados Unidos ya no eran más un problema; Sudáfrica estaba ahora dispuesta a vender oro con el objetivo de recomprar sus títulos y Canadá estaba dispuesto a aceptar algunas libras esterlinas. "¿Si existe un peligro real de que Argentina rehuse vendernos las cantidades de carne, etc., que queremos comprarle, esto no significa que la moneda argentina sea ahora más problemática que las monedas de Estados Unidos, Canadá o Sudáfrica?" (56).


 


La respuesta a esta pregunta es esclarecedora. "La cuestión de Argentina nunca ha sido sobreestimada. Hay peligros allí, pero hasta ahora no ha pasado nada y de acuerdo con Mr. Jerram, nuestro secretario comercial, no es probable que pase mucho" (57). Cada vez que se consultó ansiosamente desde Londres la disposición de Argentina a seguir aceptando libras esterlinas en montos ilimitados, ellos siempre dieron respuestas tranquillizadoras, las que en gran parte estaban determinadas por la actitud del Banco Central. La opinión del Departamento de Comercio era similar a la del Ministerio de Agricultura: el Ministerio de Hacienda teme que "Argentina objete la acumulación de un superávit de al menos 14 millones de libras esterlinas, pero hasta donde yo sé los propios argentinos no han mostrado todavía mucha preocupación por este resultado" (58).


 


IX


 


Hasta ahora este trabajo concierne a las negociaciones y estuvo basado en fuentes oficiales. Este método puede presentar algunos inconvenientes (diferencias interdepartamentales incluidas): lo que se hará ahora es discutir un preconcepto de los funcionarios británicos que fue probablemente erróneo y colocar el problema de los saldos en libras esterlinas en su correcta perspectiva utilizando algunas estadísticas.


 


Un supuesto básico ampliamente sostenido por Whitehall (la Administración británica) era que los saldos en libras esterlinas producían inflación. A pesar de que Keynes, Kahn y muchos otros fueron más sutiles en sus opiniones, muchos aceptaban una simple teoría cuantitativa del dinero. De acuerdo con esta opinión, un superávit de exportación era inevitablemente inflacionario al incrementar la cantidad de dinero en circulación y disminuir la cantidad de bienes disponibles. Es importante recordar, de cualquier forma, que dadas determinadas circunstancias, un incremento en las exportaciones puede tener un efecto muy positivo en la producción. Al comienzo de la guerra, Argentina sufría los efectos de la baja en la actividad económica mundial que había comenzado en 1937; el precio del trigo argentino en Liverpool era más bajo en junio de 1939 que en cualquier año previo de la desastrosa decada del 30.


 


En el Banco Central, las ideas keynesianas eran sostenidas probablemente de modo más amplio que en el Banco de Inglaterra. Aquellos que querían trabajar en la Oficina de Investigación Económica en el Banco Central tenían que realizar un examen que incluía preguntas como: ¿Piensa que la teoría cuantitativa del dinero es de alguna manera válida en la Argentina? ¿Recuerda algún caso en el que esta teoría haya sido verificada? ¿Piensa que bajo un patrón oro la teoría cuantitativa es verdadera para la moneda argentina? Como dijo Prebisch en una audiencia en el Banco de México en 1944, éste era el tipo de pregunta que, más allá de probar una buena comprensión de la teoría, "indica si el aplicante ha meditado sobre estos problemas y si es capaz de pensar por sí mismo, juzgar las cuestiones con su propia cabeza" (59).


 


De frases de Prebisch tales como "virus ortodoxo", resulta claro que él mismo pensaba que la teoría cuantitativa del dinero no era muy relevante para un país que tenía capacidad ociosa (60).


 


No hay dudas de que comprendía que las funciones de un Banco Central incluían la atenuación de los ciclos económicos. En esto ya había estado en desacuerdo con Niemeyer en los 30 (61), pero las acciones del Banco Central fueron ampliamente aclamadas por el éxito de sus medidas anticíclicas entre 1936 y 1938. Así es como Nurkse sintetizaba su juicio en el estudio que hizo del sistema monetario internacional de entreguerras: "El ejemplo más impactante y exitoso de esta política lo dio, en el mismo período, el recientemente fundado Banco Central de la Argentina" (62).


 


En 1944, el propio Prebisch recordó cómo las ideas económicas habían cambiado bajo el impacto de la crisis mundial; también remarcó que desde el estallido de la guerra hasta 1941, el principal problema económico para la Argentina era sostener el nivel de actividad mientras caía la demanda externa (63).


 


Esto es importante para comprender una curiosa circunstancia: leyendo los archivos británicos uno puede tener la impresión de que durante este período la inflación en la Argentina era rampante. Debe destacarse, sin embargo, que los funcionarios británicos hablaban de acciones que pensaban que podrían crear inflación, nunca de una inflación real. De hecho, durante los primeros años de la guerra, la inflación en la Argentina fue moderada. Los precios de las importaciones aumentaron marcadamente desde el principio; a pesar de que el Banco Central había producido un memorándum sobre el tema, nada efectivo pudo hacerse al respecto.


 


Lo que sí podía hacerse, sin embargo, era controlar la expansión monetaria, y así se hizo. Una comparación internacional en este punto es instructiva. De los 20 principales países seleccionados por el Banco de Acuerdos Internacional (Decimotercer informe anual, 1943), Argentina era el que menos había expandido su circulante. Otros países neutrales como Suiza, conocidos por su inflexibilidad monetaria, siguieron políticas más permisivas. En lo que respecta a América Latina, un estudio de la Junta de la Reserva Federal sobre el desarrollo monetario describe el incremento en la oferta monetaria y en el costo de vida para los principales 14 países del área. Cubre el período entre 1939 y 1944; a pesar de que para este último año la Argentina venía acumulando libras esterlinas a una tasa vertiginosa, sólo Venezuela y Uruguay tuvieron un menor incremento de la oferta monetaria, mientras que solamente Perú había tenido un menor incremento porcentual en sus reservas internacionales (64). Del incremento del 128% en la oferta monetaria de la Argentina, 116% se debía a tenencias crecientes de reservas internacionales; esto puede compararse con un 208% y 79% respectivamente para Brasil, 269% y 160% para México, y 153% y 66% para Chile.


 


Mientras (visto desde Londres) la acumulación argentina de libras esterlinas parecía inflacionaria, visto desde el punto de vista del Banco Central la situación tenía un aspecto muy diferente, por lo menos hasta 1941 (ver tabla 9.1).


 


En 1941, las divisas bloqueadas, incluida la libra esterlina, contribuyeron en menos de un 2% a la expansión original de medios de pago y fueron, por ende, insignificantes desde el punto de vista de las presiones inflacionarias. Para 1943, esto había cambiado dramáticamente y la acumulación de libras esterlinas produjo más del 40% de la variación original de los medios de pagos, es decir, antes de descontar los medios de pagos absorbidos en depositos a plazo, etcétera.


 


 


X


 


Las relaciones financieras anglo-argentinas deben ser vistas en perspectiva, a pesar de que debe recordarse que formaron parte de un cuadro más amplio; esto era cierto no sólo para Gran Bretaña sino también para Argentina. Muchos otros países terminaron acumulando saldos en libras esterlinas, aunque sus motivos pudieron a veces ser muy diferentes. La comparación con Brasil, por ejemplo, un país que solía tener déficit de balanza de pagos con Gran Bretaña, es particularmente interesante (65).


 


Una descripción a grandes rasgos puede encontrarse en un documento escrito por Keynes hacia el final de la guerra, donde discute las implicancias para el resto del mundo: "Desde los primeros días de la guerra hemos tratado de evitar incurrir en deudas en moneda extranjera o en oro. En esto tuvimos éxito más allá de cualquier expectativa que hubiese sido razonable antes de este acontecimiento" (66).


 


Esos fueron los préstamos Jesse Jones en dólares de los EE.UU., y un préstamo canadiense, sin interés, en dólares canadienses, pero ambos fueron cubiertos con títulos de esos países; finalmente, había una obligación en oro con Portugal que estaba siendo renegociada. Keynes continuó: "Aparte de esto, sólo debemos libras al resto del mundo; y está bastante bien comprendido por los afectados que están en nuestras manos y no pueden reclamar exitosamente la utilización de estas libras esterlinas excepto de acuerdo con principios a pactar con nosotros de aquí en adelante (su principal ansiedad es enterarse lo antes posible cuáles serán estos principios, su percepción actual y esto es bueno y seguirá siéndolo, esperamos nosotros, excesivamente pesimista). Bajo estas condiciones, con astucia y amabilidad, persuadimos al resto del mundo para que nos preste por encima del prodigioso total de 3.000 millones de libras. El gran tamaño de estas deudas en libras esterlinas es en sí mismo una protección. El viejo dicho se cumple. Débele a tu banquero 1.000 libras y estarás bajo su poder; débele 1 millón y esta posición se invierte" (67).


 


La mayor parte de estos saldos en libras esterlinas estaban en manos de miembros del Area de la Libra Esterlina, en particular India. La acumulación de libras esterlinas de estos países frecuentemente siguió diferentes reglas; habitualmente surgían no de transacciones comerciales ordinarias, como en el caso de Argentina, sino del financiamiento de tropas. Sin embargo, en algún sentido las colonias estaban más protegidas quizás que Argentina, puesto que los funcionarios británicos podían sentir a veces algún grado de responsabilidad por el bienestar de las poblaciones coloniales, lo cual estaba naturalmente ausente cuando se negociaba con un país independiente y relativamente rico como Argentina. Esto puede verse claramente en el informe de un funcionario del Ministerio de Hacienda, Dunnett, en una reunión interdepartamental sobre Argentina a mediados de los 40: "Mr. Dunnett sugirió que Argentina y las colonias tenían problemas similares respecto de los superávits, pero las colonias difieren en no poder prestarnos dinero… Mr. Dunnett señaló que el pago por los productos excedentes de las colonias no podría hacerse en libras esterlinas bloqueadas pues los habitantes eran demasiado pobres" (68).


 


Lo que quería era conseguir un préstamo de la Argentina, incluso si el balance de pagos entre los dos países volvía a ser equilibrado, en cuyo caso las exportaciones se redirigirían a las colonias. "Es poco probable que el productor colonial pueda en una medida apreciable aceptar un pago en moneda que no pueda ser rápidamente convertido en productos de algodón u otras cosas. En otras palabras, es mucho más fácil obtener un crédito de los argentinos que de los africanos, y las exportaciones que son útiles a los africanos no deben ser enviadas a los argentinos" (69).


 


Esta era una posición personal y no la política del gobierno británico; al final el productor colonial no obtuvo mucho. Sin embargo, es indicativo de una actitud generalizada en algunos momentos extremos.


 


No debe olvidarse que, durante este período, los funcionarios británicos estaban en medio de una guerra. Sus oficinas y casas estaban siendo bombardeadas, y a pesar de que se las arreglaron para continuar escribiendo agudas minutas, a sus amigos y parientes los estaban matando. Niemeyer, para tomar un caso entre tantos, tuvo un hijo muerto en acción mientras tenían lugar las negociaciones descriptas más arriba.


 


El deber de estos funcionarios era obtener bienes a crédito de Argentina para continuar la guerra; era, también, cuidar la economía de posguerra de Gran Bretaña. Este era el objetivo; qué tipo de gobierno se preparaba en Argentina para acceder al poder era de una importancia secundaria. Después de todo, los funcionarios británicos estaban acostumbrados a las oscilaciones de la política argentina; y también estaban preparados para ellas. Un funcionario en la embajada en Buenos Aires, repasando un largo período de la política argentina, terminó su nota con una cita: "Finalmente, fue Manuel Quintana quien dijo hace más de 30 años que la política argentina siempre ha oscilado entre el caudillaje y la revolución inevitable que aquél provoca. Epílogo: la amnistía…" (70).


 


 


 


NOTAS:


 


(*) Para este trabajo fueron consultados los archivos de varios ministerios británicos. Las siguientes iniciales son usadas en las notas de pie de página: PRO para el Registro Público Oficial (Londres) y MP para los papeles de Henry Morgenthau en Hyde Park, Nueva York. Entre las referencias del PRO, pueden existir las siguientes subdivisiones: FO (Foreign Office, Ministerio de Asuntos Exteriores); BT (Departamento de Comercio); T (Tesorería [en este texto, Ministerio de Hacienda, nota del traductor]); MAF (Ministerio de Agricultura y Pesca). Cuando la cita es usada sin referencia del archivo, el documento citado figura en el mismo archivo que el documento anterior (a menos que sea parte del mismo documento citado en la nota al pie siguiente) [Las notas a pie de página del artículo son del texto original en inglés, a excepción de las que se indican como de autoría del traductor].


 


1. Toda vez que en adelante se refiere a los saldos en libras esterlinas, el autor trata sobre los saldos comerciales favorables a la Argentina, del comercio con Gran Bretaña durante el período considerado [Nota del traductor].


 


2. Un buen ejemplo de la confusión que se experimenta en las publicaciones argentinas en estas cuestiones es Perón y la crisis argentina, de Irazusta. Este es uno de los pocos autores que discute los saldos en libras esterlinas, dedicando todo un capítulo a ese tema. Concluye que "los créditos argentinos a Gran Bretaña (150 millones de libras) y a EE.UU. (500 millones de dólares) nos pusieron en una posición sólo inferior a la de EE.UU. a escala económica mundial, y prometían una prosperidad inmediata y un futuro predecible, ambos brillantes" (Bs. As., 1966, pág. 45).


 


3. El autor se refiere a los países que formaban parte de la Commonwealth, comunidad británicas de naciones, con instituciones políticas propias y una dependencia directa de la corona británica. [nota del traductor].


 


4. W. K. Hancock y M. M. Gowing, British War Economy (London, 1953) págs. 101-2.


 


5. En marzo de 1941, el Congreso de Estados Unidos aprobó la Lend-Lease Act (Ley de Préstamo y Arriendo) y asignó la cantidad inicial de 7.000 millones de dólares para ayudar a cualquier país que el presidente designara. De este modo, los estadounidenses esperaban asegurar la victoria sobre las potencias del Eje sin necesidad de enviar sus tropas a Europa [nota del traductor].


 


6. Banco de Acuerdos Internacionales, 10º Reporte Anual desde el 1 de Abril de 1939 hasta el 31 de Marzo de 1940, pág. 19.


 


7. 4 de septiembre de 1939: PRO, T160.F18218/1.


 


8. Niemeyer era un alto funcionario del Banco de Inglaterra con aceitadas relaciones con el Banco Central de la Argentina [nota del traductor]


 


9. Carta de Niemeyer a Waley, 10 de octubre de 1939.


 


10. R.S. Sayers, The Bank of England 1891-1944, vol. 2 (Cambridge, 1976) pág. 518; A. Plumptre, Central Banking in the British Dominions (Toronto, 1947) págs. 147-8.


 


11. Niemeyer to Waley, 9 Oct. 1939: PRO, T160.1266.F18218/1.


 


12. Hall-Patch a Monick, en la Embajada francesa, 27 de octubre de 1939.


 


13. Hall-Patch a N. Young, en la Embajada británica en París, 27 de octubre de 1939.


 


14. En francés en el original [nota del traductor].


 


15. Hancock y Gowning, British War Economy, pág. III.


 


16. Leith Ross a Waley, 21 de noviembre de 1939: PRO, T160. 1266.F18218/1. (Waley era una alta autoridad del Ministerio de Hacienda; Leith Ross era otro destacado funcionario inglés, que como muchos otros que se citan en adelante en este artículo, intervinieron en la toma de decisiones respecto a la Argentina. Nota del traductor).


 


17. Waley a Cobbold, 21 de noviembre de 1939, comentando la propuesta de Leith Ross.


 


18. Waley a Niemeyer, 24 de junio de 1940: PRO, FO 371.24200.


 


19. 9 de Julio: ibid., pág. 313.


 


20. Hutton a Waley, 5 de julio de 1940: ibid., pág. 376.


 


21. Ver el elegante tratamiento de Keynes sobre el tema en el Economic Journal (Marzo de 1929) págs. 1-7. Sobre la posición más clásica que sostiene que resolviendo el aspecto presupuestario del problema se resolvía también la cuestión de las transferencias, ver Rueff, "Les idées de M. Keynes sur le probléme des transferts", Revue d´Economie Politique (1929) págs. 1067-81.


 


22. R. S. Sayers, Financial Policy 1939-45 (Londres: HMSO,1956) pág. 338.


 


23. J.M. Keynes, "Foreign Exchange Control and Payments Agreements", 29 julio de 1940: PRO, FO 371.24200.


 


24. Waley a Cobbold, 11 de julio de 1940.


 


25. T.160.1143.F.16707/3.


 


26. David Dilks (ed.), The Diaries of Sir Alexander Cadogan, 1938-45; nota del 31 de mayo de 1940; (Londres, 1971) pág. 292.


 


27. Nota de Hutton en su visita a Londres, 14-18 de julio: PRO, MAF83/1067.


 


28. Pavel Egoroff, Argentinas Agricultural Exports during World War II (Stanford, Calif., 1945) págs. 9-11.


 


29. Norman a Wood, 10 de junio de 1940: PRO, T160.1266.18218/2.


 


30. Niemeyer a Waley, 17 de junio de 1940: PRO, T160.1143.f.16707/2.


 


31. Waley a Niemeyer, 18 de junio de 1940.


 


32. Fraser a Waley, 11 de octubre de 1940:PRO, T160.1266.f.18218/2.


 


33. Hutton a Jopson, 6 de febrero de 1940: PRO, FO 371.25702.


 


34. 12º encuentro del comité interdepartamental: PRO, BT 1395.C.R.T.8089.


 


35. 12 agosto de 1941:PRO, FO118.705.


 


36. Telegrama 207, de la Embajada Británica al Foreign Office, 28 de marzo de 1941: PRO, FO 371.25714.


 


37. Minuta, 2 de agosto de 1941: A.5856/1/2, en PRO, FO 371.25701.


 


38. Butler, citado por Mather Jackson en la minuta fechada el 14 de septiembre de 1942: A.8650/159/2, en PRO, FO371.30317.


 


39. Minuta de Perwne, 15 de setiembre de 1942.


 


40. Butler, 15 de setiembre de 1942.


 


41. Memorandum del Ministerio Argentino de Relaciones Exteriores, 7 de octubre de 1941, punto 11: A8998/125/2, en PRO, FO371.25715.


 


42. Telegrama 679 de Ovey a Eden, 8 de octubre de 1941: A.8128/125/2 en ibid.


 


43. Minuta de Gallop a Scott, 7 de agosto de 1942: A.7163/2442/51, en PRO, FO 371.30510.


 


44. Telegrama 275 desde Buenos Aires, conteniendo un telegrama de Meynell del 17 de mayo de 1940: PRO, T231.28.E.C.9.


 


45. Niemeyer a Rowe Dutton, 23 de mayo de 1940.


 


46. Telegrama de Ovey, 31 de mayo de 1940.


 


47. Rowe Dutton a Niemeyer, 4 de junio de 1940.


 


48. Rowe Dutton a Niemeyer, 7 de junio de 1940.


 


49. Telegrama 198 del Foreign Office a Buenos Aires, 11 de junio de 1940.


 


50. Rowe Dutton a Waley, 17 de julio de 1940.


 


51. Del FO a la Embajada, 19 de diciembre de 1939: PRO, BT 11.1395 ("muy ansioso de estimular exportaciones a la Argentina").


 


52. Waley a Willis, 23 de noviembre de 1940: PRO, BT 11.1373.


 


53. Minuta sin firma para Grant y Turner, 20 de mayo de 1941.


 


54. Assessment of Overseas Requirements, 19 de febrero de 1942: PRO, BT 11, 1895.


 


55. Owen a Col. Llewellyn, 1º agosto de 1941: PRO, BT 11.1503.


 


PRO, BT 11.1373


 


56. Minuta de Shannon, 14 de septiembre de 1941: en ibid.


 


57. Minuta de Knight, 24 de julio de 1941: PRO, MAF 83/1067.


 


58. Minuta de Knight, 24 de julio de 1941: PRO, MAF 83/1067.


 


59. R. Prebish, "La inspección de bancos y la oficina de investigaciones económicas. Conversaciones en el Banco de Mexico", 7 de marzo de 1944, en La creación del Banco Central y la experiencia monetaria argentina entre los años 1935-1943, vol. 2 (Bs. As., 1972), pág. 621.


 


60. "La moneda y los ciclos", en ibid, págs. 131-3.


 


61. Entrevista (subsecuentemente) con el autor, Milan, 9 de abril de 1983.


 


62. "International Currency Experience", en Liga de las Naciones, Lessons of the inter-war period (Princeton, N.J., 1944) pág. 136.


 


63. Creación del Banco Central, vol. 1, pág. 386.


 


64. Boletín de la Reserva Federal, vol. 31 (junio de 1945), págs. 523 y 529.


 


65. La referencia esencial es a Marcelo de Paiva Abreu, Brasil and the World Economy, 1930-45 (unpublished Ph. D., University of Cambridge, 1977).


 


66. Keynes, Collected Writings, vol. XXIV, pág. 257.


 


67. Ibid., pág. 258.


 


68. Minutas de la reunión interdepartamental sobre la Argentina, 15 de julio de 1940: PRO, T160.1266 F.18218/2.


 


69. Minuta de Dunnett, 16 de julio de 1940.


 


70. "Argentine politics: a Few Elementary Considerations", 26 de febrero de 1941: PRO, FO 118.703.


 

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