Asedio a la Inteligencia de Juan José Sebrelli


En el “Asedio a la Modernidad” (editorial Sudamericana) Sebrelli se propone demostrar la superioridad de la denominada “civilización occidental” sobre cualquier otro tipo de sociedad o cultura creadas por el hombre. El libro defiende —sin admitirlo, claro— la difundida tesis del “fin de la historia” para la cual el capitalismo sería la fase última y perfectible del desarrollo social. Ningún desenvolvimiento futuro sería concebible o aceptable fuera de los moldes de este sistema surgido en Europa entre los siglos XVII-XIX, tendría la sorprendente cualidad histórica de trascenderse a sí mismo y convertirse en un producto universal, válido para todas las épocas y naciones. Para demostrar la eternidad e ilimitada capacidad de progreso del capitalismo, Sebrelli arma una especie de película de justicieros y malvados, en donde el bien está protagonizado por el capitalismo avanzado y el mal por el resto del mundo. Recoge esta contraposición —casi escolar— de las concepciones colonialistas del siglo pasado, que oponían “Oriente” a “Occidente”, y que en América Latina se difundieron como un choque entre la “civilización y la barbarie”. Desconociendo la monumental obra desmistificadora realizada por luchadores socialistas y antimperialistas en dos siglos de resistencia a la opresión nacional, Sebrelli tiene la enciclopédica ambición de reactualizar en todos los campos del saber la anticuadísima ideología del liberalismo pro-imperialista.


 


Oculta que la racionalidad, la ciencia y el progreso cesaron de ser características del capitalismo cuando este régimen agotó su capacidad de desenvolvimiento progresivo de la humanidad, y se transformó en destructor de la civilización, del medio ambiente, de la cultura y de la fuerza de trabajo. La irracionalidad xenófoba, el fundamentalismo” provincialista, el particularismo sofocante, la opresión totalitaria del individuo —que para Sebrelli constituyen los grandes obstáculos actuales para e avance de la sociedad— lejos de ser ajenos al capitalismo occidental” son un acabado producto de su decadencia histórica, y se comprueban diariamente en los atropellos imperialistas. Sebrelli no sólo pasa por alto la naturaleza reaccionaria de las “democracias” imperialistas, sino que demuestra hasta qué punto está imbuido ideológicamente de este totalitarismo al erigirse en juez inquisidor de lo que representaría la “barbarie” o la “civilización” en el plano de la cultura. Aprueba o desecha en cada capítulo las más diversas teorías científicas, psicológicas, literarias, antropológicas, históricas o éticas siguiendo este parámetro. Ni siquiera es condense del enorme parecido que tiene esta actitud con el despotismo fascista o stalinista que afirma combatir en su libro.


 


A pesar de la cultura política el “Asedio de la modernidad” Se convierte en un panfleto de la embajada norteamericana. Justifica la masacre de 200.000 iraquíes en nombre de la “paz mundial”, presenta la invasión yanqui a Panamá como un acto emancipador y afirma que la usurpación inglesa en Malvinas contribuyó a la lucha contra la tiranía. Sebrelli declara la obsolencia jurídica del principio internacional de “no intervención” y aplaude el rol del gendarme colonialista que está cumpliendo la ONU. Estima que el nacionalismo es la principal desgracia del mundo contemporáneo si expresa la resistencia a la opresión imperialista. Pero contribuiría al bienestar general si emana de la prepotencia, el avasallamiento y la acción policial de las potencias imperialistas disfrazadas de “fuerzas multinacionales”.


 


Sbrelli se considera integrante de la elite de personalidades con derecho a utilizar la materia gris frente a las masas. Desprecia a las “muchedumbres” que periódicamente irrumpen en la escena política participando de acontecimientos revolucionarios. El autor considera que estos fenómenos son manifestaciones de primitivismo sin reparar en su inevitable repetición y creciente actualidad en los propios centros de la “civilización occidental”. Sebrelli condena a la izquierda por su afinidad con los actos de rebeldía popular ignorando que son las acciones revolucionarias las que elevan la consciencia política de los individuos despertando como ninguna otra actividad las potencialidades intelectuales de los trabajadores explotados.


 


Sebrelli también habla pestes de los campesinos y de su participación en grandes revoluciones como la china o la vietnamita y desprecia el acercamiento a la rebelión agraria que intentaron militantes como el Che Guevara. En vez de reconocer estos hechos como intentos potencialmente progresivos para erradicar el atraso y la miseria en los países semicoloniales, les atribuye sin nigun fundamento la intención de frenar el progreso y la urbanización. El sociólogo argentino hace una defensa tan conservadora y aristocratizante del orden estableado que incluso arremete contra los ecologistas, cuya defensa del medio ambiente también atentaría contra el avance de la civilización, ala que por lo tanto Sebrelli le asigna una salvaje característica depredatoria.


 


El “Asedio a la modernidad” es un manifiesto de racismo y de colonialismo. Luego de identificar todo lo “asiático” con la irracionalidad, la magia, y el despotismo, se despacha contra todas las manifestaciones culturales o políticas de reivindicación de la “negritud” o el nacionalismo africano. Obviamente no cuestiona la estrechez del primero, ni las limitaciones políticas del segundo, sino su aspecto de resistencia a la opresión. Con vulgaridades que parecen extraídas del diario de un explorador inglés del siglo pasado relativiza las atrocidades de la esclavitud, y presenta a la monarquía británica como la emancipadora de esta espantosa forma de opresión. El capítulo de ataque al indigenismo está muy a tono con los festejos oficiales del Quinto Centenario, ya que muestra al genocidio y la devastación perpetrada luego del descubrimiento de América como un armonioso "encuentro de dos culturas”.


Sebrelli ha escrito un verdadero “Asedio a la Inteligencia” ya que resume todos los prejuicios del liberalismo oligárquico de manera burda y simplona. Se reivindica igualmente “marxista” luego de transformar al principal impugnador del capitalismo en un artífice de su desarrollo. Para ello separa arbitrariamente a Marx de sus continuadores, le inventa propósitos colonialistas hacía la India, oculta su apasionada militancia contraía opresión nacional de Irlanda, China o Polonia.


 


Sebrelli representa una forma caricaturesca de la reacción general anti-nacionalista que predomina entre la intelectualidad “post-marxista”, que en los años ’60 y ’70 simpatizaba con la causa del antimperialismo, y que en la década pasada giró hacia el democratismo pro-imperialista. En esta corriente, Sebrelli representa un caso particular porque se mantuvo como fervoroso anti-nacionalista también durante el auge del latinoamericanismo tercermundista. Defendía en ese momento teorías “socialistas puras” que se oponían por principio a cualquier reivindicación o lucha nacional. Esta misma línea de pensamiento —ya sin la liturgia de cita de los clásicos del marxismo— predomina en el “Asedio a la Modernidad”, que representa un eco tardío del gorilismo liberal, enemigo visceral del aluvión zoológico ' que lidera revoluciones y resiste en gris cotidianeidad la opresión del capitalismo.

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