El momento de mayor tensión en el Congreso del PT —realizado entre el 25 de noviembre y el l9 de diciembre— fue cuando sus dirigentes salieron a defender a brazo partido la presencia del cónsul norteamericano entre los invitados a las deliberaciones. El hecho sirve para trazar un balance político.
“Desde la apertura que el partido hace hacia la sociedad hasta las novedades en la organización partidaria… el PT se está preparando efectivamente para un día asumir el poder en este país” planteó Lula al sintetizar las resoluciones del Congreso (Boletín Nacional del PT, diciembre ’91). Pero “prepararse para la toma del poder” significa convertir al PT en un partido de Estado que ha renegado de cualquier posibilidad de fungir como oposición socialista del proletariado.
La evolución del PT no puede desprenderse de la brutal crisis económica y política que tiene lugar en Brasil. El completo fracaso de los planes económicos capitalistas ha colocado al gobierno Collor al borde del hundimiento y ha planteado una crisis política de la cual la oposición burguesa y sectores del propio gobierno quieren salir mediante una serie de combinaciones políticas. El PT ha abandonado todo tipo de oposición clasista al régimen, para entrar de lleno en estas maniobras, con lo que sólo logró trasladar la impasse política general a su propio seno.
El mismo día en que el Congreso del PT abordaba a las apuradas el tratamiento de la “coyuntura”, una encuesta nacional revelaba que “cerca de los dos tercios de la población quieren al Presidente Collor fuera del gobierno y casi el 10% de las respuestas espontáneas piden el exilio y hasta la muerte del presidente” (“Estado de Sao Paulo”, 1/12). Sin embargo, la tesis original presentada por “Articulación” (tendencia dirigente del PT) al Congreso planteaba el respeto al calendario electoral previsto, o sea sostener el gobierno de Collor hasta el final de su mandato. El repudio que suscitó este planteo —reflejado deformadamente en el 40% de los delegados de las tendencias de izquierda que se alinearon en torno a la consigna “Fuera Collor llevó a una modificación cosmética de la tesis presentada. La postura final de^ Articulación”, en alianza con otros sectores, varió tan solo en admitir que el PT no dudará en recurrir al ‘impeachment’—juicio político— en defensa de la democracia…”
Como lo dice la propia tesis “el centro de nuestra intervención política en la coyuntura es “la construcción de un amplio movimiento de oposición popular e institucional a las políticas del gobierno y su proyecto neoliberal”, una política de alianzas con la burguesía, sus instituciones y sus partidos prácticamente sin fronteras. Poco tiempo después del Congreso, un dirigente paulista del PT “sugirió una fórmula que podría servir de base para la formación de coaliciones (con vistas a las elecciones municipales de este año): en las ciudades donde el PT fuese gobierno, el partido escogería la cabeza de la lista, donde el PDT o el PSDB estuviesen en el poder, ellos escogerían el candidato a intendente” (“Estado..”, 8/1/92). Lula pone el acento, más allá de los partidos de “izquierda y progresistas”, en las “personas serias y responsables”. Por otra parte, “nuesta alianza en el Congreso Nacional es más amplia que una alianza electoral” (Boletín Nacional del PT).
Sobre las “privatizaciones” que el gobierno proimperialista viene llevando adelante, en realidad una entregada de grandes empresas estatales por precios irrisorios pagados con papeles sin valor, la resolución sobre “coyuntura” no fija posición, lo que es coherente con otra definición del Congreso: “El Estado debe mantener en sus manos sólo los sectores estratégicos para el desenvolvimiento nacional”, definición que podría suscribir hasta Andrés Pérez. Debe recordarse que, anticipándose a la aprobación de este programa, los diputados del PT votaron recientemente en favor de la apertura al capital extranjero en el área de la informática.
La resolución sobre ‘coyuntura” no plantea un programa de reivindicaciones mínimas, y en su lugar se proponen generalidades tales como “garantía de elevación progresiva del salario mínimo” o “definición de una política de defensa del empleo y protección de los trabajadores desempleados”. La renuncia a plantear y defender lo más elemental, la subsistencia de la clase trabajadora, está en línea con la ausencia de un planteo de lucha basado en la acción directa de los trabajadores, lo que es reemplazado por un llamado genérico a “actos, caravanas, vigilias, huelgas, como el recurso a iniciativas populares legislativas”.
En el Congreso Nacional la bancada del PT llegó al punto de apoyar la adopción de una política salarial de congelamiento, que incluye un salario mínimo de 50 dólares, uno de los más bajos del mundo. En los sindicatos la política del PT, hegemónico en la CUT, ha llevado al bloqueo y la derrota de numerosas huelgas contra los despidos, siempre en nombre del “retome del crecimiento”, una bandera que es enarbolada junto a empresarios y gobernadores de “oposición”.
Para imponer esta política —así como la supresión de tendencias dentro del PT — “Articulación” selló una alianza con un sector de la “izquierda” del PT, Democracia Socialista, representante del Secretariado Unificado de la IV Internacional, que abandonó sus propias tesis democratizantes para sumarse a la coalición oficialista. “Esta alianza ‘por la izquierda’ era necesaria para la tendencia dirigente, pues aliarse exclusivamente con la derecha, que apoya también los aspectos más reaccionarios de la política de Collor, hubiera abierto una dinámica de ruptura (derecha versus izquierda) en el PT” (Osvaldo Coggiola, Prensa Obrera, 3/12).
Supresión de tendencias y partido “abierto”
El Congreso se abrió con el veto del Directorio Nacional del PT a los delegados democrática y estatutariamente electos de “Causa Operaría”, luego de haber prohibido la divulgación de sus Tesis en el período precongreso. La proscripción fue totalmente clandestina, porque no fue informada ni sometida a la consideración del Congreso, y contó con la complicidad de la izquierda “trotskista”—incluida Convergencia, el Mas brasileño, que se negó a plantear el punto luego de haber participado en la reunión citada de Directorio.
Este fue tan sólo el debut de una decisión que para la dirección del PT “valía” todo el Congreso y que fuera anunciada por Lula en su Manifiesto previo: “se terminó el ciclo del partido organizado en tendencias”. Con el apoyo de la DS, “Articulación” hizo aprobar una resolución que significa la virtual liquidación de las corrientes internas, al excluir “su funcionamiento como fracciones públicas, organizando sus apoyos para intervenir en los movimientos sociales y la coyuntura”, prohibir “que las tendencias puedan exigir de sus integrantes cualquier tipo de centralismo”, e introduciendo la claúsula reaccionaria de que “no habrá representación de tendencias del PT en eventos u organismos internacionales”, pues “las relaciones internacionales son atributo exclusivo de su dirección” (que sí tiene las manos libres para invitar al cónsul yanqui).
Esto ha sido presentado como el método “para que los afiliados no pertenecientes a tendencias no tengan menos condiciones de participación en el partido, para que el centro de la vida partidaria esté en los espacios del partido y no en los espacios de las tendencias” (Boletín Nacional del PT) lo que, de ser cierto, innovaría en la historia de los partidos políticos. La burguesía, que no se engaña sobre el punto, señala sin ambajes que se trata de la “stalinizacíón” del PT y que esta conducta es necesaria: “para defender el pluralismo democrático, la economía de mercado, la libertad política y las alianzas políticas tan propias de la democracia —plantea nada menos que el “Estado de Sao Paulo”, 5/12— el PT tuvo que recurrir a métodos represivos, liquidadores del pluralismo y de la libre manifestación ideológica de su militancia… ¿es que había otro camino?”. Es redundante aclarar que las “alianzas tan propias de la democracia” se refieren a las del PT con las corrientes burguesas de todo tipo y que esto requiere impedir la manifestación en el interior del PT de las corrientes que se oponen a la política de colaboración de clases.
Pero son los propios miembros de la coalición oficialista los que reconocen, más allá de los argumentos inconsistentes “para la tribuna”, el verdadero objetivo de la castración dispuesta. Para Augusto de Franco, coordinador político general del Congreso, la discusión del derecho de tendencia no provino del temor a la izquierda “toda vez que la vieja reglamentación permitía encuadrarla y, en el límite, hasta concedía poderes al Directorio Nacional para excluir del partido a sus integrantes”, sino “porque son aquellas tendencias que componen hoy el 80% de las direcciones (Articulación, DS y otras) las que imponen una vieja dinámica fraccional a la vida partidaria” (Boletín Nacional del PT). Transformado en un factor directo de sustentación del régimen político, el PT requiere de una dirección “homogénea” e “incuestionada”. José Dirceu, diputado del PT y hombre de “Articulación” lo plantea aún más brutalmente: “es inaceptable que haya un partido con varias cabezas, como si tuviera varios centros de decisión o peor, varias políticas y prácticas sociales. La sociedad (es decir el capital,-Ch. R.) quiere saber, de antemano, quién va a gobernar y con qué programa” (Boletín Nacional, ídem).
Pero el Congreso fue aún más lejos en la redefinición del PT, al plantear que “son considerados núcleos (del partido) cualquier agrupamiento de por lo menos nueve petistas… Los núcleos son abiertos a la participación de personas no afiliadas al PT, que solo se pueden representar en las instancias dirigentes y de deliberación del partido a través de afiliados al PT” (resolución sobre organización). Es decir, el PT ya no puede reclamarse socialista o lo que sea, porque a partir de ahora incluye dentro de sus márgenes a “hombres serios y responsables” que pueden carecer de un programa político definido y hasta hostiles a la definición de un programa político cualquiera. La pretensión es despojar de todo rasgo clasista al PT—partido de “ciudadanos”, no de “trabajadores”— y consolidar el tránsito hacia un movimiento policlasista e integrado al Estado burgués.
La dirección del PT le ha dado “fuerza de ley” a un proceso de larga gestación. Ya en el Congreso de la Central Unica de Trabajadores (CUT), realizado en setiembre del año pasado, se puso de relieve la extrema burocratización operada en relación a congresos anteriores: la representación fue poco más de 1.500 delegados, sobre 6.000 en el pasado, y hubo un veto en masa de delegaciones regionales y de varios sindicatos conducidos por tendencias combativas y clasistas. El Congreso del PT fue una asamblea, no obrera sino de funcionarios como lo reconoce uno de los miembros de la coalición oficialista: “la investigación sobre el perfil de los delegados mostró que los parlamentarios, asesores y ocupantes de cargos en las administraciones representaron una porción bien mayor que la de militantes” (Joao Machado, DS, en Boletín Nacional), sin hablar de la presencia de los funcionarios del partido. Según una encuesta realizada en el propio Congreso, el 70% de los delegados tenía formación universitaria. La conclusión es que la política del PT es dictada por los funcionarios públicos — 15.000 dirigentes dependen ya del presupuesto oficial — y partidarios, no por los trabajadores.
No a la dictadura del proletariado
En la resolución sobre “socialismo y estrategia” el Congreso del PT definió que “la democracia para nosotros es simultáneamente medio y fin. Decir esto implica rechazar todo y cualquier tipo de dictadura, inclusive la dictadura del proletariado, que no puede ser otra cosa sino la dictadura del partido único sobre la sociedad”. Es una tamaña impostura definir al PT como “socialista”, pues “socialismo” sin dictadura del proletariado es una frase vacía, supone un “socialismo” autorizado por los capitalistas, un “socialismo” que nace y se desenvuelve sin resistencia de éstos.
Es natural que todos los textos del PT y del propio Lula hablen de “democracia” a secas y no de democracia burguesa, ficción que es compartida por el conjunto de la izquierda democratizante que “se prepara para tomar el poder”, y que pretende que las fábricas, los bancos y los campos puedan ser el monopolio de los capitalistas, pero el Estado es un “bien” de todos. El Estado “democrático” gira así en el vacío, no importa que él sea un rehén financiero del capital que lo controla económicamente por medio de la deuda pública y el sistema impositivo.
Ciertamente que estas definiciones estratégicas no son nuevas en el núcleo dirigente del PT, pero se las presenta ahora como “resoluciones de Congreso”, en la línea de ofrecerse a la burguesía como partido “confiable”. A la vez, como ultimátum a todas las corrientes que cuestionen el rumbo tomado: “puede haber compañeros que no concuer-den con esto —ha dicho Lula en su reportaje de balance del Congreso— y que quieran aún continuar ortodoxos. Pero esas personas se acostumbran al PT o van a tener que procurar otro paraguas” (Boletín Nacional, ídem).
El rol de la izquierda
¿Cuál es la política de la “izquierda petista”, que integran básicamente los morenistas (Convergencia) y lambertistas (O Trabalho) acompañados por otros grupos, frente a la inequívoca transformación del PT, el cual deja de ser un canal de la lucha de las masas, se transforma en “partido de Estado” y modifica su régimen interno para impedir que se expresen dentro y fuera del PT las posiciones de independencia clasista? La Tendencia Democracia Socialista, que responde al S.U. de la IV2 Internacional, pertenece, por sus posiciones, al bloque oficial.
En el Congreso esta izquierda eligió la consigna de “fuera Collor” para dar su batalla contra las posiciones oficiales. Presentada en el punto “Coyuntura y táctica”, la moción proponía “profundizar la crisis del gobierno y construir las condiciones políticas necesarias para poner fin a su mandato”, esto por medio de “campañas” políticas. Se trataba de un planteo inconfundiblemente parlamentarista — y por lo tanto condenado al fracaso, o a servir en el momento oportuno para un acortamiento del mandato de Collor por parte de los partidos patronales (oficialistas y opositores), como recurso para superar una crisis de gobierno sin salida. Era una consigna disociada de una estrategia revolucionaria, pues no destacaba que debía ser impulsada por medio de la lucha de clases y en conexión con el conjunto de las reivindicaciones y luchas de las masas.
La consigna “fuera Collor” fue votada favorablemente por los delegados presentes en el pre-congreso paulista, lo cual indicaba que, en los términos descriptos, era apoyada por una mayoría de la tendencia oficial. Típico de un aparato autoritario, la dirección de la “Articulación” ordenó a sus delegados rechazar disciplinadamente esa consigna en el congreso nacional. A la hora de la verdad, la fracción de Luí a adoptó el peor de los aspectos de un régimen interno de aceptación de las fracciones, su aspecto reaccionario incompatible con la democracia interna, a saber, el voto de bloque disciplinado, que niega el carácter soberano de los representantes a un congreso soberano. Los únicos bloques admisibles en un congreso son los que forman los propios delegados como una derivación de las propias discusiones.
La moción parlamentarista de la izquierda no era solamente una consecuencia de sus limitaciones políticas y de su carácter democratizante. Respondía, sin entrar en contradicción con lo anterior, a una calculada maniobra política. Como fue señalado en la intervención del líder lambertiano, Markus Sokol “¡con esta política es posible unir al partido!” (O Trabalho, 6/12/91). Es decir que se admitía concientemente el carácter ficticio de la consigna y se desarrollaba su aspecto distraccionista, toda vez que la fracción de Lula, en el supuesto que tuviera que votar esa consigna, jamás le daría un carácter efectivo. Se ofreció a la fracción de “Articulación” la posibilidad de ganar el congreso de cualquier manera, sea enfrentando a la izquierda o aliándose con ella, algo que “Articulación” aprovechó luego haciendo un pacto con la fracción Democracia Socialista. Pero al bloque CS-OT el tiro le salió por la culata, ya que seguramente la paternidad “izquierdista”de la consigna obligó a Lula a rechazarla, para no verse retratado a la rastra de la izquierda. En otras circunstancias, Lula hubiera podido apoyar, y lo hará en el futuro si fuera necesario, un planteo semejante que no salga del parlamentarismo. La conclusión que se saca es que la izquierda no fue al congreso a delimitarse de la “Articulación”, menos a clarificar la discusión y mucho menos a preparar políticamente una escisión inevitable, sino al contrario, a mezclar las cartas, confundir a todo el mundo y sembrar ilusiones imposibles.
En el punto referido al funcionamiento de tendencias, la “izquierda” no defendió este derecho en forma incondicional, sino la vigencia de la restrictiva reglamentación vigente hasta ese momento. Este bloque no se pronunció contra la expulsión de los delegados de Brasilia, ordenada por la dirección porque pertenecían a Causa Operaría, y que se materializó en el propio Congreso. Los mismos que proclamaron previamente que “el derecho de organización de tendencias y corrientes de opinión debe ser permanente (dentro del PT)”, se llamaron a silencio ante el ataque concreto al derecho de tendencias que se produjo de entrada. No caben dudas de que la consigna “fuera Collor” fue una cortina de humo de una política de capitulación en cuestiones de principio decisivas.
Esta política de compromiso ayudó a ocultar la naturaleza ficticia del propio Congreso, previsto con un carácter “ideológico”, en donde estaba excluida la elección de la dirección — que quedó para un “encuentro nacional en junio del ’92”—, lo que convertía a la “instancia soberana” en una ficción. “No queremos mezclar la lucha de ideas con la lucha interna por el poder”, planteó Jorge Bittar, de la dirección del PT (La República, 29/11/91), como si pudieran mantenerse separadas. Es decir, el “poder” no estaba en discusión, cualquiera fuera el resultado ideológico. Para la dirección, el Congreso fue la oportunidad para hacer un recuento y constatar fidelidades y compromisos.
Resultado claro de todo esto es que las corrientes que conforman el “frente de izquierda” carecen de una comprensión de conjunto de la situación. No perciben la contradicción explosiva que se ha instalado entre la evolución contrarrevolucionaria de la política de la dirección del PT y la evolución revolucionaria de la situación en Brasil. Los trabajadores brasileños necesitan contar con una referencia política independiente, en tanto la dirección del PT está empeñada en que las masas sufran los costos de la crisis del capital.
Estas tendencias de la situación se expresan en el crecimiento de la izquierda en los sindicatos y en los congresos sindicales o estaduales del PT, y en el debilitamiento de la base de sustentación de la dirección “lulista”. En el IV Congreso de la CUT (setiembre ’91) se hizo patente la extrema burocratización de ésta, al punto de que hubo poco más de 1.500 delegados, la cuarta parte de congresos anteriores, y se vetó la participación de delegaciones regionales y sindicatos que no por casualidad estaban dirigidos en un 90% por tendencias combativas y clasistas. Sólo gracias a estos recursos “Articulación” pudo imponer una mayoría propia. La votación clave sobre la representación proporcional en la Ejecutiva Nacional salió empatada 724 a 724 y con votos “observados” que eran del frente opositor. El oficialismo pudo imponer su criterio y alzarse con el cien por cien de la dirección especialmente por la falta de previsión y de preparación de la izquierda, originada en su incomprensión política.
En el propio Congreso del PT se reveló “el crecimiento de la limada izquierda tradicional la cual ha dejado de lado las pretensiones de quienes defienden una renovación del partido”, algo que provoca las “preocupaciones” del núcleo dirigente del PT, según La Folha de Sao Paulo (25/11).
Esta situación obligó a "Articulación” a coaligarse con “Democracia Socialista”, 16 que no puede sorprender cuando ésta proclama “el socialismo como obra de la democracia”, pero que en rigor de verdad, fue un pacto para permitir la subsistencia del bloque dirigente al frente del PT. Para un comentarista “el papel de Lula en el PT es cada vez más parecido al que Luiz Carlos Prestes desempeñaba en el Partido Comunista Brasileño. La fórmula consiste en unir el culto de la personalidad con la dirección de una corriente centrista que, por encima de posiciones políticas, se sustenta en el control de la máquina partidaria…ese “centro” sobrevive gracias a acuerdos eventuales con la ‘derecha’ o la ‘izquierda’… según la dirección en que sople el viento” (Folha, 29/11).
Por todo esto, sería un error de apreciación suponer que los ataques de la “Articulación” contra la izquierda y el reforzamiento de las represalias ulteriores signifiquen que Lula quiera expulsar a la izquierda. Lula la necesita dentro del PT, obligándola a adaptarse a la política oficial. En palabras del propio dirigente máximo “estoy contra la expulsión de los colegas (de la corriente derrotada en el Congreso) porque creo que ellos se van a acostumbrar al nuevo orden” (O Estado, 3/12/91). Estos conceptos son una prueba más de que Lula es ya un “estadista” y que conoce a sus adversarios mejor de lo que estos mismos creen conocerse.
¿Qué hacer?
Las conclusiones de las fuerzas más importantes de la “izquierda petista”—O Trabalho y Convergencia— con relación al Congreso revelan una acentuación de su confusión y en algunos casos de un franco seguidismo a los políticos democratizantes y a la burocracia sindical.
Para O Trabalho los resultados del Congreso son un “triunfo”. “Querían refundar al PT, no lo re-fundaron, querían acabar con el derecho de tendencias, no lo lograron, el PT continúa, está lanzada la simiente de una nueva mayoría” (O.T. 319).
¿De qué Congreso habla O T? Porque el del PT aprobó explícitamente el frente de colaboración de clases, el respeto a los gobiernos constitucionales, el rechazo al socialismo y la liquidación de la democracia interna.
El balance de O Trabalho es un caso ejemplar de manipulación política, que sólo puede sorprenderá quien no conoce al lambertismo. Dice, por ejemplo, que “La decisión final acabó restringiendo el derecho de tendencia. Pero si consideramos que los inspiradores del Congreso (sic) querían extinguir las tendencias no lo consiguieron. Las tendencias continúan vivas”. Sólo una política de disimulo puede valerse, en un párrafo, del eufemismo “inspiradores del Congreso” y en otra ocasión (discurso de Sokol) referirse “al partido que por medio de la voz y la imagen del compañero Lula simboliza la lucha de los trabajadores brasileños” — lo cual no deja de ser una expresión de disimulo, porque se disocia al “inspirador del Congreso” de su imagen” y de su “voz”.
Pero, claro está, nadie quiso abolir las tendencias, lo que hubiera significado expulsarlas, es decir hacer lo contrario de lo señalado por Lula respecto a su “colega” de la izquierda. La dirección del PT no quiere, por ahora, a la izquierda fuera del partido, con excepción de la consecuente “Causa Operaría”. Lo que quiere es que no dispute públicamente la dirección de las masas a “Articulación” y a la burocracia sindical, o más precisamente que no intervenga abiertamente con una política revolucionaria. La resolución del congreso prohíbe, exactamente, “orientar y organizar la intervención política en tomo a las tendencias en el movimiento social” (O Trabalho, 6/12), lo cual les impide tener una prensa y organización propias. “Las tendencias siguen (sic) vivas” concluye, sin embargo, O Trabalho— sin percibir, obviamente, que un enfermo en estado de coma también “sigue” vivo.
La manipulación a la que se libra Convergencia con relación al Congreso no es lambertista sino morenista. “La izquierda resiste y defiende al PT socialista y revolucionario”, y llama a unirse para “rescatar” al PT contra “la orientación de la actual dirección”, señalando que “hay una resistencia y ella crece día a día” (Convergencia N9318). Pero no es la “resistencia de la izquierda” sino el contenido de las conclusiones del Congreso lo que es necesario esclarecer, en particular si se quiere dar una orientación política a la “resistencia”. Con respecto a esta cuestión central, Convergencia no dice nunca si la ubicación y la política de la dirección del PT en la lucha de clases y la prohibición de actuación pública de las tendencias, son incompatibles o no con una política clasista e independiente y por lo tanto, quién se somete a quién dentro de este PT: la burguesía a los explotados o éstos a aquélla.
Lo que las corrientes protagonistas de la “izquierda petista” no pueden definir, y que el Congreso puso al rojo vivo, es que el PT no es una organización independiente de los trabajadores y ha dejado de ser el marco para el desarrollo de una vanguardia obrera. Señalar el “electorerismo” o la adaptación a la “institucionalidad” de parte de la dirección “lulista” no pasa de ser una crítica empírica que oculta la función de conjunto del PT en la situación brasileña.
Esto es particularmente difícil para Convergencia, que apoyó el principio de viraje a la derecha del PT cuando la dirección de éste formó el “Frente Brasil”, frente de conciliación de clases, mucho antes de las últimas elecciones presidenciales. O para O Trabalho, cuyos dirigentes votaron junto al PT la ley de congelamiento salarial en el Congreso Nacional.
Toda la política de estas corrientes se resume, al día de hoy, en “resistir la domesticación del PT”, es decir una batalla de retaguardia dentro del aparato.
Estas corrientes no tienen en cuenta el agotamiento político del PT como posibilidad de lucha para la clase obrera; la integración de su dirección al Estado; ni el carácter de principios que reviste abandonar la actuación pública abierta en un momento en que más que nunca se plantea la necesidad de una dirección revolucionaria. Si lo hubieran tenido en cuenta habrían preparado a militantes y activistas para intervenir en el Congreso en función de una clarificación acerca de la incompatibilidad de posiciones con la dirección democratizante y burocrática.
Con posterioridad al congreso, la izquierda adoptó una iniciativa importante, la de formar un “frente de izquierda”, que reúne a varias organizaciones, muchas de las cuales actúan en ámbitos regionales o estaduales. El programa del frente es el que la izquierda expuso en el Congreso. Pero, luego de todo lo dicho, ésa no es su principal limitación. La principal limitación del frente es que tiene por objetivo estratégico ganar el Encuentro Nacional previsto para junio, oportunidad en la que debería fructificar “la simiente de una nueva mayoría” que habría sido plantada en el Congreso. Semejante política simplemente significa que el frente no ve la incompatibilidad que existe entre una política independiente y el aparato del PT, es decir, que asigna a su ilusoria “mayoría” la tarea de llegar a un compromiso con las posiciones y tendencias oficiales. Semejante política significa también una lucha de aparato contra el oficialismo, dentro de las reglamentaciones de éste, lo cual es una receta segura para la derrota. La formación de un “frente de izquierda” podría ser un acierto fenomenal si se asignara como objetivo fundamental la intervención directa en la lucha de clases con un programa propio (no importarían por el momento sus insuficiencias), desconociendo las restricciones a la actuación abierta de las tendencias. El “frente de izquierda” podría convertirse en un factor de re-agrupamiento de los obreros más avanzados, y en este terreno dirimir quién es el PT, si los pequeño burgueses que maman del presupuesto estatal y la burocracia de los sindicatos, o la izquierda y los luchadores.
Si el “frente de izquierda” decide tomar conciencia del lugar que ocupa en esta lucha, debería también discutir sobre la estrategia revolucionaria que corresponde a las peculiaridades de Brasil y de la actual situación internacional. Porque un “frente de izquierda” que actúe en forma consecuente está llamado a convertirse en dirección política; el hecho de que tal discusión no figure en la agenda frentista (y que difícilmente pueda figurar dado el carácter de capillas que tienen CS y OT), es una demostración suplementaria de que, por sus limitaciones, el “frente” se encamina al compromiso y a la disolución.
Es altamente probable que una escisión izquierdista real en el PT siga dejando por un tiempo el monopolio electoral de las masas al oficialismo; ésa es la veneración electoralista subyacente que hay en la referencia surrealista (a la Dalí) del lambertiano Sokol, a la “imagen” y a la “voz” de Lula, de claro encandilamiento televisivo. El ascendiente electoral no puede ser un criterio para caracterizar las perspectivas políticas de las masas; lo que importa es por dónde canalizan sus luchas, es decir su experiencia viva. Pero aún en términos de ascendiente electoral, la tendencia no es al crecimiento del voto al PT sino al votoblanquismo, lo que expresa una corriente de repudio en el seno de las masas a los partidos políticos burgueses y al propio PT por su asimilación al Estado capitalista. En una encuesta realizada por Folha de Sao Paulo para detectar la intención de voto para las elecciones municipales de este año, el voto en blanco o nulo es la opción del 20% de los entrevistados, contra un 18% del candidato con mayor respaldo (Maluf, PDS) y un 10% del representante del PT. Tres meses atrás, la intención de voto en blanco era del 4% (FSP, 8/3). Es significativo que el apoyo al candidato burgués del PT (Suplicy) “proviene de segmentos que teóricamente no constituyen la base privilegiada de su partido: su aceptación crece cuanto mayor es el poder adquisitivo y mejor es el nivel de escolaridad” (FSP, ídem).
La escisión del PT está objetivamente planteada y es subjetivamente impulsada por la dirección oficial en función de una estrategia de conjunto. Hasta ahora la izquierda ha sido la víctima pasiva de los acontecimientos.