Trotskismo y guevarismo en la revolución cubana (1959-1967)

A Adolfo Gillyy Gary Tennant

Aunque Cuba fue, junto con Bolivia, uno de los dos países de Latinoamérica en los que el trotskismo tuvo mayor implantación en el movimiento obrero, su historia fue por mucho tiempo ignorada, en parte debido a la creciente adaptación de la dirección de la revolución cubana al estalinismo y en parte debido a la identificación acrítica de las principales corrientes trotskistas internacionales con el castrismo, que hizo que pasaran por alto dicha adaptación. En el presente trabajo repasaremos la historia del trotskis- mo cubano durante el período bajo consideración, que se abre con el triunfo de los revolucionarios cubanos en 1959 e intentaremos mostrar la conexión existente entre la represión y eventual proscripción de los trotskistas cubanos y la marginalización de los partidarios del Che Guevara dentro del aparato del Estado, como consecuencia de la creciente presión del estalinismo, producto, a su vez, del alineamiento de Cuba con la Unión Soviética en el marco de la Guerra Fría.

La historia olvidada del trotskismo en Cuba(1)

Los orígenes del trotskismo cubano se remontan a la Oposición Comunista de Cuba (OCC), fundada en agosto de 1932, que dio lugar, en septiembre de 1933, al Partido Bolchevique Leninista (PBL) y, posteriormente, al Partido Obrero Revolucionario (POR), fundado en septiembre de 1940. El PBL dejó eventualmente de funcionar, debido a razones que analizaremos a continuación, y fue reconstituido después de la revolución cubana de 1959 con el nombre de Partido Obrero Revolucionario (Trotskista) – POR(T) en febrero de 1960, hasta su proscripción por parte del Estado cubano en 1965.

Los oposicionistas tenían una implantación profunda en el movimiento sindical. Según el testimonio de Robert J. Alexander en su historia del movimiento sindical cubano:

Los comunistas y la CNOC [Confederación Nacional Obrera de Cuba] de ninguna manera tenían el control monopólico del movimiento obrero cubano durante el gobierno revolucionario de Grau San Martín [4 de septiembre de 1933 – 15 de enero de 1934]. Este era el caso no sólo en La Habana sino también en algunas ciudades de provincia, e incluso entre los trabajadores azucareros.

En La Habana, la Federación Obrera de La Habana, que había sido fundada poco después de la Primera Guerra Mundial y había tomado la iniciativa en el establecimiento de la CNOC [en 1925], estaba por entonces bajo la dirección de una combinación de trotskistas y de algunos socialistas y miembros del Partido Aprista. Su principal dirigente era Sandalio Junco, que había sido uno de los delegados del CNOC al congreso fundador de la Confederación Sindical Latinoamericana en Montevideo en 1925. Había pasado posteriormente por Europa, incluyendo la Unión Soviética, y había sido ganado para el trotskismo por el líder trotskista español Andrés Nin. Al volver a Cuba, había sido expulsado del Partido Comunista en 1932, luego de lo cual había tomado la iniciativa para la creación de un partido trotskista, el Partido Bolchevique- Leninista.

La Federación Obrera de La Habana (FOH) todavía contaba con la mayoría de los sindicatos de La Habana. Los comunistas [en el marco de la política sectaria del “Tercer Período”] habían sacado a los sindicatos que controlaban fuera de la organización, para establecer la Federación Regional Obrera de La Habana, que fue reconocida oficialmente como la rama de La Habana de la CNOC en su IV Congreso [celebrado en enero de 1934].

Hubo una contraparte de la FOH en Santiago de Cuba, también bajo control trotskista (Alexander, 2002: 58-59).

El mayor sindicato de la Federación Obrera de La Habana, el Sindicato General de Empleados del Comercio de Cuba, era dirigido por los trotskistas. Este sindicato, fundado en 1931, organizaba a los trabajadores de hoteles, restaurantes, bares, tiendas y gráficos, y en enero de 1934 decía tener 7.000 miembros en La Habana. En Matanzas, a través de la Federación Obrera de Matanzas, también dirigida por los trotskistas, el PBL controlaba las filiales locales de los sindicatos de empleados de comercio y panaderos.

Fue, sin embargo, en la provincia de Oriente donde los trotskistas cubanos tuvieron su implantación más fuerte en el movimiento obrero. Una característica notable del PBL era su influencia en Guantánamo, considerablemente superior a su membresía e influencia en Santiago de Cuba o La Habana. En Guantánamo, el PBL controlaba la mayor parte de los sindicatos de los trabajadores del café y, a través del Sindicato de Obreros Azucareros de la Región de Guantánamo, siete de las nueve centrales. El Sindicato Nacional de Obreros de la Industria Azucarera (SNOIA), dominado por el Partido Comunista, controlaba sólo dos centrales. Los trotskistas también controlaban el sindicato de los panaderos, y poseían fracciones en el sindicato local de los portuarios, así como en las delegaciones 10 y 11 de la Hermandad Ferroviaria en Guantánamo. La sección de Guantánamo del PBL también se dedicó a organizar una federación obrera local, una central sindical regional que afirmaba agrupar 14.000 trabajadores de diferentes sindicatos. En noviembre de 1933, la pequeña regional del Partido Comunista en Guantánamo estimaba que su contraparte del PBL tenía unos 400 miembros (Informe del Comité Seccional de Guantánamo al Comité Central del Partido Comunista de Cuba, 3 de noviembre de 1933 -en Tennant, 1999).

El PBL alcanzó su apogeo inmediatamente después de la huelga general de agosto de 1933, que condujo al derrocamiento de la dictadura de Machado (20 de mayo de 1925 – 12 de agosto de 1933).(2) Para mediados de 1934, el PBL tenía entre 600 y 800 miembros, pero sufrió un rápido proceso de dislocación en los años 1934-35, debido tanto a las políticas represivas implementadas por los sucesivos gobiernos como a su propia heterogeneidad política (el PBL funcionaba, de hecho, como una paraguas para sectores sindicalistas y antiimperialistas repelidos por la política sectaria del estalinismo de aquel entonces, conocida como el “Tercer Período”) y a la incapacidad de su liderazgo para promover una línea clara que separara efectivamente a aquellas corrientes que estaban más cerca de bolchevismo de las que favorecían una estrategia sindicalista o antiimperialista democrática más laxa.

Las leyes laborales xenófobas del gobierno de Grau San Martín (10 de septiembre de 1933 – 15 de enero de 1934) golpearon duramente al PBL, porque gran parte de los miembros del Sindicato General de Empleados del Comercio de Cuba controlado por los trotskistas, que eran de origen español, se vieron obligados a abandonar sus puestos de trabajo. Al mismo tiempo, la represión durante el primer gobierno de Batista (1934-1944), que se intensificó brutalmente luego de la huelga general de marzo de 1935, provocó el encarcelamiento, la tortura y la deportación de un gran número de trotskistas cubanos. En octubre de 1935, la sección de La Habana del PBL tenía treinta compañeros en la cárcel, en su mayoría eminentes líderes políticos y sindicales.

Con la caída del gobierno de Grau San Martín, en enero de 1934, la aspiración original del trotskismo (en realidad, del marxismo) a que el proletariado estableciera su independencia política y ganara la dirección del campesinado y de la pequeña burguesía revolucionaria en las ciudades para un proceso revolucionario que combinara las tareas democrático-burguesas y socialistas fue crecientemente desplazada por la subordinación de facto del proletariado a movimientos antiimperialistas democrático-burgueses bajo la égida de la clase media, como Joven Cuba, de Antonio Guiteras (asesinado el 8 de mayo de 1935).

Gastón Medina, el secretario general del PBL después de la derrota de la huelga general de marzo de 1935 (quien murió de tuberculosis en La Habana el 17 de agosto de 1938, como resultado de las torturas recibidas en las cárceles de Batista), advirtió que el PBL enfrentaba el peligro de disolverse en el interior de Joven Cuba y del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), e intentó impedir dicho proceso redactando las “Tesis políticas” de octubre de 1935, las cuales defendían la tendencia antiimperialista proletaria dentro del PBL.

Por otra parte, el PBL tenía ahora que enfrentar la alianza entre el régimen bonapartista de Batista y el Partido Comunista de Cuba a partir de 1937, alianza que duraría hasta 1944. La colaboración de clases bajo la dirección estalinista fue más profunda en la Cuba de Batista que en cualquier otro país de América Latina, y el Partido Comunista cubano terminó proveyendo a Batista de dos ministros “sin cartera”: Juan Marinello, el “jefe” del partido, en febrero de 1942 y, más tarde, Carlos Rafael Rodríguez (Alexander, 2002: 87).(3) El Partido Comunista, rebautizado Partido Socialista Popular (PSP) en enero de 1944, apoyó la candidatura de Batista en las elecciones de 1940 y 1944, y formó parte de su frente electoral, la Coalición Socialista Democrática (Alexander, 2002: 87 y 103).

La tendencia de los trotskistas cubanos a diluir el contenido de clase de los sucesivos frentes únicos antiimperialistas en los que participó, fortaleció el estancamiento del número de miembros y determinó su desarrollo posterior en la década de 1940. Así, el Partido Obrero Revolucionario (POR), creado en septiembre de 1940, tendió a subordinarse políticamente al Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), el nuevo partido creado por el ex presidente Ramón Grau San Martín, revisando de este modo su anterior insistencia inequívoca en la primacía de la revolución antiimperialista proletaria en la lucha para derrocar el orden existente. Estas debilidades se vieron reforzadas por los golpes de la represión, en particular con la muerte, en enero de 1944, de Rogelio Benache, el líder obrero más talentoso del POR, la cual tuvo lugar, al igual que la de Gastón Medina, como resultado de las torturas sufridas en las cárceles de Batista.

El POR apoyó “críticamente” a los “Auténticos” de Grau San Martín en las elecciones nacionales legislativas del 1° junio 1944, aunque Grau San Martín no había propuesto ninguna medida anticapitalista y antiimperialista. Esto acentuó la sangría de activistas sindicales al Partido Auténtico. Según Robert J. Alexander:

Los sindicalistas Auténticos tuvieron su origen en varias fuentes. Una de ellas eran los trotskistas, que a principios de 1930 habían controlado el Federación Obrera de La Habana, uno de los principales grupos de trabajadores que posteriormente cooperaron en el proceso de unificación del movimiento obrero que llevó a la formación de la CTC [Central Trabajadores de Cuba, fundada en enero de 1939]. Después de la caída del gobierno del presidente Ramón Grau San Martín en enero de 1934, su ex ministro del Interior, Antonio Guiteras, estableció su propio partido político, Joven Cuba, al que la mayoría de los sindicalistas trotskistas pronto se unieron. Después del asesinato de Guiteras en 1935, Joven Cuba se unió a los Auténticos (Alexander, 2002: 101).

Los trotskistas cubanos también fracasaron en su objetivo de liderar la construcción de una oposición comunista revolucionaria a la dominación estalinista del movimiento obrero cubano durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Los trotskistas más bien tendían a aceptar la tesis que caracterizaba al estalinismo como el enemigo principal en el movimiento obrero y no pudieron lograr que el POR se distinga de los líderes obreros locales del Partido Auténtico en los movimientos de oposición no-estalinistas. Esto condujo a una desastrosa caída en su número de miembros, el cual no superaba la veintena en el período de la inmediata posguerra.

A partir de 1946, el POR inició una política de entrismo en el Movimiento Socialista Revolucionario (MSR), de Rolando Masferrer (1946-1948), con poco análisis o preparación, rápidamente cayendo en la improvisación caótica y en el eventual desaliento. En lugar de tratar de ganar los mejores elementos de la nueva organización para el POR y de intentar exponer el carácter pequeñoburgués del liderazgo del MSR, los trotskistas cubanos en la práctica se disolvieron dentro de la nueva organización. El principio de concertar alianzas temporales con las fuerzas del nacionalismo pequeño burgués con objetivos concretos y cuidadosamente delineados fue sacrificado cuando el POR, de hecho, vio al MSR como la vía para la revolución. La publicación del único órgano público del POR, el periódico Revolución Proletaria, fue suspendida en mayo de 1946 y, sin ningún programa independiente, el POR se hizo responsable de la elaboración de documentos teóricos del MSR -un poco como el POR boliviano se haría cargo de la elaboración de los documentos de Lechín en el MNR.

Luego del triunfo de los “Auténticos” de Grau San Martín en las elecciones generales celebradas el 1° de junio de 1944 (que condujo a la escisión de la Central de Trabajadores de Cuba en 1947 y al ascenso del burócrata “Auténtico” Eusebio Mujal, quien se pasaría con armas y bagajes al campo de Batista luego del golpe del 10 de marzo de 1952), los trotskistas cubanos continuaron concentrando su actividad en el interior del MSR, hasta 1948. La chispa que provocó su retirada efectiva fue el acuerdo del MSR para apoyar a Carlos Prío Socorrás, el candidato del Partido Auténtico, en las elecciones presidenciales celebradas el 1° de junio de 1948.

Pero la incapacidad de proponer un curso político independiente para la clase obrera continuó. El POR sustituyó su política de entrismo dentro del MSR por otra dentro de Acción Revolucionaria Guiteras (ARG), un grupo de acción con raíces terroristas y poca formación política, durante el período 1948-1949. A mediados de 1949, sin embargo, este intento de trabajar dentro del ARG terminó rápidamente, luego de que el POR reconociera que su “‘sindicalismo revolucionario’ no ha pasado de simple matonismo y guapería” (El VI Congreso Nacional Obrero, culminación de once años de traición y entreguismo en el movimiento sindical, La Habana, 6 de mayo de 1949, pág. 2, citado en Tennant, 1999).

La integración de miembros del POR al Movimiento 26 de Julio (M26J) de Fidel Castro

En la década de 1950, el abandono del trotskismo por parte de los antiguos miembros POR llevó a su integración al Movimiento 26 de Julio (M26J) en el marco de la guerra insurreccional contra la segunda dictadura de Batista (10 de marzo de 1952 – 1° de enero de 1959). Uno de los líderes del POR, Pablo Díaz González (“Lasalle”), recibió instrucciones de ir a México en octubre de 1956, y se unió a los expedicionarios del Granma como tesorero, llegando a ser uno de los catorce miembros del Estado Mayor de Fidel Castro (Broué, 1982: 23). Sin embargo, después del caos que siguió al desembarco, Díaz hizo su camino de regreso a La Habana y luego a Nueva York, para continuar su trabajo entre los exiliados y emigrados cubanos en el transcurso de la insurrección.

La medida en que el trotskismo cubano había abandonado su programa original para enfatizar la lucha del nacionalismo pequeñoburgués por encima de la acción independiente de la clase obrera fue evidente en las tesis que Pablo Díaz presentó al Congreso de los Trabajadores de la Sierra Maestra, en octubre de 1958. En este documento, Díaz postuló que, aunque la clase obrera tenía el potencial de transformar al país política y socialmente, debido a su bajo nivel de conciencia política, el M26J debía asumir la responsabilidad y actuar como agente para el cambio revolucionario, si bien la clase obrera tenía un papel que desempeñar en el derrocamiento del régimen de Batista a través de la huelga general. Tomando prestado el vocabulario trotskista, presentó un programa de acción que llamó programa de transición, pero que, sin embargo, no iba más allá de un programa mínimo de reivindicaciones económicas y democráticas. El programa de acción incluía un llamado a una jornada de trabajo de seis horas en la industria azucarera sin reducción del salario, una semana de trabajo máxima de cuarenta horas, seguridad social y prestaciones por maternidad, y una democracia sindical completa que permitiera la elección de los funcionarios de los sindicatos por los propios trabajadores (Pablo Díaz González, “Tesis para presentar al Congreso Obrero que se efectuará en la Sierra Maestra en octubre de 1958”, New York, 20 de octubre de 1958, pag. 1, citado en Tennant, 1999).

De los antiguos trotskistas que se quedaron en Cuba durante el período de la insurrección y se integraron dentro del M26J, Ñico Torres fue el más destacado. Torres, después de convencer al liderazgo del M26J de que ya no era trotskista, fue nombrado segundo jefe de la Sección Obrera del M26J en Guantánamo bajo Octavio Louit Venzant, el 25 de septiembre de 1955. Tanto Octavio Louit como Ñico Torres eran miembros de la Delegación 11 de la Hermandad Ferroviaria de Cuba (entrevista concedida por Octavio Louit Venzant a Gary Tennant, La Habana, 13 de agosto de 1997, en Tennant, 1999).

Dado el relativo éxito inicial de la Sección Obrera guantanameña del M26J, sus líderes, incluyendo Ñico Torres, se convirtieron rápidamente en líderes nacionales, llegando a ser actores centrales en el Frente Obrero Nacional y en la reorganización de la Central de Trabajadores de Cuba de 1959. Otros trotskistas o ex trotskistas que estuvieron activos en el M26J en Cuba fueron Alejandro Lamo y Gustavo Fraga, en la provincia de Oriente. Mientras Alejandro Lamo, un ex trotskista de Santiago de Cuba, se incorporó al Ejército Rebelde, Gustavo Fraga fue un líder de la Sección Obrera del M26J en Guantánamo y Yateras. Junto con Ñico Torres y otros, Fraga elaboró el primer borrador de la tesis organizacionales de las secciones obreras en el M26J. Murió en una explosión accidental en una fábrica de bombas del M26J el 4 de agosto de 1957 (entrevista concedida por Mario Mencía a Gary Tennant, La Habana, 30 de julio de 1997, y entrevista concedida por Luis Miyares a Rafael Soler Martínez, Santiago de Cuba, 6 de abril 1996).

La radicalización de la revolución cubana y la influencia creciente del estalinismo

Fidel Castro y su organización llegaron al poder por una vía empírica, provistos solamente del programa vagamente democrático del chibasismo (el ala del Partido Ortodoxo dirigida por Eduardo Chibás, muerto el de agosto de 1951), al que Ernesto “Che” Guevara llegaría a comparar con el programa de la Unión Cívica Radical en Argentina, diciendo:

Al fin y al cabo, Fidel Castro era un aspirante a diputado por un partido burgués y tan respetable como podía ser el Partido Radical en la Argentina; que seguía las huellas de un líder desaparecido, Eduardo Chibás, de unas características que pudiéramos hallar parecidas a las del mismo Yrigoyen; y nosotros, que lo seguíamos, éramos un grupo de hombres con poca preparación política, solamente una carga de buena voluntad y una ingénita honradez (carta a Ernesto Sábato del 12 de abril de 1960, reproducida en Martínez Heredia, 1997: 68).

Durante un momento de crisis interna en el M26J, poco después de la desautorización del Pacto de Miami por Fidel Castro, el 14 de diciembre de 1957, el Che escribió a René Ramos Latour, quien había sustituido a Frank País en el cargo de jefe de acción y sabotaje:

Pertenezco por mi preparación ideológica a los que creen que la solución de los problemas del mundo está detrás de la llamada cortina de hierro.

Consideré siempre a Fidel como un auténtico líder de la burguesía de izquierda, aunque su figura está realzada por cualidades personales de extraordinaria brillantez que lo colocan muy por arriba de su clase. Con ese espíritu inicié la lucha: honradamente, sin esperanza de ir más allá de la liberación del país, dispuesto a irme cuando las condiciones de la lucha posterior giraran hacia la derecha […] (Franqui, 1976: 362).

Sin embargo, poco después de la toma del poder por los rebeldes, en enero de 1959, el gobierno revolucionario, luego de aplicar justicia sumaria a los esbirros de Batista, experimentó, bajo la influencia directa de Guevara, un proceso de radicalización rápida que llevó desde la adopción de reformas elementales como la reducción de las facturas de electricidad y de los alquileres de las viviendas en febrero-marzo de 1959 a la proclamación de la Primera Ley de Reforma Agraria el 17 de mayo de 1959, la cual confiscó (con compensación sobre la base de valores de la tierra según la evaluación a efectos fiscales) todas las propiedades de más de 402 hectáreas de extensión y entregó la tierra a numerosas familias campesinas. Una nueva agencia gubernamental, el Instituto Nacional de Reforma Agraria (Inra), fue establecida para administrar esta ley, y rápidamente se convirtió en el órgano de gobierno más importante de la nación. El 30 de octubre de 1960 fueron creadas las Milicias Nacionales Revolucionarias, un armamento del pueblo que, aunque llevado a cabo por el Estado revolucionario y no sujeto a ningún tipo de control por parte de las instituciones de la clase trabajadora, tales como sindicatos elegidos democráticamente, permitió a Cuba repeler la invasión de Bahía de Cochinos, organizada por Estados Unidos, el 17 de abril de 1961, y evitó una repetición del final ignominioso del gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala -uno de los eventos más traumáticos en la vida del joven Guevara.(4)

Seis meses antes, el 13 de octubre de 1960, el régimen revolucionario había nacionalizado 376 empresas cubanas, y el 24 de octubre de 1960 había estatizado 166 propiedades, total o parcialmente, perteneciente a intereses estadounidenses. En cuestión de días, prácticamente toda la burguesía cubana fue expropiada.

Más tarde, la etapa “socialista” de la revolución fue remontada al 13 de octubre de 1960, aunque Castro no la bautizó oficialmente como tal hasta el 16 de abril de 1961 (Draper, 1966: 113).(5)

Este proceso de radicalización, en el sentido de incursiones crecientes en la propiedad privada, fue acompañado por un proceso de burocratización signado por el ascenso de los estalinistas cubanos. En sus memorias, Ciro Bustos relata que en la primera mitad del año 1961 fue invitado a cenar por una pareja de médicos residentes en Cuba, enviados por el Partido Comunista argentino, y que la mujer le dijo: “Te veo muy entusiasmado con la revolución, Ciro. Temo que tu desilusión va a ser muy dolorosa. Los comunistas de este país ya están saliendo, como las ratas, de entre las grietas debajo de la cama y lo van invadiendo todo para quedarse con el queso” (Bustos, 2007: 64).(6)

El Partido Obrero Revolucionario (Trotskista) – POR(T)

Una víctima temprana del proceso de estalinización fue la pequeña organización trotskista cubana, el Partido Obrero Revolucionario (Trotskista) – POR(T) fundado el 6 de febrero de 1960.

Habiendo perdido contacto con la Cuarta Internacional a finales de 1940 y principios de 1950, las relaciones de los trotskistas cubanos con el movimiento trotskista internacional se restablecieron en 1959 después de la llegada de Olga Scarabino (“Miranda”), una representante uruguaya del Buró Latinoamericano del Secretariado Internacional de la Cuarta Internacional encabezado por J. Posadas (Homero Cristalli). Los grupos trotskistas que adherían al Secretariado Internacional liberado por Michel Pablo, en contraste con los afiliados al Comité Internacional de la Cuarta Internacional (ambas organizaciones se habían escindido en 1953), apoyaban formalmente la tesis “pablista” según la cual diferentes partidos estalinistas y movimientos de liberación nacional eran agencias para la revolución socialista (Posadas rompió con Pablo recién en 1962, para crear su propia “Cuarta Internacional Posadista”) (Alexander, 1991: 659-665).

Dada una línea tan conciliatoria hacia movimientos policlasistas, no es sorprendente que las relaciones iniciales de Scarabino con los militantes del Movimiento 26 de Julio, en 1959, se caracterizaran por su cordialidad; de hecho, le fue otorgado acceso a la radio y a la televisión. Durante una de esas emisiones, Scarabino hizo un llamado público a los trotskistas cubanos para una reunión. Sin embargo, a pesar de que su presencia aceleró el proceso de reorganización de un partido trotskista en Cuba, fue por iniciativa de los propios trotskistas cubanos que un partido trotskista se reconstituyera a principios de 1960. Además de Scarabino, los principales enviados extranjeros fueron Alberto Sendic (“A. Ortiz”), José Lungarzo (“Juan”), Adolfo Gilly (“H. Lucero”), y Angel Fanjul (“Heredia”) (ver Fanjul, 1979). Posadas mismo estuvo en Cuba sólo por un período de tres semanas, durante el Primer Congreso Latinoamericano de Juventudes, en julio-agosto de 1960.

El Partido Obrero Revolucionario (Trotskista) – POR(T) fue propuesto formalmente para su reconocimiento como la sección cubana del Secretariado Internacional de la Cuarta Internacional en su tercer Congreso, celebrado en enero de 1961, al que Scarabino asistió como delegada del POR(T) cubano.(7) Contando con sólo unos cuarenta miembros, el POR(T) abrió sucursales en los tres centros urbanos donde el ex POR había sobrevivido en la década de 1940: La Habana, Santiago de Cuba y Guantánamo. Se alquiló una oficina pública en Guantánamo, su base principal. José Medina, un antiguo trotskista guantanameño, fue el primer secretario general del POR(T).

Pablo Díaz González, un alto dirigente del POR(T) en la década de 1940 y uno de los catorce miembros originales del Estado Mayor de Fidel Castro en el Granma, también participó en las reuniones y grupos de discusión del POR(T) en La Habana. Sin embargo, dada su vinculación con la dirección revolucionaria y la creciente influencia de la PSP en ese círculo, esto siempre se llevó a cabo con un grado de discreción, Díaz no participó en las actividades públicas del POR(T).

Aunque de modesto tamaño, el POR(T) tenía una composición social abrumadora de clase trabajadora. La mayor parte de la sección de Guantánamo eran dirigentes sindicales locales y activistas conocidos por su compromiso con los derechos y las luchas de los trabajadores. En La Habana, Ricardo Ferrera, después de bajar de la sierra, trabajó en el sector comercial, mientras que Floridia Fraga y Andrés Alfonso trabajaban en el sector del transporte, Alfonso como mecánico en un taller de reparación de autobuses. Uno de los pocos profesionales en las filas del POR(T) era Roberto Acosta, quien, como un ingeniero eléctrico, ayudó a organizar la empresa eléctrica nacionalizada antes de ir a trabajar al Ministerio de Industrias, bajo el Che Guevara como director de Pesas, Medidas y Gestión del Tiempo (Tennat, 1999, capítulo siete).

Las primeras actividades del POR(T) a partir de 1960

A finales de 1960, poco después de las nacionalizaciones en gran escala de los bancos y la industria, y de la instauración del monopolio estatal sobre el comercio exterior por el gobierno revolucionario, el POR(T) sostuvo que estos pasos por sí mismos confirmaban la validez de la teoría de la revolución permanente. Argumentaron que la revolución, al saltar etapas de desarrollo, pasando rápidamente de la democracia burguesa a medidas económicas socialistas, había demostrado que no había lugar para una etapa democrática capitalista en la lucha por la verdadera liberación nacional. Teniendo en cuenta que este proceso “ininterrumpido” había sido ejecutado por fuerzas distintas a las de los órganos de la clase obrera, la teoría de la revolución permanente se convirtió de esta manera en un proceso objetivo que guiaba a la revolución, en lugar de ser producto de una estrategia proletaria conciente. A pesar de que las organizaciones de las masas trabajadoras mismas no habían erigido al nuevo aparato estatal ni ejercían un control sobre el mismo, los trotskistas cubanos fueron unos de los primeros en conferir el carácter de “Estado obrero” al nuevo orden revolucionario.

Durante la década de 1960, la participación de los trotskistas cubanos en las instituciones revolucionarias de reciente creación sugiere que estaban lejos de tener una actitud sectaria hacia la revolución. Además de tomar parte en el Movimiento de Superación del Barrio Sur de Guantánamo, miembros del POR(T) realizaron trabajo voluntario en el campo, participaron en la campaña de alfabetización, y se unieron a la Federación de Mujeres Cubanas, a los Comités de Defensa de la Revolución y a las milicias recién organizadas. Durante la crisis de los misiles de Cuba, del 14 al 28 de octubre de 1962, todos los miembros del POR(T) estuvieron en sus respectivas unidades militares o de la milicia, y una comunicación enviada al gobierno revolucionario el 24 de octubre 1962 colocaba a la organización en su conjunto a disposición del gobierno (Gilly, 1979).

Creyendo que el gobierno revolucionario estaba implementando su propio programa, aunque de una manera burocrática, los trotskistas cubanos limitaban sus críticas a lo que percibían como deformaciones en el nuevo orden revolucionario. Desde la fundación del POR(T) se opusieron a la paternalismo incipiente que, en su opinión, llevaba al gobierno revolucionario a imponer medidas contra la clase obrera de manera autoritaria. Argumentaron, por ejemplo, que el control desde arriba y la exclusión de la clase trabajadora de la dirección de la producción y el Estado eran las causas fundamentales de los problemas de ausentismo y de baja productividad que la revolución enfrentó cuando se instituyó la planificación económica.

Los trotskistas cubanos pedían la independencia de los sindicatos del Estado y el establecimiento de la más amplia democracia en el movimiento sindical. Argumentando que estas medidas eran esenciales para asegurar el libre apoyo de la clase obrera a la profundización de la revolución, exigían la elección de los dirigentes sindicales sin la imposición de listas únicas y sin la intervención de ninguna institución estatal en apoyo de cualquier tendencia revolucionaria. Asimismo, exigían la elección de los oficiales de la milicia por los milicianos, el establecimiento de consejos obreros que controlaran la administración del nuevo Estado cubano a través de sus delegados, la convocatoria a un Congreso Nacional de la Central de Trabajadores de Cuba Revolucionaria con delegados libremente elegidos, y el derecho de todos los partidos de la clase obrera y de las tendencias que defendieran a la revolución a tener una existencia legal y a la libertad de expresión (Spartacist, 1965a: 13).

La democratización y posterior estatización de los sindicatos cubanos (1959-1961)

La democracia sindical era un reclamo muy sentido de los obreros cubanos. Luego de la huida de Eusebio Mujal, el máximo dirigente de la Confederación de Trabajadores de Cuba, y de parte de la burocracia sindical mujalista con la caída de Batista, se produjo la toma revolucionaria de los sindicatos por militantes del M26J. Estos nuevos líderes resultarían refrendados en las elecciones sindicales celebradas a comienzos de 1959. En dichas elecciones sindicales,

el M26J triunfó en más de 1.800 sindicatos. Los comunistas pagaron así el precio por su actitud ambigua durante la dictadura de Batista […] La débil posición de los comunistas en el movimiento obrero después de las elecciones en los sindicatos de base y para los congresos de las federaciones sindicales fue revelada con la reunión, en septiembre de 1959, del Consejo Nacional de la Confederación de Trabajadores de Cuba. Sólo tres de los 163 delegados al encuentro eran comunistas (Alexander, 2002: 191).

Pero como la mayoría de dirigentes sindicales electos del M26J se oponían a la exigencia del gobierno de “unirse” en listas comunes con los dirigentes sindicales del PSP, en el décimo congreso de la Central de Trabajadores de Cuba, celebrado en noviembre de 1959, Fidel Castro y el nuevo ministro de Trabajo, Augusto Martínez Sánchez, intervinieron personalmente para imponer a la CTC un nuevo Comité Ejecutivo que llevó a cabo una purga sindical masiva, como resultado de la cual “para abril de 1960, los oficiales electos de 20 de los 33 federaciones de la CTC y de casi 2.000 sindicatos habían sido expulsados de los puestos a los que habían sido elegidos en 1959” (Alexander, 2002: 202). Una de las víctimas más importantes de la purga fue el secretario general de la CTC, David Salvador, el dirigente nacional del Frente Obrero Nacional (FON) del M26J durante la dictadura batistiana (Sweig, 2002: 123). Salvador fue removido de su puesto en mayo de 1960 (posteriormente fue encarcelado) y reemplazado primero por Jesús Soto y luego por el líder sindical del PSP, Lázaro Peña. Según Robert J. Alexander:

El proceso de reestructuración del movimiento sindical culminó en el XI Congreso del Confederación de Trabajadores de Cuba, que se reunió del 26 al 28 de noviembre de 1961. En el proceso de elección de los 9.650 delegados a esa reunión, la democracia sindical que dos años antes había dado lugar a enérgicos debates en prácticamente todos los sindicatos del país llegó a su fin. Prácticamente no hubo verdaderas elecciones. En la mayoría de los casos, sólo había una lista de candidatos […] Cuando llegó el momento de que el XI Congreso eligiera a los nuevos dirigentes de la CTC, Lázaro Peña, el comunista veterano que había encabezado la CTC durante el primer período de Batista, fue restituido al puesto de secretario general (Alexander, 2002: 215-216).

Cuatro años antes, Fidel Castro había recordado a Lázaro Peña y a Blas Roca, el secretario general del Partido Comunista, su vieja asociación con Batista en las siguientes palabras:

¿Qué moral tiene, en cambio, el señor Batista para hablar de comunismo si fue candidato presidencial del Partido Comunista en las elecciones de 1940, si sus pasquines electorales se cobijaron bajo la hoz y el martillo, si por ahí andan las fotos junto a Blas Roca y Lázaro Peña, si media docena de sus actuales ministros y colaboradores de confianza fueron miembros destacados del Partido Comunista? (Fidel Castro, “¡Basta Ya de Mentiras!”, Bohemia, 15 de julio de 1956, pág. 84, citado en Draper, 1966: 47-48).

Lázaro Peña se transformó, en marzo de 1962, en uno de los 25 miembros de la Dirección Nacional, inicialmente de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI) y luego transferida al Partido Unido de la Revolución Socialista (PURS), que el 3 de octubre de 1965 se convirtió en el Partido Comunista de Cuba. El ministro del Trabajo, Augusto Martínez Sánchez, también pertenecía a la Dirección Nacional (Draper, 1966: 244, nota 287). Según el testimonio de Adolfo Gilly, escrito en octubre de 1963:

Basta vivir un tiempo en Cuba, participar en la actividad de la revolución, convivir cotidianamente con el pueblo cubano, para comprobar que existe un dirigente, hasta hoy parte de la dirección cubana como hasta ayer lo fue Escalante, que goza de la unánime oposición de los trabajadores cubanos: es, nada menos, el secretario general de la Central de Trabajadores de Cuba Revolucionaria (CTC-R), Lázaro Peña [.]

En realidad, el secretario general de la CTC-R está pagando culpas propias y ajenas, pues sobre su cabeza se concentra el descontento de gran parte de los obreros con el estado de los sindicatos en Cuba [.]

El secretario general de la CTC-R fue electo en el último congreso de la central obrera, realizado en 1961. Se lo eligió con el sistema de la candidatura única, es decir, que ningún adversario podía competir con él en la elección. Su designación fue mucho más una decisión de arriba que en una elección de abajo [.]

Era muy difícil que Lázaro Peña contara con el apoyo obrero, pues su historia como dirigente sindical en Cuba tiene muchos pasajes que hoy no se pueden recordar. Por ejemplo, fue dirigente de la CTC desde 1939, en la época de la alianza de su partido, el PSP (Partido Comunista Cubano) con Batista, y desde allí frenó o desarmó huelga tras huelga en nombre de esa alianza y en nombre del triunfo de la causa de las “democracias” en la Segunda Guerra Mundial, por el cual en Cuba “no había que hacer huelga”. Eso lo recuerda vívidamente cualquier trabajador cubano de 40 años, así como recuerdan -o conservan- las fotografías de periódicos donde en una misma tribuna aparecían Batista y el hoy secretario general de la CTC-R [.]

Pero, aunque los pueblos tienen una memoria mucho más larga y segura de lo que los imbéciles suelen creer, no es ése el principal motivo de la oposición actual a Lázaro Peña. La razón central no es su actuación pasada, sino su función presente [.]

Los dirigentes sindicales cubanos, a fuerza de actuar como los que llevan a los obreros la orientación de arriba, como los que dejan de lado sus opiniones para aceptar sin discusión todo lo que diga la dirección del Estado, como los encargados de hacer trabajar más a los obreros (cuando ésa es tarea de la administración y de los propios obreros), han perdido autoridad ante la base, porque la base siente que esos dirigentes no dependen de ella, sino del Estado [.]

A mediados de setiembre pasado, fue Lázaro Peña personalmente a una asamblea general de obreros de la construcción, del sector de equipos pesados (tractores, grúas, martillos neumáticos, bulldozers, etc.).

Fue a pedir que la asamblea aprobara lo siguiente: que cuando se rompe el equipo en el cual opera un trabajador, éste pase a realizar trabajo de otra categoría inferior, con el salario de esta última categoría, hasta que el equipo estuviera reparado, en lugar de seguir cobrando, como hasta ahora, el salario de su categoría. Esto ya había sido planteado por Fidel Castro, pero los trabajadores no estaban de acuerdo, pues con el desgaste de los equipos y la falta de repuestos, la rotura de una máquina podía significar una disminución considerable en sus entradas. Los dirigentes sindicales de ese sector no se animaron a enfrentar directamente a la base con esa exigencia. Tuvo que ir el secretario general de la CTC-R. En la asamblea estalló un escándalo. Un trabajador le dijo que cuando él dejara su automóvil y fuera a trabajar junto a ellos, entonces aceptarían la propuesta que llevaba. Otro le recordó su anterior colaboración con Batista. Otros lo acusaron de privilegiado. La asamblea fue suspendida en la mayor confusión. La prensa denunció el hecho, primero, como obra de “contrarrevolucionarios”, días después, como obra de “confusionistas”.

En asambleas posteriores, mejor preparadas por las direcciones pero mucho menos concurridas por los trabajadores, fue aceptada la proposición llevada por Lázaro Peña (Gilly, 1965a: 17-22).

Al año siguiente, el 5 de diciembre de 1964, la situación no había mejorado, como se desprende de la versión taquigráfica de una declaración hecha por el Che en el Ministerio de Industrias:

Aquí la democracia sindical es un mito, que se dirá o no se dirá, pero es un perfecto mito. Se reúne el partido y entonces propone a la masa a “fulanito de tal”, candidatura única y de ahí en adelante salió aquel elegido, una con mucha asistencia, otra con menos asistencia, pero en realidad no ha habido ningún proceso de selección por parte de la masa [.] Es algo que a nosotros nos tiene que llamar la atención desde el otro punto de vista institucional, que es el hecho de que la gente tiene necesidad de expresarse, tiene necesidad de un vehículo para expresarse. Eso, nosotros tenemos que reflexionar sobre este asunto (acta de la reunión efectuada en el Ministerio de Industrias el 5 de diciembre de 1964, en Guevara, 2006: 413).

El 8 de diciembre de 1964, el ministro de Trabajo Augusto Martínez Sánchez se disparó un tiro después de haber sido destituido de su cargo por “graves errores administrativos” (sobrevivió a su intento de suicidio, pero no volvió nunca más a la vida pública). Lázaro Peña sería entonces el encargado de aplicar la Ley N° 1.166, llamada “Ley de Justicia Laboral”, que fue aprobada el 3 de octubre de 1964 y estuvo vigente hasta 1977. Dicha ley abarcaba todos los casos posibles de “violaciones de la disciplina del trabajo”. La lista de esas violaciones comprendía desde la llegada tarde, el ausentismo y la “falta de respeto a superiores” hasta daños al equipo, fraudes y la “comisión de cualquier delito o contravención”. Las penas iban desde el descuento de salarios al despido. La ley sería aplicada por consejos de Trabajo integrados por cinco miembros, elegidos por períodos de tres años en todos los lugares de trabajo que emplearan por lo menos 25 obreros. Para poder ser elegido miembro de esos consejos, los candidatos debían reunir ciertas condiciones como la de mostrar “una buena actitud socialista ante el trabajo” y podían ser reemplazados si el Ministerio de Trabajo decidía que eran ineficaces. En la práctica, la nueva ley establecía un sistema de coacción sumamente opresivo para los obreros. “Después de Martínez Sánchez ha sido el dirigente sindical Lázaro Peña, uno de los viejos comunistas, el que ha tenido la nada envidiable tarea de poner en línea a los trabajadores cubanos” (Draper, 1966: 230).

El lanzamiento de la campaña contra el trotskismo en julio-agosto de 1960

En mayo de 1960, un artículo en Voz Proletaria establecía la oposición de los trotskistas a la creación de un partido único que unificara al M26J, al Directorio Revolucionario y al PSP, afirmando:

La formación de tendencias y su lucha dentro del Estado obrero y en sus organizaciones políticas y sindicales no son nada más que la expresión de la heterogeneidad de las clases trabajadoras y dentro de la misma clase obrera, de los distintos intereses y capas dentro de las mismas que se manifiestan en distintas soluciones y vías para resolver los problemas de la época de transición hacía el socialismo. Tratar de ahogar estas tendencias con el argumento dogmático y sectario de una supuesta “unidad” impuesta, del monolitismo absolutista de una “línea oficial” dictada desde arriba, sería querer dar marcha atrás a la rueda de la historia para volver a las condiciones que engendraron la etapa tenebrosa de las represiones stalinistas, ya condenada y superada por el movimiento obrero comunista.(8)

La campaña contra el trotskismo y, en particular, contra el POR(T) fue iniciada por elementos de la PSP durante el Primer Congreso Latinoamericano de Juventudes, celebrado en La Habana en julio-agosto de 1960. Con varios delegados trotskistas de toda América presentes, el PSP resucitó las viejas acusaciones según las cuales los trotskistas, usando una fraseología de izquierda, actuaban como provocadores incitando a la agresión estadounidense, y eran instrumentos del FBI y de la CIA. Si bien una comisión especial de investigación en el Congreso encontró que estas afirmaciones carecían de fundamento, fue en última instancia la intervención de Juan León Ferrera, quien habló y distribuyó un folleto trotskista a los delegados, la que silenció a los estalinistas. Ferrera apareció en su uniforme militar de sargento y con el pelo largo que lo identificaba como un guerrillero del Ejército Rebelde (carta de Angel L. Fanjul a Gary Tennant, Buenos Aires, 8 de octubre 1997).

En esta etapa relativamente temprana de la revolución, aunque los cuadros de PSP ya estaban ocupando posiciones intermedias en las instituciones del gobierno revolucionario y capitalizando las llamadas de Fidel Castro al establecimiento de listas únicas en los sindicatos, el intento de la PSP de desacreditar a una pequeña organización revolucionaria no había sido sancionado por la propia dirección revolucionaria. Más bien, reflejaba la larga historia de combate de los estalinistas locales contra el trotskismo y su deseo de larga data de suprimir el desarrollo de instituciones clasistas representativas dotadas de autonomía política. Por otra parte, las acusaciones del PSP de que los trotskistas estaban provocando la agresión al pedir una lucha contra los intereses capitalistas nativos y una extensión de las nacionalizaciones contradecían el giro posterior de la dirección revolucionaria contra las propiedades estadounidenses en Cuba. Poco después de la clausura del Primer Congreso Latinoamericano de Juventudes, Fidel Castro, en contra de las expectativas del PSP, aceleró el proceso de expropiaciones y nacionalizaciones al incluir dos servicios públicos de gran escala, la compañía telefónica cubana, una subsidiaria de la International Telephone and Telegraph Corporation (ITT), con sede en los Estados Unidos, y la compañía eléctrica cubana, propiedad de la American and Foreign Power Company, la cual era, a su vez, parte de la Electric Bond and Sharer Company de Nueva York (Paterson, 1994: 44-45). Sin embargo, a medida que el PSP consolidaba su influencia dentro de las instituciones del gobierno revolucionario, la represión contra los trotskistas cobró impulso.

La invasión de Playa Girón en abril de 1961 sirvió como catalizador para la primera ronda de represión sistemática contra los trotskistas. En las siguientes semanas, las medidas contra ellos se iniciaron con la confiscación del ejemplar número diez del periódico del POR(T), Voz Proletaria. Como símbolo de su compromiso con la lucha por el derecho a la democracia proletaria dentro de la revolución, entre abril de 1960 y abril de 1961 los trotskistas habían editado ocho números del periódico Voz Proletaria, además de una serie de folletos. El periódico aparecía con el nombre de los editores y con la dirección pública del POR(T), primero la de José Medina y Luciano García en Guantánamo, y luego la de Idalberto Ferrera Ramírez en Monte 12 en La Habana. La existencia de Voz Proletaria también fue dada a conocer por sus editores a la dirección revolucionaria directamente, mediante el envío por correo de copias a las oficinas del Che Guevara y Fidel Castro. Sin embargo, el 26 de mayo de 1961, antes de que la edición de mayo pudiera ser distribuida, un grupo que actuaba en nombre de un funcionario de la Imprenta Nacional, controlada por el PSP confiscó toda la tirada del periódico en las imprentas privadas donde se estaba preparando. Más tarde, ese mismo día, funcionarios estatales de PSP que actuaban bajo órdenes del Ministerio de Trabajo confiscaron las planchas de impresión de una edición del libro de Trotsky, La revolución permanente.(9)

El Che Guevara apoya la represión de los trotskistas cubanos en 1961

La represión contra los trotskistas había recibido luz verde después de que el Che criticara duramente en la televisión nacional un artículo aparecido en la edición de abril de 1961 de Voz Proletaria. El artículo en cuestión argumentaba que los consejos técnicos asesores establecidos en los lugares de trabajo, con el pretexto de dar a los trabajadores el control sobre el proceso de producción, tenían un carácter burocrático. En dicha ocasión, Guevara dio una conferencia ante las cámaras de televisión en el programa Universidad Popular, el 30 de abril de en la que se refirió en términos despectivos a los trotskistas cubanos con las siguientes palabras:

Hace unos días estábamos leyendo un pequeño periodiquito que hay aquí, no vale mucho la pena referirse a él, pero es un periódico trotskista, no sé bien cómo se llama… Voz Proletaria hacía una crítica de los consejos técnicos asesores, desde el punto de vista trotskista. Entonces decía que los consejos técnicos asesores habían sido creados por esta pequeña burguesía timorata que hay en el gobierno como un intento de darle algo a las masas que están reclamando la dirección de las fábricas, sin entregar nada en realidad.

Y eso desde el punto de vista teórico es un absurdo, pero desde el punto de vista práctico es una infamia o una equivocación garrafal. Precisamente el pecado que tienen los comités técnicos asesores es que no fueron creados por la presión de las masas, fue una creación burocrática de arriba hacia abajo para darles a las masas un vehículo que no había pedido, y es donde está el pecado de las masas. Nosotros, “pequeña burguesía timorata”, fuimos a buscar el conducto para poder escuchar la voz de las masas y creamos, bien o mal, con las imperfecciones que muy probablemente tengan porque es idea nuestra, creación nuestra, de gente que les falta experiencia en estos problemas, los consejos técnicos asesores. De lo que sí no hay de ninguna manera es que haya habido presión de las masas y es en lo que quiero insistir. Porque sí tiene que haber presión de las masas en una serie de cosas, porque las masas tienen que tener interés en saber lo que es un plan económico, lo que es la industrialización, lo que le toca hacer a cada fábrica, lo que es su deber, cómo ese deber lo puede aumentar o cómo lo puede disminuir, lo que son los intereses de la clase obrera dentro de cada fábrica. Todos ésos son problemas que tienen que agitar a las masas (Guevara, 1979: 164).

El POR(T) presentó de inmediato una serie de protestas al gobierno revolucionario, exigiendo el derecho democrático a la libertad de prensa para todas las tendencias anticapitalistas y antiimperialistas revolucionarias que defendieran incondicionalmente lo que ellos consideraban el Estado obrero de Cuba. Todas estas protestas quedaron sin respuesta.

Ante las preguntas de periodistas y académicos extranjeros, el Che Guevara intentó justificar la supresión del periódico del POR(T) argumentando que los trotskistas no tenían papel o permiso para usar papel, y que obstaculizaban el desarrollo de la revolución. Incluso llegó a sugerir que la proximidad de la regional del POR(T) de Guantánamo a la Base Naval de Estados Unidos podría no ser una coincidencia. En una Conferencia de Prensa celebrada en Montevideo el 9 de agosto de 1961, dijo:

Periodista (El Heraldo de Florida, Uruguay): Doctor Guevara: ¿me puede decir las razones por las cuales a los trotskistas de Cuba se les han quitado los medios de expresión en Cuba, se les ha confiscado la imprenta?

Ernesto Che Guevara: ¿A los trotskistas? Mire, hubo una pequeña imprenta que publicaba un semanario que tuvo algunos problemas con nosotros. Tomamos algunas medidas administrativas, porque no tenían ni papel ni permiso para usar papel, ni imprenta ni nada; y, simplemente, resolvimos que no era prudente que siguiera el trotskismo llamando a la subversión. Porque, entre otras cosas, señor -ya que pregunta eso- resulta que hay un antecedente muy interesante. Nosotros, con los trotskistas, hemos tenido algunas relaciones; uno de los miembros del 26 de Julio que tenía mucha afinidad con el trotskismo, David Salvador, fue el que llevó a la muerte a nuestros hombres el 9 de abril [de 1958], negándose a una acción unida con los partidos de masa en la huelga y tratando de hacer una huelga de tipo putschista, que fue sencillamente destruida por Batista.

¿Sabe quién le puede hablar muy bien de esa huelga? Un señor que usted a lo mejor conoce, que se llama Jules Dubois, que estaba presente y era uno de los que conocía de la huelga y, por supuesto, también conocía Batista de la huelga que se iba a realizar, porque fue una huelga clandestina que, apenas se realizó, fueron asesinados grandes compañeros nuestros.

Después de eso, el trotskismo nace en Guantánamo. Es una rara coincidencia, pero nace en Guantánamo y tiene su fuerza ahí. Guantánamo es una ciudad que dista unos pocos minutos de la Base Naval Guantánamo, y nosotros sospechamos que podía haber cierta relación entre esa “proximidad geográfica”. Por eso, nosotros tomamos algunas medidas para que gente que no representaba nada y que no sabíamos de dónde sacaba su dinero, siguiera desde las posiciones de extrema izquierda molestando el desarrollo de nuestra Revolución (Bayley, 2002: 103).

En una entrevista posterior, concedida el 14 de septiembre de 1961 a Maurice Zeitlin, Guevara afirmó que había sido un error romper las planchas de impresión de La revolución permanente de Trotsky. Sin embargo, repitió nuevamente la acusación del PSP al reiterar que el POR(T) estaba actuando en contra de la revolución y al afirmar que los trotskistas habían actuado objetivamente como provocadores por agitar al pueblo cubano a marchar sobre la base naval estadounidense de Guantánamo:

Zeitlin: ¿Cómo serán incluidas las otras tendencias radicales -las organizaciones que no sean el Directorio Revolucionario, el Partido Comunista y el 26 de Julio-, cuyos miembros se unirán? ¿Qué pasa con los trotskis- tas, por ejemplo? Carleton Beals señaló recientemente que su imprenta fue destruida y que se les imposibilitó concluir la impresión de La Revolución Permanente de Trotsky.

Guevara: Eso fue así. Fue un error. Se ha producido un error cometido por un funcionario de segundo rango. Rompieron las placas. No deberían haberlo hecho. Sin embargo, consideramos que el partido trotskista está actuando en contra de la revolución. Por ejemplo, estaban tomando la línea de que el gobierno revolucionario es pequeñoburgués y llamaban al proletariado a ejercer presión sobre el gobierno, e incluso a llevar a cabo otra revolución en la que el proletariado llegaría al poder. Esto perjudica la necesaria disciplina de estos momentos.

Zeitlin: Usted puede estar interesado en saber que los trotskistas en los Estados Unidos han estado casi completamente detrás de la Revolución Cubana, y su reciente declaración oficial sobre la revolución la aprueba con entusiasmo.

Guevara: No tengo ninguna opinión sobre los trotskistas en general. Pero aquí en Cuba -te voy a dar un ejemplo-, tienen uno de sus principales centros en la ciudad de Guantánamo, cerca de la base estadounidense.

Y agitaron allí para que el pueblo cubano marchara sobre la base, algo que no se puede permitir. Algo más. Hace algún tiempo, cuando apenas habíamos creado comités técnicos de trabajadores, los trotskistas los caracterizaban como una migaja dada a los trabajadores, porque los trabajadores pedían la dirección de las fábricas.(10)

Guevara también confirmó su afinidad con el PSP al afirmar que, debido a que el Partido Comunista y la revolución marchaban juntos, no se podía “estar por la Revolución y en contra del Partido Comunista Cubano”.

La acusación de que los trotskistas cubanos eran provocadores ultraizquierdistas se basa en una campaña que el POR(T) supuestamente lanzó desde las páginas de Voz Proletaria exigiendo la expulsión de las fuerzas militares de Guantánamo. La referencia principal a las publicaciones del POR(T) para apoyar esta interpretación era un artículo en el primer número del periódico que discutía el conflicto entre las autoridades estadounidenses y los trabajadores cubanos en la base militar norteamericana (“El conflicto de la base naval de Guantánamo”, Voz Proletaria, La Habana, año 1, N° 1, abril 1960, págs. 4-5). Este artículo -aunque afirmaba que los obreros de la base naval, el pueblo de Guantánamo y Caimanera y las masas cubanas, en su conjunto, debían preparar la lucha por la expulsión definitiva del imperialismo- estaba lejos de ser una incitación provocativa a asaltar la base naval. En lugar de ello, hacía hincapié en la defensa de las organizaciones sindicales dentro de la base. La demanda principal que el POR(T) levantaba era que los trabajadores de Guantánamo no debían aceptar el despido de un solo trabajador o activista sindical. La campaña antisindical, según ellos, era parte del intento de las autoridades estadounidenses para desmoralizar la fuerza de trabajo y permitir el crecimiento de un movimiento sindical pro-Batista en la región. El artículo observaba también que los propios trabajadores habían formado una guardia para proteger la base de los actos de auto-sabotaje patrocinados por Estados Unidos. La frase aislada pidiendo la expulsión del imperialismo de la base era, en realidad, un lema de propaganda similar a la exigencia de la expulsión del imperialismo norteamericano del Canal de Panamá o del imperialismo británico de las Islas Malvinas. No había otros artículos en Voz Proletaria sobre la base naval de Guantánamo.

Los choques crecientes entre el Che Guevara y los estalinistas a partir de 1961

El proceso de estalinización condujo a una crisis temprana dentro del gobierno revolucionario, cuando Jorge Ricardo Masetti, el periodista que había arriesgado su vida para informar sobre los guerrilleros de Sierra Maestra durante la revolución y a quien le había sido confiada la creación de la agencia de noticias de Cuba, Prensa Latina, fue expulsado de esa institución en abril de 1961, lo que provocó la renuncia de Gabriel García Márquez (Martin, 2009: 262-266).

La disputa con el PSP por el control de Prensa Latina tuvo características gangsteriles: según el testimonio de Edgardo Masetti, hermano de Jorge Ricardo, y de su cuñado, Adolfo Jury, Jorge Ricardo Masetti por entonces sufrió un atentado con disparos de armas de fuego mientras conducía un automóvil. A Masetti también le aflojaron las ruedas del automóvil que utilizaba, pero esto fue descubierto antes de que sucediera un accidente. Ambos hechos no tomaron trascendencia pública (Rot, 2010: 111). Según Gabriel Rot, la disputa giraba

alrededor de un eje central: la hegemonía política en el nuevo poder revolucionario. En esta lucha por el poder político, la estructura del comunismo cubano -el viejo PSP- se lanzará de lleno a la captación de todas las instituciones estatales, sosteniéndose tanto en su mayor estructura partidaria, como en la fuerza que le otorgaba el apoyo soviético al proceso cubano […] El apoyo soviético tendrá como costo la instalación de hombres de su confianza en puestos clave. La hegemonización de esta línea política provocará una lucha intestina en las filas revolucionarias, que se resolverá con el desplazamiento de aquéllos que no comulgaban con el socialismo, primero, y con la cercanía soviética después (Rot, 2010: 112-113, énfasis en el original).

Rot explica que el primer punto en disputa era el rol de las burguesías latinoamericanas y de la lucha armada en la revolución:

Por un lado, los comunistas alineados con Moscú subrayaban la necesidad de estructurar una relación de convivencia con las burguesías nacionales, clase a la que le otorgaban facetas progresistas y hasta revolucionarias. Esta política, ensayada anteriormente por los comunistas cubanos, era oficial en casi toda América Latina, y contaba con el Partido Comunista Argentino como uno de sus principales abanderados. Masetti, como el Che, estaba en las antípodas de esta posición y rechazaba sin medias tintas el supuesto progresismo de la burguesía nacional “y hasta nacionalista en palabras”, puesto que la misma “puede muy bien hacer el juego del colonialismo económico” (Jorge Ricardo Masetti: “Benkhedda en América Latina”, marzo de 1961). Por otra parte, Masetti adscribirá, temprana y públicamente, a las tesis guevaristas de lucha armada, posición que crispaba los nervios de la alta política soviética (Rot, 2010: 116).

Otro punto en disputa entre Masetti y los estalinistas cubanos era la apertura temprana de Prensa Latina a escritores que adoptaban posiciones críticas hacia el estalinismo:

No es de extrañar que, sosteniendo tales posiciones, Masetti convocara a colaborar en Prensa Latina a intelectuales de manifiesto distanciamiento con Moscú, como el caso del norteamericano Waldo Frank, intelectual de izquierda que había sido expulsado del Partido Comunista de Estados Unidos a fines de los años treinta. No caben dudas de que esta incorporación al plantel de Prensa Latina causará un profundo malestar entre los comunistas cubanos, al igual que la inclusión de Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre, cercanos entonces a las posiciones políticas sustentadas por Pekín. Recordando estos casos, García Lupo va a señalar que los comunistas cubanos “estaban furiosos con Masetti y jamás se lo perdonarían” (Rot, 2010: 116-117).

Como era previsible, su reemplazante, el español Fernando Revuelta, que asumió el 13 de mayo de 1961, era miembro del Partido Comunista. El golpe a Masetti -cuyo nombre sería borrado de la historia de Prensa Latina a la antigua usanza estalinista (Bustos, 2007: 461; Rot, 2010: 123)- fue, en realidad, un golpe al Che:

Pero la lucha por la dirección de Prensa Latina no culminaba con Masetti. En el camino había alguien más: su sustento y mentor, el Che.

De alguna manera, la lucha por la hegemonía política en Prensa Latina se convertirá en el primer gran campo de batalla entre los antiguos comunistas y los guevaristas […] La disputa en torno a Prensa Latina se resolverá con la renuncia de Masetti en marzo de 1961, en pleno proceso de avance de los cuadros del PSP, y sin que el Che pudiera evitarlo [.] La crisis suscitada por el control de Prensa Latina pondrá de manifiesto la lucha sin cuartel que las distintas expresiones de la Revolución Cubana librarán en torno a la hegemonía del poder político. Como en toda lucha, la batalla de Prensa Latina dejó vencidos y vencedores. El guevarismo, como expresión radical de la revolución, pagará cara su falta de estructura y organicidad como tendencia. La pérdida de la dirección de la agencia será un golpe durísimo y preludiará inequívocamente la relación enfrentada, y abiertamente hostil en numerosas ocasiones, entre el Che y los viejos comunistas (Rot, 2010: 119, 121, 123, énfasis en el original).

Como resultado de este proceso, el Che cambió gradualmente su actitud hacia los trotskistas cubanos, pasando de denunciarlos como agentes del imperialismo yanqui en 1961 a rescatar de la cárcel a aquellos que todavía podía ayudar en 1964.

El interludio abierto por la invasión a Playa Girón, en abril de y la purga del estalinista Aníbal Escalante el 26 de marzo de bajo la acusación de “sectarismo”, no detuvieron la burocratización del Estado cubano. El Che intentó revertir este proceso llevando la revolución a otros países:

Guevara encarna, pues, la conciencia crítica de la revolución y la convicción de que el proceso revolucionario cubano sólo seguiría su curso si la revolución se extendiese por América Latina. En este sentido, el Che representará al ala revolucionaria de la dirección cubana contra el conservadurismo de la dirigencia del PSP, defensora de una política de repliegue de la revolución fronteras adentro (“tesis del socialismo en un solo país”), de la integración como eslabón menor dentro del bloque soviético y contrario a alterar la “coexistencia pacífica” con intervenciones internacionalistas (Rot, 2010: 245-246).(11)

Las posturas internacionalistas de Guevara condujeron a choques públicos con el estalinismo a nivel internacional, particularmente después de la publicación de su ensayo “La guerra de guerrillas: un método” en la revista Cuba Socialista en septiembre de 1963:

El 11 de noviembre de 1963 aparece un artículo firmado por Demetri Levonov en la versión en español de la Revista de la URSS, titulado “La coexistencia pacífica fortalece el frente de la lucha contra el imperialismo”. De acuerdo con la embajada inglesa en La Habana, “el artículo puede ser leído como una réplica al artículo de Guevara sobre la guerrilla publicado en Cuba Socialista en septiembre, al que contradice francamente (Havana Telegram to Foreign Office, Counter-Revolutionary Activities, January 10, 1964 (Confidential), Foreign Office, F0371/174003, Public Record, Office, London, citado en Castañeda, 1997: 293, nota 2).

Ante la creciente adaptación del Estado cubano al estalinismo, el Che envió a Jorge Ricardo Masetti al mando de media docena de hombres, entre los que se contaba Ciro Bustos, para que intentaran instalar una base guerrillera en Orán, en la provincia argentina de Salta, a fin de permitir su regreso al país al frente de un movimiento revolucionario que rompiera la dependencia de la revolución cubana de la URSS. Este grupo partió en noviembre de 1962 a Checoslovaquia y realizó un periplo que los llevó por Argelia, Bolivia y Argentina. Durante su estadía en Argelia (enero-marzo 1963), el Che envió a Masetti un mensaje, descifrado por Ciro Bustos, que decía: “Nuestra atalaya se hunde lenta pero inexorablemente” (Bustos, 2007: 120). Según Gabriel Rot:

El objetivo del Che no era tan sólo enviar a sus mejores hombres; tenía la intención de incorporarse él mismo [.] Otro elemento que tempranamente evidencia la participación del Che en el proyecto guerrillero tiene que ver con la elección del nombre de guerra que Masetti utilizara en la campana salteña –Comandante Segundo, el cual remitiría a un Comandante Primero que no sería otro que Guevara (Rot, 2010: 186-187).

Pero el intento del así llamado Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) de llevar la revolución a Argentina se frustró, y Masetti mismo murió en abril de 1964, en uno de los grandes fracasos de la estrategia foquista en Latinoamérica.

La intensificación de la represión contra los trotskistas cubanos en agosto de 1962

Hasta mediados de 1962, el POR(T) sólo había sufrido el arresto y la victimización de un miembro, un trabajador ferroviario en Guantánamo, en el período previo a las celebraciones para conmemorar el 26 de julio en 1961. Sin embargo, los ataques del PSP de junio de 1962 sirvieron como preludio a una campaña sistemática de acoso físico a mediados y finales de 1962. Luego de que el PSP se hubiese apoderado de posiciones de liderazgo más seguras y de una mayor influencia en la dirección de la revolución, los líderes trotskistas fueron sometidos a una ronda de arrestos en el período previo e inmediatamente posterior a la celebración de la Segunda Conferencia Nacional del POR(T) entre el 24 y el 26 de agosto de 1962. Cabe destacar que esta conferencia también ratificó su rechazo a la creación de las ORI.(12)

El 18 de agosto de 1962, Idalberto y Juan León Ferrera Ramírez fueron detenidos después de haber distribuido un folleto en un congreso de Cooperativas de la Caña de Azúcar, y el 20 de agosto de 1962, en el aniversario del asesinato de Trotsky, la policía prohibió una reunión conmemorativa en Guantánamo. Inmediatamente después de la Conferencia Nacional del POR(T), el líder del partido en La Habana, Idalberto Ferrera Acosta, fue detenido junto a José Lun- garzo el 30 de agosto de 1962. Al no poder presentar cargos concretos contra el POR(T), los cuatro miembros fueron puestos en libertad el 1° de septiembre de 1962.(13)

La Segunda Conferencia Nacional del POR(T), así como el aumento de la tensión en el período previo a la crisis de los misiles entre el 16 y el 28 de octubre de 1962, estimularon a los trotskistas cubanos a producir un boletín quincenal mimeografiado tamaño A4 a partir de septiembre de 1962, bajo el nombre de su antiguo periódico, Voz Proletaria. Los trotskistas afirmaban que tenía una tirada de 1.000 ejemplares. Aunque este boletín mimeografiado no estaba oficialmente prohibido, la solicitud de que fuera impreso en las imprentas estatales fue rechazada formalmente en noviembre de 1962 con el argumento de que no había papel. A pesar de la intensificación del acoso, los trotskistas una vez más rechazaron la opción de publicar su órgano de manera clandestina. Si bien no fueron capaces de influir en la configuración política de ningún sindicato u organización revolucionaria fuera de los centros en los que su pequeño grupo de miembros operaba, la decisión de publicar la dirección pública del partido, así como el apartamento de Idalberto Ferrera Acosta, y de distribuir abiertamente el boletín, fue de nuevo importante como un gesto simbólico. Era parte de la lucha por la existencia legal de todas las tendencias revolucionarias en lo que ellos consideraban el Estado obrero de Cuba (Gilly, 1979).

Desde el lanzamiento del boletín Voz Proletaria, en septiembre de 1962, hasta la disolución forzada del POR(T) como un partido organizado, en abril de 1965, la actividad de los trotskistas estuvo marcada por una represión creciente. En el momento de la crisis de los misiles en octubre de 1962, la regional de Guantánamo sufrió la detención de su líder, José Medina, y la transferencia de un número de sus miembros de sus lugares habituales de trabajo. En La Habana, el enviado argentino José Lungarzo fue detenido de nuevo el 30 de octubre de 1962 y finalmente deportado a la Argentina el 21 de diciembre 1962, sin aparente preocupación por su vida o su libertad al llegar allí.(14)

El 6 de marzo de 1963, los órganos de Seguridad del Estado confiscaron los equipos de impresión de Voz Proletaria y detuvieron a Idalberto Ferrera Ramírez, su editor, por un día. Aunque este tipo de actos de represión se habían realizado con anterioridad a iniciativa de un sector del aparato policial y estatal influenciado por el PSP, después de que las ORI dieron paso al Partido Unido de la Revolución Socialista (PURS), los trotskistas cubanos comenzaron a atribuir la responsabilidad por las medidas represivas al gobierno revolucionario. Refutando las acusaciones de “divisionismo”, el POR(T) también se refirió a las medidas represivas como “chantaje y terrorismo político” (“Sobre un nuevo ataque reaccionario antitrotskista”, Voz Proletaria, La Habana, segunda quincena de marzo de 1963, pág. 2).

El acoso se intensificó a mediados de 1963. Varios trotskistas fueron trasladados por la fuerza a nuevos centros de trabajo en los que no tenían contactos o influencia. La edición de finales de mayo de 1963 de Voz Proletaria informó cómo se propuso a una reunión de trabajadores la transferencia de Roberto Tejera, acusándolo de ser un “divisionista trotskista”. Si bien esto fue rechazado por la reunión, intentos de poner en práctica las transferencias fueron realizados en otros lugares. El 8 de junio de 1963, Andrés Alfonso fue detenido y amenazado por los Servicios de Seguridad del Estado y, aunque fue liberado al cabo de unas horas, se le impidió de esta manera asistir a una reunión sindical. A pesar de las protestas de sus compañeros de trabajo contra tales intimidaciones, Andrés Alfonso fue trasladado a otro centro de trabajo fuera de La Habana. El POR(T) afirmó que esto constituía un despido de hecho (“Hay que acabar con la utilización de los traslados como represalia burocrática”, Voz Proletaria, La Habana, N° 31, segunda quincena de julio de 1963, pág. 8, en Tennant, 1999).

En Guantánamo, una sanción similar de transferencia fue propuesta en el caso de José Medina. Según Voz Proletaria, su traslado de los ferrocarriles a una granja fue propuesto como castigo por la publicación de un folleto llamando a la democracia sindical. Medina fue después suspendido de su trabajo sin goce de sueldo. El despido de los trotskistas de sus lugares de trabajo los apartó del entorno sindical local, en el que tenían un historial probado de dedicación al movimiento obrero (“Atentado burocrático en Guantánamo contra nuestro camarada José Medina”, Voz Proletaria, La Habana, N° 34, primera quincena de febrero de 1964).

Después de más de nueve meses de trabajo periodístico y de actividad en Cuba, desde julio de 1962 hasta octubre de 1963, Adolfo Gilly fue detenido y deportado a Europa (Gilly, 1979). Gilly es autor de un excelente informe sobre la Cuba revolucionaria titulado Cuba: Coexistencia o revolución (Gilly, 1965a), originalmente publicado en Partisans y en el periódico uruguayo Marcha, y más tarde en forma ampliada en Monthly Review, cuyos contenidos reflejan, según sus propias palabras, “las posiciones, el análisis, e incluso el pensamiento táctico de los trotskistas cubanos” (Gilly, 1979). Dicho informe partía de la base de que existían dos tendencias en disputa en el seno de la dirección revolucionaria:

La tendencia que defiende la coexistencia [pacífica con el imperialismo, impulsada por la burocracia soviética y los cuadros del ex PSP], los incentivos materiales, la pausa en la revolución para la construcción económica, separación de la revolución latinoamericana para no provocar la intervención imperialista, la pacificación, sostiene que es hora de fortalecer las posiciones conquistadas para luego seguir adelante.

La tendencia [impulsada por el Che Guevara] que se orienta hacia la revolución en América Latina, la conciencia socialista, el igualitarismo, la extensión de la revolución, sostiene que sólo avanzando con la revolución en el mundo se puede fortalecer la propia revolución cubana y que, al contrario, cortarla de esa fuente de fuerza y energía es debilitarla, aislarla y dejarla indefensa ante sus enemigos (Gilly, 1965a: 85).

La expulsión de Adolfo Gilly de Cuba tuvo lugar poco después de la publicación por el POR(T), en septiembre de 1963, del folleto Las tareas económicas y la política del Estado obrero, que Gilly había escrito bajo un seudónimo, y unas semanas después de un Congreso Internacional de Arquitectura en el que los trotskistas habían intervenido como una fracción organizada.

Las medidas tomadas contra los trotskistas cubanos llevaron progresivamente a cargos criminales y a un juicio. El 9 de noviembre de 1963, cuando Andrés Alfonso fue a discutir la posibilidad de su regreso a su lugar de trabajo original, fue detenido por distribuir copias de Voz Proletaria a sus compañeros de trabajo (“Por la libertad de los trotskistas presos”, Voz Proletaria, La Habana, N° 40, segunda quincena de diciembre de 1963, págs. 12-13, en Tennant, 1999).

Después de que la compañera de Alfonso Floridia Fraga protestara contra su detención en su Comité de Defensa de la Revolución, ella también fue detenida el 1° de diciembre de 1963. Esto fue seguido por la detención de Ricardo Ferrera el 2 de diciembre 1963, después de que fuera a hacer averiguaciones sobre ella (“Luchar por libertar los trotskistas presos es luchar por la revolución contra la burocracia”, Voz Obrera, México, N° 42, primera quincena de enero de 1964, págs. 6-7). Aunque el POR(T) celebró su Tercera Conferencia Nacional de enero de 1964, esta ronda de arrestos anunció el comienzo del fin para el POR(T) como partido organizado (“Se celebró la III Conferencia Nacional del Partido Obrero Revolucionario Trotskista”, Voz Proletaria, La Habana, N° 42, segunda quincena de enero de 1964, pág. 1, en Tennant, 1999).

De acuerdo con un informe de la revista trotskista norteamericana Spartacist, basado en una entrevista con Juan León Ferrera, en la primavera de 1964, los tres fueron llevados a un juicio cerrado al público, acusados de: 1) la distribución de un documento ilegal, 2) la promoción del derrocamiento del gobierno cubano y 3) ser críticos de Fidel Castro. Floridia Fraga y Ricardo Ferrera fueron condenados a dos años cada uno, mientras que Andrés Alfonso recibió una sentencia de cinco años (Spartacist, 1965a).(15)

La represión continuó cuando Roberto Tejera fue arrestado después de que fuera a preguntar acerca de sus tres compañeros. Entonces, el secretario general del POR(T), Idalberto Ferrera Acosta, fue detenido en su casa. Como su apartamento también servía como oficina del POR(T), fueron confiscados numerosos ejemplares del periódico y otros documentos. Después de un juicio en el que ambos fueron declarados culpables, como los demás, de los cargos de supuesta actividad contrarrevolucionaria, Tejera fue condenado a seis años de prisión y Ferrera recibió nueve años, la sentencia más severa (Spartacist, 1965a: 12-13).

Che Guevara y el debate económico en Cuba (junio de 1963 – junio de 1964)

En el marco de esta creciente represión tuvo lugar un debate sobre la política económica en Cuba entre junio de 1963 y junio de 1964. El trasfondo al debate económico que comenzó en junio de 1963 fue la crisis que experimentó la economía cubana entre 1961 y principios de 1962, debido a una combinación de factores entre los que se cuentan el embargo comercial norteamericano impuesto en octubre de 1960, la fijación de metas excesivamente ambiciosas de industrialización y diversificación a corto plazo, lo que el Che Guevara llamó la “declaración de guerra a la caña de azúcar” (la zafra se redujo de 6.800.000 toneladas en 1961 a 3.800.000 toneladas en 1963, aunque el azúcar constituía más de las tres cuartas partes de las exportaciones cubanas) y el deseo de crear fábricas “sin pensar en la materia prima para las mismas” (Revolución, 21 de agosto de 1963, citado en Draper, 1966: 192). Guevara había actuado de forma breve como director del Departamento de Industrialización del Inra, a partir del 8 de octubre de 1959. Fue nombrado presidente del Banco Nacional el 26 de noviembre de 1959, cargo que dejó el 23 de febrero de 1961 para convertirse en ministro de Industrias de Cuba.

La crisis económica hizo necesaria la introducción de la cartilla de racionamiento o libreta de abastecimiento mediante la Ley 1.015, promulgada el 12 de marzo de 1962,

lo cual a su vez provocó la inflación, porque la población urbana tenía más para gastar pero menos que comprar. La espiral inflacionista atacó a los trabajadores, que ya no tuvieron incentivos para esforzarse en lograr aquello que de todas maneras no podían obtener. El ausentismo comenzó a alcanzar proporciones alarmantes entre los trabajadores, porque éstos descubrieron que dos o tres días de trabajo bastaban para adquirir lo poco que podía obtenerse. También se resintió la calidad del trabajo al decaer la moral y reducirse el poder adquisitivo real (Draper, 1966: 177-178).

La rebeldía del campesinado, también producto de la crisis económica, condujo, a su vez, a la adopción de medidas represivas contra la población rural a mediados de 1962 y a la promulgación de la “Segunda Ley de Reforma Agraria” de octubre de 1963, la cual limitó el tamaño de las propiedades permitidas a 33 hectáreas.

Finalmente, “a fines de 1961 o principios de 1962, los soviéticos dieron la voz de alto y exigieron una rendición de cuentas”, lo cual condujo en marzo de 1962 a la purga de Aníbal Escalante, cuyo destino “fue pronto compartido por el embajador soviético en La Habana, Serguei Mijailovich Kudryavtsev” (Draper, 1966: 186-187). Pero este cortocircuito en las relaciones con la burocracia soviética fue de corta duración y, un año después, el 27 de abril de 1963, Fidel Castro realizó su primera visita a la URSS, que duró cuarenta días. En el transcurso de esta visita, en la que Guevara declinó participar “a pesar de una invitación explícita al Che del embajador soviético”, Castro firmó una serie de acuerdos que significaron un viraje profundo en la política económica cubana:

El principal convenio surgido del viaje de Fidel fue asignarle a Cuba el inevitable y triste destino de productor de azúcar y algunas otras materias primas y agrícolas en la división socialista del trabajo, abdicando ahora explícitamente de lo que en los hechos se había abandonado hace varios meses, a saber, el esfuerzo de industrialización. El Che no perdonará a la URSS tan fácilmente como Fidel su traición de octubre [una referencia a la crisis de los misiles entre el 16 y el 28 de octubre de 1962], y no se resignará tan fácilmente como el caudillo a la dependencia soviética (Castañeda, 1997: 297).

Este giro en la política económica cubana se profundizó en los meses siguientes:

Durante una segunda visita a Moscú en enero de 1964, Castro firmó un acuerdo a largo plazo para que la Unión Soviética comprara la mayor parte de la cosecha de azúcar de Cuba a un precio superior a la tasa internacional, mientras que Cuba importaba maquinaria industrial y fábricas incluso enteras de la Unión Soviética. Cuba se comprometió a exportar cinco millones de toneladas de azúcar ese año, mientras que, de acuerdo con el plan de cinco años para 1965-70 (elaborado conjuntamente con expertos soviéticos), esta cuota debía aumentar hasta diez millones de toneladas en 1970 (Caistor, 2013: 77-78).

En este marco se dio el debate económico en Cuba, poco después del regreso de Castro de su primer viaje a la Unión Soviética. En dicho debate, Guevara se opuso a la descentralización de la economía, preconizó el empleo de estímulos morales en lugar de estímulos materiales a fin de evitar el aumento de las diferencias sociales, así como el “sistema presupuestario de financiamiento” (es decir de la centralización en la planificación) por oposición a la autonomía financiera de las empresas.

El debate estuvo viciado por la exclusión de las masas de la toma de decisiones. Según el testimonio contemporáneo de Gilly, de octubre de 1963, “hoy la población cubana no interviene todavía en la decisión de los problemas fundamentales de la planificación y de la economía, salvo bajo la forma de su presión social general y difusa” (Gilly, 1965a: 42). Esto se debía a la censura y a la ausencia de órganos de autogobierno de las masas dirigidos por representantes libremente electos:

La prensa cubana es una calamidad nacional que causa más daños que el ciclón Flora. Más que un medio informativo, es una barrera defensiva contra la presión de abajo, un medio uniformativo que se permite discutir sobre crítica de arte o de cine, pero jamás disentir o criticar, o proponer alteraciones en tal o cual decisión del gobierno. Esto es una evidente deformación de los principios socialistas, como lo es la existencia de una oficina, la Comisión de Orientación Revolucionaria (COR), que controla toda la prensa y todas las ediciones y publicaciones, de modo que en Cuba no se puede imprimir sino lo que la COR autoriza. A esto hay que agregar que tampoco hay hasta ahora cuerpos electivos con delegados o diputados de la población trabajadora, como fueron los soviets en la revolución rusa, que permitan la expresión directa y organizada de lo que piensan los distintos sectores y corrientes de esa población sobre cada problema importante (Gilly, 1965a: 33).

Según Gilly, “es la tendencia a la centralización de la economía [representada por el Che Guevara y el Ministerio de Industrias] la que expresa la presión de la base hacia una participación directa en las decisiones económicas centrales. Pero lo expresa indirectamente, porque al mismo tiempo no ofrece a la base los organismos que le permitan esa participación” (Gilly, 1965a: 45). Incluso la tendencia liderada por el Che Guevara se oponía a desarrollar “los organismos que en una democracia socialista manifiestan la voluntad de la población: soviets, consejos obreros, sindicatos independientes del Estado, etc.” (Gilly, 1965a: 45). Esto atentaba contra el equilibrio de la planificación, ya que

las masas no sólo carecen de los organismos políticos para opinar y decidir sobre las proporciones y la estructura del plan. Tampoco los tienen para corregir el plan en el curso de su aplicación, para señalar los errores que van surgiendo, para indicar las desproporciones a tiempo. De esto resulta que los errores y desproporciones, cuando se corrigen, ya han estado actuando durante un período mucho más largo del necesario y terminan presentándose bajo la forma de pequeñas crisis en tal o cual sector, con todo el despilfarro que significa siempre una crisis. Pero la dirección carecía de los medios para darse cuenta antes de hechos que desde abajo eran vistos por sectores enteros de la población trabajadora: por ejemplo, los errores cometidos con la matanza de hacienda en el primer período de la revolución, los errores del desmonte de extensiones enormes de caña que luego debieron volver a cultivarse, o los errores más elementales de mala ubicación de fábricas, instalaciones, cultivos, etc., que no se ven desde las oficinas del plan, pero que los obreros y campesinos indicaban en críticas y comentarios que no tenían y no tienen los medios para llegar hasta arriba con peso de decisión (Gilly, 1965a: 46).

Gilly sacaba de este análisis la conclusión de que “son fútiles los intentos de presentar la discusión sobre la planificación y los problemas de la planificación cubana como problemas meramente técnicos”, porque “todas las discusiones aparentemente económicas o teóricas” eran “sólo el reflejo invertido y borroso de los problemas políticos de fondo que enfrenta la revolución cubana y todo el campo socialista” (Gilly, 1965a: 52).

Debido a la manera deformada en que el proceso de construcción económica tuvo lugar, el régimen viró de una política inicial de industrialización y diversificación al retorno al monocultivo de azúcar para obtener divisas del extranjero:

-En realidad el cambio total de la política cubana a fines de 1963 constituyó en gran medida una derrota para algunas de las ideas favoritas de Guevara. Él había sido el primero en emplear la consigna de la “industrialización acelerada”. Él había desempeñado el papel principal en la negociación de los convenios comerciales con el bloque soviético. Y él había esbozado la teoría de que el “socialismo cubano”, a diferencia de otras variedades, debería basarse predominantemente en incentivos “morales” y no “materiales” (Draper, 1966: 198).

Sin entrar en los detalles técnicos del debate (ver los documentos en Guevara, 1969 y Guevara, 2003), señalaremos que detrás de las críticas de Guevara al imperio de la ley del valor se ocultaba su temor a una posible restauración del capitalismo. Lo dice claramente en las conversaciones sostenidas en el Ministerio de Industrias el 5 de diciembre de 1964: “es evidente que donde se utiliza, al hablar de métodos indirectos, la ley del valor, exactamente allí estamos metiendo el capitalismo de contrabando, porque en todo caso en Cuba todavía existe una serie de categorías del capitalismo que estamos reintroduciendo en el sector estatal” (actas de reuniones efectuadas en el Ministerio de Industrias, 5 de diciembre de 1964, en Guevara, 2006: 411). Guevara manifestó el mismo temor en una entrevista concedida al diario El-Taliah (La Vanguardia) de El Cairo, en abril de 1965, en la que afirmó que “los países socialistas, y particularmente en la Unión Soviética”

trataron de darle una oportunidad mayor al desarrollo de la ley del valor, y permitirle que produjera todos sus efectos. Por lo tanto, introdujeron competencias entre los diversos proyectos e introdujeron incentivos materiales, bien en forma individual o de grupo. Pero la definición del capitalismo es: dar libre movimiento a la ley del valor. Cada vez que le damos mayor libertad a la ley del valor, nos acercamos otra vez al capitalismo.

Hay un estudio hecho por Huberman y Sweezy en que analizan la crítica china a Yugoslavia y la acusación de que está retornando al capitalismo [Leo Huberman y Paul Sweezy, “¿Transición pacífica del socialismo al capitalismo?”, Monthly Review, N° 8, abril 1964]. Ellos refutan el razonamiento chino y prueban que está basado en el dogmatismo, pero después reafirman que Yugoslavia es, de hecho, un país capitalista, explican cómo el sistema yugoslavo está regresando al capitalismo, y hacen hincapié en que la ley del valor, en realidad, está ganando terreno.

El experimento del regreso a la ley del valor comenzó en Yugoslavia y fue entonces adoptada en diversos grados por Polonia y Checoslovaquia, y la Unión Soviética comenzó experimentos similares. Hemos discutido esta idea con algunos representantes de la nueva escuela en la Unión Soviética y les hemos dicho que diferimos de ellos en el terreno metodológico; y hemos expresado nuestra crítica del método de contabilidad que están empleando para aumentar la rentabilidad. En nuestra opinión, ellos buscan caminos que les permitan estimular el progreso técnico, pero no buscan la ley básica del socialismo. Yo hablé personalmente con Kollontai, uno de los economistas de la nueva escuela. El admite que hay asuntos que requieren estudio, y yo creo que no quiso hablar con suficiente franqueza (Guevara, 2006: 429-430).

Guevara ya había hecho referencia a este artículo de Baran y Sweezy en el acta de la reunión efectuada en el Ministerio de Industrias el 2 de octubre de 1964, que permaneció inédita hasta el año 2003:

Sweezy hace un análisis de los planteamientos de los chinos y los destruye, uno por uno, los va destruyendo diciendo que hay unos planteamientos subjetivos, planteamientos dogmáticos, planteamientos formales, pero después de destruir los argumentos chinos, no obstante dice: “Yugoslavia sí va al capitalismo”. Y va al capitalismo, ¿por qué? Es la primera vez que lo veo, lo veo nombrado así, expresamente, por el reconocimiento y la plena vigencia de la ley del valor. Entonces empieza a explicar cómo el sistema yugoslavo al implantar la ley del valor empieza a crear, es decir a recrear objetivamente, el capitalismo (Guevara, 2006: 380-381).

Finalmente, el mismo temor a la restauración capitalista (plenamente fundado, como la historia lo probaría un cuarto de siglo más tarde) se manifiesta en los apuntes críticos de Guevara al Manual de Economía Política de la Academia de Ciencias de la URSS, redactados en 19651966, pero recién publicados por el gobierno cubano en 2004: “Las últimas revoluciones económicas de la URSS se asemejan a las que tomó Yugoslavia cuando eligió el camino que la llevaría a un retorno gradual hacia el capitalismo. El tiempo dirá si es un accidente pasajero o entraña una definida corriente de retroceso” (Guevara, 2006: 125).16

Guevara perdió el debate en torno a la política económica, y sus seguidores y él mismo fueron cada vez más marginados del proceso de fijación de la misma:

Cuando, el 3 de julio de 1964, el Che pierde el control de la industria del azúcar, que pasa a conformar un ministerio separado -ciertamente dirigido por Orlando Borrego, uno de sus colaboradores más cercanos- escucha pasos en la azotea. En ese mismo instante, Osvaldo Dorticós sustituye a Regino Boti en el Ministerio de Economía, y es designado jefe de la Juceplan [Junta Central de Planificación]; es un segundo golpe contra el Che, no porque mantenga una mala relación con Dorticós, sino porque se crea un polo alternativo, igualmente poderoso que él, en la conducción de la economía (Castañeda, 1997: 320).

Las desavenencias entre Fidel Castro y el Che Guevara sobre la política económica se vuelven públicas, aunque en forma velada, al año siguiente:

Empieza el 21 de enero [de 1965], cuando el comandante en jefe anuncia que para la zafra de ese año los mejores cinco mil macheteros recibirán diversos premios, tales como motonetas, viajes al extranjero y vacaciones en hoteles cubanos de primera clase: era el fin de los estímulos morales. Asimismo, desde diciembre del año anterior, el gobierno había anunciado un programa piloto de salarios contractuales, de reparto de utilidades y de premios para los trabajadores en general. Posteriormente, en su discurso del 26 de julio en Santa Clara, con un inmenso retrato del Che de telón de fondo, Castro despotrica contra los estímulos morales y la centralización administrativa (Fidel Castro, discurso del 26 de julio, citado en Bohemia, La Habana, 30 de julio 1965: 35, en Castañeda, 1997: 368).

El 28 de septiembre de 1965, Fidel Castro vuelve a la carga, aseverando en un discurso que es “un defensor del desarrollo de la administración local” (Castro, 1965: 232). Finalmente, el equipo de colaboradores del Che en lo relativo a la política económica cubana fue marginado de los órganos centrales del Estado a fines de 1965:

los países imperialistas reciben las migajas de la explotación colonial y se vuelven cómplices de los monopolistas; los obreros de los países dependientes reciben un salario varias veces menor, pero un salario al fin y tienen cierta estabilidad en sus puestos, sobre los que pesa una gran oferta de trabajo de campesinos sin tierra y desclasados; los campesinos de estos países son despojados de sus tierras para crear la posesión latifundista y la oferta de trabajo; su economía natural desaparece y nada la reemplaza, son los auténticos miserables de este momento en la gran mayoría de los países. Son la fuerza revolucionaria” (Guevara, 2006: 93-94).

Con el anuncio del Comité Central del Partido Comunista el 1° de octubre [de 1965], estaba claro que Guevara, sus seguidores y sus políticas estaban en desgracia. Los únicos tres ministros excluidos del Comité Central fueron Luis Alvarez Rom (el ministro de Hacienda, que se había puesto del lado de Guevara en la disputa del Banco Nacional), Orlando Borrego (el discípulo más cercano de Guevara) y Arturo Guzmán (el ministro interino de Industrias). Salvador Vilaseca Forné (el ex presidente del Banco Nacional) también fue excluido. Estos cuatro fueron los únicos cubanos de alto nivel no incluidos en el Comité Central -y también eran los únicos que habían estado íntimamente involucrados en las políticas económicas de Guevara. Por otra parte, el nuevo Comité Económico de cinco hombres del partido fue encabezado por el presidente Dorticós y dotado de personal con opiniones económicas “liberales” (CIA, 1965: 8).

Hemos citado el último párrafo de un informe contemporáneo de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense, fechado el 18 de octubre de 1965, que reseña el debate económico en Cuba bajo el título “La caída del Che Guevara y el perfil cambiante de la Revolución Cubana” (CIA, 1965). La última sección de dicho artículo, titulada “Cuba sin Guevara”, concluye que la derrota de Guevara significó el triunfo del ala pro-Moscú del liderazgo revolucionario cubano:

No hay duda de que la posición más cautelosa de Castro sobre la exportación de la revolución, así como su enfoque económico diferente, llevaron a la caída del Che. Castro dijo recientemente que la revolución cubana debe encontrar soluciones de acuerdo con su propio “espíritu y peculiaridades”. Pero de ahora en más Cuba probablemente modelará tanto su política nacional y como su política exterior más de acuerdo con los consejos soviéticos (CIA, 1965: 8).

El Che Guevara interviene en 1964 para liberar a los trotskistas encarcelados

En 1964, el destino de los trotskistas cubanos presos en la primera ronda de juicios políticos estuvo condicionado por la intervención del Che Guevara. Un número de trotskistas latinoamericanos se había incorporado a sus diversos proyectos guerrilleros, y Guevara ya no tenía necesidad de apoyar la represión de los trotskistas con el fin de defender una posición política que había perdido. Según su biógrafo Jorge Castañeda:

Durante ese largo 1964, cuando el Che pierde a sus amigos y sus batallas, en el que emprende infinidad de luchas y polémicas sobre innumerables temas conflictivos y cruciales para la revolución cubana, comprueba dos características inconfundibles de su desempeño. Por un lado, Castro lo quiere, lo respalda en sus desorbitados proyectos argentinos, argelinos, venezolanos y, ahora, africanos. Nunca le regatea el lugar que se ha ganado, ni le reprocha sus deslices o exabruptos.

No tiene, por tanto, nada que reclamarle. Pero también comprueba que Fidel no toma su partido. Coyuntura tras coyuntura, pleito tras pleito, el Che comienza a entender que está solo; no contra Fidel, pero tampoco con él. La situación del Che es insostenible, como lo es el par de posibles consignas que la resumen: con Castro, ni matrimonio ni divorcio; ni con Fidel ni en contra de él. Nada tan insoportable para Ernesto Che Guevara como esta madeja de ambivalencias, contradicciones y media luz crepuscular. Era hora de marcharse (Castañeda, 1997: 336).

Desilusionado con Moscú y derrotado en las luchas internas en el seno del liderazgo cubano, Guevara comenzó a actuar de manera independiente y a expresar cada vez más sus propias convicciones personales. Jugó un papel decisivo en la liberación de varios de los miembros del POR(T) presos en la cárcel de La Cabaña en La Habana. Roberto Tejera fue puesto en libertad por orden de Guevara el día después de haberse entrevistado con el Che. También Armando Machado salió de la cárcel en La Habana por iniciativa de Guevara (entrevista concedida por Roberto Tejera a Gary Tennant, La Habana, 17 de agosto de 1997).

Sin embargo, en Oriente, donde Guevara tenía poca influencia, la represión contra el POR(T) continuó y finalmente culminó con la detención de su seccional Guantánamo a finales de 1964 y principios de 1965, menos de un año antes de la fundación formal del nuevo Partido Comunista de Cuba, el 3 de octubre de 1965. Con la mayoría de los miembros del POR(T) en prisión, el boletín mimeografiado Voz Proletaria cesó su publicación y su pequeña pero simbólica intervención en las instituciones revolucionarias fue eliminada. La naturaleza política de esta represión en 1964-1965 fue demostrada por el hecho de que las autoridades no arrestaron a Mary Low Machado, una participante en las reuniones del POR(T), debido a la protección que su pasaporte extranjero le concedía, ni a Juan León Ferrera Ramírez, porque había trabajado para Guevara (entrevista concedida por Idalberto Ferrera Acosta y Juan León Ferrera Ramírez a Gary Tennant, La Habana, el 26 de julio de 1997).

En Santiago de Cuba, José Medina Campos, Idalberto Ferrera Ramírez, Luciano García, Elías Suárez, Antonio Medina Campos y Guido Brañas Medina fueron todos acusados de delitos contra el Estado. El tribunal que discutió su causa en marzo de 1965 los declaró culpables de llegar a un acuerdo entre ellos y con terceros aún desconocidos para conspirar contra el gobierno cubano:

Organizaron un movimiento contrarrevolucionario al que denominaron “Partido Obrero Revolucionario Troquista”. [….] Siguiendo las orientaciones del Imperialismo yanki formaban un círculo de estudio en el que ventilaban la mayor forma de sembrar el confusionismo y el divisionismo entre la población cubana [….] así como editaron un boletín contrarrevolucionario al que [….] denominaron “La Voz Proletaria” en el que publicaron falsas noticias e informaciones y poniendo en circulación un gran cantidad de propaganda contrarrevolucionaria [….] difamando a los líderes de la Revolución y criticando a las Leyes de la Revolución (Informe de la sentencia N° 124, Santiago de Cuba, 16 de marzo de 1965, pág. 1-2, citado en Tennant, 1999).

Según el tribunal, toda esta actividad se llevó a cabo, al parecer, mientras los trotskistas esperaban el desembarco de mercenarios que intentarían derrocar violentamente al gobierno cubano. Idalberto Ferrera Ramírez fue condenado a ocho años de prisión, José Medina recibió cinco años y Luciano García, Elías Suárez, Antonio Medina y Guido Brañas recibieron sentencias de tres años cada uno (Informe de la sentencia N° 124, Santiago de Cuba, 16 de marzo de 1965, pág. 2, citado en Tennant, 1999).

En La Habana, Roberto Acosta también fue detenido a principios de 1965 después de que una versión mimeografiada de La revolución traicionada de Trotsky, con una nueva introducción cubana, fuera impresa en su casa. Cuando Guevara regresó de África al parecer se dio cuenta del arresto y la detención de Acosta, debido a la ausencia del trotskista de su puesto de trabajo en el Ministerio de Industrias. Guevara llamó a Acosta a una reunión en abril de 1965. Según Acosta, aunque la reunión se llevó a cabo en presencia de funcionarios del Departamento de Seguridad del Estado (G-2), Guevara expresó la opinión de que Acosta era un revolucionario, de que si los trotskistas creían que tenían razón debían continuar la lucha para alcanzar sus objetivos, y de que en algún momento en el futuro, las publicaciones trotskistas serían legales. Guevara le dijo: “Acosta, las ideas no se matan a palos”. Esta referencia a “Las ideas no se matan” (“On ne tuepoint les idées’), una frase escrita por Domingo Faustino Sarmiento en la Sierra Chica de Zonda, en San Juan, en su paso para el exilio a Chile, confirma la autenticidad del testimonio, que difícilmente podría habérsele ocurrido a un cubano no familiarizado con la historia argentina.(17) Prometiéndole que iba a ser liberado en breve, Guevara aparentemente cerró la reunión con Acosta con un abrazo y las palabras: “Nos veremos en las próximas trincheras” (manuscrito de una entrevista concedida por Roberto Acosta Hechavarría a Tano Nariño, La Habana, 13 de abril de 1990, págs. 1-2, citado en Tennant, 1999).

Unos días más tarde, los funcionarios de la Dirección General de Inteligencia volvieron con la propuesta de que todos los trotskistas serían liberados a condición de que acordaran cesar toda actividad organizada y de que se abstuvieran de publicar cualquier material. Si bien durante los períodos anteriores en prisión los trotskistas habían llevado a cabo un trabajo político entre los otros prisioneros, elaborando planes de reeducación que defendían la revolución al mismo tiempo que la defensa de su propio programa y del derecho del POR(T) a la existencia legal, consideraciones políticas diferentes tuvieron prioridad en esta oportunidad. Cuando comenzaron a plantearse preguntas sobre el paradero de Guevara, luego de su desaparición de la vida pública, se hizo evidente para los trotskistas que ya no tenían ningún tipo de protección ante la perspectiva de largos períodos de encarcelamiento.

Roberto Acosta e Idalberto Ferrera Ramírez viajaron a raíz de esto a Santiago de Cuba, donde en una reunión en la que participaron los trotskistas encarcelados, sus familiares y simpatizantes, así como los servicios de seguridad, Ferrera habló en nombre del POR(T). Aunque reiteró la posición del POR(T) en defensa incondicional de la revolución cubana, mientras criticaba los aspectos burocráticos de la revolución, también habló de la necesidad de la unidad. Habiendo acordado disolver el POR(T) y dejar de publicar el periódico Voz Proletaria y todo otro material trotskista, los trotskistas encarcelados fueron puestos en libertad hacia finales de abril de 1965 (Spartacist, 1965b).

La renuncia del Che a sus cargos gubernamentales y a la ciudadanía cubana en 1965

El Che disparó su andanada de despedida contra los estalinistas en su famoso discurso de Argel, el 24 de febrero de 1965, en el cual denunció a los Estados estalinistas por “su complicidad táctica con los países explotadores de Occidente” y a “las nacientes burguesías autóctonas” (con las que los partidos comunistas llamaban a conformar un “Frente Democrático antioligárquico y antiimperialista”), a las que acusó de ser una clase “parasitaria y en estrecha alianza con los intereses metropolitanos” (Guevara, 1969: 160). Este discurso marcó, en palabras de Theodore Draper, “el punto de mayor tirantez entre la URSS y Cuba”:

Pero, como sucede con frecuencia en crisis de este tipo, se logró un nuevo modus vivendi y, por lo menos exteriormente, las relaciones soviético- cubanas comenzaron a mejorar de golpe. Alguien debía ceder y esta vez los soviéticos tenían aparentemente las mejores cartas. A medida que la política económica de Castro fue llevando a Cuba más y más hacia un verdadero monocultivo azucarero, su dependencia de la Unión Soviética aumentó hasta convertirse casi en una subordinación absoluta. Hacia mediados de 1965 el precio mundial del azúcar era tan bajo -sólo 1,90 centavos de dólar por libra el 14 de junio- que la mayor producción, poco más de 6.000.000 de toneladas, valía mucho menos que la cosecha de 4.420.000 toneladas obtenida un año antes. Puesto que los soviéticos habían acordado comprar 2.100.000 toneladas a 6 centavos por libra en 1965, estaban subvencionando virtualmente un tercio de la producción cubana y otro tercio tuvo que venderse en el mercado mundial a menos del costo. Sin la cooperación soviética, la economía azucarera de Castro habría provocado una crisis sin precedentes por falta de acuerdos de trueque con el bloque soviético y por falta de divisas en el mercado mundial.

Después del 14 de marzo [de 1965] no se oyó hablar más de Guevara durante varios meses. Fue separado de su cargo en el Ministerio de Industrias. Aunque en junio Castro creyó conveniente tranquilizar al pueblo cubano diciéndole que Guevara seguía disfrutando de su favor, resultaba difícil ignorar la extraña coincidencia que había entre el renovado acuerdo soviético-cubano y la “desaparición” pública de Guevara (Draper, 1966: 259-260).

El 3 de octubre de 1965, con motivo de la presentación del Comité Central del recién fundado Partido Comunista de Cuba, Fidel Castro anunció la salida del “Che” Guevara de Cuba y la renuncia a todos sus cargos militares y gubernamentales. “Cuando el Che estaba en el Congo, en vísperas de la derrota, Fidel Castro, incomprensiblemente, publicó la carta de despedida del Che, dejándolo sin retirada posible” (Vázquez-Viaña, 2008: 319).

Inmediatamente después de la lectura de la carta de despedida del Che por Fidel Castro, Adolfo Gilly ofreció una interpretación sumamente interesante de la ruptura en el seno de la cúpula cubana, que complementa los análisis ofrecidos en su libro Cuba: coexistencia o revolución. Según Gilly, la renuncia del Che no era “una cuestión personal, sino un hecho político”, porque “detrás de esta crisis en la cumbre máxima de la revolución cubana” se escondía “la cuestión central”: “cuál es el programa para el avance de la revolución”.

La polémica entre el Che y la tendencia conservadora, pro-Moscú, en la dirección de la revolución, es antigua. Si ahora ha salido a luz -aún bajo la apariencia de una decisión personal- provocando el retiro del segundo dirigente de Cuba, es porque las fuerzas que la promovían han acumulado una presión que ya no podía ser contenida en las discusiones interiores. Esas fuerzas no son solamente cubanas, sino mundiales.

Sin un programa netamente definido y con expresiones confusas, el Che representaba en la alta dirección la tendencia revolucionaria que se inclinaba hacia la extensión de la revolución a América Latina como vía para consolidar la revolución cubana. El programa de extender la revolución va unido a la defensa de la igualdad dentro del propio Estado obrero, a la lucha contra los privilegios de la burocracia estatal y partidaria, a la idea de elevar la producción, no a través de la [des]igualdad salarial y los estímulos materiales, sino acudiendo al sentimiento y a la conciencia socialista de las masas cubanas.

La línea del Che chocaba con toda la política interna e internacional de la dirección de la Unión Soviética y con la que sus representantes y partidarios llevaban dentro de Cuba […] Toda el ala conservadora de la dirección, incluidos los viejos dirigentes del PSP, era hostil a esa línea.

Esa ala defiende la política de coexistencia pacífica, de la “consolidación interna” de la revolución renunciando a las “aventuras exteriores”, de los estímulos materiales y la desigualdad salarial como incentivo a la producción y, como consecuencia, del respeto al desarrollo progresivo de privilegios para toda una capa de burócratas dirigentes del Estado y del partido […]

Fidel Castro ha llevado constantemente una política de oscilación centrista entre ambos extremos. La salida del Che indica que los marcos para esa oscilación se hacen cada vez más estrechos y que, bajo la presión de la dirección soviética y de las mismas fuerzas interiores que se apoyan en ella, Fidel Castro ha debido tomar una decisión. Como hace tiempo ya venía retirándose de la política de extender la revolución, no le quedaba otro camino en política interior que el que ha tomado (Gilly, 1965b: 2-3).

Gilly afirmaba: “el Che tiene un prestigio inmenso en Cuba. Ese prestigio no es del hombre o de sus gestos, sino de la política que él simboliza”. Y se preguntaba: “¿Por qué no ha podido imponerla, teniendo detrás esa fuerza?”. La conclusión a la que llegaba era que

Las masas presionan en Cuba hacia la línea revolucionaria, pero al mismo tiempo demandan intervenir para imponerla. El Che se apoyaba en ellas en lo primero, pero se separaba de ellas en lo segundo. Allí estaba la fuerza que le permitía hacer declaraciones como el discurso del 25 de febrero en Argel -aparente detonador de la crisis- y la debilidad que le impedía después imponer en los hechos esa política.

El Che y el ala conservadora y burocrática divergían en la política interior y exterior, pero estaban unidos en una concepción común: que el conflicto debía debatirse y resolverse encerrado en la dirección, para no lesionar la “unidad”. Al aceptar esa regla del juego, la tendencia del Che automáticamente se colocaba en desventaja, renunciaba a emplear su fuerza, que estaba fuera y no dentro del aparato. Encerrada la discusión en el aparato, la debilidad de la tendencia burocrática se transformaba en fuerza. En cambio, la fuerza en las masas de la tendencia de izquierda se reflejaba dentro del aparato como debilidad relativa, por el simple hecho de que la presión de afuera se le volvía intolerable al aparato, la veía como una molestia constante para sus ritmos y sus planes, y encarnaba esa molestia en la figura del Che. El aparato buscaba entonces sacarse de encima esa presión eliminando a quien a sus ojos la encarnaba en su seno. Cuanto más fuerte era la presión, más grande la necesidad física del aparato de eliminar el “cuerpo extraño”.

Lo que fue derrotado no fue la política del Che, sino su forma de conducir la lucha, encerrado en las cumbres, sin acudir a las masas salvo por alusiones, sin hacer intervenir a las masas. La conclusión más importante de la crisis es que la línea que el Che representaba no puede imponerse y avanzar sin la intervención completa de las masas. Y si no avanza, entonces es eliminada por sus adversarios. [.]

El Che sabe de la dirección contra la voluntad de las masas cubanas. Esta vez en forma más clamorosa que nunca se hace evidente que esa voluntad no tiene los medios políticos para expresarse; no hay soviets o consejos obreros, no hay comités de fábrica, no hay direcciones sindicales libremente elegidas. El Che aceptó y contribuyó a imponer esa situación. En ella está su salida [de Cuba] (Gilly, 1965b: 3-4).

Gilly llegaba a la siguiente conclusión:

La crisis del Che señala que el nivel alcanzado por la revolución mundial exigía una definición a la dirección cubana, pero que al mismo tiempo no existían, en el seno de la misma dirección, las fuerzas preparadas para dar una respuesta revolucionaria. El resultado ha sido un compromiso entre el centro y la derecha, sólo posible también porque la izquierda dentro de esa dirección aceptó el compromiso bajo la forma de la renuncia del Che, mientras otros representantes de esa tendencia han quedado con puestos destacados en el nuevo equipo (Gilly, 1965b: 6).

Este artículo de Gilly, publicado en la revista chilena Araucaria y en el semanario uruguayo Marcha, lo hizo objeto de un ataque personal por parte de Fidel Castro. En un discurso pronunciado el 15 de enero de 1966 en la Conferencia Tricontinental, Castro se refirió a Gilly como “un conocido teórico del trotskismo [.] que de vez en cuando posa entre otros intelectuales norteamericanos en la revista Monthly Review de Estados Unidos” acusándolo de “villanía” (Castro, 1966: 193; ver la respuesta de Gilly a Fidel Castro en Gilly, 1966). Esto fue parte de una denuncia general del trotskismo por parte de la dirección cubana, en el marco de su adaptación al estalinismo soviético.

El ataque de Castro al trotskismo en la Conferencia Tricontinental (15 de enero de 1966)

Fidel Castro lanzó un ataque público contra el trotskismo en su discurso a la Conferencia Tricontinental, celebrada en enero de 1966, llamándolo “esa cosa desacreditada, esa cosa antihistórica, esa cosa fraudulenta que emana de elementos tan comprobadamente al servicio del imperialismo yanki, como es el programa de la Cuarta Internacional” (Castro, 1966: 97).

Esta diatriba contra el trotskismo, lejos de ser un arrebato irracional, estaba íntimamente ligada a la adaptación creciente de Castro a las exigencias de la política de Moscú y señaló su apoyo efectivo al Kremlin en el conflicto chino-soviético. Esto fue demostrado por su denuncia, en el mismo discurso, del Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre (MR-13), una organización guerrillera guatemalteca ligada a la sección mexicana de la internacional posadista (recordemos que Posadas había roto con Pablo en 1962), el Partido Obrero Revolucionario Trotskista (PORT), que se negaba a aceptar la fórmula de Moscú de una lucha en dos etapas, la primera de las cuales debía esta confinada a tareas democrático-burguesas, y que había adoptado el concepto de una “guerrilla socialista” luchando por la instalación directa de un gobierno obrero-campesino. En diciembre de 1964, el MR-13, liderado por Marco Antonio Yon Sosa, lanzó la “Primera Declaración de la Sierra de las Minas”, un “apasionado llamado al programa socialista y al abandono de cualquier forma de alianza con la burguesía. Esta Declaración, escrita bajo influencia trotskista, causó posteriormente el rompimiento con el Partido Comunista en marzo de 1965. Por más de dos años el movimiento guerrillero en Guatemala estuvo dividido en trotskistas y comunistas” (Gott, 1968: 564).

En su ataque contra el MR-13, Castro sostuvo que la guerrilla guatemalteca había sido infiltrada por los trotskistas, que eran agentes del imperialismo:

Lo que la Cuarta Internacional cometió con eso fue un verdadero crimen, contra el movimiento revolucionario, para aislarlo del resto del pueblo, para aislarlo de las masas, al contagiarlo con las insensateces, el descrédito y la cosa repugnante y nauseabunda que hoy es en el campo de la política el trotskismo. Porque si en un tiempo el trotskismo representó una posición errónea, pero una posición dentro del campo de las ideas políticas, el trotskismo pasó a convertirse en los años sucesivos en un vulgar instrumento del imperialismo y de la reacción (Castro, 1966: 97).

Esta denuncia del trotskismo fue seguida por un artículo de Blas Roca, el ex secretario general del PSP, publicado en abril de 1966, que elaboraba las acusaciones de Fidel Castro (Blas Roca, “Las calumnias trotskistas no pueden manchar a la revolución cubana”, Cuba Socialista, La Habana, año 6, N° 56, abril de 1966, págs. 81-82).

En Centroamérica, el ataque de los cubanos condujo al aislamiento y facilitó la eventual represión de los trotskistas, incluyendo el encarcelamiento de los líderes posadistas en México y la expulsión de los trotskistas del MR-13 en Guatemala: “La posición cubana expresada por Castro le restó audiencia y apoyos al MR-13 en su experiencia al lado del PORT. A la postre, esta situación le sería del todo negativa en el contexto guatemalteco y en el ámbito latinoamericano más amplio” (Oikión Solano, 2010: 76). Yon Sosa mismo, después de romper con los posadistas, sería capturado y asesinado el 18 de mayo de 1970.

En Cuba, la ofensiva antitrotskista lanzada por Castro en su discurso en la Conferencia Tricontinental a principios de 1966 marcó una represión renovada contra los trotskistas que no habían renunciado por completo el proyecto de intervención política con el nombre del POR(T). En marzo de 1966, Idalberto Ferrera Ramírez y Luciano García fueron encarcelados de nuevo en Santiago de Cuba. En virtud de la cláusula legal 133 de 1965, fueron condenados a ocho y tres años de prisión, respectivamente (si bien Luciano García fue liberado a comienzos de 1968), y fueron incorporados a un programa de rehabilitación política para convictos considerados contrarrevolucionarios.(18)

El trotskismo en Cuba después de 1966

Los adherentes al trotskismo en Cuba fueron nuevamente detenidos en 1973. Las pruebas presentadas en el juicio sostenían que éstos habían comenzado a reorganizar el Buró Político del POR(T), con Idalberto Ferrera Acosta como secretario general, Juan León Ferrera como secretario de organización y Jesús Andrés Vázquez Méndez como secretario de relaciones exteriores. El acta de acusación del Ministerio Público en el Tribunal Revolucionario N° 1 contra Idalberto Ferrera Acosta, Juan León Ferrera (uno de sus tres hijos) y Jesús Andrés Vázquez decía lo siguiente:

Los procesados […] formaban parte del buró político del llamado “Partido Obrero Revolucionario Trotskista”, constituyendo su labor principal la elaboración y reproducción de propaganda trotskista de carácter diversionista y difamatoria contra el Partido Comunista de Cuba y el comandante Fidel Castro Ruz […] lo que conlleva como fin el debilitamiento ideológico y crear la confusión en la línea marxista leninista del Partido Comunista Cubano como órgano dirigente de la Revolución Cubana. Así como crear conflictos y divergencias entre Cuba y los países socialistas encabezados por la Unión Sovética, contra los cuales dirigían todo tipo de infundios y calumnias, tachando a los partidos Comunistas, tanto de Cuba como de otros países, de castas burocráticas que gobernaban en función de sus intereses, explotando a la clase obrera (Causa N° 270 de 1973 de la radicación del Tribunal n° 1 de La Habana, 12 diciembre 1973, citada en Toussaint, 2013).

Los tres acusados principales fueron nuevamente condenados a largos períodos de prisión. El líder del grupo, Idalberto Ferrera Acosta, recibió una sentencia de doce años, mientras que Juan León Ferrera y Jesús Andrés Vázquez recibieron cada uno nueve años. Mientras que Juan León Ferrera fue puesto en libertad después de haber cumplido sólo dieciséis meses de su condena, como consecuencia de la reducción de pena que recibió por su trabajo ejemplar en los campos de caña de azúcar, Idalberto Ferrera Acosta cumplió cinco años de su sentencia de doce años. Fue liberado en una amnistía a finales de 1970, en el marco de los intentos del gobierno de Fidel Castro de acercarse a la administración Carter en los Estados Unidos (entrevista concedida por Idalberto Ferrera Acosta y Juan León Ferrera Ramírez a Gary Tennant, 16 de agosto 1997). Idalberto Ferrera Acosta murió en La Habana el 2 de julio de 2013, a la edad de 95 años, “convencido de que hay que defender las conquistas de la revolución cubana profundizándolas, lo que implica luchar contra la burocracia” (Toussaint, 2013).

La adaptación del Secretariado Unificado y del morenismo al castrismo

Los trotskistas cubanos fueron abandonados a su suerte por las principales tendencias dentro del trotskismo internacional, como la tendencia internacional a la que pertenecían el Socialist Workers Party (SWP) de James Cannon y Joseph Hansen en los Estados Unidos y la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) de Pierre Frank en Francia: el Secretariado Unificado de la IV Internacional, creado en 1963. Incapaces de proponer un curso político independiente para la clase obrera, la mayoría de las organizaciones trotskistas del mundo no sólo identificaron al liderazgo fidelista como agente de la revolución socialista, sino que renunciaron a luchar por los derechos de sus camaradas cubanos.

Ernest Mandel, el intelectual oficial del Secretariado Unificado, viajó a Cuba invitado por el gobierno cubano a comienzos de 1964. Mandel se quedó en La Habana durante casi siete semanas y se reunió durante cuatro horas con el Che, pero no hay indicios en su biografía de que intentara hacer algo por los trotskistas cubanos perseguidos (Stutje, 2009: 148-154). Cuando, en enero de 1965, Régis Debray publicó un ensayo en Les temps modernes en el que afirmaba que “El castrismo no es más que el proceso de recreación del marxismo-leninismo a partir de las condiciones latinoamericanas”, Mandel lo describió como “un artículo excelente” (Debray, 1964: 158; Stutje, 2009: 161). En junio de 1967, Mandel y su esposa Gisela Scholtz volvieron a visitar Cuba como invitados del gobierno cubano. A pesar de que pasaron más de un mes en la isla, no hicieron nada para ayudar a los trotskistas cubanos encarcelados y perseguidos (Stutje, 2009: 162-163).

El SWP estadounidense también permaneció en silencio ante la represión del POR(T). Incluso su supuesta defensa por parte de Joseph Hansen en realidad los desautorizaba: “Me gustaría dejar en claro que no estamos de acuerdo con los trotskistas cubanos en algunas cuestiones […] En general tenemos la impresión de que los trotskistas cubanos han sido demasiado críticos” (Hansen, 1962). El periódico del SWP, The Militant, sólo publicó un comunicado sobre la supresión del POR(T) en 1965, después de que los hechos hubieran sido dados a conocer en los medios de la izquierda de Estados Unidos y de que los trotskistas hubieran sido puestos en libertad condicional. Esta adaptación al castrismo condujo al SWP (US) a identificar a los liderazgos nacionalistas, estalinistas o no proletarios, en Nicaragua, Granada y Cuba como los puntos focales de una nueva Internacional y, finalmente, a renunciar formalmente al trotskismo (Alexander, 1991: 879-898) y a acusar a los trotskistas cubanos de provocadores.(19)

La corriente liderada por Nahuel Moreno en la Argentina, que se incorporó al Secretariado Unificado en diciembre de 1964 (Alexander, 1991: 338), también abandonó a los trotskistas cubanos a su suerte, como lo reconoce el historiador oficial de dicha corriente, Ernesto González:

EI SI [Secretariado Internacional, dirigido por Michel Pablo], el BLA [Buró Latinoamericano del Secretariado Internacional, dirigido por Posadas], el SWP y otras organizaciones trotskistas reclamaron a Fidel Castro y al Che Guevara la revisión de la medida [por la cual se le quitó a los trotskistas cubanos el permiso para usar la imprenta], y el cese de la persecución al POR, que fue ilegalizado. Sin embargo, en ningún momento cambiaron su caracterización de la dirección cubana. El mismo SI y el BLA pronto dejaron de levantar la defensa del POR. Cuando a fines de 1962 Posadas encabezó una fracción opuesta a la reunificación con el SWP y rompió con el Secretariado Internacional, éste responsabilizó al ultraizquierdismo que por entonces sostenía el posadismo como causante del fin del POR cubano. El SWP y Palabra Obrera [el órgano de la organización que dirigía Nahuel Moreno en Argentina], implícitamente, habían adoptado la misma postura [Nota al pie: véase el prólogo a Ezequiel Reyes, Qué es la izquierda (Respuesta a los compañeros comunistas), Buenos Aires: Andes Editora, Colección Qué Hacer N° 2, agosto 1961, donde justifica la medida del Che (Ezequiel Reyes era el pseudónimo de Juan Pundik, editor de la revista Qué Hacer, y había visitado Cuba a mediados de 1960)].

Más allá de que, de manera irresponsable, los militantes posadistas habían entrado en el juego de la provocación del stalinismo [sic], vista en perspectiva, la actitud de las organizaciones trotskistas para con el POR cubano resulta inadmisible. Es demostrativa de que hasta qué punto creían en el carácter revolucionario de la dirección de Fidel Castro y el Che en ese momento, y depositaban en ella una confianza total (González, 1999: 59 y nota 87).

Pero las posiciones del Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional -y de la corriente liderada por Nahuel Moreno, quien luego negaría haber coqueteado con el foquismo- fueron más allá del abandono de sus compañeros perseguidos en Cuba: representaban también un abandono del programa histórico del marxismo, que es una tendencia política dentro del movimiento obrero (su ala revolucionaria) para adoptar el foquismo entonces en boga, con su vía campesina al socialismo y su propaganda armada como demiurgo de las condiciones subjetivas. En 1963, por ejemplo, Moreno denunciaba el “obrerismo” en su folleto La revolución latinoamericana:

El más grave error sería tener una limitada visión obrerista de las perspectivas y del trabajo. El ejemplo es la revolución cubana, en cuyo anecdotario figura una conocida discusión entre un dirigente sindical y varios militantes revolucionarios, que le preguntaron por su posición cuando el 26 de julio desembarcó en Cuba. El dirigente sindical, sin dudar mucho, contestó: “seguí luchando por la independencia política del movimiento obrero…”. Los revolucionarios rieron a carcajadas y contestaron categóricamente: “Había que haber volcado el mayor esfuerzo para ayudar al Movimiento 26 de Julio”. Aquel dirigente nos enseña con su trágico error, a no hacer un fetiche del movimiento obrero (Moreno, 1963: 43).

Rechazando este orientación, los trotskistas que intentaron mantenerse fieles al programa histórico del marxismo contra los foquistas en los años 60 y 70 -ante todo Guillermo Lora, quien escribió una crítica del manual del Che, La guerra de guerrillas (Lora, 1963)(20)– repitieron básicamente los argumentos de los marxistas rusos en las polémicas que éstos sostuvieron contra los narodniks (populistas) y los eseristas (socialistas revolucionarios).(21)

Conclusión

A pesar de que Cuba fue, junto con Bolivia, uno de los dos países de Latinoamérica en los que el trotskismo tuvo mayor implantación en el movimiento obrero, su historia fue por mucho tiempo ignorada, en parte debido a la creciente adaptación de la dirección de la revolución cubana al estalinismo, y en parte debido a la identificación acrítica de las principales corrientes trotskistas internacionales con la dirección revolucionaria cubana, que hizo que pasaran por alto dicha adaptación, de la cual serían víctimas tanto los trotskistas cubanos como el Che y sus seguidores. Esta situación anómala se refleja en el hecho de que el principal trabajo sobre la historia del trotskismo cubano sigue siendo una tesis doctoral escrita en el Reino Unido y aún no traducida al español (Tennant, 1999). En el presente trabajo hemos intentado hacer disponible en castellano la información contenida en la tesis de Tennant; cotejar dicha información con la contenida en los trabajos sobre la historia de la izquierda y del movimiento obrero cubano que aparecieron desde que fue escrita en 1999; ofrecer una narrativa de la historia del trotskismo cubano durante los primeros años de la revolución, tomando como trasfondo una descripción de la suerte del Che Guevara y de sus seguidores -es decir, del ala radical del liderazgo revolucionario cubano-; mostrar las actitudes cambiantes del Che Guevara ante los trotskistas cubanos y contextualizar las mismas en el marco de los debates que tuvieron lugar en la cúpula cubana hasta 1965; revelar, en base a dicha descripción, la represión y eventual proscripción de los trotskistas cubanos y la marginalización de los partidarios del Che Guevara dentro del aparato del Estado cubano, como consecuencia de la injerencia creciente del estalinismo en la fijación de las políticas de dicho Estado, lo cual fue, a su vez, producto del creciente alineamiento de Cuba con la Unión Soviética en el marco de la Guerra Fría, que finalmente conduciría al apoyo de Fidel Castro a apoyar la invasión soviética a Checoslovaquia en su discurso del 23 de agosto de 1968 (Castro, 1968); y, finalmente, reseñar muy brevemente los debates que tuvieron lugar en el seno de las principales corrientes trotskistas internacionales en torno a la revolución cubana, al foquismo y a la adaptación del castrismo al estalinismo.

Aunque los trotskistas cubanos cayeron ante todo víctimas de la represión, no por eso debemos soslayar sus deficiencias, principalmente el no haber sabido ofrecer una estrategia proletaria alternativa al guerrillerismo rural policlasista y al bonapartismo de Fidel Castro. Los trotskistas, como individuos, primero dieron apoyo acrítico e incondicional al liderazgo de la insurrección contra el régimen de Batista a finales de 1950, y luego, en la década de 1960, apoyaron la dirección revolucionaria de Fidel Castro y el Che Guevara, renunciando a la lucha de la clase obrera por el poder, limitando su rol a criticar la creciente influencia de los viejos estalinistas del PSP y tratando de empujar a Castro a la izquierda. El POR(T) estaba de acuerdo, en líneas generales, con el análisis de la mayoría de las corrientes trotskistas de la época, incluyendo al Secretariado Unificado, al morenismo y al posadismo, que transformaba a la teoría de la revolución permanente, de una estrategia proletaria consciente, en un proceso objetivo que supuestamente guiaba a la revolución cubana. Los trotskistas cubanos se diferenciaron de Michel Pablo, el SWP estadounidense y el Secretariado Unificado sólo en la medida en que se mantuvieron fieles a la idea de la construcción de un partido obrero independiente. Este partido, sin embargo, fue visto como un instrumento que meramente reflejaba el “trotskismo inconciente” de la dirigencia castrista y la voluntad revolucionaria de las masas, más que como un requisito previo para una revolución proletaria exitosa.

En cuanto al Che Guevara, la historia de su lucha en el Congo, hacia donde partió el 2 de abril de 1965, del boicot de sus proyectos revolucionarios por los partidos estalinistas de Argentina, Perú y Bolivia, y de su eventual muerte al frente de una guerrilla en Ñancahuazú el 9 de octubre de 1967, a la edad de 39 años, ha sido ampliamente documentada (ver el estudio de Vázquez-Viaña, 2008). Luego de la muerte del Che, la atención del Estado cubano se centró en el ‘teórico’ del foquismo Régis Debray, quien no la necesitaba, ya que su madre era miembro gaullista del Parlamento francés y disfrutaba de la protección personal del general Charles de Gaulle. La organización que el Che había montado en Argentina por intermedio de Bustos, Masetti y el grupo Pasado y Presente en Córdoba fue abandonada a su suerte: “La Habana había tomado decidido partido por el apoyo exclusivo a la figura internacional del francés. Nunca más intentaron establecer ningún tipo de contacto con nadie de la organización ciudadana del Ejército Guerrillero del Pueblo en la Argentina, fundada por el Che” (Bustos, 2007: 388).

Un último detalle curioso fue la publicación del Diario del Che en Bolivia en Cuba, el 1 de julio de 1968. El Diario del Che fue entregado al gobierno cubano por Antonio Arguedas, el ministro del Interior boliviano en el gobierno del presidente Barrientos, un ex agente confeso de la CIA durante los seis años anteriores: “Arguedas vivió un tiempo en Cuba (como Ramón Mercader, el asesino de Trotsky), fue honrado allí, se lo calificó de ‘compañero’, asistió a los actos del 26 de Julio como invitado en el palco de la Plaza de la Revolución y retornó a Bolivia dos golpes de Estado más tarde” (Bustos, 2007: 430).

El epílogo de esta historia puede situarse en agosto de 1968, cuando Fidel Castro apoyó la invasión soviética a Checoslovaquia.(22) Según el biógrafo del Che, Jorge Castañeda:

Durante el tiempo de la sobrevivencia del Che en Bolivia, un poco antes y un lapso después, Castro cambió innegablemente de discurso y de ánimo frente a la URSS: volvió a apoyar las tentativas insurreccionales en el continente y, a principios de 1968, atravesó por la peor crisis en sus relaciones con la Unión Soviética, al suspenderse las entregas de petróleo ruso a Cuba. Pero después de la derrota definitiva del Che y de los focos restantes en otros países, la realidad le pasó a Castro la factura. En agosto de 1968, ante la invasión soviética de Checoslovaquia, Fidel se pliega y avala una medida que marcó para siempre el porvenir del socialismo en el mundo y en Cuba. Fue la verdadera consecuencia de la debacle boliviana del Che (Castañeda, 1997: 410).

En este trabajo hemos intentado mostrar cómo el destino de una pequeña corriente obrera internacionalista en Cuba coincidió con el ala radical de la dirección revolucionaria, debido a la creciente adaptación del régimen al estalinismo, si bien el castrismo nunca perdió su carácter de “miembro adoptivo” de la familia estalinista (Draper, 1966: 268) y siguió un derrotero propio que lo caracteriza hasta el día de hoy, un cuarto de siglo después de la restauración del capitalismo en la Unión Soviética.

Daniel Gaido, historiador e investigador adjunto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Es autor de The Formative Period of American Capitalism (London: Routledge, 2006) y co-editor, junto con Richard B. Day, de Witnesses to Permanent Revolution: The Documentary Record (Brill, 2009, Haymarket, 2011). danielgaid@ gmail.com

 

Constanza Valera es historiadora y docente en la Universidad Nacional de Córdoba. [email protected]

NOTAS

1. Esta sección y la siguiente se basan en la tesis doctoral de Gary Tennant: Dissident Cuban Communism: The Case of Trotskyism, 1932-1965. Tennant publicó, antes de presentar su tesis, una serie de artículos sobre el tema (Tennant, 1996a, 1996b y 1997), pero en su tesis advierte que “el argumento de la presente tesis se diferencia de estos artículos preliminares en sus proposiciones centrales, la estructura, la longitud y la gama de fuentes” (Tennant, 1999).

2. Los trabajos de Rafael Soler Martínez sobre los orígenes trotskismo cubano están todos tomados de su tesis El trotskismo en la revolución del 30, y se centran en la provincia de Oriente (Soler Martínez, 1997). Dichos trabajos han sido objeto de una refutación detallada en Tennant, 1999: “Chapter One: Introduction, 1.2 A Critique of Past Work”. Las conclusiones de Tennant son las siguientes: “La investigación de Soler no sólo incorpora un grado de tergiversación de los aspectos clave del desarrollo organizacional y teórico del trotskismo en Cuba, aunque generalmente no intencional, sino que también encarna elementos de un intento más conciente de falsificación. En suma, Soler subordina la investigación científica a los imperativos políticos. Sus respuestas han sido aparentemente decididas con antelación a su proyecto de investigación y descartan cualquier cuestionamiento. Sus conclusiones claramente no son compatibles con la evidencia y no se detiene a explorar el contenido político de los conceptos ‘sectario’ o ‘trotskismo’, que parece aceptar como meros sinónimos. Lo más revelador de la pobreza del método de Soler es que las fuentes primarias que él mismo cita muestran que la acusación de ‘sectarismo’ es en gran parte infundada […] Soler repite este enfoque metodológico en su artículo ‘Las luchas internas en el Partido Comunista de la URSS después de Lenin: Surgimiento del trotskismo’, Santiago (Santiago de Cuba), números 81-82, 1996-1997, págs. 59-88. Revelando su hostilidad personal hacia el trotskismo, Soler logra concluir, sin presentar una sola prueba, que el trotskismo, a través de sus métodos apasionados y a veces violentos de argumentación, contribuyó a la caída de la Unión Soviética, dando a los enemigos del socialismo argumentos con los que pudieron luchar contra la URSS”. La obra de Soler también es deficiente porque perpetúa la idea de que el movimiento trotskista en Cuba era insignificante después de 1935, y que sólo tenía una presencia en Guantánamo antes de desaparecer totalmente a principios de la década de 1950. La existencia de una organización trotskista en 1960 ha sido establecido por Alexander (Alexander, 1973: 226-229), cuyo trabajo es, de hecho, citado por Soler.

3. “El talento de sobrevivencia y diplomacia de Rodríguez opaca el de Talleyrand: medio siglo después, seguía ejerciendo un altísimo cargo de gobierno en Cuba, posiblemente el tercero en la jerarquía revolucionaria” (Castañeda 1997, p. 11, nota 2). Rodríguez fue presidente del Instituto Nacional de Reforma Agraria (1962-1965), viceprimer ministro para Asuntos Exteriores (1972-1976), vicepresidente del Consejo de Ministros (1976- 1997) y miembro del Buró Político del Partido Comunista de Cuba desde la refundación de éste en 1965 hasta poco antes de su muerte en 1997.

4. Las principales biografías de Ernesto “Che” Guevara son Castañeda, 1997 y Anderson, 1997, en ese orden. En su reseña de ambos libros, Richard Gott señala: “la biografía de Jon Lee Anderson puede razonablemente ser subtitulada ‘la versión de la viuda’. En el curso de su investigación, Anderson fue a vivir durante casi tres años a La Habana y estableció una estrecha relación con Aleida March, la segunda (y cubana) esposa de Guevara. […] El mayor triunfo de Anderson ha sido localizar a Ciro Roberto Bustos [quien desde entonces ha escrito sus memorias: Bustos, 2007]. El rival cercano de Anderson, la biografía marginalmente más delgada escrita por Castañeda, quien también ha investigado cuidadosamente en los archivos y buscado a los sobrevivientes, no es popular con las autoridades de Cuba. Podría ser subtitulada la ‘versión del disidente’. […] Mientras que las principales fuentes de Anderson son cubanos leales al Che y a Castro, Castañeda se basa en gran medida en viejos fidelistas que se volvieron disidentes. En particular, se apoya en la evidencia de Carlos Franqui [Franqui, 1975 y Franqui, 1981] y Dariel Alarcón [Alarcón Ramírez, 1997, cuya veracidad ha sido cuestionada por Vázquez-Viaña, 2008: 284, nota 425] y revela las tensiones de la época revolucionaria temprana, que el régimen cubano se ha esforzado por olvidar en los años desde la muerte de Guevara. El exilio de Franqui a finales de los años sesenta siguió a una larga batalla con los comunistas cubanos; Alarcón salió de Cuba mucho más tarde, a raíz del juicio y ejecución del general Ochoa, supuestamente por contrabando de drogas, en 1989. Castañeda ha aprovechado sus memorias y ha utilizado sus libros con buen efecto. Sus dudas sobre los proyectos de inspiración cubana de la izquierda latinoamericana en los últimos cuarenta años reflejan sus propias dudas y se suman al tono crítico de su biografía. Pero, al igual que Anderson, ha hecho una inmensa cantidad de trabajo de campo” (Gott, 1997).

5. El libro de Draper contiene la mejor refutación del análisis de la revolución cubana como una “revolución agraria” o “campesina”, en la que se basaba la teoría del foco rural de Guevara: “según el último censo de 1953 había 327.208 cubanos económicamente activos en la manufactura, 395.904 en los servicios, 232.323 en el comercio, 104.003 en el transporte -o sea, un total de 1.059.438-, y sólo 818.906 en la agricultura. El movimiento sindical cubano indica también la importancia relativa de la clase obrera; en 1953 decía tener cerca de un millón de afiliados, cifra extraordinariamente elevada para un país que entonces tenía menos de 6.000.000 de habitantes” (Draper, 1966: 102). En cuanto a la población rural, “de acuerdo al censo de 1953, la población agrícola se dividía en 596.800 trabajadores agrícolas y 221.900 ganaderos y agricultores. De los primeros, unos 400.000 trabajaban en los campos de azúcar por un salario y no estaban ligados a una parcela de tierra determinada” (Draper, 1966: 98). Para justificar la tesis de la “revolución agraria,” el atraso y el monocultivo de Cuba fueron exagerados hasta el absurdo, “pero lo cierto es que cuatro de cada cinco cubanos no tenían nada que ver con el cultivo del azúcar y que tres de cada cinco no tenían nada que ver con la agricultura en general” (Draper, 1966: 131). Recordando que, “Castro ha dicho que en mayo de 1958 tenía 500 hombres armados y que las ‘batallas decisivas’ se libraron con ‘menos de 500 hombres armados’” (Revolución, 27 de julio de 1963, citado en Draper, 1966: 95), y que en general la guerrilla nunca llegó a contar con más de mil hombres, Draper llegó a la siguiente conclusión: “no hubo ninguna insurrección nacional del campesinado. Fuera de las zonas inmediatamente vecinas a las fuerzas guerrilleras, la actividad revolucionaria en el resto del país fue en gran medida un fenómeno de la clase media, con cierto apoyo de la clase trabajadora, pero sin organizaciones obreras” (Draper, 1966: 99).

6. La introducción a la versión inglesa de las memorias de Bustos fue escrita por James Lee Anderson, uno de los principales biógrafos del Che Guevara (Bustos, 2013), y su descripción de la historia del Ejército Guerrillero del Pueblo organizado por el Che en Argentina coincide con la que ofrece el principal libro sobre el tema (Rot, 2010).

7. “Cuban P.O.R. Founded” (titular de portada), The Internationalist: Twice Monthly Information Bulletin of the Secretariat of the Fourth International, Vol. IV, N° 6, 15 March 1960, pags. 1, 3.

8. “La revolución necesita un partido marxista de masas basado en los sindicatos”, Voz Proletaria, La Habana, N° 11, primera quincena de octubre de 1962, pág. 6, citado en Tennant, 1999.

9. Cartas de Roberto Acosta Hechavarría (“R. Carvajal”) a Joseph Hansen, La Habana, 27 de mayo y 8 de junio de 1961, y entrevista concedida por Idalberto Ferrera Acosta y Juan León Ferrera Ramírez a Gary Tennant, 16 de agosto de 1997.

10. Las preguntas al Che y sus respuestas son reproducidas en Hansen, 1962.

11. “Como marxistas, hemos mantenido que la coexistencia pacífica entre naciones no engloba la coexistencia entre explotadores y explotados, entre opresores y oprimidos” (Che Guevara, “Discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas”, 11 de diciembre de 1964, en Guevara, 2004: 342).

12. Cuando se crearon las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), en julio de 1961, los trotskistas no pidieron unirse como grupo debido a que no era un partido político en el que pudieran diseminar sus ideas o iniciar una discusión de su programa, sino un aparato de gobierno que operaba a la manera estalinista. Este fue un pronóstico profético: de hecho, el primer congreso del Partido Comunista de Cuba se celebró recién en diciembre de 1975, diez años después de constituido su primer Comité Central.

13. Resolución del Buró Político del Partido Obrero Revolucionario (Trotskista): “Sobre la detención de compañeros trotskistas y su posterior liberación”, Voz Proletaria, La Habana, N° 10, septiembre de 1962, pp. 9-11, citada en Tennant 1999.

14. A Lungarzo no se le permitió viajar a un tercer país, y sólo por pura casualidad pudo evitar la detención a manos de las fuerzas de seguridad argentinas (e-mail de Adolfo Gilly a Gary Tennant, 4 de abril de 1997).

15. Los Spartacists, una escisión del Socialist Workers Party (SWP) estadounidense, tienen el mérito de haber enviado un corresponsal a Cuba para informar sobre la situación de los trotskistas cubanos cuando el SWP se negaban a hacerlo. Pero como en la noche del sectarismo todos los gatos son pardos, los Spartacists hicieron una amalgama de las posiciones del castrismo y del Che, que continuó aún después de la muerte de este último (Workers Vanguard, 1979) y de hecho continúa hasta el día de hoy

16. Los apuntes críticos de Guevara al Manual de Economía Política de la Academia de Ciencias de la URSS también revelan el abismo que lo separaba del marxismo en su concepción del sujeto revolucionario, el cual era el motivo profundo por el cual los trotskistas cubanos no podían simplemente identificarse con sus posiciones en la disputa en el seno del gobierno cubano en torno al estalinismo: “No hay punto de contacto entre las masas proletarias de los países imperialistas y los dependientes; todo contribuye a separarlos y crear antagonismos entre ellos. También es falso que el proletariado (se distingue claramente el proletariado de estos países de la ideología del proletariado) sea el que cumpla el papel dirigente en la lucha de liberación, en la mayoría de los países semicoloniales. La escala es ésta: los proletarios de los países imperialistas reciben las migajas de la explotación colonial y se vuelven cómplices de los monopolistas; los obreros de los países dependientes reciben un salario varias veces menor, pero un salario al fin y tienen cierta estabilidad en sus puestos, sobre los que pesa una gran oferta de trabajo de campesinos sin tierra y desclasados; los campesinos de estos países son despojados de sus tierras para crear la posesión latifundista y la oferta de trabajo; su economía natural desaparece y nada la reemplaza, son los auténticos miserables de este momento en la gran mayoría de los países. Son la fuerza revolucionaria” (Guevara, 2006: 93-94).

17. Guevara había utilizado la expresión en una reunión efectuada en el Ministerio de Industrias el 5 de diciembre de 1964: “Opinión que haya que destruirla a palos es opinión que nos lleva ventaja a nosotros. […] No es posible destruir las opiniones a palos y precisamente es lo que mata todo el desarrollo, el desarrollo libre de la inteligencia” (Guevara, 2006: 402). Luego pasa a criticar al trotskismo, afirmando: “Yo creo que las cosas fundamentales en que Trotsky se basaba estaban erróneas, que su actuación posterior fue una actuación errónea e incluso oscura en su última época. Y que los trotskistas no han aportado nada al movimiento revolucionario en ningún lado”. Y rechaza las acusaciones del maoísmo y trotskismo, de las que era objeto en esos momentos por parte de los estalinistas, con estas palabras: “hay una bronca encendida ahí, muy violenta, muy amarga y como todas las broncas de este tipo poco flexible, poco generosa en el reconocimiento de las opiniones ajenas. Y en toda una serie de aspectos yo he expresado opiniones que pueden estar más cerca del lado chino. En la guerra de guerrillas, en la guerra del pueblo, en el desarrollo de todas esas cosas, el trabajo voluntario, el estar contra el estímulo material directo como palanca, toda esa serie de cosas que también las plantean los chinos, y como a mí me identifican con el Sistema Presupuestario, también lo del trotskismo surge mezclado. Dicen que los chinos también son fraccionalistas y trotskistas, y a mí también me meten el ‘San Benito’” (Guevara, 2006: 402).

18. Idalberto Ferrera Ramírez y Luciano García Pellicier, “Les trotskistes emprisonnés à Cuba adressent une Lettre Ouverte”, Lutte Communiste, Paris, N° 68, 15 de septiembre de 1967, págs. 1, 7; Juan León Ferrera Ramírez por el Buró Político del POR trotskista, Carta Abierta, La Habana, 27 de marzo de 1969; ambos citados en Tennant, 1999.

19. Ver la refutación a estas acusaciones en Gilly, 1979. Con excepción de los trotskistas Adolfo Gilly y Gary Tennant (Gilly, 1965a; Tennant, 1999), los libros más informativos sobre la revolución cubana han sido escritos por liberales, que no distinguen entre comunismo y estalinismo (Draper, 1966; Alexander, 2002; Castañeda, 1997). La adaptación del castrismo al estalinismo, y del Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional al castrismo, hicieron estragos en la historiografía marxista sobre el tema, que raramente se eleva por encima del mito y la hagiografía. La biografía de Guevara por Jon Lee Anderson (Anderson, 1997) flaquea en su descripción de la etapa final de la vida del Che, signada por los conflictos en el seno de la cúpula cubana en torno al estalinismo. Sobre la estalinización (burocratización) de la Comintern y de los partidos comunistas desde 1923, ver Broué, 1997; para una biografía crítica de Stalin escrita por un historiador marxista especializado en historia rusa, ver Marie, 2009; sobre la “desestalinización” de la burocracia bajo Jrushchov, ver Marie, 2010.

20. Para un balance de la experiencia de las guerrillas de Ñancahuazú, escrito poco después de la muerte del Che, ver Lora 1967. El aporte de Lora consiguió distinguir claramente entre la guerra de guerrillas (un método de lucha aplicable también por el partido proletario en ciertas circunstancias, como por ejemplo la guerra partisana que se desarrolló en las naciones de Europa ocupadas por los nazis) y el foquismo, al cual combatió en conformidad con la tesis marxista adoptada por el congreso de La Haya de la I Internacional: “En su lucha contra el poder colectivo de las clases poseedoras, el proletariado no puede actuar como clase sino constituyéndose él mismo en partido político propio y opuesto a todos los antiguos partidos formados por las clases poseedoras. Esta constitución del proletariado en partido político es indispensable para asegurar el triunfo de la revolución social y el logro de su fin supremo: la abolición de las clases”.

21. “Foquismo y populismo (indiferenciación del proletariado de la masa del pueblo) van de la mano como lo fueron en Rusia el populismo y el terrorismo. Que Moreno no inventa nada con su aberración socialista de los campesinos, puede verse en la siguiente afirmación de Lenin: ‘Para el populista, en una palabra, el movimiento campesino es un verdadero movimiento socialista, auténtica y directamente socialista’ (Lenin, 1905: 442)” (Magri, 1972). “En cierto sentido, Guevara ha representado al mismo tiempo los aspectos más distintivos y los más ambiguos de esta revolución cubana. En nombre del marxismo se ha identificado con ciertas teorías -el campesinado como la clase revolucionaria dirigente, el campo como principal escenario de la lucha revolucionaria, la primacía del ‘incentivo moral’- que están mucho más cerca de la tradición del populismo ruso pre-marxista y de movimientos similares en otros países que del marxismo ortodoxo” (Draper, 1966: 199-200). Sobre los populistas y los socialistas revolucionarios en Rusia, ver Venturi, 1975; Hildermeier, 2000; Gaido y Bosch, 2015; Plejanov, 1895; Zasulich, 1902; Lenin, 1902a y 1902b.

22. Esta es la tesis de Halperin (1981). Maurice Halperin fue, desde 1962 hasta 1968, profesor de geografía económica en la Universidad de La Habana. Otros historiadores datan el fin del proceso revolucionario dos años después, en 1970, con el fracaso de la “zafra de los diez millones”, una iniciativa anunciada por Castro con el giro en la política económica cubana en noviembre de 1963: “El objetivo inalcanzado de la cosecha de 10 millones de toneladas de hecho representaba más que un fracaso económico. La revolución había fracasado en el intento de generar recursos económicos y políticos para imprimir una cara cubana al socialismo contemporáneo […] El año 1970 marcó penosamente el final de la revolución” (Pérez-Stable, 1999: 120).

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