Las teorías clásicas del imperialismo: una introducción a su historia (Segunda parte)

Otto Bauer: austromarxismo e imperialismo

Entre los austromarxistas, Otto Bauer fue uno de los primeros en ofrecer una descripción lúcida del imperialismo en términos que rechazaban la noción de subconsumo crónico y, al mismo tiempo, conectaban las tendencias recientes del capitalismo con la opresión nacional. En 1905, cinco años antes de la publicación de Capital financiero, de Hilferding, Bauer escribió un artículo sobre “Política colonial y los trabajadores”, que recordaba el comentario de Marx acerca de la tautología del subconsumo. Algunas personas habían argumentado “que la sociedad capitalista sería inviable sin la continua expansión colonial. Ellos argumentaban que el problema del capitalismo era el subconsumo -la incapacidad de las masas de consumir los bienes que producían- y que la sociedad capitalista iba a superar sus contradicciones internas sólo mediante la apertura de nuevos mercados”. Bauer respondió que este argumento estaba “básicamente errado”. La sobreproducción se originaba “en el hecho de que cada incremento de la productividad del trabajo bajo el capitalismo conduce al desplazamiento de la mano de obra, a la eliminación del trabajo humano de la producción”. El consumo caía con el desempleo, pero Bauer agregaba que ningún trabajador ni ninguna inversión de capital se mantenían ociosos indefinidamente: la reducción de salarios durante una crisis llevaba a los obreros desempleados de vuelta a la producción, al mismo tiempo que la caída de precios forzaba a los capitalistas a renovar los medios de producción a través de nuevas inversiones, las cuales eran, a su vez, facilitadas por las decrecientes tasas de interés. De esto se desprendía que la expansión colonialista no era “de ningún modo una necesidad absoluta de la producción capitalista; el subconsumo periódico se superaría incluso sin ella”. La necesidad real de nuevos mercados surgía de la posibilidad que ofrecían las colonias de “eludir la caída de la tasa de ganancia y sobreponerse a las crisis parciales y generales con menos sacrificios”.[1]

En La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia (1907), Bauer profundizó la cuestión del “expansionismo capitalista” en el sexto capítulo mediante la introducción del concepto de “capital financiero”. En El capital, Marx había tratado principalmente con el capitalismo competitivo, mientras que simultáneamente predijo que las crisis sucesivas conducirían a la concentración y a la centralización del capital a medida que las pequeñas empresas fueran eliminadas. Cuando el crecimiento económico se ralentizó en Europa durante el último cuarto del siglo XIX, la concentración se aceleró con la formación de trusts y cartels para regular la producción y suprimir la competencia con la ayuda de tarifas proteccionistas. Bernstein pensaba que estas nuevas formas de capitalismo disminuirían el peligro de crisis mediante el ajuste deliberado de la actividad productiva a las necesidades del mercado.[2] Bauer replicó que, junto con la concentración industrial, se daba también “la centralización del capital monetario en los principales bancos modernos”.[3] Como la relación entre bancos e industria se estaba volviendo “cada vez más íntima”, tenían un interés en común en expandir la producción lo más posible, escudados en las tarifas proteccionistas, luego utilizando los elevados precios locales para subsidiar el “dumping” (venta a pérdida) de mercancías industriales para ganar nuevos mercados de venta e inversión en las colonias.[4]

Dado el contexto plurinacional de Austria-Hungría, Bauer también relacionó estos cambios económicos con una transformación en el discurso político sobre el rol de las instituciones estatales. “Los liberales cosmopolitas”, quienes anteriormente abogaban por el libre mercado, estaban convirtiéndose ahora en “imperialistas nacionales”, comprometidos con reemplazar “el viejo principio burgués de la nacionalidad” por un nuevo principio nacional-imperialista en la formación del Estado. En estas circunstancias, la voluntad del Poder Ejecutivo se había extendido a expensas del Legislativo; “la forma ideal de ejército imperialista” se había vuelto “un ejército de mercenarios”[5] y la ideología del imperialismo, una creciente glorificación “del poder, del orgullo del amo, la idea del derecho de una cultura superior”[6] -todo lo cual apuntaba a una “futura guerra mundial imperialista”.[7] El imperialismo parecía representar al Imperio Austro-Húngaro aumentado:

Ya no es más la libertad, la unidad y la independencia del Estado de cada nación el ideal del capitalismo actual, sino el sojuzgamiento de millones de miembros de pueblos extranjeros bajo el dominio de la nación propia. Se acabó el tiempo del pacífico intercambio de mercancías entre las naciones, en cambio, cada nación debe armarse hasta los dientes de modo de ser capaz de mantener la opresión de los pueblos de manera constante y alejar a los rivales de su esfera de explotación. Esta completa transformación de la conformación del Estado dentro de la sociedad capitalista nace en última instancia del hecho de que, con la concentración del capital, los métodos de la economía capitalista han cambiado.[8]

En una sección de su libro dedicada al “imperialismo y el principio de nacionalidad”, Bauer relacionó estas conclusiones directamente con el Imperio de los Habsburgo, al comentar que era el imperialismo lo que explicaba la opresión de las minorías nacionales: “La idea de unidad de la nación propia y su dominación de pueblos extranjeros al servicio de las ansias de los industriales por ganancias de cartel [es decir, monopolísticas], al servicio del capital financiero, deseoso de las ganancias extraordinarias que se pueden obtener en las jóvenes tierras extranjeras, al servicio de los corredores de bolsa hambrientos de especulación -éste es “el principio de nacionalidad del imperialismo”.[9] La respuesta correcta era reconciliar a las minorías a través del principio de autonomía cultural. “El objetivo primario de los trabajadores de todas las naciones de Austria” no podía ser “la realización de la nación-Estado, sino sólo… la autonomía nacional dentro del marco del Estado”.[10] Bauer publicó La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia un año antes de la anexión austríaca de Bosnia-Herzegovina, el 6 de octubre de 1908. Al año siguiente, Bauer desarrolló sus argumentos con mayor profundidad en uno de sus artículos teóricos más importantes, “Puntos de vista nacionales e internacionales sobre política exterior”, el cual hemos traducido por primera vez en Discovering Imperialism.[11]

El capital financiero, de Rudolf Hilferding

Bauer hizo una contribución significativa para la comprensión de la economía del imperialismo, pero probablemente el mayor logro teórico del austromarxismo se dio en 1910, de la mano de la obra monumental de Rudolf Hilferding, El capital financiero: un estudio de la última fase del desarrollo capitalista. Heinrich Cunow fue uno de los muchos que aclamó la obra como “un valioso suplemento a los tres volúmenes de El capital de Marx”;[12] muchos otros, incluyendo a Kautsky, fueron aún más efusivos, calificando al libro como el cuarto volumen faltante que el mismo Marx podría haber escrito si hubiera vivido para hacerlo.

Hilferding comenzó colaborando con Kautsky en Die neue Zeit en 1902. Durante los siguientes tres años, siguió adelante con su profesión de médico, mientras continuaba sus estudios teóricos en Viena. En 1906, Bebel lo convocó a Berlín para enseñar Economía política e Historia económica en la escuela del Partido. Durante su estadía en Berlín, Hilferding estuvo inicialmente con el ala izquierda del Partido, y en 1914 se opuso a los créditos de guerra a pesar de que todavía era un residente extranjero en Alemania, no un diputado en el Reichstag. En 1915 fue reclutado en el ejército austríaco. Por un tiempo, luego de la guerra, se unió al Partido Socialdemócrata Independiente (USPD). Se opuso fuertemente a la unión del USPD con el Partido Comunista y, en cambio, apoyó la unión con el SPD. El compromiso de Hilferding con los métodos parlamentarios lo convenció de que la socialización debía ser gradual, comenzando por las industrias más “maduras”. Recibió la ciudadanía alemana en 1920 y fue por un breve período ministro de Finanzas en 1923 y nuevamente en 1928-9. Aún era diputado del Reichstag cuando Hitler ascendió al poder en 1933 y predijo que el gobierno nazi no duraría más de seis u ocho semanas: una vez que Hitler pusiera sus manos sobre el Reichsbank sería derrocado. Hilferding falleció en 1941, envenenándose luego de que el gobierno de Vichy lo entregara a la Gestapo.

Como Marx había hablado de crisis económicas cíclicas, en El capital financiero, Hilferding desechó cualquier noción que explicara el imperialismo en términos de subconsumo crónico. Como Marx, Hilferding pensaba que el nivel de consumo estaba siempre determinado por cambios en la producción: “ya que la recurrencia periódica de las crisis es un producto de la sociedad capitalista, las causas deben residir en la naturaleza del capital”.[13] Hilferding comenzó su estudio de las nuevas formas del capitalismo enfocándose sobre el tópico de Marx de la concentración y la centralización del capital, finalizando con la aparición de enormes empresas en las cuales el reemplazo de mano de obra por maquinaria inmovilizaba al capital por un período de rotación continuamente más prolongado. Ya que el capital fijo no podía ser rápidamente reasignado a otra rama de la producción en caso de caída de precios, las grandes empresas se volvieron más dependientes de los bancos para ajustarse a los cambios a corto plazo en el mercado, mientras que los bancos, a su vez, protegían sus inversiones crecientes en la industria mediante la colaboración en la formación de trusts y cartels. Mientras más grandes los trusts y los cartels, mayores eran los requerimientos crediticios, haciendo que la combinación industrial estimulara una centralización paralela del capital bancario y la eventual fusión de los bancos con la industria. “Llamo al capital bancario -escribió Hilferding-, esto es, al capital monetario que de hecho se transforma de este modo en capital industrial, capital financiero… Una creciente proporción del capital utilizado en la industria es capital financiero, capital a disposición de los bancos usado por los industriales”.[14]

Hilferding integró este análisis del capital financiero a la teoría de Marx del ciclo económico, enfatizando cómo las variaciones cíclicas en la tasa de ganancia reforzaban la tendencia hacia los trusts y los cartels. En los esquemas de reproducción, Marx había dividido el total de la economía en dos sectores, el primero de los cuales produce los medios de producción y, el segundo, los bienes de consumo. Siguiendo a Marx, Hilferding destacó que, durante una expansión cíclica, los precios y las ganancias se elevaban más rápidamente en el sector I, ya que éste respondía a la nueva demanda de inversiones. El alza en los precios de la maquinaria y los materiales tendería entonces a reducir la tasa de ganancia en el sector II. Inversamente, con una contracción cíclica, las ganancias caerían más rápidamente en el sector I, a medida que los productores de industria pesada eran forzados o bien a acumular stocks de mercancías o a recortar los precios. La combinación industrial ofrecía un modo de estabilizar las ganancias para ambos grupos. Durante una contracción, las empresas del sector I tenían un interés en combinarse con las del sector II que usaban sus productos; durante una expansión, las industrias livianas del sector II podían adquirir medios de producción relativamente baratos si estaban amalgamadas con empresas de abastecimiento. Por lo tanto, la presión para organizar la producción capitalista crecía firmemente: “Son, por ende, las diferencias en las tasas de ganancia lo que lleva a las combinaciones. Una empresa integrada puede eliminar las fluctuaciones en la tasa de ganancia”.[15]

El capital financiero buscaba superar la ley de valor, principalmente por medio del control centralizado de los precios y de la oferta. Mediante la restricción de la oferta en relación con la demanda, el capital organizado podía aumentar artificialmente las ganancias de los miembros de los cartels a expensas de los negocios desorganizados; el plusvalor total sería entonces redistribuido en beneficio de las empresas más grandes, con el resultado de que “la ganancia del cartel” no representaba “sino una participación en, o apropiación de, la ganancia de otras ramas de la industria”.[16] A sabiendas de que impulsarían la baja de su propia tasa de ganancia si expandían su capacidad demasiado pronto, los cartels enfrentaban limitaciones estrechas en su actividad de inversión doméstica. Hilferding concluía que la expansión imperialista no guardaba ninguna relación con un mercado local inadecuado en forma crónica, sino que era el resultado de una búsqueda creciente de una mayor tasa de ganancia: “La premisa para la exportación de capital es la variación en las tasas de ganancia…”.[17]

A pesar de que asociaba el imperialismo con cambios estructurales orientados a sostener la tasa de ganancia del capital financiero, Hilferding también siguió convencido de que Bernstein y los revisionistas estaban equivocados al creer que nuevas instituciones podrían prevenir las crisis cíclicas. “Esta visión -declaró- ignora completamente la naturaleza inherente de las crisis. Sólo si la causa de las crisis es vista simplemente como una sobreproducción de mercancías, resultante de una falta de visión de conjunto del mercado, puede sostenerse que los cartels son capaces de eliminar las crisis mediante restricciones a la producción”.[18] En realidad, las crisis surgían de las desproporciones entre industrias que Marx había descrito; y a pesar de su compromiso por regular la producción, las nuevas formas organizacionales del capitalismo debían inevitablemente colapsar en la competencia por el plusvalor.

Los miembros individuales de los cartels siempre enfrentaban la tentación de invertir de más durante una expansión cíclica. La oficina central de un cartel típicamente asignaba cuotas de producción en basea la capacidad productiva, haciendo de un incremento en la capacidad la manera evidente para un miembro del cartel de expandir su parte del mercado correspondiente. El resultado era que la competencia hacia adentro de la organización siempre recreaba una tendencia hacia la sobreproducción. A mayor capital productivo redundante, mayor era la determinación del cartel de mantener los precios una vez que se desataba la crisis, y más graves eran las consecuencias para los capitalistas no organizados. Sin embargo, mediante la contribución a las bancarrotas de otros lugares, los cartels finalmente socavaban sus propios precios y se veían forzados a restringir la producción nuevamente.

Dada la alta composición orgánica del capital en las grandes empresas, o su creciente dependencia de la maquinaria y de la tecnología por contraposición a la mano de obra, cualquier caída en la producción también aumentaba significativamente los costos de producción de cada mercancía en las grandes compañías con costos fijos; los pequeños “forasteros”, con tecnología menos avanzada, intervenían entonces para competir con, e incluso disolver, el cartel. El resultado era que los cartels no podían superar nunca la anarquía cíclica del capitalismo. Ni prevenían las crisis ni aplacaban su severidad; sólo podían “modificarlas” al transferir temporalmente el peso del ajuste a empresas no organizadas. Bernstein y quienes, como él, pensaban que los ciclos económicos desaparecerían, cometían el error lógico de confundir cantidad con calidad. Para poner fin realmente a los ciclos y a las crisis capitalistas era necesario nada menos que un cartel único y universal que administrara la totalidad de la industria capitalista en asociación con los grandes bancos:

La regulación parcial, que involucra la unificación de una rama de la industria en un solo negocio, no tiene ninguna influencia sobre las relaciones proporcionales en el total de la industria… La producción planificada y la producción anárquica no son opuestos cuantitativos, de modo que agregar más y más “planificación” no hará que surja de la anarquía una organización consciente. (…) Quien ejerce este control, y es el dueño de la producción, es una cuestión de poder. En sí mismo, un cartel general que lleve adelante el total de la producción, y así elimine las crisis, es económicamente imaginable, pero en términos sociales y políticos semejante arreglo es imposible, porque inevitablemente fracasaría ante el conflicto de intereses, que se intensificaría hasta el extremo. Pero esperar la abolición de las crisis de los cartels individuales demuestra lisa y llanamente una falta de comprensión de las causas de las crisis y de la estructura del sistema capitalista.[19]

El punto central en el cual Hilferding se alejaba de Marx era con respecto al fenómeno monetario. Mientras que Marx veía a las crisis financieras como la fase final de toda crisis industrial, Hilferding creía que la concentración de capital bancario y su unión con la industria a gran escala hacía que fueran altamente improbables grandes turbulencias financieras. Las anteriores crisis monetarias y crediticias habían sido causadas por la excesiva especulación seguida de un colapso del crédito. Al controlar virtualmente el total del capital monetario de la sociedad, y con sus afiliaciones ampliamente distribuidas local e internacionalmente, los grandes bancos estaban ahora -pensaba Hilferding- en una posición que les permitía regular la especulación a voluntad. El rol de los especuladores se veía limitado además por la tendencia de los trusts y de los cartels a evitar el capital comercial y a hacer negocios directamente unos con otros. Estos cambios organizacionales habían sido acompañados por una correspondiente variación en la psicología capitalista: “La psicosis masiva generada por la especulación a comienzos de la era capitalista, aquellos benditos tiempos en que cada especulador se sentía un dios que creaba un mundo de la nada, parecen haberse ido para siempre”.[20]

Pero si la expansión de los cartels era un proceso continuo, que obtenía nuevo ímpetu con cada crisis cíclica, la cuestión de cuán lejos podría avanzar el proceso debía eventualmente ser planteada. Sobre este tema, Hilferding daba vuelo a su imaginación:

Si ahora planteamos la cuestión de los límites reales de la cartelización, la respuesta debe ser que no hay límites en absoluto. Al contrario, hay una tendencia constante a la extensión de la cartelización… El resultado último de este proceso sería la formación de un cartel general. El total de la producción capitalista estaría entonces regulado por un organismo único que determinaría el volumen de producción en todas las ramas de la industria. La determinación de precios se volvería una cuestión puramente nominal, involucrando sólo la distribución del total de la producción entre los magnates de los cartels de un lado y todos los miembros de la sociedad del otro… El dinero no tendría un rol. De hecho, podría desaparecer completamente, ya que la tarea a realizar sería la distribución de las cosas, no la distribución de valores. La ilusión del valor objetivo de la mercancía desaparecería junto con la anarquía de la producción, y el dinero en sí mismo dejaría de existir… Esta sería una sociedad conscientemente regulada, pero en forma antagónica… En su forma perfeccionada, el capital financiero es así desarraigado del suelo que lo nutrió en sus comienzos. La circulación del dinero se vuelve innecesaria.[21]

En una sociedad completamente organizada, la ley del valor no tendría dónde operar. La “división social del trabajo”, mediada anteriormente por el dinero y el mercado, sería reemplazada por “una división técnica de la mano de obra”, mediada por una oficina central que gobernaría el total de la producción y de la distribución. Por primera vez en la historia, el capital aparecería como una “fuerza unificada”. En contraste con Kautsky, sin embargo, quien eventualmente esperaba que una fase de “ultra-imperialismo” se convirtiera en una realidad duradera, Hilferding siempre estableció límites a sus propias proyecciones lógicas al enfatizar que el obstáculo al capitalismo organizado en última instancia estaba en la lucha de clases. El capitalismo organizado pondría de manifiesto la cuestión de la propiedad en su “expresión más clara, inequívoca y aguda al mismo tiempo que el desarrollo del capital financiero por sí solo está resolviendo con mayor éxito el problema de la organización de la economía social”.[22] La socialización objetiva de la producción podría comenzar dentro de la sociedad capitalista, pero la etapa final de la economía socialista planificada sólo llegaría cuando los expropiadores fueran expropiados. En el capítulo final de El capital financiero, Hilferding escribió:

La función social del capital financiero facilita enormemente la tarea de superar al capitalismo. Una vez que el capital financiero ha puesto bajo su control a las principales ramas de la industria, es suficiente para la sociedad, mediante su órgano ejecutivo consciente -el Estado conquistado por la clase obrera- hacerse del capital financiero para ganar control inmediato de estas ramas de la producción. Ya que todas las otras ramas de producción dependen de ellas, el control de la industria a gran escala provee la forma más efectiva de control social, incluso sin mayor socialización. Una sociedad que tiene control sobre la minería, la industria del acero y el hierro, la de maquinaría, la electricidad y las industrias químicas, y dirige el sistema de transporte, es capaz, en virtud de este control sobre las esferas más importantes de la producción, de determinar la distribución de materias primas hacia otras industrias y el transporte de sus productos. Incluso hoy, tomar posesión de los seis grandes bancos de Berlín significaría tomar posesión de las esferas más importantes de la industria a gran escala, y facilitaría enormemente las fases iniciales de la política socialista durante el período de transición, cuando la contabilidad capitalista aún podría ser útil.[23]

Hilferding nunca dudó que la economía planificada del socialismo era una consecuencia lógica de las propias tendencias organizacionales del capitalismo. El problema era que Hilferding esperaba una progresión paralela de la democratización y de la racionalización económica, de modo que la socialización de los medios de producción finalmente coincidiría con la toma del poder del Estado por el proletariado a través de medios parlamentarios. En el ínterin, sin embargo, reconocía que el capital financiero había transformado al Estado burgués y había provocado una intensificación radical de las rivalidades entre los Estados. En tiempos de Marx, la burguesía quería un Estado liberal; ahora el capital financiero exigía un Estado fuerte.

Los antiguos libremercadistas creían en el libre mercado no sólo como la mejor política económica sino también como el comienzo de una era de paz. El capital financiero hace tiempo ha abandonado esta creencia. No tiene fe en la armonía de los intereses capitalistas, y sabe bien que la competencia se está convirtiendo crecientemente en una disputa por el poder político. El ideal de la paz ha perdido su encanto, y en lugar de la idea de humanidad emerge la glorificación de la grandeza y del poder del Estado. El Estado moderno surgió como una realización de la aspiración de unidad de las naciones. La idea nacional… consideraba las fronteras de los Estados como determinadas por los límites naturales de la nación, [pero] se ha transformado ahora en la noción de elevar la nación propia sobre todas las demás. El ideal ahora es asegurar para la nación propia la dominación del mundo, una aspiración tan desenfrenada como la ambición capitalista de ganancia de la cual emana (…) Estos esfuerzos se vuelven una necesidad económica, porque cada fracaso en el avance reduce la ganancia y la competitividad del capital financiero, y podría finalmente convertir al territorio económico más pequeño en simple tributario de uno más grande… Dado que la sujeción de naciones extranjeras tiene lugar por la fuerza -es decir, en una forma perfectamente natural-, le parece a la nación gobernante que esta dominación es consecuencia de algunas cualidades naturales especiales, en síntesis por sus características raciales. Entonces emerge la ideología racista, disfrazada como ciencia natural, una justificación para la codicia de poder del capital financiero, que así demuestra que tiene la especificidad y la necesidad de un fenómeno natural. Un ideal oligárquico de dominación ha reemplazado al ideal democrático de igualdad.[24]

Cómo exactamente estas contradicciones se desarrollarían era imposible de prever. Los costos de la guerra eran enormes, pero mientras más desiguales eran las fuerzas en disputa, más probable era el conflicto armado. Hasta que tuviera lugar la victoria final del socialismo, parecía que la mejor chance de evitar las hostilidades recaía en la posibilidad de la “cartelización internacional”. Las tarifas proteccionistas servían como arma ofensiva, pero también dotaban de gran estabilidada los cartels nacionales y de ese modo facilitaban acuerdos entre cartels. “El resultado total de estas dos tendencias es que estos acuerdos internacionales representan una especie de tregua más que una comunidad de intereses duradera, dado que cada cambio en las tarifas, cada variación en las relaciones de mercado entre los Estados, altera la base del acuerdo y hace necesario llegar a nuevos acuerdos”.[25]

La cartelización internacional era completamente consistente con la visión de Hilferding de un mundo gradualmente más racional y organizado. Las problemáticas implicancias se volvieron obvias, sin embargo, cuando más adelante Karl Kautsky olvidó la caracterización que hizo Hilferding de la inestabilidad de los cartels internacionales, decidiendo en cambio que el “ultra-imperialismo” podía evitar el uso de la fuerza a través de acuerdos internacionales que permitirían a los países avanzados “explotar, de una manera mucho más vigorosa e ilimitada que antes, el área total de por lo menos el hemisferio este”.[26]

A pesar de que la lógica política de Hilferding era estrictamente gradualista, su refutación económica del revisionismo fue decisiva y le otorgó a su obra una recepción casi unánimemente halagadora. En Discovering Imperialism hemos incluido dos reseñas de El capital financiero, escritas por Otto Bauer y Julian Marchlewski, que representan, respectivamente, los puntos de vista del ala de centro y del ala de izquierda de la socialdemocracia internacional.[27] Los lectores quizá deseen consultar también la reseña de Miron Nachimson (Spektator) en el Bremer Burger-Zeitung,[28] así como la reseña de Kautsky en el Die neue Zeit.[29] La reseña que expresaba menos entusiasmo provenía, como era de esperarse, de Eduard Bernstein.

En Sozialistische Monatshefte, Bernstein comentó que El capital financiero le recordaba a un artículo publicado quince años antes en Die neue Zeit por un estudiante ruso bajo el seudónimo de Kapelusz.[30] Tanto Kapelusz como Hilferding intentaban “identificar al moderno capital financiero -esa categoría del capital que dicta la política mundial contemporánea- con una cierta tendencia en la política comercial”, pero arribaban a conclusiones exactamente opuestas: “de acuerdo con Kapelusz, la política comercial del capital financiero era de libre mercado y liberal, mientras que para Hilferding es proteccionista e imperialista”.[31] Bernstein sostenía que Hilferding tenía que proveer “mucho más abundante material empírico” si esperaba probar su tesis “según la cual el capital financiero, representado por los bancos, juega el rol decisivo en la determinación de la política económica”.[32]

Una de las críticas más bizarras de Bernstein incluía una completa distorsión de la visión política de Hilferding. En El capital financiero, Hilferding había escrito que ya que “las tarifas proteccionistas” eran “la demanda en común de la clase dirigente”, el libre mercado debía ser considerado “una causa perdida”.[33] Hilferding agregaba que “el proletariado evita el dilema burgués -proteccionismo o libre cambio- con una solución propia; ni proteccionismo ni libre mercado, sino socialismo, la organización de la producción, el control consciente de la economía… por y para la sociedad entera… El socialismo deja de ser un ideal remoto, un ‘objetivo último’… y se vuelve un componente esencial de la política práctica inmediata del proletariado”.[34] Bernstein negaba que el capital financiero estuviera interesado en el proteccionismo, citando ejemplos tanto de industrias cartelizadas como de políticos burgueses que abogaban por el libre cambio. Y como siempre consideró al socialismo como meramente un objetivo último, Bernstein también decidió que en las circunstancias actuales el comentario de Hilferding sólo podía implicar anarcosindicalismo extraparlamentario: “Naturalmente, si la socialdemocracia sólo diera batallas extraparlamentarias, como lo quiere el sindicalismo revolucionario, podría confrontar de una manera puramente crítica la disputa entre proteccionismo y libre cambio, junto con la batalla -íntima-mente relacionada con la primera- sobre el imperialismo agresivo o una política de paz consistente, sobre la construcción naval sin límites o las limitaciones al armamento. Como participante en la legislación no puede hacerlo”.[35] Bernstein concluía que la principal falla de la obra de Hilferding residía en sus implicancias impracticables, las cuales atribuía despectivamente a una “hipóstasis de conceptos” y una caída en “el método de la especulación dialéctica” en lugar de un análisis sobrio de datos empíricos.[36]

Bernstein descalificaba El capital financiero en nombre de la crítica al “determinismo económico” y creía que Marx había descubierto sólo “tendencias” del desarrollo histórico. En Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, Bernstein afirmaba que la sociedad moderna “es, en teoría, más libre de la causalidad económica que nunca antes”.[37] Hilferding, por el contrario, afirmó en su prefacio que El capital financiero estaba dedicado “al descubrimiento de relaciones causales. Conocer las leyes de la sociedad productora de mercancías es ser capaz, al mismo tiempo, de develar los factores causales que determinan las decisiones conscientes de las diversas clases de esta sociedad”.[38]

Tanto Marx como Hilferding trataban la causalidad y el determinismo en términos de resultados necesarios implícitos dentro de las contradicciones existentes. Pero, en El capital, Marx habló de “leyes” y “tendencias” de forma intercambiable, tomando en cuenta el hecho de que, a corto plazo, toda tendencia económica conllevaba su propia tendencia contraria. En el tercer volumen de El capital, el título que dio Marx a la sección que lidiaba con la tasa decreciente de ganancia era “La ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia”. A largo plazo, la tasa de ganancia debe caer; pero dentro de cualquier ciclo económico en particular la tasa ascendería y caería, dependiendo de las circunstancias específicas. Ni Marx ni Hilferding concebían las leyes económicas en términos de movimiento unidireccional. Pero, en el sentido que dio Marx al determinismo, Hilferding sí creía que el imperialismo era una necesidad económica del capitalismo en su fase más reciente. Eventualmente, el imperialismo debía intensificar hasta tal punto las contradicciones de la sociedad burguesa que elementos de otras clases se unirían a los trabajadores para resistir la carga impositiva de la carrera armamentista. “En el choque violento de estos intereses hostiles, la dictadura de los magnates del capital será finalmente transformada en la dictadura del proletariado”.[39]

La moción de la fracción del Reichstag sobre el desarme y el congreso de la Internacional Socialista en Copenhague

Karl Kautsky no era tan riguroso como Hilferding en su uso de palabras y conceptos. Kautsky típicamente hablaba de imperialismo como sinónimo de “política colonial” y “Weltpolitik” (política mundial). En 1909, un año antes de que Hilferding completara El capital financiero, Kautsky escribió su libro, El camino al poder, donde declaró que el imperialismo “implica una política de conquista (…) No puede ser llevada a cabo sin una fuerte carrera armamentista, sin grandes ejércitos permanentes, sin ser capaz de llevar adelante batallas en océanos lejanos”.[40] Por ese entonces, Kautsky también dudaba de la posibilidad de un programa de paz exitoso:

La carrera armamentista contemporánea es sobre todo una consecuencia de la política colonial y del imperialismo, y mientras esta política se sostenga, predicar la paz hará muy poco bien… Esto debería sugerir algo a algunos de nuestros amigos que se entusiasman por la paz mundial y el desarme, asisten a todos los congresos pacifistas de la burguesía y, al mismo tiempo, consideran necesaria la política colonial -por supuesto, una política colonial ética y socialista (…).[41]

Kautsky creía que el imperialismo era “el único ideal” que los capitalistas podían ofrecer en oposición al socialismo, y esta locura continuaría y crecería “hasta que el proletariado obtenga el poder de determinar la política del Estado, de derribar la política imperialista y sustituirla por la política del socialismo”.[42]

Las palabras tienen implicancias. ¿Era el imperialismo meramente una política o era un elemento integral de la última fase del capitalismo? De seguro, el argumento general de Kautsky, en El camino al poder, consideraba al imperialismo como una consecuencia de los recientes desarrollos económicos y políticos. A las pocas páginas, sin embargo, Kautsky comenzaba a argumentar que el imperialismo era realmente una cuestión de política -no una necesidad histórica- y que la política podía ser modificada para evitar una guerra mundial. Aunque Kautsky no era diputado del Reichstag, era considerado dentro del Partido como una autoridad eminente, y fue este tipo de pensamiento de parte de Kautsky que motivó a la fracción parlamentario del SPD, el 29 de marzo de 1909, a presentar una moción llamando a “un entendimiento internacional de los grandes poderes para la limitación mutua del armamento naval”.[43] Kautsky apoyó esta iniciativa a pesar de que apenas unas semanas antes había ridiculizado “todos los congresos pacifistas burgueses”. Haciendo referencia a las decisiones de las conferencias de La Haya de 1899 y 1907, que habían sido aprobadas por el gobierno alemán, la moción proponía que Alemania diera los pasos necesarios “para dar lugar a un acuerdo internacional de las grandes potencias para la limitación mutua de los armamentos navales”.[44] Dos años después, el 30 de marzo de 1911, los diputados del SPD extendieron su moción, llamando a un acuerdo para una limitación general de armamentos.[45] A pesar de que ambas mociones fueron rechazadas por la mayoría burguesa en el Reichstag, marcaron el comienzo de divisiones internas, que partieron a la socialdemocracia en facciones de derecha, izquierda y centro, con Kaustky y Hilferding encontrando terreno en común en el centro emergente. Hilferding ciertamente no consideraba al imperialismo como una política, aunque sí apreciaba los acuerdos internacionales temporarios como una tendencia contraria a las rivalidades imperialistas.

Poco más de un año después de la primera resolución del SPD sobre desarme, el centro logró una victoria importante en el VIII Congreso de la Internacional Socialista, que se reunió en Copenhague del 28 de agosto al 3 de septiembre de 1910. En el Congreso de París de 1900, Rosa Luxemburg había promovido la resolución que condenaba al imperialismo y llamaba a una oposición decidida de los partidos obreros. En el Congreso de Stuttgart de 1907, la propuesta de van Kol de una política colonial socialista había sido condenada. Pero el Congreso de Copenhague de 1910 siguió el ejemplo del SPD y resolvió buscar la paz mediante el desarme. Tal como lo proponía Kautsky, el congreso llamó a alcanzar acuerdos internacionales mediante un arbitraje obligatorio:

El Congreso, reiterando una vez más la tarea de los representantes socialistas en los parlamentos de combatir al militarismo con todos los medios disponibles y rechazar los medios para el armamento, requiere de sus representantes:

a. La constante reiteración de la demanda por un arbitraje internacional que sea obligatorio en todas las disputas internacionales;

b. Propuestas persistentes y repetidas en la dirección de un desarme completo y final; y, sobre todo, como primer paso, concertar un tratado general que limite el armamento naval y derogue el derecho de las embarcaciones privadas a atacar embarcaciones extranjeras;

c. La demanda por la abolición de la diplomacia secreta y la publicación de todos los acuerdos existentes y futuros entre los gobiernos;

d. Garantizar la independencia de todas las naciones y su protección ante ataques militares y represión violenta.

La resolución concluía citando el último párrafo de la resolución de Stuttgart de 1907, llamando a los socialistas en todas partes, en el caso de una guerra mundial, “a agitar políticamente a las masas y acelerar la caída del dominio de la clase capitalista”.[46] A pesar de este gesto, las protestas de la izquierda fueron inmediatas. Karl Radek remarcó el hecho obvio de que “los llamados a acuerdos sobre la limitación de armamentos son fútiles, ya que no existe un poder ejecutivo internacional capaz de hacer cumplir los acuerdos”.[47] Paul Lensch (editor del Leipziger Volkszeitung) ridiculizó el desarme como una utopía que nunca se podría realizar bajo el capitalismo. Le siguieron críticas similares de parte de Radek y Pannekoek,[48] así como artículos en apoyo al desarme de parte de Georg Ledebour (un diputado del Reichstag que había presentado la moción original del SPD en 1909), de Hugo Haase (quien luego realizó un informe sobre el imperialismo en el Congreso del SPD de Chemnitz en 1912), así como también de los austromarxistas Bauer, Hilferding y Gustav Eckstein.[49]

El debate entre el centro y la izquierda del SPD  sobre el desarme y la milicia

Los choques en torno del desarme pronto se ligaron a otro debate polarizante sobre la acción parlamentaria y extraparlamentaria. En marzo de 1910, Rosa Luxemburg envió un artículo al Die neue Zeit urgiendo a la huelga general como medio de conseguir el sufragio universal en Prusia (donde regía un régimen de sufragio calificado), al mismo tiempo que planteó la demanda de la república a fin de promover la acción revolucionaria. Bajo la presión del ejecutivo del Partido, Kautsky rechazó publicar el artículo.[50] En El camino al poder, Kautsky había hecho referencia a “un nuevo período de revoluciones”, posiblemente incluyendo “la huelga general”,[51] pero Kautsky estaba fundamentalmente comprometido con la política parlamentaria, ya que creía que la democracia “no puede abolir la revolución, pero sí puede prevenir muchos intentos revolucionarios prematuros e inútiles, y volver superfluos muchos levantamientos revolucionarios… La dirección del desarrollo, por lo tanto, no es modificada, pero su curso se vuelve más firme y más pacífico”.[52] En repudio a los llamados de Luxemburg a la huelga general, Kautsky ahora desarrollaba su llamada estrategia de “desgaste” -o de “agotar al enemigo” [Ermattungsstrategie]- por contraposición a la estrategia de Luxemburg de “derrotar al enemigo” [Niederwerfungsstrategie].[53]

El 28 de abril de 1911, ante la cercanía del 1° de Mayo, Kautsky publicó un artículo en apoyo a la segunda moción de la fracción socialdemócrata en el Reichstag sobre el desarme y el arbitraje, y afirmó que “la aversión a la guerra crece rápidamente no sólo entre las masas populares sino también entre las clases dominantes”.[54] Se desprendía de esto que “la tarea inmediata es apoyar y fortalecer el movimiento de la pequeña burguesía contra la guerra y la carrera armamentista”. Advirtiendo en contra de cualquier subestimación del movimiento pacifista burgués, Kautsky continuaba:

(…) nosotros no deberíamos bajo ninguna circunstancia confrontar la demanda por acuerdos internacionales para preservar la paz o limitar los armamentos… con la observación de que la guerra está ligada íntimamente a la naturaleza del capitalismo y es, por lo tanto, inevitable. El asunto no es tan simple. Y cuando se hacen propuestas de parte de la burguesía para la preservación de la paz o la limitación de los armamentos que son hasta cierto punto viables, tenemos todos los motivos para apoyarlas y forzar a los gobiernos a declarar su posición al respecto. Cuando nuestra fracción parlamentaria hizo esto recientemente en el Reichstag, actuó de manera completamente correcta.[55]

Kautsky reconocía que tales acuerdos no eran garantía de una paz duradera, que requeriría, en última instancia, de “la unión de los Estados de la civilización europea en una federación con una política comercial en común y un ejército federal -la formación de los Estados Unidos de Europa”.[56] Pero en el futuro inmediato todo socialista comprometido con la causa de evitar la guerra estaba obligado, según Kautsky, a buscar terreno en común con los elementos progresistas de la burguesía.

Una semana después, Rosa Luxemburg respondió con su propio artículo titulado “Utopías de paz”, que hemos incluido en Discovering Imperialism. Sus puntos de vista eran exactamente opuestos a los de Kautsky; la tarea de los socialdemócratas era “mostrar la impracticabilidad de la idea de una limitación parcial de los armamentos” y “dejar en claro al pueblo que el militarismo está íntimamente ligado a la política colonial, a la política tarifaria y a la política mundial”. El imperialismo era “el último y más alto estadio del desarrollo capitalista” y el militarismo era “el resultado lógico del capitalismo”. Los socialdemócratas debían, por lo tanto, descartar todas las “payasadas sobre el desarme” y despiadadamente “disipar todas las ilusiones sobre los intentos de alcanzar la paz hechos por la burguesía”. En referencia al proyecto de los “Estados Unidos de Europa”, no representaba más que la esperanza de “una unión aduanera para guerras comerciales contra los Estados Unidos de América”. La piedra angular del socialismo no era “la solidaridad europea”, sino “la solidaridad internacional, que abarca a todas las partes del mundo, a todas las razas y a todos los pueblos”.[57]

La disputa entre Kautsky y Luxemburg continuó en ocasión del segundo conflicto marroquí, o crisis de Agadir (1° de julio – 4 de noviembre de 1911). En agosto de 1911, Kautsky escribió, a pedido del ejecutivo del SPD, un panfleto anónimo titulado “¡Política mundial, guerra mundial y socialdemocracia!”, en el cual argumentaba que la política mundial no respondía al interés ni siquiera de la mayoría de los estratos de las burguesías: “En Alemania ni siquiera los intereses de las clases propietarias demandan esta clase de política mundial” porque “la política colonial y la construcción naval no sólo no reportan ninguna ganancia, sino que de hecho van en detrimento de las masas de las clases poseedoras”. La industria pesada se beneficiaba de la carrera armamentista, vendiendo armas de guerra a precios inflados por los cartels a los gobiernos dispuestos a llevar adelante contratos a largo plazo, pero Kautsky afirmaba que fuera de los bancos y de los especuladores de guerra, era “el interés no sólo del proletariado, sino de todo el pueblo alemán, incluso de la masa de las clases propietarias, prevenir que el gobierno continúe con su política mundial”.[58] Si el partido obrero conseguía aislar políticamente a los magnates de la industria pesada, podía socavar el apoyo popular al imperialismo y continuar la búsqueda del cambio social democrático.[59] Luxemburg contestó desdeñosamente que el autor del panfleto intentaba retratar la política mundial como simplemente “un absurdo, una idiotez” e incluso “una carga” para la mayoría de las clases propietarias -“el producto de la mera ignorancia” y “un mal negocio para todo el mundo”- que podía ser revertido “porque no es rentable”, dando a entender que se esperaba ahora que los socialistas pospusieran la revolución para “iluminar” a la burguesía sobre sus propios intereses.[60]

En 1912, Kautsky publicó otro artículo en ocasión del 1° de Mayo, esta vez dirigido contra el ala izquierda que abogaba por el sistema de milicias en reemplazo del ejército permanente. Si el desarme era sostenido ahora como un objetivo plausible, los críticos de Kautsky pensaban que los socialistas también debían adoptar el llamamiento de Marx a reemplazar los instrumentos de la guerra ofensiva con una fuerza estrictamente defensiva de ciudadanos armados. La democratización de la milicia sería, de seguro, el camino obvio no sólo para promover la paz, sino también para paralizar al gobierno militarista alemán y para ayudar a despejar el camino para la revolución socialista. Kautsky respondió que el desarme y la propuesta de las milicias no eran incompatibles entre sí sino que, de hecho, se complementaban. Como un reclamo político, el llamamiento a la creación de milicias podía democratizar las fuerzas armadas, pero no sería necesariamente menos cara que un ejército permanente, mientras que los acuerdos internacionales para la reducción de armamentos, particularmente entre Alemania y Gran Bretaña, representaban un reclamo económico dirigido a aliviar el peso impositivo del militarismo sobre las masas populares.

En referencia a las implicancias revolucionarias que la izquierda asociaba con el tema de las milicias, Kautsky denunció a sus críticos como “adoradores del instinto puro de las masas” que pensaban erradamente que el socialismo era la sola y única respuesta al imperialismo.[61] En realidad, había una “comunidad de intereses entre el mundo de la burguesía y el proletariado sobre este punto”,[62] y los trabajadores podían “encontrar aliados entre el sector de la burguesía más visionaria”, lo que conduciría a “la victoria incluso antes de que el proletariado sea lo suficientemente fuerte como para conquistar el poder del Estado por sí solo”.[63] La carrera armamentista, insistía Kautsky, resultaba de “causas” económicas, pero no era una “necesidad” económica ni era su interrupción “una imposibilidad económica”.[64] Retomando la noción de Hilferding de un cartel universal, Kautsky imaginaba una etapa completamente nueva del imperialismo en la cual “la batalla competitiva entre los Estados sería neutralizada por su relación de cartel. Esto no significa el abandono de la expansión doméstica del capital, sino sólo la transición a un método menos caro y menos peligroso.”[65]

El artículo de Kautsky fue atacado con aspereza en dos documentos del ala izquierda que hemos incluido en Discovering Imperialism: “Milicia y desarme” de Paul Lensch, y “Métodos y medios en la lucha contra el imperialismo” de Karl Radek.[66] En otro artículo, titulado “La naturaleza de nuestras demandas actuales”, el marxista holandés Anton Pannekoek argumentó que “el debate gira en torno de la cuestión de si, considerando la fuerza y la necesidad inherente de la política imperialista para la burguesía, la prevención de la carrera armamentista es fútil e imposible, como creemos nosotros, o si, a pesar de esto, todavía es posible, como suponen Kautsky y Eckstein”.[67] Pannekoek hizo un recuento de sus diferencias con Kautsky sobre la cuestión de la milicia. Kautsky trataba la cuestión, tanto de la milicia como del desarme, en términos de sus implicancias sobre la carga impositiva. Pannekoek hizo una distinción más fina: mientras “el reclamo de desarme (en el sentido de una limitación constante de armamentos por parte de los gobiernos)” pedía meramente “un alivio de la presión del capitalismo sobre las masas”, el reclamo de reemplazar al ejército permanente por una milicia popular era “una fuerza para derrocar al capitalismo” porque “pondría una porción importante del poder en las manos del proletariado” y aceleraría la transición al socialismo.[68] El resultado de estos intercambios, sin embargo, fue prácticamente inconsecuente. Cuando el SPD llevó adelante su congreso anual en Chemnitz, en septiembre de 1912, rápidamente se volvió evidente que las visiones centristas de Kautsky contaban con el apoyo de una gran mayoría de los delegados -incluyendo en esta ocasión incluso a Karl Liebknecht, quien en 1907 había sido acusado de traición por sus denuncias sobre el militarismo.[69]

El Congreso Internacional Socialista de Basilea  (24-5 de noviembre de 1912)

En noviembre de 1912, poco tiempo después del estallido de la primera Guerra de los Balcanes, un Congreso Socialista Internacional Extraordinario fue convocado en Basilea, que contó con la presencia de 545 delegados de 22 países. En apariencia, este encuentro internacional no reflejó los conflictos internos que hemos descrito. Gankin y Fisher señalan que “El Congreso de Basilea fue la última sesión general de la Segunda Internacional antes de la guerra mundial, y es significativo que, en contraste con las resoluciones previas adoptadas por la Internacional con respecto al militarismo y conflictos internacionales, este congreso declaró por primera vez que las guerras nacionales en Europa habían cesado y que un período de guerras imperialistas había comenzado”.[70] El manifiesto de Basilea (que Lenin más tarde incluyó como apéndice a El imperialismo, fase superior del capitalismo) llamaba a los trabajadores de todos los países a “movilizar a la opinión pública” contra todas las ambiciones beligerantes e incluso a “alzarse simultáneamente en revuelta contra el imperialismo”. También repetía el llamado del congreso de Stuttgart en 1907 a realizar todos los esfuerzos posibles para prevenir el estallido de la guerra y, si eso resultara infructuoso, “a utilizar la crisis económica y política creada por la guerra para agitar al pueblo y de ese modo apresurar la caída del dominio de la clase capitalista”.[71] Pero las declaraciones encendidas fueron desmentidas por el hecho de que el centro socialdemócrata se estaba volviendo crecientemente hostil al ala izquierda revolucionaria, la cual repetidamente demandaba que las palabras fueran reemplazadas por hechos -por inmediatas acciones de masas contra la dominación capitalista y contra la amenaza de guerra. Cuarenta años más tarde, Anton Pannekoek recordaba que su camarada, Herman Gorter, había ido a Basilea

para provocar una discusión acerca de los medios prácticos para luchar contra la guerra. Mandatado por un cierto número de elementos de la izquierda, propuso una resolución de acuerdo con la cual, en todos los países, los trabajadores debían discutir el riesgo de la guerra y considerar la posibilidad de una acción de masas contra ella. Pero la discusión fue abortada porque la gente decía que la expresión de nuestras diferencias sobre los medios debilitaría la gran impresión que nuestro acuerdo causaba en los gobiernos. Por supuesto, era justamente lo contrario: los gobiernos, sin dejarse engañar por las apariencias, ahora sabían que no tenían que temer una seria oposición de los partidos socialistas.[72]

La teoría de Rosa Luxemburg sobre el imperialismo

La respuesta más cabal del ala izquierda a los conflictos teóricos sobre el imperialismo vino de parte de Rosa Luxemburg en su libro La acumulación del capital, publicado en la primavera de 1913. Luxemburg era la revolucionaria internacionalista ejemplar. Nacida en 1871 en Polonia bajo la ocupación rusa, Rosa escapó de la policía zarista y emigró a Zúrich en 1889, donde recibió un doctorado en Economía política en 1898. Ese mismo año se mudó a Alemania y, con su panfleto “¿Reforma social o revolución?”, se convirtió en la adversaria más feroz de Eduard Bernstein en la controversia revisionista. Con el estallido de la agitación revolucionaria en Rusia en 1905, Rosa se volvió una figura destacada en el debate sobre la “revolución permanente”,[73] más adelante retornó a Alemania, luego de un breve período en prisión en Varsovia, para enseñar en la escuela del Partido desde 1907 a 1914.

Luxemburg era una pensadora compleja y, en un sentido, incluso contradictoria. En Huelga de masas, partido y sindicatos (1906), Rosa desestimó la significación de las organizaciones obreras burocratizadas y argumentó que la conciencia revolucionaria de las masas se desarrollaría espontáneamente al calor de las luchas de clase, como un “shock eléctrico”.[74] Durante la revolución alemana de 1918, Rosa adoptó el eslogan del Fausto, de Goethe: Im Anfangwar die Tat! (“En el principio fue la acción”).[75] Sin embargo, su teoría económica del derrumbe capitalista [Zusammenbruch] también tenía algo de mecanicista, ya que predecía con absoluta certeza el colapso final del sistema capitalista mundial. En su correspondencia personal con una de sus amistades en 1917, Luxemburg recordaba su euforia al escribir La acumulación del capital:

El período en el cual escribí La acumulación fue uno de los más felices de mi vida. Vivía en un verdadero trance. Día y noche no veía ni escuchaba nada, ya que ese único problema se desarrollaba de manera tan hermosa ante mis ojos. No sé qué me dio más placer: el proceso de pensar… o la creación literaria pluma en mano. ¿Sabes que escribí el total de las 900 páginas sentada durante cuatro meses? ¡Algo jamás escuchado! Sin chequear el borrador ni siquiera una vez, lo envié a imprimir.[76]

Luxemburg explicó su visión de la falla terminal del capitalismo argumentando que Marx se equivocó en los esquemas de reproducción cuando describió la posibilidad teórica de crecimiento económico libre de crisis. Los esquemas de reproducción eran abstractos porque asumían un capitalismo puro (sin la producción no capitalista) y una economía aislada. Luxemburg objetaba que tales abstracciones no podían de ninguna manera clarificar “el proceso histórico real de acumulación”.[77] De hecho, Rosa argumentaba, el plusvalor que los capitalistas deben acumular para la reproducción ampliada sólo podía ser realizado (es decir, vendido y transformado en dinero) en mercados no capitalistas:

La realización de la plusvalía es, en efecto, la cuestión vital de la acumulación capitalista. Si, para simplificar, prescindimos totalmente del fondo de consumo de los capitalistas, la realización de la plusvalía requiere, como primera condición, un círculo de adquirentes que estén fuera de la sociedad capitalista. Decimos de adquirentes, y no de consumidores, pues la realización de la plusvalía nada dice previamente de la forma material de ésta. Lo decisivo es que la plusvalía no puede ser realizada por obreros ni capitalistas, sino por capas sociales o sociedades que no producen en forma capitalista (Rosa Luxemburg, La acumulación del capital, Capítulo XXVI: “La reproducción del capital y su medio ambiente”).[78]

Marx había ignorado estas “terceras personas”, dando por sentado que todos los ingresos derivaban, directa o indirectamente, de la producción capitalista de mercancías. En otras palabras, Marx dio por sentado que todos los intercambios en el mercado eran financiados por el poder de compra puesto en circulación por la clase capitalista misma. Marx luego dividió el producto social en tres componentes: el primero representaba gastos en instalaciones, materiales y maquinaria; el segundo representaba el pago de salarios; y el tercero, el plusvalor. Las primeras dos partes del producto social eran realizadas automáticamente para que la producción pudiera continuar de un año a otro. Incluso una porción de plusvalor no representaba un problema, ya que era consumida por los capitalistas mismos como artículos de consumo personal. El problema crucial concernía la porción remanente de plusvalor, aquella parte destinada a la acumulación y a la reinversión. La pregunta de Luxemburg era elegantemente directa: dentro del contexto de las premisas de Marx, ¿quién podía comprar las mercancías que en las que se encarna este plusvalor?

Los trabajadores no lo podían hacer, porque sus salarios ya habían sido tenidos en cuenta en los esquemas de reproducción. Pero si los capitalistas compraban estas mercancías, no tendrían incentivo para embarcarse en la reproducción ampliada. Los intercambios serían todos financiados, bajo dichos supuestos, de los bolsillos de los propios capitalistas. El capital monetario total en manos del capitalista colectivo se mantendría, por ende, constante. Mientras que la producción podría expandirse en tales circunstancias, no podría ser producción capitalista (con miras a obtener una ganancia) sino simplemente producción por la producción misma. Incluso si los capitalistas realizaran el balance del plusvalor ellos mismos, pospondrían, en el mejor de los casos, una contradicción insuperable. En la siguiente ronda de reproducción, el mismo problema retornaría en una escala aún mayor. Si la producción con ánimo de lucro, para obtener ganancias, iba a ocurrir, una fuente continuamente creciente de nueva demanda debía ser encontrada. De acuerdo con Luxemburg, tal fuente no era evidente en El capital de Marx:

De las suposiciones del esquema marxista, no se deduce para quién se realiza este aumento de la producción. Cierto que, junto con la producción, aumenta también el consumo de la sociedad; aumenta el consumo de los capitalistas (…) y aumenta también el consumo de los trabajadores. (…) Pero el consumo creciente de la clase capitalista no puede considerarse como fin de la acumulación; por el contrario, en tanto este consumo se realiza y crece, no se verifica acumulación alguna. (…) Más bien surge la pregunta: ¿para quién producen los capitalistas lo que ellos no consumen; aquello de que se “privan”, es decir, lo que acumulan? Menos puede ser aún el sustento de un ejército cada vez mayor de obreros el fin de la acumulación constante de capital. (…) En todo caso, los obreros sólo pueden consumir aquella parte del producto que corresponde al capital variable, y nada más. ¿Quién realiza, pues, la plusvalía que crece constantemente? El esquema responde: los capitalistas mismos y sólo ellos. ¿Y qué hacen con su plusvalía creciente? El esquema responde: la utilizan para ampliar más y más su producción. Estos capitalistas son, pues, fanáticos de la ampliación de la producción por la ampliación de la producción misma (Rosa Luxemburg, La acumulación del capital, Capítulo XXV: “Contradicciones del esquema de la reproducción ampliada”).[79]

El verdadero “objetivo y fin en la vida” del capital, sin embargo, siempre fue “la ganancia en la forma de dinero y la acumulación de capital monetario”. Los esquemas de reproducción no explicaban, creía Luxemburg, la fuente de ninguna adición neta al poder social de compra, sin el cual el crecimiento económico capitalista era inconcebible. Parecía desprenderse una conclusión imperiosa: “el capitalismo está atenido, aún en su plena madurez, a la existencia coetánea de capas y sociedades no capitalistas”[80] y el capital “para desplegar sin obstáculos el movimiento de acumulación, necesita los tesoros naturales y las fuerzas de trabajo de toda la Tierra”.[81] El militarismo no era respuesta; podía realizar el plusvalor para capitalistas individuales, pero lo que se gastaba en armamentos también provenía de los impuestos y no contribuía una adición neta al mercado. Lo que algunos capitalistas ganaban, otros perdían. E incluso cuando el capitalismo como un todo se transformaba en imperialismo en busca de nuevos mercados, en su rol de transformador del mundo debía terminar eliminando las formas precapitalistas al reproducirse a sí mismo en otras partes, así negando continuamente “las condiciones mismas que pueden asegurar su propia existencia”.[82]

La necesidad de nuevos mercados se expandía hacia el infinito, pero mientras más se aproximaba el capitalismo a transformar el globo entero a su imagen, más feroces serían las disputas por los mercados y esferas de inversión, de modo que incluso antes del “exterminio de capas no capitalistas”, las “catástrofes y convulsiones políticas y sociales”, junto con “las catástrofes económicas periódicas en forma de crisis”, harían “necesaria la rebelión de la clase obrera internacional contra la dominación capitalista, incluso antes de que haya tropezado económicamente con la barrera natural que se ha puesto ella misma” (Rosa Luxemburg, La acumulación del capital, Capítulo XXXII: “El militarismo como campo de la acumulación del capital”). En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels habían predicho que el capitalismo crearía la “interdependencia universal de las naciones”; Luxemburg escribió que el capitalismo universal, al contrario, era una absoluta imposibilidad teórica y práctica. Sólo el socialismo podía desarrollar las fuerzas productivas del globo entero, porque sólo el socialismo “por naturaleza, una forma mundial y un sistema armónico”.[83]

Entre las críticas marxistas al imperialismo, nunca antes se había hecho una argumentación tan fuerte sobre el colapso predeterminado. Sin embargo, a pesar de su rigor persuasivo y de la notable claridad de sus conclusiones, la teoría de Rosa Luxemburg dependía, en última instancia, de su interpretación errónea de El capital. En un apéndice a Discovering Imperialism brindamos una explicación más detallada de esta explicación, relacionando el análisis de Luxemburg directamente con la explicación de Marx de los esquemas de reproducción.[84] Para los propósitos presentes, sin embargo, un breve resumen será suficiente.

En el Volumen II de El capital, Marx explicó que algunos capitalistas siempre estaban comprando sin vender; mientras que otros estaban vendiendo sin comprar.[85] Para decirlo en otras palabras, algunos capitalistas siempre están invirtiendo su capital monetario, acumulado al mismo tiempo que otros están acumulando. Esto sucede porque la vida útil de las instalaciones y la de los equipamientos difieren, y porque las oportunidades de inversión nunca son uniformes en la economía. Luxemburg postulaba una situación imposible cuando suponía que la reproducción ampliada significaba que todos los capitalistas estaban acumulando reservas de efectivo simultáneamente. Lo que la reproducción ampliada de hecho requería era una adición neta al poder de compra (demanda social), lo que podía ser logrado mediante un gasto neto de los fondos de acumulación. Luxemburg negaba que estos fondos pudieran ser la fuente de nueva demanda, porque ya estaban comprometidos para reemplazar las instalaciones y los equipamientos en función. Luxemburg pasaba por alto, como dijo Marx, que el capital fijo es como “un animal cuyo promedio de vida es de diez años, pero esto no significa que muere una décima cada año”.[86]

Luxemburg no consideraba la posibilidad de que el capital monetario acumulado podía de hecho ser reinvertido antes de que el capital fijo estuviera desgastado. Luxemburg no veía que (dejando de lado la cuestión de una oferta de dinero en expansión) el crecimiento económico dependía de la simple condición de que el des-atesoramiento (la inversión) excediera el atesoramiento en curso (ahorro). Si el vaciamiento neto de los fondos de acumulación causaba un incremento significativo de la demanda efectiva, entonces una ola de expansión sería necesariamente su resultado sin recurrir a los mercados de “terceras personas”. Si algún capitalista contemplaba un gasto que excedía sus recursos disponibles, pediría prestada la diferencia, como observaba Marx. Aquellos capitalistas que no estaban todavía preparados para gastar su fondo de acumulación nunca permitirían que permaneciera ocioso. El plusvalor, escribió Marx, es “absolutamente improductivo en su metamorfosis monetaria. Es un ‘peso muerto’ sobre la producción capitalista”.[87] Los fondos de acumulación, por lo tanto, se mueven constantemente de aquellos capitalistas sin necesidad inmediata de ellos a aquellos deseosos de expandir sus operaciones, y la relación entre los dos está mediada por el mercado monetario y la tasa de interés.

Marx hacía abstracción de las “terceras personas” porque no eran esenciales para la comprensión de los fundamentos de la reproducción. No podía haber duda de que era teóricamente posible realizar el plusvalor, siempre y cuando las relaciones de proporcionalidad entre las industrias fueran mantenidas. Si aconteciera que la distribución de la producción no igualaba la demanda existente dentro de un determinado sector de la económica y entre los distintos sectores, entonces el mercado externo podía servir para rectificar las desproporciones. Alternativamente, el comercio podía surgir de consideraciones relativas al costo comparativo, de la exportación de capital en búsqueda de ganancias mayores o de la necesidad de asegurar materias primas y alimentos más económicos de países atrasados. Una explicación completa de la penetración del capital en entornos no capitalistas requería sólo de la ley de la tasa decreciente de ganancia, un entendimiento correcto del ciclo económico y la conciencia de la necesidad de acceder a los recursos naturales. Al reinterpretar El capital, en términos de una teoría de la inadecuación crónica del mercado -o de la imposibilidad crónica de realizar el plusvalor destinado a la acumulación-, Rosa Luxemburg terminó oscureciendo las causas del patrón cíclico real de desarrollo del capitalismo.

Si El capital financiero, de Rudolf Hilferding, recibió aclamación casi universal, las reseñas de La acumulación del capital, de Luxemburg, fueron casi universalmente negativas, incluso de parte de mayoría de la izquierda marxista. En Discovering Imperialism hemos incluido cuatro reseñas: dos que fueron críticas, provenientes de socialdemócratas de centro de Alemania y Austria (Gustav Eckstein y Otto Bauer); otra igualmente crítica de Anton Pannekoek, un representante del ala izquierda internacional; y una positiva de Franz Mehring, en representación de una pequeña fracción del ala izquierda del SPD asociada con el grupo de Berlín, conformado en torno de la revista Die Internationale, quienes luego conformaron la Liga Espartaco. Ya que el libro de Luxemburg involucraba comentarios detallados sobre los esquemas de reproducción de Marx, los análisis son complejos y la frustración ocasional de los críticos es aparente. En el periódico teórico revisionista Sozialistische Monatshefte, Max Schippel, un revisionista destacado, resumió su propia perplejidad al leer el trabajo de Luxemburg:

El capitalismo es tratado [por Luxemburg] al igual que el pobre Argan en Le malade imaginaire (El enfermo imaginario) de Molière: “Debo decirle -su doctor le espetó- que lo abandono a vuestra pobre constitución, a la intemperancia de vuestras entrañas, a la corrupción de vuestra sangre, a la acidez de vuestra bilis y a vuestros humores. ¡Antes de cuatro días habrá llegado a una situación incurable! Caerá en la bradipepsia; de la bradipepsia, en la dispepsia; de la dispepsia, en la enteritis; de la enteritis, en la disentería; de la disentería, en la hidropesía; y de la hidropesía, en la extinción de la vida, a lo que lo habrá conducido vuestra locura”. Sólo que en nuestro caso, la explicación es formulada [por Luxemburg] en términos económicos marxistas “ortodoxos” -por supuesto, estrictamente técnicos- y se arriba a ella luego de 446 páginas. Pero quizás el capitalismo sea aun así capaz, de algún modo, de encontrar una salida: ¿o tal vez es el caso, como en la obra de Molière, de una enfermedad imaginaria? De hecho, un segundo marxista “ortodoxo” aparece ahora en escena, nada menos que Anton Pannekoek, de Bremen, y de forma sorprendente prueba en un abrir y cerrar de ojos que sólo una pequeña mejora del diagrama es necesaria para deshacerse de todo este temible problema.[88]

Las críticas hostiles de Pannekoek, e incluso de los centristas Eckstein y Bauer, eran apoyadas por Lenin, a quien todo el asunto le parecía un déjà vu. En la década de 1890, los populistas rusos (narodniki) habían argumentado que el capitalismo era imposible en Rusia porque, primero, destruiría al campesinado, y luego sería incapaz de acumular capital para competir en mercados extranjeros. En ese entonces, Lenin declaró que él estaba perfectamente satisfecho de que “Marx probó en el Volumen II [de El capital] que la producción capitalista es totalmente concebible sin mercados extranjeros, con creciente acumulación de riqueza y sin ‘terceras personas’”.[89] Describiendo a los narodniki como “románticos” económicos, Lenin interpretaba a Marx exactamente de la misma manera que Hilferding lo hacía en El capital financiero:

Las diferentes ramas de la industria que hacen de “mercado” unas para otras no se desarrollan de manera uniforme, sino que se sobrepasan unas a otras, y la industria más adelantada busca el mercado exterior. Eso no significa en modo alguno “la imposibilidad para una nación capitalista de realizar la plusvalía”, como el populista -está dispuesto a concluir con aire profundo. Eso no indica más que la falta de proporcionalidad en el desarrollo de las diversas ramas industriales. Con otra distribución del capital nacional, esa misma cantidad de productos podría ser realizada dentro del país. Mas para que el capital abandone una rama industrial y pase a otra es precisa la crisis en esa rama; y ¿qué causas pueden retener a los capitalistas, amenazados por dicha crisis, de buscar el mercado exterior, de buscar subvenciones y premios para facilitar la exportación, etc.?[90]

Más allá de la teoría económica, sin embargo, también había un subtexto político importante en el argumento de Rosa Luxemburg. En Génesis y estructura de “El capital” de Marx, el estudioso marxista Roman Rosdolsky señala que los esquemas de reproducción podían ser citados -y de hecho usualmente lo eran- por autores de derecha que deseaban probar que no habría derrumbe capitalista ni crisis revolucionarias. La tarea de Luxemburg, a diferencia de Lenin, era refutar tales afirmaciones que eran difundidas en nombre de una poderosa burocracia partidaria y sindical interesada solamente en reformas graduales.[91] Luego del colapso de la Segunda Internacional y de la decisión de la dirección del SPD de apoyar el esfuerzo de guerra de Alemania, Luxemburg escribió en 1915 una respuesta a sus críticos titulada Anticrítica, donde hizo explícito el subtexto: aquellos que afirmaban que la acumulación capitalista era posible en una “sociedad capitalista aislada” fueron las mismas personas que describieron al imperialismo como meramente la “malvada invención de un pequeño grupo de personas que se benefician de ello”. En términos de táctica política, la consecuencia era un intento de “moderar” al imperialismo y de “esconder sus garras”, educando a amplios sectores de la burguesía para que resistieran los impuestos y demandaran en cambio acuerdos de desarme. Una confrontación final entre el proletariado y el capital era pospuesta en aras de compromisos utópicos.[92] La aprensión de Luxemburg por los compromisos de clase fue enfáticamente justificada por los diputados del SPD en el Reichstag en el momento en que La acumulación del capital apareció por primera vez.

La complicidad del SPD con la política militar alemana  (1912-1913)

A pesar de los crecientes conflictos internos, el Partido Socialdemócrata alemán obtuvo una gran victoria electoral en enero de 1912: 113 diputados fueron electos de un total de 397 bancas, convirtiendo a la fracción parlamentaria socialdemócrata en el grupo más grande del Reichstag. El SPD se había vuelto un mastodonte organizacional, con más de1.100.000 miembros, 86 periódicos diarios y el apoyo de tres cuartas partes de los sindicatos de Alemania. La cuestión saliente era cómo este poder aparente sería utilizado. En la primavera de 1913, el gobierno alemán presentó al Reichstag un nuevo presupuesto militar demandando en tiempos de paz un incremento del ejército permanente de 136.000 personas. El gobierno afirmaba que la expansión era necesaria debido al estallido de la primera Guerra de los Balcanes y a la extensión del servicio militar obligatorio de dos a tres años en Francia. El gasto iba a ser financiado, como lo habían sido medidas similares en Gran Bretaña, por impuestos a los ingresos y a la propiedad. Esto significaba que dos proyectos de ley estaban en discusión en el Reichstag: un proyecto de armamento (o gasto militar) y otro de correspondiente apropiación de impuestos (o impuesto militar). Cuando el proyecto de gasto militar fue aprobado, a pesar de la oposición del SPD, el grupo del Reichstag elaboró un ardid. Apoyaron el proyecto de ley sobre los impuestos argumentando que, en este caso, el punto no era si se debía emplear en el ejército -lo cual ya se había decidido-, sino sólo cómo recaudar ingresos, y los socialistas siempre habían apoyado los impuestos directos porque caían con mayor fuerza sobre la burguesía que sobre los trabajadores.[93] El eslogan de larga data del Partido siempre había sido: “¡Para este sistema, ni un hombre ni un centavo!”; sin embargo, en esta ocasión, los miembros del Reichstag se las ingeniaron para apoyar al militarismo, mientras se lavaban las manos de cualquier responsabilidad. Luxemburg denunció la traición como la obtención de una “reforma limitada” en los impuestos al costo de abandonar un “principio fundamental”.[94]

Cuando el SPD se reunió en su congreso de Jena, en septiembre de 1913, el tema de los impuestos militares se volvió aún más entrelazado con el debate en curso sobre la táctica política. Una resolución en apoyo de una huelga general política fue presentada por Luxemburg, Pannekoek, Liebknecht y Geyer -y fue rápidamente derrotada por 333 votos contra 142. Empleando la terminología de la Convención durante la Revolución Francesa, Luxemburg atribuyó esta derrota funesta al “pantano” del centro kautskista: “Si el curso de acción de Bebel [en el primer congreso de Jena] en 1905 fue para impulsar al Partido hacia adelante a fin de hacer virar a los sindicatos hacia la izquierda, la estrategia del ejecutivo del Partido en Jena, en 1913, fue dejarse empujar a la derecha por los sindicalistas y actuar como un ariete para ellos contra el ala izquierda del Partido”.[95] Mientras más crecía la maquinaria partidaria, más efectivamente marginaba a sus críticos internos y más cómplice se volvía del gobierno en la marea de eventos que llevaron a la Primera Guerra Mundial.

El estallido de la Primera Guerra Mundial y los “tribunistas” holandeses

A pesar de que el estallido de la guerra en 1914 tomó a muchos diplomáticos europeos por sorpresa, los socialdemócratas deberían haber sido el grupo menos propenso a compartir esa reacción. Durante una década y media, los líderes con mayor visión del movimiento socialista internacional habían advertido en literalmente miles de ocasiones -en congresos, artículos y discursos en cada foro concebible- que el imperialismo estaba inextricablemente ligado con la amenaza de guerra. Aún así, el estallido de las hostilidades el 1°-3 de agosto de 1914 -sorprendente como pueda parecer- tomó a varios líderes del socialismo internacional completamente desprevenidos. Quizás el indicador más saliente de este hecho fue un documento elaborado por Hugo Haase para el Congreso Socialista Internacional, que estaba planeado para fines de agosto de 1914, pero que debió cancelarse a causa de la guerra. Hablando en nombre del ejecutivo del SPD, el documento proclamaba solemnemente que

Los sentimientos de enemistad que existían entre Gran Bretaña y Alemania, y que el Congreso de Basel, en 1913, considerados como el mayor peligro para la paz de Europa, han dado lugar ahora a un mejor entendimiento y un sentimiento de confianza. Esto es en gran parte consecuencia de los esfuerzos constantes de la Internacional y también del hecho de que por fin las clases dirigentes en ambos países se están dando cuenta gradualmente de que sus intereses se ven beneficiados al superar las diferencias.[96]

El mismo Hugo Haase declaró en el Reichstag, el 4 de agosto, el mismo día en que Gran Bretaña declaró la guerra a Alemania, que “en la hora del peligro no desertaremos de nuestra patria”.[97]

León Trotsky más adelante recordó que, cuando el número de Vorwärts que contenía el informe sobre el debate en el Reichstag llegó a Suiza, Lenin pensó que era una falsificación publicada por el Estado Mayor alemán para engañar a sus enemigos.[98] La prensa socialdemócrata rumana se refirió a los informes del discurso de Haase en el Reichstag como “una mentira increíble” y afirmó que “los censores habían cambiado el texto de acuerdo con los deseos del gobierno”.[99] El descreimiento general fue acompañado de decisiones políticas igualmente sorprendentes. Benito Mussolini, editor del periódico socialista italiano Avanti!, abandonó el socialismo para volverse un fascista. Gustave Hervé, el enfant terrible del antimilitarismo y del anticolonialismo francés, se volvió un nacionalsocialista. En Bélgica, Emil Vandervelde, ex presidente del Buró Internacional, aceptó la membresía en el Gabinete, como lo hizo Jules Guesde en Francia. Gueorgui Plejanov, el padre del marxismo ruso, quien durante la guerra ruso-japonesa había estrechado en público la mano del marxista japonés Sen Katayama, apoyó al gobierno zarista. Heinrich Cunow, anteriormente un feroz anti-revisionista que defendió la teoría del derrumbe capitalista y escribió algunos de los primeros análisis marxistas del imperialismo (incluidos en Discovering Imperialism), relacionó el anti-imperialismo al ludismo y declaró que el imperialismo era una etapa necesaria en la evolución capitalista y que ni Europa ni el resto del mundo estaban aún maduros para el socialismo.[100]

El primer escritor marxista en reaccionar a estas traiciones palpables del internacionalismo proletario fue Anton Pannekoek, en su artículo “El colapso de la Internacional”, que circuló ampliamente en versiones en alemán, inglés, holandés y ruso, y que está incluido en Discovering Imperialism.[101] Pannekoek proclamó categóricamente que “La Segunda Internacional está muerta”. Lenin afirmó que Pannekoek era “el único que le ha dicho la verdad a los trabajadores”: su dura condena de Kautsky y otros líderes prominentes del socialismo internacional fueron “las únicas palabras socialistas. Son la verdad. Son amargas, pero son la verdad”.[102]

Pannekoek también participaba en el comité editorial del periódico holandés De Tribune, cuyos miembros -incluyendo a David Wijnkoop y Willem van Ravestejn- colectivamente aprobaron el trabajo de Herman Gorter, El imperialismo, la Guerra Mundial y la socialdemocracia, la respuesta definitiva del marxismo “tribunista”.[103] Gorter veía al imperialismo como el dominio mundial de los monopolios y hacía responsables de la guerra a “todos los Estados que siguen una política imperialista y buscan expandir sus territorios”.[104] Como Lenin y Pannekoek, Gorter criticaba duramente a Kautsky por su pacifismo utópico e incluso su negación de que la guerra era consecuencia de motivos imperialistas; luego de todo lo que había pasado, Kautsky todavía imaginaba que el mundo podía enderezarse sólo si el capitalismo retornaba a las alianzas políticas, a los acuerdos comerciales y a “los medios pacíficos tales como los tribunales de arbitraje y el desarme”[105] -una demostración de sinsentido comparado con el Kautsky de 1909, quien dio una explicación mucho más respetable del imperialismo en El camino al poder. Acreditando a El capital financiero de Hilferding como la base de sus propios puntos de vista, Gorter veía al imperialismo como el eje alrededor del cual “giran el ascenso y la lucha del proletariado, y finalmente la revolución misma. El imperialismo es el gran tema [de nuestros días], y es sobre su interpretación, así como de la lucha contra él, que depende incuestionablemente el destino del proletariado por muchos años venideros”.[106]

Dado que los partidos de la socialdemocracia existentes se habían rendido casi en su totalidad al nacionalismo, Gorter afirmaba que la tarea fundamental de los socialistas era revelar a las masas el verdadero carácter de la matanza. Se necesitaban tácticas enteramente nuevas: el parlamentarismo debía ser reemplazado por la acción directa de masas; la lucha anti-imperialista debía ocupar el lugar central en la política nacional e internacional; y debía fundarse una nueva Internacional.[107] Las ideas de Gorter sonaban muy similares a las de Lenin, quien leyó el original holandés y felicitó a Gorter por su perspicacia. Pero la posterior escisión entre Lenin y los “comunistas consejistas”, en 1920, estaba ya implícita en la aversión de Gorter al tipo de organización estricta que Lenin impondría a los partidos de la Tercera Internacional (Comunista). Gorter pensaba que la experiencia desastrosa de la Segunda Internacional había dejado una lección valiosa:

Desde la lucha pasiva, el proletariado debe avanzar a la lucha activa, de las batallas mezquinas a través de representantes, el proletariado -por sí mismo, solo- debe tomar el gran paso de conducir una lucha sin líderes o una lucha cuyos líderes están en segundo plano, de actuar solo contra la criatura capitalista más poderosa, la fuerza social más potente que jamás haya existido: el capital imperialista mundial.[108]

Respuestas a la guerra: Trotsky, Luxemburg y Lenin

En octubre de 1914, el mismo mes de la aparición de “El colapso de la Internacional” de Pannekoek, León Trotsky escribió La guerra y la Internacional y afirmó que el fin de la Segunda Internacional era un “hecho trágico”: “Todos los esfuerzos por salvar a la Segunda Internacional sobre las viejas bases, mediante métodos diplomáticos personales y concesiones mutuas, son totalmente inútiles”. Organizados en torno de líneas nacionales, los viejos partidos socialdemócratas eran ellos mismos “la principal traba” para el internacionalismo proleta-rio.[109] El SPD alemán era el peor infractor de todos: “subordinaba el futuro entero de la Internacional a la cuestión -ajena a los intereses de la Internacional- de la defensa de las fronteras del Estado de clase porque sentía antes que nada que era él mismo un Estado conservador dentro del Estado”.[110]

Trotsky entendía el imperialismo en términos de una contradicción generalizada entre los medios de producción modernos y los confines limitados del Estado nacional. La clase obrera no tenía mayor interés “en defender la exánime y anticuada ‘patria’ nacional, que se ha vuelto el principal obstáculo al desarrollo económico. La tarea del proletariado es crear una patria mucho más poderosa… los Estados Unidos de Europa republicanos como la base de los Estados Unidos del mundo”.

La nación continúa existiendo como un hecho cultural, ideológico y psicológico, pero su fundamento económico ha sido socavado. Todo el palabrerío sobre la guerra sangrienta actual como un acto de defensa nacional es una demostración de hipocresía o de ceguera. Al contrario, el significado real, objetivo de la guerra, es el derrumbe de los centros económicos nacionales actuales, y su sustitución por una economía mundial (…) La guerra anuncia la caída del Estado nacional (…) La guerra de 1914 es el derrumbe más colosal conocido por la historia de un sistema económico destruido por sus propias contradicciones internas.[111]

Rosa Luxemburg también asignaba al SPD una culpa primordial. Denunciando al Partido por apoyar los créditos de guerra, Luxemburg escribió en La crisis de la socialdemocracia (el Folleto de Junius) que “en el actual entorno imperialista no puede haber más guerras de defensa nacional”.[112] El capitalismo había enterrado a los viejos partidos socialistas en el momento en que la guerra, “devastadora para la cultura y la humanidad”, estalló: “Y en medio de esta orgía, una tragedia mundial ha ocurrido; la capitulación de la socialdemocracia. Cerrar nuestros ojos a este hecho, intentar esconderlo, sería lo más tonto, lo más peligroso que el proletariado internacional podría hacer”.[113] “El mundo se había estado preparando por décadas, a plena luz del día, con la más amplia publicidad, paso a paso y hora tras hora, para la guerra mundial”.[114] Era simplemente incomprensible que los líderes del SPD hubieran sido tomados desprevenidos. Y ahora que la carnicería estaba en marcha, los socialdemócratas alemanes tenían el descaro de objetar que sus enemigos estaban reclutando a los pueblos coloniales para participar de la masacre:

Nuestra prensa partidaria está repleta de indignación moral sobre el hecho de que los enemigos de Alemania llevan a hombres salvajes y bárbaros, a negros, sijs y maoríes, a la guerra. Sin embargo, estos pueblos juegan un rol casi idéntico en esta guerra al jugado por el proletariado socialista en los Estados europeos. Si los maoríes de Nueva Zelanda están deseosos de arriesgar sus cabezas por el rey de Inglaterra, demuestran tan poco entendimiento de sus propios intereses como la fracción del SPD en el Reichstag que intercambió la existencia, la libertad y la civilización del pueblo alemán por la pervivencia de la monarquía de Habsburgo, de Turquía y de las bóvedas del Deutsche Bank. Hay una sola diferencia entre ambos: hace una generación, los maoríes eran todavía caníbales y no estudiantes de filosofía marxista.[115]

Las implicancias del análisis de Luxemburg de la guerra, incluyendo sus ficticias racionalizaciones y sus causas reales, fueron resumidas en las doce “Tesis sobre las tareas de la socialdemocracia internacional”, que fueron adoptadas en una conferencia del grupo Die Internationale de Berlín (el antecesor de la Liga Espartaco), el 1° de enero de 1916, y fueron agregadas como apéndice a la edición alemana del Folleto de Junius. La tesis 5 declaraba que “en esta era de imperialismo descontrolado no puede haber más guerras nacionales. Los intereses nacionales sirven sólo como un medio de engañar a las masas de la clase trabajadora y hacerlas serviles a su archienemigo, el imperialismo”. La tesis 8 rechazaba los llamamientos de Kautsky y Trotsky a crear unos Estados Unidos de Europa como un proyecto fundamentalmente “utópico” o “reaccionario”. Como haría Lenin, un año más tarde, en su Imperialismo, fase superior del capitalismo, la tesis 9 declaraba que el imperialismo era la “última fase” del capitalismo y “el archienemigo común del proletariado de todos los países”.[116]

A pesar de que Lenin no sabía quién había escrito el Folleto de Junius, lo recibió como “un espléndido trabajo marxista”. Sin embargo, Lenin también pensaba que contenía “dos errores”: primero, la autora estaba errada al afirmar que no podía haber más guerras nacionales y, en segundo lugar, no criticaba suficientemente al centro kautskista por su chauvinismo y su oportunismo disfrazados de socialismo. De hecho, sin embargo, Luxemburg sí escribió una crítica realmente devastadora del folleto “Estado nacional, Estado imperialista y confederación”, de Kautsky. Hemos incluido tanto el folleto de Kautsky como la respuesta de Luxemburg, “Perspectivas y proyectos”, en Discovering Imperialism. Sobre la cuestión de las guerras nacionales, sin embargo, había una diferencia genuina. El Folleto de Junius se ocupaba principalmente del conflicto europeo, mientras que Lenin ya estaba tratando la lucha revolucionaria en términos más amplios. Mientras que los socialdemócratas habían considerado durante años a los pueblos coloniales como subordinados, atrasados, e incluso inferiores cultural y racialmente, como grupos pertenecientes a la periferia de la civilización, Lenin creía que las guerras nacionales eran inevitables en las colonias y que serían tanto “progresivas como revolucionarias”, porque los liberarían de la dominación de los países capitalistas.[117]

En sus propias tesis sobre “La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación”, escritas a comienzos de 1916, Lenin analizaba la revolución en términos globales. Como un sistema mundial, el capitalismo había expandido sus contradicciones hasta incluir todos los pueblos y naciones. Los partidos socialdemócratas nacionales siempre habían concebido a la revolución principalmente como una lucha contra sus propios gobiernos. Lenin contestaba que cada movimiento que ayudara a derrumbar las divisiones impuestas por el imperialismo sería un paso adelante en la reunificación última de la humanidad en el socialismo. La revolución socialista no era ni un acto individual ni “una única batalla en un único frente”, sino una serie entera de batallas a escala global. El objetivo del socialismo era terminar con todo “aislamiento nacional”, y el modo de lograr “la inevitable fusión de las naciones” era, en primer lugar, mediante “la completa liberación de todas las naciones oprimidas, es decir, su libertad de independizarse”.[118]

Lenin veía el mundo entero en términos de tres tipos de países: primero, los países capitalistas avanzados en Europa occidental y Estados Unidos, donde la tarea de los trabajadores era emancipar a las naciones oprimidas dentro de su propio país y en las colonias; en segundo lugar, Europa oriental, incluyendo Austria, los Balcanes y particularmente Rusia, donde la lucha de clases en las naciones opresoras debía ser fusionada con la lucha de los trabajadores en naciones oprimidas, y en tercer lugar, los países coloniales y semicoloniales, como China, Persia o Turquía, donde incluso los movimientos democrático-burgueses habían apenas comenzado. Aquí, los socialistas debían “apoyar decididamente a los elementos más revolucionarios en los movimientos democrático-burgueses por la liberación nacional… [y] asistir sus levantamientos -o su guerra revolucionaria, si estalla una- contra los poderes imperialistas que los oprimen”.[119]

El imperialismo, fase superior del capitalismo, de Lenin

En El imperialismo, fase superior del capitalismo, escrito luego de las tesis sobre la autodeterminación, Lenin escribió:

(…) el rasgo característico del período que nos ocupa es la distribución definitiva del planeta, definitiva no en el sentido de que una redistribución sea imposible -las redistribuciones, por el contrario, son posibles e inevitables-, sino en el sentido de que la política colonial de los países capitalistas ha completado la incautación de todas las tierras no ocupadas de nuestro planeta. Por vez primera, el mundo está completamente repartido, de modo que en el futuro sólo es posible una redistribución, es decir, los territorios sólo pueden pasar de un “propietario” a otro, en lugar del paso de un territorio sin dueño a un “propietario”.[120]

Al comienzo de este ensayo, hablamos de los documentos que hemos traducido como una historia del “descubrimiento del imperialismo”. Lenin intentó escribir el capítulo final de esa historia: el imperialismo era la fase “superior” y final del capitalismo, un sistema global de contradicciones en movimiento que debe ser derrocado por una revolución mundial.

El imperialismo, fase superior del capitalismo, de Lenin, ha sido considerado usualmente como un trabajo secundario, una especie de crítica literaria que reagrupaba datos e ideas tomados de otras incontables fuentes, comenzando por John Hobson y Rudolf Hilferding. En el subtítulo al libro, Lenin mismo lo llamó “un resumen popular”. El trabajo sintetiza las ideas y los datos de otros autores, pero uno de sus logros más importantes es relacionar la fase “superior” del capitalismo con la descripción de Marx del capitalismo a finales del siglo XIX, y particularmente con el análisis que brindó Marx sobre el desarrollo cíclico del capitalismo. Lenin veía el fin del imperialismo no como el colapso terminal proyectado por Rosa Luxemburg en La acumulación del capital, sino más bien como un proceso desigual como resultado del cual los pueblos en todas partes se verían movilizados, resistiendo simultáneamente la explotación a pesar de que sus historias y etapas de desarrollo eran radicalmente diferentes. El capitalismo había finalmente logrado su forma universal, pero también implicaba contradicciones universales.

En sus ensayos tempranos de crítica a los narodniki rusos, Lenin ya había concluido, en base a los esquemas de reproducción de Marx en El capital, que las crisis periódicas eran causadas por una “desproporción en el desarrollo de las diferentes industrias”.[121] En El imperialismo, fase superior del capitalismo, asimismo, Lenin atribuía la política mundial capitalista a la necesidad de obtener recursos tales como materias primas y alimentos, a la necesidad de aplacar periódicamente las crisis cíclicas a través de las exportaciones, y más importante aún, a la necesidad de exportar capital en búsqueda de tasas de ganancia más altas. Pero la contribución decisiva vino de la traducción de Lenin de la descripción de Marx del crecimiento cíclico del capitalismo, con su irregularidad continua entre las diferentes ramas de la industria, en una fórmula global para el desarrollo desigual del imperialismo como una totalidad. Al comienzo de su capítulo sobre la exportación de capital, Lenin escribió que “el desarrollo desigual, a saltos, de las distintas empresas y ramas de la industria y de los distintos países, es inevitable bajo el capitalismo”.[122] Lenin aplicó el análisis de Marx del crecimiento desproporcionado dentro de una economía capitalista individual a las relaciones entre naciones e imperios enteros.

El hecho de que el desarrollo desigual ocurriera en una escala global significaba que el balance cambiante del poder militar y económico llevaría inevitablemente a guerras imperialistas para redividir las posesiones coloniales. En referencia a Kautsky, Lenin comentó: “Algunos escritores burgueses (a los cuales se ha unido ahora K. Kautsky, que abandonó completamente la posición marxista que sostuvo, por ejemplo, en 1909) han expresado la opinión de que los cartels internacionales, por ser una de las expresiones más sorprendentes de la internacionalización del capital, traen una esperanza de paz entre los pueblos bajo el capitalismo. Desde el punto de vista teórico, esta opinión es completamente absurda y, en la práctica, un sofisma y una defensa deshonesta del peor oportunismo”.[123] La “estúpida fabulita de Kautsky sobre el ultra-imperialismo ‘pacífico’” no era más que “el intento reaccionario de un pequeño burgués asustado, de ocultarse de la terrible realidad” -de las guerras imperialistas y de sus implicancias revolucionarias.[124] Kautsky no había podido ver que todo monopolio o cartel era inherentemente inestable y debía desintegrarse periódicamente en la disputa por la apropiación del plusvalor. En conexión a esto, Lenin podría haber citado a Marx en La miseria de la filosofía:

En la vida práctica encontramos no solamente la competencia, el monopolio y el antagonismo entre la una y el otro, sino también su síntesis, que no es una fórmula, sino un movimiento. El monopolio engendra la competencia, la competencia engendra el monopolio. Los monopolistas compiten entre sí, los competidores pasan a ser monopolistas. Si los monopolistas restringen la competencia entre ellos por medio de asociaciones parciales, se acentúa la competencia entre los obreros y cuanto más crece la masa de proletarios frente a los monopolistas de una nación, tanto más desenfrenada se hace la competencia entre los monopolistas de las diferentes naciones. La síntesis consiste en que el monopolio no puede mantenerse sino librando continuamente la lucha de la competencia.[125]

Sin citar a Marx directamente, Lenin sostenía el mismo punto: “Los monopolios, que surgieron de la libre competencia, no la eliminan, sino que existen por encima de ella y al lado de ella, engendrando así contradicciones, fricciones y conflictos muy agudos e intensos”.[126] Preocupado por el avance de la organización capitalista, Kautsky se había olvidado de “las profundas y radicales contradicciones del imperialismo: las contradicciones entre el monopolio y la libre competencia, que existe lado a lado con él, entre las gigantescas ‘operaciones’ (y los gigantescos beneficios) del capital financiero y el comercio ‘honrado’ en el mercado libre, la contradicción entre los cartels y los trusts, por una parte, y la industria no cartelizada, por otra, etc.”.[127] La afirmación de que los cartels podían abolir el ciclo económico o los conflictos imperialistas era simplemente “una fábula difundida por los economistas burgueses”.[128]

Lenin acordaba con Hilferding que el capital a gran escala se había vuelto temporalmente más organizado, pero las posiciones “privilegiadas” de las firmas más grandes en la industria pesada sólo creaban “una ausencia aún mayor de coordinación” en otras partes.[129] Los sectores “privilegiados” podrían tratar de aliviar las contradicciones del capitalismo mediante la creación de una “aristocracia obrera” de trabajadores con salarios más altos, respaldados por una porción de “los beneficios fabulosos”, obtenidos tanto localmente como en las colonias, pero este hecho no hacía más que explicar la base política del oportunismo socialdemócrata -los poderosos sindicatos sin interés en la revolución.[130] El imperialismo, fase superior del capitalismo, de Lenin, se refería ampliamente a El capital financiero, pero Lenin también pensaba que los grandes análisis de Hilferding habían sido confundidos por los excesos de su propia imaginación, terminando con la idea de que “el capitalismo organizado” podía evolucionar hasta dar lugar a un único cartel como una “fuerza unificada”. Lenin admitía que los precios monopólicos podían reducir la competencia a corto plazo y, por lo tanto, frustrar el progreso tecnológico, pero éstos eran los logros del “capitalismo parasitario y en descomposición”,[131] y el imperialismo no era sino el capitalismo parasitario a escala mundial:

El crecimiento extraordinario de una clase, o, mejor dicho, de un sector de rentistas, es decir, de personas que viven de “recortar cupones”, que no participan en ningún tipo de empresa y cuya profesión es la ociosidad. La exportación del capital, una de las bases económicas esenciales del imperialismo, acentúa todavía más el divorcio entre los rentistas y la producción e imprime el sello de parasitismo a todo el país que vive de la explotación del trabajo de unos cuantos países de ultramar y colonias.[132]

En El capital, Marx había hecho abstracción del mercado externo y de las exportaciones de capital para analizar la reproducción en su forma “pura”. Pero Lenin consideraba al cartel universal de Hilferding y el ultra-imperialismo de Kautsky como mucho más que abstracciones metodológicas, porque sugerían que el capitalismo real podía emerger en una forma pura, sobreponiéndose a sus propias contradicciones. De acuerdo con Lenin, “El mismo concepto de pureza”, si es aplicado a la vida real, “indica una cierta estrechez, un prejuicio de la cognición humana, que no puede reflejar un objeto en su totalidad y complejidad”.[133]

Algunos meses antes de escribir El imperialismo, fase superior del capitalismo, Lenin había escrito una introducción a La economía mundial y el imperialismo, de Nikolai Bujarin. Bujarin era un camarada cercano al Partido Bolchevique, pero había diferencias metodológicas profundas entre los dos autores, que Lenin dejó claras más tarde. Bujarin llevaba al extremo todas las ideas especulativas que Lenin encontraba objetables en los escritos de Hilferding y Kautsky. En 1915, Bujarin escribió un artículo titulado “Hacia una teoría del estado imperialista”, donde afirmaba que la guerra había finalmente superado las divisiones en la burguesía cuando todos los partidos se volvieron partidarios de la defensa nacional patriótica. El resultado había sido, según Bujarin, el surgimiento de una “única camarilla capitalista financiera”[134] y la transformación del Estado imperialista en “un capitalista conjunto, colectivo”.[135] La necesidad de concentrar la autoridad económica había convertido a cada “sistema nacional” del capitalismo desarrollado en un “capitalismo de Estado” colectivo, que Bujarin describía como un “nuevo Leviatán al lado del cual las fantasías de Thomas Hobbes aparecen como un juego de niños”.[136] En La economía mundial y el imperialismo, Bujarin declaró que la concentración y la centralización del capital habían llegado al punto en que las “economías nacionales” organizadas -cada una de ellas “una compañía de compañías” -eran los principales adversarios, reduciendo la competencia doméstica “a un mínimo” a fin de maximizar la capacidad de lucha en la batalla mundial de naciones.[137]

Pasando por alto las contradicciones en el seno de la clase capitalista, Bujarin pensaba que cada trust capitalista de Estado expresaba la “voluntad colectiva” de su propia burguesía nacional, en cuyo interés se embarcaba en una “orgía descontrolada de armamentos”,[138] como resultado de la cual las guerras imperialistas jugarían en adelante un rol similar al que desempeñaron antiguamente las crisis cíclicas. El capitalismo mundial debía moverse “en la dirección de un trust capitalista de Estado universal mediante la absorción de formaciones más débiles”.[139] Kautsky estaba equivocado, por supuesto, en pensar que este proceso podía alguna vez alcanzar su “fin lógico”, el ultra-imperialismo, y, por sus comentarios críticos acerca de Kautsky, Bujarin fue felicitado por Lenin.[140] Pero, cuando escribió su libro, Teoría económica del período de transición, en 1920, Bujarin finalmente fue demasiado lejos:

(…) la reorganización de las relaciones productivas del capitalismo financiero ha seguido un camino que conduce a la organización de un estado capitalista universal, a la eliminación del mercado de mercancías, a la conversión del dinero en una unidad de cuenta, a la organización de la producción a escala nacional, y a la subordinación de todo el mecanismo “económico nacional” a los objetivos de la competencia internacional, es decir, principalmente a la guerra.[141]

Comentando sobre Teoría económica del período de transición, Lenin se preocupaba de que Bujarin hubiera abandonado la dialéctica marxista y caído en el idealismo filosófico: “Usualmente, muy usualmente, el autor cae en un escolasticismo de los términos (…) y en el idealismo… Este escolasticismo y este idealismo entran en contradicción con el materialismo dialéctico (esto es, con el marxismo)”.[142] Cuando Bujarin propuso incluir en el nuevo programa del Partido Bolchevique una descripción integral del imperialismo siguiendo las líneas de su propio trabajo, Lenin marcó el límite: tal descripción no era posible porque el imperialismo nunca podría ser un fenómeno “puro”. El regulador fundamental del movimiento capitalista era la ley universal del desarrollo desigual, por lo tanto, no había monopolios puros, sólo “monopolios en conjunción con intercambio, mercados, competición, crisis, etc.”.[143] El imperialismo, fase superior del capitalismo, de Lenin, se basaba extensamente en Hilferding, pero Bujarin tomaba prestado de Hilferding los errores más flagrantes junto con sus percepciones. Como remarcó Lenin:

El imperialismo puro, sin la base fundamental del capitalismo [competitivo], nunca ha existido, no existe en ninguna parte y nunca existirá. Esta es una generalización incorrecta de todo lo que se dijo sobre los consorcios capitalistas, los cartels, los trusts y el capitalismo financiero, cuando el capitalismo financiero fue descrito como si no tuviera ninguno de los fundamentos del viejo capitalismo en su base.[144]

Globalización e imperialismo

Un siglo completo luego del “descubrimiento” socialdemócrata del imperialismo, la “globalización” capitalista se anuncia ahora como la última y más grande novedad de nuestro tiempo. Pero la globalización de hoy también tiene algo de las viejos “cimientos” como sustento. Muchos autores han señalado similitudes importantes entre la globalización del siglo XXI y el imperialismo previo a la Primera Guerra Mundial. Uno de los primeros libros de este tenor fue escrito por Paul Hirst y Graham Thompson. En La globalización en cuestión (1996), Hirst y Thompson enfatizaban que, en muchos sentidos, la economía mundial antes de la Primera Guerra Mundial estaba aún más altamente integrada que hoy. En 1914, todas las principales monedas eran convertibles libremente en base al patrón oro universal, mientras que hoy hay una variedad de regímenes de moneda -muchas monedas con libre flotación, algunas de paridad fija, otras sujetas a “una paridad móvil”, e incluso otras que cambian periódicamente de un sistema al otro. Pero, a pesar de estas diferencias, las proporciones entre el comercio exterior y el PBI, para muchas de las principales economías de mercado, son comparables para los dos períodos.[145] En ausencia de restricciones significativas sobre la inmigración, la movilidad de la mano de obra antes de la Primera Guerra Mundial era mucho más amplia que en el presente; y, en términos de inversiones de capital extranjero, la mayoría de los negocios internacionales están todavía, como en los tiempos de los grandes imperios coloniales, “incrustados” nacionalmente en sus países “de origen” en lugar de estar verdaderamente “globalizados”.[146]

La guerra de 1914-1918 irrumpió en la economía capitalista mundial, pero, durante la década de 1920, fue restaurada hasta cierto punto bajo la hegemonía, tanto británica como norteamericana, con la ayuda de nuevas instituciones internacionales como la Liga de las Naciones y el Banco de Pagos Internacionales. El colapso final del sistema internacional no vino con la Primera Guerra Mundial, sino con la Gran Depresión que comenzó en 1929. En El final de la globalización: Lecciones de la Gran Depresión, el historiador Harold James presenta el argumento que el sistema capitalista mundial, reconstruido meticulosamente en la década de 1920, colapsó debido al fracaso de estas nuevas instituciones en lidiar con los conflictos heredados de la Primera Guerra Mundial.[147]

La disrupción en la década de 1930, liderada en Europa por la búsqueda de autarquía de la Alemania nazi, era en sí misma, en muchas maneras, una continuación de las ambiciones imperialistas que hicieron estallar la Primera Guerra Mundial. Un excelente estudio reciente de la Alemania nazi, del historiador británico Adam Tooze, argumenta convincentemente que la ambición nazi de conquistar un Lebensraum (espacio vital) en el este derivaba largamente de las quejas constantes de Alemania por haber sido excluida de las conquistas coloniales antes de 1914.[148] El gobierno nazi -como el del Imperio de Japón- sentía rencor por su exclusión del estatus de “gran potencia” y creía que el futuro pertenecía sólo a aquellas naciones que pudieran ser rivales de Norteamérica y del Imperio Británico en poder económico y alcance global. Las ambiciones de Hitler por territorio no eran muy diferentes de aquéllas del Kaiser: ambos querían el tipo de imperio que Karl Kautsky describió en 1907 -“un mercado del cual nadie los puede excluir” y un “abastecimiento de materias primas que nadie puede suprimir”.[149]

Junto con estos paralelos históricos y continuidades, por supuesto, también hay grandes diferencias evidentes. La literatura que hemos estado analizando sugiere que quizá la más significativa de éstas es la universalización final del sistema estatal europeo, proyectado por primera vez por Hegel a comienzos del siglo XVIII y elaborado posteriormente por Marx en El Manifiesto Comunista. Los rincones “institucionalmente” vacantes del mundo están ahora limitados a un puñado de “Estados fallidos” o a aquellos pocos países que todavía deben alcanzar la forma estatal moderna, y que son organizados, en cambio, a través de vínculos precapitalistas de parentesco y fe religiosa. La literatura socialdemócrata antes de la Primera Guerra Mundial explicaba el ascenso del imperialismo por la necesidad de asegurar las inversiones extranjeras -en la ausencia de un Estado local- a través del poder armado de la metrópolis capitalista en las cuales se originó el capital. De los artículos que hemos reunido en Discovering Imperialism, el que hizo esta conexión de manera más persuasiva es probablemente el de Anton Pannekoek, “La prehistoria de la Guerra Mundial”, publicado en 1915. Pannekoek escribió que

(…) la extensión de los negocios capitalistas en el mundo subdesarrollado demanda al mismo tiempo la extensión de la dominación política de las naciones europeas sobre aquellas regiones. Los conceptos y formas legales de los pueblos primitivos no están en acuerdo con las empresas capitalistas y deben ser reemplazados por la ley europea; sus actitudes y su modo de vida más libres no se corresponden con los requerimientos de la explotación capitalista, que provoca una resistencia que sólo puede ser quebrada a través de la intervención armada, la conquista y la subyugación en favor del capital europeo. En países que ya estaban unidos en grandes Estados bajo dirigentes despóticos, los gobiernos existentes son usados para este control político… Esto es lo que pasaba o está pasando en Egipto, Persia, Marruecos, Turquía y China. Donde no existen tales Estados, sin embargo, como en Africa, el país es simplemente convertido en una colonia; y si los pueblos negros no están satisfechos, son subyugados con métodos violentos o erradicados.[150]

La economía mundial ahora presupone Estados de estilo europeo, pero esto ha resultado de una ironía final. Fue la Revolución Rusa de 1917, liderada por Lenin y Trotsky, que dio origen a la Unión Soviética de Stalin, uno de los grandes imperios del siglo XX. Además de sus conquistas en Europa oriental y de su apoyo problemático de la Revolución China, la nominalmente “socialista” Unión Soviética pasó cuatro décadas y media, luego de la Segunda Guerra Mundial, en una rivalidad a escala mundial con Norteamérica para apoyar “Estados clientes” y reemplazar los imperios decadentes de Gran Bretaña y Francia. Sin embargo, la Unión Soviética de Stalin, como el régimen zarista que lo precedió, permaneció como “una prisión de pueblos” que, en última instancia, colapsó debido a su incapacidad para resolver la cuestión nacional o de competir económicamente con el mundo capitalista desarrollado.

Ahora nos hemos quedado con unos Estados Unidos en decadencia, una China e India ascendentes, una Unión Europea engalanada con una gloria deslucida y una multitud de Estados en otros lugares, cada uno reclamando soberanía, mientras coexisten simultáneamente con asociaciones económicas regionales y con las nuevas instituciones creadas luego de la Segunda Guerra Mundial: las Naciones Unidas, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC), que ha reemplazado al Acuerdo General de Tarifas y Comercio (GATT). En este marco, Norteamérica -el acreedor más grande del mundo luego de 1945- se ha vuelto el deudor más grande del mundo; un crecimiento liderado por las exportaciones se ha trasladado de los centros metropolitanos tradicionales a países recientemente industrializados. Cambios económicos e institucionales han producido también cambios correspondientes en la ideología, ya que las “misiones civilizadoras” han sido reemplazadas por los “derechos humanos” universales que niegan todas las experiencias culturales ajenas a las necesidades del capital.[151]

A pesar de los vastos cambios, sin embargo, algunos patrones se mantienen familiares: la universalización del capital ha continuado, como esperaba Marx; el proceso ha involucrado una desigualdad sorprendente, como predijo Lenin, y el resultado tiene muchas características que Kautsky reconocería como “ultra-imperialismo” -comenzando por la división del mundo con la Guerra Fría y continuando con la manufactura multinacional y las alianzas bancarias, que ahora disciplinan a los receptores de inversiones extranjeras descarriados, en primer lugar a través del recurso al FMI o a la OMC, en lugar de enviar sus tropas. Pero el concepto más importante que se desprende del descubrimiento socialdemócrata del imperialismo es probablemente el de capital financiero. Mientras el mundo se “recupera” de la crisis financiera de 2008-2009 -comúnmente descrita como la mayor crisis del capitalismo desde la Gran Depresión-, Rudolf Hilferding no se sorprendería del poder de las instituciones financieras en doblegar a los gobiernos a sus necesidades; y Lenin seguramente vería los enormes planes de rescate, financiados por la clase obrera para rescatar a sus torturadores, como una muestra más del parasitismo obsceno de la “fase superior” del capitalismo.

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Daniel Gaido ([email protected]) es historiador y profesor en la Universidad Nacional de Córdoba, e investigador del Conicet. Autor de The Formative Period of American Capitalism (Routledge, 2006) y co-editor, junto con Richard B. Day, de Witnesses to Permanent Revolution: The Documentary Record (Brill, 2009),  Discovering Imperialism: Social Democracy to World War I (Brill, 2011) y Responses to Marx’s Capital: From Rudolf Hilferding to Isaak Illich Rubin (Brill 2017)

 


[1]. Bauer, 1905, págs. 415-16.

[2]. Ver Bernstein, 1993, págs. 79-97.

[3]. Bauer, 2000, pág. 378.

[4]. Bauer, 2000, pág. 392.

[5]. Bauer, 2000, pág. 390.

[6]. Bauer, 2000, pág. 391.

[7]. Bauer, 2000, pág. 405.

[8]. Bauer, 2000, págs. 380-1.

[9]. Bauer, 2000, pág. 395.

[10]. Bauer, 2000, pág. 404.

[11]. Bauer, 1909. Ver el capítulo 25 en Discovering Imperialism.

[12]. Cunow, 1910.

[13]. Hilferding, 1981, pág. 241.

[14]. Hilferding, 1981, pág. 225.

[15]. Hilferding, 1981, pág. 195.

[16]. Hilferding, 1981, pág. 203.

[17]. Hilferding, 1981, pág. 315.

[18]. Hilferding, 1981, pág. 295.

[19]. Hilferding, 1981, págs. 296-7.

[20]. Hilferding, 1981, pág. 293.

[21]. Hilferding, 1981, pág. 234.

[22]. Hilferding, 1981, pág. 235.

[23]. Hilferding, 1981, págs. 367-8.

[24]. Hilferding, 1981, págs. 335-6.

[25]. Hilferding, 1981, pág. 313.

[26]. Kautsky, 1912c, pág. 108.

[27]. Bauer, 1910b, y Marchlewski, 1910. Ver capítulo 28 de Discovering Imperialism.

[28]. Nachimson, 1910a y 1910b.

[29]. Kautsky, 1911b.

[30]. Kapelusz, 1897.

[31]. Bernstein, 1911a, pág. 948.

[32]. Bernstein, 1911a, pág. 951.

[33]. Hilferding, 1981, pág. 365

[34]. Hilferding, 1981, págs. 366-7.

[35]. Bernstein, 1911a, pág. 954.

[36]. Bernstein, 1911a, pág. 953. Una representación más exacta de los puntos de vista de Hilferding se encuentra en su artículo sobre “El congreso del partido y la política exterior”, escrito por Hilferding para el segundo congreso partidario de Jena del SPD, en septiembre de 1911, y traducido por primera vez en Discovering Imperialism. Ver capítulo 34.

[37]. Bernstein, 1993, pág. 19.

[38]. Hilferding, 1981, pág. 23.

[39]. Hilferding, 1981, pág. 370.

[40]. Kautsky, 1909b, pág. 76 (énfasis nuestro).

[41]. Kautsky, 1909b, pág. 90 (énfasis nuestro).

[42]. Kautsky, 1909b, pág. 98 (énfasis nuestro).

[43]. Reichstag, 1909, Stenographische Berichte über die Verhandlungen des Reichstags, XII. Legislaturs periode, I. Session, Bd. 236, 29 marzo 1909, p. 7822A (para el discurso de Ledebour, ver pp. 7818A-7825C). La resolución fue rechazada por el Reichstag. Para más detalles, ver la introducción al capítulo 38 de Discovering Imperialim.

[44]. Reichstag, 1909, Bd. 254, N° 1311, pág. 7485; Ratz, 1966, pág. 198, nota 4; Ledebour, 1909.

[45]. Reichstag, 1909, Bd. 278, N° 855, págs. 4106-7.

[46]. Riddell (ed.), 1984, pág. 70.

[47]. Congreso Internacional Socialista 1910, pág. 99. Ver también Radek, 1910a y 1910b.

[48]. Lensch, 1911, Radek, 1911a, Radek, 1911b, Pannekoek, 1911, Radek, 1911c, y Radek, 1911d.

[49]. Ledebour, 1911 y 1912. Eckstein, 1912b, ver Discovering Imperialism, capítulo 39.

[50]. El artículo fue finalmente publicado como ‘WasWeiter?’ em El Dortmunder Arbeiterzeitung, 14-15 marzo 1910 (Luxemburg, 1910a, edición en inglés: Luxemburg, 1910b). Los documentos fueron traducidos al español en dos volúmenes con el título “Debate sobre la huelga de masas”, Córdoba: Cuadernos de Pasado y Presente, números 62 y 63, 1975.

[51]. Kautsky 1909b, pág. 110, énfasis en el original.

[52]. Kautsky 1909b, págs. 53-4.

[53]. Kautsky, 1910a. Ver también Luxemburg, 1910c; Kautsky, 1910b; Luxemburg, 1910d; Kautsky, 1910c.

[54]. Kautsky, 1911a, pág. 99.

[55]. Kautsky, 1911a, pág. 101.

[56]. Kautsky, 1911a, pág. 105.

[57]. Luxemburg, 1911a. Ver capítulo 29 de Discovering Imperialism.

[58]. Kautsky, 1911d. Ver capítulo 32 de Discovering Imperialism.

[59]. Stargardt, 1994, págs. 120-1. Al contrario de Kautsky, Hilferding consideraba el conflicto de intereses entre las potencias imperialistas como económicamente necesario; estaba de acuerdo, sin embargo, en que la socialdemocracia debía impulsar un acuerdo anglo-alemán y no contentarse con protestar contra el imperialismo como un todo. Hilferding, 1913.

[60]. Luxemburg, 1911a. Ver capítulo 29 de Discovering Imperialism.

[61]. Kautsky, 1912c, pág. 99.

[62]. Kautsky, 1912c, pág. 105.

[63]. Kautsky, 1912c, pág. 101.

[64]. Kautsky, 1912c, pág. 107.

[65]. Kautsky, 1912c, pág. 108. Kautsky luego dio el nombre de “ultra-imperialismo” a la política de acuerdos entre las grandes potencias para la división pacífica del mundo y la explotación económica de áreas coloniales, definiéndolo como “una transferencia de la política de cartel a la política exterior”. Kautsky, 1914b, pág. 921. Ver capítulo 47 de Discovering Imperialism

[66]. Ver capítulos 38 y 40 de Discovering Imperialism.

[67]. Pannekoek, 1912c, pág. 815. El artículo fue respondido por Eckstein, 1912a. Debería ser señalado que no toda el ala izquierda estaba del lado de los críticos de Kautsky en el tema del desarme. Por ejemplo, Julian Marchlewski, uno de los colaboradores más cercanos de Rosa Luxemburg y más tarde cofundador de la Liga Espartaco, inicialmente apoyó la posición de Kautsky, mientras que repudió la acusación de Radek de ser ipso facto un seguidor de la fracción del Reichstag (Marchlewski, 1911a., Radek, 1911a., Marchlewski, 1911b). Similarmente, de acuerdo con Trotsky, Lenin en un primer momento dio su apoyo a Kautsky frente a Rosa Luxemburg sobre el tema de las propuestas de desarme (Trotsky, 1932).

[68]. Pannekoek, 1912c, págs. 815-16.

[69]. Por una versión en inglés del debate de Chemnitz y su resolución sobre el imperialismo, ver el capítulo 42 de Discovering Imperialism.

[70]. Gankin y Fisher (eds.), 1940, pág. 79.

[71]. Walling (ed.), 1915, págs. 100-3. Sobre el manifiesto de Basel, ver más en Lenin y Zinoviev, 1915, pág. 17.

[72]. Pannekoek, 1952. Gorter escribió en 1914, a continuación del estallido de la guerra, que “El congreso de Stuttgart fue el último congreso en tomar seriamente posición contra el imperialismo. Esta actitud comenzó a batirse en retirada en Copenhague y fue derrotada en Basel”. Gorter, 1914, pág. 21.

[73]. Ver los artículos de Luxemburg en Day y Gaido (eds.), Witnessesto Permanent Revolution: The Documentary Record (Brill, 2009).

[74]. Luxemburg, 1964, pág. 27.

[75]. Luxemburg, 1966, pág. 21.

[76]. Luxemburg, 2003, pág. x.

[77]. Luxemburg, 1963, pág. 348.

[78]. Luxemburg, 1963, págs. 351-2.

[79]. Luxemburg, 1963, pág. 334.

[80]. Luxemburg, 1963, pág. 366.

[81]. Luxemburg, 1963, pág. 365.

[82]. Luxemburg, 1963, pág. 366.

[83]. Luxemburg, 1963, pág. 467.

[84]. Marx, 1978b, pág. 537.

[85]. Ver también Daniel Gaido y Manuel Quiroga: “The Early Reception of Rosa Luxemburg’s Theory of Imperialism”, Capital & Class, Vol. 37, N° 3, October 2013, págs. 437-455.

[86]. Marx, 1863, II, págs. 479-80; cf. Marx, 1978b, p. 573.

[87]. Marx, 1978b, pág. 574.

[88]. Schippel, 1913, p. 148. Esta crítica sarcástica fue escrita por uno de los principales teóricos (junto con Gerhard Hildebrand, Ludwig Quessel y Karl Leuthner) de la corriente dentro del revisionismo que Charles Andler acertadamente llamó “socialismo imperialista en la Alemania contemporánea” (Andler, 1918, págs. 124-5). Hildebrand fue tan lejos en su chauvinismo que fue expulsado del SPD en el Congreso de Chemnitz; Schippel -el “buen prusiano”, como Adler lo llamaba- fue más circunspecto, pero también llamaba a una intervención militar de las naciones atrasadas, el disciplinamiento de los nativos por la fuerza, y la anexión de parte de Marruecos a algún asentamiento colonial alemán (Schippel, 1911 and 1912a).

[89]. Lenin, 1895, págs. 498-9.

[90]. Lenin: El desarrollo del capitalismo en Rusia: El proceso de la formación del mercado interior para la gran industria (1899), Capítulo I. “Errores teóricos de los economistas populistas”. VIII. ¿Por qué necesita mercado exterior una nación capitalista?

[91]. Rosdolsky, 1989, Vol. 2, pág. 491.

[92]. Luxemburg, 1921, pág. 148.

[93]. Sobre el debate acerca de los fondos para el presupuesto militar [Deckungsfrage] -es decir, la aprobación de impuestos para propósitos militares por los representantes del SPD en el Reichstag en 1913, ver Walling (ed.), 1915, págs. 64-81.

[94]. Citado en Riddell (ed.), 1984, pág. 94. Sobre este punto, ver más en Luxemburg, 1913b.

[95]. Luxemburg, 1913c, págs. 148-53.

[96]. Haase, 1914.

[97]. Grunberg (ed.), 1916, pág. 449. Haase habló oficialmente como presidente del Partido y en nombre del grupo parlamentario del SPD. Rosa Luxemburg lo citó de la siguiente manera: “Ahora enfrentamos el hecho irrevocable de la guerra. Estamos amenazados por los horrores de la invasión. La decisión, hoy, no es a favor o en contra de la guerra; sólo puede haber una pregunta para nosotros: ¿por qué medios será llevada adelante esta guerra? Mucho, sí, todo está en riesgo para nuestro pueblo y para su futuro, si el despotismo ruso, manchado con la sangre de su propio pueblo, resulta vencedor. Este peligro debe ser evitado; la civilización y la independencia de nuestro pueblo deben ser salvaguardadas. Por lo tanto, llevaremos adelante lo que siempre hemos prometido: en la hora del peligro no abandonaremos a nuestra madre patria. En esto sentimos que estamos en armonía con la Internacional, que siempre ha reconocido el derecho de cada pueblo a su independencia nacional, ya que acordamos con la Internacional en denunciar enfáticamente cada guerra de conquista. Impulsados por estos motivos, votamos a favor de los créditos de guerra solicitados por el gobierno”, Luxemburg, 1915b, pág. 20.

[98]. Trotsky, 1930, pág. 184.

[99]. Craig Nation, 1989, pág. 29.

[100]. Cunow, 1915.

[101]. Pannekoek, 1914b. Ver capítulo 48 de Discovering Imperialism.

[102]. Lenin, 1914c, pág. 168. La guerra y el colapso de la Internacional dieron lugar a una serie de análisis que relacionaban estos eventos con el imperialismo. En orden cronológico, los más importantes fueron: El imperialismo, la Guerra Mundial y la socialdemocracia, de Herman Gorter (septiembre de 1914), La guerra y la Internacional, de Trotsky (octubre de 1914), La crisis de la socialdemocracia de Rosa Luxemburg (abril de 1915), y El socialismo y la guerra, de Lenin y Zinoviev (agosto de 1915). También deberíamos mencionar Imperialismo y democracia (1914), de Heinrich Laufenberg y Fritz Wolffheim. Haciendo un llamado a una nueva Internacional, caracterizaron la guerra como un “producto natural del desarrollo imperialista” que destruía los fundamentos del reformismo, al hacer imposible una ampliación de la democracia, abriendo así el camino a una serie de crisis internacionales y de guerras.

[103]. Craig Nation, 1989, pág. 49.

[104]. Gorter, 1914, pág. 7.

[105]. Gorter, 1914, pág. 105.

[106]. Gorter 1914, pág. 39.

[107]. Gorter 1914, pág. 116.

[108]. Gorter, 1914, pág. 77. Sobre el comunismo consejista, ver van der Linden, 2004. Sobre la evolución política posterior de los tribunistas, ver Gerber, 1989.

[109]. Trotsky, 1918a, págs. 33, 36. Edición norteamericana: Trotzky: The Bolsheviki and World Peace (1918).

[110]. Trotsky, 1918a, pág. 209. Los análisis específicos de Trotsky incluían la cuestión de los Balcanes (repetía la demanda del manifiesto de Basilea, que llamaba a la creación de una Federación de los Balcanes en los territorios de la ex Turquía europea), Austria-Hungría (apoyaba la disolución del Imperio Austro-Húngaro) y un estudio de los objetivos de guerra alemanes. Trotsky señalaba que las principales fuerzas de Alemania no estaban lanzadas contra el zarismo sino contra la Francia republicana; que el principal objetivo de Alemania era superar la supremacía naval de Inglaterra al asegurarse un pasaje al Atlántico a través de Bélgica; y que el Kaiser, en última instancia, quería lograr un trato con el zar Nicolás II para establecer una alianza con los estados feudales monárquicos en el continente europeo. Trotsky rechazaba la distinción entre guerras defensivas y ofensivas como un criterio válido para determinar la posición de los partidos socialistas en el conflicto, citando extensamente la respuesta “espléndida” de Kautsky a Bebel en Essen. Trotsky, 1918a, pág. 151.

[111]. Trotsky, 1918a, págs. 21-3. En Discovering Imperialism hemos incluido “La nación y la economía” de Trotsky (julio de 1915), que desarrolla estas ideas en mayor profundidad en respuesta al folleto “Estado nacional, Estado imperialista, y confederación”, de Kautsky (publicado en febrero de 1915 y también incluido en Discovering Imperialism).

[112]. Luxemburg, 1915b, pág. 95. El Folleto de Junius fue escrito en abril de 1915 -mientras Luxemburg estaba en prisión-, pero no fue publicado hasta enero de 1916.

[113]. Luxemburg, 1915b, pág. 8.

[114]. Luxemburg, 1915b, pág. 32.

[115]. Luxemburg, 1915b, pág. 65.

[116]. Luxemburg, 1916 (enero).

[117]. Lenin, 1916a, pág. 312. Lenin creía que el Folleto de Junius sufría de las mismas fallas que el trabajo de “ciertos holandeses [es decir, de los “tribunistas”] y de los socialdemócratas polacos, que repudian la autodeterminación de las naciones incluso bajo el socialismo” (Lenin, 1916a, pág. 313). Ver también Lenin, 1919c.

[118]. Lenin, 1916b, págs. 144, 146-7.

[119]. Lenin, 1916b, págs. 151-2.

[120]. Lenin, 1970, pág. 90. Citamos la versión castellana publicada en el tomo 23 de las Obras completas, de Lenin, bajo el título El imperialismo, etapa superior del capitalismo (Ensayo popular).

[121]. Lenin, 1899b, pág. 66.

[122]. Lenin, 1970, pág. 72.

[123]. Lenin, 1970, pág. 88.

[124]. Lenin, 1970, pág. 115.

[125]. Marx, 1977a, págs. 146-7.

[126]. Lenin, 1970, pág. 105.

[127]. Lenin, 1970, págs. 141-2.

[128]. Lenin, 1970, pág. 28.

[129]. Lenin, 1970, pág. 29.

[130]. Lenin, 1970, pág. 9. Marx también había predicho una “aristocracia de la clase obrera” tan temprano como en el Volumen I de El capital.

[131]. Lenin, 1970, pág. 122.

[132]. Lenin, 1970, pág. 120.

[133]. Lenin, 1915c, pág. 236.

[134]. Bukharin, 1982, pág. 25.

[135]. Bukharin, 1982, pág. 22.

[136]. Bukharin, 1982, pág. 31, cf. p. 42.

[137]. Bukharin, 1929, pág. 120.

[138]. Bukharin, 1929, pág. 127

[139]. Bukharin, 1929, pág. 139.

[140]. Bukharin, 1929, págs. 12-14 (prefacio de Lenin).

[141]. Bukharin, 1982, pág. 51.

[142]. Leninskii Sbornik, Moscú 1929, XI [Los comentarios de Lenin en los márgenes de su copia de La economía del período transicional, de Bukharin].

[143]. Lenin, 1917, pág. 464. Sobre las diferencias entre Lenin y Bujarin ver también Richard B. Day, “Dialectical Method in the Political Writings of Lenin and Bukharin”, Canadian Journal of Political Science, Vol. 9, N° 2 (June 1976), págs. 244-260.

[144]. Lenin, 1919a, pág. 165.

[145]. Hirst and Thompson, 1996, pág. 27.

[146]. Hirst and Thompson, 1996, pág. 98.

[147]. James, 2001, págs. 4-5.

[148]. Tooze, 2006.

[149]. Kautsky, 1907b, pág. 65.

[150]. Pannekoek, 1915. Ver capítulo 53 de Discovering Imperialism.

[151]. Este proceso fue asistido por la estrategia distintiva del imperialismo norteamericano, que apoyaba, tanto la descolonización formal como un arma contra el imperialismo británico y francés como el establecimiento de regímenes burgueses parlamentarios, incluyendo a las contrarrevoluciones democráticas que tuvieron lugar en Alemania, la Unión Soviética y otras partes en la década de 1990.

*Dada la extensión de la nota, transcribimos la misma en dos partes. La primera se publicó en el número anterior de nuestra revista.

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