Un análisis simplista por parte de la izquierda podría concluir en que un triunfo de la extrema derecha representaría una consolidación de las fuerzas del régimen. El mismo análisis llevado a nuestro país significaría que el triunfo de Javier Milei en las PASO del 13 de agosto tendría que ser festejado con algarabía por al menos la mayoría de los sectores capitalistas nacionales e internacionales. Sin embargo, no es lo que ha sucedido. En las clases dominantes se han prendido señales de alarma y los pronunciamientos de las distintas cámaras que las nuclean y de sus principales economistas y lobistas fueron en sentido contrario a los planteos del candidato de La Libertad Avanza. La preocupación no solo está fundada en determinados ejes programáticos sino también en la capacidad del dirigente “libertario” de establecer un gobierno sólido y un régimen político estable. En los sectores populares la reacción también ha sido bien contradictoria. Por un lado, en amplias capas populares que lo votaron puede haber algún atisbo de esperanza, aunque el sentido de su voto fue más de rechazo que a favor de una determinada salida programática. En cambio, en otros sectores del pueblo hay una enorme inquietud y deliberación por el temor a que se establezca un gobierno de corte fascistizante, que arrase no solo con derechos sociales muy sentidos sino también con las libertades democráticas. Tomadas de conjunto, las elecciones de agosto han abierto una transición política convulsiva para todas las clases sociales del país en un cuadro de una bancarrota económica de envergadura, de un intervencionismo directo del FMI y de una crisis social explosiva. Para los trabajadores, especialmente para su vanguardia y para la izquierda, aparece la necesidad de una orientación política correcta que permita intervenir en los acontecimientos por venir.
La quiebra de las fuerzas tradicionales
Una de las principales preocupaciones de los sectores capitalistas reside en que la otra cara de la moneda del triunfo de Milei fue la derrota sufrida por los partidos tradicionales. Se trata de una derrota categórica e inapelable que abarcó tanto al oficialismo como a la oposición tradicional. En lo que refiere al peronismo el resultado obtenido estuvo muy por debajo de todos los pronósticos, quedando como bloque en tercer lugar. Si se lo mide en relación al padrón total, el resultado que logró Sergio Massa no llega al 15%. Para un candidato que tuvo el apoyo de la mayoría de los gobernadores, de los intendentes del conurbano bonaerense, de la CGT y de varios movimientos sociales ese porcentaje equivale a una catástrofe política que envuelve a todo un aparato del Estado. Varios analistas afirmaron que esta derrota electoral se debió a que la mayaría de los gobernadores peronistas adelantaron las elecciones de sus provincias, desentendiéndose de la suerte del candidato presidencial del oficialismo. Aunque el argumento suena fuerte, no tiene en cuenta que la decisión de adelantar las elecciones se debió al temor de que el fracaso del gobierno del Frente de Todos arrastre a sus propias administraciones locales. De hecho, aun adelantando las elecciones, el peronismo perdió las elecciones previas de Chubut, San Luis, San Juan, Santa Fe y las PASO del Chaco. El domingo 13 de agosto, además, fue derrotado en las elecciones provinciales de Santa Cruz, un golpe demoledor al kirchnerismo que perdió la provincia que gobernaba la hermana de Néstor Kirchner. Pero si el kirchnerismo perdió Santa Cruz, Massa perdió Tigre con la candidatura de su propia esposa, Malena Galmarini. Ninguna fracción del peronismo zafó del revés electoral, convirtiendo a la derrota en las elecciones en un capítulo más de su retroceso histórico.
El golpe sufrido por el peronismo fue equivalente al que recibió Juntos por el Cambio. La coalición macrista estaba llamada desde su triunfo electoral en el 2021 a suceder al Frente de Todos en la elección presidencial. Hace unos meses atrás se consideraba que el triunfador de la interna entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta sería sin dudar el nuevo presidente de la nación. Sin embargo la realidad ha desmentido estos pronósticos. Es que aunque en tanto coalición Juntos por el Cambio quedó levemente por encima del peronismo, ha quedado en peores condiciones que este para revertir el resultado electoral. Esto se debe no solo a que Patricia Bullrich como candidata sacó menos votos que Sergio Massa. Además conspira contra sus chances la división interna en las filas del macrismo y la amenaza de ruptura con el radicalismo y la Coalición Cívica. Por su perfil político Patricia Bullrich tiene menos posibilidades de ganarle el voto a Javier Milei. Es público que una parte de sus apoyos, empezando por el propio Mauricio Macri, juegan a dos puntas. Por un lado apoyan formalmente su candidatura, mientras que por el otro buscan influir sobre Javier Milei para intervenir activamente en lo que puede ser su futuro gobierno.
El retroceso electoral de los dos bloques políticos tradicionales de la clase capitalista no solo se manifiesta en la caída de sus porcentajes electorales. También han crecido el ausentismo electoral y el voto en blanco, que son otras expresiones que restan legitimidad al régimen político actual. A los más de 7 millones de votos que sacó el candidato “libertario” deben sumarse los que han dejado de ir a votar o votaron en blanco.
Significado del triunfo de Milei
El hecho de que el triunfo de Milei en las elecciones primarias exprese el repudio a los partidos y coaliciones tradicionales de la clase capitalista ha llevado a muchos a afirmar que el contenido de la votación recibida es difuso y que no puede identificarse con sus ideas y planteos. Varios analistas llegaron a plantear que Milei atraía por su gestualidad o personalidad extrovertida, pero no por su programa. Así planteado pareciera que se trata de un fenómeno casi aleatorio o meramente casual. La bronca del pueblo podría haber sido canalizada tanto por la derecha como por la izquierda. Una moneda en el aire que por azar cayó del lado del dirigente “libertario”. Complementariamente, otros señalaron que el éxito recogido por Milei hasta el momento se debe exclusivamente al lugar que le dieron los medios de comunicación. Sin negar que ese hecho existió y que su presencia en los medios fue abusiva, atribuir su votación a las apariciones mediáticas no deja de ser parcial e insuficiente. Es una explicación que le sirve a las fuerzas políticas tradicionales y en especial al kirchnerismo, que no quieren asumir su responsabilidad en el triunfo de Milei.
La pregunta que surge es la siguiente: ¿por qué un planteo rabiosamente capitalista, de eliminación de los derechos sociales fundamentales de la población se transformó en un éxito de campaña? ¿Por qué planteos tales como “quemar el Banco Central”, dolarizar la economía, privatizar la salud y la educación, tuvieron un apoyo que se concentró entre los sectores más explotados de la clase trabajadora y en la juventud de las barriadas populares? La respuesta a este hecho debe buscarse en el fracaso de la política del kirchnerismo y del gobierno del Frente de Todos en estos 4 años y antes en el fracaso igual de rotundo de Juntos por el Cambio entre el 2015 y el 2019. El incremento de la inflación hasta niveles intolerables que terminan empobreciendo a la población y desorganizando el proceso económico; la precarización laboral que alcanza a casi la mitad de la clase trabajadora; la crisis de la salud y educación públicas que adquirió niveles alarmantes, lo que llevó a una parte de la población a emigrar a la educación y la salud privadas; la crisis habitacional que se agravó con el proceso inflacionario, paralizando al mercado inmobiliario de compra y venta y dificultando hasta lo imposible el acceso a los alquileres; el crecimiento del narcotráfico y con ello de la inseguridad ciudadana son todos factores que favorecieron el ascenso de los llamados “libertarios”. El hecho de que el responsable inmediato de esta situación sea un gobierno de tipo “nacional y popular” favoreció que la reacción ante este derrumbe social fuera canalizada por derecha. El discurso basado en machacar con un “Estado presente” llevó a la población a la conclusión de un viraje privatizador, pues las intervenciones del Estado terminaron caotizando más el proceso económico. El plan de “precios cuidados” terminó con la inflación más alta de los últimos 30 años; el cepo cambiario con una fuga inusitada de capitales y el establecimiento de dólares alternativos que duplican el oficial; la ley de alquileres no permitió superar la crisis habitacional ni garantizar al menos el acceso del inquilino a la vivienda; la creación de un Ministerio de la Mujer no impidió que siguieran creciendo los femicidios. Ante semejante fracaso la conclusión que imperó en una parte de la población es que el Estado es el responsable de la crisis, trazando una línea artificial entre este y la clase capitalista que lo controla y dirige por distintas vías. La habilidad de Milei es presentar al Estado despojado de su carácter de clase, limitándolo a instrumento de una casta política que oprime por igual a trabajadores y empresarios. De acá justifica su programa privatizador y de ofensiva contra los derechos sociales, y un planteo de colaboración de clases entre la clase obrera y el capital que tendrían como enemigo común a la casta política.
Para que esta crisis sea canalizada por derecha convergieron varios fenómenos. Por un lado, que durante el último período primó en las organizaciones obreras y populares una tendencia a la pasividad, que se explica antes que nada por la política de la burocracia sindical. En este proceso tuvieron mucho que ver la pandemia y la cuarentena que se estableció, que desorganizó a los trabajadores y a la juventud en sus lugares de trabajo y de estudio respectivamente. La parálisis económica que impuso la cuarentena terminó afectando con más intensidad al sector de la clase trabajadora que no se encuentra registrado, para quienes la asistencia del Estado fue misérrima. Esta situación generó un campo propicio para que crezca el predicamento de los “libertarios” que se adjudicaban un discurso a favor de la libertad planteando eliminar toda restricción a la actividad, canalizando un planteo de fondo de la clase capitalista. Esta misma orientación se terminó imponiendo en la interna de Juntos por el Cambio, con el triunfo de Patricia Bullrich sobre Horacio Rodríguez Larreta, a quien los “libertarios” cuestionaban por sus medidas bajo la pandemia. Ahora bien, la responsabilidad de la burocracia sindical en la falta de respuesta de las organizaciones obreras supera lo sucedido bajo la epidemia de COVID-19, abarcando todo un período. Esto llevó a que se desarticulase una respuesta organizada de los trabajadores, creando un campo propicio para la penetración de las posiciones del grupo de Milei.
El otro factor convergente fue la política de la mayoría de la izquierda, que por sus limitaciones de clase no ha establecido una delimitación estratégica con el kirchnerismo ni ha sido capaz de desarrollar una crítica de fondo al estatismo burgués. Esto vale especialmente para toda una parte importante de la izquierda que está dentro del Frente de Todos o que orbita con posiciones críticas, pero también ha estado presente dentro del propio Frente de Izquierda. Se trata de una cuestión de fondo que abarca tanto a la política nacional como a la latinoamericana. Es necesario recordar que la izquierda ha acompañado acríticamente la experiencia chavista en Venezuela durante todo un período de tiempo y que solo cambió de posición una parte de ella, pero para irse a la defensa de la derecha golpista, oligarca y pro-yanqui. Para la mayoría de la izquierda argentina el socialismo no es la gestión obrera de la economía a partir de un gobierno de los trabajadores, sino un estatismo burgués más extremo que el del kirchnerismo. La crítica a este suele estar basada en su “inconsecuencia” y no en los intereses de clase que defiende -los de la burguesía nacional y de sectores del capital financiero internacional-. En el Frente de Izquierda estas posiciones también están presentes. En una editorial de La Izquierda Diario su director Fernando Rosso cuestionó al gobierno actual por su “estatismo blando”, esto luego de afirmar que la izquierda habría obtenido una elección cercana a los 10 puntos al mezclar los votos del FIT-U con los de Grabois. Semejante afirmación, que pasa por alto que el FIT se formó para combatir al kirchnerismo y no para hacer aritméticas electorales con su pata izquierda, no fue algo casual o episódico. Se trató de una serie de posiciones concatenadas que tuvieron su máxima expresión con la defensa cerrada de Myriam Bregman a Cristina Fernández de Kirchner ante las causas judiciales que se le siguen por hechos de corrupción. Estas posiciones fueron de la mano de una negativa cerrada para transformar al FIT-U en un polo de acción directo en la lucha de clases, apoyando abiertamente la lucha del movimiento piquetero, que fue el que salió a la calle a desafiar la tregua de la burocracia sindical. Aunque no haya sido el factor determinante, la posición que primó en el FIT-U también favoreció que la bronca popular fuera canalizada por la derecha fascistizante.
Milei y el fascismo
El triunfo en las primarias generó un verdadero terremoto político en todas las clases sociales. En el movimiento obrero y popular se prendieron varias luces de alarma porque por primera vez apareció la posibilidad cierta de que el “libertario” llegue a la Casa Rosada. Sus planteos reaccionarios en todos los terrenos escandalizan y generan incluso temor. Especialmente en lo que se refiere a su afectación a las libertades democráticas y a la política represiva que podría aplicar desde su eventual gobierno. De ahí que en muchos sectores apareciera la caracterización de que estaríamos ante la inminencia de un triunfo del fascismo, con todo lo que eso conlleva. ¿Pero representa Milei hoy la emergencia de un movimiento fascista a punto de tomar el poder? La respuesta a esta pregunta debe ser concreta. El fascismo se caracteriza antes que nada por representar un régimen de ofensiva contra los trabajadores y sus organizaciones, con métodos directos de guerra civil recurriendo para ello a la movilización de sectores desesperados de las clases medias. No caben dudas que el programa de Milei plantea un régimen de ofensiva contra los trabajadores. La eliminación de los convenios colectivos de trabajo, de las indemnizaciones por despido y de los derechos laborales conquistados por los trabajadores plantea una confrontación de envergadura histórica que difícilmente pueda llevarse adelante sin represión. Para ello Milei ya anticipó que el Ministerio de Seguridad estará en manos de Victoria Villaruel, una defensora directa de los genocidas de la dictadura y del terrorismo de Estado. Bajar la guardia o minimizar semejante amenaza represiva sería un error que los trabajadores podrían pagar muy caro. Ahora bien, la posibilidad de que Milei sea capaz de llevar adelante semejante amenaza aún está por verse. A diferencia de lo sucedido con Hitler y parcialmente con Mussolini, que ambos llegaron al poder encabezando ya un movimiento fascista que atacaba directamente a los trabajadores, lo de Milei aún es un armado ultra-frágil. Por eso mismo no llega a emparentarse con un Trump que tenía el apoyo del Partido Republicano ni con Bolsonaro, que contaba con el respaldo de las FFAA de Brasil, que ocupan un lugar mucho más relevante en la política de su país que sus pares de la Argentina. A pesar de estos apoyos ninguno de ellos logró establecer un régimen fascista ni consolidarse en el poder, perdiendo ambos las elecciones presidenciales. De este desarrollo sería un error concluir que un eventual gobierno de Milei no puede evolucionar a una formación fascista. Pero del mismo modo que bajar la guardia ante una amenaza represiva sería un error criminal, darle al enemigo una posición de fuerza que aún no logró puede llevar a un derrotismo.
Un rasgo claramente fascista de Milei es su ataque directo a la izquierda y al socialismo, a la que llama a aplastar. Ha llegado a pronunciar expresiones clásicas del nazismo, como la “superioridad estética” de los liberales sobre los “zurdos”. Más allá del exabrupto, la lógica del planteo apunta a presentar que el fracaso de la Argentina reside en que ha sido gobernada por el socialismo o por políticos socialistas. Se recurre así a la falsificación histórica más evidente para justificar una orientación política, económica y social contra la clase obrera y sus conquistas. En Milei el socialismo no es la expropiación del capital, la planificación de la economía y en perspectiva la desaparición del trabajo asalariado y del propio Estado, sino que socialismo serían los convenios colectivos de trabajo, la legislación laboral, la educación y la salud públicas, la obra pública en manos de un Estado capitalista. Así su ataque al socialismo es un sambenito para avanzar en eliminar conquistas que los trabajadores y los sectores populares han logrado bajo el régimen capitalista. La identificación de que para ello debe terminar con los “zurdos” muestra de todas maneras cierta agudeza. En una reciente declaración llamó a la burocracia sindical a apoyar su proyecto de reforma laboral, diciendo que le servirá para reafirmar su control del aparato sindical y enfrentar con éxito a la izquierda que le disputa el control de los lugares de trabajo. El planteo de un acuerdo a la burocracia contra la izquierda es más propio de un gobierno de la Triple A que del fascismo clásico.
Un programa de crisis
Si bien es cierto que la mayoría de la clase capitalista había apostado sus huevos a los candidatos de Juntos por el Cambio o a Massa, también lo es que un triunfo de Milei podría rápidamente producir un giro y un nuevo punto de agrupamiento. Sin embargo, la barrera para que ello ocurra de inmediato radica en varios puntos. Sucede que el programa de Milei genera por el momento resistencia en amplios sectores de la clase capitalista. La dolarización que ha propagandizado en la campaña electoral y fuera su principal caballito de batalla no cuenta con el aval de la mayoría de la burguesía nacional ni tampoco del FMI y la Reserva Federal de los EE.UU. Para la clase capitalista la “soberanía monetaria” le permite disponer de la posibilidad de desvalorizar los salarios recurriendo a la devaluación monetaria y también por esta vía defender una posición en el mercado que de otro modo podría perder ante la competencia extranjera. El rechazo a la dolarización de la burguesía no tiene que ver con un planteo socialista, para el que la existencia de una moneda nacional es un instrumento fundamental de una economía planificada. La defensa del Banco Central por parte del capital financiero que controla el sistema bancario tiene que ver con tener un rescatista de última instancia que le asegure una tasa de beneficio y un rescate mediante la emisión o la colocación de deuda. Acá también se distingue de un planteo socialista, para el que la existencia de un Banco Central es el soporte de la creación de una banca nacional única para centralizar el ahorro del país y transformarlo en inversión. Junto con la dolarización, la mayoría de los grupos empresariales rechazan la eliminación de la obra pública y las transferencias de recursos a las provincias, sea por la coparticipación federal o por las transferencias directas del Estado nacional. Estas resistencias de la clase capitalista de carne y hueso están debatiéndose ahora de manera abierta, siendo materia de fuertes negociaciones. Si Milei se perfila como el ganador, los grupos capitalistas buscarán determinar su programa e influir en el nombramiento de los funcionarios. Así, alternativamente Melconian y su grupo de la Fundación Mediterránea buscarán hacer levantar a la candidatura de Patricia Bullrich y en caso de que no lo logre buscarán influir en los planteos y medidas de un eventual gobierno de Milei. Mediante varios voceros Milei ha hecho gestos de conciliación. La dolarización ya no sería una política de entrada, sino que quedaría rezagada para un eventual segundo mandato. Seguramente ocurrirá otro tanto con la obra pública y el régimen de coparticipación federal. Eliminados estos puntos más ríspidos, lo que queda es un programa que si puede unificar a la clase capitalista: avanzar contra los trabajadores con una fuerte reforma laboral, en la rebaja de la carga impositiva al capital y la privatización de la educación y la salud, para abrirlos directamente a un campo de negocios para las empresas.
La cuestión de los alineamientos internacionales de la Argentina también está en el centro de los debates de la burguesía nacional. El ingreso a los Brics ha marcado esta situación. China impulsa los Brics como una forma de abrir paso a su comercio e inversiones internacionales en el marco de un recrudecimiento de la guerra comercial con EE.UU. El gobierno argentino presentó el ingreso a los Brics como un avance de la Argentina en el terreno internacional, pero la relación que busca entablar fundamentalmente con China, de financiamiento, comercial y de inversiones es también un vínculo de naturaleza semi colonial, está lejos de cualquier perspectiva de desarrollo nacional. Massa recurre al financiamiento chino, con tasas y cláusulas secretas, como una tabla de rescate frente a la deuda y la fuga de capitales. Pero Argentina sigue manejando los préstamos de China en tándem con las negociaciones con el FMI. Milei y Bullrich rechazaron el ingreso a los Brics en nombre de una definición clara en favor de las relaciones con el imperialismo norteamericano e Israel. Sin embargo, la mayor parte de la burguesía argentina rechaza una ruptura con los países de los Brics, ya que entre ellos están los principales socios comerciales del país. Está en juego la disputa en torno al rol de China, una disputa que cruza todos los grandes negocios de la burguesía nacional, con Techint fuertemente jugado en contra de su injerencia y el sector agrario dependiendo de sus compras. En definitiva, ni el ingreso propiciado por el gobierno a los Brics representa una política antimperialista -ya que Argentina continúa con su sometimiento al FMI y su relación con China mantiene un patrón de sometimiento- ni el rechazo a los Brics por parte de Milei y Bullrich representa una ruptura en regla con sus países, ya que la burguesía nacional no está dispuesta a perder sus principales vínculos comerciales.
Al mismo tiempo que se abre una negociación por su programa económico, aparecerá otra negociación para establecer los términos de un futuro régimen político. Hasta ahora Milei respondió que en caso de que el Congreso no le apruebe sus leyes recurrirá a referéndum o consultas populares. Tendríamos en este caso un régimen de tipo plebiscitario que podría evolucionar hacia un bonapartismo. Pero los regímenes plebiscitarios son por definición inestables. Deben imponer su autoridad sobre las instituciones parlamentarias o en caso contrario pueden caer. En caso de un triunfo del “libertario” se planteará con seguridad una reconfiguración política. Juntos por el Cambio podría estallar y al menos un ala del PRO o la totalidad ser la apoyatura parlamentaria de un gobierno de Milei. Las declaraciones de Macri en su apoyo anticipan un escenario de este tipo.
Lo que viene
Las elecciones primarias lejos de ordenar el proceso político han agravado la crisis existente. La devaluación monetaria ejecutada por el gobierno el lunes 14 de agosto implicó no solo un salto en el ataque a las condiciones de vida del pueblo, sino que también afectó las posibilidades de Massa para revertir la derrota sufrida. Aunque Massa y el peronismo buscarán ingresar al ballotage, con seguridad alternativamente los gobernadores peronistas entablarán negociaciones con Milei por si llegase a ganar en primera vuelta. La envergadura de la bancarrota económica no solo condiciona a Massa sino al conjunto de las fuerzas del sistema. El ministro de Economía y candidato del oficialismo le agradeció a Milei por su apoyo ante el FMI. El pirómano del Banco Central hizo las veces de bombero. Argentina se encuentra al borde de una hiperinflación que podría acelerar las experiencias políticas con todas las fuerzas en presencia, empezando por quienes tienen más chances de llegar al gobierno. Una hiperinflación u otras formas de bancarrota económica más aguda provocarán también una conmoción en los sectores populares y sus organizaciones, lo que podría sacarlas de su actual pasividad y modificar drásticamente el punto de vista desde el cual se abordan los hechos.
El camino a las elecciones generales de octubre estará cruzado por la crisis económica, por la deliberación y la disputa al interior de las fuerzas políticas de la clase capitalista por llegar al poder e influir sobre quien resulte ganador. Para los trabajadores, que son quienes están sufriendo la carga de la crisis, de lo que se trata es de enfrentar los planteos reaccionarios de la derecha y a la vez movilizarse y ganar la calle contra el ajuste que está realizando el gobierno de Massa y Cristina Kirchner.
Toda la situación plantea la necesidad de la intervención de los trabajadores. Para ello, junto a la convocatoria y las autoconvocatorias en los lugares de trabajo, planteamos como salida de conjunto la necesidad de un Congreso de todos los sindicatos y organizaciones sociales con mandato de asambleas y el reclamo de un paro nacional y un plan de lucha. Esta acción de lucha debe ir acompañada de un programa frente a la emergencia nacional: fuera el FMI, reapertura de las paritarias, indexación mensual de acuerdo al costo de vida de salarios, jubilaciones y planes y beneficios sociales, basta de saqueo capitalista, no al pago de la deuda externa, nacionalización de la banca y del comercio exterior.
La especie de que ganar la calle favorece a la derecha y a Milei debe ser combatida con la mayor determinación. Nada favorece más el crecimiento de los planteos fascistizantes que la desmoralización de un pueblo que no puede defenderse ante los ataques que recibe. Si la clase capitalista está en estado de asamblea disputando el futuro de su Estado y su régimen, los trabajadores deben hacer lo propio para poder intervenir en defensa de sí mismos.
El Frente de Izquierda-Unidad, que ha tenido una pobre elección en las PASO, tiene una nueva posibilidad ante sí. La condición para aprovecharla es que su campaña electoral sea parte de una campaña política más general para enfrentar a la derecha reaccionaria y al ajuste del gobierno actual. Presentar al voto al FIT-U como el instrumento para frenar a la derecha sería un crimen electoralista intolerable. Si nunca a los fachos se los frenó con la papeleta electoral, menos será desde un resultado electoral marginal. El voto al FIT-U cumple otra función. Luchar por la independencia de clase como un punto de apoyo para movilizar al pueblo que podrá votar incluso a otras listas. Sobre esta base llamamos a luchar por el voto a la fórmula presidencial del FIT-U integrada por Myriam Bregman y Nicolás del Caño y a una campaña de lucha y movilización contra Milei y el ajuste de Massa y el FMI.
2 comentarios en «La Argentina capitalista en estado de asamblea»
Muy buen artículo para difundir, sirve para comprender y organizar
Consido con tu respuesta Maria esta muy claro para poder difundir comparto