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Engels, ciencia y socialismo

Centenario de la muerte de Federico Engels

Federico Engels, de quien se cumple este año el centenario de su nacimiento, fue posiblemente el primero que comparó a Marx con Darwin. Lo hizo en circunstancias que le otorgan especial significación, puesto que creyó oportuno incluir tal analogía en el breve discurso que pronunciara en los funerales del propio Marx, el 17 de marzo de 1883. Engels señaló, entonces, que así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el simple hecho, hasta entonces oculto por el excesivo desarrollo de la ideología, de que la humanidad debe antes que nada comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder dedicarse a la política, al arte, a la religión, etc.; que por lo tanto, la producción de los medios materiales de subsistencia y, en consecuencia, el grado de desarrollo económico alcanzado por una época dada, son la base sobre la cual han surgido las instituciones del Estado, las concepciones legales, el arte e inclusive las ideas sobre la religión del pueblo en cuestión, y a cuya luz deben ser, pues, explicados, en vez de a la inversa, como había sido el caso hasta el momento.


 


Luego de agregar que Marx descubrió también la ley particular del movimiento que rige el mundo de producción capitalista -y valorar el significado de ambos descubrimientos-, Engels concluyó: “éste era el hombre de ciencia”… (aunque) “no fuera ni la mitad el hombre”; Marx “era ante todo un revolucionario y la lucha su elemento”. Es indudable que para Engels la ciencia y “la lucha” constituyen, en este caso, una unidad indivisible. Sus palabras son un recuerdo oportuno para reflexionar sobre el marxismo como ciencia, es decir, como teoría de la revolución social contemporánea y como instrumento indispensable de la misma.


 


El título de un célebre trabajo de Engels plantea inequívocamente que el "socialismo científico” es la dimensión específica y fundacional del marxismo como movimiento emancipador, lo que equivale a decir como expresión consciente de los intereses históricos del proletariado moderno. Una evidencia de lo que acabamos de señalar es el habitualmente poco considerado capítulo del Manifiesto Comunista que distingue al socialismo contemporáneo, reivindicando su carácter de apreciación rigurosa de la sociedad burguesa, como aspecto esencial que lo diferencia ante los “socialismos” preexistentes. El Manifiesto, como documento de una organización internacional de trabajadores, es, en sí mismo, una prueba de que la estructuración del movimiento obrero representaba para Marx y Engels la tarea práctica que corresponde a la teoría del socialismo “como ciencia”. No había en esto nada de arbitrario. Ambos arribaron a esta conclusión luego de examinar críticamente sus opiniones y puntos de vista en el campo de la filosofía y del movimiento de los "jóvenes hegelianos”. Su adhesión militante al comunismo constituye, entonces, la estación final del trabajo de “arreglo de cuentas” con el pasado — y con su pasado—, conforme su propia definición. Se trata de la tarea que acometieron en común cuando Marx y Engels se conocieron en 1844.


 


La originalidad propia de los jóvenes comunistas Marx y Engels no es, en consecuencia, su aspiración igualitaria ni, tampoco, la voluntad de suprimir la explotación clasista. La novedad es, precisamente, su fundamento, que ya no es los deseos ni la voluntad, tampoco el prejuicio, la ideología o la especulación filosófica sino la … ciencia. Dicho de otro modo, las nuevas “premisas son la historia y la vida real, como se indica en las frecuentemente citadas páginas de "La ideología alemana Engels puso un énfasis especial en destacar que la labor emprendida con Marx había consistido, en lo esencial, en sacar al socialismo del limbo de la utopía. En contrapartida, más de cien años después, izquierdistas que se pretenden "aggiornados” consideran que, en el umbral del siglo XXI, lo apropiado es hablar del socialismo como una legítima… utopía. Es notable que semejante declaración de fe pulule con especial insistencia entre la intelectualidad pseudo-progresista, que sabe mejor que nadie que la reiterada palabra significa lo que no existe en ningún lugar. No menos significativo es que la reunión de la izquierda latinoamericana en el denominado ‘Foro de San Pablo”, que agrupa en reuniones periódicas a sus partidos de todo el continente, haya convenido en hacer de su "esperanza en la utopía socialista” una declaración de principios. Habrá que reivindicar a Engels y al marxismo, al socialismo científico, contra esta verdadera bancarrota teórica y política.


 


Tendencia del conocimiento científico


 


La crítica al marxismo está frecuentemente dirigida, entre otros aspectos, a este rasgo clave, a su naturaleza científica, lo que equivale a decir a su tendencia a establecer una apreciación de conjunto y totalizadora, es decir, a avanzar hacia una comprensión sintética y unitaria de la realidad social.


 


Es una crítica, sin embargo, que excede el marco del propio marxismo para proyectarse como un cuestionamiento, en realidad, al propósito de todo conocimiento científico. El fin de la ciencia es, naturalmente, el de comprender el movimiento del mundo y de las cosas, el de dar cuenta de la íntima conexión entre objetos y procesos en su dinámica real. De este modo, el científico busca unir lo que parecía separado y aislado, avanza en explicaciones de conjunto para comprender vínculos y relaciones entre los fenómenos de la vida y del universo. La física moderna, de hecho, ha empeñado sus mejores esfuerzos en las últimas décadas en la búsqueda de una "fuerza unitaria” que relacione las cuatro fuerzas fundamentales que determinan, hasta donde se conoce en la actualidad, la existencia y la dinámica de la materia. Un principio en la evolución del conocimiento científico consiste, exactamente, en el progreso que evidencia mediante el descubrimiento de leyes de más amplio alcance, que integren y superen las formuladas con anterioridad, con un dominio menos vasto y profundo.


 


Esto último no quiere decir que el propósito de la ciencia sea consagrar un saber absoluto, un conocimiento acabado; como si tal finalidad de una ciencia definitiva y total pudiera ser posible. Al contrario, la pretensión de que el marxismo represente la búsqueda de una "verdad absoluta” es lo primero que liquidaron como pretensión Marx y Engels en el mismo momento en que accedieron a definir al socialismo como ciencia. El mismo Engels lo definió del siguiente modo: “apenas conseguimos comprender (…) que la tarea que así se coloca la filosofía no quiere decir sino que un filósofo individual debe realizar lo que sólo puede ser realizado por el género humano entero en su desenvolvimiento gradual; apenas comprendimos eso, toda la filosofía, en el sentido que hasta entonces se dio a esta palabra, está terminada. Se abandona la verdad absoluta que no puede ser alcanzada por ese camino ni por cualquier individuo aisladamente y se pasa a buscar, al contrario, las verdades relativas, accesibles a través de las ciencia positivas y de la síntesis de sus resultados por medio del pensamiento dialéctico”.


 


Cuando se ataca al marxismo de un modo vulgar por su supuesta pretensión de representar una "verdad absoluta” lo que se revela, en consecuencia, es ignorancia o, simplemente, mala fe. Lo que es más importante es que, bajo esta forma de ataque al supuesto “absolutismo” del conocimiento científico, se contrabandea un planteo inadmisible, ya que se impugna a la ciencia su propia naturaleza, esto es, su tendencia a ser crecientemente abarcativa y comprensiva, "totalizadora”.


 


Es obvio que en la evolución del saber, aquello que se estimaba como cierto en un tiempo determinado puede luego ser revisto, negado y/o superado por la visión más amplia que surge de nuevos desarrollos en la investigación, del avance del conocimiento, en definitiva, de una mejor aproximación a la dilucidación de lo real y su movimiento. Pero en cualquier caso, nadie puede cuestionar el valor científico de una determinada proposición apelando, en general, al argumento anterior; es decir, negar la afirmación X porque la historia ha probado que, en definitiva, en algún momento futuro, se comprobará la insuficiencia y la limitación o, inclusive, el error de la tesis respectiva. La búsqueda de la verdad es, naturalmente, una tarea infinita. Pero es una vulgaridad cuestionar todo conocimiento por el hecho de que es seguramente provisorio, está históricamente condicionado y que, por lo tanto, en este sentido revista la característica de lo relativo. Sin embargo, es mediante la apelación a argumentos iguales o similares a los que se acaba de señalar, que se presenta la reacción y el oscurantismo contemporáneo o "postmoderno”. El planteo central es que las verdades científicas no deben tener un carácter doctrinario, a riesgo de caer en el "totalitarismo”.


 


Oscurantismo


 


Ahora bien, siguiendo la misma línea de argumentación podría cuestionarse, para tomar un caso, la ley de la gravedad, por dar, en determinado contexto, una explicación "única” del movimiento de los cuerpos en el espacio. Con idéntico criterio podría impugnarse la "dictatorial” teoría de la relatividad, que establece que ningún cuerpo puede superar la velocidad de la luz, violando el libre albedrío universal. Entonces, en nombre de la democracia o del pluralismo y, por lo tanto, del "derecho” a una explicación alternativa, podría exigirse que se incluya en la educación de nuestros niños cualquier fantasía, mito o invención al respecto.


 


El problema merece examinarse con cuidado porque los planteos que acabamos de indicar, en una variante más sofisticada, se cultivan muchas veces con denodada devoción entre algunos académicos y profesionales de las ciencias sociales, que realizan la apología del supuesto saber fragmentario, del conocimiento de lo particular en oposición y hasta en negación de lo general y que, por lo tanto, han hecho una suerte de profesión de fe del rechazo a una comprensión de conjunto, unitaria, "totalizante” de los principales problemas del mundo moderno.


 


Un ejemplo de semejante barbarie son los planteamientos de Ernesto Laclau, enfermizamente antimarxistas, que para no dejar dudas al respecto repudian la pretensión científica del marxismo y… el conocimiento científico en general. A este último se lo impugna, precisamente, por su aspiración a la generalidad, a las explicaciones unitarias y "monistas”. Laclau repudia el Renacimiento, el Iluminismo y, en definitiva, la piedra basal de todo el desarrollo mismo de la ciencia moderna, cuando le adjudica el "pecado” de pretender entender y "representar” lo real. La novedad "postmoderna” sería, al contrario, renunciar a comprender la historia como totalidad. En oposición a este planteamiento, se debería afirmar, laclausianamente, “el carácter de eventos aislados” como la sustancia del proceso histórico. En verdad esto equivale a decir que no hay proceso ni hay historia.


 


Es necesario no despreciar el nivel de barbarie epistemológica de tales "contribuciones” que, a pesar de todo, pretenden el fuero de ser reivindicadas como la última palabra en materia de ciencia política y social. Lo que se pone en duda y se critica es el fundamento mismo del mundo moderno y los alcances revolucionarios que tuvo la irrupción del capitalismo, liquidando los modos de producción preexistentes. Para esto se expone la cuestión de la siguiente manera: a) en la Edad Media, dios y los depositarios de su fe son los encargados de brindar, revelación mediante, el destino general de todo y de todos, que al fin y al cabo, son el resultado de una creación única; b) los hombres de ciencia, pensadores y filósofos que, destronado el poder de la Iglesia y sus mitos, pusieron desde el siglo XVI los cimientos de la cultura moderna cometieron, no obstante, el terrible error de intentar sustituir aquella cosmovisión "divina” por una contrapartida terrenal. Esto significa que "se equivocaron”, precisamente porque se propusieron, en consecuencia, penetrar la realidad, avanzar en la comprensión racional de su universo y su circunstancia. Textualmente, según el mencionado Ernesto Laclau: “en los comienzos de los tiempos modernos, la razón va a ser llamada a cumplir un nuevo rol totalitario, radical, mucho más fuerte que nada que hayamos visto en el pensamiento (religioso) anterior (…) éste es el proceso que vamos a ver desarrollándose desde Descartes hasta Marx; es decir que en todos los casos se va a ir reafirmando la radical racionalidad de lo real”. Así, la barbarie se presenta en la actualidad, en el ámbito académico, bajo el disfraz del progreso de lo “post-moderno”.


 


La pertinencia de estos comentarios vale cuando recordamos los cien años de la muerte de quien tanto hiciera en la lucha contra el agnosticismo, cuyas armas más nuevas de combate acabamos de denunciar. Sucede que cuestionar la posibilidad de “representar lo real” y cuestionar, también, la verdad del pensamiento en términos de su verificación práctica y terrenal, es una reiteración dé los muy viejos discursos sobre "lo incognoscible", la imposibilidad de acceder a la "cosa en sí”, lo inasible de la confrontación experimental de la teoría, etc. Al respecto, podemos citar aquellas palabras de un contemporáneo y, al mismo tiempo, discípulo de Engels. Fue el italiano Labriola, quien indicó que cuando los agnósticos insisten en la imposibilidad de conocer la cosa en sí, lo más íntimo de la naturaleza, la causa última y el fondo de los fenómenos, llegan por otra vía al mismo resultado "nuestro”; o sea, al hecho de que no se puede pensar sino en lo que podemos experimentar y… conocer. El mismo Labriola formuló una suerte de ley al respecto: todo lo cognoscible puede ser conocido, y todo lo cognoscible será realmente conocido en el infinito; y más allá de lo cognoscible no hay nada que pueda importarnos en el campo del conocimiento, puesto que es mera fantasía admitir como existente una diferencia entre lo limitado que puede ser conocido y el campo de lo incognoscible— que al menos habría que declarar como conocido en cuanto incognoscible. En otras palabras: lo real que no puede ser "representado”, conforme los que quieren fundar una suerte de nueva sociología del siglo XXI, es irreal, escapa al campo de la tierra y se nutre sólo del eventual imaginario onírico y celestial de los sociólogos postmodemos.


 


Predicción, sujeto y objeto


 


La vigencia de Engels y del marxismo en general se vincula a la esencia científica de sus planteamientos y, en consecuencia, a la enorme capacidad predictiva de sus análisis y caracterizaciones teóricas. En otro texto ya tuve la oportunidad de desenvolver este concepto, explicando el acierto sin precedentes del marxismo, cuando desde mediados del siglo pasado trazó los grandes lineamientos de la dinámica de la sociedad capitalista y, más tarde, de su fase imperialista en el siglo XX. No es menos notable el anticipo sobre el derrumbe de la URSS, o más rigurosamente, sobre la inviabilidad del socialismo en "un solo país”. Se trata de una caracterización compartida en su momento por la totalidad de los líderes de la primera revolución obrera en 1917 y que, después, fuera rigurosamente desarrollada como tesis por la llamada Oposición de Izquierda, fundada por León Trotsky en los años 20 al interior del Partido Comunista de la Unión Soviética. Que sirva lo que acabamos de afirmar para distinguir al marxismo de esa deformación contrarrevolucionaria y burocrática que se sitúa en las antípodas, denominada stalinismo.


 


El comentario es también pertinente para recordar otra de las características del marxismo como ciencia: su capacidad de prever. En este sentido no es posible compartir el criterio de algunos marxistas -como es el caso de Holloway-, que le niegan al propio marxismo los atributos de toda ciencia, el de establecer leyes objetivas del movimiento de la sociedad capitalista. Cabe precisar, de cualquier modo, que la existencia de tales leyes objetivas no implica que los hombres estén condenados a ser meros espectadores pasivos de su propia historia. Al revés; aunque en "determinadas condiciones", son los hombres quienes “hacen la historia”. Un “hacer" que puede materializarse, o no, conociendo y dominando las “leyes objetivas” que nos ha legado la propia historia.


 


Toda la clave en este asunto parece consistir en no introducir de contrabando la división mecánica y propia del materialismo pre-marxista entre lo objetivo y lo subjetivo. Como si el hombre no fuera objeto, naturaleza y como si la naturaleza y el hombre como tal no fueran, en su interacción, el sujeto mismo de la civilización. Toda la ciencia del marxismo tiene este punto de partida que tan bellamente elaboraran Marx y Engels en su juventud y que encabeza las célebres "Tesis sobre Feuerbach", escritas como apuntes por el primero y editadas por el segundo. Allí se dice que “el defecto fundamental de todo el materialismo anterior —incluido el de Feuerbach— es que sólo concibe las cosas, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación pero no como actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo subjetivo… (Feuerbach) sólo considera la actitud teórica como auténticamente humana, mientras que concibe la práctica en su forma suciamente judaica de manifestarse… no comprende la importancia de la actuación ‘revolucionaria’, 'práctico-crítica’.


 


Como puede verse, el concepto de ciencia en el marxismo supone no sólo una radical “objetividad” sino también la concepción de teoría y práctica como proceso y “unidad”. Por eso, otra de las célebres “Tesis…”, la inmediatamente siguiente, proclama que “el problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino ún problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrena-lidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico”. Parece evidente que estas afirmaciones corresponden al conocimiento científico como tal, es decir que vale para las ciencias denominadas “duras” o exactas como para la propia ciencia social que, en este punto, contra la pretensión de muchos metodólogos y también marxistas, no revisten diferencia alguna. En este aspecto, los trabajos de Engels como el «Anti-Duhring» y el propio «Ludwig Feuerbach y el Fin de la Filosofía Clásica Alemana», son profundamente esclarecedores. Los detractores del marxismo y del socialismo científico han desenvuelto una muy extendida tarea de descalificación del compañero de Marx, lo han presentado como esquemático e inclusive antimarxista en sus escritos de orden filosófico y epistemológico. Lo cierto es que Adam Schaff recordó algunos años atrás que tales escritos son prácticamente una coproducción y que, en particular, el manuscrito completo del Anti-Duhring fue “enteramente” leído por Marx, con anterioridad a su publicación.


 


Es precisamente en estos trabajos donde Engels dice de un modo muy claro que la historia de la sociedad difiere de la historia del desarrollo de la naturaleza. En la historia social actúan hombres con su propia pasión, sus intereses, su conciencia y voluntad. Dicho de otro modo, se trata de una historia humana, por oposición a la pura y estrechamente “natural”. “Pero esta distinción, por muy importante que ella sea para la investigación histórica, sobre todo la de épocas y acontecimientos aislados, no altera para nada el hecho de que el curso de la historia se rige por leyes generales de orden interno”. El marxismo, como crítica y superación de la llamada filosofía clásica alemana, constituye una suerte de estación terminal, puesto que proclama el reino de la ciencia positiva en todos los dominios, liquidando la filosofía preexistente que, en las palabras de Engels ya citadas, “queda terminada”. Toda la conclusión de sus trabajos sobre el punto se resume en esto: “esta interpretación pone fin a la filosofía en el campo de la historia, exactamente lo mismo que la concepción dialéctica de la naturaleza hace la filosofía de la naturaleza tan innecesaria como imposible (…) de la filosofía desahuciada queda en pie sólo la teoría de las leyes del proceso de pensar, la lógica y la dialéctica”. Una formulación que quedaría incompleta si no se comprende que la "terminación” de la filosofía es la asimilación de lo mejor de toda la evolución filosófica del pasado, e inclusive su conversión en “práctica”. Esto explica la última frase del “Ludwig Feuerbach…”, a modo de sentencia, cuando dice que “el movimiento obrero de Alemania es el heredero de la filosofía clásica alemana”.


 


En consecuencia, el concepto de ciencia “positiva” del marxismo es completamente ajeno a la filosofía positivista, en el sentido de una supremacía de la ciencia concebida de un modo abstracto, no histórico ni social e, indudablemente, ajeno al movimiento obrero y a la lucha de clases. En este punto, el positivismo y sus “alrededores” conciben la ciencia al modo “feuerbachiano”. El marxismo, en cambio, concibe la actividad revolucionaria práctica como la realización indispensable de una parte de la ciencia, que se abre paso “humanamente” en la propia revolución social. Una ciencia que se consuma en la dictadura del proletariado, es decir, en la condición práctica —una vez más— para la abolición del dominio del capital y para abrir paso a una sociedad verdaderamente humana, donde no exista ya la explotación del hombre por el hombre, donde se acaba con el “reino de la necesidad para pasar al reino de la libertad”.


En momentos en que vuelve a establecerse una terrible confusión entre la dictadura del proletariado y la dictadura burocrática y contrarrevolucionaria que imperó en la ex-URSS, conviene precisar que fue el Marx “humanista”, esto es, el que habló de que el hombre debe “construir” humanamente su circunstancia, fue ese Marx, entonces, quien se preocupó en señalar que el aporte “nuevo” en materia de inteligencia de la historia moderna fue justamente la conclusión de que la dictadura del proletariado era el punto de llegada necesario del desarrollo de la sociedad contemporánea; esto como tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases (las clases sociales y aún la lucha de clases son un descubrimiento premarxista).


 


Antimecanicismo


 


Otra moda académica aún vigente, aunque de vieja data, consiste en atribuir al socialismo científico las características propias de la ciencia del siglo XIX, dominada por los avances y descubrimientos de la mecánica y de la física newtoniana. En el mejor de los casos se trata de ignorancia, y nuevamente es Engels el encargado de desasnar al respecto al estudioso que obra sin rigor. El mecanicismo es precisamente el defecto del materialismo pre-marxista, con su tendencia mediocre a reducir la condición del hombre al de la máquina. Es lo que Marx y Engels rechazan: el lado conservador, quietista, pasivo del viejo materialismo, para quien el hombre estaba determinado en su "trayectoria” por las circunstancias que lo dominan. Si en la historia el "lado activo” del hombre había sido impulsado por el idealismo, los marxistas pueden declararse legítimamente herederos de este impulso a la acción, de la confianza en modelar el mundo a su imagen y semejanza. Fue, entonces, cuando el propio Marx indicó que si las circunstancias formaban al hombre, se trataba ahora, ciencia mediante, transformación revolucionaria mediante, de formar las circunstancias "humanamente”


 


En los límites de la mecánica y de la visión del mundo que se le atribuye al genio de Newton, todo el universo concluyó por ser aprehendido como una suerte de robot. El universo autómata, el universo reloj, en las palabras de Prigogine, era de conjunto la máquina inerte y perfecta. Aquí, la trayectoria y la posición de todos los cuerpos estaban predeterminadas para siempre. En la cumbre de su aprehensión del universo, el hombre, en lugar de ser "uno” con la naturaleza de la cual provenía, parecía una suerte de excepción, algo esencialmente distinto e irreductible, puesto que no podía ser aprehendido él mismo, como máquina, como robot o como reloj. Después de haber desalojado a dios para comprender el funcionamiento de la naturaleza, él mismo parecía un dios ante el universo que descubría, como si se hubiera roto la "alianza” entre el hombre y la naturaleza. Reaparece así la idea de alienación o enajenación del hombre respecto al medio natural y a sí mismo. A partir de aquí, el propio Prigogine plantea que la posibilidad de una "nueva alianza” entre el hombre y la naturaleza dependerá de los también nuevos y últimos desarrollos de la propia ciencia, entendida en el sentido más restrictivo de ciencia de la naturaleza. Se refiere a las investigaciones sobre la segunda ley de la termodinámica y la entropía, a los descubrimientos de la física cuan tica, a la incorporación del tiempo en la evolución de la materia y sus procesos, etc., y a su capacidad para brindar una explicación más completa y rica del cosmos que la heredada del pasado.


 


Lo que importa subrayar en este caso es una cuestión, que puede denominarse metodológica, de este intento que abarca a una corriente muy amplia del pensamiento contemporáneo. Esto es, la tentativa de superar la enajenación del hombre por la vía exclusiva o privilegiada de una adecuada comprensión de los descubrimientos y desarrollos de ciencias como la física, la química, la biología, etc. En este planteamiento no se contempla a la ciencia social, al marxismo y, consecuentemente, a la modificación de la sociedad por una vía revolucionaria, como una tarea "científica” en la dimensión que en este trabajo se plantea. Omitir semejante dimensión al problema implica, por lo tanto, plantearse una búsqueda errada, extraviada, puesto que la alienación del hombre en relación a la naturaleza y, entonces, también en relación a sí mismo, que es naturaleza, sólo puede ser resuelta en la práctica por la revolución social, es decir, por la “actuación revolucionaria, práctico crítica”.


 


Se trata de un extravío similar, aunque formalmente aparezca como la contrapartida, de aquel otro que en los años 60 presentaba a Marx como un "humanista”, cuyo objetivo sería descubrir la "esencia” del hombre en el reino de la especulación filosófica y de la teoría "pura” del trabajo enajenado, pero ciertamente al margen de la lucha revolucionaria. Por esto mismo ganó el favor de cierta audiencia intelectual, atrapada entonces con algunas de las obras de Erich Fromm. Fromm presentaba a Marx como una suerte de profeta ateo, no como integrante de las filas del movimiento proletario revolucionario. En este caso, como en el anterior, asistimos, en tiempos distintos, a una reacción a la barbarie stalinista, basada en la incomprensión del fenómeno de la degeneración del Estado que surgiera de la primera revolución obrera triunfante en 1917. Por eso tienen en común la omisión de la revolución social, como si el "comunismo” oficial de la vieja URSS obligara a evitar abordarla o a eliminarla de la “agenda” de los problemas del mundo que nos toca vivir.


 


La conclusión de todo esto es la siguiente: el planteo de que la ciencia es instrumento de liberación del hombre sólo puede ser aceptado si se acepta, como parte del propio conocimiento científico, la tarea revolucionaria de transformación social que se ejecuta a partir de hipótesis y caracterizaciones teóricas sobre la propia sociedad moderna. En este sentido, el marxismo es la síntesis y superación de las mejores tradiciones del pensamiento humano, en la definición ya clásica dada por Lenin de sus "partes integrantes" que incluyen a la mencionada filosofía clásica alemana, al socialismo francés y a la economía política inglesa.


 


Continuidad


 


El marxismo -ciencia y práctica de la revolución social- se mantuvo vivo en el movimiento de oposición a la burocracia staliniana que liderara Trotsky. Es sintomático que, poco antes de ser asesinado por Stalin, el propio Trotsky consagrara sus últimos escritos a defender irrestrictamente la base científica del marxismo y al materialismo dialéctico como la cumbre actual de la evolución del pensamiento humano. El rigor por la teoría y el desprecio por toda actitud negligente en la materia en un hombre que apenas años atrás había dirigido el formidable Ejército Rojo (que él mismo construyera de la nada para defender las conquistas del proletariado revolucionario), pinta de cuerpo entero al último y más grande representante del socialismo científico en el siglo XX. Fue el mismo Trotsky quien, al culminar una conferencia a estudiantes dinamarqueses en 1924, pronunció las palabras que aquí cierran este pequeño trabajo:


«La antropología, la biología, la fisiología, la psicología, han reunido verdaderas montañas de materiales para erigir ante el hombre, en toda su amplitud, las tareas de su propio perfeccionamiento corporal y espiritual y de su desarrollo ulterior. Por la mano genial de Sigmund Freud, el psicoanálisis levantó la tapadera del pozo que, poéticamente, se llama el alma del hombre. Y ¿qué nos ha revelado? Nuestro pensamiento consciente no constituye más que una pequeña parte de las oscuras fuerzas psíquicas. Buzos sabios descienden al fondo del océano y fotografían la fauna misteriosa de las aguas. Para que el pensamiento humano descienda al fondo de su propio océano psíquico debe iluminar las fuerzas motrices misteriosas del alma y someterlas a la razón y a la voluntad. Cuando haya terminado con las fuerzas anárquicas de su propia sociedad, el hombre se integrará en los morteros, en las retortas del químico. Por primera vez la Humanidad se considerará a sí misma como una materia prima y, en el mejor de los casos, como una semifabricación física y psíquica. El socialismo significará un salto del reino de la necesidad al reino de la libertad en el sentido de que el hombre de hoy, plagado de contradicciones y sin armonía, franqueará la vida hacia una especie más feliz”.


 


Agosto 1995


 


 


 


 


 


*Dirigente del Partido Obrero


 


Instituto de Investigaciones – Facultad de Ciencias Sociales (UBA)


 


Nota: este trabajo ha sido preparado para su presentación en el Encuentro sobre el «Centenario de Federico Engels – El Socialismo: Presente y Futuro», a realizarse en el Centro Cultural General San Martín, organizado por la Fundación Juan B. Justo y el Instituto de Filosofía de la Universidad de La Habana (28/8, 30/8 y 1/9), y en el Seminario Internacional sobre «El socialismo como pensamiento y perspectiva», organizado por la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario (19 al 21 de octubre).

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