Sesenta millones de hombres en armas, entre cuarenta y cinco y cincuenta millones de muertos (la mayoría entre la población civil) como resultado directo de los combates, u “ochenta millones de personas, sin contar también las que murieron por hambre y enfermedades, como resultado directo de la guerra -ocho veces más que en la Primera Guerra Mundial” (1): en resumen, aproximadamente el 4% de la población mundial de la época, y todo en escasos cinco años. Los números de la Segunda Guerra Mundial están ahí para demostrar la validez de la alternativa histórica que Rosa Luxemburgo planteara inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial: “Socialismo o Barbarie”. El retraso de la revolución socialista mundial, iniciada con la Revolución de Octubre de 1917 que dio nacimiento a la URSS, fue pagada por la humanidad trabajadora con un precio inédito en vidas humanas, especialmente grave en los países que estuvieron en el centro de ese retraso: veinte millones de muertos en la Unión Soviética, trece millones en Alemania. Esto sin contar la calidad de las muertes, que incluyeron escenarios de degradación humana como nunca han sido vistos en la historia, en los campos de concentración nazis, en las cámaras de gas, en las políticas de “exterminio total* de judíos, gitanos, homosexuales, retardados mentales y otros, que hicieran que uno de los sobrevivientes de la masacre programada, Primo Levi, se preguntara “¿Esto es un hombre?”. Todo esto sin contar las masacres absurdas de la población civil, innecesarias desde el punto de vista militar, llevadas adelante por todos los protagonistas principales de la guerra, pero especialmente por los “demócratas” aliados, como el inútil bombardeo y destrucción de la ciudad alemana de Dresde (cuando la capitulación alemana ya era cuestión de horas), o las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, con sus cientos de miles de muertos civiles y sus efectos que todavía se sienten décadas después, esto en condiciones en que, según la insospechable opinión de Winston Churchill, “sería un error suponer que el destino de Japón fue decidido por la bomba atómica. La derrota del Imperio Celeste ya estaba asegurada antes de ser lanzada la primera bomba” (2). O aun, la más que moderada reflexión retrospectiva de Jean Lacoutore:
“Si la primera bomba, por su efecto de terror, podía tener el objetivo de desalentar a los japoneses y evitar a los EE. UU. una lenta reconquista y el medio millón de hombres que tal vez hubiera costado, la segunda tuvo el carácter de experimento científico a costa de cien mil vidas. No creo que la bomba atómica tenga justificativos… la elección de Japón para el lanzamiento de la bomba me parece racista: en circunstancias semejantes a las existentes en Japón, los norteamericanos no hubieran osado lanzarla sobre una ciudad alemana” (3). De hecho, el racismo no fue patrimonio exclusivo de los nazis, así como la experimentación científica con vidas humanas tampoco fue exclusividad del Dr. Mengele en Auschwitz (o de su equivalente japonés, la Unidad 731 del norte de China): los EE. UU. acaban de reconocer oficialmente haber sometido a pruebas nucleares a más de 600 personas en su propio territorio durante la Segunda Guerra, incluidos 18 norteamericanos que murieron después de haber recibido ¡inyecciones de plutonio! (4). El racismo y la barbarie fueron multidireccionales.
Racismo, barbarie, el asesinato en masa de civiles como política sistemática, y esto por parte de todas las potencias comprometidas: es evidente que una guerra de estas características es cualitativamente diferente de las anteriores, y para explicar sus causas (y sus efectos) no basta referirse a los objetivos estratégicos (nacionales) de los países o bloques comprometidos. Si “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, se olvida que el autor de la sentencia, Karl von Clausewitz, no reducía la política (ni tampoco, la propia guerra) a la expresión de los intereses de los estados nacionales: “Afirmamos que la guerra no es un dominio de las artes o de las ciencias, sino un elemento del tejido social. Constituye un conflicto de grandes intereses solucionado de manera sangrienta, lo que lo diferencia de todos los otros conflictos. Antes de comparar la guerra con un arte cualquiera, cabría hacerlo con el comercio, que es también un conflicto de actividades e intereses humanos, e inclusive se asemeja mucho a la política, que a su vez puede ser considerada como una especie de comercio en gran escala. La política es la matriz en que se desenvuelve la guerra” (5).
Desde el punto de vista de los intereses estratégicos enjuego, en el cuadro del sistema imperialista, no era difícil caracterizar las causas de la Segunda Guerra Mundial: “la rivalidad entre los imperios coloniales pobres y ricos: Gran Bretaña y Francia, y los bandidos imperialistas atrasados: Alemania e Italia… La contradicción económica más fuerte que condujo a la guerra de 1914-1918 fue la rivalidad entre Gran Bretaña y Alemania. La participación de los EE.UU. en la guerra fue una medida preventiva”. Desde este punto de vista, era una gran mentira “la consigna de una guerra de la democracia contra el fascismo. Como si los obreros hubiesen olvidado que fue el gobierno británico el que ayudó ¡a Hitler y su banda de asesinos a apropiarse del poder! Las democracias imperialistas son en realidad las mayores aristocracias de la Historia. Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica, reposan sobre la sumisión de los pueblos coloniales. La democracia americana reposa sobre el dominio de las riquezas enormes de todo un continente” (6). En la Segunda Guerra, sin embargo, la participación de los EE. UU. fue preventiva, pero central, aunque existió una fuerte corriente "aislacionista” dentro de la clase dominante americana hasta diciembre de 1941 (ataque japonés a Pearl Harbour), que marcó su ingreso en la guerra. Hasta ese momento, la política americana con relación a Japón era ambigua, y lo mismo podría decirse con relación a la Alemania hitleriana (lo que desmiente la visión ideológica retrospectiva de una guerra de “democracia versus fascismo”), esto al punto de tener Hitler como uno de sus objetivos centrales, ya en plena guerra, mantener a los EE. UU. neutrales, o como dice el historiador Saúl Friedlander, “impedir el ingreso en la guerra de los EE. UU era, a partir del verano de 1940, uno de los objetivos esenciales de la estrategia y de la política del Reich” (7). Esta tentativa estaba condenada de antemano al fracaso, pues como ya lo analizara la IVa Internacional (antes del inicio de la guerra), “los fundamentos de la potencia imperialista americana tienen una envergadura mundial. Sus intereses económicos en la propia Europa son muy importantes… será imposible para los EE.UU. quedar afuera de la próxima guerra mundial. No solamente participará como beligerante, sino que es posible preveer que entrará en ella mucho más rápido que en la última guerra mundial” (8). El propio Trotsky ya había analizado que el surgimiento de los EE.UU. como principal potencia capitalista (e imperialista) mundial había sido una de las principales consecuencias de la Primera Guerra Mundial (9).
En el período previo a la guerra, la ambigüedad con relación a las tentativas alemanas de revisar la Paz de Versalles, y en general con relación a toda la política del eje nazi-fascista, había sido muy marcada por parte de las potencias "democráticas” de Europa. La llamada política de “apaciguamiento” remonta a la tolerancia con la invasión japonesa de Manchuria en 1931, pasa por una actitud semejante con la invasión italiana de Etiopía en 1935, llega a la vergüenza con la política de "no intervención” en la guerra civil española de 1936-1939 (cuando la ayuda nazi-fascista al campo franquista fue fundamental para el desenlace del conflicto), y su punto culminante con la Conferencia de Munich de 1938 (Alemania, Italia, Gran Bretaña, Francia) y su consecuencia inmediata, el desmembramiento de Checoslovaquia por la Alemania nazi (invasión de los Sudetes). Esta política es comúnmente analizada hoy como producto de la “ceguera” de los gobiernos democráticos acerca de las verdaderas intenciones del Tercer Reich. Sin embargo, la raíz de esa política está en la propia naturaleza del conflicto mundial que se avecinaba: “El hecho nuevo es que en su tentativa de revisión (de la Paz de Versalles) la Alemania de Hitler se beneficia indirectamente de la existencia de la URSS, y que los gobiernos occidentales consideraran siempre seriamente las posibilidades de desviar el expansionismo alemán en dirección de la URSS, en beneficio de todos ellos, lo que explicaría una política de otro modo incomprensible… La Segunda Guerra Mundial constituye la continuidad tanto de la Primera Guerra como de la tentativa de los imperialismos coaligados de destruir a la revolución en los países europeos destruyendo militarmente la Revolución Rusa por la intervención armada a través de la guerra civil” (10). La Segunda Guerra fue simultáneamente un conflicto interimperialista (contradicciones nacionales) y contrarrevolucionario (contradicciones sociales y de clase) en que la destrucción de la URSS apuntaba a interrumpir el proceso revolucionario iniciado en 1917, ya seriamente en peligro por el aislamiento de la revolución soviética (y su principal consecuencia, el surgimiento del stalinismo) y por la victoria del nazismo en Alemania, con la consecuente derrota histórica del más importante proletariado occidental.
No es que los “demócratas” occidentales se hayan caracterizado por la lucidez con relación al nazismo. Sí que estaban dispuestos a servirse de él, sin el menor preconcepto ideológico, contra la URSS (esto es, contra las bases económicas y sociales remanentes del Estado Obrero) y contra el movimiento obrero del Este y del Oeste. En cuanto a la “lucidez”, basta decir que, antes de 1940, el presidente norteamericano Roosevelt esperaba que “Alemania atacaría el hemisferio occidental, probablemente primero a América Latina” (11), en tanto ya en 1931, esto es, antes de la toma del poder por Hitler, Trotsky había previsto que si el nazismo asumiese el poder desencadenaría una guerra contra la Unión Soviética (12).
La evidencia explícita del carácter contrarrevolucionario del camino político que llevaría a la Segunda Guerra Mundial está también en el hecho de que la alianza Alemania-Italia-Japón conformada en la década del 30 (que sería uno de los bloques en conflicto) se autodenominó “Pacto Anti-Comintern”, esto es, explícitamente dirigido a contener la “expansión mundial del comunismo El otro aspecto está en el hecho de que la economía armamentista puesta en pie en la década previa a la guerra (en primer lugar en las potencias "totalitarias”), y posteriormente la propia economía de guerra, fueron la única vía de salida para la crisis en que la economía capitalista mundial había entrado en 1929. Charles Bettelheim (en La economía alemana bajo el nazismo) explicó e ilustró este proceso en Alemania. En los EE.UU., la producción industrial se duplicó en cinco años, alcanzando entre 40 y 45% del total de la producción, en la cual el "sector civil” no varía en valor absoluto. Los empleos industriales pasan de 10 a 17 millones entre 1939 y 1943, el total de empleos de 47 a 54 millones en el mismo período. Si el PNB aumenta a 150%, la concentración económica espantosa determina la fisonomía definitiva del capital monopolista en los EE.UU.: 250 sociedades industriales pasan a controlar 66,5% de la producción total, un porcentaje equivalente al controlado por… 75.000mil empresas antes de la guerra (13).
Las exportaciones de los EE.UU. pasan de poco más de 5 billones de dólares en 1941, a casi 14,5 billones en 1944. En el período 1938/1944, la producción de guerra pasa de 2 a 100 en los EE.UU., de 4 a 100 en Inglaterra, de 16 a 100 en Alemania, de 8 a 100 en Japón (14). La transformación de las economías capitalista en economías de guerra, y los diversos puntos de partida para conseguir tal objetivo, determinan, en última instancia, la superioridad aliada: Fritz Stemberg calcula en 80 billones de dólares el valor del material de guerra producido por los EE.UU., Inglaterra y Canadá en el período previo al desembarque del 6 de junio de 1944.
En el mismo período, Alemania y sus aliados tienen una producción equivalente a 15 billones, esto es, una superioridad de más de 5 a 1 en favor de los Aliados. Desde el punto de vista de los recursos económicos consagrados al esfuerzo bélico.
El hecho de que la Segunda Guerra haya sido la única solución posible para la crisis económica marca una diferencia importante en relación a la Primera Guerra, en la cual la cuestión principal era la redistribución del mundo entre las potencias imperialistas y no, para todos los protagonistas, de anexar a la debilitada máquina capitalista un motor artificial (la economía armamentista y, posteriormente, la economía de guerra) que será, de allí en adelante, una pieza esencial para el funcionamiento de la economía capitalista mundial.
Afirmar el carácter contrarrevolucionario del conflicto bélico mundial, tanto del lado de las potencias totalitarias como de las "democráticas”, no significa disculpar a las primeras, al contrario, desentraña las raíces de la barbarie que las tuvo como protagonistas principales. El famoso historiador inglés A. J.P. Tailor fue unilateral cuando, al intentar un análisis objetivo de los hechos concluyó, en su bien documentado libro (15), que Hitler era menos un demonio histérico que un dirigente preocupado con las suerte de su país, y que en verdad carecía de la intención de desarrollar un conflicto mundial (se haría conformado con un Lebensraum alemán en Europa), conflicto mundial que habría sido "impuesto” por las potencias aliadas, inclusive a Japón, el cual, después del embargo impuesto por los EE. UU. en agosto de 1941, “estaba obligado a rendirse o ir a la guerra”. Es perfectamente posible estar de acuerdo con esto y, al mismo tiempo, reconocer que el carácter objetivo de las contradicciones en que estaba embretado el imperialismo alemán lo obligaban a involucrarse en una disputa de alcance mundial, debido al choque inevitable con el imperialismo norteamericano, tal cual fue analizado por Trotsky en su último documento público, el Manifiesto de Emergencia de la TV Internacional. “Si la guerra es llevada hasta el fin, si el ejército alemán obtiene victorias, si el espectro de la dominación alemana sobre Europa surge como un peligro real, el gobierno de los EE. UU. deberá tomar una decisión: permanecer al margen, permitiendo a Hitler asimilar las nuevas conquistas, multiplicar la técnica alemana, transformando las materias primas de las colonias conquistadas, y preparar el dominio alemán sobre todo el planeta, o, al contrario, intervenir en el desarrollo de la guerra para contribuir a cortar las alas del imperialismo alemán” (diferenciado nuestro).
Para el historiador “revisionista” alemán Ernst Nolte, la objetividad del segundo conflicto mundial está determinada por la “perspectiva más adecuada en la cual el bolchevismo en la URSS y el nacional socialismo en el IIIo Reich deben ser considerados, que es el de una guerra civil europea” (16). El mérito del enfoque —buscar las causas profundas de la Segunda Guerra no solamente en conflictos interestatales, sino en el proceso de revolución-contrarrevolución—se desvanece al considerar a Europa solamente como escenario de esa hipotética guerra civil (que no tendría por base, por lo tanto, la crisis mundial de las fuerzas productivas capitalistas), excluyendo, por ejemplo, al Extremo Oriente que es protagonista central, desde el inicio de la revolución china de 1919, tanto del conflicto de clase como del conflicto nacional (guerra). Sin mencionar el abuso consistente en englobar igualmente con la etiqueta “bolchevismo” tanto a la dirección inicial (Lenin-Trotsky) de la Revolución de Octubre (que defendía la perspectiva de una revolución proletaria mundial) como al mesianismo nacionalista de la dirección stalinista, erguida sobre el cadáver de la primera, cuya política nacionalista fue un elemento central en el prólogo, desarrollo y desenlace de la Segunda Guerra.
Es justamente el carácter socialmente contrarrevolucionario del conflicto mundial lo que ilumina su aspecto más atroz: el asesinato de seis millones de judíos y la empresa nazi de “destrucción de los judíos en Europa”. El historiador Amo Mayer procuró situar la “solución final” dentro de la lógica de guerra del nazismo, concluyendo en que “el límite que separa la expulsión, el encerramiento en los ghettos, las deportaciones y los asesinatos esporádicos, de la masacre y de la destrucción sistemáticas, no fue sobrepasado sino un cierto tiempo después de la invasión nazi a la URSS, el 22 de junio de 1941. Sólo el 20 de enero de 1942, en la conferencia de Wansee, fueron tomadas las medidas para la “solución final”, que implicaba la tortura y el aniquilamiento de los judíos de toda Europa ocupada y controlada por los nazis. (17) El nazismo, sin embargo, no hacía sino llevar adelante una tendencia objetiva presente en la lógica de la guerra imperialista. La perspectiva de masacre de los judíos fue por denunciada primera vez por la IVo Internacional, en el capítulo sobre la guerra en el programa de su fundación en 1938 (El Programa de Transición): “Antes de agotar a la humanidad o de ahogarla en sangre, el capitalismo envenena la atmósfera mundial con los vapores etéreos de odio nacional o racial. El antisemitismo es ahora una de las peores convulsiones de la agonía del capitalismo”, y llamaba a “denunciar implacablemente todos los preconceptos de raza y todas las formas y prejuicios de arrogancia nacional y del chauvinismo, en especial el antisemitismo: (18). En el Manifiesto redactado por Trotsky en 1940, después del inicio de la guerra, el Holocausto es claramente pronosticado (le caben a Trotsky y a la IVo Internacional no sólo el mérito del pronóstico, sino principalmente el haber sido la única tendencia política mundial que llamó a luchar contra ello —esto es, no sólo contra el antisemitismo, sino contra la perspectiva de exterminio del pueblo judío— con anterioridad): “El capitalismo en ascenso había liberado al pueblo judío del ghetto y hecho de él un instrumento de su expansión comercial. Ahora, la sociedad capitalista en declinación se esfuerza para exprimir como un limón al pueblo judío por todos sus poros: veinte millones de individuos para una población mundial de dos billones, esto es el 1%, ya no tiene lugar sobre nuestro planeta” (19). El nazismo realizaría esta sombría perspectiva, con el conocimiento de los EE. UU. y del Vaticano, (por lo menos desde 1942) del genocidio que se estaba llevando adelante, y que dejaron pasar en silencio (20).
Subrayar el carácter contrarrevolucionario del segundo conflicto mundial y de los preparativos que llevaron al mismo, no significa justificar la política que siguió la burocracia rusa para mantenerse apartada de la guerra sino, por el contrario, señalar su carácter igualmente contrarrevolucionario, que acabaría costando veinte millones de muertos a la URSS (el precio más alto pagado por cualquiera de los beligerantes). Del pacto Laval-Stalin en 1935, que desarmó al proletariado francés para luchar contra el militarismo de su burguesía, hasta el pacto URSS-Japón de 1941 (en las vísperas de la invasión de la URSS por el ejército nazi) pasando por el “pacto maldito” —el pacto Hitler-Stalin, del 23 de agosto de 1939, que dio la señal verde para la invasión de Polonia por Alemania, o sea para el inicio de la Segunda Guerra Mundial— la política externa de la URSS fue un complemento necesario de la política que, en el plano interno, llevó, en los “Procesos de Moscú" de 1936/1938, a la aniquilación de todo lo que quedaba de la "vieja guardia" bolchevique e inclusive, en 1937, al descabezamiento del Ejército Rojo, no sólo a nivel de su cúpula, sino hasta los mandos medios, realizado a partir de falsas acusaciones fabricadas por los servicios secretos nazis y que, una vez realizado, llevó a Hitler a proclamar “neutralizamos a Rusia por diez años”, lo que le permitió preparar la conquista de Checoslovaquia y la guerra en el frente occidental (21). ¿Cómo sorprenderse ante el hecho de que el pacto Ribbentrop- Molotov (Hitler-Stalin) haya sido sellado con las sangre de los comunistas alemanes refugiados en la URSS, que fueron entregados a la Gestapo por las propias autoridades soviéticas? ¿Qué puede decirse hoy en defensa de ese pacto, que llegó a seducir a un historiador “trotskyzante” como Isaac Deutscher, y que ha sido cuidadosamente ocultado en las versiones “oficiales” de la burocracia rusa acerca de la Segunda Guerra Mundial (22), llegando al extremo ridículo de un Deborín definir la guerra como “interimperialista” entre 1939 a 1941, y como “guerra de liberación” a partir de la invasión de la URSS por Alemania (22 de junio de 1941) (23)? Un pacto que llevó a la prensa de los “partidos comunistas” del mundo entero a abrir generosas páginas para las largas letanías y tiradas anti-británi-cas de … ¡Joseph Goebbels! Un pacto que llevó al ministro alemán Ribentrop a proponer a la URSS el ingreso al … ¡Pacto Anti-Comintern! Un pacto que llevó al PC francés a solicitar la publicación legal de su periódico Humanité… ¡a las tropas nazis de ocupación de Francia! Un pacto que permitió la preparación de la máquina alemana de guerra (que era entrenada en la propia URSS) para la guerra en toda Europa. Un pacto por el que, según una declaración reciente de un ayudante directo de Stalin: “proveíamos trigo, granos, petróleo, minerales estratégicos y también caucho, látex, soja, que venían del sudeste asiático, transportados a través de la URSS para abastecer a Alemania… ¡El último tren con nuestro abastecimiento cruzó la frontera una hora antes de la invasión! (de la URSS por Alemania)” (24) ¿Cómo sorprenderse, en este cuadro contrarrevolucionario de conjunto, que Stalin se negase a creer en la inminencia de la invasión nazi, que le fuera anunciada por los jefes de espionaje soviético en Occidente (Leopold Trep-per) y en Oriente (Richard Sorge) —según lo relatado en las memorias del primero, publicadas con el título El Gran Juego— y que inclusive se negase a creerla después de comenzada la invasión, lo que tuvo un costo enorme en vidas, material bélico y ventajas estratégicas para la URSS? ¿Cómo atribuir esto a las limitaciones personales del propio Stalin —como dijo Kruschev en su famoso “informe secreto” al XXo Congreso del PCUS, en 1956, y no a la política estratégica de conjunto de toda la camarilla dirigente de la URSS?
Después del Acuerdo de Munich entre las potencias “democráticas” y las "totalitarias”, Trotsky escribió un artículo premonitorio, el 7 de octubre de 1938, titulado “Después de Munich, Stalin procurará un acuerdo con Hitler”. Realizado el acuerdo, el propio Trotsky despejó cualquier duda en cuanto a su naturaleza: ¿“Había Hitler ganado la confianza ingenua de Stalin? Pero si así fuese, Stalin habría podido reparar inmediatamente su error. En realidad, el Soviet Supremo ratificó el pacto en el mismo momento en que el ejército alemán trasponía la frontera polaca. Stalin sabía bien lo que hacía para atacar a Polonia y llevar la guerra contra Inglaterra y Francia, Hitler tenía la necesidad de la neutralidad benevolente de la URSS y también de las materias primas soviéticas. Los tratados políticos y comerciales aseguraban ambas cosas a Hitler (25). No había, por lo tanto, ninguna exageración en el programa redactado por Trosky a finales de 1938: “La situación mundial y por lo tanto, también la vida interior de los diversos países, se encuentra bajo la amenaza de la guerra mundial… La IIo Internacional repite su política de traición de 1914 con mucha más convicción en cuanto la Internacional 'Comunista’ desempeña ahora el papel de primer violín del chauvinismo… La lucha revolucionaria contra la guerra le cabe así enteramente a la IVo Internacional” (26).
La conciencia clara del carácter contrarrevolucionario de la guerra estaba en ambos lados. A su inicio, el diario francés Le Temps relataba que, en el última encuentro que el embajador francés Coulondre tuviera con Hitler para evitar la invasión de Francia, apeló a un argumento desesperado (el único con el cual Hitler concordó, según el relato de las propias memorias de Coulondre, publicadas después de la guerra): que el mayor peligro de una nueva guerra mundial, estaba en la posibilidad de que saliera victorioso de ella “mon-sieur Trotsky”, o sea, que ocurrieron nuevamente los mecanismos políticos que durante la Primera Guerra, habían posibilitado la Revolución de Octubre de 1917. Aquí reside el gran significado de la decisión tomada por Stalin, en el cuadro del pacto germano-soviético, de asesinar a Trotsky, así referido por el general e historiador soviético Dimitri Volkognov en su “Trotsky": “Según recuerdos de Pavel Sudoplatov (dirigente de la policía política stalinista), durante el encuentro con Stalin en la primavera de 1939, el líder se pronunció de manera muy abierta y clara: ‘La guerra se aproxima. El trotskismo se tornó en cómplice del fascismo. Es preciso descargar ungolpe contra laIVoInternacional. ¿Cómo? Decapitándola’…” (28). Después de varias tentativas, un agente de la policía política rusa consiguió asesinar a Trotsky el 20 de agosto de 1940, casi exactamente un año después del pacto Hitler Stalin, y como su producto más importante. “Es media noche en el siglo”, proclamó el novelista ruso-belga Víctor Serge, en su novela sobre este período.
En 1940, Molotov proclamaba que “es criminal hacer pasar esta guerra como una lucha por la destrucción del hitlerismo, con la falsa bandera de una batalla por la democracia” (29). Pero el desastre bélico de la URSS durante la primera mitad de la guerra no precisó esperar hasta la invasión del ejército hitleriano para manifestarse. Ya en la invasión soviética a Finlandia, en 1940, la URSS perdió 200.000 hombres (casi la mitad de los que EE. UU. y Inglaterra perdieron en toda la guerra) porque, después del descabezamiento del Ejército Rojo en 1937, sus tropas estaban dirigidas, según el mayor historiador de la Segunda Guerra (Gerhard L. Weinberg) por “incompetentes aterrorizados”. Después de la invasión nazi a la URSS, “los tres meses y medio iniciales, constituirían una desgracia sin respiro. La mayor parte de la fuerza aérea rusa desapareció en pocos días. Millares de tanques fueron destruidos. Millones de soldados rusos fueron hechos prisioneros en una serie de cercos espectacularesdurante la primera quincena de lucha. En la segunda semana de julio, los generales alemanes daban la guerra como ganada” (30).
En el año siguiente (1942), sin embargo, la guerra entraría en su viraje. En la visión retrospectiva del cine yanqui, ello coincide con las primeras victorias norteamericanas en la guerra del Pacífico contra el Japón, en especial la batalla de Midway. En verdad, el punto de viraje es la primera gran derrota del ejército de Hitler en Stalingrado (noviembre de 1942), con la muerte de más de cien mil hombres (casi la mitad de los efectivos envueltos en la batalla), que inicia la cuenta regresiva del poder militar alemán, hasta entonces invicto. En julio del año siguiente, los soviéticos derrotarían a los alemanes en Kursk, en la mayor batalla de tanques de la historia. Este fue el escenario decisivo de la guerra, pues fue el ejército soviético, el que infringió el 75% de las bajas al ejército del Tercer Reich en la guerra (31). A ese dato cuantitativo, se debe agregar otro, cualitativo: las mejores tropas alemanas estaban en el frente Este, no en el occidental. Cuando algunas divisiones del frente Este fueron enviadas por Hitler hacia las Ardenas, en el frente occidental, después del desembarco aliado en Normandia (junio de 1944), el golpe que dieron a las tropas aliadas motivó el pedido desesperado de Churchill a Stalin para la apertura de nuevos frentes en el Este, con el riesgo de nueva inflexión en el destino de la guerra (Churchill fue rápidamente atendido, a diferencia de lo que había acontecido con los insistentes pedidos anteriores de Stalin de apertura de un “segundo frente”, cuando todo el esfuerzo de la guerra contra el Eje en Europa recaía sobre la URSS).
El viraje en la guerra no estuvo determinado por ningún secreto militar (los historiadores bélicos acostumbran descubrir periódicamente alguno, como códigos secretos o sistemas de radares) ni por la simple inercia debido al peso económico y demográfico de los aliados. Refleja, en verdad, la agudización, en condiciones extremas, del combate entre revolución y contrarrevolución: la vigencia de la lucha de clases en el sentido estricto del término y, en especial, la vigencia de las relaciones de producción creadas por la Revolución de Octubre en la Unión Soviética. Es necesario tomar absolutamente en serio al catedrático de historia contemporánea de la Universidad de Cambridge, David Thomson, cuando afirma que “tal vez el hecho básico fuese que las convulsiones de la guerra hubiesen hecho posible un retorno de la expansión comunista, contenida desde 1919” (32). Al decir esto no se estaba refiriendo sólo al avance incontenible de los ejércitos soviéticos a partir de 1943, sino también al desenvolvimiento de una amplia resistencia clasista y popular, presente en Europa entera y hasta en el propio centro del campo “aliado”, los EE. UU.
Ya en 1941, los mineros franceses hacen una huelga en Nord Pas-de-Calais, a pesar de la ocupación alemana. Después de las huelgas, algunos jóvenes requeridos para el STO (Servicio de Trabajo Obligatorio) en Alemania "se van al maquis”, iniciando una resistencia civil armada que sería regimentada y dirigida por el PC francés, en dirección a una alianza con el representante de la burguesía anti-nazista, el general De Gaulle (refugiado en Inglaterra) (33). Desde 1942, las huelgas también estallan en Grecia ocupada por los nazis. En Italia, el movimiento huelguista es explosivo en 1943, amenazando crear una situación de doble poder (34), y es el punto de fundación del movimiento de los “partigiani” y del golpe de Estado del propio Consejo Fascista que derrumbó Mussolini en ese mismo año (la apertura del"segundo frente” en Italia se debió más a consideraciones políticas que de estrategia militar). En los EE. UU., huelgas de los mineros (encabezadas sin embargo por el burócrata John L. Lewis) en mayo y noviembre de 1943, huelga de los ferroviarios en el mismo año; a pesar de la legislación anti-huelgas, en 1944, 224 huelgas no autorizadas con 388 mil huelguistas (35). En la propia Alemania, según Emest Mandel, el atentado contra en Hitler en julio de 1944 es preparado junto con una hipotética huelga general (36). En Yugoslavia ocupada, los partisanos ya son 300 mil en 1943; en octubre del año siguiente el comunista Tito entra en Belgrado. ¿Cómo no poner en esa perspectiva la lucha más heroica, el levantamiento de 28 días del ghetto de Varsovia, claramente dirigido por las organizaciones de izquierda sobrevivientes (a las cuales se encontraba vinculado Mordechai Anilewicz ), después del enfrentamiento y destitución de la dirección (Consejo) judía conciliadora? (37).
Desde el punto de vista militar, fue decisiva la derrota del ejército nazi en la URSS. Pero esto no fue ajeno a los factores antes apuntados. En el inicio de la guerra, el odio contra la burocracia era tan grande que “las tropas alemanas eran recibidas como libertadoras en Ucrania, hasta que comenzaron a quemar las aldeas, expulsaron a las mujeres y niños y ejecutaron a los hombres” (38). Cuando quedó claro que los planes de Hitler eran “naturalizar” (sic) a Rusia, transformándola en un vasto granero con el trabajo esclavo de los rusos, la movilización patriótica fue inmensa. Pero ésta poco habría conseguido sin “el traspaso de la industria en la segunda mitad de 1941 y en el comienzo de 1942, y su reconstrucción en el Este (que) debe figurar entre las más estupendas realizaciones de un trabajo organizado por la URSS durante la última guerra. El crecimiento rápido de la producción bélica y su reorganización sobre nuevas bases, dependía de la urgente transferencia de la industria pesada de las zonas occidentales y centrales de la Rusia europea y de Ucrania a la retaguardia lejana, fuera del alcance del ejército alemán y de la aviación” (39). Tal hecho habría sido imposible en un país donde existiese la propiedad privada de la gran industria: en Francia ocupada por los nazis, la gran patronal industrial colaboró casi en su totalidad con el ejército de ocupación. La vigencia de la revolución socialista en las relaciones de producción y en la conciencia de las masas se probó en aquel momento. Después de la derrota inicial, que casi disolvió al ejército soviético, la recomposición de la fuerza militar de la URSS fue una hazaña económico-social. La nueva industria, reconstituida en las regiones no ocupadas, produjo 800 mil tanques entre 1941 y 1945,400 mil aviones sólo en 1944; basta decir que en Inglaterra no invadida, y que “ganó la guerra de los aires”, esa cifra corresponde a la producción total de la guerra, no de un sólo año. Fueron movilizados, en la URSS, todos los recursos naturales y humanos. La ayuda aliada no cubrió el 10% de la producción soviética. Fue una victoria histórica de planeamiento estatal, una victoria moral de los principios del socialismo. Victoria mundial, en la medida en que fue la derrota del Tercer Reich en la URSS lo que libró a la humanidad de la amenaza militar nazi, hasta entonces la mayor maquinaria de guerra de la historia humana (40).
La conciencia por parte de los imperialismos “aliados” acerca de la necesidad de evitar una derrota revolucionaria del nazismo fue tal que las bases de orden mundial de post-guerra comenzaron a ser planteadas ya en enero de 1942, cuando Roosevelt y Churchill lanzan el plan de las “Naciones Unidas”. También en enero de 1942, los EE. UU. convocan la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro, con vistas a alinear firmemente tras de sí a América Latina (se llegó a utilizar la amenaza de invasión contra las reticentes Argentina y Chile). A partir de 1943 se suceden las cúpulas de los aliados, en las cuales se procura asociar claramente a la burocracia stalinista al orden mundial contrarrevolucionario de postguerra: noviembre de 1943, El Cairo; diciembre de 1943. Teherán; febrero de 1945, Yalta; agosto de 1945, Postdam. En Yalta se llegó a establecer que la URSS conservaría los territorios que le fueron concedidos por el pacto Hitler-Stalin. Otros elementos desmienten el pretendido carácter “anti-fascista” de la guerra "aliada”: en sus Memorias Churchill afirma que ¡Mussolini habría sido bien recibido por los aliados si el hubiese ofrecido personalmente a éstos la paz!
La colaboración contrarrevolucionaria fue decisiva para que la derrota nazi no llevase a la victoria de la revolución proletaria en Alemania, que hubiera sido, como dos décadas antes, el punto clave de la revolución europea. La política nacionalista revanchista llevada adelante por el ejército de la URSS llevó a que las tropas alemanas defendiesen hasta el último barrio de Berlín, inclusive cuando toda resistencia ya era absurda. El acuerdo con los imperialismo "aliados” en ocupar y dividir militarmente a Alemania hizo pender una espada de Damocles sobre la cabeza de la clase obrera alemana, que fue el arma principal para reconstruir el Estado burgués en Alemania después del derrumbe nazi (permitiendo inclusive el reciclaje de numerosos cuadros nazis en el nuevo orden). Pero fueron principalmente la acción y la autoridad de la burocracia que pesaron para combatir la tendencia objetiva a la unidad y a la revolución obrera en Alemania, que tuvo innumerables manifestaciones: creación de un "partido de los trabajadores”, uniendo ex prisioneros socialistas y comunistas en Turingia, en abril de 1945; de un "partido socialista unificado” en Brunswick; de un "comité de unidad” socialista-comunista en el campo de concentración de Buchenwald. Si fueron las tropas inglesas las que disolvieron, en Hamburgo, el "Comité de Acción” socialista-comunista (41), fue la burocracia rusa la responsable por la disolución de los comités antifascistas en todo país. Sobre la base de esta represión fue reconstruida, en el Oeste, la sócial-democracia alemana, con la colaboración de las tropas de ocupación del imperialismo anglosajón, para crear el punto clave de la reconstrucción del Estado burgués en Alemania occidental.
Como dice el viejo trotskista Sam Levy, “fue en el contexto de ese miedo universal que la estrategia y la táctica que serían aplicadas en Alemania fueron decididas en común entre los imperialistas aliados y la burocracia stalinista, con vistas a la destrucción de toda posibilidad de una revolución alemana… En el plano económico, esto se manifestó en el infame plan Morgenthau, que propugna el desmembramiento de Alemania, la destrucción de su base económica y su ruralización… Todos recuerdan lo dicho por (Ilya) Ehremburg, "el único alemán bueno es el alemán muerto”, que fue repetido un millón de veces por los medios de comunicación… La clasificación de todo alemán como un pana constituía una política contrarrevolucionaria común para garantizar que no habría revolución alemana. Aun después del final de la guerra, continuaban vigentes las órdenes que prohibían a las tropas aliadas cualquier confraternización con la población alemana… Stalin llevó adelante una política deliberada cuando, después de la ocupación de una región alemana, sustituía las tropas de' asalto por unidades venidas de regiones más atrasadas (de la URSS), con las consecuencias dé pillajes, violaciones, asesinatos, etc. La política de capitulación incondicional consiguió su objetivo, la destrucción de toda posibilidad de revolución en Alemania, una política en cuya formulación Stalin tuvo un papel capital” (42).
La colaboración de la burocracia stalinista con los imperialismos "aliados” fue decisiva para desarmar los elementos de la guerra civil anti-capitalista con que el segundo conflicto mundial culminó en la mayoría de los países de Europa occidental.
Fue ella quien permitió el desarme de los partisanos italianos, que habían derribado a la dictadura dé Mussolini. En Grecia también, la resistencia anti-nazi se desdobló en la guerra civil: “La revolución griega de diciembre de 1944, a pesar del control total del país por las tropas de la Elas, fue aplastada por la intervención de las tropas británicas, después de la capitulación de los dirigentes stalinistas de la Elas que devolvieron las armas, en aplicación de las directivas de Stalin de unificación de las fuerzas patrióticas en un Frente Nacional” (43). Grecia se vería envuelta en una larga y sangrienta guerra civil, que culminó con la derrota de las fuerzas irregulares en 1949 (44), fuerzas que debieron enfrentar una coalición político militar do todas las fuerzas vencedoras de la guerra mundial .. y que llevó a Winston Churchill a declarar, cínicamente, en la Cámara de los Comunes: ‘Creo que el trotskismo define mejor al comunismo griego y a otras sectas que el término habitual. Y tiene la ventaja de ser también repudiado en Rusia (risas ‘' prolongadas)” (45).
En Francia, esta política consiguió dos objetivos: 1) el desarme de las fuerzas armadas irregulares, como un aspecto de la reconstitución del Estado imperialista francés, y 2) la liquidación de toda posibilidad de un levantamiento de clase como ‘' desdoblamiento final de la lucha anti nazi: “(En 1945) en las minas del norte, por ejemplo, fue necesaria toda la autoridad del PCF para impedir que los múltiples paros ‘degenerasen’ en una huelga general que habría cubierto todo el territorio… es indudable el carácter espontáneo de la mayoría de las huelgas… los dirigentes sindicales no vacilaron en apelar a sanciones del Estado contra los huelguistas contrarios a sus directivas” (46). En lo que respecta al primer aspecto, “el general De Gaulle decidió la integración de las FFI y de los FTP (Fuerzas Francesas del Interior y Francotiradores y Partisanos) al ejército regular. En octubre de 1944, decretó la disolución de las Milicias Patrióticas. El PCF protestó inicialmente con violencia contra esa medida. Pero terminó por aceptarlas bajo las órdenes de Maurice Thorez, su secretario general, vuelto de Rusia en noviembre de 1944, después de amnistiado de la acusación de deserción. Todos los historiadores concuerdan hoy en que existía un proyecto insurreccional de resistencia comunista interior, que fue combatido por Stalin, “más interesado en la absorción de Europa Oriental” (47). Stalin estaba "más interesado” en un acuerdo claro con los imperialismos "aliados”, —lo que incluía, claro, un "cordón de seguridad” para la URSS en Europa Oriental (que el imperialismo intentó perforar después con el Plan Mars-hall, lo que motivó la "cortina de hierro” y el inicio de la "guerra fría”) pero, por sobretodo, en la desactivación de la "bomba” revolucionaria en los países capitalistas más importantes, los de Europa occidental.
En verdad, De Gaulle carecía de base social propia para reconstituir el Estado (casi toda la burguesía francesa fue colaboracionista): El PCF le formó esa base. En consecuencia, por un lado, colaboró con la reconstrucción del imperialismo francés, prácticamente desecho durante la guerra, tomando parte en las masacres de Setif y Guelma (en Africa del Norte), al mismo tiempo en nombre de la lucha contra el "imperialismo japonés”impulsaba a los ex-FTP integrados en el ejercito del general Leclerc a participar de la recuperación de la Indochina "francesa”, llamando a preservar el "cuadro” de Unión Francesa, esto es, a apoyar la guerra colonial del imperialismo francés contra el Vietnam. Por otro lado, esto permitió no solo la reconstitución del Estado, sino el reciclaje dentro del mismo de los funcionarios del régimen colaboracionista de Vichy (incluido el futuro presidente “socialista” Francois Miterrand), algunos de los cuales ¡fueron transformados en "héroes de la resistencia.
De acuerdo con el historiador Philipe Bourdrel, gji su libro L Epuration Sauvage, “contrariamente a lo que se piensa habitualmente, los altos funcionarios de Vichy no tuvieron mayores problemas en integrarse en la IVo República”. Preservados cuadros fundamentales de la burguesía y del Estado, fueron libradas a la "venganza popular” algunas pobres mujeres que habrían dormido con soldados alemanes.
Los acuerdos de Yalta y de Postdam tuvieron por objetivo fundamental proveer el cuadro "legal” para toda esta política, que fue la continuidad "legal y pacífica” del carácter contrarrevolucionario de las hostilidades militares y del horror bélico. La "desnazificación” fue cuidadosamente planeada para ser .la cosmética susceptible de tomar "populares” los acuerdos contrarrevolucionarios. De los supuestos cinco mil alemanes pertenecientes a la alta escala nazi, en 1951 apenas 50 permanecían presos. En total, de más de 13 millones de alemanes "cuestionados”, en 1949 había apenas 300 presos: De los 11.500jueces en actividad en la Alemania de postguerra, 5.000 habían actuado en las cortes nazis” (48). La ejecución de los asesinos juzgados en Nuremberg fue la cortina de humo de esta preservación de la columna vertebral del Estado burgués, sea totalitario o "democrático”. Los conflictos entre la burocracia y el imperialismo, posteriores a estos acuerdos, conocidos con el nombre de "guerra fría”, llegaron ciertamente a ser muy agudos, sin llegar jamás a comprometer los acuerdos reaccionarios que dieron continuidad hasta el fin al carácter contrarrevolucionario de la Segunda Guerra Mundial, en especial contra la reacción revolucionaria de las masas trabajadoras que fueron su víctima principal.
Notas:
(1) Ernest Mandel. O significado da Segunda Guerra Mundial, Sao Paulo, Atica, p. 182.
(2) Guillerme Olympio, URRS & USA, Río de Janeiro, Prado, 1955, p.107. (
(3) In: José Pemau, Historia Mundial desde 1939, Barcelona, Salvat, 1973, p. 10.
(4) El País, Madrid, 9 de diciembre de 1993.
(5) Karl von Clausewitz, De la Guerra, Barcelona, Labor, 1984, p. 17.
(6) “La Guerre Imperialiste et la Revolución Prole-tarianne Mondiale”, in: R. Praguer (org.),Les Con-grés de la Quatriéme Internationale, Paris, La Breche, 1978, pp. 337-377.
(7) Saúl Friedlander. Hitler et les Etats-Unis 1939-1941, París. Seuil, 1966, p. 297.
(8) "Le Role Mondial de V Imperialisme Ameri-cain”, in R. Praguer, OP Cit, pp. 277-285
(9) León Trotsky. Adonde va Inglaterra, Europa y América, Buenos Aires, El Yunque, 1975.
(10) Pierre Broué, Cours d'Histoire duXXe Siécle, Grenoble, IEP 1977.
(11) Robert E. Shervood. Roosevelt and Hopkins, Nova Iorque, 1950, p.290.
(12) Cf. León Trotsky, Revolucao e Contra-revolu-cáo na Alemanha, Sao Paulo, Ciencias Humanas, 1979.
(13) Cf. Alan S. Milward, La Segunda Guerra Mundial 1939-1945, Bai'celona, C'ritica, 1986.
(14) Marcel Roncayolo. Le Monde Contemporain de la Seconde Guerre Mondiale á nos Jours, París Robert Laffont, 1985, pp. 52 e 68.
(15) A. J.P. Tayor. A Segunda Guerra Mundial, Río de Janeiro, Zahar, 1979.
(16) Emst Nolte. Nacionalsociallismo e Bolcesvis-mo. La guerra civile europea 1917-1945, Firenze, Sansoni, 1988, p. 3.
(17) Amo Mayer. La "Solution Finale” dans VHistoire, Parías, La Découverte, 1990, pp. 506-507.
(18) León Trotsky, Programa de Transicáo, Porto Alegre, Combate Socialista, s.d.p., p. 28.
(19) "La Guerre Imperialiste et la Révolution Pro-létarienne Mondiale”, in: R. Praguer, Op. Cit.
(20) Cf. Walter Laqueur. O Terrtvel Segredo, Río de Janeiro, Zahar, 1981. E: Saúl Friedlander, Pió XII et le III Reich, París, Seuil, 1965.
(21) "Stalin decapitó a la flor y nata del Ejército Rojo”, Prensa Obrera 189, Buenos Aires, 8 de julio de 1987.
(22) OlegA. Rzheshvski. La Segunda Guerra Mundial. Mito y Realidad, Moscou, Progreso, 1985.
(23) G. Deborin. A Segunda Guerra Mundial, Sao Paulo, Fulgor, 1966.
(24) Valentín M. Bereshcov. ”Amor a Hitler cegou URSS”, Folha de S. Paulo, 22 de junho de 1991.
(25) León Trotsky, ”0 Pacto Germano-Soviético” Socialist Appeal, Nova Iorque, 4 de setembro de 1939.
(26) León Trotsky, Programa de Transicáo, ed. cit., P, 28.
(27) León Trotsky, Em Defesa do Marxismo, Sao Paulo, Kairós, s.d.p.
(28) Folha de S. Paulo, 10 de maio de 1992.
(29) Apud Paolo Spriano, "O movimiento comunista entre a guerra e a pós-guerra: 1938-1947", in: E.J. Hobsbawm, Historia do Marxismo, vol. X, Río de Janeiro, Paz e Terra, 1987, p. 149.
(30) Alexander Werth. A Rússia na Guerra 1941-1945, Río de Janeiro, Civilizacáo Brasileira, 1966, p. 157.
(31) Gerhard L. Weinberg. A Global History of World War II, Nova Iorque, Cambridge University Press, 1993.
(32) David Thomson. Pequeña Historia do Mundo
Contemporáneo. Rio de Janeiro, Zahar, 1973, p.166.
(33) Cf. André Bendjebbar. Libérations Revées, Libérations Vécues, Paris, Hachette, 1994.
(34) Umberto Massola. Gil Scioperi del '43, Roma, Riunuti, 1973.
(35) Cf. Daniel Guérin. Estados Unidos 1880-1950. Movimiento Obrero y Campesino, Buenos Aires, CEAL, 1972.
(36) Emest Mandel. "O papel do individuo na História: o caso da II Guerra Mundial", Ensaio N° 17/18, Sao Paulo, 1989.
(37) Roney Cytrynowicz. Memoria da Barbarie. A História do Genocidio dos Judeus na Segunda Guerra Mundial, Sao Paulo, Edusp/Nova Stella, 1990, p. 142.
(38) Ben Abraham. Segunda Guerra Mundial, Sao Paulo, Sherip Hapleita, 1985. p. 40.
(39) Alexander Werth. Op. Cit., p. 244.
(40) Osvaldo Coggiola, História e Crise Contemporánea, Sao Paulo, Pulsar, 1994, p. 38.
(41) Francoise Foret. "La réconstruction du SPD aprés da 2éme Guerre Mondiale”, Le Mouvement Social N° 95, Paris, abril 1976.
(42) Sam Levy. "A noveu sur la politique militaire prolétarienne”, ahiers León Trotsky NO 43, Paris, setembro 1990.
(43) CERMTRI, ”Doocuments sur la révolution grecque de décembre 1944”, Les Cahiers du Cerm-tri N° 60, Paris, marco 1991.
(44) Cf. Miguel Etchegoyen, Grecia: el movimiento guerrillero de liberación en la posguerra, Buenos Aires, CEAL, 1973.
(45) Apud P. Broué, "Face a la Deuxiéme Guerre Mondiale”, Caheirs León Trotsky N° 23, Paris, setembro 1985.
(46) Grégoire Madjarian, Conflits, pouvoirs et so-cieté á la Liberation, Paris, UGE, 1980, P. 337.
(47) S. Berstein e P. Milza, Histoire du Vingtiéme Siécle 1939-1953, Paris, Hatier, 1985, p. 93. cf. também Francois Fonvielle-Alquier, El Gran Miedo de la Posguerra 1946-1953, Barcelona, Dopesa 1974.
(48) Roney Cytrynowicz, OP. Cit., p. 150.