Y la realidad de la crisis del Viejo Continente
En las últimas décadas, la crisis del capital ha empujado, también en el Viejo Continente, a un ataque constante al salario -directo, indirecto (“Estado social”) y diferido (jubilación)-, y al resto de las conquistas del proletariado y las masas populares. Esta ofensiva ha sido llevada adelante por todos los gobiernos, de cualquier color, que se han sucedido en los diversos países europeos, ya fuesen de derecha, de centroizquierda o de “izquierda plural”. No obstante los logros alcanzados, a pesar de la resistencia de la clase obrera, esta ofensiva está lejos de haberse resuelto. Con todas sus contradicciones, la crisis capitalista continúa, y con ella la necesidad del capital de defender y recuperar las tasas de beneficio. El futuro verá nuevos y durísimos ataques.
Esto es evidente aún considerando la nueva y difícil estructuración constitucional de la Unión Europea. El texto de “Constitución” publicado el 18 de junio pasado y ratificado a fines de octubre, expresa en un terreno formal las contradicciones generales de la UE. Dentro de ésta se desarrolla cada vez más el contraste entre una línea tendiente a construir progresivamente a Europa como una estructura de alianza imperialista cohesionada y unificada, en contraposición al imperialismo de los Estados Unidos (posición del eje franco-alemán y del presidente saliente de la comisión de la UE, Romano Prodi); y otra de quienes apuntan a convertirla en una socia fiel, y en definitiva subordinada, del imperialismo dominante (Gran Bretaña, Berlusconi y distintos países del Este recientemente adheridos, como Polonia).
Los hechos posteriores a la guerra en Irak han determinado sin duda un reforzamiento relativo del eje franco-alemán, que puede hacerse fuerte a partir de la crisis del imperialismo estadounidense. Sin embargo, nada está definido; esta contradicción subsiste como factor potencialmente explosivo de la actual UE, y ninguno de los andamiajes por el voto calificado montados en el texto constitucional podrá resolverla.
Es cierto que algo se ha logrado en este terreno. El objetivo central de la nueva “Constitución” en el plano político era concretar una mayor capacidad de decisión de las principales potencias imperialistas de la UE. Desde este punto de vista, las normas que sancionan el pasaje dentro de la Comisión Europea (estructura de gestión de la UE y expresión de los distintos gobiernos nacionales) del voto unánime al de mayoría calificada, refuerza la potencialidad del llamado “directorio”, centrado en tomo a las principales potencias imperialistas, y en particular al eje franco-alemán. Pero son tantos los límites y las excepciones contenidos en el tratado constitucional que se trata de un éxito muy pobre. De hecho, sería totalmente errado, como ya se puso de manifiesto implícitamente arriba, considerar a la actual Unión Europea como un super-Estado, una entidad político-económica cohesionada. No por nada, a pesar de que se ha adoptado el nombre de “Unión”, en el debate en curso se ha expresado claramente una posición mayoritaria contra cualquier hipótesis de evolución “federal”.
En términos concretos, la actual unión está en realidad muy por detrás de una verdadera “confederación” (si se analizan seriamente las cosas y se usan los términos con precisión). El cuadro económico-político mundial en las décadas pasadas ha vuelto imposible desarrollar un proyecto de esta naturaleza para aquellos que hubiesen tenido interés en un proceso de esas características, es decir, las burguesías imperialistas de los países europeos continentales (las fundadoras en los años ’50 de la primera estructura europea, la Comunidad Económica Europea, o sea Alemania, Francia, Italia, Holanda y Bélgica).
Significativo y central para este propósito resulta el problema de la presencia en la UE de Gran Bretaña. El imperialismo inglés siempre ha representado un elemento contradictorio con respecto al desarrollo de un polo imperialista europeo cohesionado. Y esto ya sea en relación a su rol totalmente autónomo en el cuadro del capital financiero internacional, basado en la libra esterlina y las tradiciones de inversiones e intervenciones ligadas al pasado del “Imperio Británico”; como a su sociedad con el imperialismo estadounidense, reconfirmada plenamente también por la guerra en Irak. En este sentido, los imperialismos de Europa continental han conocido un doble fracaso: no han llegado a integrar al imperialismo inglés ni a romper con él. Así también en el plano militar no han podido construir el ejército europeo ni superar (después del derrumbe de la URSS y del pacto de Varsovia) a la Otan, permaneciendo en consecuencia en una estructura militar cuya gestión está predominantemente en manos de los Estados Unidos. La misma extensión de la Unión Europea a los países de Europa central tiene un carácter contradictorio: por un lado vuelve estructural la apertura total de las economías de estos ex-estados obreros a las inversiones de los imperialismos continentalon. Por otra parte, en el plano político, al menos hasta el momento, vuelve más complejo el proceso de consolidación del polo imperialista europeo, en la medida en que los principales “nuevos ingresos” están ligados al imperialismo de los EEUU. No por nada éste se ha felicitado por la extensión de la Unión Europea y hoy en día es un gran promotor de la adhesión de Turquía a la UE (con Bush, que en una reciente visita común a dicho país no se ha privado, con implícita polémica, de invitar a Chirac… a no interponer obstáculos a una solución positiva del problema), precisamente para debilitar su carácter potencialmente “competitivo”.
Esto no significa que 110 se hayan desarrollado contrastes de magnitud entre la Unión Europea y los Estados Unidos, ya sea en el plano político como, más significativo, en el económico (algunos años atrás, en torno a los derechos aduaneros y los subsidios, surgió la llamada “guerra de las bananas” entre las dos orillas del Atlántico); sino que por el momento esos enfrentamientos son limitados, propios de algunas de las potencias imperialistas de la UE, y más a menudo de una sola de ellas (en el conflicto más importante y grave hoy existente, el de Costa de Marfil, es el imperialismo francés el que se enfrenta al estadounidense, y no la UE de conjunto).
El punto sobre el cual hay, por el contrario, un acuerdo unánime entre todos los gobiernos, es el de contar con reglas funcionales a la renovación de los ataques a la clase obrera y las masas populares. En ésta, que no es una verdadera “Constitución” -no existiendo en absoluto las condiciones para un “super-Estado”, ni siquiera en términos de una verdadera “confederación"-, sino más bien un tratado entre estados soberanos, con normas y principios de funcionamiento coordinado; aquellas reglas llevan abiertamente la impronta de la visión “liberal” y el ataque a las conquistas sociales. La referencia al “mercado” como elemento básico de la sociedad se repite cada vez más. Naturalmente, sabemos que todo Estado burgués se basa en la explotación del trabajo asalariado, que su economía está determinada por la anarquía del mercado y que las decisiones de los gobiernos la secundan. Pero la incorporación abierta en la “Constitución”, a diferencia de la vaguedad hipócrita de las constituciones burguesas normales, es ciertamente reveladora de los objetivos revés de la UE mencionados al comienzo de este artículo.
El carácter del texto es tan reaccionario que incluso al interior de una fuerza reformista social-liberal como el Partido Socialista francés se elevaron voces favorables (si bien de un modo muy instrumental respecto de la guerra de poder interna del partido) a un voto en contra en ocasión del referéndum de convalidación del tratado europeo en Francia, debido a la ausencia de las llamadas “cláusulas sociales” (es decir, de la declaración, al menos formal, de la defensa de las conquistas sociales mínimas). Esto ha provocado un referéndum interno que ha concluido con la victoria de los defensores del “sí”, pero con un 41% de votos a favor del “no”.
Sin embargo, los opositores “sociales” a la actual “Constitución” europea, desde la izquierda del PS francés al “Partido de la Izquierda Europea”1, con sus socios en las direcciones del movimiento contra la “globalización” neoliberal, hasta los neorreformistas de izquierda del “Secretariado Unificado”, están lejos de proponer una alternativa clasista, aunque sea confusa y limitada.
He aquí sus propuestas alternativas sobre algunos puntos clave (citadas de Liberazione, periódico del PRC italiano), del 31 de marzo pasado:
“ART III-14. Nos damos diez años de plazo para alcanzar los siguientes objetivos:
• Trabajo para todos: una tasa de desocupación menor al 5%;
• Una sociedad solidaria: una tasa de pobreza menor al 5%;
• Un techo para cada uno: un porcentaje de personas privadas de vivienda adecuada inferior al 3%;
• Solidaridad con el Sur: contribución pública para el desarrollo superior al 1% del PBI.
Para los Estados que en 2015 no respeten estos parámetros sociales, deben ser previstas sanciones análogas a las impuestas a los países que no respeten los parámetros de Maastricht.”
El planteo es sorprendente. Quiere decir que si en 2015 Europa tuviese, homogéneamente repartidas, veinticinco millones de personas sobreviviendo en la pobreza, más de la mitad de ellas sin casa, y diez millones de desocupados, se estaría en regla y habríamos logrado la “Europa social”. Haciendo la salvedad de que si algún país no alcanzase estos “audaces objetivos sociales” en lo que respecta a sus porcentajes, bastaría con pagar una multa y todo estaría en regla.
El proletariado tiene el deber y la necesidad de pronunciarse frontalmente contra la “Constitución” de la UE y la Europa imperialista del capital y todas sus fracciones. En cada consulta ad referéndum con relación a la cual exista una oposición obrera y popular incluso limitada, debe pronunciarse por el “no” a la nueva “Constitución”.
Pero debe hacerlo desde un punto de vista de independencia de clase. No desde aquel de la utópica y reformista “Europa social”; mucho menos desde el de la defensa de los viejos estados nacionales burgueses.
Sino desde la perspectiva de la unidad de los proletarios de toda Europa en lucha contra la ofensiva del capital, por la única alternativa realista contra ella: la conquista revolucionaria del poder por parte del proletariado en cada uno de los países del “Viejo Continente” y la creación de los Estados Unidos Socialistas de Europa.
La necesaria construcción de los partidos revolucionarios en los países europeos, en el marco de la refundación de la IV Internacional, no podrá tener otra perspectiva.
(5 de diciembre de 2004)
1 El Partido de la Izquierda Europea es la nueva estructura que reúne en torno al Partido de la Refundación Comunista italiano -que fue su promotor y cuyo secretario Bertinotti es presidente único del partido europeo- a la mayoría de los ex partidos estalinistas europeos, más o menos re-ciclados a la socialdemocracia, en primer lugar al PC francés, el PDS alemán, la Izquierda Unida española y el PC checo-moravo.