El ‘mandato’ de Bush


Bush salió de las últimas elecciones norteamericanas convencido de que había obtenido un ‘mandato’. En plena embriaguez pseudo-religiosa, la expresión usada debía entenderse en un sentido ‘divino’. Del otro lado de la mesa, algunos opositores se animaron a ver la emergencia del fascismo. En realidad, las elecciones han funcionado como respirador artificial para un gobierno agotado, cuyas contradicciones y limitaciones se hicieron ver de inmediato después de los comicios, en términos aún más explosivos que en el pasado. Apenas sesenta días después del 4 de noviembre, las encuestas descubren un sólido rechazo a la continuación de la guerra de Irak, del 57% de los entrevistados.


 


Fallujah




Munido de su ‘mandato’, Bush se lanzó a lo que todos habían previsto: destruir la ciudad insurgente de Falluja. No tuvieron problemas ‘militares’ para ejecutar en 96 horas el arrasamiento de la ciudad, sus viviendas e infraestructura. Políticamente, las cosas anduvieron en forma diferente, porque simultáneamente la resistencia iraquí desató ataques fulminantes en Mosul y en poco tiempo la insurgencia volvió a manifestarse en todo el país.




Cuando la ‘victoria’ en Falluja hacía esperar a los autores de la masacre un tránsito ‘ordenado’ a las ‘elecciones’ previstas para enero, la realidad se encargó de que ocurriera otra cosa. Comenzaron una serie de críticas e insubordinaciones entre las tropas norteamericanas. El criminal de guerra Donald Rumsfeld fue criticado abiertamente por los soldados. Recrudecieron los problemas de reclutamiento de soldados para el Pentágono y estallaron brotes de crisis en la Guardia Nacional. El Financial Times pidió a los gritos que echaran al secretario.

La perspectiva de una reimposición, aunque parcial, del servicio militar obligatorio en Estados Unidos volvió a asomarse como una posibilidad preñada de crisis mayúsculas.




Las ‘elecciones’ de enero en Irak ya no ocurrirán como estaba previsto, dado el alto número de fuerzas que han decidido el boicot. Pero deben realizarse de cualquier modo, porque son la única vía para reestablecer el derecho público en Irak y otorgar fuerza de ley, en el derecho internacional, a los traspasos de propiedad que el gobierno de ocupación viene ejecutando metódicamente como el mejor burócrata moscovita. No está en juego la voluntad popular sino el saqueo legal, que cuenta con la complicidad de todas las potencias capitalistas, incluidas las que no participan de la guerra en forma directa. El famoso “reparto del mundo”, que constituía para Lenin uno de los rasgos fundamentales del imperialismo, tiene todavía más vigencia en este período en que la ‘globalización’ debía asegurar la completa conquista del mundo por parte del capital por medio de la tecnología’. De cualquier modo, el ‘mandato’ de Bush ha recibido algunos golpes descomunales, incluso antes de haber jurado para su segundo período.




Arafat




La guerra de Irak, de todos modos, no será zanjada dentro de los límites de su territorio sino a escala de Medio Oriente y del mundo en general. No es, después de todo, una guerra localizada’. En este aspecto, como en muchos otros, la cuestión decisiva es Palestina. En Palestina, el ‘mandato’ de Bush no difiere de lo que se venía haciendo: detrás de la mascarada del retiro de Gaza y de las elecciones para establecer al sucesor de Arafat, sigue rigiendo el acaparamiento de tierras y fuentes de agua por el sionismo. La opresión nacional palestina se agudiza de día en día, como si esto fuera aún posible. Esto quita margen al colaboracionismo palestino de la cúpula de Al Fatah, que se vio obligada a vetar la participación en las elecciones de un líder popular que se encuentra en las cárceles de Israel, M. Barghouti. Barghouti, de todos modos, sostiene la posición de la coexistencia de dos Estados (israelí y palestino), lo que, decimos nosotros, es una forma disfrazada de la dominación sionista. La emancipación de los pueblos de Palestina pasa inevitablemente por la destrucción política y social del Estado sionista.




En Medio Oriente se manifiestan las limitaciones del nacionalismo burgués o pequeño burgués que ya ha demostrado su incapacidad histórica en otras partes del mundo y en otros períodos dentro de la época imperialista, y esto se manifiesta ahora incluso en forma mucho más aguda. El nacionalismo islámico es aún más limitado y con características fuertemente reaccionarias. Para los revolucionarios socialistas, que por pocos que sean pertenecen a una corriente de fuerte tradición histórica en las masas árabes, la cuestión política es muy clara: o establecen un frente independiente de lucha armada contra el imperialismo, o se esfuerzan por llegar a un frente único con el nacionalismo que resiste en la práctica al imperialismo. Los cohetes teleguiados y no el turbante son el enemigo principal; a partir de aquí es necesario ejercer la crítica más implacable al nacionalismo y al islamismo, y nunca hipotecar el socialismo internacional a las fantasías reaccionarias del fundamentalismo religioso.


 


Camarilla




Muchos comentaristas han señalado el carácter mafioso del gobierno Bush, incluso mucho antes del ‘mandato’. Ha sido denunciado hasta el hartazgo su régimen de negocios familiares. Pero lo que a los de afuera les parece monstruoso, a este otro criminal de guerra le parece insuficiente. La renuncia de Colin Powell, el ascenso de Condoleeza Rice, la ubicación de un amigo a la cabeza de la CIA y el intento de establecer un comando único de los servicios de inteligencia; todo esto testimonia la tentativa de reforzar las características de gobierno de camarilla. Bush ha logrado imponer estos Cambios a pesar de la resistencia del Pentágono (que no quería perder la autonomía de sus servicios) y de las otras cofradías del Partido Republicano. Ya se puede escuchar a los que denuncian el derrumbe del sistema de ‘contrapesos y controles’ de la ‘democracia americana’. Esto significa que el régimen representativo tiende a su propia disolución en el país que tiene los mayores recursos para sustentarlo. Se trata, por lo tanto, de un régimen que delata la crisis, o sea de un régimen de crisis. El fortalecimiento del núcleo gubernamental implica el debilitamiento del régimen político.


 


Bush, sin embargo, tampoco tiene condiciones para ir a fondo en esta tendencia. No ha podido, por ejemplo, reemplazar al secretario del Tesoro, Snow, porque no ha encontrado un reemplazante que cuente con el acuerdo de Wall Street. La burguesía acostumbra a ceder poder cuando tiene que salvar la bolsa, pero en Estados Unidos no cree que haya llegado ese momento y piensa que optar por esa variante sería peligroso. Bush se ha visto obligado también a llegar a un arreglo de circunstancias con la camarilla que dirige el Pentágono.




Los gobiernos de camarilla representan, por regla general, una restricción de las condiciones de dominación de las clases explotadoras. En el caso de Bush, refleja el fracaso de la tentativa de reforzar la dominación mundial del imperialismo yanqui por medio de la globalización en la economía y de la tecnología militar en el campo de la guerra. En el primer caso, las crisis internacionales son cada vez más intensas y frecuentes; y en el segundo, las pantallas de las computadoras no han podido dar cuenta de la rebelión popular.


 


Lucha de clases en EEUU




El empantanamiento creciente del imperialismo yanqui en Irak ha impedido hasta el momento poner en marcha la madre de todas las batallas de Bush: un ataque a fondo contra la seguridad social y contra el sistema de impuestos progresivos. En todo el ámbito de la geografía social norteamericana prevalece la tendencia al ataque a los trabajadores -desde el estancamiento y caída del salario real hasta la acentuación de la descalificación laboral, el hundimiento de los sistemas de jubilación privados y los cierres de empresas por ‘deslocalización’-. Bush tiene en carpeta la privatización de la seguridad social del Estado y la sustitución del impuesto que grava los ingresos personales por un nuevo impuesto al consumo.




Para el capitalismo norteamericano esta ofensiva es imprescindible para hacer frente a la tendencia imparable a la reducción de la tasa de beneficios del capitalismo. La privatización de las jubilaciones que aún se encuentran en un régimen estatal significaría la inyección de miles de millones al mercado de capitales y a la Bolsa -una fuente de capital barato-; lo mismo ocurriría con la desgravación de los ingresos personales de los capitalistas. La privatización, sin embargo, provocaría un agujero negro en las finanzas estatales, que deberían seguir pagando los retiros mientras dejarían de percibir los ingresos de los contribuyentes en actividad. Como hoy el déficit fiscal es del 6% del PBI (arriba de los 600.000 millones de dólares), la privatización previsional podría provocar un hundimiento fiscal y el derrumbe sin remedio del dólar.




Bush ha puesto el tema en la agenda de su ‘mandato’ luego de una larga ofensiva del capital privado para eliminar la garantía de una jubilación definida de antemano que otorgaban numerosos fondos privados. Estos fondos tienen un número definido de contribuyentes y beneficiarios, por lo cual nadie atribuye su crisis al remanido tema del envejecimiento de la población sino al muy concreto del hundimiento de la Bolsa, que es donde se invirtió el dinero de los contribuyentes. Obedece incluso a una perspectiva de rendimientos decrecientes en las Bolsas, lo cual obliga a los capitalistas dueños de los fondos a reforzarlos con aportes frescos que aseguren el pago de las jubilaciones contratadas. Son cada vez más numerosas las liquidaciones de estos fondos previsionales que descargan sus deudas potenciales en el sistema de seguro de pensiones del Estado, el cual ya se encuentra en estado de completa insolvencia.




Es decir que el segundo ‘mandato’ enfrenta a Bush con la necesidad de librar dos guerras, no sólo la internacional. La guerra de clases interna es un imperativo de la segunda fase; está determinada por el conjunto de la crisis del capitalismo. Los primeros atisbos del enfrentamiento social se insinúan ya en las compañías aéreas, las cuales han recurrido a las leyes de quiebra para poder desconocer los convenios colectivos y los compromisos previsionales.




Por una vía histórica por completo diferente, Estados Unidos ha venido a ocupar el lugar que en el siglo XIX ocupaba el zarismo ruso: guardián de la reacción mundial que al mismo tiempo desenvuelve contradicciones revolucionarias.


 

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