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Bolivia: Llamamos a votar por Evo Morales y el MAS


El 18 de diciembre tendrán lugar las elecciones generales en Bolivia. De acuerdo con las encuestas, Evo Morales encabeza la intención de votos para la presidencia, con un 32%. Distante se encuentra el candidato de la derecha petrolera, ‘Tuto’ Quiroga, con el 23%, y más atrás, con el 16%;, Doria Medina, una empresario que ha acumulado una enorme fortuna. De acuerdo a la ley boliviana, si ningún candidato obtiene más del 50% de los votos, la decisión queda en manos del Congreso. Doria Medina habría adelantado que sus diputados votarían por Evo. Evo Morales rechazó este apoyo y reclamó a la ciudadanía que le dé la mayoría absoluta en las urnas. Parece claro que si la distancia entre Evo y Quiroga se acortara, la presión de los sectores capitalistas y de la embajada norteamericana sería suficiente para reunir los votos necesarios en el parlamento para bloquear la victoria de Evo Morales.

 


Toda América Latina está pendiente de los resultados de las elecciones bolivianas y todavía más lo está Estados Unidos. El pasado 20 de noviembre, la revista del New York Times le dedicó varias páginas a la posibilidad de una victoria del MAS. El autor de la extensa nota (“¿La segunda llegada del Che?”) cita de entrada la posición sobre Bolivia del subsecretario de Defensa norteamericano para el Hemisferio Occidental, Rogelio Pardo-Maurer, uno de los segundos de Rumsfeld, en ocasión de una reciente conferencia en el Hudson Institute. En opinión de este funcionario del Pentágono, “ustedes tienen una revolución en marcha en Bolivia, una revolución que, potencialmente, podría tener consecuencias de alcance tan amplio como la revolución cubana de 1959”. Lo que está ocurriendo ahora en Bolivia, precisó todavía más, “podría tener repercusiones en América Latina y más allá con las que ustedes deberán enfrentarse por el resto de vuestras vidas (…) la bronca urbana y el resentimiento étnico se han combinado en una fuerza que está buscando el cambio en Bolivia”.


 


Una etapa revolucionaria


 


La tensión que provocan las elecciones bolivianas tiene que ver con el hecho de que Bolivia atraviesa, desde la insurrección de octubre de 2003, una etapa revolucionaria. Es una etapa que no surgió, de modo alguno, de repente, sino que fue la culminación de luchas de masas de características excepcionales en el campo y con relación a la estatización del servicio de agua, en primer lugar en Cochabamba, explotado por la norteamericana Bechtel.


 


El eje del proceso revolucionario es la nacionalización del petróleo y del gas. En las vísperas de la insurrección de 2003, el gobierno de entonces se aprestaba a cerrar un acuerdo de exportación de combustibles a México y Estados Unidos, a través de puertos chilenos, que serían reconvertidos en gas licuado en su destino. Para la masa del pueblo boliviano la consumación del proyecto significa una gigantesca confiscación de recursos y el entierro definitivo de cualquier posibilidad de progreso social. La ínfima renta prevista en los contratos petroleros apenas alcanzaría para colmar el déficit fiscal boliviano durante un corto período de tiempo.


 


La insurrección volteó al presidente Sánchez de Lozada, pero no produjo un cambio del poder político. Asumió el vicepresidente, Carlos Mesa, y se mantuvo sin modificaciones el Congreso. Para alcanzar ente resultado se produjo, en primer lugar, una alianza política que no había tenido precedentes, entre los gobiernos de Bush, Kirchner y Lula. Los dos últimos sacaron al carnicero de Irak del tremendo impasse que enfrentaba su propósito de derrotar la insurrección mediante una represión militar que estaba condenada al fracaso y que hubiera seguramente puesto fin a las fuerzas armadas y al Estado boliviano. En Bolivia se manifestó agudamente la crisis internacional que le provoca al imperialismo yanqui su empantanamiento en Irak. La ‘mediación’ de Lula y Kirchner ‘canjeó’ la intervención militar por el reaseguro de una salida ‘constitucional’. A esta salida se allanaron todas las direcciones populares de Bolivia, y más que ninguno Evo Morales -el cual, por otra parte, había dilatado extraordinariamente su regreso al país por una estadía en Europa. El pretexto oficial del arreglo fue la aceptación, por parte de Mesa, de una “agenda de octubre”, que el novato presidente no estaba dispuesto a cumplir, porque planteaba, aunque vagamente, la nacionalización de los hidrocarburos.


 


La situación política que emergió de la insurrección de octubre no podía ser más excepcional: en el plano internacional, el imperialismo yanqui cedía su primacía absoluta sobre Bolivia a la tutela oficial de dos gobiernos centroizquierdistas que ya habían dado sus pruebas de confianza con el envío de una fuerza militar a Haití; en el plano nacional, se armaba un cogobierno de hecho entre Mesa y el MAS, que además ya tenía una bancada importante en el Congreso. El fruto de este cogobierno fue el referendo de mediados de 2004 que desvirtuó la reivindicación de la nacionalización del petróleo (confiscación de los pulpos) por la reivindicación del dominio estatal del subsuelo boliviano. El referendo dejó planteada una renegociación de los contratos vigentes (suba de los impuestos a las petroleras) y la ‘refundación’ de YPFB, en calidad de empresa estatal ‘testigo’. Sin embargo, la negativa de Mesa a promulgar las leyes que ponían en marcha la renegociación, debido a la completa oposición de los pulpos del petróleo, determinó una nueva insurrección, en junio pasado. Nuevamente fracasó el intento, esta vez de un sector parlamentario que trasladó el Congreso a Sucre, de imponer un gobierno apoyado en un golpe militar; nuevamente intervino la mediación de Lula y de Kirchner. Nuevamente, la intervención de Evo Morales fue decisiva (aun más que en octubre de 2003): de un lado para contener el golpe militar, apelando a la movilización parcial del pueblo; del otro, para poner fin a esa movilización parcial, una vez que hubo logrado el llamado a elecciones. Las elecciones que tendrán lugar dentro de poco, convocadas por un nuevo presidente, puramente interino, no son, por lo tanto, una maniobra artificial sino la resultante de un proceso político concreto; son la expresión, tanto de un ‘desvío’ de la tendencia insurreccional del pueblo (que sigue latente como ‘desvío’), como la expresión de la incapacidad del imperialismo de derrotar a las masas por las vías tradicionales. Las elecciones son la expresión de un empate político entre el imperialismo tomado como conjunto (petroleras, gobierno norteamericano, Lula, Kirchner, partidos tradicionales), por una parte, y las masas, por la otra.

 


En junio pasado decíamos en Prensa Obrera (N 904): “La encrucijada boliviana se ha convertido en una muñeca rusa; del reclamo de la nacionalización del petróleo se pasó a un referendo que estableció la necesidad de una ley que modificara los contratos vigentes; la impasse con la ley derivó en el reclamo de una Constituyente; el tema de la Constituyente suscitó el reclamo de que antes se votaran las autonomías [el disfraz para mantener los hidrocarburos privatizados en los distritos de Tarija y Santa Cruz, JA] y la impasse en todos estos asuntos provocó la caída de Mesa y la salida de las elecciones. Ahora se dice que el gobierno que surja de ellas convocaría a la Constituyente, que decidiría sobre el petróleo y las autonomías (…) (pero) ningún candidato conseguiría una mayoría [absoluta, JA] para presidente (…) Han vestido a la muñeca rasa para desvestirla de nuevo”. Como lo recuerda ahora The Financial Times (16/11), “El próximo gobierno de Bolivia quedará encargado de renegociar los contratos con los inversores extranjeros del sector del gas, luego que la administración actual fracasó en cambiar los arreglos vigentes en el plazo establecido. [Esto] puede colocar las negociaciones en las manos do Evo Morales, del Movimiento ni Socialismo…”.


 


¿Qué plantea Evo Morales?


 


Desde los prolegómenos de la insurrección de octubre de 2003, Evo Morales ha seguido una política extremadamente consciente, no trasunta una pizca de improvisación. Su consigna suprema es evitar una revolución social. En este menester ha revelado una habilidad poco vista; en la crisis de junio pasado, supo cabalgar entre la resistencia a una tentativa golpista de un ala del Congreso y la contención de una insurrección popular.


 


“El programa del MAS es mucho más moderado de lo que sus seguidores desearían”, dice el autor de la larga nota del New York Times. En relación a la nacionalización del petróleo, agrega, Evo Morales “me comentó que ‘Brasil es un modelo interesante’ de cooperación del Estado y el sector privado, y lo mismo es China”. El periodista señala más adelante en su artículo, que “los seguidores del MAS argumentan que si Petrobras puede prosperar, porqué no podría Bolivia adoptar una estrategia similar y florecer como consecuencia de ello?” Pero Petrobras es el resultado de un largo desarrollo histórico, mientras que a YPKB habría que reconstruirla con una enorme inyección de capital para que pudiera jugar, por lo menos, el rol bastante pequeño que tuvo en el pasado. Por otro lado, Petrobras no es siquiera una empresa estatal, sino una empresa privada, con participación mayoritaria del Estado, que está controlada por la Bolsa y que cuenta con una participación del orden del 40% de los fondos de inversión internacionales. Un economista que trabaja para el MAS dice que se pretende que Bolivia pueda obtener “un precio justo (por su petróleo y su gas natural) para pagar su industrialización”, pero Petrobras no contribuye a la industrialización de Brasil, ya que opera como una empresa internacionalizada, que cobra los precios mundiales y destina las ganancias a inversiones en el extranjero. Para llegar al ‘status’ de Petrobras, una YPFB reconstruida debería transformarse en la principal productora del país, es decir, partir de una base de capital gigantesca. En suma, incluso para desarrollar un capitalismo de Estado en base a la explotación del petróleo, el Estado boliviano debería, primero, concentrar los recursos de esa explotación en sus manos, que hoy son un monopolio privado. En realidad, el planteo del MAS se reduce a la necesidad de tener una empresa estatal que recaude una porción mayor de la renta petrolera que producen los pulpos internacionales. En el marco del débil Estado boliviano, una empresa de estas características no tendría siquiera una capacidad efectiva de control sobre la producción privada.


 


García Linera, un ex guerrillero que se transformó en teórico de la autogestión y es candidato a vicepresidente por el MAS, ha dejado bien claro que “el socialismo no es viable en Bolivia”, esto porque “el 70% de los trabajadores en las ciudades son de economía familiar”. “Usted no construye”, le dijo a Eco-noticias (30/8), “el socialismo sobre la base del 95% de la población agrícola que vive en una economía tradicional comunitaria”. García Linera propone, como alternativa al socialismo supuestamente inviable, “un tipo de capitalismo andino”, donde “las potencialidades familiares, indígenas, campesinas, son equilibradas, son articuladas en torno a un proyecto de desarrollo nacional y de modernización productiva”. El modelo para Bolivia, agrega, es “un Estado fuerte en hidrocarburos, en inversión extranjera, en inversión privada local, economía familiar artesanal y microempresarial, y economía comunitaria. No es ni siquiera”, remata, “un régimen mixto”.


 


García Linera, como se ve, concibo la transformación de Bolivia en los marcos locales -no cree, como sí lo cree el subsecretario de Rumsfeld, ya citado, que el proceso revolucionario actual tendrá consecuencias incluso más allá de América Latina. Pero un socialismo autárquico no solamente es inviable en Bolivia, lo es más todavía en Estados Unidos, donde cualquier ataque decisivo a la propiedad capitalista haría estallar al conjunto de la economía y política mundiales. García Linera postula un capitalismo ‘andino’, lo cual es un contrasentido, porque anticipa que no pretende alcanzar al capitalismo desarrollado, pero tampoco escapar a la presión que éste ejerce por su monopolio mundial. Plantea servirse de un Estado fuerte y de la inversión extranjera para congelar la economía precapitalista de Bolivia, no para hacerla transitar a un estado histórico superior; en esto consiste el indigenismo del MAS. Estamos, entonces, ante un programa históricamente reaccionario, ni siquiera ante uno reformista. Un programa que parece no tener en cuenta que un ‘Estado fuerte’, en Bolivia, es imposible si no se erige a costa del extraordinario capital extranjero, cuyo dominio no deja espacio para otra cosa.

 


Articulado al planteo de “nacionalizar los recursos” sin confiscar a los pulpos, un documento del Segundo Encuentro Social Alternativo (septiembre 2005) plantea convertir a Bolivia en un “eje energético” sudamericano, que se parece, por un lado, al Petrosur que postula Hugo Chávez, y a la “integración energética” que impulsan Kirchner y Lula, o sea Techint (tubos y gasoductos), Repsol y Petrobras. El ‘capitalismo andino’ se extiende aquí un poco más en la geografía, pero apunta a un negocio con los monopolios internacionales del petróleo -no a la nacionalización del petróleo en toda América Latina y a la unidad socialista latinoamericana. El ‘eje energético’ intenta superar la debilidad del planteo de ‘refundar a YPFB’ para asociarla con los pulpos con una propuesta de alianza internacional, que los propios monopolios se encuentran promoviendo en la actualidad. Aun antes del Encuentro Alternativo, el saqueo económico de Bolivia ya tenía puesta, por parte de los monopolios, la etiqueta del ‘eje energético’.


 


Todo sumado, la arquitectura teórica de García Linera (o sea, el programa del MAS) apunta a justificar el abandono de la nacionalización del petróleo por una renegociación de los contratos con los pulpos petroleros. Lula no solamente acaba de desear la victoria de Evo Morales, en la reciente reunión de Puerto Iguazú, sino que mucho antes Petrobras ya había dicho que estaba disponible para una renegociación. Como le observó al New York Times el ex funcionario del Banco Mundial, Joseph Stiglitz, son numerosos los pulpos petroleros que vendrían a Bolivia a ocupar el lugar de aquellos que no acepten una revisión de los acuerdos leoninos que impusieron a los gobiernos anteriores. No sería, de todos modos, el caso de Repsol, que no tiene el menor propósito de irse de Bolivia, la cual cuenta a su favor con los sólidos lazos que ha tejido con Lula, Chávez y Kirchner, y que puede sacar a relucir la ‘amistad’ entre Evo Morales y Rodríguez Zapatero.


 


El confuso programa del MAS es la expresión de su impasse política, o sea de la pretensión de amalgamar las violentas contradicciones sociales del país. Constituye un intento de la raquítica pequeña burguesía profesional, que tiende a ser cooptada por las multinacionales o sus dependencias secundarias, de imponerle su salida a las masas del Altiplano que viven en la miseria. En definitiva, no intenta más que teorizar un tránsito del período revolucionario a una etapa de características democratizantes, tutelada por las burguesías de los países vecinos y el imperialismo.


 


Tomar partido en una gran crisis política


 


Las elecciones del próximo 18 no son una rutina determinada por la Constitución, sino el marco de una crisis política. Las crisis políticas no vienen en envases uniformes; en ocasiones se manifiestan en un proceso electoral. Es el caso de Bolivia. Para vestir de nuevo a la muñeca rusa (o sea resolver la cuestión del petróleo y de las autonomías y producir una mejora social) Bolivia deberá pasar por nuevos cimbronazos, que pueden poner a las masas de nuevo en movimiento.


 


No es indiferente, ni para las masas ni para el imperialismo, que gane Evo Morales o que gane Quiroga. El corresponsal del Financial Times (18/11) cuenta que Morales es recibido en los pueblos campesinos como “un heroico conquistador antiguo”. Obviamente, se refiere, no a Carlo-magno sino a Tupac Katari. Dice también que en los altiplanos que rodean a Cochabamba, lo reciben multitudes de miles de personas adornadas con guirnaldas de flores y hasta hojas de coca. “Las grandes expectativas que ha creado su candidatura pueden amenazar su capacidad para gobernar”, dice el enviado. Como se ve, no se trata de las expectativas electorales habituales, porque se inscriben en una confrontación excepcional que no encuentra salida. Cuando Morales dice en sus actos: “‘Gobernaremos como dueños de nuestro país y nacionalizaremos nuestros recursos naturales’…la multitud responde con un aplauso salvaje” (Financial Times).


 


Por el lado del imperialismo, Thomas Shannon, el secretario de Estado para asuntos hemisféricos, “ha adoptado un bajo perfil”, dice el New York Times, que agrega, sin embargo, que no es la posición prevaleciente.


Numerosos comentarios de prensa han adjudicado la penetración militar norteamericana reciente en Paraguay a la situación boliviana. Para el gobierno de Bush, “Morales responde a Chávez”, que es lo más cercano a un anatema del imperialismo contra el boliviano. Sea como fuere, los yanquis sólo podrían aceptar a Evo Morales como un recurso último e incluso transitorio. Más allá de las contradicciones entre los limitados planteos del MAS y los reclamos de las petroleras; e incluso más allá del trabajo de contención realizado sistemáticamente por Morales, los yanquis no pueden considerar como una salida propia o estable la llegada al gobierno de un dirigente sin aparato, sometido a una enorme presión popular, en el cuadro de un Estado débil más debilitado que nunca. Aunque sigan trabajando para un golpe o incluso para azuzar una secesión de los departamentos de Tarija y Santa Cruz, los yanquis no podrían jugar estas cartas de inmediato por un conjunto de factores adversos, pero antes que nada porque no se lo permite su situación internacional ni la posición política actual de Argentina y Brasil. Para separar a Santa Cruz habría que contar con el apoyo de Brasil. Añadamos que en Santa Cruz se está desarrollando un fuerte movimiento de masas contra la oligarquía local, que defiende la unidad política de Bolivia.


 


En el choque, dentro de dos domingos, entre la candidatura del MAS y el imperialismo y la oligarquía local, la única posición revolucionaria admisible es del lado del MAS contra el imperialismo, pero no con la política o la estrategia del MAS sino con una política y una estrategia realmente antiimperialistas. Esta es la peculiaridad de las elecciones próximas en Bolivia. Los partidos, tendencias u organizaciones de diferente tipo, que no han logrado ocupar un lugar de lucha en el escenario electoral, por las razones que fuere, no pueden valerse de su propia incapacidad para desconocer el terreno que está planteado. En el caso de Bolivia, en particular, los sectores que se encuentran a la izquierda del MAS han fracasado políticamente en forma completa. No pueden presentar reclamos; sólo pueden recuperarse o resarcirse orientando en esta crisis a las masas que van a votar al MAS, o sea hacerlo activamente y con un programa revolucionario. Al ‘capitalismo andino’ del MAS hay que oponerle la confiscación de los pulpos petroleros y la gestión obrera de la industria; no la articulación del precapitalismo con el capital extranjero sino la asociación de las economías precapita-listas a través de un plan único articulado por un gobierno de trabajadores. En oposición al autonomismo, que en las presentes circunstancias sirve incluso a las pretensiones de las oligarquías petroleras, debería reivindicarse la formación de gobiernos locales y departamentales de obreros y campesinos.


 


Qué gobierno, qué Constituyente


 


Una victoria del MAS sería un golpe al imperialismo, incluso si ese golpe está condicionado a las perspectivas que abre esa victoria. Llamamos a votar por el MAS. No amplía los márgenes de maniobra de gobiernos como los de Lula y de Kirchner, sino que los estrecha de cara a la lucha de los trabajadores de sus países. Ensancha el campo de la lucha de clases en América Latina. Reforzaría sí al gobierno de Chávez frente al imperialismo, porque Chávez se encuentra en un choque con el imperialismo, pero no lo fortalecería en su propósito de reducir la actividad política independiente de las masas venezolanas. Ante la amenaza de que esta victoria sea desconocida por medio de fraudes o golpes, llamamos al armamento de los trabajadores para defender el resultado electoral.


 


Los Lula y los Kirchner dicen desear la victoria de Evo obligados por las circunstancias; en otras palabras, hacen virtud de la necesidad. Pero Lula y Kirchner se expresan de este modo porque se aprestan a condicionar una victoria del MAS a los acuerdos parlamentarios (con la venia tácita del imperialismo). Si no es por medio de un gobierno de coalición, será por medio de un gobierno ‘plural’ que integre a las ‘fuerzas vivas’ y a los ‘técnicos’.


Lula ofrecerá su ‘modelo’ de gobierno de colaboración de clases con la oligarquía y el gran capital. La fase de la crisis política que inaugurará el reconocimiento de la presidencia de Evo Morales exigirá un planteo concreto de lucha contra cualquier coalición abierta o disfrazada con la burguesía o con la pequeña que actúa dentro de los círculos imperialistas. La denuncia contra cualquier forma de gobierno de coalición deberá ir acompañada con la consigna de formar asambleas populares y comités de fincas, talleres y minas. Dada la presión excepcional que la inquietud popular está ejerciendo en las fuerzas armadas, en especial en los cuarteles de Santa Cruz, donde hay resistencia a la agitación secesionista, es fundamental una actividad política concreta para la conquista práctica de los militares de base contra toda infiltración derechista a guisa de gobierno de coalición o ‘plural’.


 


Evo Morales ya ha dicho que convocaría a la Asamblea Constituyente para resolver la cuestión de la soberanía energética y de las autonomías. Sin embargo, para que esta Constituyente pueda convocarse en una perspectiva revolucionaria sería necesario, en primer lugar, que el gobierno que la convoca tome de inmediato medidas revolucionarias -como nacionalizar realmente el petróleo, reestatizar la previsión social (‘capitalización’), aumentar salarios y jubilaciones, establecer un salario mínimo igual al costo de la canasta familiar, recuperar el servicio de agua. Como el MAS no tiene la menor intención de ejercer su mandato de este modo, la Constituyente podría servir para estrangular el proceso revolucionario. Diversos sectores populares, que tienen conciencia de esta situación, plantean que la Constituyente debe excluir a los diputados que serán elegidos el 18; debe otorgar una representación calificada del 65% a los candidatos indígenas y un 15% a los obreros, o sea a los que designen como candidatos las bases sindicales. En cualquier caso, debemos criticar que se espere a la Constituyente para tomar medidas de confiscación de los pulpos y el control obrero, y sobre esta base preparar a las masas, mediante la agitación y organización, para actuar frente a una próxima Constituyente.


 


El llamado a votar a Morales y al MAS, con este programa, permite intervenir en la crisis política e interesar a las masas inquietas por el desenlace electoral, o sea que crea una posibilidad de organización y una posibilidad de desarrollo. Constituye una delimitación política clara frente a la tendencia al compromiso y a la capitulación de Evo Morales y el MAS. El abstencionismo, en cambio, no tiene otro auditorio que los pequeños grupos, algunos estudiantes y a las clases medidas confundidas, más dispuestas a votar a la derecha que a la izquierda. Cuando un planteo político consigue reunir la condición de servir para la delimitación política del oportunismo y para la lucha práctica contra el imperialismo, podemos decir que es el más adecuado para desarrollar una alternativa revolucionaria.


 

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