La victoria del “No” en el referéndum francés sobre la llamada Constitución Europea ha tenido profundas consecuencias sobre el escenario político del viejo continente.
En primer lugar, el resultado del referéndum ha registrado y amplificado, a su vez, la enorme crisis de consenso acumulada por las políticas dominantes en Europa en los últimos quince años. Las profundas dificultades de los distintos gobiernos imperialistas en su relación con los propios bloques sociales de consenso tuvieron un rol determinante en la crisis del acuerdo sobre el presupuesto comunitario de la Unión Europea. La persistente crisis económica del capitalismo europeo en el cuadro de la competencia mundial contribuye, a su vez, a la impasse.
En segundo lugar, el voto francés constituyó un factor detonante sobre las contradicciones más estrictamente políticas de la UE. Ya la guerra de Irak había evidenciado y agravado la contradicción de fondo entre los imperialismos europeos: de un lado, el eje franco-alemán, orientado a la construcción de un polo imperialista europeo bajo su propia hegemonía; del otro lado, un imperialismo inglés, tradicionalmente ligado al imperialismo norteamericano. El voto francés, golpeando un tratado constitucional impulsado principalmente por el eje franco-alemán, ofreció al imperialismo británico un espacio de maniobra política más amplio. El resultado de conjunto es muy simple: la entera construcción de la UE registra una parálisis sustancial.
La crisis de la UE ha puesto en evidencia que el centroizquierda europeo se encuentra en una situación singular. Ninguna tendencia política ha colaborado tan especialmente, en los principales países de Europa, en la gestión directa de las políticas estructurales de la UE contra la clase obrera y las masas populares. Por eso, la desautorización producida por el voto no podía ser más despiadada. Por otro lado, para sectores decisivos de las burguesías imperialistas, la misma crisis europea actual tiende a demandar nuevamente un rol del centroizquierda. Las burguesías del viejo continente tienen una doble exigencia. Por una parte, deben relanzar una nueva ofensiva antipopular, que se ha vuelto mucho más necesaria debido, precisamente, al agravamiento de la crisis económica y política europea. Por la otra, tienen la necesidad de evitar que la impaciencia social revelada por el voto francés se transforme en una radicalización en masa y en una explosión de la lucha. ¿Cómo responder a esta doble exigencia? Invirtiendo nuevamente en el centroizquierda: en la socialdemocracia liberal en Francia, en la coalición de la Unión en Italia.
Paradójicamente, la izquierda del “No” al actual tratado europeo no ofrece ninguna respuesta real a este proyecto.
Es el caso del llamado Partido de la Izquierda Europea, conducido por el PRC italiano, que ha reivindicado formalmente el “No” a Maastricht. Ocurre que la casi totalidad de sus integrantes ya han colaborado, en el curso de los años ’90, con la construcción de la Europa imperialista: como en el caso del PCF, en el gobierno de Jospin de 1997-2001, que realizó el grueso de las privatizaciones en Francia; como en el caso del PRC italiano, ya involucrado en 1996-98 en las peores políticas antiobreras de la década pasada (flexibilización y precarización del trabajo, récord de privatizaciones en todos los sectores estratégicos, desgravación de los beneficios y alimento de los impuestos a las rentas más bajas, campos de detención de los inmigrantes). Esos mismos partidos reeditan hoy la contradicción entre las palabras y la realidad de un modo probablemente aún más caricaturesco. Por un lado, llegan a exaltar la victoria del “No” contra aquellas políticas dominantes que ellos mismos sostuvieron en el pasado. Por el otro, saludan la convocatoria a ingresar al gobierno que les dirige el centroizquierda, para continuar y relanzar esas mismas políticas que el “No” francés ha rechazado. Así, la Izquierda Unida de España ya forma parte de la mayoría del gobierno de Zapatero, que apoyó e impuso el “Sí” al tratado europeo. El PCF se recandidatea a una perspectiva de gobierno con la socialdemocracia liberal que fue arrollada por el “No”. El PRC, en particular, se prepara a participar, por primera vez en forma directa, en un gobierno de centroizquierda.
Por otra parte, el obsesivo relanzamiento propagandístico de una “Europa social, democrática y de paz” por la galaxia de la llamada “izquierda anticapitalista”, encabezada en particular por la LCR francesa y el denominado Secretariado Unificado, se revela mucho más hoy como una utopía pequeñoburguesa. Hoy más que nunca, no sólo la naturaleza imperialista de la UE, sino la misma precipitación de su crisis interna después del “No” francés, pone al desnudo que no hay conciliación posible entre el capital y trabajo, entre imperialismo y paz. En la práctica, la contracara concreta y el significado político de aquella utopía es doble: de un lado, provee, de hecho, cobertura ideológica a la propaganda del Partido de la Izquierda Europea y a la vocación progubernamental de sus secciones, al punto que, por efecto de arrastre, la LCR francesa parece insinuar, por primera vez, una participación propia en un futuro gobierno “antiliberal” de la Unión de Izquierda comandado por el imperialismo francés. Por otro lado, aquella utopía ideológica ayuda a preservar, en el movimiento obrero y en los movimientos de masas, a partir del movimiento “antiglobalización”, aquellas ilusiones reformistas que obstaculizan el desarrollo de su movilización y su coherencia política.
La Coordinadora por la Refundación de la IV Internacional y sus secciones de Europa rechazan toda utopía reformista. Todas las vicisitudes de la construcción de la UE en los últimos quince años demuestran la actualidad del análisis de Lenin: “una unidad europea sobre bases imperialistas o es imposible o es reaccionaria”. Alentar la ilusión de que bajo la presión de los movimientos, es posible su desarrollo en sentido progresivo, significa poner de cabeza la realidad. Que esto ocurra en el mismo momento en que grandes masas se rebelan frente a las clases dominantes europeas representa otra paradoja. En realidad, la creciente impaciencia de las masas hacia las políticas dominantes y los gobiernos que las apoyan, puede y debe darse en una sola perspectiva real y progresiva: la de una lucha revolucionaria por el derrocamiento de las clases dominantes de Europa a favor del poder de los trabajadores y las trabajadoras, por la refundación de Europa sobre bases socialistas. Sólo esta consigna puede cerrar el camino, desde una perspectiva de clase, al desarrollo de posiciones antieuropeístas y nacionalistas de signo xenófobo y reaccionario.
La victoria del “No” francés demuestra la centralidad del desarrollo de una oposición comunista y de clase a todos los gobiernos de las burguesías europeas. Más aún en el momento en que el efecto retorno del centroizquierda en países clave de Europa apunta a conjugar ofensiva antipopular con desactivación de la reacción social.