China: Hay una rebelión en marcha


La burocracia masacra campesinos


Desde la masacre de Tiananmen (1989), es la primera vez que la policía china dispara abiertamente y a la luz del día contra una multitud movilizada. La masacre de Shanwei es, hasta cierto punto, excepcional; la movilización campesina, no: desde hace una década viene creciendo de manera exponencial. El principal motor de las rebeliones es la expulsión de los campesinos de sus tierras para dar lugar a “emprendimientos privados”. En los últimos años, cuarenta millones de campesinos fueron despojados de sus tierras. Por eso creció también la violencia de los choques entre los campesinos, las fuerzas policiales y las bandas de esbirros armadas por los ‘empresarios’.


 


La tensión en el campo va mucho más allá de los campesinos despojados de sus tierras. Incluso los que las conservan ven empeorar, día a día, su situación: la “apertura” de China significa que en su propio mercado interno los productos agrícolas no pueden competir con la subsidiada producción occidental: “la cadena de supermercados Carrefour, que tiene una notable presencia en China, importa el 80% de los productos alimentarios que ofrece en sus góndolas” (Corriere della Sera, 19/7). Por eso, no es de extrañar que, además de las movilizaciones por la tierra, “se han producido asaltos a los McDonald’s, a la cadena Kentucky Fried Chicken y a las propiedades del Estado, como las estaciones de telecomunicaciones, por parte de campesinos desesperados” (ídem).


 


Transformación social


 


Las revueltas campesinas ponen en el primer plano la cuestión del régimen de propiedad de la tierra. Aunque la reforma constitucional de 2003 restableció la propiedad privada, no la extendió a las tierras cultivadas, que continúan siendo de propiedad “comunal”. Los campesinos las reciben con un “derecho de uso”, generalmente por treinta años.


 


“El rechazo del partido a permitir la propiedad privada de la tierra limitó la toma de tierras rurales para uso industrial, expansión urbana o construcción de infraestructura” (The Economist, 25/9). Sin embargo, las burocracias de pueblos y aldeas -actuando como verdaderos 'dueños’ de las tierras ‘comunales’- continuaron expulsando campesinos y embolsando las compensaciones pagadas por las empresas que se apropian de las tierras. Por esta vía continuó progresando la apropiación privada de tierras rurales. Pero conforme crece esa apropiación, crece también el reclamo de los privilegiados por la extensión del derecho de propiedad privada a la tierra.


 


Para frenar la guerra civil en el campo, la burocracia central ordenó la suspensión por seis meses de la transformación de tierras rurales a otro uso; las excepciones deberán ser aprobadas personalmente por el primer ministro. Teme, además, que la súbita transformación de tierras de cultivo en plantas de energía, hoteles, oficinas y hasta canchas de golf amenace la “seguridad alimentaria” de las ciudades. Pero, por sobre todo, teme que la codicia de las burocracias locales termine desencadenando una reacción general. El énfasis de la burocracia central en el ‘orden’ y la ‘estabilidad’ revela su conciencia de estar pisando un campo minado.


 


La expulsión de campesinos prosigue, así como el robo por parte de la propia burocracia de las sumas destinadas a compensar los desalojos. El acaparamiento de esos fondos “es uno de los medios primarios para la formación del capital en China” (Stratfor., 13/12). “Una de las vías para convertirse en un empresario en China es transformarse en un funcionario gubernamental que puede usar los fondos públicos para su acumulación personal y para establecer una red (…) de contactos que le permita moverse más tarde a los negocios. Con masivas expropiaciones de tierras en la última década, las oportunidades (y la compulsión) para robar los fondos destinados a los campesinos son muy grandes. Para mantenerse en su puesto, un funcionario del gobierno debe sostener una serie de relaciones con superiores, colegas y subordinados. Estas relaciones están basadas en el dinero. Si un funcionario no recauda el dinero suficiente para mantenerse en su lugar en la burocracia, lo perderá. Así, el robo de los fondos se ha transformado en un sistema” (ídem).


 


Pirámide y anarquía


 


No sólo se trata, sin embargo, del enriquecimiento de una burocracia que busca transformarse socialmente en capitalista. La anarquía del proceso de restauración capitalista es, por sí misma, un poderoso factor de expropiación de los campesinos.


 


La sistemática transformación de tierras de cultivo al uso industrial y a ‘emprendimientos’ privados “es un proceso crítico en el corazón de la industrialización china” (ídem). El rápido crecimiento chino es la consecuencia de una masiva inversión en fábricas, capacidad de producción, oficinas, hoteles y viviendas de lujo, financiados con créditos de la banca oficial. Los bancos oficiales chinos acumulan, por eso, créditos incobrables equivalentes a la mitad del PBI, lo que significa que está en curso una catástrofe financiera.


 


La rentabilidad de la mayoría de esas inversiones es muy baja. “Dentro de lo que podría llamarse la burocracia empresaria -con proyectos piramidales, con poco capital y altamente ‘apalancados’ que se acumulan unos arriba de otros-, nuevos proyectos de inversión son necesarios para generar el efectivo (es decir, el crédito bancario) que estabilice los viejos y fracasados proyectos (…) Esto significa que es necesario un agresivo crecimiento económico. Esto significa también que una dislocación social masiva -incluido el robo de la tierra-es inherente al sistema chino” (ídem).


 


Nuevos robos de tierras son necesarios para impedir que se caigan los ‘emprendimientos’ montados sobre las tierras robadas en el pasado. El “milagro chino” aparece, bajo esta luz, como una “pirámide”, un esquema en el cual los nuevos fondos sirven para pagar la renta inexistente de las viejas y fracasadas inversiones. En toda la historia del capitalismo no hay una sola “pirámide” que no haya terminado en un estrepitoso estallido.


 


Crisis mundial


 


Los campos minados que enfrenta la burocracia son múltiples. Por las mismas razones -el ‘orden’ y la ‘estabilidad- prohibió la transferencia del aumento del precio internacional del crudo a los precios internos de sus derivados. Teme que un aumento generalizado de los combustibles desate una inflación caótica que agudice las contradicciones del proceso económico, liquide las ya miserables condiciones de vida de los trabajadores de las ciudades y ponga en peligro la ‘estabilidad política’.


 


Tampoco aquí la burocracia logró imponerse a las tendencias destructivas de la restauración capitalista. Las refinadoras locales (en su mayoría estatales) rechazan trabajar a pérdida; por eso, comenzaron a exportar su producción, desabasteciendo el mercado interno. “No somos una red de asistencia social”, protestó uno de los gerentes de la estatal Sinopec (Financial Times, 27/8). El abastecimiento ‘normal’ sólo volverá con el aumento de los precios internos. La falta de combustibles ya está provocando paralizaciones industriales y protestas de los consumidores. Mientras China desarrolla una activa campaña internacional para asegurarse la provisión de crudo, los ‘mecanismos de mercado’ promueven la fuga de sus derivados al exterior. Sea por la vía de la inflación o por la del desabastecimiento, el mercado mundial altera la “paz social”.


 


El principal campo minado, con todo, se encuentra en su relación con Estados Unidos. Es una consideración unánime que esta relación “es la más importante”, no sólo para ambos países sino también para la economía mundial. El nudo de la crisis radica en la desigualdad en el comercio entre ambos países (China acumula un superávit comercial de 200.000 millones de dólares con Estados Unidos) y en la divergencia en el balance de cuenta corriente de ambos países: mientras China acumula un superávit del 7% de su PBI, Estados Unidos acumula un déficit del mismo orden.


 


“Estos desequilibrios son insostenibles” (Financial Times, 24/8). Junto con el crecimiento del déficit comercial, crecen en Estados Unidos los reclamos proteccionistas. Ya se establecieron restricciones al ingreso de textiles, televisores, semiconductores y muebles; el Senado está a punto de aprobar una ley que estipula que, a menos que China revalúe su moneda en un 25%, impondrá tarifas aduaneras del 27,5% a todas sus importaciones.


Alternativamente, “es sólo una cuestión de tiempo hasta que el dólar caiga otro 20%, forzando a ambos países a ajustarse…” (ídem).


 


La revalorización del yuan (y la fijación de su valor en base a una canasta de monedas) fue una respuesta incoherente a este desequilibrio. Fred Bergesten, del Instituto de Economía Internacional, reclama que China ofrezca “concesiones sustanciales” en el acceso de productos importados a su mercado interno, en particular en los productos agrícolas (ídem).


 


La baratura de las mercancías industriales chinas, sin embargo, no proviene de la manipulación de la moneda; tampoco, exclusivamente, de la baratura de la fuerza de trabajo. Es una cuestión más general. En algunos sectores, la utilización de equipos, diseños y constructoras nacionales les permite a los chinos construir fábricas e instalar maquinarias a un valor entre un 30 y un 50% inferior del valor que pagarían competidores extranjeros" (El Cronista, 20/7). El capital se ha valido de esta divergencia de valores para convertir a China en una base de exportaciones al mercado mundial. China exporta la mitad de su PBI e invierte el 40%. Es un factor potencial de dislocamiento del mercado mundial, que a su turno podría desatar una catástrofe en China.


 


La China obrera y campesina


 


China es una masa de campesinos despojados de sus tierras y obreros industriales forzados al desempleo. Las contradicciones sociales se agudizan día a día.


 


“Hay masivos movimientos sociales en juego que combinan las dos fuerzas más poderosas de China: los obreros y los campesinos. Sus intereses están convergiendo. Lo importante es tomar en cuenta que la cantidad y la intensidad de estas confrontaciones están creciendo. La cuestión es cuán lejos llegará el descontento” (Stratfor, 13/12).


 


Este cuadro de crisis, determinado por las contradicciones de la economía mundial y del propio proceso restauracionista, pone a las revueltas campesinas en su verdadera perspectiva: el anticipo de enormes conmociones sociales en toda China.


 


Condiciones de trabajo


 


“Jornadas de 15 horas semanales, semanas de siete días de trabajo, obligación de hacer horas extras, bajos salarios, sueldos no pagados, condiciones insalubres, prohibición de hablar, vigilancia con cámaras, alojamiento en dormitorios atestados, documentos retenidos o limitación del número de veces que se puede ir al servicio (baño) son corrientes en China, especialmente para los 140 millones de emigrantes” de las zonas rurales a la costa.


 


Según cifras oficiales, mueren al año 15.000 trabajadores en accidentes laborales; sólo en las minas murieron 6.000 trabajadores en el 2004. Expertos independientes consideran que las cifras reales son mucho mayores. (El País, 19/11).


 

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