Irák: Los yanquis reculan


Las elecciones parlamentarias en Irak forman parte del “proceso político” que están armando los yanquis para preparar una “retirada”, que no será tal. El imperialismo pretende mantener en Irak bases militares y ejercer un poder aéreo y naval indisputado (el “nuevo ejército” iraquí carece de unidades aéreas y navales capaces de defender sus fronteras; es apenas un ejército de ocupación contra su propio pueblo). Pretenden, además, continuar con el monopolio de los negocios de la “reconstrucción” y de los recursos petroleros de Irak.


La crisis política norteamericana, disparada por la impasse de la ocupación, ha puesto la “retirada” en el centro de la agenda. Los altos oficiales del Pentágono (y una buena parte de la llamada “comunidad de inteligencia”) han llegado a la conclusión de que no pueden derrotar militarmente a la resistencia. Un ejército obligado a pelear una guerra que no puede ganar, está condenado a descomponerse.


 


Los signos de esa descomposición ya empiezan a manifestarse. “Existen graves preocupaciones entre los militares acerca de la capacidad del Ejército norteamericano para sostener dos o tres años más de combates en Irak” [The New Yorker, 25/11). La escasez de tropas de un ejército que no puede -por temor a una rebelión juvenil- recurrir a la conscripción obligatoria, es apremiante. Michael O’Hanión, especialista en cuestiones militares de la Brookings Institution, advierte que “si el presidente decide mantener el presente curso en Irak, algunas tropas deberán estar obligadas a servir en cuartos y quintos tumos de combate en 2007 y 2008, lo que traería serias consecuencia para los niveles de moral y competencia” (ídem). No hace falta esperar tres años: el diputado demócrata John Murtha denunció que “cincuenta mil soldados norteamericanos sufren la llamada ‘fatiga de combate’…” (ídem).


 


Cada día que las tropas siguen en Irak, es un nuevo golpe al Ejército. Por eso el generalato está presionando al gobierno para sacarlas de Irak lo más rápidamente posible.


 


 


“Proceso político"


 


El llamado “proceso político” no sólo incluye a los shiítas (religiosos y laicos) y a los kurdos, es decir al personal político con el que se ha intentado, sin éxito, “estabilizar” Irak. La novedad es que también incluye a la mayoría de los representantes políticos de la resistencia iraquí (mayoritariamente sunita). “Partes sustanciales de la resistencia llamaron a entrar en la disputa electoral con el objetivo de obtener tantos diputados a la Asamblea Nacional como sea posible” (Antiimperialist Camp, 24/12).


 


El nuevo “proceso político” incluye, además, “la apertura hacia sectores de la resistencia del partido Baath (el partido de Saddam)” (ídem): como parte de esa “apertura”, pocos días después de las elecciones fueron liberados  25 altos funcionarios del régimen de Saddam.


 


La otra novedad -confirmada por el propio Bush- es que el embajador norteamericano en Bagdad ha sido autorizado a entablar negociaciones directas con Irán para encaminar el “proceso político”.


 


El imperialismo negocia con todos -incluidos los rebeldes, los partidarios de Saddam y los integrantes del “eje del mal”- para poner en Bagdad un gobierno de “unidad nacional” que le permita “retirarse” de Irak.


 


“Unidad nacional”


 


El gobierno de “unidad nacional” debería incluir a todas las fracciones relevantes, hoy enfrentadas política y militarmente: los shiítas, los sunitasy los kurdos. A la cabeza de este gobierno contradictorio, los yanquis están dispuestos a imponer (fraude mediante) a un hombre de su confianza: Ilyad Allawi, shiíta laico y, por sobre todo, agente de la CIA. Sin embargo, “las posibilidades de que emeija un gobierno de coalición amplio, tolerante, multi-sectario, no son brillantes” (The Economist, 17/12).


 


El primer obstáculo es el reparto de los ingresos petroleros: los shiítas y los kurdos reclaman que la propiedad de los hidrocarburos (que se concentra en las regiones que cada uno de ellos domina) quede en manos de las entidades regionales; no del gobierno federal. Ligado directamente a esto, la constitución aprobada recientemente (con la oposición de los sunitas), otorga amplios poderes “federales” (autonómicos) a los shiítas en el sur y a los kurdos en el norte. Un acuerdo para la formación de un gobierno de coalición debe incluir, necesariamente, el compromiso de kurdos y shiítas de reformar la constitución y repartir los beneficios del negocio petrolero.


 


El segundo son las milicias. Los shiítas y los kurdos incorporaron sus milicias al “nuevo ejército” iraquí, en el que actúan como fuerzas de choque contra los sunitas. Son innumerables los informes que indican que estas milicias -que constituyen el verdadero poder tanto en el sur (shiíta) como en el norte (kurdo), secuestran, torturan y asesinan a la población sunita. La resistencia (mayoritariamente sunita), mientras tanto, ataca las mezquitas y masacra a la población shiíta.


 


A todo esto hay que sumar las disputas religiosas (que no sólo enfrentan a sunitas y shiítas, sino también a los islámicos con los laicos, una corriente de fuerte tradición en Irak) y el reclamo “irrenunciable” de los kurdos sobre la ciudad de Kirkuk, donde aspiran a establecer la capital de su región autónoma. En Kirkuk (y en toda su provincia) las milicias kurdas se han librado a una verdadera “limpieza étnica” de la población árabe.


 


Además de las contradicciones explosivas que enfrentan a las distintas fracciones, están las que se presentan al interior de cada una de ellas, en particular entre religiosos shiítas. El clérigo Al Sadr encabeza su propia milicia, que sostiene una lucha política abierta (y en ocasiones militar) contra las milicias del “partido de la revolución islámica” (Sciri) y las del partido Dawa, el núcleo de la coalición shiíta, por la preeminencia en el sur. Al Sadr es seguido por la población shiíta más empobrecida, en particular en las barriadas más miserables de Bagdad.


 


La crisis política es brutal: por eso, “Estados Unidos deberá usar toda su influencia para extraer cierta generosidad” de los religiosos shiítas, cuya lista parece haber ganado las elecciones (The Economist, 17/12).


 


El problema principal, con todo, es que un gobierno formado para facilitar !a “retirada" norteamericana no sobreviviría a la partida de las tropas yanquis. Los “líderes kurdos dijeron en entrevistas que esperan que los shiítas creen un Estado semi-autónomo y luego un Estado independiente en el sur como ellos quieren hacer en el norte” (Miami Herald, 28/12).


 


Acuerdo internacional


 


Para poder irse de Irak sin que el país caiga en una guerra civil (que necesariamente involucrará a sus vecinos), el imperialismo necesita armar un gran acuerdo internacional, que sostenga al gobierno de “unidad nacional”.


 


Kissinger lo dijo muy claramente: “A los países relevantes para la seguridad y la estabilidad de Irak, o que consideran que su seguridad y estabilidad está afectada por los acuerdos emergentes, se les debe garantizar una sensación de participación en la próxima etapa de la política iraquí. Las instituciones políticas en desarrollo en Irak necesitan construirse en un sistema internacional y regional (…) porque, de otra manera, Estados Unidos tendría que funcionar sólo como el policía permanente, un papel que cualquier gobierno iraquí probablemente rechace en el largo plazo y que el debate mismo que se analiza aquí toma imposible” (Viewpoint Syndicate, 18/12).


 


Los “invitados” -Europa, los países de la región, Rusia, China, Pakistán y la India- ven, por sobre todo, la posibilidad de meterse en los negocios petroleros y financieros que deberán acompañar al ‘acuerdo internacional’. El problema es que Bush y su gabinete de criminales de guerra y torturadores no están dispuestos a ceder gran cosa en el control que han impuesto en materia política y en el negocio energético. La ocupación de Irak obedeció en gran parte, precisamente, al propósito de sacar del Golfo Pérsico a los monopolios rivales de Estados Unidos. Un arbitraje internacional sobre Irak involucraría, asimismo, una injerencia del imperialismo europeo en !a crisis palestina.


 


Para retirarse de Irak, Estados Unidos necesita un gobierno díspueíT to a aceptar un gran acuerdo internacional. Así, la guerra que se inició para producir un “cambio de régimen” en Bagdad terminará produciendo un “cambio de régimen” en Washington.


 


Por los Estados Unidos Socialistas de Medio Oriente


 


Bajo la presión del imperialismo y de la crisis mundial, el conjunto de los regímenes de Medio Oriente se está desintegrando. No sólo se trata de Irak, sino también de Siria, Líbano y hasta la propia Arabia Saudita. Las fronteras artificialmente levantadas no pueden contener la pudrición de regímenes minoritarios que enfrentan crisis políticas de fondo que amenazan su supervivencia.


 


Está en curso una nueva repartija de Medio Oriente, la que sería una nueva carga para las masas de la región. Los obreros y campesinos deberán pagar con su sangre, su sudor y sus lágrimas el renovado saqueo imperialista y la supervivencia de regímenes reaccionarios acabados.


 


Esta crisis pone en el primer plano la vigencia y actualidad de la consigna de los Estados Unidos Socialistas de Medio Oriente. La desintegración meso-oriental demuestra que no es una alquimia ni una receta: es la única salida para las masas explotadas, obreras y campesinas, de toda la región.


 

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