Populismo y Marxismo


El objeto de este artículo es examinar un texto, “Para una Teoría del Populismo”, que forma parte del libro de Ernesto Laclau, “Política e Ideología en la Teoría Marxista – Capitalismo, Fascismo, Populismo”, que fue publicado originariamente algunos años atrás. Más recientes, en cambio, son sus traducciones al español y al portugués, las que han tenido una calurosa acogida en medios académicos latinoamericanos identificados con la intelectualidad progresista. Su atractivo, en este caso, se explica por la pretensiosa tentativa del autor de abrir nuevos campos para el pensamiento marxista, para romper con el supuesto “eurocentrismo provinciano de la Segunda y Tercera Internacional”, que estaría marcado por un desvío teórico -que Laclau denomina “reduccionismo de clase”. A esto atribuye el autor la incapacidad del “marxismo”, para comprender fenómenos tan decisivos como el fascismo y el populismo.


 


Hablamos de atractivo para la “inteligencia” latinoamericana de izquierda porque ésta, en su absoluta mayoría, cultiva con particular entusiasmo todo tipo de eclecticismo que aparezca como innovador, superando lo que sería el carácter arcaico del marxismo clásico y que, en casi todas las circunstancias, es apenas una regresión teórica monumental. El mecanismo teórico de esta regresión no es nuevo: puesto que el stalinismo surgió del seno del partido de Lenin, es en las raíces mismas del bolchevismo y, por lo tanto del marxismo, que se busca la fuente primitiva de la barbarie posterior cometida en su nombre. La constatación formal suprime la dialéctica más simple, a saber, que el stalinismo es la negación del bolchevismo y no su continuidad, que su política interna y externa no es el resultado de un determinado planteo teórico, sino que expresa, bajo la forma de un empirismo brutal, los intereses de una casta particular emergente del atraso y del aislamiento de la Rusia soviética y que -como todo lo que brilla no es oro— no basta autotitularse marxista para ser considerado como tal. La apreciación es pertinente, pues el propio Laclau procede a la crítica de las concepciones del stalinismo, o de ciertos teóricos de izquierda, sobre el nacionalismo y el fascismo, como si estuviera sometiendo al análisis al “marxismo”, convertido en una verdadera bolsa de gatos. Stalin y Trotsky, por ejemplo, serían variantes -derecha e izquierda- del propio marxismo.


El libro en cuestión incluye cuatro textos independientes, escritos en circunstancias diversas. Tres de ellos constituyen una polémica con otros autores sobre la cuestión de los modos de producción en América Latina y sobre el fascismo; el cuarto plantea de una manera más orgánica la concepción de Laclau sobre la cuestión del populismo (“Para una Teoría del Populismo”). La obra de Laclau permite verificar que, lo que se presenta como novedad no es más que, en un lenguaje oscuro y esotérico, una reedición disfrazada de viejos planteos nacionalistas, que tanto contribuyeron -y contribuyen- a afirmar el dominio de la política burguesa sobre el movimiento de la clase obrera.


El populismo según el autor


De acuerdo a Laclau pocos conceptos como el de populismo “han sido tan ampliamente usados en el análisis político contemporáneo, aunque menos todavía hayan sido definidos con menor precisión (…) a la obscuridad del concepto se agrega la indeterminación del fenómeno al que se refiere. ¿Será el populismo un tipo de movimiento o un tipo de ideología? ¿Cuáles sus fronteras?”. De ahí que el objetivo central del texto sea “el de plantear propuestas que puedan contribuir para la superación de esta imprecisión” (págs. 149 y 150).


 


¿En qué consiste, entonces, el populismo para Laclau? En las reivindicaciones no clasistas integradas en el discurso o programa de determinado movimiento político de oposición al régimen existente. En la definición más sofisticada del autor: “El elemento estrictamente populista no reside en el movimiento como tal, ni en su discurso ideológico característico -que, como tales tendrán siempre una pertenencia de clase- y sí en una contradicción no clasista específica articulada a este discurso” (pág. 171). La prueba de que estas reivindicaciones no clasistas tendrían una existencia real se manifiesta – según el autor— en las propias referencias de los marxistas a cosas tales como la “lucha secular del pueblo contra la opresión”, las “tradiciones populares de lucha”, la clase obrera como “realizadora de tareas populares incompletas”, etc. (pág. 173). (Nótese en esta última referencia, de pasada, la pequeña trampa: el autor modifica una de las tesis clásicas de la teoría de la revolución permanente de Trotsky, el proletariado como ejecutor de tareas burguesas no cumplidas por la burguesía, sustituyendo burguesas por populares, para atribuirles así, un carácter “no clasista”; ya volveremos sobre esta cuestión). Por lo tanto, Laclau concluye en que no toda reivindicación o elemento ideológico tiene un “carácter de clase”, y en que en el no reconocimiento de esto consiste justamente el “reduccionismo de clase” de la II y III Internacional. El razonamiento del autor se completa del siguiente modo: si la burguesía consigue integrar las reivindicaciones "populares”, que no tienen ninguna determinación clasista, a su propio discurso, tendremos el populismo burgués; si es el proletariado el que lo logra alcanzaremos la variante de “populismo socialista”, su expresión más elevada y radical. “En el socialismo, por consiguiente coinciden la forma más elevada de ‘populismo’ y la solución del último y más radical de los conflictos clasistas.” (pág. 202).


 


Debe llamarse la atención para la afirmación de que, en el socialismo, populismo y clasismo “coinciden”. Esto es lo que Laclau presenta como lo esencial de su aporte teórico: el socialismo es la “fusión” de populismo y clasismo y, en la misma medida, ya no es ni una cosa ni la otra, por eso se define como “socialismo populista”. La innovación consistiría en cuestionar que el socialismo sea la negación del populismo burgués, es decir, que sea la realización de los objetivos históricos del proletariado -dictadura de clase, abolición de la propiedad privada, desintegración progresiva del Estado, república mundial de los Soviets (todo esto sería reduccionismo clasista).


 


El razonamiento, en realidad, es tautológico ya que lo que el autor predica está implícito en su postulado. El socialismo no es la negación del populismo —según Laclau-, porque él mismo ya le retiró a éste su carácter específico, o sea, burgués. El autor parte de un postulado falso, que los objetivos y reivindicaciones democrático-populares tienen un carácter neutro, “no clasista”, y, en este caso, su conclusión es apenas coherente con la falsedad de su punto de partida. En verdad, el carácter burgués de los objetivos democráticos y populares está determinado por el hecho de que la consecuencia de su resolución integral corresponde al desarrollo de la sociedad burguesa: es la igualdad formal de los ciudadanos y la desigualdad real de las clases, el trabajador libre y no la liberación del trabajo asalariado, la libertad de los propietarios y no la liberación de la propiedad privada. El reino de lo popular-democrático, el reino del populismo, es la sociedad burguesa, no precisa de aditamentos para ser calificado de burgués y no es casualidad que la generalización del término —populismo— se haya desarrollado precisamente para designar al democratismo o al nacionalismo de contenido burgués. El planteo de Laclau coincide, exactamente con el populismo ruso, al que Lenin combatió, porque negaba, justamente, el carácter burgués de la revolución. 


Laclau -también- eliminó el carácter específicamente clasista del populismo (burgués) y el elemento puramente clasista del socialismo (obrero). En esto, el autor es plenamente “populista” porque la función básica del populismo es la de confundir ambas cosas, eliminar las fronteras entre lo burgués y lo proletario, diluirlas en conceptos ahistóricos sobre lo popular y lo democrático, velar el carácter burgués de las tareas democráticas y populares, para mejor diluir al proletariado en la burguesía, durante la lucha común contra el feudalismo y/o el imperialismo. En esta fusión de clasismo y populismo, Laclau procede a un rescate político del nacionalismo burgués, al que presenta como antesala del socialismo; el socialismo sería la continuidad del nacionalismo, populismo radicalizado: “la ideología popular tornóse cada vez más antiliberal -afirma Laclau en relación a la Argentina de principios de la década pasada- y, en los sectores más radicalizados, pasó a fundirse con el socialismo, ‘socialismo nacional' fue la fórmula acuñada en el transcurso del pro-ceso” (pág. 196). Esto es falso en dos sentidos. Primero, la fórmula de “socialismo nacional” no fue acuñada por los sectores populares más “radicalizados” sino por Perón, y fue históricamente planteada inclusive por la derecha fascistoide peronista. Segundo, cuando la izquierda peronista enarboló esta bandera y levantó la consigna de “patria socialista”, esto no significaba ninguna fusión con el socialismo. Al revés, el socialismo nacional fue la cobertura de su sometimiento al populismo, al nacionalismo burgués. Con el disfraz de “socialista”, la izquierda peronista se integró a un gobierno enteramente burgués, de colaboración con el conjunto de partidos patronales gorilas y las Fuerzas Armadas —y, por esta vía, con el imperialismo. (Nótese que Laclau presenta elogiosa-mente a la tendencia antiliberal, olvidando el pequeño detalle de que era una tendencia corporativista, antidemocrática, de sometimiento policial y legal de las organizaciones obreras. De "demo- cratista” Laclau culmina en antidemocrático. Es que “olvida” que el demócrata o nacionalista burgués es absolutamente inconsecuente en sus planteos “no clasistas”, ya que le interesa la lucha contra la reacción sólo en la medida en que le permite su explotación del proletariado).


 


El planteo de Laclau, desencarnado del teoricismo abrumador de su texto es el de la Juventud Peronista: con Perón al socialismo. Su confusión política es idéntica: “el avance en la dirección del socialismo sólo puede consistir en una amplia serie de luchas, a través de las cuales el socialismo afirma su identidad popular y el pueblo sus objetivos socia-listas" (pág. 202). Todo aquí se encuentra invertido: lo específico del socialismo, que debe afirmarse como su “identidad” es su carácter de clase obrera (y no popular) puesto que materializa los objetivos históricos del proletariado, que son internacionales (y no nacionales); el pueblo, a su tumo, es una abstracción que designa al conjunto de clases de la Nación que no ha completado su revolución democrática o nacional -trabajadores, campesinos, pequeña burguesía, burguesía- siendo que las tareas popular-democráticas no superan el cuadro burgués (y no son, por lo tanto, socialistas). Laclau le da contenido "socialista” al pueblo y a las reivindicaciones democrático-populares, mistificando el carácter de clase de éstas; ésta es la esencia de su planteo.


 


No clasismo y lógica de clase


 


El planteamiento sobre la existencia de reivindicaciones, tradiciones, o elementos ideológicos “no clasistas”, carece de todo rigor. Los elementos ideológicos que no tienen una pertenencia clasista, históricamente determinada, no existen. En este punto conviene distinguir la apariencia de la esencia del problema en cuestión. Ninguna reivindicación o ideología, en cualquier sociedad que consideremos, aparece como clasista directamente. En el desarrollo de la historia humana, cada nueva clase que tomaba el poder era obligada -aunque sólo fuera para alcanzar su objetivo— a re-presentar sus intereses como los intereses comunes de toda la sociedad o, para expresar lo mismo en el campo de las ideas, era obligada a dar a sus pensamientos la forma de universalidad, de representarlos como siendo los únicos razonables, los únicos válidos de manera universal. Esta explicación, que es de Marx (“La ideología alemana”) es mucho más simple que el alambicado juego de conceptos de Laclau e indica como éste último invirtió los términos del problema. Lo que corresponde -en el análisis científico de la realidad social- es descubrir el fondo, la esencia clasista de la ideología o reivindicaciones que esconden su filiación clasista: Laclau, en cambio, procede al revés y pretende mostrar la ausencia de contenido de clase de las reivindicaciones que la historia ya ha probado como clasista. Postulando que estas reivindicaciones estarían externamente "fusionadas” a “discursos” de clase antagónicas populismo burgués o populismo socialista. Esta tentativa termina en una pura especulación ideológica en el sentido más estricto de! término, es decir, en una construcción artificial de la realidad.


 


Es absolutamente trivial la verificación de que la clase obrera puede incorporar reivindicaciones históricamente propias de otras clases explotadas, pero que pueden contribuir a acelerar y clarificar la lucha por sus propios objetivos históricos. Esto, sin embargo, no significa que tales reivindicaciones o aspiraciones -“tradiciones populares de una lucha secular”- tengan un valor “no clasista”, lo que equivale a situarlas en el limbo y no en la historia real. Es exactamente lo que hace Laclau cuando considera a la democracia como una reivindicación que carece de connotación clasista, como si no hubiera surgido en un momento preciso y en correspondencia con el ascenso histórico de una nueva clase social: la burguesía. ¿Qué significa definir una reivindicación como no clasista, sino decir que no corresponde a ninguna forma concreta de sociedad, situarla fuera del tiempo y del espacio? Laclau parece confundirse por el hecho de que la democracia fue planteada por el conjunto de clases que se levantaron contra la vieja sociedad feudal. Esto, sin embargo, no le da un carácter universal ni le otorga el atributo de “no clasista”.


Al revés, en todo caso se trata de ver cuál es el interés del proletariado en luchar por la democracia política y es por esto mismo que la actitud de cada clase y capa social en la lucha por la democracia ha diferido enormemente. En la Francia revolucionaria, desde la monarquía constitucional a Robespierre, todo el mundo luchó, desde 1789, con la bandera de la democracia. Este hecho no prueba que su contenido de clase fuera arbitrario (la convención decretó el carácter sagrado de la propiedad privada) sino que cada camada de la sociedad quería sacar un provecho diferente de la victoria (Laclau termina en esto, precisamente, en confundir la categoría de universalidad, que siempre es concreta, con la arbitrariedad). Pero no sólo esto: al mismo tiempo, la escasa diferenciación social y la consecuente precaria delimitación política entre las clases, impedía a los proletarios o futuros proletarios superar el horizonte ideológico y político de la democracia y del republicanismo burgués. Por eso, el movimiento obrero explica Marx, todavía inmaduro en 1830 y 1848, pretendía satisfacer sus aspiraciones dándole un carácter "social” a la República burguesa, es decir; dándole un carácter proletario al populismo! Qué lejos, hacia atrás, se ubican las ideas de Laclau -en el proletariado clase en sí.


En este punto Laclau, se une a las infinitas vertientes burguesas y pequeño burguesas que reivindican el “valor universal” de la democracia (puede verse un desarrollo de este tema en "El debate sobre la democracia en Brasil”, Revista Internacionalismo” nro. 3) y, en especial el eurocomunismo (pretendiendo encontrar las raíces del stalinismo en el marxismo, los intelectuales académicos terminan del brazo de Togliatti, uno de los orquestadores de los “procesos de Moscú”).


 


Ahora bien, como Laclau se pretende materialista, busca el fundamento de aquellas reivindicaciones que define como "no clasistas” en lo que llama la contradicción “pueblo-bloque de poder”, que es, afirma, la contradicción dominante a nivel de cualquier formación social. De este modo, a la confusión sobre el “no clasismo" agrega una concepción particular sobre la historia.


 


Si la contradicción “pueblo-bloque de poder” es una contradicción dominante en todas las formaciones sociales su naturaleza ficticia, ilusoria, está clara, pues todos los antagonismos del “pueblo” con el “poder” se resolvieron, en el pasado, recomponiendo esa contradicción.


 


Es sólo cuando esa contradicción asume el carácter de un enfrentamiento burguesía proletariado que puede ser resuelta. Laclau, plantea, por lo tanto, una contradicción indeterminada, que, en el mejor de los casos, lleva a apoyar siempre a los oprimidos contra los opresores y a sacrificarlos ante la nueva opresión. Lo relevante es la forma particular, social, que adquiere esa contradicción, pero aquí Laclau procede a un nuevo malabarismo teórico. Reconoce que la "lucha de clases asume prioridad sobre la lucha popular democrática” (pág. 172), pero de una manera puramente formal, porque las clases “constituyen una contradicción dominante al nivel del modo de producción” y se definen como "polos de relaciones de producción antagónicas que, como tales, no tienen ninguna forma de existencia necesaria en los niveles ideológico y político” (pág. 166). Nuevamente tenemos aquí la lógica totalmente invertida. Primero: “al nivel de las relaciones de producción” no existe lucha de clases propiamente dicha, la expresión cabal y acabada de la lucha de clases se da en el plano político, en la formación social en su conjunto, en relación a un problema central: el Estado. La lucha de clases "a nivel de las relaciones de producción”, bajo el capitalismo, es sindicalismo y no lucha de clases en el sentido pleno del término. Segundo: la constitución de las clases para desarrollar su real antagonismo tiene -al contrario de lo que afirma Laclau- una forma de existencia necesaria: el Estado para la burguesía, la organización política propia, partidaria, para el proletariado, porque sólo a través de la misma se constituye realmente como clase para sí, como afirmaba Marx. El marxismo no es reduccionista (esto porque afirma que el hombre hace la historia), pero si es determinista (ya que la hace en determinadas condiciones que no eligió). Es así que los objetivos históricos de la clase obrera sólo pueden materializarse si ésta adquiere su propia independencia política y se organiza en tomo a una estrategia propia. Este es el sentido de su evolución “necesaria”: es lo que planteaba Marx cuando —en una célebre carta a Weydemeyer- señalaba que no le cabía el descubrimiento de las clases y de su lucha, sino que la consecuencia de su desarrollo, de acuerdo a las leyes del desarrollo social, era la dictadura del proletariado. En las palabras del propio Marx: que “la existencia de las clases se vincula a determinadas fases históricas del desarrollo de la producción (y que) la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado (como) transición para la abolición de todas las clases y para una sociedad sin clases” (subrayado nuestro).


 


Laclau, como se ve, no critica el “reduccionismo” sino el determinismo, la base del pensamiento científico. Para Laclau las formas ideológicas y políticas son indeterminadas, es decir, no corresponden a una sustancia (las condiciones económicas de la producción y las clases que de ellas se derivan). Esas formas sólo pueden ser “interpretadas” en sí mismas por lo que ellas postulan de sí mismas, son iguales a su propio “discurso”. La elaboración concluye, así, en una estación terminal inevitable: el idealismo. La conciencia determinaría el ser social, y no al revés. El marxismo no sería la “forma necesaria” del proletariado con conciencia de clase. El “discurso” socialista sería, en definitiva, una forma elevada de populismo, de realización de valores universales, de la "idea”.


 


Desde el punto de vista político, la teoría pueblo-poder no es nueva, fue formulada por el anarquismo, incapaz de desentrañar el carácter de clase del enfrentamiento entre explotadores y explotados en cada circunstancia histórica e incapaz de entender el problema clave del Estado, como el producto, no de una idea incompleta del mundo, sino de los antagonismos de clase en cierto momento de su desarrollo, que sólo puede abolirse con la supresión de ese antagonismo. Desde el punto de vista político, la tesis de que la oposición entre pueblo y bloque de poder es la determinante en la lucha política es también parte de la charlatanería demagógica de todas las variantes del nacionalismo no marxista y antimarxista: según la tal concepción toda tentativa de introducir la lucha de clases en el seno del "pueblo” y disputar su dirección a la burguesía ayudaría al “bloque de poder”. La originalidad, en todo caso- consiste apenas en repetir con los modismos de las universidades inglesas, banalidades que con vocabulario mucho más simple y accesible los voceros del nacionalismo latinoamericano repiten des hace 50 años atrás, por lo menos. Medio siglo en el cual los líderes nacionalistas de todo tipo llevaron a la frustración y la derrota al movimiento de masas, siempre atrincherados detrás de los mismo argumentos que Laclau ahora reproduce que el marxismo es “eurocéntrico'', el bolchevismo peca de reduccionismo de clase, etc. Las traiciones históricas del stalinismo, que se alió a las oligarquías nativas y al imperialismo yanqui contra los movimientos nacionalistas fueron siempre utilizadas por los voceros del nacionalismo como una prueba del fracaso del marxismo en la comprensión de "lo nacional”, y esto debido al "reduccionismo clasista”. Pero se oculta escrupulosamente que históricamente, fue más frecuente el apoyo incondicional del stalinismo al nacionalismo de contenido burgués y que este mismo ter-minó mostrando su carácter antinacional. Esta identificación ridícula entre stalinismo y marxismo es también retomada por Laclau. Sin embargo, va todavía más lejos en una nueva dirección, procurando justificar ahora una original fusión-integración del marxismo, no sólo con el nacionalismo de las naciones oprimidas sino también con el nacionalismo imperialista más descompuesto: el Fascismo.


 


Socialismo y Fascismo, ¿pueden fundirse?


 


A pesar de una dialéctica verbal extremadamente opaca, el razonamiento de Laclau es cristalinamente mecánico: el populismo consiste en una serie de símbolos, mensajes, tradiciones y reivindicaciones neutros en sí mismos, pero que hacen a la tradición del "pueblo”. La "competencia” entre el fascismo y el nacionalismo, de un lado, y el socialismo, del otro, consiste en ver quien integra primero el "paquete” populista a su discurso: el que lo consiguió… ganó el combate. Ahora bien, en la medida en que la clase obrera siga el curso propuesto, la integración de los supuestos elementos "no clasistas” a su propio discurso o programa, se configuraría una variante intermedia -entre la revolución proletaria y el capitalismo. Por esta vía, como ya señalamos, Laclau empalma con toda charlatanería sobre la tercera opción entre el socialismo y la sociedad capitalista. Con un agravante: como Laclau no distingue entre el nacionalismo opresor de los países imperialistas y el nacionalismo oprimido de los pueblos subyugados por los primeros, culmina una ultrarreaccionaria teoría sobre la fusión socialismo-fascismo.


 


Esto aparece claramente cuando Laclau critica los planteos de Trotsky para Alemania, de 1931. Trotsky decía entonces: "El fascista Strasser dice que el 95 por ciento del pueblo está interesado en la revolución, consecuentemente no se trata de una revolución de clase, sino de una revolución popular, Thalman (PC) le hace coro. En realidad el obrero comunista debería decir al obrero fascista: claro, el 95 por ciento de la población, cuando no el 98 por ciento, son explotados por el capital financiero. Pero esta explotación está organizada jerárquicamente: existen explotadores, existen sub-explotadores, sub-subexplotadores, etc. Solamente gracias a esta jerarquía los superexplotadores consiguen mantener sometida a la mayoría de la nación. A fin de que la nación pueda reconstruirse en torno de un nuevo núcleo de clase, tendrá que ser reconstruida ideológicamente y esto sólo podrá ser realizado si el proletariado no se disuelve en el pueblo, o en la 'nación', sino al contrario, desarrolla un programa de su revolución proletaria y presiona a la pequeño burguesía a optar entre los dos regímenes” ("Contra el Nacional Comunismo: lecciones del plebiscito rojo”). ¿Qué es lo que cuestiona nuestro autor? El "reduccionismo” sectario: "la revolución proletaria es el único objetivo que la clase obrera puede proponer a las clases medias" (pág. 136, ambas citas). ¿Cuál sería la alternativa? "la alianza entre la clase obrera y las clases medias (que) exigía la fusión ideológica del nacionalismo, el socialismo y la democracia” (pág. 137). Nótese bien: la "fusión” entre el nacionalismo imperialista reaccionario alemán y el socialismo. Pero si el socialismo se “fusionaba” con el nacionalismo en Alemania: ¿qué debían hacer los socialistas franceses, checos y polacos?, ¿fusionarse con su propio nacionalismo antialemán? El resultado de todo esto es la guerra imperialista. El nacionalismo alemán no es defensivo y antiimperialista sino belicista y colonial, pero esta distinción elemental no fue tomada en cuenta por Laclau.


 


No es cierto, por otra parte, que Trotsky propusiese la revolución proletaria en abstracto, es decir, doctrinariamente. Trotsky propuso el frente único PC-PS en defensa de las libertades y la democracia obrera contra el totalitarismo nazi. ¿No es ésta una reivindicación democrática esencial? ¿Un frente de combate PC-PS no hubiera volcado a las "clases medias” al campo de la revolución? Laclau "fusiona” literariamente lo que en la realidad alemana era incompatible: nacionalismo y democracia. En verdad, el agresivo nacionalismo alemán era la destrucción entera de las conquistas nacionales de la lucha de los explotados en el curso de la historia de la formación de la nación alemana, de sus organizaciones obreras y democráticas históricas y de todo su acervo cultural. El nazismo expresaba la disolución nacional provocada por el imperialismo y por esto la nación sólo podía reconstituirse en torno a un nuevo eje o núcleo de clase. En este sentido y sólo en este, la cuestión nacional tenía un aspecto progresivo, es decir, en tanto no se confundiera con el estado burgués alemán y planteara su destrucción. El proletariado integra, así, no reivindicaciones “no clasistas” sino las conquistas logradas por la humanidad en su desarrollo. Por esto Trotsky habla de "reconstruir a la nación” (Laclau no toma nota de esto) sobre un nuevo eje, el de la revolución proletaria. Laclau se niega a distinguir el carácter absolutamente antagónico, de clase, entre la defensa de las democracias ya arrancadas por el proletariado alemán a su burguesía en el curso de un siglo y la bandera del reaccionario nacionalismo alemán hitleriano.


 


La ausencia de un criterio de clase lo pierde a la hora de ver el distinto carácter de consignas igualmente burguesas en el plano formal (nacionalismo, democracia), pero donde el contenido de una es el imperialismo y el de la otra la defensa obrera contra el imperialismo. Su oposición al "reduccionismo clasista” es contrarrevolucionaria en el sentido lato de la palabra: la dialéctica real de la lucha de clases es sustituida por una fusión mecánica de peras y manzanas y su resultado es un engendro teórico reaccionario.


 


La síntesis "populista” entre el nacionalismo y el socialismo, propuesta por Laclau, fue justamente la que intentó Thaelman y el PC alemán: actuaron en frente único con los nazis para quebrar a la socialdemocracia y contribuyeron a la victoria del totalitarismo hitleriano, abandonaron la bandera "reduccionista” de la revolución proletaria y pasaron a defender una tercera alternativa de "revolución popular”, mimetizándose a los nazis, borrando toda frontera con ellos. Esto es lo que Trotsky critica, a continuación de la cita que Laclau reproduce parcialmente: "La consigna de revolución popular adormece tanto a la pequeña burguesía como a las amplias masas obreras, las concilia con la estructura jerárquica del ‘pueblo’, retarda su liberación. En las actuales condiciones de Alemania, la consigna de revolución 'popular' anula las fronteras ideológicas entre el marxismo y el fascismo, concilia parte de los obreros y de la pequeña burguesía con la ideología del fascismo, permitiéndoles creer que no hay necesidad de elegir, una vez que, tanto en uno como en otro caso, se trata de la revolución popular”. La anulación de las fronteras ideológicas entre el fascismo y el marxismo es la tarea que justamente ahora retoma Laclau y su significación práctica se revela en que él mismo se declara admirador de Togliatti, a quien considera un precursor del "socialismo populista”. El stalinista italiano propuso justamente el frente único con el fascismo en 1937 y es el precursor de la teoría de la “fusión” entre el socialismo y el clericalismo, que el PCI terminó planteando acabadamente con su estrategia del "compromiso histórico” con la Democracia Cristiana. ¿Cuál ha sido la función del "socialismo” togliattiano sino la de desarmar -literalmente- al proletariado italiano en la posguerra y la de asegurar durante 40 años el monopolio del poder por parte de la corrupta DC?


 


El "socialismo populista” se presenta así, ya no en la teoría sino en la realidad, no como “fusión de socialismo y populismo” sino como subordinación completa del primero a las formas más bastardas del segundo.


 


La revisión filosófica


 


Al explicar los principios de su metodología de análisis de la realidad social, Laclau realiza una incursión en el campo epistemológico. Esto se comprende perfectamente porque lo que Laclau ha hecho es abandonar el materialismo por el idealismo, es decir, no se ha limitado a una revisión “política'’ del marxismo. Afirma entonces que “convendría llamar la atención para el hecho de que la práctica teórica se desarrolla exclusiva-mente en el plano del pensamiento (…) una teoría sólo es falsa en la medida en que sea internamente inconsistente, es decir, si en el proceso de construcción de sus conceptos, entra en contradicción con sus postulados (…) la resolución empírica del problema consiste, estrictamente hablando, en la negación de su existencia en el plano teórico” (págs. 66 y 67).


 


El idealismo de este “marxista” es cristalino. El problema teórico que no es susceptible de verificación empírica, práctica, no existe como tal, puesto que “la cuestión de saber si el pensamiento humano corresponde a una verdad objetiva no es una cuestión teórica, sino práctica. Es en la práctica que el hombre debe demostrar la verdad o sea, la realidad y la fuerza, el carácter terreno de su pensamiento. La polémica en torno a la realidad o irrealidad de un pensamiento aislado de la práctica es un problema puramente escolástico” (Marx, “Tesis sobre Feuerbach”). 


 


Laclau rechaza la "resolución empírica” de sus elaboraciones teóricas, precisamente porque en la práctica el nacionalismo burgués, el populismo, el anar-quismo y el eurocomonismo han fracasado miserablemente. Esto es, se mostraron no como el camino a un supuesto socialismo populista, sino como una subordinación a la burguesía oprimida u opresora, no como una vía para la emancipación del proletariado y las masas explotadas, sino como el terreno propio de sus derrotas y frustración.


 


De acuerdo al autor, su propia construcción teórica sólo sería falsa si "en el proceso de construcción de sus conceptos, entra en contradicción con sus postulados” (Laclau "interpreta” el mundo, lo “postula”, cuando se trata de transformarlo). Pero el problema son, precisamente los postulados, que deben ser una abstracción legítima, científica, de la realidad, capaces de soportar, en las conclusiones, la “prueba de la práctica”. Son los postulados de Laclau, su definición equivocada del "no clasismo” y del "reduccionismo clasista”, la confusión de sus axiomas arbitrarios sobre lo "popular” del socialismo y lo “socialista” del pueblo, lo que torna absolutamente inconsistente su propio discurso teórico. Laclau considera que la verdad de una proposición teórica sería su carácter no contradictorio, cuando lo propio de un “discurso marxista” es el desenvolvimiento (movimiento y correlación) de las contradicciones objetivas. Las categorías del conocimiento deben corresponder al modo de existencia de las contradicciones de la realidad.


 


La “práctica teórica” es una muletilla con la cual numerosos intelectuales pueden encontrar una auto justificación de su vida, pero no pasa de un mero juego de palabras. La “práctica teórica” que acabamos de analizar no es otra cosa que un intento de revitalizar una doctrina nacionalista con modismos y clisés “marxistas”.


 

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