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Una nueva oleada de luchas de clases en Europa


De un año a esta parte, se hace cada vez más evidente cómo la construcción de un polo imperialista europeo, financiado a partir de la destrucción del salario de los trabajadores, está determinando un cuadro de inestabilidad social inquietante para la burguesía de nuestro continente. Poco antes de las recientes elecciones para la renovación del parlamento de Estrasburgo, uno de los principales semanarios de actualidad y política italiana, L’Espresso, publicaba una encuesta en la que se trazaba un panorama del conflicto de clases en los 25 países de la UE, poniendo como objetivo central de la nueva Comisión Europea la “contención” de la oleada de luchas obreras que estallaron en el curso del último año. Es útil trazar un breve panorama de los acontecimientos más significativos.


 


Lucha sindical en Europa




En el otoño de 2003 los trabajadores del correo inglés realizan una huelga por algunas semanas contra las privatizaciones y el desmantelamiento de la Royal Post, planteados por el gobierno de Blair y acompañados por una serie de episodios de verdadera intimidación contra el sindicato, episodios que llevaron a éste a considerar la hipótesis de retirar su sostenimiento al Labour Party. La huelga genera tal caos en el país que se llega, a proponer que sean los repartidores de leche quienes entreguen casa por casa, a su vez, las cartas.




En Italia, una región entera del sur, Basilicata, se levanta para impedir una descarga de residuos nucleares solicitada por el gobierno dé Berlusconi; se bloquean las líneas ferroviarias, se realizan piquetes que impiden la circulación en las calles, con excepción de los medicamentos y los alimentos necesarios para la población. El gobierno es obligado a suspender la realización de su proyecto. Entre diciembre y enero, se verifica una oleada de “huelgas salvajes” en el transporte público local, en algunos casos proclamados en forma indefinida, por la renovación del convenio nacional del sector: decenas de ciudades quedan paralizadas durante jomadas enteras.



La prensa desencadena una campaña propagandística contra los huelguistas, acusados de crear malestar a los ciudadanos, y Francisco Rutelli, uno de los líderes del centroizquierda, candidato a premier en las elecciones de 2001, llega a afirmar que las huelgas “salvajes” generan un clima de inestabilidad que favorece al terrorismo internacional. Contemporáneamente entran en agitación los trabajadores de Alitalia, la compañía aérea nacional, que amenaza con miles de despidos. El aeropuerto de Roma es ocupado y también el tráfico aéreo se paraliza.



La solidaridad popular obliga a las asociaciones de consumidores, que inicialmente habían adherido a la campaña difamatoria contra los huelguistas, a expresar su adhesión a la lucha. La intervención del gobierno, que denuncia a los choferes por interrumpir el servicio público; la de algunas administraciones locales, que ponen a disposición fondos propios para aumentar el salario de los choferes en sus ciudades, y sobre todo, la firma de un acuerdo vergonzoso por parte de los sindicatos mayoritarios CGIL-CISL-UIL logran acallar una verdadera rebelión. El mismo Partido de la Refimdación Comunista, incluso sosteniendo la lucha de los trabajadores, en vez de empeñarse en favor de una coordinación y una generalización de la lucha, propone como solución subsumir el acuerdo sindical a un referéndum, un método para institucionalizar el conflicto social que termina neutralizándolo. Los únicos que colocan como objetivo la continuidad de las luchas son algunos pequeños sindicatos de  izquierda y un grupo de compañeros de Progetto Comunista, dirigentes nacionales de la CGIL, que plantea el retiro de la firma del acuerdo sindical por parte de la CGIL y lanza la consigna de la huelga general indefinida.




Algunos meses después se lanzan a la lucha los trabajadores de la Sata de Melfi (Grupo Fiat), establecimiento modelo de explotación en el sur de Italia, que rechazan los interminables turnos, la disciplina militar impuesta por la empresa y exigen el mismo salario que el resto de los trabajadores de la Fiat. Luego de 21 días de huelga, que paralizan la producción en casi todos los establecimientos de la Fiat del país, se firma un acuerdo sindical, que esta vez logra aumentos salariales y mejoras en los horarios, y en las condiciones de trabajo. La Fiom-CGIL, sindicato de los obreros metalmecánicos, fundado en Melfi por un compañero de Progetto Comunista, en la posterior elección de renovación de representantes sindicales logra un triunfo aplastante, arrancando el 70% de los votos.




En el otoño posterior, en España y en el país Vasco se suceden violentos conflictos entre los portuarios, que se oponen a las privatizaciones impulsadas por el gobierno de Zapatero, y la policía, que dispara balas de goma contra los manifestantes, hiriendo a algunos de ellos.




En Alemania, los trabajadores que salen a la calle son los del sector automotriz: primero los empleados de la Opel, de Bochum, que paran por diez días consecutivos, luego los de Volkswagen. También en este caso la burguesía se ve favorecida por la intervención de la IG-Metall, sindicato metalmecánico, que, en vez de seguir el camino de la lucha, firma un acuerdo que intercambia la defensa de los puestos de trabajo por algunos años de congelamiento salarial y flexibilidad horaria.




En Francia, es el mundo de la educación el que entra en la lucha con huelgas, manifestaciones y la ocupación de centenares de establecimientos educativos. Pero es en Italia donde, a partir de noviembre, se desenvuelve una verdadera explosión social de la clase obrera. Esta vez, los protagonistas son los obreros de decenas de pequeñas y grandes empresas, muchas hijas de la tercerización de grandes fábricas, alguna vez estatales, que impulsan procesos de reestructuración o de relocalización despidiendo en el transcurso a miles de trabajadores.



Aparecen decenas de focos de lucha, algunas de ellas muy radicalizadas. Se ocupan estaciones ferroviarias y se bloquean peajes. En una pequeña localidad meridional, un grupo de trabajadores que no percibían salario, algunos durante meses, ingresaron a un centro comercial secuestrando alimentos. La solidaridad popular que recibieron fue tan grande que incluso el obispo local se vio obligado a expresar su apoyo.


 


Falta una dirección revolucionaria de las luchas




Delineando este cuadro, se podría pensar que Europa está atravesando un período prerrevolucionario, pero en realidad estamos, por el momento, bien lejos de ello. Una de las razones de la debilidad estructural de estas luchas reside en su atomización. A pesar de la verdadera explosión social de la clase obrera que estamos presenciando con manifestaciones -en algunos casos, muy radicales-, cortes de rata, huelgas prolongadas, ésta corre el riesgo de terminar en el callejón sin salida de la lucha limitada a cada empresa. Desde el punto de vista político, no existen organizaciones que se planteen el problema de construir un frente obrero unificado que coloque en el centro de la discusión el problema del desarrollo industrial, de la lucha contra las privatizaciones y relocalizaciones -en definitiva, de la cuestión obrera-. En Italia, por ejemplo, el centroizquierda está ocupado en estos días en criticar la ley financiera de Berlusconi, recriminándolo por su incapacidad de mantener su promesa electoral de bajar los impuestos (a los ricos) y solicitando la disminución de la presión tributaria a las empresas, en vez de a las familias (naturalmente, recortando el gasto social) y reclamando el respeto del pacto de estabilidad europeo (una medida de ajuste del gasto público por debajo del 3% del PBI nacional). No se ha dicho una palabra del hecho de que un artículo de la ley prevé, de hecho, la abolición de la caja integral de ganancias, uno de los principales amortizadores sociales utilizados en el ámbito de las crisis de producción. Refundación Comunista aparece muy preocupada por el “enfrentamiento programático” con Prodi, en vistas de su ingreso al gobierno en la probable eventualidad de una derrota de Berlusconi en las elecciones de 2006. La CGIL, principal sindicato de izquierda, con cinco millones de afiliados, se está preparando para una posterior atomización y dilución de las luchas, preocupada por tener que gestionar una radicalización del conflicto social en vistas de un triunfo de Prodi y de la afirmación de un gobierno “amigo”. A la firma del acuerdo en el transporte público, que ya he mencionado, se suma la avanzada sobre Alitalia, que prevé la balcanización y privatización parcial de la empresa, y la consecuente expulsión de millares de trabajadores. A pesar de esto, el sector de izquierda de la CGIL (Lavoro Societá-Cambiare Rotta) está orientado a sostener en el próximo congreso la mayoría dirigida por Guglielmo Epifani, brazo derecho y, hoy por hoy, sucesor de Sergio Cofferati en la secretaría general. Los sindicatos “de base”, pequeñas organizaciones del sindicalismo clasista, representan una fuerza demasiado pequeña del movimiento obrero, y a menudo terminan privilegiando los conflictos entre ellos y contra la CGIL, en lugar de plantearse la perspectiva de una unificación del sindicalismo clasista y de las luchas obreras.


 


Progetto Comunista y la cuestión obrera




Progetto Comunista, desde hace años, sostiene la necesidad de construir una gran lucha general en el mundo del trabajo a partir de la elaboración de una plataforma unificadora centrada en la reivindicación de aumento salarial, la institución de un salario social, el reestablecimiento de la escala móvil de los salarios, y la nacionalización sin indemnización y bajo control obrero de las empresas en crisis. En algunos grandes conflictos, surgidos en el último año, desde los trabajadores del transporte hasta los de Alitalia, en Melfi, hemos trabajado por la continuidad y unificación de las luchas, proponiendo y tratando de lograr una coordinación de los delegados sindicales que se pusiese a la cabeza de las movilizaciones, denunciando el rol de amortizador ejercido por el centroizquierda y la mayoría de la CGIL, llevando adelante la propuesta de una huelga general indefinida que apuntase a la caída del gobierno derechista. Todo esto, junto con el trabajo de años, produjo una mayor radicalización en el mundo del trabajo. En Génova controlamos el círculo de Refundación Comunista de Fincantieri, en Melfi el de Sata/Fiat, en Roma hemos constituido un núcleo de Progetto Comunista en Altalia. De todas formas, el trabajo que nos espera es todavía enorme y damos por descontado los límites de nuestra interna, en un partido que cada vez es menos capaz y está menos interesado en considerar al movimiento obrero como el sujeto central de la transición. También este será uno de los temas de discusión en el próximo congreso nacional del PRC, un congreso que estará centrado en la cuestión de la alianza del gobierno con el centroizquierda, pero al interior del cual haremos pesar nuestra orientación hacia la lucha de clases, subrayando que el propio “giro” de Bertinotti hacia un gobierno de coalición de centroizquierda está alejando al partido de aquellos movimientos que habían representado el punto de apoyo de nuestra discusión en el último congreso, y cómo tal giro representa un obstáculo para la construcción de una dirección revolucionaria del conflicto social de nuestro país. Del mismo modo, el ingreso del PRC en la Izquierda Europea, un contenedor de fuerzas socialdemócratas (¡abierto al socialismo católico y a los liberales progresistas!), que se pone como interlocutor de la izquierda liberal del continente, no favorece ciertamente a un avance y a una unificación de los conflictos que se van manifestando en toda Europa y, por el contrario, tiende a vaciarlos y a reorientarlos hacia el cauce de las políticas liberales.




En todo caso, la explosión de luchas cada vez más numerosas representa, en cualquier latitud, una oportunidad para los marxistas revolucionarios. ¡Nosotros también trataremos de aprovecharla!


 

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