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Polonia: La encrucijada de “Solidaridad”


Ya escrito el artículo que se va a leer se produjo la liberación de Walesa y el conjunto de acontecimientos conectados con este hecho. El artículo no ha perdido, sin embargo, actualidad. Si hemos creído conveniente añadir lo que sigue, a modo de introducción y conclusión.


 


Tras 11 meses de detención Lech Walesa fue liberado. Pocos días antes, Walesa había escrito una carta a Jaruzelsky donde le señalaba que “el tiempo ha venido a explicar ciertas cosas y comenzar a actuar hacia un acuerdo’’. “Propongo -agregaba- una reunión y serias discusiones sobre temas de interés. Y dada la buena voluntad, una solución puede, ciertamente, ser encontrada”. La carta estaba firmada, sugestivamente, por el “cabo Walesa". Un mes después Walesa dio a conocer su versión de la carta, denunciando la inclusión de párrafos apócrifos, pero la orientación es la misma, puesto que señala “su disposición a participar en el trabajo para la obtención de un verdadero acuerdo social", y declara que la crisis polaca seria solucionadle "por medio del restablecimiento de la confianza mutua entre la sociedad y el gobierno” (“Clarín”, 12/12/82).


Pocos días antes de la liberación de Walesa, el primado de Polonia, Arzobispo Glemp, se reunió con Jaruzelsky. Culminaban, asi, las negociaciones que desde el golpe la Iglesia venia entablando con el régimen militar. En la reunión se suscribió un acuerdo político cuyo núcleo es apoyar al régimen militar contra la existencia de Solidaridad. La prueba de esto es que Glemp repudió públicamente el paro general de protesta contra la disolución de Solidaridad lanzado para el 10 de noviembre y llamó a aceptar los "nuevos” sindicatos de fábrica creados por el régimen. Asimismo, en el comunicado conjunto de la reunión, Glemp y Jaruzelsky subrayan la decisión de trabajar por la “salvaguardia y el refuerzo de la paz, del orden social y del trabajo". A cambio de este respaldo, la Iglesia obtuvo la autorización para la visita del Papa a Polonia a mediados del año próximo. Significativamente, Walesa fue liberado pocos días después.


Es por todo esto que la liberación de Walesa fue recibida con mucha cautela por la clase obrera polaca. Distintos corresponsales señalaron que en la base de Solidaridad “no se disimulaba cierta angustia" e inclusive indignación por la carta de Walesa y por el hecho de que éste postulara un acuerdo global con el régimen burocrático-militar (“Le Monde", 16/11/82).


Esto se vio acentuado, a su vez, cuando Walesa no se colocó bajo las instancias de la dirección clandestina de Solidaridad ni llamó a acatar sus directivas, lo que revela que se propone desarrollar un proyecto político propio. En efecto, al mes de quedar libre, en el discurso que adelantó a la prensa ante la seguridad de que no le permitirían hablar en el acto de homenaje a los obreros asesinados en 1970, se pronunció por construir "un gran movimiento nacional" basado “en cuatro estructuras complementarias e interdependientes: los nuevos sindicatos de base por fábrica, las comisiones de autogestión obrera en las empresas, las organizaciones de intelectuales y artistas y las de la juventud” (“Clarín”, 16/12/82).


Walesa plantea destruir las características soviéticas de Solidaridad, lo que significa atomizar al proletaiado y al movimiento de las masas. Pasar de la organización general del proletariado a un sistema sindical (y peor por fábrica) es un retroceso en el nivel de amplitud y función. En este planteo está el núcleo de la colaboración con la burocracia.


Walesa admite disolver Solidaridad y admite también la implementación de un sindicalismo atomizado de fábrica. Pero aún así para Jaruzelsky el problema sigue sin resolverse. Pues para la burocracia no sólo se trata de implantar un sindicalismo por fábrica sino de restaurar el monopolio de la burocracia del PC sobre el conjunto de las organizaciones obreras. Por eso Walesa declaró “no puedo rechazar la formación de nuevos sindicatos porque estoy con el principio del pluralismo sindical; pero los nuevos sindicatos, en su forma actual, no me interesan" (subrayado nuestro) (“Clarín”, 18/12/82). Walesa está por un sindicalismo atomizado y “despolitizado” pero que tenga libre juego respecto del PC.


Se ve entonces que la voluntad de acuerdo no significa que éste esté consumado. El planteamiento de Walesa está atenazado entre el totalitarismo de la burocracia y la presencia de Solidaridad. A pesar de los reveses sufridos, Solidaridad sigue presente como una fuerza social y política de primer orden y expresa la tendencia independiente antiburocrática del movimiento obrero.


El imperialismo, por el “acuerdo nacional"


Desde hace tiempo, el imperialismo venia postulando un acuerdo de la Iglesia con el régimen de Jaruzelsky. En julio pasado el “Washington Post” (24/7/82), en un editorial, señalaba que “la política del General Jaruzelsky de gradual 4liberalización’ y reforma, es la única factible para él y que Mr. Reagan puede estimular el proceso dándole un empujón”. El vocero yanqui sostenía que “Solidaridad y la Iglesia están muy lejos de que se les otorgue el rol que merecen y que Polonia desesperadamente necesita4'. Ahora, lógicamente, el imperialismo mundial apoya el acuerdo Glemp-Jaruzelsky. En primer lugar lo hace el imperialismo europeo, quien es el que más abiertamente ha venido apoyando la “normalización" polaca. Pero también el yanqui. El mismo "Washington Post”, rápidamente (15/11) en un editorial, interpretó que las medidas de Jaruzelsky buscaban, de Parte de éste, restablecer las relaciones con Occidente deterioradas por la crisis política polaca, y señalaba cómo justa la decisión de Reagan de levantar algunas sanciones económicas (“el anuncio de Reagan de terminar con las sanciones al gasoducto siberiano… fue la correcta”). Pero para el vocero yanqui esta “senda positiva” de Jaruzelsky requiere precisamente una presión vigilante económica y militar. El imperialismo está viendo en la crisis económica polaca y en la impasse del régimen burocrático-militar una oportunidad para dislocar aún más la economía estatizada y, por lo tanto, el carácter del Estado obrero.


Se pone al desnudo nuevamente la falsedad de que el golpe de Jaruzelsky fue ejecutado para defender al "socialismo”. Parte de la burocracia. la política de convergencia con el imperialismo. Esto requería aplastar la movilización independiente del proletariado.


El régimen de Jaruzelsky


Mientras que en los procesos contrarrevolucionarios de Hungría y Checoslovaquia, el régimen burocrático entró en una fase de estabilización reconstituyente del aparato del PC, no es esto lo que ocurre en Polonia. A la crisis económica internacional, que no le permite a Polo- Pía salir de su marasmo se agrega el hecho de que el conjunto del llamado “bloque soviético” está en crisis. No menos importante es que la ruptura de la clase obrera con el POUP ha pulverizado a éste, que no tiene perspectivas de reconstruirse.


Las negociaciones del régimen con la Iglesia, la liberación de Walesa, etc., revelan, precisamente, la impasse del régimen burocrático-militar y la presión activa, y contradictoria, de las masas y el imperialismo. El régimen necesita un acuerdo con la Iglesia y con la fracción de ésta en Solidaridad, para encarar una estabilización política y económica. El llamado “hombre fuerte” de Polonia carece de los instrumentos políticos apropiados para su dominación política. Es por eso que intenta una vía inédita, buscando arbitrar entre las masas, de un lado, y el imperialismo y la burocracia rusa, del otro.


El régimen de Jaruzelsky busca desarrollarse hacia el bonapartismo. Esto significa balancearse entre el imperialismo y la burocracia rusa, de un lado, y el proletariado, del otro, pero, se está dando una tendencia, no a la reconstrucción clásica del aparato del POUP, sino a gestar un “movimiento nacional" basado en el Ejército y sustentado en la Iglesia y en un sector del movimiento obrero.


La convergencia con el imperialismo no es una “originalidad” polaca sino que es la tendencia del conjunto de las burocracias de los países del Este. De una manera más lenta y por otra vía no sólo los procesos contrarrevolucionarios en Hungría y Checoslovaquia, sino todo el “bloque” se ha orientado hacia un acercamiento con el imperialismo mundial. Esto está objetivamente en contradicción con el carácter obrero de estos Estados y constituye inevitablemente un factor primor-dial de acentuación de la crisis social en esos países y de crisis de sus regímenes políticos burocráticos, y por esto mismo son factores que impulsan la intervención política del proletariado.


Pero el nivel de la crisis económica internacional y la crisis política del imperialismo, de un lado, y el nivel de ruptura de la clase obrera polaca con la burocracia, del otro, se levantan como obstáculos poderosos para este acuerdo “nacional” e “internacional” de sostenimiento del régimen de Jaruzelsky y explican, a su vez, la crisis que gira en tomo a las negociaciones.


Balance de Solidaridad


Lo hecho por Walesa desde su liberación ha sido un golpe contra Solidaridad. Se colocó de lleno en favor de un acuerdo con Jaruzelsky, se pronunció por la disolución de Solidaridad, sustituyó, de hecho a su dirección clandestina, aceptó el principio del sindicalismo por empresa, etc.


Walesa pudo hacer todo esto porque Solidaridad fue llevada, por la orientación de su dirección clandestina, a una situación de retroceso y de desmantelamiento de la resistencia activa de masas de los primeros meses después del golpe. Esto se debió a que la dirección de Solidaridad careció de una orientación de combate contra el régimen militar. Permanentemente sostuvo que su finalidad era arribar a un compromiso con el gobierno, que la resistencia debía limitarse-a una presión para abrir las negociaciones, que la táctica debía ser la de paros esporádicos de protesta, etc., etc.


Jaruzelsky explotó a fondo esta' tendencia conciliacionista de Solidaridad que desarticulaba la resistencia al régimen, para finalmente, en octubre, decretarla “des-legalización” de Solidaridad y decretar una estructura sindical por fábrica y controlada por la burocracia. De inmediato, los obreros en numerosas fábricas se pusieron en huelga pero la dirección de Solidaridad, en lugar de unificar y centralizar ese movimiento huelguístico, lo desconoció, y en su lugar decretó un paro de protesta de 4 horas para un mes después y otro para diciembre, lo que sirvió para quebrar las huelgas obreras en curso. El paro de noviembre, a su vez, fracasó porque se trató de una huelga qué, como dijo “The Economist” (13/11), la dirección de Solidaridad “realmente no queria” y también por el llamado público de la Iglesia a no acatar, la medida de fuerza. Posteriormente, ya liberado Walesa, la dirección de Solidaridad levantó el paro de diciembre, no por un reconocimiento de que el mismo no estaba preparado, sino porque “las recientes medidas y los animaos del gobierno otorgan esperanzas de por lo menos un cierto tipo de tregua entre las autoridades y la sociedad". Inclusive en la declaración de Solidaridad se insinúa “la posibilidad de aceptar la disolución de la organización sindical" ("Clarín” 29/11/81).


Esta política de apaciguamiento del proletariado fue explotada por Jaruzelsky para arremeter contra Solidaridad, del mismo modo que ahora está explotando la voluntad acuerdista de Walesa para imponer la atomización obrera. Pero toda esta voluntad de acuerdo choca, sin embargo, con la profundidad de la crisis social, que es el gran obstáculo para la estabilización del régimen burocrático-militar. A pesar de la “militarización", el régimen no consigue elevar la producción en los centros industriales y mineros. Se espera para 1982 una caída del 8 por ciento de la producción industrial. Las importaciones se redujeron, a su vez, en un 40 por ciento, numerosas fábricas carecen de materias primas e insumos para producir (“International Herald Tribune", 23/11/82). El otro gran obstáculo, es el nivel de politización antiburocrática del movimiento obrero polaco que, a través de su resistencia al régimen y de pronunciamientos (boletines regionales y fabriles) ha venido cuestionando la política de compromiso de la dirección de Solidaridad.


La gran conclusión que tiene que sacar la vanguardia obrera polaca es la necesidad de su agrupamiento en un partido revolucionario. Esta necesidad no queda eliminada por la existencia de un gran movimiento sindical independiente de masas (Solidaridad) sino que se refuerza porque se pone al rojo vivo la necesidad de una dirección consciente del proceso de la revolución política. Esta tarea que no fue llevada adelante en el período de ascenso debe ser impulsada ahora, como balance de la derrota sufrida.


El pasado 8 de octubre los "representantes” de Jaruzelsky en el Parlamento resolvieron "deslegalizar” a "Solidaridad”, que estaba "suspendida” desde el golpe militar del 13 de diciembre de 1981. En su lugar, resolvieron montar una nueva estructura sindical.


Con la "suspensión” de Solidaridad y la promesa de que rediscutiria su situación futura, Jaruzelsky, en primer lugar, buscó alimentar en la oposición polaca y en el seno de Solidaridad la ilusión de que el régimen pretendía un entendimiento futuro, maniobra que debía servir para desarticular la resistencia obrera al golpe. Esta maniobra estaba dictada por la precariedad del golpe, que no contó con ningún apoyo social fuera del círculo estricto de la burocracia estatal. Jaruzelsky necesitaba ganar tiempo a fin de permitir que el Ejército tomara el control efectivo del país.


El segundo propósito de esta maniobra era explotar la posibilidad de asociar a una fracción dirigente de Solidaridad con el régimen, como lo denunció la dirección nacional clandestina de Solidaridad en su declaración al día siguiente de votarse la ley de "deslegalización”. La disolución de Solidaridad marca el fracaso de esta pretensión de la burocracia.


Es un hecho que un factor esencial de la fuerza de Solidaridad (y que le daba características soviéticas), residía en su organización de tipo territorial, es decir, agrupando a las fábricas por región y no por oficio. Desde los acuerdos de Gdansk en 1980, la burocracia intentó prohibir el funcionamiento de las regionales de Solidaridad, para liquidar su carácter eminentemente clasista.


La esencia de la nueva estructura sindical aprobada por el régimen de Jaruzelsky consiste, precisamente, en la atomización del movimiento obrero, por cuanto establece el sindicato por empresa. No se intenta siquiera reeditar, al menos por el momento, los grandes sindicatos nacionales por ramas controlados por los funcionarios del régimen, como existían antes de 1980 y como es común a los regímenes burocráticos. No, aquí se pretenden crear tantos sindicatos como empresas, para reducir la fuerza social y política del proletariado y dividirlo al extremo. Para 1984 se prevé la formación de federaciones por rama (manteniendo el carácter por empresa de los sindicatos) y para 1985 una Confederación única, como una segunda vía de regimentación sindical, porque éstas también serán controladas por funcionarios del régimen.


La sindicalización campesina, en cambio, ha sido directamente prohibida. Los “nuevos” sindicatos deben reconocer el “rol dirigente de POUP en la edificación del socialismo…” y sólo pueden afiliarse internacionalmente de hecho a la Federación Sindical Mundial, títere de la burocracia stalinista.


Este sindicalismo por empresa responde, además, al propósito del régimen de ir modificando la actual planificación burocrática centralizada por la llamada “reforma de la empresa". Esto significaría darle a ciertas empresas claves “autonomía de gestión” para que se vinculen directamente con el mercado mundial y para tomarlas “productivas” aplicando las leyes del funcionamiento capitalista (autonomía para establecer los precios, regulación de; los salarios y leyes sociales en función de la ganancia, etc.).Esta “reforma" requiere la aguda despolitización de la gestión de las empresas y la adhesión de los sectores gerenciales. Se trata de un profundo paso hacia la convergencia con el imperialismo, que desmiente todas las imputaciones de que la burocracia estaría defendiendo el socialismo.


La nueva ley reconoce el derecho de huelga de un modo singular. Así, antes de aprobar una huelga, los trabajadores deben someter sus reivindicaciones a una comisión de conciliación con mayoría de los personeros del régimen. Después de esta larga tramitación, sólo puede aprobarse la huelga por el voto secreto y con un aviso de una semana. Aún en este caso, las huelgas no pueden tener motivaciones que el régimen juzgue como “políticas”. Además, se especifican numerosas actividades y ramas industriales donde la huelga está directamente prohibida y la ley establece que la violación de la misma es penada con 5 años de cárcel, la disolución del sindicato o la remoción de sus dirigentes.


También resulta significativo que se le reserve al Ejército el derecho de prohibir las huelgas si considera que afectan la seguridad del Estado. El régimen sólo se concibe sobre la base del arbitraje y de la fuerza represiva, no ya de la burocracia, sino directamente del Ejército. Esto es un reconocimiento del hundimiento del aparato partidario de la burocracia del PC, burocracia que está obligada a presentarse descarnadamente, sin ninguna base social, como una dictadura de tipo militar.


La clase obrera polaca en defensa de Solidaridad


Al día siguiente de sancionarse esta ley, la dirección nacional clandestina de Solidaridad llamó a boicotear los nuevos sindicatos y a realizar el 10 de noviembre, o sea para un mes después, un paro de protesta.


En cambio, en Gdansk, Cracovia, Wroclaw se desarrollaron de inmediato huelgas obreras dirigidas por las direcciones de base o intermedias de Solidaridad. En los astilleros del Báltico la huelga fue unánime y Jaruzelsky se vio obligado a cortar las comunicaciones telefónicas en todo el país, a cortar rutas y militarizar los astilleros. Las tropas se vieron obligadas a entrar en la ciudad de Gdansk y sólo después de 2 horas de enfrentamiento pudieron retomar su control. En otras ciudades también se realizaron paros y concentraciones, como en Cracovia, Poznan y Wroclaw.


Es un hecho que la decisión de la dirección nacional de Solidaridad de convocar a un paro recién para el mes siguiente actuó como un freno de la acción obrera y de su extensión nacional. Esta fue la principal razón por la que el movimiento huelguístico no se expandió y por la que, allí donde se efectivizó, los obreros decidieran volver al trabajo. Según el “International Herald Tribune” (15/10/82), “la acción (de los obreros) Pareció tomar de sorpresa a los dirigentes clandestinos de Solidaridad, y obreros de los astilleros dijeron, después que levantaron la huelga, que les faltó el inmediato apoyo de dirección”. Inclusive se dio el caso que “Líderes clandestinos de Solidaridad en Varsovia llamaron al final del miércoles a huelgas en apoyo de los astilleros y aparentemente ignoraban que su llamado .llegaba después que la huelga (en Gdansk) había terminado” (ídem).


El paro del 10 de noviembre fracasó aunque en numerosas ciudades se realizaron concentraciones importantes (en Wroclaw, se concentraron más de 15.000 personas). La explicación se encuentra en la conducta vacilante de la dirección de Solidaridad, en que el paro fue decretado no para centralizar las huelgas espontáneas y combativas que estallaron apenas se conoció la “deslegalización” de Solidaridad sino para frenarlas. Esto lo percibió claramente la Iglesia que, sacándose la máscara de su coqueteo con Solidaridad, llamó, por boca del arzobispo Glemp, a no acatar el paro.


La orientación de la dirección de Solidaridad se ha convertido en la cuestión clave de la resistencia al régimen. Es cierto que Jaruzelsky no logró atraerse, mediante la corrupción y la represión, a ninguna fracción significativa de Solidaridad y que en las fábricas no ha reclutado a nadie para sus pretendidos sindicatos. Pero la ausencia de una real centralización de Solidaridad, que traduce las inconsecuencias de su programa político, la confusión y parálisis que esto genera en el movimiento obrero, son factores que Jaruzelsky está aprovechando para su objetivo de derrotar a Solidaridad.


Las ilusiones suicidas de Solidaridad


En los 10 meses entre el golpe y la disolución de Solidaridad, tuvo lugar un intenso debate en las filas de ésta sobre los fines y los medios de la resistencia antiburocrática. Este debate tuvo como uno de sus ejes la actitud hacia la "promesa” del régimen de negociar con la dirigencia de Solidaridad su funcionamiento futuro.


La Iglesia rápidamente planteó que la clase obrera debía deponer toda actitud de resistencia para facilitar el inicio de negociaciones con el régimen militar.


Sin pelos en la lengua, el arzobispo Glemp definió de este modo el papel de la Iglesia a partir del golpe: “Mi primera tarea, después de la institución de la ley marcial, fue evitar el derramamiento de sangre y prevenir una revolución violenta. Considero que ayudamos a alcanzar esa meta. No deseamos que se cree un movimiento subterráneo o terrorista. Queremos trabajar en pro de la reconciliación nacional, ayudar a cerrar el terrible y creciente abismo que separa al gobierno del pueblo” (“New York Times”, 20/6/82). Y cada vez que los trabajadores ganaban la calle, el “mensaje” de la Iglesia era el mismo: “no salir a las calles… la calle no debe ser el lugar del diálogo… alrededor de una mesa debe desarrollarse el diálogo…” (“Le Monde”, 28/8/82).


No hay que olvidar que todavía en abril la Iglesia seguía sosteniendo que Solidaridad era también responsable de la crisis económica y política y que Solidaridad solo podía tener vigencia si deponía toda resistencia y aceptaba “redimensionarse" en los términos de un acuerdo con el régimen. El fracaso de esta variante (esto con la deslegalización de Solidaridad), llevó a este mismo Glemp a llamar a los obreros polacos “a aceptar como un hecho la desaparición de Solidaridad”, a decir que “la solidaridad entre los hombres existe en el trabajo y en el sentimiento nacional y no necesita ser una organización para sobrevivir”, y a exhortar a los obreros a “no realizar nuevas huelgas y movilizaciones de protesta” (“Clarín? 18/10 /82). Finalmente, Glemp llamó públicamente a no cumplir con el paro de protesta del 10 de noviembre convocado por Solidaridad.


Pero también en Solidaridad se desarrollaron ilusiones suicidas en Jaruzelsky, quien las explotó a fondo, dejó que ellas fueran minando las perspectivas revolucionarias, para asestar finalmente el golpe de la “disolución”. Nuevamente, la cuestión de la estrategia, definida en los términos de revolución política o reforma del Estado burocrático, se convirtió en el punto nodal del movimiento obrero polaco. Todo el problema de estructurar una vanguardia revolucionaria está concretamente planteado en esta discusión.


No hay que olvidar que la ilusión de que la presión social llevaba a la reforma del régimen burocrático fue la razón principal por la que Solidaridad fuera “sorprendida” cuando Jaruzelsky sacó los tanques a la calle. En un primer momento dirigentes de Solidaridad extrajeron ese balance. En "Internacionalismo” Nro. 4 (enero-abril 1982) publicamos declaraciones del presidente de Solidaridad-Varsovia, Z. Bujak, quien sostuvo que Solidaridad estuvo entrampada en la idea de que el régimen era reformable, cuando en realidad se preparaba para el enfrentamiento contra los trabajadores. Bujak rechazó la tesis de que una política de “prudencia” hubiese evitado el golpe, lo seguro -afirmó— es que “hubiese significado para nosotros colaboración con el estado y las autoridades del partido -una colaboración que hubiera tenido que ser dirigida contra los trabajadores, los intelectuales, los hombres del arte y la cultura”. Solidaridad se hubiera transformado, en palabras de Bujak, “en un anexo del sistema totalitario, creando sólo una impresión de democracia”.


No existió nunca una estrategia de Solidaridad y el compromiso sin principios sobre el que se estructuró su dirección seguía la línea del acuerdo con los sectores “reformistas” de la burocracia, de la no destrucción del aparato de ésta y de colaboración con el imperialismo en los términos de la “detente”. La confusión política de los cuadros medios no podía ser mayor. En un boletín clandestino de Solidaridad-Varsovia (15/ 3/82) se reconoce que hasta el 20 de diciembre -cuando los tanques ya llevaban una semana en las calles y fábricas- “una gran parte de la sociedad creía que se trataba de un conflicto más con el poder que, como los precedentes, concluiría con una victoria o al menos con un compromiso”. “El 13 de diciembre -saca como balance ese Bojetín- demostró una impreparación total de Solidaridad en la lucha contra la violencia del poder. Bien que esto haya estado totalmente en acuerdo con los principios y los estatutos de Solidaridad, no por eso es menos testimonio de la creencia ingenua de que se podía impedir al aparato del poder recurrir a la violencia, incluso cuando su dominación estaba en juego. Esto traducía la ilusión de que la voluntad de la sociedad entera puede alcanzar para imponer la democracia sin tener necesidad de recurrir a la fuerza. Solidaridad no estaba preparada para el enfrentamiento, a pesar de los numerosos llamados de atención” (“Wola”, nros. 6/7 – Varsovia, 15/3/82, Reproducido en Inprecor Nro. 125, 3/5/82).


Estos primeros balances críticos, sin embargo, no se tradujeron en una estrategia de resistencia al régimen militar; por el 'contrario, en el seno de Solidaridad y de la oposición se abrió un amplio debate en relación a los fines estratégicos y medios de lucha que marcaba una involución respecto a las primeras conclusiones sobre el golpe.


Las fracciones conciliacionistas o directamente ligadas a la Iglesia desplegaron el mito de que el Ejército polaco tenía una “esencia nacional”, hecho que abría un amplio campo para un “entendimiento nacional de los polacos”. En abril, el Consejo social de la Arquidiócesis de Varsovia responsabilizaba todavía a Solidaridad por la crisis política y por el desenlace del golpe, y proponía un “acuerdo nacional”, basado en “la aceptación del sistema político existente y de las alianzas inter-nacionales de Polonia” (ídem, “New York Times”). Para la Iglesia, Solidaridad debía automutilarse y aceptar los términos de una integración al régimen de Jaruzelsky.


En verdad, el Ejército polaco es de típica esencia antinacional. Fue modelado por la burocracia stalinista rusa; actuó en la represión de todas las revueltas nacionales antiburocráticas; y, como lo volvió a mostrar el 13 de diciembre, es la guardia pretoriana de la burocracia contrarrevolucionaria. Esta teoría, que sirvió para desarmar al país ante el golpe, refleja el gran norte estratégico del clero: un gran acuerdo Iglesia-Ejército como balanza contra la clase obrera, de un lado, y del Kremlin, del otro, dirigido a explotar las tendencias bonapartistas y chauvinistas de la burocracia uniformada en condiciones de crisis revolucionaria.


La posición de la Iglesia se refleja ampliamente en Solidaridad, como se puede ver en los reportajes y pronunciamientos de sus dirigentes que se han publicado en el exterior. Pero no sólo es de la Iglesia, sino de amplios sectores laicos de filiación reformista. Por ejemplo, Z. Romaszewski, dirigente de Solidaridad-Varsovia sostuvo que “debemos saber que solo una entera determinación de la sociedad para imponer exigencias limitadas puede incitar al poder a aceptar un compromiso”, proponiendo que, sobre la base de la libertad de los detenidos y el levantamiento de la ley marcial, Solidaridad rediscutiera su programa y sus estatutos dando “prueba de realismo”. Romaszewsky entendía la resistencia como el desencadenamiento de una huelga general que llevaría al régimen a “concluir un acuerdo” o en su defecto a que un golpe de palacio coloque a “un nuevo equipo” en el poder que se resuelva a hacer concesiones. La estrategia de la huelga general tiene, en Romaszewski, el propósito de incentivar un recambio en la propia burocracia, la que por la fuerza de la resistencia se resolvería por hacer concesiones a las masas. Otro dirigente de Solidaridad- Gdansk, A. Hall, sostenía, a su vez, que “lo que debe guiamos… es la toma de conciencia de que la resistencia de la sociedad no tiene por objetivo desplazar al partido comunista del poder sino obligarlo a hacer concesiones a la nación. No porque amemos ese poder y le reconozcamos el derecho moral de gobernar Polonia, sino porque simplemente hoy no puede ser de otra manera. Quien no ve esto entra en el dominio de la política lunática” (en “Alternativa” Nro. 18, París, septiembre de 1982). Todos estos razonamientos están impregnados del más crudo empirismo; no hay aquí una sola caracterización de clase de las fuerzas en presencia, de su función y límites históricos, ni qué decir del contenido de la revolución obrera. No es extraño que no se pretenda siquiera formular una estrategia política.


Que un movimiento no esté maduro para derrocar al régimen existente o que atraviese por una etapa de reflujo no convierte en “realista” un programa de convergencia con el régimen. Lo que aquí se presenta como un planteamiento que pisa tierra firme no es otra cosa que una tendencia a la mutilación de los fines que, objetivamente, se plantea el proletariado cuando éste inicia una acción histórica contra la burocracia. Esto es lo que tiene en claro Jaruzelsky, que no busca cualquier clase de compromiso, sino aquél que le permita doblegar a las masas. Esto supone derrotar a Solidaridad y desvirtuarla. Por eso los planteos de negociación con Solidaridad pasaron por la línea maestra de que se acepte la desnaturalización de ésta y de que se convierta a la defensa del Estado.


Bogdan Lis, uno de los cuatro componentes de la dirección nacional clandestina de Solidaridad y dirigente de la región de Gdansk, en un discurso pronunciado durante las manifestaciones del 31 de agosto último, definió la estrategia de Solidaridad como de presión sobre jaruzelsky para que se efectivicen las negociaciones. Bogdan Lis sostuvo que el régimen está llevando a Polonia al hundimiento y a la “privación de su identidad nacional… Y es por no haber aún llegado a eso que llevamos nuestro combate por el acuerdo, para que se torne un hecho. Pero para que se pueda hablar del inicio de u# proceso de normalización, debemos conocer las propuesta5 de solución del conflicto”. Bogdan Lis terminó su discurso “deseando que se vuelva a la política de diálogo y que el sentido de responsabilidad ante el destino del país prevalezca, para prevalezcan la razón y el realismo…” Aquí está presente de nuevo ( identidad nacional") la idea de que el ejército tiene o el carácter distinto de la burocracia “civil”, y, peor aún, que se debería favorecer un golpe bonapartista, de distanciamiento del Kremlin, que inevitablemente sería proimperialista.


Esta estrategia fracasó. Jaruzelsky definió los términos de la “normalización”. Al no obtener la integración de solidaridad la disolvió y ahora exige a sus dirigentes y a la Iglesia que ingresen a la nueva estructura sindical basada en la atomización y regimentación del movimiento obrero, con el condimento de la “reforma económica” y la “autonomía de gestión”.


El debate en la dirección de Solidaridad


Estas cuestiones estuvieron en el centro de un debate muy importante que se produjo en la dirección de Solidaridad y que prosigue con toda intensidad. La polémica se inició en el mes de febrero con un planteamiento de Jacek Kuron, uno de los fundadores del KOR, quien se encuentra preso desde el golpe. En marzo, le respondieron Z.Bujak y W. Kulerski, presidente y vice de Solidaridad-Varsovia, ambos en la clandestinidad, lo que motivó un nuevo texto, en mayo, de Kuron.


La posición de Kuron es extremadamente contradictoria en todos los planos de sus análisis. De un lado, dice que con el golpe de Jaruzelsky se destruyeron las condiciones necesarias para un compromiso social que, de una forma precaria, habrían existido a partir de las huelgas de 1980. Ya se puede percibir aquí una aguda ambigüedad, pues si el régimen burocrático es compatible con una organización obrera independiente, lo que el golpe "destruyo” podría ser fácilmente reconstruido y has- te podría ser la única forma de marchar hacia ese compromiso. Kuron señala, a renglón seguido, que la continuación del régimen militar "conducirá invariablemente al campo gubernamental a la catástrofe” y que éste será barrido sea por una ocupación militar rusa, sea por una explosión social. Para Kuron, la dirección de Solidaridad debería preparar un levantamiento de masas que "puede tomar la forma de una ofensiva simultánea contra todos los centros de poder y de información en todo el país” y en acuerdo "con los soldados y milicianos”. Kuron revee sus posiciones anteriores al golpe, de una evolución gradual del régimen burocrático hacia su reforma, y desecha la perspectiva de circunscribirse a métodos de presión, y plantea, directamente, la insurrección. Esta debería basarse en la huelga general y en un trabajo sobre la tropa para ganarla a la insurrección, trabajo que Solidaridad en modo alguno efectuó en el período de ascenso para ganar a los soldados al movimiento antiburocrático y escisionar al Ejército en la alternativa de un golpe de estado.


Pero, contradictoriamente, para Kuron, la finalidad estratégica sería acabar con lo que llama la "ocupación militar” (ley marcial, campos de concentración, estado de guerra, etc.) Pero no así con el poder burocrático. Kuron establece una diferencia cualitativa entre el poder burocrático y el régimen militar, como si éste no fuera la forma política concreta de aquél para acabar con una situación revolucionaria. Considera pues que la "ocupación militar” podría ser reemplazada por un acuerdo nacional de los polacos” en sus tres vertientes (burocracia, Iglesia, Solidaridad) con vistas a poner en pie un régimen que contaría con lo que llama un mandato social y que respetaría las alianzas militares con la URSS. Para Kuron el impasse inevitable de la "ocupación militar” deberá llevar a sectores de la burocracia moscotiva a ver como conveniente una salida de este tipo, ya que al estabilizar la situación política eliminaría un peligro serio para los intereses económicos y estratégicos de la URSS. "Es necesario desde hoy -sostiene Kuron— hacer todo lo posible para que la dirección soviética comprenda que, con un mínimo de buena voluntad de su parte, un acuerdo nacional de los polacos -aunque sin la participación de los actuales dirigentes del país- no amenazará los intereses militares de la URSS y solamente podrá ser ventajoso para sus intereses económicos”.


Kuron apunta explícitamente a una convergencia con aquellas tendencias de la burocracia moscovita y polaca que consideran vital una apertura económica aún más profunda hacia el imperialismo, y que sostienen que la actual crisis del conjunto del bloque del Kremlin debería manejarse en un sentido liberal. Por eso Kuron sostiene que el golpe de Jaruzelsky fue "un error de cálculo” de la burocracia rusa, porque llevó a Occidente a aplicarle "sanciones” que afectan a la economía de los países del Este. "Las sanciones limitaron las posibilidades de cooperación con Occidente, cooperación sin la cual la economía del bloque no puede funcionar normalmente…”. Para Kuron, está claro, el golpe no fue la determinación inevitable (la revolución sería la otra alternativa) del enfrentamiento revolucionario entre el proletariado y la burocracia, sino un desvío de la tendencia general a la autorreforma de la burocracia en el sentido de la integración al capitalismo. Es inconfundible que para Kuron el agosto polaco no se inserta en el proceso de la revolución proletaria mundial, sino en una tendencia a la asimilación del proletariado de Europa oriental hacia la democracia imperialista.


Pero en realidad, el imperialismo mundial vio en el golpe de Jaruzelsky el mal menor frente a la revolución política en curso. Explotó el golpe para su demagogia anticomunista, pero no vaciló en sostener financieramente al nuevo régimen (el gobierno Reagan paga puntualmente los intereses que Polonia no puede hacer frente, -lo que no ocurrió con Irán), y destacó que con Jaruzelsky la disciplina volvería a las fábricas. El golpe del 13 de diciembre no cortó la cooperación con el imperialismo sino fue un curso obligado de la burocracia moscovita y polaca para seguir haciéndola posible. Por eso "muchos banqueros occidentales han aplaudido el golpe, porque piensan que la acción del ejército va a terminar con la impasse política que se desarrolló entre el gobierno y Solidaridad y que ha paralizado la economía (…) ven la toma del poder por los militares como una oportunidad para Polonia de comenzar un proceso completo de recuperación económica. Solidaridad había estado luchado por reformas radicales, originalmente previstas para ser efectivas a partir del 1ro de enero, que incluirían la gestión obrera de las empresas por los Consejos Obreros (…) La acción del general Jaruzelsky es una vía para salir de la impasse, (…) ¿es la economía polaca más viable a- hora de lo que era previamente? (al golpe). La respuesta es sí” ("Bussiness Week”, 28/12/61).


La integración con el imperialismo es una tendencia de la burocracia contrarrevolucionaria a partir de su diferenciación social creciente de las masas en sus países. El imperialismo está interesado en aprovechar la dependencia financiera y tecnológica de los estados obreros respecto al mercado mundial para acentuar ese proceso de diferenciación, mediante ataques a la planificación, al monopolio del comercio exterior, etc. Es en esta dirección que apuntan sus llamadas "reformas económicas”: buscan eliminar las barreras defensivas de la economía polaca para permitir una vinculación más estrecha con el mercado mundial, dominado por el imperialismo.


La integración con “Occidente” deberá resultar en un agravamiento de la crisis social: la receta del imperialismo es la desocupación, la eliminación de las conquistas sociales, el “control salarial” y la derogación de los mecanismos de defensa de la economía polaca. El imperialismo explota la demagogia democrática y de los derechos humanos como una bandera de intervención política, cuyo contenido social es liquidar el "totalitarismo" de la estatización de la economía, el plan y el monopolio del comercio exterior.


Kuron sostiene que la "cooperación Este-Oeste” actuaría como una especie de protección de un régimen nacional polaco que daría garantías a la burocracia y al imperialismo. Lo que está proponiendo en realidad es un estado mutilado basado en un pacto de garantías internacionales con el imperialismo. Pero esto que Kuron presenta como realista no pasa de un esquema. Ni la burocracia ni el imperialismo van a apuntalar un régimen que tenga por una de sus vertientes la fuerza social de un proletariado en ascenso.


En definitiva, la esencia del planteo de Kuron apunta, no a liberar las fuerzas de la resistencia obrera, sino a actuar como un freno de la explosión social que él mismo anuncia como inevitable. Kuron dice textualmente que “la sociedad polaca posee buenas razones para exigir un ajuste de cuentas con las fuerzas de la ocupación”, pero que “la dirección de la resistencia debe preparar la sociedad para mayores concesiones con vistas a un compromiso con el poder…” Ni se le ocurre que forzar a la resistencia obrera a esta capitulación anticipada significa estrangular de antemano la victoria de una insurrección.


Kuron refuta la concepción de la Iglesia y de los sectores conciliacionistas de Solidaridad de qué Jaruzelsky efectuaría concesiones si el movimiento de masas se mantiene pasivo.


Para Kuron, el poder militar sólo hará concesiones si se lo enfrenta con la huelga general. Para eso, sostiene, Solidaridad tiene que ser la dirección real de esa confrontación inevitable de la sociedad con la ocupación militar. Solidaridad debe ser "el centro del movimiento y una red de información eficaz", lo cual "no limita de manera alguna la autonomía de las diversas cadenas del movimiento".


Kuron no define cómo se reunirán las condiciones para el levantamiento, las da por reunidas. Pero esto no es así: la clase obrera polaca, con todas sus resistencias, no ha salido aún de la derrota infligida por el golpe y las controversias en su seno traducen las dificultades por encontrar una respuesta unificada al poder militar. La huelga general no puede salir por un decreto: requiere de todo un trabajo preparatorio en el que se deberá combinar la resistencia a las terribles condiciones de trabajo (“militarización"), a la brutal carestía, con las reivindicaciones directamente políticas. Serán esos movimientos los que irán madurando al movimiento de masas para la huelga general.


Otra cosa es el acierto de Kuron de que Solidaridad debe actuar como una dirección centralizadora. Esto no significa que no impere la libertad de discusión y la autonomía en sus filas; por el contrario, los haría posible y permitiría organizar un congreso nacional en la clandestinidad.


Es un despropósito creer que puede cumplir la función de un partido revolucionario, es decir, estructurarse en tomo a un programa y a una estrategia científicamente concebidos, y, de otra parte, que puede borrar las tendencias de clase contradictorias que se anidan en su seno. Pretenderlo es someter a la vanguardia clasista en formación a la política democrático-clerical-proimperialista. El futuro de la revolución proletaria contra la burocracia depende de que construya el partido revolucionario. Pero todo esto no significa que en Solidaridad no debe imperar la centralización democrática en base a la defensa de sus conquistas históricas y a un programa de acción. Sería la centralización propia de una forma del frente único del proletariado polaco. Los obreros polacos no van a votar en esta discusión que se desarrolla en Solidaridad, pero sí deberán hacerlo respecto a los programas de acción que de ella se desprendan. Dos cosas deben quedar claras: Solidaridad no puede sustituir la construcción del partido y sí debe ser la organización de combate del proletariado polaco como masas.


La posición de los dirigentes de Solidaridad.


Los dirigentes de Solidaridad, Bujak y Kulerski, no difieren con Kuron en relación a la perspectiva sino que consideran que se equivoca al querer llegar a un compromiso por vía de la insurrección. Bujak sostuvo que era necesario "evitar una confrontación global con el poder" porque una explosión social no podrá resolver ningún problema y'porque tal confrontación unificaría al “campo gubernamental". Para Kulerski, la disyuntiva no es la de revolución o compromiso sino “la de una lenta descomposición del sistema, acompañada de cambios progresivos que pueden conducir a una reconquista por la sociedad de su influencia sobre su destino".


Ambos dirigentes se definieron en favor de que Solidaridad fuese un movimiento descentralizado como la forma organizativa que mejor respondería a la estrategia de ir minando lentamente el régimen dictatorial.


A su vez, Bogdan Lis, en su discurso del 31 de agosto, se refirió a los métodos de lucha en esta etapa de la resistencia y sostuvo que las "huelgas cortas de protesta" pueden "causar destrucciones de estructuras en el interior de las fábricas por la policía política". “Por otro lado, agregó, consideramos la huelga general un' arma definitiva y es por eso que sólo la proclamaremos si fuese necesaria".


Este problema de la centralización de Solidaridad y de los métodos de lucha está en el centro de un debate que recorre al movimiento obrero en su conjunto. Esto, por ejemplo, salió abiertamente a la luz con un texto de la Coordinadora de Grandes Fábricas de Varsovia donde se plantea que la resistencia pasiva requiere precisamente de una "organización elaborada". “No se comprende entonces -agregan- cómo Bujak y Kulerski conciben la resistencia pasiva en el cuadro de una organización reducida al mínimo. A menos que esa resistencia no sea sino una manifestación simbólica… Pero la población reacciona cada vez menos a sus llamados… ¿Es que la población no sostiene más a Solidaridad? ¿Es que no desea la liberación de los internados y el levantamiento del estado de guerra?


Si las consignas de nuestro presidente (Bujak) son tan poco seguidas es porque se refieren a un comportamiento simbólico que está hoy definitivamente comprometido. El 13 de diciembre y el desencadenamiento bestial del poder, la insolencia de la propaganda, la morgue comunista de los vencedores son otras tantas manifestaciones de que el tiempo de los símbolos está concluido y de que llegó el tiempo de la respuesta real" (En “Altemative", ídem). Y en otro texto, agregan: “¿por qué los dirigentes de Varsovia, como Bujak y Kulerski, asocian la resistencia pasiva que ellos preconizan con un bajo nivel de organización? Porque, infelizmente, en sus concepciones, la resistencia pasiva es una acción de carácter simbólico". Esta misma cuestión, como ya vimos, se expresó cuando los obreros de diversas regiones salieron a la huelga contra la disolución de Solidaridad, mientras su dirección convocaba a un paro de protesta para un mes después.


Bogdan Lis desarrolló toda una concepción sobre los métodos de la resistencia, pues desechó la huelga como un medio de lucha del presente periodo. Pero desechar las huelgas cortas y las huelgas largas, las primeras por la acción de la policía y las segundas porque “son un arma definitiva", es condenar al movimiento obrero a la parálisis. Las huelgas no pueden ser un ultimátum, de todo o nada, ni decretadas de la noche a la mañana. Requieren de todo un trabajo preparatorio y pueden tener objetivos limitados pero no por eso menos valiosos. El movimiento obrero polaco está en una etapa defensiva y las acciones obreras (huelgas y otros tipos de acciones) para poner un freno a la carestía, liberar a los presos, hacer frente a las brutales condiciones de trabajo, juegan un indudable papel en minar al régimen militar y recuperar la confianza del proletariado en sus fuerzas…


El planteamiento de los dirigentes de Solidaridad conduce a lo que la Coordinadora de Grandes Fábricas de Varsovia llama "acciones simbólicas" que están actuando como un factor de desorganización de los trabajadores porque se decretan al margen de su evolución y organización, están de espalda al carácter de masas que tiene la resistencia obrera y, finalmente, introducen un factor de desgaste y desmoralización. El paro del 10 de noviembre, ¿no fue acaso "simbólico” y frenador de las huelgas obreras y concentraciones que un mes antes estallaron en Polonia?


Los dirigentes de Solidaridad sostienen que el planteo insurreccional y centralizador de Kuron conduce inevitablemente al terrorismo y que esto debe ser evitado con un planteamiento que evite la confrontación y mediante una forma organizativa descentralizada. En verdad, el propósito de derrocar al régimen militar plantea la cuestión de la lucha armada, pero esto no como obra de grupos minúsculos sino como parte del combate de las masas. Esto último no tiene nada que ver con el terrorismo: éste puede desarrollarse como resultado de la ausencia de una perspectiva de masas propia del proletariado, que lleve a sectores desesperados a desarrollar acciones individuales "ejemplares" y a actuar como un factor adicional de desorganización de las masas. Ese peligro existe si Solidaridad fracasa en desarrollar el carácter de masas de la resistencia y si insiste en una estrategia “reformista" de la burocracia contrarrevolucionaria.


La lucha por un partido obrero revolucionario


Un importante dirigente de Solidaridad de la región de Lodz, actualmente en el exilio, Z. Kowalewski, correctamente califico la tesis de Kurom “como una ilusión, pues ese poder no puede evistir sino como un poder totalitario” y agrego que la “proposición de Kuron de usar un medio de lucha extremo (levantamiento de masas) implica una subordinación de los métodos de lucha revolucionarios a las ilusiones reformistas”.


Kowalewski rechaza la idea de un método de lucha infalible y se pronuncia por la combinación de éstos, inclusive el repliegue táctico si fuese necesario. Coloca el acento en rechazar una estrategia de compromiso, así como la idea de que se pueda democratizar el poder totalitario. Si el poder burocrático clásico pasó hacia una dictadura militar y necesitó "un acto de contrarrevolución política, un golpe de estado" -sostiene Kowalewski- "el pasaje inverso no se puede hacer sino por una ruptura democrática y de carácter revolucionario, inclusive si tal ruptura no implica aún arrancar el poder de las manos de la burocracia totalitaria”.


Para Kowalewski, el régimen no marcha hacia la democratización sino hacia una crisis de características mayores. Dado que el aparato, militar ha sometido al aparato del POUP, "todas las contradicciones que minan la burocracia, así como las contradicciones entre ésta última y la clase obrera apoyada por los otros grupos sociales oprimidos, se desplazarán al interior del aparato militar y se concentrarán en su seno”. De este modo, "cada crisis del poder comportará el riesgo de divisiones internas en el Ejército. El hecho de que sea un ejército de conscriptos, que los soldados salgan de las masas trabajadoras de las ciudades y del campo, no podrá sino favorecer esas divisiones. Solidaridad, apoyándose en las fisuras que se desarrollarán, deberá entonces hacer lo que se negó a hacer antes de diciembre de 1981: dedicarse a la tarea de ganar a la causa del pueblo, la mayor cantidad de soldados y tropas posibles de este Ejército dividido en su interior”.


Como puede observarse el debate en Solidaridad y en la oposición polaca es de la mayor importancia pues toca los problemas fundamentales de la revolución política y es inseparable del movimiento de resistencia contra el régimen burocrático-militar. .Que del seno de Solidaridad se destaquen tendencias que se manifiestan por un programa consiente de revolución política es un saludable índice de la evolución política que se está operando en el seno del movimiento obrero.


Él problema capital es al agrupamiento de esa vanguardia en un partido revolucionario. Por la presencia de Solidaridad, que agrupa a las más amplias masas, se ha sostenido que esa tarea sería innecesaria. Pero Solidaridad no es un partido revolucionario sino un movimiento sindical-soviético de masas que ha sido capturado por tendencias partidarias de un compromiso con el régimen burocrático. Proclamar entonces la innecesariedad de la estructuración independiente y revolucionaria de la vanguardia obrera significa una política de adaptación a esas tendencias conciliacionistas.


La vanguardia obrera polaca en la clandestinidad y en el exilio está efectuando un balance del proceso de la revolución política, y el debate en sus filas es una clara demostración. El trotskismo no sólo debe contribuir a ese balance, intervenir en los debates, sino formular la conclusión fundamental qué es la estructuración de un partido revolucionario.


La construcción del partido revolucionario ha sido menospreciada y relegada por el SU, que políticamente estuvo disuelto en Solidaridad y explícitamente rechazada por los seudotrótskistas lambertistas y morenistas. Estos últimos formularon la tesis, que ambos reivindican, de la lucha por un partido socialista, esto es, de carácter reformista y que por sus planteos no puede sino ligarse a la burguesía imperialista. Este planteo se integra perfectamente con las tendencias conciliácionistas de la oposición polaca, que también se subordina politicamente a las "democracias” imperialistas. Se vuelve nuevamente a mostrar la capitulación ante la socialdemocracia de los "cabezas pensantes” del ex C.I.


Por el contrario, el periodo revolucionario abierto en Polonia en 1980 planteó la lucha por la construcción del partido revolucionario de un modo crucial. Esta tarea no está cancelada por el golpe sino todo lo contrario: el proceso resistencia tiene un carácter de masas, la diferenciación política en la vanguardia se ha acelerado y se discute vivamente el programa y los métodos para derrocar a la burocracia. Las bases programáticas de los grandes partidos revolucionarios se formularon en el exilio y en la clandestinidad, precisamente como balance y superación de las derrotas anteriores.


La impasse del régimen burocrático-militar y las perspectivas de Solidaridad


Es un hecho que la resistencia polaca tiene un carácter de masas, a pesar de sus altibajos y traspiés. Desde el golpe se realizaron concentraciones masivas todos los meses, lo que demuestra que la resistencia tuvo desde el inicio un carácter activo de masas. Más aún, por los numerosísimos boletines regionales y fabriles que circulan, y que exigen una política, no de conciliación, sino de resistencia, y por algunas informaciones que señalan que dirigentes combativos han comenzado a liderar fábricas importantes, se estaría operando una renovación en los cuadros dirigentes de base de Solidaridad. La revista inglesa "The Economist” señala precisamente que "su información y propaganda (de Solidaridad) son admirables. El número de sus publicaciones ha crecido enormemente. Adicionalmente a los panfletos y semanarios, existen ahora revistas que contienen debates, análisis, y ensayos. Esto muestra no sólo la existencia en las filas de Solidaridad de intelectuales dispuestos a correr con los riesgos sino también un considerable grado de organización” (6/11/82).


La Iglesia, por su parte, ha mantenido una línea de "diálogo” con el régimen y no ha ocultado su oposición a que Solidaridad impulse la resistencia a Jaruzelsky. Glemp es partidario de que el movimiento obrero entre en los "nuevos” sindicatos de Jaruzelsky y, concretamente, llamó a no parar el 10 de noviembre, subrayando que "el diálogo entre la Iglesia y el gobierno militar en Polonia no ha sido roto" ("International Herald Tribune”, 11/11/82). El surgimiento de Solidaridad sobre la base de las impresionantes huelgas de 1980 significó un debilitamiento relativo de la Iglesia, pues la oposición a la burocracia pasó a canalizarse detrás de la organización obrera, relegando a la Iglesia a un tercer lugar en las relaciones de poder. Ahora, con el golpe, si el régimen consigue derrotar a Solidaridad, se le presenta a la Iglesia la oportunidad de quedar como único canal "opositor” y negociar desde esa posición un entendimiento con el Ejército. Jaruzelsky ha comprendido esto y ha resuelto ampliar el espacio político de la Iglesia: la autorización al Papa a visitar Polonia – apunta en ese sentido y formaría parte de un acuerdo global con la Iglesia.


Pero el régimen está obligado a operar en una situación de profunda crisis económica que estrecha sus márgenes de maniobra. La producción sigue estancada en los bajísimos niveles de 1980 y 1981 y la capacidad de producción estaría siendo usada entré un 40 y 45 por ciento. Ahora la burocracia está obligada a "levantar” fábricas y ramas de producción que se revelaron insensibles y qué fueron construidas en la década i del 70 como parte de las inversiones galopantes de la burocracia de Gierek. Jaruzelsky está obligado a operar esa "reestructuración” pero se trata de un régimen qué no tiene base social de apoyo y, además, la erras económica mundial limita las posibilidades que ciertos sectores de punta financien ese proceso. Consciente de esto, el imperialismo ha negociado un acuerdo de largo alcance con la deuda externa polaca que vence este año. El acuerdo abarcó "3.400 millones de dólares de capital e intereses adeudados por Polonia este año, mucho más tolerante hacia el gobierno de Varsovia que el primer acuerdo concluido el último año”. ("International Herald Tribune”, 4/11/ 82). Cerca de 2.300 millones cuentan con un período de gracia; de 4 años y podrán entonces ser pagados en un lapso de 3 años y medio, y los otros 1.100 millones son reciclados en forma de préstamos.


A pesar de estos acuerdos de sostén del imperialismo, la crisis económica actúa como un factor limitativo de la burocracia pues ésta no puede apoyarse en un sistema de concesiones sociales. En este año, el poder adquisitivo de la población bajará un 40 por ciento y “la reciente reunión del comité central confirmó que habrá más incrementos de precios el próximo año” ("The Economist”, 6/11/82).


Un agravamiento de la crisis económica será un factor fundamental en la disgregación del régimen burocrático-militar.


No es cierto, como sostiene la revista “Inprecor”, del S.U., que la burocracia esté inmunizada frente a un agravamiento de la crisis económica porque "se las arreglará para mantener sus privilegios, reduciendo la parte del ingreso nacional destinado a satisfacer las necesidades de la población” (Jacqueline Allio, "Inprecor”, Nro. 127, 31/5/82).


Ningún régimen social puede quedar impune ante un retroceso constante de sus fuerzas productivas y un acentuado el nivel de disgregación económica. Los capitalistas disponen de mejores medios (la propiedad de los medios de producción) para mantener sus privilegios, pero la crisis disloca al capitalismo y abre la vía de la revolución social. La burocracia polaca no puede impulsar una diferenciación social hacia arriba y neutralizar por esa vía a un sector de la población, sino que tiene que arrebatar a las masas las "diferenciaciones” del período anterior. Si antes la desigualdad social entre la burocracia y las masas mostraba claramente el carácter parasitario de la primera, ahora la desigualdad es "para abajo" porque su gestión es una traba al crecimiento de la producción. Su función de reguladora de la producción social y de distribuidora de la riqueza aparece carcomida por ser ella la fuente del retroceso y de la disgregación social. La burocracia se revela incapaz de defender las bases sociales de sus privilegios, por lo que inexorablemente marcha a su dislocación, y esto es un incentivo a la intervención del proletariado.


Si la burocracia, en cambio, consiguiera paliar la crisis actual, ello sería sólo transitorio, pero esto, a su vez, será un factor de cohesión social de las masas (mayor ocupación, mantenimiento de su nivel de vida) lo que incentivará la lucha política. Una estabilización económica tendría dos componentes fundamentales: amplias concesiones al imperialismo y agudización de la presión del Estado contra la clase obrera (disciplina, intensificación del trabajo, desempleo, etc.). Lejos de atenuar la lucha de clases la agravaría. La dictadura burocrática contempla la conveniencia de un curso como éste para diferenciar y dislocar a Solidaridad.


Jaruzelsky parece dispuesto a un acuerdo con la Iglesia que le permita estabilizar su régimen ante el embate de las masas, de un lado, y las presiones de la burocracia moscovita, del otro, y como base para la implementación de la llamada "reforma económica”. Jaruzelsky podría "suavizar" algunas medidas represivas para que la Iglesia tenga un campo "positivo” de actuación. El imperialismo apunta a esta alternativa (el acuerdo sobre la deuda externa es un ejemplo).


Pero voceros del imperialismo han llamado a la Iglesia a no engañarse y pensar que “otra vez” existen "solo dos actores en Polonia. Existe un tercero, aunque se han dado órdenes para que desaparezca” ("The Economist”, 30/10/82). Se trata de la fuerza del proletariado agrupada en Solidaridad. Claro está que la estrategia que ésta adopte será un factor clave en la aceleración de la situación política polaca, pero el hecho irreversible es que el proletario polaco en los últimos 30 años ha tenido en jaque a la burocracia contrarrevolucionaria.


12 de noviembre de 1928

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