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“La dictadura revolucionaria del proletariado”, según Nahuel Moreno

Publicado originalmente en la revista Internacionalismo N° 2, diciembre de 1980.

Una introducción necesaria

En agosto de 1978, Nahuel Moreno publicó un extenso libro titulado “La dictadura revolucionaria del proletariado”. El objetivo del trabajo es la crítica a la Resolución del Secretariado Unificado sobre “Democracia Socialista y Dictadura del Proletariado” que databa de un año atrás.

La resolución en cuestión -objeto de la crítica morenista- constituye un total abandono de la teoría marxista del Estado y de la dictadura del proletariado. Para el SU, la dictadura obrera significa, por sobre todas las cosas, la “extensión” de las libertades democráticas y afirma que el aplastamiento de la contrarrevolución burguesa debe estar limitado por el respeto a las libertades individuales. Se trata de un abandono del planteamiento marxista puesto que el Estado obrero debe subordinar las libertades democráticas a la acción directa de las masas y al aplastamiento de la contrarrevolución. Este ha sido el curso seguido por todas las revoluciones (Cromwell, Robespierre, Lenin).

Al revés, el SU plantea que la dictadura del proletariado debe estar restringida desde un inicio a un “Código Penal”, que “defienda y extienda las conquistas más progresistas de las revoluciones democrático-burguesas”. (Es decir, con la Gironda contra la Montaña, contra los bolcheviques y con los mencheviques y SR). El SU plantea, además, el abandono de la caracterización marxista del Estado sobre la base de las relaciones de propiedad en las cuales se apoya. “Democracia Socialista y…” caracteriza que países como China y Vietnam se distinguen porque en ellos ha habido una “restricción” y no una “extensión” de las libertades democráticas y desprecia lo esencial: que China y Vietnam se apoyan -aunque en medida decreciente y favoreciendo tendencias restauracionistas del capital- en Ia propiedad estatal de los medios de producción.

Es oportuno señalar que “Democracia Socialista y…” fue lanzado en pleno auge del ‘eurocomunismo’, cuando varios PCs. europeos se lanzaron precisamente a cuestionar el “leninismo” y la dictadura del proletariado, fórmulas que figuraban como reliquias del pasado en sus programas. El SU caracterizó entonces al eurocomunismo como progresivo, y la resolución sobre la dictadura del proletariado procura una convergencia con aquél.

Nahuel Moreno tomará las aberraciones del SU para desplegar un amplio ataque a lo que juzga “un crimen teórico, político e histórico… un afiebrado liberalismo burgués… una entrega completa a los prejuicios democráticos burgueses de las masas occidentales”.

Moreno reúne tres o cuatro citas “clásicas” relativas a los métodos que la dictadura proletaria de octubre tuvo que imponer para defender al Estado obrero, métodos que “pertenecen a la prehistoria bárbara como el Estado mismo” pero que son los únicos con los cuales “se puede abrir la verdadera historia humana” (Trotsky).

Lo que sorprende, en este apego a la “ortodoxia”, es que proviene del líder de una corriente revisionista, cuya conducta política está marcada desde varias décadas atrás por el más feroz oportunismo y falta de principios, particularmente en lo que respecta a la cuestión del Estado: el morenismo se ha caracterizado por una defensa principista del Estado burgués ‘democrático’ en los países atrasados. Moreno, ahora encendido defensor del terror rojo, es dirigente de un partido que mandaba telegramas de condolencias a los familiares de militares, asesinados por el terrorismo pequeño burgués, y se declaraba solidario con el dolor de sus familiares porque “nada de lo humano nos es ajeno”.

Pero como la mona aunque se vista de seda, mona queda, la importancia del libro de Moreno reside en que detrás de una posición de defensa pretendidamente ortodoxa de la teoría marxista del Estado, plantea un revisionismo tanto o más profundo que el de Mandel y del Secretariado Unificado.

Un programa de apoyo a la burocracia

Moreno toma un planteo del SU —”el debilitamiento del Estado debe comenzar desde el comienzo de la dictadura del proletariado”— para abrir paso a una revisión del marxismo y a la apología del stalinismo. Esto, porque niega el principio esencial de la doctrina marxista, que dice que a partir de la liquidación del poder burgués y la instauración de la dictadura del proletariado, se inicia un proceso de extinción del Estado, aparato de represión de la clase dominante. La dictadura proletaria significa ya, en sí misma, una reversión histórica en la tendencia de desarrollo del Estado, que consiste en el perfeccionamiento de la maquinaria de opresión. Engels analizó esta cuestión en su célebre introducción a la “Lucha de clases en Francia” y destacó que el fenómeno esencialmente novedoso de la dictadura del proletariado consiste en que se trata, por primera vez, de una dictadura de la mayoría sobre la minoría mientras que la constante en la historia del hombre y la lucha de clases era estrictamente lo contrario. Por esta razón, la dictadura proletaria, desde su comienzo, tiende a disolver, a extinguir (el SU y Moreno usan la expresión “debilitar” para deformar paulatinamente el planteo marxista), al aparato especial de represión que es esencia del Estado. Es que la “mayoría” puede ejercer su coerción clasista contra las presiones contrarrevolucionarias recorriendo camino inverso a todos los sistemas de dominación de clase que, siendo representación de minorías, necesitaban el fortalecimiento sistemático del aparato estatal.

Moreno niega radicalmente todo esto, afirmando que: “debido a la existencia del imperialismo, no bien el proletariado toma el poder tendrá que fortalecer su dictadura revolucionaria extendiendo y profundizando la revolución y, para ello, tendrá que fortalecer su Estado…” (Página 135, subrayado nuestro). Existe aquí una confusión total. Las tareas de aplastamiento de la contrarrevolución (cerco imperialista) no están en contradicción con el proceso de extinción objetiva del Estado, porque justamente la diferencia histórica entre la represión estatal proletaria contra sus enemigos y cualquier otra forma previa de represión estatal consiste en que la primera responde a los intereses de la mayoría de la población. La represión ejercida por el Estado obrero corresponde no al perfeccionamiento de la maquinaria de opresión sino a su tendencia a la extinción, es parte del movimiento, de la transición a una situación de desaparecimiento completo del Estado. Habría que suponer que Lenin y Trotsky se comportaron como unos ingenuos fenomenales al plantear en el programa del partido bolchevique (en 1918) la tesis de la dictadura del proletariado y de la extinción del Estado, en medio de una guerra mundial. El Estado no termina de extinguirse sin la victoria de la revolución mundial; vuelve a ser un Estado de explotadores si triunfa la contrarrevolución; puede degenerarse si se aísla en un solo país; pero significa desde el vamos la tendencia de extinción del Estado y no el reemplazo de una forma de opresión histórica por otra.

Debe reconocerse que Moreno no esconde, que su planteo sobre la necesidad de “fortalecer al Estado” luego de la revolución, constituye una revisión de la teoría marxista: “con la aparición de la indiscutible necesidad de fortalecer a la dictadura del proletariado en toda una etapa, quedó desechada una de las premisas teóricas fundamentales del marxismo”. Lo que es redondamente falso es que esta liquidación de “una de las premisas teóricas fundamentales del marxismo” sea obra de Lenin y Trotsky, como sostiene nuestro autor. Trotsky afirma exactamente lo contrario a lo que pretende Moreno en una de sus obras clásicas:

“Desde su formación el régimen de la dictadura del proletariado deja de ser un ’Estado’ en el viejo sentido de la palabra, esto es, el de una máquina hecha para mantener la obediencia de la mayoría del pueblo. Con las armas, la fuerza material pasa directamente, inmediatamente, para las organizaciones de los trabajadores, tales como los soviets. El Estado, aparato burocrático, comienza a desaparecer desde el primer día de la dictadura del proletariado. Tales son los términos del programa que nunca fue revocado” (La Revolución Traicionada, subrayado nuestro).

Contra este demoledor planteo de Trotsky, Moreno tiene la osadía de decir que, “en esta conclusión -que es inevitable el fortalecimiento de la dictadura obrera, del Estado  proletario- hay una ‘coincidencia’ entre Stalin y Trotsky” (pág. 272). La diferencia entre ambos consistiría en que mientras Trotsky planteaba un fortalecimiento “revolucionario” del Estado, Stalin propugnaba uno “burocrático” (pág. 265). Todo esto es una total falsificación y una apología del stalinismo, que de acuerdo a Moreno, representa “un fortalecimiento momentáneo que a la postre debilita al Estado obrero y a la dictadura del proletariado” (pág. 265). Lenin y Trotsky jamás sostuvieron semejante barbaridad, nunca plantearon que la burocracia significaba un fortalecimiento del régimen proletario. Por el contrario, cuando aparecieron los primeros signos de burocratización en el Estado soviético, indicaron que se trataba de un rasgo proveniente de la debilidad de la dictadura y del Estado obrero que debía ser radicalmente combatido. Fue así como Lenin planteó la cuestión, cuando poco antes de su muerte llamó a combatir drásticamente la Inspección Obrera y Campesina dirigida entonces por Stalin. El planteo de Moreno es la negación del análisis leninista trotskista, la negación de una base teórica para la revolución política en la misma medida en que brinda una justificación programática a la burocracia stalinista. Teórica y prácticamente no existe la posibilidad de un fortalecimiento “revolucionario” del Estado obrero (contrapuesto al “burocrático”). En realidad el fortalecimiento del Estado obrero y las tendencias a la burocratización son un solo y mismo fenómeno: el Estado obrero se fortalece burocratizándose, de lo contrario tiende, junto con un proceso de victorias sobre el imperialismo, a extinguirse, y no hay aquí sutilezas que valgan. Es negándose a admitir esto, obligado por su lógica de apoyo al fortalecimiento del Estado, que Moreno concluye haciendo la apología de la burocracia.

La “extinción” del Estado significa, no que sus funciones represivas desaparecen (no sería entonces una dictadura revolucionaria) sino que son reabsorbidas por la mayoría de la sociedad. Por referencia al antagonismo histórico entre Estado y Sociedad tales funciones dejan de ser extrañas y hostiles a ésta última y en ella tienden a disolverse:

“La Revolución de Octubre proclamó como una de sus tareas disolver el ejército en el pueblo. Se presumió que las fuerzas armadas se construirían sobre el principio de la milicia. Solamente esta clase de organización del ejército, al hacer del pueblo el amo armado de su propio destino, corresponde a la naturaleza de la sociedad socialista. En el curso de la primera década se hizo una preparación sistemática para la transición de un ejército de cuarteles a un ejército de milicia. Pero desde el momento en que la burocracia logró aplastar toda manifestación de independencia de la clase trabajadora, transformó abiertamente el ejército en un instrumento de su propio dominio… Veinte años después de la revolución el Estado soviético se ha vuelto el aparato de coerción y compulsión más centralizado, despótico y sediento de sangre (¿Sigue aún el gobierno soviético los principios adoptados hace veinte años?, 13 de enero de 1938).

La “teoría” de Nahuel Moreno sobre el “fortalecimiento’’ del Estado obrero es, parafraseando a Trotsky, la “revocación del programa marxista”. Es por esto que los “pequeño- burgueses” del SU, que Moreno dice atacar, no tardaron en aceptar la “crítica”. Peter Camejo, dirigente del SWP ha reconocido en un texto de su autoría que, en lo que respecta al fortalecimiento del Estado, no tiene ningún reparo en aceptar la tesis de Nahuel contra lo sostenido en “Democracia Socialista y Dictadura del Proletariado”; y agrega: somos partidarios a muerte del fortalecimiento del Estado cubano. Traduciendo: de la burocratización del castrismo y su emblocamiento con su política de conciliación de clases y de compromiso con el imperialismo, como lo demuestra el activo apoyo de Fidel a la estrategia sandinista de reconstrucción de Nicaragua con la colaboración de la iniciativa privada.

Moreno y la defensa de la democracia burguesa

El autor del libro es, como se sabe, el máximo dirigente del PST argentino. Lo que el lector poco familiarizado con la vida política argentina puede no saber es que el PST es conocido por una característica básica: nació y se formó defendiendo la política de la “institucionalización” burguesa que la dictadura de Lanusse puso en marcha en 1971. El periódico morenista argentino caracterizó entonces como “progresiva” la política del GAN (Gran Acuerdo Nacional), denominación que dio la dictadura militar de la época al operativo de retorno de Perón, apoyado en un amplio frente de partidos burgueses argentinos y cuyo objetivo esencial era el de desviar a las masas del ascenso revolucionario que se iniciara con el célebre “Cordobazo” en mayo de 1969. Moreno y su grupo proclamaron entonces la necesidad de construir un “partido centrista legal” y entraron en negociaciones con una fracción burguesa descompuesta del Partido Socialista, que integraba un frente denominado “La Hora del Pueblo” con los dos partidos burgueses más importantes del país: el peronismo y el radicalismo.

La defensa de la “institucionalización” fue una constante de la política del PST: en 1974 se integró al llamado Bloque de los 8”, frente de partidos burgueses y el stalinismo criollo. El objetivo de este bloque era la defensa de palabra de la “democracia” frente a la agudización de la lucha de clases en el país contra el gobierno peronista. Su función era adormecer a las masas, quebrar la acción directa de la clase obrera y, en definitiva, abrir paso a la contrarrevolución que lamentablemente triunfaría en marzo del ’76.

Moreno defendió a muerte esta posición frente populista tan miserablemente denigrada por “nuestros maestros”, fórmula que nuestro autor gusta de abusar. En su crítica “revolucionaria” al SU, Moreno vuelve ahora en su libro, como de pasada y en apenas algunos párrafos, a defender la misma posición o, más bien, a pretender darle un barniz teórico.

“No existe separación entre las dos instituciones (las de la democracia burguesa y las de la democracia proletaria) desde el punto de vista de la movilización obrera. Es muy posible que, por todo un período del proceso revolucionario, la defensa de la democracia burguesa, justamente a causa de los prejuicios democráticos burgueses de las masas europeas, y si la contrarrevolución imperialista se vuelve el peligro más inmediato, sea una gran consigna transicional” (pág. 121).

Lo referido a “los prejuicios democrático-burgueses de las masas europeas” es apenas un expediente en el razonamiento morenista. Toda la política que desarrolló el PST en un país que queda en las antípodas del continente europeo se desenvolvió exactamente en el mismo sentido: “la defensa de la democracia burguesa por todo un período del proceso revolucionario”. Lo notable es que ahora Moreno se embandera con la defensa de la democracia burguesa en los propios países imperialistas y la levanta como gran reivindicación frente a la contrarrevolución. Esto equivale a abandonar con armas y bagajes el marxismo. La labor de los revolucionarios “en el proceso revolucionario” debe ser exactamente la contraria a la planteada por Moreno: explicar y educar a la clase obrera, a través de su propia experiencia, en la desconfianza más absoluta en la hipócrita democracia burguesa, distinguir el combate por las libertades democráticas -islas de la democracia obrera en el Estado capitalista- de la defensa de una de las formas del Estado burgués.

Es esto último lo que el morenismo siempre confundió deliberadamente, para justificar su adaptación a la burguesía: identificó libertades democráticas con el régimen burgués democrático -que como decía Lenin no deja de ser una dictadura de los capitalistas- y se embanderó en la defensa del Estado burgués. Confirmando esta posición, Moreno sostiene ahora en su texto que la distinción crucial entre la democracia burguesa y la democracia proletaria carece de toda importancia en la intervención teórica y práctica de los marxistas:

“El verdadero debate entre los reformistas y los revolucionarios no será sobre las virtudes de ambas democracias en abstracto: sino, muy posiblemente, sobre si para defender las creencias democrático burguesas de la amplia mayoría de la clase obrera utilizamos la movilización y el armamento del proletariado o utilizamos métodos de colaboración de clases. La verdadera polémica con los socialdemódemocratas y las burocracias oportunistas será respecto a los métodos. Esto es muy importante, porque si no actuamos así, corremos el peligro de transformar el proceso vivo de la lucha de clases en una discusión académica sobre esquemas democráticos” (pág. 122).

La incoherencia de este razonamiento es total. ¿Para qué el propio Moreno escribe 300 largas páginas sobre la teoría del Estado obrero y la dictadura revolucionaria del proletariado si se trata de una mera “discusión académica”? ¿Para qué tanta tinta y papel si no “existe separación” (entre la democracia burguesa y la proletaria) desde “el punto de vista de la movilización obrera”? ¿Desde qué otro “punto de vista”, debiéramos preguntarle a Moreno, existe entonces tal separación entre dos cosas tan antagónicas como la democracia burguesa y un régimen estatal proletario?

En realidad, se trata de algo más que de una incoherencia y de dos o tres párrafos en el texto. Se trata de la esencia de la política real del morenismo de adaptación a las instituciones y a la democracia de la burguesía que es la esencia de su intervención política. La misma política que llevó al partido eje del morenismo -PST-, ferviente seguidor de la fe en la institucionalización burguesa a una total incapacidad para prever y prepararse frente al golpe contrarrevolucionario argentino, como lo que vienen denunciado sistemáticamente los propios militantes del PST en una seguidilla de boletines internos del partido, sumido actualmente en una seria crisis.

Lo verdaderamente interesante es que todo el ataque “ortodoxo” de Moreno a la degeneración liberal burguesa del SU concluye en un acuerdo en lo esencial: la postración frente a la “democracia” y el Estado burgués. La posición de Mandel-SU y la de Moreno siguen aquí el mismo principio. Uno lo aplica para desnaturalizar la caracterización de la dictadura proletaria y al Estado obrero, el otro para justificar una constante de su estrategia política: progresar a la sombra del Estado burgués y del frente popular que lo sostiene en coyunturas convulsivas de la lucha de clases. El libro de Moreno nos brinda la justificación ideológica, “defender la democracia burguesa por todo un período revolucionario” y, también, la tradicional excusa oportunista: la culpa es de las masas y sus “prejuicios”.

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