Presentamos en este nuevo aniversario de la declaración de Independencia del 9 de julio dos artículos publicados en el bicentenario en Prensa Obrera en 2016 escritos por Christian Rath.
Resumen en forma didáctica uno de los ejes centrales desarrollados en su libro “La Revolución clausurada” escrito conjuntamente con Andrés Roldan y que abarca el período 1806-1820. Es que el Congreso de Tucumán fue el evento decisivo que marcó el viraje de las clases dirigentes, especialmente de Buenos Aires, hacia poner fin a la etapa revolucionaria y pactar con los portugueses (radicados en Brasil) la entrega de la Banda Oriental con tal de acabar con la amenaza del artiguismo revolucionario que venía creciendo en el último año. Por supuesto todo esto con el arbitraje de los ingleses.
Esta mirada que devela y pone a la luz las verdaderas conspiraciones que se operaron en el Congreso de Tucumán, son sistemáticamente ocultadas por las distintas versiones de la “historia oficial”, tanto la mitrista liberal como la revisionista nacionalista, ambos comprometidos con ocultar un pasado que muestra los compromisos que tempranamente asumieron las clases dirigentes de estos pagos con la potencia dominante de la época, Inglaterra.
Es el mismo interés con el que hoy quieren disfrazar el sometimiento al imperialismo dominante (tanto yanqui como europeo) con la auditoría del FMI y pretenden presentar al 9 de julio y a la “independencia” como un mito de un pasado que nunca existió.
Ninguno de los artículos que aparecen en la prensa masiva aborda la realidad del Congreso de Tucumán. Todos buscan pasar por alto sus verdaderas resoluciones. Develarlas ayuda a comprender la verdadera naturaleza de las clases dirigentes que forjaron la historia de estas tierras.
Las Provincias Unidas, antes del Congreso
1815 fue un año de viraje. Luego de la derrota de Napoleón, en Europa triunfaba la reacción y la Santa Alianza rediseñaba el mapa del viejo continente. En España, Fernando VII era repuesto en su trono, aplastando a los liberales y planteándose la reconquista de sus posiciones americanas.
Por el contrario, en el Río de la Plata, único baluarte no recuperado por los españoles, la situación se radicalizaba.
A esa altura, las Provincias Unidas estaban literalmente partidas en dos. De un lado Buenos Aires y las provincias orientadas por el Directorio porteño.
Del otro, el Sistema de los Pueblos Libres, el bloque de provincias que reconocía el liderazgo de José Gervasio de Artigas. ¿Qué había llevado a esta polarización? En 1811, una segunda oleada revolucionaria que tuvo su centro en la Banda Oriental y se extendió hacia nuestra Mesopotamia actual, derrotó y aisló al poder español en Montevideo. El gobierno porteño, en manos del Triunvirato -una camarilla que respondía a la burguesía comercial nativa y británica, y actuaba a instancias de la diplomacia inglesa-, consumó una mayúscula entrega. Aceptó el retiro de las tropas porteñas y la entrega de la Banda Oriental y de lo que hoy sería Entre Ríos a los realistas. Estos obtuvieron de este modo una victoria en la derrota, que fue respondida por un gigantesco éxodo de masas rurales y urbanas encabezado por Artigas y que pasó a llamarse “la Redota”. En 1813 el Triunvirato convocó a la Asamblea Constituyente que declinó declarar la Independencia, a instancias de la diplomacia británica aliada en ese momento con la Corona española contra Napoleón. Asimismo, rechazó la participación de los delegados de la Banda Oriental, los únicos elegidos a través de asambleas y portadores de un mandato que planteaba declarar la independencia, constituir una república, organizar una federación igualitaria, habilitar los puertos de Maldonado y Colonia como modo de romper la política de puerto y Aduana únicos en manos de la oligarquía porteña, prohibir que tasa alguna o derecho se imponga sobre artículos exportados de una provincia a otra y proclamar la libertad civil y religiosa “en toda su extensión imaginable”. En enero de 1815, el nombrado Director Supremo de las Provincias Unidas, Carlos María de Alvear, fue más a fondo en su política contra el alzamiento que se extendía por el Litoral, proponiendo a Artigas la entrega de la Banda Oriental a condición de que éste renunciase a orientar la rebelión en el resto de las provincias. Artigas rechazó este planteo en nombre de la unidad política y territorial de las Provincias Unidas. Por su parte, el Directorio redobló la apuesta entreguista, proponiendo a los ingleses el dominio del Río de la Plata. A la vez, frente a un clima de agitación en Buenos Aires provocado por el aumento del pan y la carne, Alvear puso en pie un Estado policíaco, a través del destierro y la pena de muerte. En marzo de 1815, Santa Fe rompió con el Directorio y se sumó al Sistema de los Pueblos Libres, un signo del fin de la dictadura.
A esa altura, el Sistema reunía a la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Santa Fe y Córdoba. Con San Martín gobernando Cuyo y preparando el Ejército de los Andes y Güemes en el norte, el aislamiento y debilidad de los porteños alentaba la expectativa de una nueva organización federal.
Sube la ola federal. Cae Alvear
Tras la victoria federal ante el Directorio, en Guayabos, en enero de 1815, los restos del ejército porteño abandonaron la provincia Oriental y poco después Montevideo quedó bajo el control de las fuerzas de Artigas.
El impacto de esta ocupación fue enorme en todo el territorio del ex virreinato. El artiguismo, como cabeza de la causa federal y anticentralista, alcanzó una enorme autoridad política. Se produjeron alzamientos insurreccionales a favor de la causa federal en Santa Fe y Córdoba, se amotinó el ejército porteño en Fontezuelas. Pocos días después cayó Alvear y se disolvió la Asamblea del año XIII, en medio de una algarabía generalizada.
Artigas eligió no gobernar desde Montevideo sino que dejó al gobierno de la ciudad en manos de un gobernador y del Cabildo y, en base a lo propuesto en las Instrucciones a los diputados de la Asamblea del año XIII, fundó una nueva capital a orillas del río Uruguay a la que denominó Purificación.
Desde allí se dictaban las medidas que eran aplicadas sólo con el aval de los gobiernos locales, dado que no se llegó a formalizar un verdadero gobierno central. Se pusieron en funcionamiento los puertos de Montevideo, Colonia, Maldonado y Santa Fe tanto para el comercio interior como exterior.
“Que los más infelices sean los privilegiados”
Luego de la recuperación de Montevideo, en la campaña se agravó la tensión entre las clases. Los hacendados más ricos intentaron retomar el control social del campo a través del desalojo de tierras ocupadas.
Mientras Artigas ponía el foco en que se incrementara la producción, los hacendados patriotas, por el contrario, intentaban poner el foco en la necesidad de restablecer el orden como condición para recomponer la actividad productiva. Es en este clima de virtual guerra de clases que Artigas dictó su famoso Reglamento Provisorio de Tierras.
Este planteó la confiscación de las tierras de “emigrados, malos europeos y peores americanos, que no hayan sido indultados” y también las que hayan sido vendidas o donadas por el gobierno entre 1810 y 1815, hasta que entraron los orientales a Montevideo.
Las “suertes de estancia” debían repartirse entre “los sujetos dignos de esta gracia con prevención que los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia, los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres todos podrán ser agraciados en suertes de estancia si con su trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad y la de la Provincia”.
Los terrenos debían tener el tamaño indispensable para satisfacer las necesidades de la familia adjudicataria.
Fue un completo programa agrario revolucionario adecuado al momento. Su punto de partida fue satisfacer las ansias y necesidades del sujeto social protagonista de las campañas revolucionarias, de esa gran población rural que acompañó a la revolución desde 1811. Intentó cambiar el eje de la economía oriental y crear y consolidar un nuevo sujeto social, promoviendo pequeños hacendados. Algunos han observado que no liberó a los esclavos negros, aunque sí le otorgó haciendas a los libertos y a los zambos. También a los indios -se ha dicho que Artigas es de los muy pocos líderes de la independencia que les dio un lugar preponderante a los indios.
Se equivoca Peña cuando caracteriza que “(las masas montoneras) tierra no buscaban ni les interesaba. A los gauchos del litoral ofrecerles una parcela hubiera sido insultarlos… Las montoneras no aportaban consigo un nuevo orden de producción. Se oponían a la oligarquía porteña, pero no podían contraponer ningún régimen de producción distinto a aquél en que se fundaba el poderío de la oligarquía porteña” 1Peña, Milcíades: El Paraíso Terrateniente, Fichas, Buenos Aires, 1972. La reforma agraria llevada a cabo en la provincia oriental demuestra exactamente lo contrario y se opuso al latifundio -no es lo mismo un tejido social basado en pequeños hacendados y una industria saladeril en desarrollo que una oligarquía latifundista.
Política comercial exterior e interior
Tras la caída de Alvear, las seis provincias que se agrupaban en el bloque federal fueron convocadas por Artigas a un Congreso en la localidad entrerriana de Arroyo de la China (actual Concepción del Uruguay) en junio de 1815.
Esas provincias conformaron una unidad política y económica en la que se pudo desenvolver un conjunto de políticas planteadas por el federalismo. Se procuró constituir una unión aduanera, con libre circulación de los bienes en su seno. El arancel exterior era alto para los productos que competían con la producción local, y más bajos para los de primera necesidad. El objetivo era preservar la producción local de las provincias federadas, pero también la de las provincias que no estaban integradas, como las de Cuyo, el Norte y Paraguay. Los comerciantes extranjeros sólo podían participar del comercio exterior, dejando la totalidad del comercio interior en manos de americanos.
Montevideo volvió a tomar un lugar de privilegio. Así, en los meses de 1815 posteriores a la recuperación de la plaza, fueron fletados más de sesenta barcos y, en 1816, a pesar de la invasión portuguesa, llegaron casi a un centenar.
Las Provincias Unidas del Río de la Plata llegaron de este modo al Congreso de Tucumán con un país partido en dos, política y socialmente, y un levantamiento agrario en curso que, con sus peculiaridades, también tenía expresión en el Alto Perú y en Paraguay.
La independencia para poner fin a la revolución
Cuando en marzo de 1816 se reúne el Congreso en Tucumán que va declarar pocos meses después la Independencia, el cuadro de situación era el siguiente: derrotado Napoleón en 1815 y repuesto en el trono Fernando VII, España había procurado recuperar sus colonias americanas. Sólo las Provincias Unidas del Río de la Plata (incluyendo Paraguay) se mantenían en pie. Al oeste, los patriotas chilenos habían sido derrotados. En el norte, los gauchos de Güemes resistían los embates realistas, rivalizando con el Ejército al mando de Rondeau, derrotado en Sipe Sipe. En el este, la corona portuguesa se había instalado en Brasil y mantenía sus antiguas apetencias sobre la Banda Oriental para llegar al Plata. En junio de 1814, Montevideo había caído en manos patriotas, lo que alejó el peligro de la expedición española dirigida por Morillo. El golpe absolutista en España (mayo de 1814) había iniciado una cacería contra los liberales (que se habían ilusionado con un monarca que aceptara la constitución liberal dictada en Cádiz en 1812), y no dejó ningún margen para mantener un gobierno autónomo en América “en nombre de Fernando”.
La cuestión de la independencia quedó colocada entonces objetivamente en la agenda de todas las clases y corrientes políticas. Pero significaba cosas distintas para cada una de ellas. Para la burguesía comercial porteña era el paso necesario para imponer el orden, dar por concluido el ciclo revolucionario, y posicionarse política y jurídicamente ante el mundo (especialmente Inglaterra), para poder negociar en otros términos su vinculación con la economía y el comercio mundiales. En la misma dirección, aunque no fuesen aún la corriente dominante, se orientaban los estancieros bonaerenses.
Tan o más importante que lo anterior, la segunda oleada revolucionaria iniciada en 1811 alcanzó su clímax en 1815, por la derrota de la dictadura que encarnaba Alvear, el alzamiento agrario motorizado por el Reglamento de Tierras y la ocupación de tierras en la Banda Oriental y en zonas de nuestra Mesopotamia.
Un Congreso amañado y de un país partido
El vacío de poder provocado por la caída de Alvear2Ver “Las Provincias Unidas, antes del Congreso”, de los mismos autores, en P.O. N° 1.416 fue llenado por el Cabildo porteño que nombró como nuevo director interino a Alvarez Thomas, de las filas de la Logia. El 17 de mayo de 1815, éste cursó a las provincias la convocatoria al Congreso de Tucumán en función de un complicado sistema electoral: elección indirecta, con censo previo de habitantes habilitados a votar (los que tuvieran propiedad u oficio lucrativo), para elegir un elector por cada 5.000 habitantes. Los electores concurrirían a una asamblea en la que se elegían los diputados al Congreso a razón de uno cada 15.000. Lo notable es que a la par se habilitaba sustituir este método “por el que se crea más oportuno” en caso de “grandes dificultades”. Es decir, carta blanca.
El primer problema que debió encarar el nuevo director fue la actitud a tomar ante el fortalecido Bloque Federal o Sistema de los Pueblos Libres, que reunió su propio Congreso -el Congreso de Oriente- en junio de 1815 en Entre Ríos, para debatir su participación en el Congreso de Tucumán. Al mismo concurrieron seis provincias: Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones y la Banda Oriental. El Directorio lo desconoció y ofreció a la Banda Oriental su independencia, lo que fue rechazado por Artigas. Así, de entrada, quedaron fuera del Congreso cinco provincias (Córdoba eligió sus representantes y batalló contra la política del Directorio). Lo mismo ocurrió con Paraguay, ni siquiera convocada.
El Directorio planificó cuidadosamente la obtención de una “mayoría automática”. Se aseguró, además de la representación de Buenos Aires, emigrados que actuarían en nombre de las provincias alto peruanas ocupadas por los realistas, afines e incondicionales al Directorio. Dirigentes porteños se hicieron elegir diputados, como Pueyrredón por San Luis. Las únicas delegaciones independientes fueron: por un lado, la de Mendoza y San Juan, orientadas por San Martín, cuyo propósito era presionar por la declaración de la Independencia inmediata para dar cobertura legal y política a la proyectada invasión a Chile con el Ejército de los Andes. Por otro, la de Salta, orientada por Güemes, y la de Córdoba. Más allá de esta composición mayoritariamente trucha, ¿cuál era la calidad política de los congresales? Por el Alto Perú no venía Juana Azurduy ni uno solo de los protagonistas de la guerra de guerrillas, una característica del conjunto. Es nada menos que Bartolomé Mitre el que reconoce este hecho: “con raras excepciones sus nombres eran desconocidos a la Nación, poca o ninguna parte habían tomado en el movimiento general de la revolución”3Mitre, Bartolomé: Historia de Belgrano…, vol. VII, Biblioteca del Suboficial, Buenos Aires, 1940..
Con la mayoría asegurada, el partido del Directorio encaró su desafío más audaz. Pactó con la Corte portuguesa, radicada en Río de Janeiro, la invasión consensuada de la Banda Oriental, para “acabar con el peligro anarquista representado por Artigas”, y lo hizo aprobar en sesiones secretas del Congreso. Este envió instrucciones “reservadas” y “reservadísimas” a los representantes ante la Corte de Río, Manuel García y Herrera, para que negociaran las condiciones de la invasión, incluyendo los previsibles reclamos y quejas que emitiría el gobierno desde Buenos Aires para guardar las apariencias. Los rechazos de las delegaciones de Salta y Córdoba fueron silenciados mediante la norma del “sigilo” que prohibía dar a conocer lo tratado en las sesiones secretas, lo que terminó con la persecución a dichas delegaciones y su abandono del Congreso.
La declaración de la Independencia
Belgrano, junto a Sarratea y Rivadavia, había viajado durante 1815 por Europa buscando el reconocimiento de las potencias europeas. Volvió a fines de 1815 sin haber logrado gran cosa y con la convicción, que transmitió al Directorio y luego al Congreso en sesión secreta el 6 de julio de 1816, que la revolución americana estaba completamente desprestigiada en Europa “por su declinación en el desorden y la anarquía”. Su conclusión era que había que “monarquizarlo todo”. Su propuesta era declarar la independencia y ponerse a tono con el nuevo espíritu europeo nombrando un rey inca enlazado con la corona portuguesa. Para Belgrano el “…rey (portugués) Don Juan era sumamente pacífico y enemigo de conquista…”.
Los crecientes rumores de la conspiración con los portugueses obligaron a acelerar los tiempos. El 9 de julio se declaró solemnemente la Independencia. Pero… lo votado ese día sólo se refería a España, por lo que la agitación política se acentuó ante la fundada presunción de que había un arreglo con los portugueses.
Recién diez días más tarde, en la sesión secreta del ’19, se agregó que la emancipación se declaraba respecto a “toda otra dominación extranjera”. Medrano tuvo que reconocer “que de este modo se sofocaría el rumor esparcido por ciertos hombres malignos, de que el director, Belgrano y algunos individuos del Soberano Congreso, alimentaban ideas de entregar el país a los portugueses”.
Los acuerdos con Río siguieron adelante -el 7 de julio de 1816 las tropas portuguesas habían ingresado al territorio de la Banda Oriental. El 1º de agosto, el Congreso emitió un Manifiesto que define claramente los objetivos del partido directorial: “…el estado revolucionario no puede ser el estado permanente de la sociedad: un estado semejante declinaría luego en división y anarquía, y terminaría en disolución (…) Decreto: fin a la revolución, principio al orden…”.
Balance
El propósito conservador y antinacional del Congreso fue indudable. Este juicio histórico pone en cuestión las verdaderas circunstancias en las que fue gestada esta “nueva y gloriosa nación”.
Publicados originalmente en Prensa Obrera Nro. 1416 y 1417