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Intentona golpista: ¿nuevo 16 de junio?

Chile: Allende refuerza a los militares

El 29 de junio estalló “el tancazo”, un golpe en Chile que, con un costo de más de 22 vidas, logró ser contenido pero no anulado. El 11 de septiembre se repetiría dirigido por Pinochet derribando al gobierno de la Unidad Popular e iniciando una dictadura terrorista sangrienta con centenares de víctimas. Publicamos a continuación una nota aparecida en el periódico “Política Obrera” (antecesor de Prensa Obrera) N° 161, del 6 de julio de 1973 con una caracterización del momento político chileno.


Detrás del reciente y fallido golpe de estado, se perfila con claridad la sombra de la guerra civil. La intentona golpista no fue, como lo bautizan ahora “todos los embarcados en la aventura golpista… la locura de unos pocos” (El Cronista Comercial 2-7-1973). Si un sector del ejército tuvo la audacia de sacar los tanques a la calle se debió, ninguna duda cabe, a que el golpismo marcha a todo vapor y está a la luz del día.

Las Fuerzas Armadas tuvieron esta vez una posición “legalista” y enfrentaron la intentona. Pero el propio comandante en jefe, Prats, y el Jefe de la zona de emergencia, General Sepúlveda, señalaron que se trató de un “legalismo” condicionado: “las FFAA están al servicio de este gobierno mientras realice sus cambios como lo ha hecho hasta ahora, en plena legalidad” (ídem). Más claro, imposible. Si la clase obrera avanza, si ataca las fuentes de la descomunal inflación y desorganización económica los actuales legalistas no dudarán un minuto en aplastar al proletariado chileno.

Allende dirigió la derrota de los golpistas contra la clase obrera

Desde el primer momento, la preocupación central de Allende fue impedir la ingerencia obrera para aplastar a los golpistas y que las masas mantuvieran  la confianza ciega en el ejército. “Al iniciarse el ataque, Allende se encontraba en su residencia… Desde donde pronunció una arenga por radio y televisión solicitando a los trabajadores y al pueblo en general que confiara en las Fuerzas Armadas y de seguridad” (La Nación 30-6-1973). Fracasada la intentona, sacó el siguiente balance: “La tranquilidad, la responsabilidad del pueblo y los trabajadores chilenos ha sido un factor de apoyo hoy a las fuerzas leales. El pueblo no debe todavía salir al centro de Santiago” (ídem).

Esta arenga de Allende es similar a la que los trabajadores argentinos venimos escuchando durante más de 25 años de boca del peronismo: “de casa al trabajo y del trabajo a casa”. ¡Como si los trabajadores no tuvieran nada que ver en un golpe que está dirigido a aplastarlo y derrotarlo! La similitud con el 6 de junio de 1955 es grandísima. La desmovilización obrera, método empleado por Perón, preparó el golpe de la Libertadora 3 meses después. Claro está, que ahora estamos en una etapa de ascenso obrero internacional. Pero el método del allendismo es igual a los tradicionales del peronismo. La propia prensa burguesa pudo decir que la desmovilización propugnada por Allende favoreció y favorece a la reacción: “En la opinión casi unánime de los observadores el flanco que ofrecía el gobierno de la UP radicaba justamente allí, en la desmovilización de sus adictos, en el mantenerlos en posición expectante, observando los hechos” (Cronista Comercial 2-7-1973).

Pero fue la decisión obrera de defender al gobierno de los ataques de la reacción lo que hizo fracasar el golpe y llevar a la conclusión al resto de las FFAA que todavía no ha llegado el momento para sumarse a un golpe. La ocupación de fábrica, la abierta disposición obrera de combatir armas en mano, es el verdadero artífice del fracaso golpista.

El llamamiento de Allende define con claridad su política: desmovilización de las masas y ubicación del ejército como árbitro de la situación política. De ahí que el allendismo está en plenas negociaciones para candidatear al General Prats, para las elecciones de 1976.

Programa de derrota pacifica y organizada de los trabajadores

La política del allendismo sólo es viable si se desorganiza y divide al movimiento obrero. Con las masas en ascenso, el reformismo recibe los fuegos cruzados del proletariado, de la revolución, y del golpismo, la contrarrevolución.

La ilusión del allendismo es derrotar pacífica y organizadamente al movimiento obrero. Esa es su función: impedir el avance de la revolución chilena. Por eso cuando un periodista le preguntó a Allende si era posible evitar la dictadura del proletariado, contestó: “Yo creo que sí. Es para eso que trabajamos. El futuro nos dirá si estamos equivocados o tenemos razón. Hoy pensamos que es posible. Incluso aunque esto no sea fácil” (Le Monde, febrero de 1971).

Toda la política del allendismo está al servicio de ese objetivo: por eso, divide y desorganiza al movimiento obrero; por eso tolera y promueve una inflación descomunal, que golpea a las masas; por eso, no hace frente a la desorganización económica, al desabastecimiento económico, la escasez de alimentos, que desmoraliza a los trabajadores; por eso, insiste en el “disciplinamiento social” de los obreros y Corvalán, secretario del PC puede decir: “Creyentes y ateos, marxistas y nacionalistas, civiles y militares, pueden coincidir en la necesidad de garantizar que la lucha de clases, por aguda que sea, no se salga del cauce que ha seguido hasta hoy” (El Siglo 11-5-1973). El allendismo es el representante obrero de la burguesía nacional, que utiliza las organizaciones obreras y su autoridad sobre la clase obrera para aplastar el camino de la revolución proletaria. Es ésta la característica central de los “frentes populares”: “últimos recursos políticos del imperialismo en la lucha contra la revolución proletaria” (Programa de Transición).

La actitud del allendismo frente a la huelga de los mineros de El Teniente retrata de cuerpo y alma su política. Cuando estos trabajadores, salen a hacer frente a la desorganización que los lleva la política allendista, reclamando un aumento salarial en un país con una inflación del 163% anual y un aumento de los precios de los alimentos del 240%, son acusados de “aristócratas obreros” y “contrarrevolucionarios”. Aquí tenemos expuesta la política de división de la clase, que promueve el allendismo. El combate contra los obreros que ocupan fábricas y talleres contra los intentos reales de control obrero, contra los reclamos salariales, es una política consciente de desmoralización y división obreras, mientras se lleva adelante una política de concesiones y negociaciones con el imperialismo. De aquí surge que si esta vez, la intentona golpista no tuvo mayor vuelo se debió a la combatividad de las masas y porque el proceso de división obrera “no alcanza niveles críticos” (Clarín 19-6-1973). Pero es sobre esta división obrera que cabalga la reacción. 

El allendismo argumentó que las concesiones a la clase media eran para atraerla y llamó a los obreros a deponer reivindicaciones para no asustar a la pequeña burguesía. ¿Cuáles son los resultados?  Se divide al proletariado y se vuelca a la pequeña burguesía al campo de la reacción. La inflación es un arma fundamental de la burguesía para golpear a las masas, retomar la iniciativa en la lucha de clases y volcar a la pequeña burguesía, acosada por la crisis, al campo del fascismo. Hace recaer sobre las espaldas de las masas todo el peso de la crisis, arrastrando a la pequeña burguesía como masa al servicio de la reacción. Este es el camino “chileno” al socialismo.

Reforzamiento de los militares

Toda la política seguida por el allendismo ha consistido en fortalecer el papel de árbitro de las Fuerzas Armadas. Tanto el PC y el PS han trabajado conscientemente para que estas asuman un papel cada vez más gravitante.

Estas no ingresarán al gabinete para “evitar que se vean envueltas en las contingencias políticas” y con “miras a ‘preservar’ la unidad de las tres armas” (La Opinión 5-7-1973).

Mientras los militares refuerzan su dominio sobre el conjunto de la sociedad, controlando puestos claves de la economía, se “preservan”, no quieren desgastarse porque son el bastión clave de la burguesía para hacer frente al proletariado, mientras exigen más concesiones.

El allendismo está jugado a la perspectiva del acuerdo con los militares con Prats como elemento clave. Por eso, merced a la intervención personal de Allende, los EE.UU. redoblaron la ayuda militar al ejército chileno. Y por eso, al mismo tiempo que ahoga económica y financieramente a Chile, el imperialismo yanqui le otorgaría a Chile “créditos militares para la venta de aviones de combate” (La Opinión 5-7-1973). El imperialismo con la anuencia de Allende, refuerza al bastión de la contrarrevolución chilena.

Pero lo que aflora cada vez más a la superficie es la contradicción irreductible entre las aspiraciones y la movilización de las masas y la reacción y el imperialismo. Estos se han lanzado a profundizar el cerco sobre el allendismo, con el objetivo de aplastar a la clase obrera.

El reforzamiento de los comités de fábrica, la lucha por el control obrero y el armamento del proletariado son las armas para hacer frente a la reacción antiobrera y separarse tajantemente de la política de conciliación que propugna el allendismo y que lleva al proletariado a una segura derrota.


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