La ‘Historia del siglo XX’ de Eric Hobsbawm


Eric Hobsbawm, el reconocido historiador británico, tiene ciertamente buena prensa.


 


Respetado por los círculos académicos en cualquier latitud, goza incluso de la simpatía de numerosos políticos progresistas. En 1995 se publicó su monumental obra Historia del siglo XX , de más de 600 páginas, y en la cual Hobsbawm analiza los hechos producidos en un "siglo corto", cuya duración coincide grosso modo con la existencia del Estado surgido de la revolución bolchevique.


 


Lejos de escribir en la prosa remanida de la Academia, Hobsbawm ha querido darle a su libro no sólo aires de obra de divulgación (abarcando la política, la economía, las ciencias y la cultura) sino hasta de una especie de autobiografía (1).


 


Cualquier recensión sobre esta obra impondría, entonces, abarcar ambos aspectos.


 


Nace una estrella (tras los tanques en Budapest)


 


La intelectualidad progre europea celebró su obra en la que historiza el siglo corto como "la más abarcadora y la mejor escrita" (2). La intelligentsia local también tuvo la oportunidad de tributarle los más desmedidos elogios.


 


¿Quién es Eric Hobsbawm? La biografía política-intelectual es conocida: miembro vitalicio del luego auto-disuelto PC británico, al cual ingresó porque "como judíos no podíamos, por definición, dar nuestro apoyo a los partidos basados en la confesionalidad o en un nacionalismo que excluyera a los judíos. Nos volvimos comunistas. No tomábamos partido contra la sociedad burguesa y el capitalismo, puesto que parecían estar con toda evidencia en los estertores de su muerte"(3). Tras la invasión soviética que aplastara la revolución política en Hungría en el 56, Hobsbawm será testigo de cómo se hacía trizas el Grupo de Historiadores del cual formaba parte junto a intelectuales de promisorio futuro (Christopher Hill, E.P. Thompson, etc.).


 


En medio de un clima de renuncias, expulsiones y procesos propios de la Inquisición, Hobsbawm llega a un acuerdo tácito con el Partido Comunista de Gran Bretaña (PCGB): total libertad para la historiografía de los siglos XVIII y XIX, pero una prohibición absoluta para publicar investigaciones sobre el presente siglo. La confianza que el PCGB deposite en Hobsbawm será tanta que para explicar los "sucesos de Hungría" le confiará la tarea de bajar línea a través de una serie de artículos publicados en el Daily Worker. Allí escribirá que "todo socialista debe entender que Hungría podría haberse convertido en la base para la contrarrevolución. Mientras apoyamos firmemente lo ocurrido en Hungría, debemos también decir que la URSS debe retirar sus tropas del país tan rápido como sea posible"(4).


 


En los años 70, Hobsbawm se convertirá en el intelectual del movimiento comunista en crisis, alineándose firme detrás de la variante eurocomunista.


 


Comentando las andanzas de su ahora protegido Pinochet, dirá que "Allende fracasó no simplemente porque su Unidad Popular fue técnicamente incapaz de derrotar a los militares sino porque alienó a numerosos sectores de la población, a los cuales debió haber arrastrado tras de sí" (5) . No se trataba, está claro, de una crítica marxista al frentepopulismo chileno sino que Hobsbawm se sumaba entusiasta al compromiso histórico del PCI de Enrico Berlinguer, que significaba "bajar el ritmo del cambio social a niveles aceptables para los aliados potenciales entre los sectores medios (sic)"(6).


 


El eurocomunismo será sinónimo de apoyo a la Comunidad Económica Europea; el abandono de la dictadura del proletariado y la permanencia en la OTAN.


 


En el 79 Hobsbawm dirige la revista teórica del PC británico, Marxism Today, que cobija a una caterva de intelectuales anti-marxistas y posmodernos (Ernesto Laclau, entre otros), y que se destacará por analizar al thatcherismo en términos de "semi-fascismo" (qué mejor que el cuco fascista para resucitar al frentepopulismo ).


 


Hobsbawm también actúa en el Labour Party inglés, donde en los años 80 apaña a la dirección partidaria en su "caza de brujas" contra la corriente Militant, que practicaba el entrismo desde tiempos inmemoriales (más de 20 años). Para Hobsbawm, la "democracia" era un valor universal excepto cuando existía una fuerte tendencia trotskista al interior del Labour Party. El entonces líder laborista Neil Kinnock le agradecerá enormemente los servicios prestados, elogiándolo como "el más sagaz de los marxistas vivientes" (7).


 


Siglo XX: cambalache


 


Según Hobsbawm el siglo corto podría dividirse en tres grandes etapas:


 


Una Era de Catástrofe, desde 1914 hasta fines de la Segunda Guerra Mundial: donde el quiebre del mundo decimonónico produjo dos guerras mundiales, la caída de los imperios coloniales, una crisis económica de profundidad sin precedentes que castigó hasta a la economía más dinámica de la época (Estados Unidos), el refugio de numerosos países en la autarquía económica y la caída de las instituciones de la democracia liberal a manos del fascismo y los regímenes autoritarios.


 


Una Era Dorada (1947-1973): época de extraordinario crecimiento económico y grandes transformaciones sociales, que probablemente haya cambiado más profundamente la civilización humana que cualquier otro período de duración similar. Sobre la cuestión de por qué o cómo pudo el capitalismo resurgir con inusitada vitalidad, Hobsbawm nos dice que "no existe aún acuerdo (entre los historiadores), ni puedo decir que yo provea una respuesta persuasiva"(8).


 


– Un Derrumbamiento (1973-1991): "una era de descomposición, incerteza y crisis" (9), signada por la desaparición de la URSS y la destrucción del sistema que había estabilizado ("coexistencia pacífica") las relaciones internacionales por más de 40 años, sembrando la creencia del triunfo del neo-liberalismo.


 


Conjuntamente, tres tristes tópicos distinguirían, según Hobsbawm, al siglo XX:


 


a) la desaparición del mundo eurocéntrico, puesto que "las grandes potencias de 1914, todas europeas, han desaparecido, como la URSS, heredera de la Rusia zarista, o fueron reducidas a un status regional… El mismo esfuerzo por crear una Comunidad Europea supranacional y por inventar un sentimiento de identidad europeísta que le correspondiese, reemplazando las viejas lealtades hacia las naciones y estados tradicionales, demuestran la profundidad de este declive"(10).


 


b) Un mundo globalizado donde las economías nacionales, definidas por las políticas de los Estados, se verían reducidas a obstáculos para las actividades transnacionales. Globalización en la cual "curiosamente el comportamiento privado humano ha tenido menos problemas en ajustarse al mundo de la televisión satelital, el E-mail y las vacaciones en las islas Seychelles" que las instituciones estatales (11).


 


c) La desintegración de los viejos modelos de relaciones interpersonales, para Hobsbawm un proceso preocupante, que se evidenciaría en el acérrimo individualismo dominante, y que se vería acentuado luego de la destrucción de las sociedades del socialismo real.


 


Hobsbawm plantea también que "una de las ironías de este extraño siglo es el hecho de que el resultado más duradero de la Revolución de Octubre, cuyo objetivo era el derrocamiento global del capitalismo, fue el de salvar a su antagonista, tanto en la guerra como en la paz" (12). Esta verdadera Astucia de la Razón hegeliana se habría materializado de dos maneras: imponiéndole al capitalismo un incentivo para reformarse después de la Segunda Guerra Mundial ("reforma o revolución"); y mostrándole el ejemplo concreto de la economía planificada (utilizada luego por la "macroeconomía keynesiana")


 


Las lecciones de Octubre


 


Eric Hobsbawm tiene la característica de variar periódicamente sus apreciaciones respecto de la primera revolución socialista de la historia… En 1990, por ejemplo, la había calificado como el "resultado loco" de una Era de Catástrofe, un evidente error que se podría haber evitado si las advertencias mencheviques hubieran sido escuchadas (13).


 


En su reciente visita a Bs. As., Hobsbawm sostuvo que "tal vez hubiera sido mejor no hacer la revolución de Octubre"(14).


 


En este libro, Hobsbawm la reivindica parcialmente (es decir, la condena de manera vergonzante). Hobsbawm comienza señalando con exactitud el giro de 180º que significó el regreso de Lenin del exilio, cuando sacó a los bolcheviques del fango del "apoyo crítico" al kerenskismo. Incluso se mantiene fiel a la verdad cuando sostiene que la perspectiva de Octubre era la extensión de la revolución a toda Europa, teniendo como eje a Alemania. Pero será aquí donde el menchevismo innato de Hobsbawm lo lleva a una apreciación de los hechos que es, por lo menos, caprichosa. Así la derrotada revolución alemana no habría sido más que "una ilusión", debido a "la total, pero temporaria, parálisis del viejo ejército, del viejo estado y estructuras de poder, bajo el doble impacto de la total derrota bélica y la revolución en ascenso"(15). Ninguna indicación nos da Hobsbawm acerca de cuánto tiempo debe durar una situación revolucionaria para no pecar de temporaria, ni tampoco analiza el papel jugado por la socialdemocracia. Esta llamativa abstención política e histórica respecto del rol desempeñado por Ebert, Noske & Cía. es sintomática, porque para Hobsbawm la creación de la Comintern significó "un error grave, la división permanente del movimiento obrero internacional" (16). 


 


El argumento de Hobsbawm es que, puesto que el objetivo de la IIIª Internacional era el de propagar universalmente el "partido leninista de vanguardia", tal perspectiva era únicamente justificable en condiciones de inminencia revolucionaria, situación que durante el período 1918/20 no era cierto, ni en Occidente ni en Oriente. Como puede apreciarse de un solo plumazo, Hobsbawm resucita a la IIª Internacional, desvirtúa el enorme significado histórico de la IC y distorsiona las condiciones de la lucha de clases de la primera posguerra. Además, sostiene Hobsbawm, el error bolchevique no habría de ser enmendado ni siquiera con la táctica del Frente Unico, intransigentemente defendida por Lenin y Trotsky durante el III Congreso de la IC. Habría que esperar hasta 1935, con el Frente Popular, para volver a lograr la "unidad del movimiento obrero" (con la yapa de la burguesía liberal).


 


"Cuando se hizo claro que la Rusia soviética iba a ser, por un tiempo que seguramente no iba a ser corto, el único país donde triunfara la revolución, la única política realista para los bolcheviques era transformar (a Rusia) de una economía atrasada, a una economía desarrollada, tan rápido como fuera posible"(17).


 


El aislamiento de la revolución socialista lleva a Hobsbawm a la aceptación realista de la política de "socialismo en un solo país". Curiosamente, señala incluso que "no hay ninguna razón teórica por la cual la economía soviética, tal como surgiera de la revolución y la guerra civil, no hubiera podido evolucionar en una relación más estrecha con el resto de la economía mundial"(18). Para alguien que reniega del control obrero de la producción, y proclama el fracaso del estatalismo planificado, no suena precisamente como un llamado bujariniano al "socialismo a paso de tortuga" sino la restauración lisa y llana.


 


En medio de la Gran Depresión de los años 30, los innegables logros de la economía planificada habrían entusiasmado, según Hobsbawm, a amplias capas de la burguesía de los países atrasados, para los cuales "la receta soviética para el desarrollo económico parecía diseñada para ellos" (19). Esto se parece demasiado a las posiciones del posadismo, para quien una burguesía convencida de que no podría realizar su propia revolución democrática, terminaría por realizar el socialismo…


 


Finalmente, digamos que en algún rinconcito del libro, Hobsbawm se anima a confesar que, bajo Stalin, la revolución mundial pertenecía ya a la retórica del pasado y, aun más, cualquier revolución sería tolerable sólo si no se contraponía a los intereses del Estado soviético (de la burocracia, en realidad), y podía ser llevada al control directo del aparato. Pero en otros párrafos, Hobsbawm sostendrá posiciones diametralmente opuestas…


 


Fascismo y Frente Popular


 


Un ganadero llevaba a sus bueyes al matadero. Llega el matarife con su cuchillo.


 


¡Cerremos las filas y, con nuestros cuernos, traspasemos a este verdugo!, propuso uno de los bueyes.


 


¿Pero en qué es peor el matarife que el ganadero que nos trae aquí a garrotazos?,replicaron los bueyes educados políticamente por el pensionado Manuilski.


 


¡Pero es que luego podremos ajustar cuentas con el ganadero!


 


¡No! – respondieron los bueyes con principios . Tú cubres a los enemigos por la izquierda; ¡tú, tú mismo eres un social-matarife!


 


Y se negaron a cerrar filas…(20)


 


Cuando Trotsky defendía la táctica del frente único ante el fascismo y empleaba todos los recursos literarios para refutar a los funcionarios stalinistas como Manuilski, fijaba en realidad una perspectiva política revolucionaria para el movimiento obrero, con el fin de combatir la táctica suicida de la Comintern (la llamada teoría del "socialfascismo").


 


El stalinismo sostenía que el fascismo y la socialdemocracia eran gemelos, y aún más, el KPD el PC alemán llegaría a aliarse con los nazis para "deshacerse" del SPD la socialdemocracia (el denominado "plebiscito rojo" de Prusia en 1931). El nazismo se proponía aplastar implacablemente a todas las organizaciones tradicionales del movimiento obrero, comunistas o socialdemócratas, por lo que se necesitaba una política de frente único, de unidad de acción, de armamento del proletariado. Hitler llegará al poder ante la pasividad cobarde de las direcciones del movimiento obrero.


 


Hobsbawm también tendrá duros conceptos para con la táctica del "Tercer Período", pero reivindica al VIIº Congreso de la IC (julio-agosto de 1935), es decir al Frente Popular, que nace en Francia, cuando en su afán por ganarse a las clases medias para la alianza antifascista, el PCF y el PS se alían al partido Radical, es decir, al partido de la mismísima burguesía imperialista. En Moscú, se buscaba ahora una alianza militar y política con Francia y el Frente Popular actuaría como un recurso de la burguesía contra la revolución proletaria.


 


Pero para Hobsbawm "el Frente Popular fue mucho más que una táctica defensiva o, aun más, una estrategia para pasar de un repliegue a una nueva ofensiva. Fue también una estrategia cuidadosamente planeada para avanzar hacia el socialismo" (21).


 


Ahora bien, Hobsbawm habitualmente tiene el vicio de gambetear cualquier tipo de crítica por izquierda del stalinismo, sosteniendo que "historia es lo que ha sucedido, no aquello que hubiera podido suceder", aunque si bien "a veces podemos especular, con algún grado de realismo, generalmente acerca de aquello que no podría haber sucedido, pero no sobre lo que sí podría haber acontecido" (22). Si midiéramos a Hobsbawm con su misma vara… ¿podría decirse entonces que su juicio sobre el Frente Popular es histórico, cuando está claro que el resultado concreto de esta política no fue "avanzar hacia el socialismo" sino avanzar hacia Franco, Pétain-Hitler, De Gaulle, cuatro décadas de gobiernos DC-Vaticano, etcétera?


 


Hobsbawm finge sorprenderse al constatar que el Frente Popular finalmente no consiguió aumentar el campo del anti-fascismo, y que en términos electorales sólo se percibía el pasaje masivo de obreros socialdemócratas al campo del comunismo. El stalinismo se encargará de frustrar este viraje político de las masas, tanto en España como en Francia, mediante su alianza con la burguesía (o con su sombra…).


 


¿Mortal Kombat?


 


Como no podía ser de otra forma, el entusiasta apoyo a la política del Frente Popular lo conducirá al más banal de los macaneos cuando se dedique a analizar la Segunda Guerra Mundial…


 


Para Hobsbawm, la década del 30 y la Segunda Guerra Mundial podrían ser entendidas "no a través de la competencia entre Estados, sino como una guerra ideológica internacional" (23). Una guerra abierta "no entre el capitalismo y el comunismo sino entre lo que el siglo XIX hubiera denominado progreso y reacción " (24).


 


Entregándose al idealismo más febril, sostiene que "el pensamiento racionalista y humanista compartido por el capitalismo liberal y el comunismo hizo posible su breve pero decisiva alianza contra el fascismo" (25). Alianza que Hobsbawm reivindica porque logró, ni más ni menos, salvar la "democracia".


 


En principio, si la lucha a muerte contra el nazi-fascismo había creado, digamos, un frente único tan fuerte que hasta hundía sus raíces en el Iluminismo, entonces francamente no se entiende cómo Hobsbawm sostiene que "la victoria sobre la Alemania de Hitler fue esencialmente obtenida, y sólo podía haberse ganado, gracias al Ejército Rojo"(26). ¿Quiere decir esto que al menos uno de los abanderados del progreso (concretamente, el imperialismo democrático) escatimaba su esfuerzo, y eventualmente buscaba o toleraría un acuerdo con la mismísima reacción? Siempre se hace difícil explicar la historia real con macanas…


 


Lo cierto es que como Hobsbawm capitula ante el nacionalismo (imperialista) británico, exigirá la más estricta unidad nacional contra el nazismo: "el Labour Party podría ser criticado, no por la falta de firmeza hacia el agresor fascista sino por rehusarse a apoyar las medidas militares necesarias para hacer esa resistencia efectiva, como por ejemplo el rearme y la conscripción obligatoria. También, y por las mismas razones, podrían (ser criticados) los comunistas" (27). Al negar que la única barrera contra el fascismo es el socialismo, Hobsbawm actúa igual que la socialdemocracia en 1914.


 


Una nueva guerra se perfilaba desde comienzos de los 30, y su carácter era claro: una guerra interimperialista para redefinir las esferas de influencia. Para el obrero la lucha contra el imperialismo y su guerra significaba que "el enemigo principal está en tu propio país" o "la derrota de tu propio gobierno (imperialista) es el mal menor".


 


A quienes, invocando la amenaza del fascismo, rechazaban el derrotismo, Trotsky les contestaba: "¿Podría el proletariado de Checoslovaquia haber luchado contra su gobierno y su política capituladora mediante slogans de paz y derrotismo? Una cuestión muy concreta está planteada así de una manera abstracta. No había lugar para derrotismo porque no había ninguna guerra… En esas críticas 24 horas de confusión e indignación generalizadas, el proletariado checoslovaco tuvo la enorme posibilidad de hacer caer al gobierno capitulador y tomar el poder. Para esto se necesitaba sólo un partido revolucionario. Naturalmente, después de tomar el poder, el proletariado checo hubiera ofrecido una tenaz resistencia a Hitler, e indudablemente hubiera despertado una poderosa reacción de las masas trabajadoras en Francia y demás países… La clase obrera checa no tenía el menor derecho de confiar el liderazgo de una guerra contra el fascismo a los señores capitalistas, que en un par de días, tan tranquilamente, se pasaron de bando convirtiéndose a sí mismos en fascistas y cuasifascistas. En tiempos de guerra, mutaciones de este tipo por parte de la clase dominante estarán a la orden del día en todas las democracias. Esta es la razón por la cual el proletariado se autodestruirá si basara su línea política general en las etiquetas formales e inestables de pro-fascismo y anti-fascismo "(28).


 


En conclusión, Hobsbawm nos ha contado una bella fábula acerca de buenos y malos, que aunque bien podría hacernos conciliar el sueño, tiene el inconveniente de ser históricamente falsa y políticamente contrarrevolucionaria. No es casualidad que hoy día Hobsbawm niegue legitimidad al pedido de extradición de Pinochet, so pretexto de salvar la democracia chilena.


 


El historiador pretenderá hallar en el pasado la justificación de tamaña capitulación. Sostiene Hobsbawm que "después de la última guerra, en casi todos los países surgió la necesidad de la convivencia entre quienes habían luchado en la resistencia y los colaboracionistas fascistas. A veces se hace necesario trazar una raya. No me parece realista una punición general" (29). En realidad, nunca existió ninguna necesidad de impunidad. Más aún, hagamos de cuenta que le concedemos al historiador el argumento acerca de la imposibilidad de una punición general… Hobsbawm no se negaría entonces, por ejemplo, a expropiar a los Thyssen, Krupp & Cía. (sostuvieron a Hitler); o a expropiar a los Agnelli & Cia. (impulsaron a Mussolini); o a expropiar a la burguesía francesa (la misma que proclamaba "mejor Hitler que Blum"). Pero no, ni siquiera esto…


 


Hobsbawm no quiere ni punición general, ni castigar a los peces gordos. Queda en claro, entonces, que lo que sí existe es necesidad por parte de Hobsbawm de encubrir a Togliatti (PCI) y Thorez (PCF) que desarmaron, literalmente, a los trabajadores; de encubrir a Stalin (chauvinismo antialemán; división reaccionaria del proletariado).


 


Curiosamente, en el cuento de hadas de Hobsbawm los buenos no quieren castigar a los malos… ¿No los convertirá esto en simples cómplices?


 


Dios salve a la Reina…


 


En el capítulo "El fin de los Imperios", Hobsbawm aborda el proceso de descolonización. Tras darnos un panorama global, el autor trata la caída del Raj británico en la India. Primero señala la deliberada y sistemática política de explotar la rivalidad hindú-musulmana ("divide y reinarás") aplicada por el Imperio ante la creciente presión del nacionalismo hindú. Pero luego Hobsbawm retrocede y nos dice que los cientos de miles de muertos causados por la partición India/Pakistán "no formaba parte de ningún plan del gobierno imperial" (30).


 


Lástima para los colonialistas que Hobsbawm naciera tan tarde, porque el historiador les proporciona un nuevo argumento a favor: el Raj británico "en su desesperado intento por ganar la guerra (Segunda Guerra Mundial, N. del A.) destruyó su legitimidad moral: haber logrado una Indostán única, en la cual sus múltiples comunidades podían coexistir en relativa calma, bajo una única e imparcial administración y legalidad" (31).


 


Hobsbawm debería primero demostrar que la relativa calma era fruto de la política del gobierno colonial; cosa que no podría hacer jamás (32). Luego, no se entiende cómo si se trataba de un gobierno colonial, puede calificarlo de "imparcial" siendo obvio que velaba (y cómo…) por los intereses imperiales, oprimiendo a las masas nativas. Finalmente, Marx por ejemplo hablaba del doble carácter que tenía la dominación británica en la India al destruir el despotismo oriental y sentar las bases de la sociedad occidental; pero jamás habló de "legitimidad moral" o cosa semejante… Más aún, afirmaba que "todo cuanto se vea obligada a hacer en la India la burguesía inglesa no emancipará a las masas populares ni mejorará substancialmente su condición social". Marx señalaba que la dominación colonial británica sentaba las premisas materiales para el desarrollo de las fuerzas productivas y, a la vez, para su apropiación por el pueblo. De ese papel que jugaba la burguesía Marx terminaba preguntándose "¿cuando ha realizado algún progreso sin arrastrar a pueblos enteros por la sangre y el lodo, la miseria y la degradación?".


 


Un tema puntual para cualquier historiador británico es Irlanda, pero Hobsbawm no le dispensa más que dos comentarios a la pasada en 600 páginas. Ni siquiera menciona el levantamiento de Pascuas de 1916, ni el Domingo Sangriento de Derry en 1972…


 


Hobsbawm, que gusta proclamar su deuda con el marxismo, respecto al colonialismo ha abrevado indudablemente en otras fuentes…


 


Mao-stalinismo en el Tercer Mundo


 


A principios de los 60, Hobsbawm, al igual que el PCGB, se alineará con Khruschev en la disputa con Pekin. La inflamada retórica maoísta no encajaba ni con el reformismo de la vía británica al socialismo ni menos aún con el estilo flemático de Hobsbawm. Evidentemente el fuego de aquella disputa atizó la escritura de algunos pasajes de este libro, en el que Hobsbawm justifica retrospectivamente la línea "soviética", en el sentido de que para "los partidos alineados con Moscú el capitalismo no era el enemigo, sino el pre-capitalismo y los intereses locales y el imperialismo (yanqui) que lo apoyaban" (33).


 


El frente político con la burguesía nacional es el programa que se desprende de semejante caracterización. El maoísmo compartía esta caracterización, cosa que Hobsbawm increíblemente niega. La prueba histórica más dolorosa es, sin lugar a dudas, lo ocurrido en Indonesia en 1965 (34). El PC indonesio, siguiendo los dictados de Pekín, consideraba al Estado post-colonial como "semi-burgués y semi-proletario", y se alineará totalmente detrás del nacionalismo burgués de Sukarno, a quien incluyó en sus estatutos partidarios como fuente de enseñanzas, a la par con el marxismo-leninismo (o lo que Mao entendía por tal). La enseñanza de la política de colaboración de clases, de acuerdo con la cual se debía "supeditar los intereses de clase a los intereses nacionales" implicaba para el PKI distraer con "campañas contra los roedores" al campesinado que se levantaba contra los terratenientes; implicaba llamar a "elevar la eficiencia y la productividad" de los mismos obreros que ocupaban las empresas nacionalizadas.


 


El ala derecha del gobernante Partido Nacional veía con pavor el crecimiento de la influencia comunista y, consecuentemente, impondrá a Sukarno la suspensión de las elecciones que debían celebrarse en la isla de Java. Sukarno llamará "democracia guiada" a su régimen político (proscripción de facto del PCI). En el cuadro de agudización de la lucha de clases y atemorizados por la conspiración derechista, allegados al presidente Sukarno y el PKI intentarán, manteniendo desmovilizadas a las masas, un cuartelazo progresista contra el Ejército y el ala derecha del Partido Nacional (Suharto).


 


Lógicamente, las fuerzas armadas burguesas mantendrán su unidad y una feroz oleada anti-comunista azotará Indonesia, calculándose en 500.000 la cantidad de indefensos militantes comunistas asesinados por la contrarrevolución. Aplastado el movimiento obrero y popular, un año después será Suharto (quien gobernó Indonesia hasta la revolución de hace unos meses…) quien desplace sin necesidad de violencia alguna a Sukarno.


 


Tenemos, por un lado, que Hobsbawm aprueba la política del mao-stalinismo de disolución en el nacionalismo burgués (Nasser, Mossadegh, etc.). Pero por otro lado, constata, desmoralizado, que tanto el socialismo (stalinismo, en el lenguaje corriente) como el nacionalismo fracasaron miserablemente en sus intentos por dar "soluciones duraderas a los problemas de un mundo en crisis" (35).


 


¿Cómo se dice "restauración" en ruso?


 


Apenas comenzado el libro, Hobsbawm nos adelanta una conclusión lúgubre: "el mundo que se hiciera añicos a finales de los 80 era el mundo modelado por el impacto de la Revolución Rusa"(36).


 


Durante años, Hobsbawm desechó como mero juego de palabras cualquier intento de analizar la naturaleza de los Estados donde se había expropiado al capital. En este libro, sostiene que ya en los años 70 había sobradas pruebas de que el campo socialista se integraba aceleradamente a la economía mundial. "En retrospectiva podemos ver que esto fue el comienzo del fin para el socialismo real "(37). Para Hobsbawm, "es una ironía de la historia que las economías del socialismo real se convirtieran en las verdaderas víctimas de la crisis mundial de la economía capitalista" (38). En realidad, las leyes de la economía mundial valen para todos sus componentes, por más que esto contradiga a los defensores del "socialismo en un solo país".


 


Para el marxismo quedó en claro hace tiempo que "o bien la burocracia, convirtiéndose cada vez más en el órgano de la burguesía mundial en el Estado Obrero, derrocará las nuevas formas de propiedad y volverá a hundir el país en el capitalismo; o bien la clase obrera aplastará a la burocracia y abrirá el camino al socialismo" (39).


 


Para Hobsbawm, "hasta el final, la Rusia soviética permaneció, aún a los ojos de muchos egoístas y corruptos miembros de su nomenklatura, como algo más que una superpotencia. La emancipación universal, la construcción de una alternativa superior a la sociedad capitalista fue, después de todo, su razón de existencia". El historiador se propone demostrar esto preguntándole al lector: "¿De otra manera, por qué un burócrata caradura en Moscú hubiera continuado financiando y armando a las guerrillas del Congreso Nacional Africano, cuyas chances de derrocar el apartheid en Sudáfrica parecían y fueron mínimas durante décadas?" (40).


 


¿Cómo explicar el desenfrenado pasaje de la burocracia, de abanderada del socialismo a abanderada del anti-comunismo? Para Hobsbawm, se trata del fracaso de la economía estatal planificada, por eso elogia a los reformadores soviéticos que en los años 50 y 60 se manifestaban por la introducción conjunta de precios de mercado y cálculo de beneficios (y pérdidas…) en las empresas… El "estancamiento" bajo Brezhnev habría despertado de la hibernación a los Gorbachov ("apasionado y sincero comunista reformador"), y algunos de ellos, en su intento por mejorar las cosas, se habrían convencido que el sistema no se podía cambiar desde dentro… En medio de la perestroika, la inoportuna puja entre reformadores y conservadores produjo que mientras se desmontaba el viejo sistema, no se terminaba de reemplazarlo concretamente con nada… y bueno, a río revuelto ganancia de los Yeltsin…


 


Como puede apreciarse, una mistificación tras otra. Con la total consolidación de su poder, la burocracia se movilizó a preparar las condiciones para restaurar el capitalismo y transformarse en clase social. Hobsbawm cree ver una serie de errores de aplicación en el fracaso del socialismo de mercado en la ex-URSS, y por eso aprecia los logros de China. La diferencia entre un resultado y otro se debe, no a la idiosincrasia oriental, como parece tentado Hobsbawm a sostener, sino a la resistencia del proletariado, mayor en la URSS (huelgas mineras del 89-90), pero aplastada en la Plaza Tienanmen.


 


El muro de los lamentos


 


A fines de los 70 Hobsbawm adelanta las tesis acerca de la "desaparición del proletariado", luego propagadas por el intelectual francés André Gorz. Hobsbawm aludía no sólo a un cambio de patrón productivo del capitalismo a nivel mundial (postfordismo) sino también a un profundo descenso en la conciencia de clase de los trabajadores. Sostenía que "la clase obrera manual, la base social de los tradicionales partidos obreros socialistas, hoy está contrayéndose y no expandiéndose. Ha sido transformada y hasta, en algún sentido, dividida por las décadas durante las cuales su nivel de vida alcanzara niveles jamás soñados Ya no puede asumirse que los trabajadores estén en camino de reconocer que su situación de clase les impone alinearse detrás de un partido socialista, aunque haya todavía muchos millones que crean en esto" (41).


 


Hoy en día Hobsbawm confunde a la enorme masa de desocupados generada por el capitalismo en crisis, con una nueva clase, los excluídos. En cuanto al proletariado, seguiría reduciéndose: "en países como Inglaterra hay más gente trabajando en las agencias de publicidad que en todo el gremio de mineros" (42). Comentario más que desafortunado, porque la dirección del Labour Party, que Hobsbawm apoyó, boicoteó las combativas huelgas mineras del 84-85, y también las últimas del 92. El "thatcherismo salvaje" cerró las minas con la ayuda de los amiguitos de Hobsbawm


 


Con la muerte del comunismo y el auge del neo-liberalismo, Hobsbawm siente que "aquellos que vivimos los años de la Gran Depresión aún encontramos casi imposible de entender cómo la ortodoxia del libre mercado, en aquel entonces tan claramente desacreditada, una vez más volvió a dominar a lo largo de un período de depresión global a fines de los 80 y principios de los 90… este extraño fenómeno debiera recordarnos una de las características más sobresalientes de la Historia: la increíble falta de memoria, tanto de los teóricos de la economía, como de aquellos que la llevan a la práctica" (43). El progre pide tantas veces que tengamos memoria ¡que acaba reclamándola a los ministros de la burguesía!


 


Sin embargo, no todas son malas noticias… "El debate que confrontaba al capitalismo y al socialismo como mutuamente excluyentes, como polos opuestos, será visto por las generaciones futuras como una reliquia de la Guerra Fría ideológica del siglo XX" (44).


 


El dominio social de la burguesía y el dominio social del proletariado no son mutuamente excluyentes… Pero lo que sí hace girar al mundo es "la querella entre keynesianos y neo-liberales (que) no era ni una mera disputa técnica entre economistas profesionales, ni una búsqueda por encontrar formas de resolver nuevos y apremiantes problemas económicos Era una guerra entre ideologías incompatibles" (45).


 


Hobsbawm dice que el historiador no puede más que señalar como una contradicción el hecho de que "los regímenes más comprometidos con la economía del laissez-faire (Reagan y Thatcher, N. del A.) fueron al mismo tiempo profunda y visceralmente proteccionistas y desconfiados del mercado mundial" (46). El lector, en cambio, no puede menos que señalar que el historiador, al ver cómo su castillo de arena se derrumba, sigue macaneando.


 


En estos tristes tiempos condenemos los excesos del capitalismo y proclamemos la lucha (bah, la búsqueda) por una sociedad solidaria: "el gobierno de la señora Thatcher en Gran Bretaña era rechazado por la izquierda, aún durante sus años de éxito económico, porque estaba basado en un egoísmo antisocial" (47). Egoísmo, sí bueno pero ¿quién no tiene defectos? Dice Hobsbawm que "aún la izquierda británica admitiría eventualmente que algunos de los austeros shocks impuestos a la economía británica por la señora Thatcher eran probablemente necesarios"(48). Sepa el lector que, por izquierda británica, Hobsbawm se refiere al Labour Party y al PC, y que obviamente los shocks no castigaban a la economía británica (en este contexto, la peor de las abstracciones) sino a la clase obrera.


 


Ante la enorme crisis mundial, Hobsbawm apoya al primer ministro francés Jospin en su cruzada por "una tercera vía que medie entre el estatalismo planificado y el libre comercio". Para quienes puedan pensar que se trata otra vez del mismo viejo plato recalentado, Hobsbawm los llama a la esperanza: "la idea de un estado que vela por la economía no es novedosa. Lo nuevo es la necesidad de un control internacional global. Pero todavía no hay mucha experiencia en la materia" (49). Es bueno saber que, al margen de la LCR y LO, cada día hay más adherentes al impuesto Tobin, ¿no?…


 


Hobsbawm se ha hundido en el desconsuelo y ya no se atreve a hacer pronósticos llamando a las cosas por su nombre… "Si la humanidad habrá de tener un futuro, no podrá obtenerlo simplemente prolongando el pasado o el presente… la alternativa a una sociedad distinta es la oscuridad" (50). En realidad, la apuesta sigue siendo la misma: socialismo o barbarie. Lo demás, es verso.


 


El sociólogo Michael Mann saludó efusivamente el libro, diciendo que "Hobsbawm escribe como un desilusionado historiador marxista" (51). Pero la verdad es que Hobsbawm escribe como un stalinista en descomposición. Nada menos, nada más.


 


Humille, Profe, humille


 


En su libro, Hobsbawm se dedica repetidas veces a revisar al marxismo: a veces enmendándole la plana al mismo Marx; a veces negando una continuidad generacional y frecuentemente transformando al marxismo en una "bolsa de gatos"


 


Desilusionado por la muerte del comunismo, se queja de que "la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado, según Marx, podía tener un único resultado" (52). En el mismo tomo dirá que "el marxismo ofrecía la esperanza de una profecía, la garantía de la ciencia e inexorabilidad histórica" (53). Como todo esto no tiene mayor sustento, simplemente dejemos constancia de la desilusión de Hobsbawm.


 


Con respecto a la advertencia de Marx (de te fabula narratur) en el prólogo a El Capital, acerca de la tendencia a la expansión del capital, el historiador dice que "cuando consideramos cuán lógica parecía la predicción de Marx acerca de la propagación de la revolución industrial al resto del mundo, es sorprendente la poca cantidad de industria que abandonara el mundo del capitalismo desarrollado antes de los 70" (54).


 


Si bien Stalin como individuo es ferozmente denostado, para Hobsbawm no existe ruptura entre el leninismo y el stalinismo; por eso sigue hablando de bolcheviques como si el partido no hubiese sufrido una profunda e irreversible degeneración. Verdaderamente, cualquier semejanza entre el partido de Lenin y el de Stalin es, como dicen las películas, pura coincidencia.


 


De igual manera nos enteramos de que la política de la Oposición de Izquierda respecto de la NEP y a la industrialización fue finalmente llevada adelante por Stalin (55), que la IVª Internacional tenía como objetivo competir con la IIIª (como si se tratara de un torneo de tenis), y que al momento de su asesinato la trascendencia política de Trotsky era casi nula (56).


 


Siendo que Hobsbawm no considera a la democracia como la dictadura de la burguesía, parece lógico que ridiculice la crítica al "cretinismo parlamentario" y condene al bolchevismo por cortar los vínculos anteriores entre "socialismo" y "democracia" (57).


 


El propósito de Hobsbawm al mezclar a Lenin, Plejanov, Trotsky, Stalin, Mao, etc., todos en un mismo paquete, está destinado a echar un manto de duda sobre la continuidad y vigencia del marxismo. "Si Marx aún permaneciera como un gran pensador… ninguna de las versiones de marxismo formuladas desde 1890 como doctrinas de acción política y aspiraciones del movimiento obrero, se hubieran desarrollado en sus formas originales" (58).


 


La barbarie a la cual reiteradas veces se refiere el historiador es, qué duda cabe, hija legítima del mercado y la democracia (capitalista) que Hobsbawm ahora celebra fervorosamente y que desearía ver establecidos en todo el mundo


 


Lágrimas de cocodrilo, entonces. Pero el triste final de Hobsbawm no es original ni muchísimo menos, porque "una vez echado el stalinismo por la borda, las gentes de esta clase y son numerosos no pueden abstenerse de buscar en los argumentos de la moral abstracta una compensación a la decepción y al envilecimiento ideológico por el que han pasado. Preguntádles por qué han pasado de la Comintern… al campo de la burguesía. Su respuesta está pronta: "el trotskismo no vale más que el stalinismo" (59).


 


 


Notas


 


1. Eric Hobsbawm, Age of Extremes – The short Twentieth Century 1914-1991, Londres. Todas las citas serán tomadas y traducidas por el autor, de la edición inglesa. Hay traducción al castellano, titulada Historia del Siglo XX, por Editorial Crítica, Madrid.


 


2. Göran Therborn, "The Autobiography of the Twentieth Century", en New Left Review, Nº 214, 1995.


 


3. Citado por Horacio Tarcus, en Clarín, 22/11/98.


 


4. Citado por N. Carlin & I. Birchall, en "Kinnocks favourite Marxist", revista International Socialism, verano de 1983, pág. 93.


 


5. Citado por Ian Birchall, op. cit., pág. 136.


 


6. Idem, pág. 88.


 


7. Citado por Ian Birchall, en Bailing out the system, pág. 98, Londres.


 


8. Hobsbawm, op. cit., pág. 8.


 


9. Idem , pág. 6.


 


10. Idem, pág. 14.


 


11. Idem, pág. 15.


 


12. Idem, pág. 7.


 


13. John Rees, "The light and the dark", revista International Socialism, primavera de 1995.


 


14. Clarín, 22/11/98


 


15. Hobsbawm, op. cit., pág. 68.


 


16. Idem, pág. 69.


 


17. Idem, pág. 376.


 


18. Idem, pág. 375.


 


19. Idem, pág. 376.


 


20. León Trotsky, Alemania, la revolución y el fascismo, pág. 163, Juan Pablos Editor, México.


 


21. Hobsbawm en Marxism Today , julio 1976, citado por N. Carlin & I. Birchall, pág. 99.


 


22. Idem, pág. 104.


 


23. Hobsbawm, op. cit., pág. 144.


 


24. La definición de Hobsbawm, no tan sorpresivamente, incluirá dentro del concepto de "progreso" no sólo a la burocracia contrarrevolucionaria al mando del Estado Obrero degenerado sino también al imperialismo liberal. Qué tan progresivo era el imperialismo "liberal" se verá rápidamente en los años siguientes en Grecia, Corea, Argelia, Vietnam, Guatemala, etcétera.


 


25. Hobsbawm, op. cit., pág. 144.


 


26. Hobsbawm, op. cit., pág. 7.


 


27. Idem, pág. 152.


 


28. Writngs of Leon Trotsky 1938-39, pág. 211-212, Pathfinder Press.


 


29. Clarín, 22/11/98, Suplemento Zona, pág. 6.


 


30. Hobsbawm, op. cit., pág. 219.


 


31. Idem., pág. 220.


 


32. La verdad histórica es exactamente al revés: tras el motín de los soldados nativos y las revueltas campesinas de 1857, la política británica fue la de inventar diferencias entre los distintos pueblos. Véase la contribución de Suke Wolton, en Marxism, mysticism and modern theory, pág. 61-84, Londres.


 


33. Hobsbawm, op. cit., pág. 436.


 


34. El maoísmo siguió con detenimiento la conducta del PKI (PC de Indonesia), y por ello D.N. Aidit (su máximo dirigente) se entrevistó varias veces con Mao. El PKI, con sus 3 millones de miembros y su enorme influencia entre obreros y campesinos, era presentado por la burocracia china como un ejemplo a seguir, en contraposición a los PC dirigidos por "renegados revisionistas khruschovistas".


 


35. Hobsbawm, op. cit., pág. 563.


 


36. Idem, pág. 4.


 


37. Idem, pág. 375.


 


38. Hobsbawm, op. cit., pág. 473.


 


39. Leon Trotsky, El Programa de Transición, pág. 70, Ediciones Crux.


 


40. Hobsbawm, op. cit., pág. 72.


 


41. The state of the Left in Western Europe, citado por I. Birchall, op. cit., pág. 250.


 


42. Clarín, 22/11/98, Suplemento Zona, pág. 5.


 


43. Hobsbawm, op. cit., pág. 103.


 


44. Hobsbawm, op. cit., pág. 564.


 


45. Idem, pág. 409.


 


46. Idem, pág. 412.


 


47. Hobsbawm, op. cit., pág. 410.


 


48. Idem, pág. 412.


 


49. Clarín, 22/11/98, Suplemento Zona, pág. 5.


 


50. Idem, pág. 585.


 


51. "As the Twentieth Century Ages", en New Left Review, November/December 1995.


 


52. Hobsbawm, op. cit., pág. 57.


 


53. Idem, pág. 72.


 


54. Idem, pág. 205.


 


55. Idem, pág. 378.


 


56. Idem, pág. 74.


 


57. Idem, pág. 386.


 


58. Idem, pág. 563.


 


59. León Trotsky, en Su moral y la nuestra, pág. 38, Ediciones El Yunque, Bs. As..


 

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