Una cruzada contra el socialismo

Laclau, Astarita y Tarcus


No es la primera vez que sucede, pero Octubre hoy (1), de Ezequiel Adamovsky, vuelve a probar que la intelectualidad de la cosmopolita Buenos Aires regularmente llega con algunos años de retraso a las modas intelectuales que recorren el mundo.


 


Adamovsky nos presenta un conjunto de entrevistas con el objeto de indagar "un balance retrospectivo de la idea comunista y de la experiencia soviética, y la relación de ambos con la historia de la tradición socialista". Así pasan por sus páginas, entre otros, el historiador británico Robin Balckburn, editor de la New Left Review; el argentino Ernesto Laclau y el ruso Boris Kagarlitsky.


 


Para desgracia de Adamovsky, su libro aparece a fines de 1998, es decir, doce años después del inicio de la perestroika, ocho años después del ascenso de Yeltsin al poder y, no menos importante, un año y medio después de la ya famosa devaluación del bath tailandés. Es decir, que Adamovsky nos entrega una indagación sobre las causas del fracaso del comunismo cuando lo que ha vuelto a ponerse al día, si no al rojo vivo, es la completa impasse del régimen capitalista mundial.


 


Después de una década de mercado, democracia y nacionalismo, Rusia se encuentra hoy infinitamente peor que en 1986: acumula quince años de continua caída de la producción; luego del derrumbe de agosto, su PBI se ha reducido a 125.000 millones de dólares, el 40% del argentino, en tanto su presupuesto anual de gastos ha caído por debajo del de Nueva York. Desde el punto de vista de las masas, esta barbarie puede sintetizarse en sus estadísticas demográficas, que muestran el caso único en el mundo moderno de una expectativa de vida que cae y de una tasa de mortalidad que aumenta en todos los segmentos sociales (por sexo, por edad) (2). Pero, al mismo tiempo, asistimos al hundimiento de naciones enteras Indonesia, Corea, Brasil que eran presentadas hasta hace poco como el ejemplo del capitalismo triunfante en la periferia. En estas circunstancias concretas, continuar rumiando sobre el fracaso del comunismo, haciendo completa abstracción del derrumbe de la Rusia restauracionista y de la economía mundial capitalista como un todo, es una capitulación ideológica frente al terror mediático sembrado por el imperialismo mundial.


 


En este sentido, el libro de Adamovsky aparece incluso claramente démode. Sale a la luz en una etapa en que esa ofensiva ideológica y política del imperialismo ha comenzado a diluirse y a mostrar, cada vez más abiertamente, el carácter ilusorio del fin de la historia, entendido como la clausura de la época socialista revolucionaria abierta por la Revolución de Octubre de 1917. Pero el objetivo a que apunta este libro de entrevistas a izquierdistas es, precisamente, declarar la inviabilidad histórica de la revolución proletaria y del comunismo.


 


El hilo conductor del libro son las preguntas que Adamovsky formula a sus entrevistados y que el propio autor sintetiza en la Introducción: "la impasse actual de la lucha radical por la emancipación social echa dudas sobre una Historia centrada en este motivo. Particularmente, se encuentra fuertemente cuestionada la idea de que la clase obrera sea el sujeto emancipatorio o de que exista una emancipación (así en singular) posible". Adamovsky manda, de este modo, al paredón a toda la cultura greco-judía, cuyo tema central es esa emancipación (desalienación) humana.


 


El autor/compilador invita a sus entrevistados a repensar´ (es decir, a despensar) la Revolución de Octubre, la experiencia comunista, el papel de la clase obrera en la sociedad actual y la teoría marxista a partir de una conclusión exactamente determinada a priori, es decir de un prejuicio: "la posibilidad de concebir un bloque simbólico-social-no homogéneo como posible sujeto de un proyecto socialista".


 


Para ello, Adamovsky propone una re-escritura de la historia de Octubre sobre la base de cuatro ítems. Uno, "una condena sin ambiguedades a ciertos métodos dictatoriales usados por los bolcheviques y al reconocimiento que tuvo la concepción leninista del Partido en la posterior burocratización de la experiencia soviética". Segundo, "abandonar la concepción tan arraigada dentro de la tradición socialista según la cual existe una relación necesaria e inmediata entre el lugar de un sujeto en las relaciones de producción y su identidad. No existe ningún motivo a priori por el cual un sujeto deba pensarse como partícipe de una clase". Tercero, "es necesario reconsiderar la manera en que la identidad de clase fue articulada con otras: las (varias) identidades nacionales, religiosas y étnicas presentes en el 17, la identidad de género, la identidad campesina, etc.". Cuarto, "resulta fundamental reinscribir al Partido Bolchevique en la historia de la tradición revolucionaria rusa. En la larga gestación y difusión de la conciencia revolucionaria que produjo a la Revolución de Octubre, este partido fue uno más entre varias organizaciones socialistas (de hecho, bastante pequeño)". El propósito político del compilador es tan claro que en seguida se ataja: "las propuestas que quedan aquí expresadas, dice, no significan escribir una nueva historia antibolchevique de la Revolución Rusa"


 


Adamovsky no emprende una crítica contra la degeneración stalinista de la URSS sino contra la Revolución de Octubre, fingiendo ignorar que la posibilidad de la contrarrevolución, de la degeneración y de la restauración han estado presentes en todas las transformaciones históricas, por lo menos desde las guerras médicas, en los siglos sexto y quinto anteriores a la era cristiana. Para Adamovsky, la Revolución de Octubre necesariamente debía conducir a la dictadura staliniana, sin preocuparse por aclarar si la revolución francesa debía conducir necesariamente a Napoleón y a la restauración de Luis XVII; o si la inglesa de 1640 a la restauración de Carlos II y luego a la monarquía constitucional.


 


En lo que llama sus "líneas generales para la escritura de la historia de Octubre", Adamovsky liquida (pero sólo por escrito) la idea de que la clase obrera sea el sujeto histórico del socialismo y pone en su lugar (pero sólo por escrito) a la remanida colaboración de clases. Silogismo mediante, Adamovsky niega luego la necesidad de la construcción de partidos obreros, de la revolución proletaria, la necesidad del Estado obrero (dictadura del proletariado), el comunismo y, en última instancia, al marxismo. No hay que olvidar que, según el mismo Marx, lo verdaderamente original de sus descubrimientos, "lo nuevo que aporté", la marca en el orillo del marxismo, fue la demostración de que la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado, la cual no es más que la transición a la abolición de todas las clases y a una sociedad sin clases (3).


 


Pero Adamovsky ni se molesta en considerar siquiera el sistemático fracaso de las tentativas pequeñoburguesas, no obreras, socialdemócratas o nacionalistas, es decir las emprendidas por el matusaleniano "bloque simbólico-social-no homogéneo". El hundimiento del sandinismo, el cual representó la tentativa más extrema de efectivizar ese bloque en un marco insurreccional y de guerra civil, provocó por esto mismo el extraordinario repliegue derechista de la pequeñoburguesía izquierdista en toda América Latina a partir de los 80.


 


A fuerza de tanto releer, repensar y reescribir la historia de Octubre, es inevitable que se vuelvan a presentar como novedosos viejos mitos. Adamovsky y sus entrevistados redescubren a los utopistas, a los anarquistas, a Kautsky y hasta a Duhring ( Horacio Tarcus) y a Bernstein. En esta revisión, aun así, hay algunas afirmaciones de antología, como la de Ernesto Laclau, que responsabiliza a Octubre por el ascenso de Mussolini y Hitler, con lo cual copia servilmente la tesis fundamental del revisionismo histórico alemán (Ernst Nolte, La guerra civil europea).


 


Es inútil recordarle a Laclau que fueron los partidos de la socialdemocracia europea los que dividieron al movimiento obrero al enfrentarlo en la Primera Guerra Mundial, alineándolo detrás de los bandos nacionales rivales, o que si al hitlerismo se lo hubiera enfrentado con los métodos démodes que Lenin y Trotsky usaron contra Kornilov y los ejércitos blancos, el mundo no habría conocido la barbarie nazi. También es inútil recordarle que la causa fundamental de la "instalación de un régimen burocrático-totalitario" fue la traición de la socialdemocracia alemana en 1918 y 1923 y la intervención militar de las potencias imperialistas democráticas que desangró a la clase obrera rusa; o que, a pesar de la pesadísima losa de la incompetencia, la imprevisión y la corrupción de la burocracia, el monopolio del comercio exterior, la propiedad estatal y la ecomomía planificada permitieron que la URSS derrotara al nazismo y se convirtiera en una potencia industrial. O, finalmente, que la masacre de Tiananmen fue la obra de una burocracia tan anticomunista, tan restauracionista y tan partidaria del mercado como el propio Laclau.


 


Para Laclau, la Revolución de Octubre habría sido la causa de todos los males de este mundo. Por eso propone superar la idea misma de revolución que, "en un sentido, no ha existido nunca" para reemplazarla por "la única alternativa realista: una mezcla pragmática de control social (democrático) y mecanismos de mercado", es decir la dictadura del capital. Desgraciadamente, Laclau no ilustra acerca de las razones por las cuales su única alternativa realista ha llevado al mundo moderno a su actual derrumbe social y político. Laclau pone en duda también que exista alguna posible "emancipación humana", es decir que reduce la condición humana al aparato digestivo.


 


Para llegar a sus conclusiones, el propio compilador y la mayoría de sus entrevistados se ven obligados a forzar la máquina. Fanáticos de la globalización, hacen completa abstracción de la economía y de la política mundiales en el proceso del derrumbe de la utopía reaccionaria de construir el "socialismo en un solo país" formulada por la burocracia. Por eso son incapaces de ver las causas del colapso de la URSS en la relación dialéctica entre la pretensión de superar las contradicciones creadas por un socialismo autárquico con el concurso del imperialismo, de un lado, y las contradicciones propias de la economía mundial, del otro. En consecuencia, tampoco logran ver la relación dialéctica entre esa integración creciente al orden imperialista y la resistencia de las masas contra los planes del FMI (Polonia), ni tampoco, la relación entre los movimientos de masas contra el ajuste y la flexibilización en el Este y en el Oeste. La función ideológica de esta metodología es evitar la caracterización del derrumbe de la URSS y de los restantes estados obreros burocratizados como una expresión de la crisis del régimen capitalista mundial en su conjunto.


 


Con todo, lo más notable es que, en su intento de hacer la reescritura centroizquierdista de Octubre, Adamovsky termina en el mismo campo ideológico de la burocracia stalinista que hundió a la URSS. Sin releer ni reescribir nada, los burócratas rusos ya habían llegado a las conclusiones de Adamovsky con quince años de anticipación, si tomamos como punto de partida a Gorbachov, o con 43 años de avance, si consideramos la tentativa autorreformista de Kruschev en 1956.


 


Segunda parte: la naturaleza social de la URSS y de la Rusia actual


 


Adamovsky dedica un capítulo de su libro a la naturaleza social del régimen soviético. Para esto conversa con los economistas Rolando Astarita y Ricardo Graziano sobre . Se trata de una conversación completamente inútil: el lector buscará sin éxito saber qué piensan Astarita y Graziano sobre la naturaleza social de la Rusia actual, es decir en qué se ha transformado la vieja URSS. Ni uno ni otro atinan a dar una caracterización del régimen actual ni a descubrir cuál es el sentido de la transformación operada en la ex-URSS.


 


Pero no es posible saber qué es Rusia hoy sin definir qué fue la URSS, sin caracterizar a través de qué negaciones y de qué movimientos internos una formación social se transformó en otra, cuáles son las leyes internas de ese movimiento y cuáles son los elementos de ruptura y de continuidad entre una y otra. Dicho de otra manera, la Rusia actual se encontraba contenida en germen, como tendencia o como posibilidad, en las contradicciones internas de la vieja URSS.


 


Sobre esta cuestión decisiva, ni Astarita ni Graziano tienen nada para decir. Para ellos, la URSS fue una cosa; Rusia podría ser otra diferente o quizás la misma, pero no dicen nada. Entre ambas, no se sabe qué diablos ha pasado… si es que ha pasado algo.


 


Astarita define a la URSS como una "formación económico-social burocrática", donde "la burocracia era ya una capa social explotadora (…) Insisto en la explotación necesita reforzar Astarita porque no se trata de un problema de distribución del excedente, solamente, sino que está vinculado a relaciones de producción burocráticas, no socialistas".


 


Que la burocracia es explotadora no es una novedad; ya Trotsky lo había señalado en La Revolución Traicionada al explicar cómo se apropiaba de una parte creciente del ingreso nacional. Pero la insistencia de Astarita significa que supone que existen otros mecanismos de explotación burocrática diferentes de la mera distribución. ¿La burocracia extraía alguna forma de plusvalía a la clase obrera soviética? ¿A través de qué mecanismos económicos? ¿A través de qué intercambios? Desgraciadamente, Astarita no lo explica ni podría hacerlo porque la explotación burocrática es y sólo puede ser una explotación distributiva, que tiene como base el lugar que ésta ocupa en el aparato del Estado que controla la producción. Se trata de una forma de explotación inestable, insegura porque, precisamente, no se apoya en la propiedad. Por eso, Trotsky pronosticó que la burocracia buscaría consolidar su posición explotadora transformándose en propietaria.


 


La afirmación de que en la URSS habrían existido "relaciones de producción burocráticas" es, simplemente, un contrasentido en sus propios términos. Equivale a afirmar que en la URSS existieron relaciones de propiedad burocráticas, en la medida en que éstas no son más que la expresión jurídica de las relaciones de producción. Pero precisamente lo que caracteriza a la burocracia es que no obtiene sus privilegios de la propiedad sea a título privado o colectivo sino del lugar que ocupa en el aparato estatal.


 


Esto explica que Astarita no pueda decir nada sobre la Rusia de hoy: simplemente no puede explicar los motivos por los cuales la burocracia habría marchado a la restauración del capitalismo, es decir, a la disolución de la propia formación económico social.


 


Astarita ni siquiera logra retomar las tesis de Burnham, criticadas por Trotsky en la década del 30. Burnham veía en el capitalismo burocrático un nuevo fenómeno histórico de carácter general, que se desarrollaba simultáneamente en la URSS y en las grandes potencias capitalistas. Para Burnham, el papel creciente de los burócratas estatales (en la época del New Deal y del keynesianismo) y de los gerentes profesionales (sobre los accionistas) autorizaba a hablar de una nueva formación económico-social en la cual éstos tenían preeminencia sobre los propietarios del capital. Los países de desarrollo tardío, como la URSS, estaban obligados a pasar directamente, sin escalas intermedias, al grado más alto de burocratización, aquel que tiene como base la estatización de la economía. Esta teoría sirvió como base a numerosos trabajos como los de Jan Tinberger que pronosticaron una "convergencia" entre los dos regímenes sociales, el capitalista y el soviético. No es necesario abundar sobre el monumental fracaso de estos pronósticos.


 


Astarita empeora notoriamente estos planteos al agregarle una gruesa dosis de stalinismo. Su nueva formación económico-social ya no tiene pretensiones de universalidad; se trataría de un fenómeno específicamente ruso: la formación económico-social burocrática … en un solo país. En otras palabras, en una economía mundial dominada por el capitalismo, la burocracia habría logrado desarrollar una formación social original, es decir un nuevo estadio histórico del desarrollo social, de naturaleza puramente nacional. Esta fenomenal contradicción es la consecuencia del abandono del método hegeliano-marxista que analiza a las partes en relación dialéctica con el todo.


 


¿Cuál es la relación de esta nueva formación económico-social con la economía mundial? ¿Es una relación anticapitalista o procapitalista o encierra a las dos contradictoriamente? Astarita ni se lo plantea; para él una cosa es una cosa y otra es otra. Al razonar antidialécticamente, haciendo abstracción del mercado mundial, Astarita deja a su formación económico-social girando en el vacío, sin pasado y sin futuro.


 


Rusia hoy


 


Carente de una caracterización propia sobre el régimen social de la Rusia actual, Astarita ataca al Partido Obrero: "Hoy todavía hay grupos trotskistas que siguen planteando que Rusia sigue siendo un Estado obrero en descomposición. Y yo hoy critico a Trotsky pero, al lado de estas barbaridades, es un gigante del pensamiento. No puede decirse que hay responsabilidad intelectual de Trotsky porque estos descendientes hayan llegado a estas barbaridades del pensamiento". Vease bien que, para Astarita, Trotsky es un gigante solamente cuando se lo compara con los bárbaros, es decir que es casi un analfabeto o ni siquiera.


 


Pero el PO no sigue caracterizando a Rusia como un Estado obrero degenerado en disolución; ha empezado a caracterizarlo así a partir de la perestroika y de la victoria de Yeltsin.


 


Astarita, que se ha tomado una larga década para llegar a la conclusión de que no sabía qué era la URSS y como todavía no sabe qué es la Rusia actual, se siente con autoridad para criticar al partido que fue el primero en señalar que, con el golpe de agosto de 1991, "la Unión Soviética, en tanto unidad estatal efectiva, ha dejado de existir, y lo mismo debe decirse de la URSS como un Estado obrero. Aunque la propiedad de los medios de producción continúa en manos del Estado, este hecho está vaciado de contenido desde el momento en que el régimen político es restauracionista" (4). Apenas un poco después, esta idea se completaba: "estamos ante un Estado obrero en completa disolución, es decir ante un Estado no obrero" (5).


 


No nos tomamos ni una década, ni un año, ni un mes, ni una semana: apenas 48 horas después del golpe dijimos, negro sobre blanco, que el estado obrero degenerado había dejado de existir. ¿Cómo puede seguir siendo algo que ha dejado de existir, es decir, que ha dejado de ser?


 


No sólo indicábamos que el Estado obrero degenerado había entrado en un proceso de disolución en dirección al capitalismo que lo hacía a través de un gobierno pro-capitalista, un régimen político mafioso-democratizante y un aparato del Estado que seguía en manos de la burocracia que atacaba conciente y abiertamente las bases sociales del estado obrero para imponer mutaciones capitalistas a las formas de propiedad (6).


 


Pero bajo la Perestroika y aún después de ella, todas las tendencias trotskistas incluida aquella que por entonces contaba con Astarita en sus filas ¡nos denunciaban porque sosteníamos que el Estado obrero había desaparecido! Para ellas, el Estado obrero seguía en pie porque la propiedad continuaba estando estatizada. Les respondíamos que bajo un régimen político restauracionista como el de Yeltsin, "la propiedad estatal (no capitalista) queda reducida a una ficción jurídica, que en la vida real sirve para la acumulación privada; si no directamente capitalista, sí introductoria del capitalismo, en la forma de reservas de divisas, créditos, licencias y mercados junto al capital extranjero" (7). Sería bueno que Astarita mostrara las pavadas que escribió una década atrás y las comparara con sus pavadas presentes.


 


La posibilidad de la evolución de la URSS en un sentido capitalista es decir, la posibilidad de la disolución del Estado obrero degenerado estaba presente en la caracterización trotskista de la naturaleza del Estado obrero. Mejor dicho, sólo a partir de la caracterización de la URSS como un Estado obrero es decir, como un régimen transitorio entre el capitalismo y el socialismo era posible plantear la hipótesis de la restauración del capitalismo en Rusia. Ninguno de los que impugnaron la caracterización de la URSS como un Estado obrero degenerado fueron capaces de pronosticar su posible derrumbe y la restauración del capital.


 


Para Trotsky, en ausencia de una extensión de la revolución mundial y de una revolución política en el interior de la URSS, la degeneración burocrática del Estado obrero debía conducir, con seguridad, a la restauración. La existencia indefinida de una sociedad transitoria entre el capitalismo y el socialismo no es viable. La restauración del capitalismo era una de las alternativas históricas planteadas por la naturaleza social contradictoria de la URSS como régimen de transición. La otra era la revolución política.


 


"Régimen de transición" no significa, como supone Astarita, siguiendo a su maestro Nahuel Moreno y al propio Stalin, que se trataba de "la transición al socialismo". Astarita no ha logrado superar las concepciones de la corriente a la cual perteneció: para el morenismo no había vuelta atrás; la marcha hacia el socialismo era irreversible, sólo que la dominación de la burocracia la hacía más lenta y penosa. El morenismo nunca caracterizó a la burocracia como restauracionista; al contrario sostenía que "defendía al Estado obrero con métodos burocráticos". Identificaba al socialismo como una combinación de propiedad estatal (es de propiedad no capitalista en una sociedad con Estado, o sea burocrática) con democracia (el famoso socialismo con democracia, es decir un régimen de delegación del poder), y no, como Marx y Lenin, con la extinción del Estado (8).


 


Dialéctica


 


Astarita está en lo cierto cuando sostiene que para entender la cuestión de la URSS hay que operar a través de negaciones. Pero no, como hace él, a través de negaciones escolásticas ("no es esto, no es lo otro…") sino dialécticas (9).


 


¿Qué significa que la URSS era un "estado obrero"? No que fuera socialista como siempre supuso el morenismo sino que era un régimen transitorio. Lenin lo caracterizó como "un estado burgués sin burguesía"; otras veces, como un "estado no-burgués". Con el triunfo del stalinismo, el Estado obrero degeneró; tenemos, en consecuencia, un "estado no-burgués degenerado". La disolución del "estado obrero (no-burgués) degenerado", como consecuencia de los ataques a la propiedad estatal, al monopolio del comercio exterior y a la planificación por parte del propio estado y de su régimen político, significa que ese "estado obrero" (degenerado) se niega a sí mismo; es decir que deviene un "no estado obrero". En consecuencia, estamos frente a un "estado no-no-burgués". Esta doble negación es mucho más fácil de resolver en la gramática que en la vida real. La doble negación del Estado burgués primero por la revolución proletaria; luego, la negación de ésta por la restauración capitalista no significa que Rusia haya retornado aún al punto de partida, es decir al capitalismo.


 


La burocracia ha destruido al Estado obrero, pero no ha restaurado el capitalismo. El sistema capitalista es mucho más que la propiedad privada. El simple cambio de los títulos jurídicos, con toda la importancia que tiene, es por sí mismo incapaz de crear el conjunto de las relaciones sociales que están adheridas a la propiedad privada capitalista de los medios de producción, o sea, la vigencia de una economía mercantil plenamente desarrollada. El capital es una relación social histórica; los propietarios y los no-propietarios de los medios de producción y los primeros entre sí no solo se relacionan en el mercado sino que son, históricamente o socialmente, su resultado. Las reformas no alcanzan para definir el destino de la transición ni al régimen social como capitalista.


 


Los burócratas se han apropiado de las empresas, pero no han creado un proceso de acumulación, es decir, no son capital invertido; sin inversión no hay reproducción, condición elemental para la estabilidad de cualquier régimen social. Las empresas privatizadas carecen de mercados en el exterior (salvo los grandes pulpos energéticos); Rusia carece de un sistema bancario porque los bancos están quebrados (fugaron los depósitos al exterior); no tiene moneda ni circulación monetaria; las operaciones se realizan en base al trueque; Rusia carece de un sistema legal que reglamente los litigios de propiedad y hasta un sistema de contratos; las empresas no pagan el salario a sus obreros; el estado no paga salarios ni jubilaciones y los empresarios no pagan impuestos ni sus propias deudas. No hay quiebras (aunque todas las empresas están quebradas). "Después de diez años de reformas de mercado, el mercado no es el elemento unificador de la economía rusa: ese papel lo juega la intervención directa de los estados imperialistas" (10).


 


Las últimas informaciones señalan que, mientras los bancos rusos han declarado la imposibilidad de pagar su deuda con los acreedores internacionales, continúan las huelgas obreras. Es todo un dato de la característica de la nueva etapa transitoria de restauración que, en algunas de estas luchas, los obreros nacionalicen las fábricas y las pongan a funcionar bajo su control obrero (11).


 


Todo esto indica que el destino final del régimen social restauracionista ruso todavía no ha sido zanjado. La restauración del capitalismo está plagada de crisis catastróficas, revoluciones y contrarrevoluciones.


 


La etapa contrarrevolucionaria-revolucionaria abierta por la restauración rusa vale también para todos los estados obreros degenerados, es decir en disolución, como China, Europa del Este, Vietnam y Cuba.


 


La clase obrera rusa


 


En su pretensión de acumular cargos contra el trotskismo sin demostrar nada (12), Astarita la emprende contra la clase obrera rusa. Dice, sin que se le mueva un pelo, que "la clase obrera no había defendido la Unión Soviética".


 


Es un hecho reconocido que los obreros de todo el mundo defienden la propiedad estatal, incluso cuando ésta tiene un carácter claramente capitalista. Sin ir muy lejos, en Argentina los telefónicos fueron a la huelga contra la privatización de la ENTel estatal, al igual que los ferroviarios, los aeronáuticos, etc. Lo mismo ha sucedido en toda América Latina y en Europa.


 


¿Es decir que los únicos obreros de todo el mundo que no habrían defendido la propiedad estatal, que no se habrían opuesto a las privatizaciones, fueron los rusos? Astarita necesita de este recurso para demostrar que los obreros no consideraban a la URSS como propia y que, por lo tanto, no era un estado obrero. Habría que concluir de aquí que la defensa de la ENTel por los telefónicos significa que los obreros consideraban a la telefónica estatal como propia y a la Argentina estatizada como un estado obrero.


 


Detrás del esquema de Astarita, existe algo que sólo puede ser calificado, con el riesgo de quedarse corto, como de una ignorancia extrema.


 


Todas las revueltas obreras en la URSS y en toda Europa oriental desde el levantamiento de Berlín en 1953 a las actuales huelgas mineras de Siberia tuvieron, sin excepción, un contenido social anticapitalista. Los obreros, desde Berlín para acá, se opusieron sistemáticamente a la aplicación de las normas de producción y de confiscaciones propias del capitalismo que pretendía imponerles la burocracia. El mayor ejemplo fue la huelga general polaca de 1980 contra los intentos de Gierek de aplicar los planes dictados por el FMI. La revolución polaca fue detonada por los agentes del FMI.


 


A quienes, como hoy Astarita, niegan el fenómeno de la revolución política y disuelven la crisis (de la URSS) en términos de tecnología, presión o modelos de acumulación, les recordábamos hace ya mucho tiempo que "fueron las luchas tenaces y persistentes de las masas en Polonia, en Hungría, en Checoslovaquia, en Alemania Oriental, las que determinaron la inviabilidad política concreta de los regímenes burocráticos". La burocracia, decíamos, lanzó la política restauracionista "antes que para resolver sus problemas económicos, como una medida de defensa contra la revolución proletaria y como un reclamo de apoyo al imperialismo contra esa revolución" (13).


 


La burocracia, que sobre este punto tenía una percepción mucho más clara que Astarita, se vio obligada a dar cuenta de este problema a la hora de proceder a la privatización de la economía estatal. Por eso recurrió a un mecanismo sui generis: distribuyó gratuitamente entre toda la población rusa un voucher (cupón) que le daba derecho a una porción de la propiedad estatal. Esta privatización fue muy criticada de palabra por el capital mundial, pero fue apoyada en la práctica ante la necesidad de mantener ante los obreros la ficción de que ellos podían mantener el dominio de las fábricas privatizadas. Comenzó luego un proceso demoledor de desorganización económica para obligar a los obreros a desprenderse de los vouchers para poder subsistir. Esto explica también el papel esencialmente financiero y bancario del capitalismo ruso, ya que fueron los bancos, tanto rusos como internacionales, los que concentraron la compra a precios de regalo de esos cupones.


 


El temor de la burocracia a la reacción obrera se explica porque todas las luchas obreras tuvieron el contenido social de la defensa del estado obrero (o de lo que quedaba de él) contra su destrucción por la burocracia. La tesis de Astarita según la cual la clase obrera no defendió a la URSS está refutada por dos décadas y media de levantamientos obreros en el Este, cuando en Occidente se pasaba por un período de mayor estabilidad económica.


 


Ocurre que la corriente de la que proviene Astarita, el morenismo, siempre sostuvo que la revolución política tenía un carácter exclusivamente superestructural, formal, democratizante, es decir, privado de todo contenido social. Astarita, como Moreno, conciben la degeneración del estado obrero como un fenómeno puramente político (ausencia de democracia soviética) y no como una degeneración social (tendencia a la restauración). La revolución política es decir, la regeneración de la dictadura del proletariado es, sin embargo, un fenómeno histórico, político y social, aunque no se planteara modificar el carácter estatal de la propiedad (14).


 


La lucha contra la restauración capitalista no sólo está presente de manera objetiva en las huelgas que hoy recorren a toda Rusia. También lo está en forma subjetiva en la capa más politizada y consciente de la clase obrera. Ya se ha mencionado que, en ciertas regiones rusas, los obreros en huelga nacionalizan las fábricas. Pero hay otras expresiones muy significativas, como las del comité de huelga de la fábrica automotriz de Samara, que a mediados del año pasado emitió un manifiesto en el que denunciaba a la "mafia de comunistas y demócratas" y reclamaba, textualmente, que "todo el poder debe ser transferido a las manos de los comités de huelga revolucionarios, que serán plenamente responsables ante las asambleas obreras". El manifiesto de Samara terminaba así: "Abajo los comunistas y los demócratas. Viva el poder obrero. Viva la revolución" (15).


 


Esta es la clase obrera que, según Astarita, no defendió al Estado obrero.


 


Crisis mundial


 


Cualquier análisis un poco serio muestra que, de la degeneración y la destrucción del estado obrero, Rusia ha pasado sin escalas a la barbarie. ¿Cuál es la razón por la cual la burocracia y el imperialismo no han podido establecer en Rusia relaciones plenamente capitalistas?


 


"La razón de fondo explicábamos hace ya un tiempo es que la producción (rusa) es excedentaria en el mercado mundial, sobresaturado de mercancías () La asimilación de la privatizada industria rusa al mercado mundial y consecuentemente, la plena transformación capitalista de Rusia requeriría un mercado mundial en expansión, capaz de recibir sus mercancías y abrir un curso de desarrollo productivo e industrial. Así se extendió históricamente el capitalismo por el mundo. El carácter destructivo y parasitario que ha asumido la transición rusa obedece, en cambio, a una de las características esenciales de la crisis capitalista, de la cual la propia transición es un componente fundamental: la destrucción de una parte sustancial de la capacidad productiva instalada a nivel mundial" (16).


 


El carácter inconcluso del proceso político y social restauracionista de Rusia se puso abiertamente de manifiesto en ocasión de la cesación de pagos declarada por Yeltsin a mediados del año pasado. Entonces quedó en claro que "el régimen de la oligarquía restauracionista ha llegado a su fin con la bancarrota de sus bancos y el choque abierto con la banca occidental con motivo del congelamiento de la deuda pública y externa. Las alternativas fundamentales son: una restauración capitalista bajo comando extranjero y un gobierno cipayo, o una nueva revolución socialista, lo que exige una maduración excepcionalmente rápida de la clase obrera () En ausencia de una revolución socialista, Rusia puede sufrir una desintegración nacional (que) llevaría a una crisis mundial sin precedentes, ya que se desataría un enfrentamiento político mayor por el reparto de los despojos rusos" (17).


 


Bajo otras condiciones políticas y sociales, vuelven a plantearse, nuevamente, las mismas alternativas fundamentales que ante el colapso de la perestroika y el golpe de agosto de 1991: revolución o contrarrevolución, la restauración capitalista o una nueva revolución social y una revolución política. En última instancia, la crisis mundial es lo que confiere un carácter abierto al destino del restauracionismo y lo que, en consecuencia, define a Rusia como un "estado obrero degenerado en disolución".


 


 


 


Notas


 


1 . Ezequiel Adamovsky, Octubre hoy. Conversaciones sobre la idea comunista a 150 años del Manifiesto y 80 de la Revolución Rusa; Ediciones El Cielo por Asalto, Buenos Aires, 1998. Todas las citas, a excepción de las que se indican aparte, pertenecen a este libro.


 


2 . Ver Luis Oviedo, "El carácter social de la Rusia actual"; en En Defensa del Marxismo, N° 18, octubre de 1997.


 


3. Carlos Marx, Carta a Weydemeyer (5 de marzo de 1852), en Correspondencia, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1973.


 


4 . Jorge Altamira, "Revolución y contrarrevolución en la URSS", en Prensa Obrera, N° 339, 29 de agosto de 1991.


 


5 . Jorge Altamira, "Adónde va la ex URSS", en Prensa Obrera, N° 348, 28 de diciembre de 1991.


 


6 . Un anticipo práctico del planteo de la destrucción del Estado obrero por la burocracia soviética lo formulamos en ocasión del golpe que llevó a Jaruzelsky al poder en Polonia en 1983: "la disolución de hecho del PC y la militarización del Estado, de un lado, y la vinculación de la masa obrera a Solidaridad, del otro, configura una situación muy instructiva para la comprensión del Estado obrero burocrático. Es que aquí no queda duda del carácter no obrero del aparato del estado y su semejanza extraordinaria con las dictaduras militares burguesas. El caso extremo de Polonia revela el carácter no obrero de todos los aparatos del estado de los Estados obreros y su semejanza con las formas totalitarias de dominación fascista () El carácter obrero del Estado (sólo) está dado (aquí) por el carácter del régimen de propiedad estatal, no privado. Un régimen burocrático cuya función no esté ligada al régimen de propiedad estatal no configura un estado obrero" (Prensa Obrera, N° 43, 15 de diciembre de 1983).


 


7. Idem anterior.


 


8. Nahuel Moreno desarrolló abusivamente estas ideas en su libro "La dictadura revolucionaria del proletariado". Ver la crítica formulada por Aníbal Romero en En Defensa del Marxismo, nº 13, julio de 1997.


 


9. No es casual que, en la crítica a las posiciones de Astarita sobre la naturaleza de la URSS, nos veamos obligados a señalar, reiteradamente, el carácter antidialéctico de su pensamiento. Esto porque, como señalara Trotsky en la discusión de mediados de la década del 30 contra los que dentro del trotskismo norteamericano levantaban posiciones similares a las de Astarita, la cuestión de la URSS, por su naturaleza contradictoria, pone a prueba la capacidad dialéctica de los individuos y los partidos.


 


10. Prensa Obrera, N° 498, 13 de junio de 1996.


 


11 . Ver Jorge Altamira, "Renacionalizaciones en Rusia", en Prensa Obrera, nº 617, 25 de febrero de 1999.


 


12 . En este camino, no duda en truchar las citas de Trotsky. Astarita dice que "Trotsky llega a plantear, en La Revolución Tracionada, que El Capital de Marx se había demostrado en la práctica con la planificación soviética" para impugnar la tesis, que falsamente le adjudica a Trotsky, de que "hay cierto impulso pro-socialista en la estatización por sí misma" y "que la estatización y la planificación económica aún burocrática permitía un gran desarrollo en la URSS".


 


Lo que dice textualmente Trotsky es que "el socialismo ha demostrado su derecho a la victoria, no en las páginas de El Capital sino en una arena económica que constituye la sexta parte del globo". Es decir, que la todavía corta experiencia soviética, en condiciones de guerra civil y de aislamiento internacional, era un anticipo, un adelanto, una entrega a cuenta de las posibilidades de la planificación. Esto es muy distinto a decir que El Capital se materializó en la planificación soviética. Que Trotsky sólo podía plantear la cuestión de esta manera salta a la vista si se lee la idea que escribió inmediatamente a continuación de la que Astarita tergiversa: "Aún en el caso de que la URSS, por culpa de sus dirigentes, sucumbiera a los golpes del exterior, quedaría como prenda de porvenir, el hecho indestructible de que la revolución proletaria fue lo único que permitió a un país atrasado obtener en menos de veinte años resultados sin precedentes en la historia" (La Revolución Traicionada, Editorial Crux, La Paz, sin fecha).


 


Por cierto, la dictadura de la burocracia destruyó la planificación, pero responsabilizar por esto a Trotsky el primero en señalar su naturaleza destructora del Estado obrero tiene la misma profundidad que acusar a Lenin por el ascenso del stalinismo.


 


13 . Jorge Altamira, "La crisis mundial. Informe al V° Congreso del Partido Obrero"; en En Defensa del Marxismo, n° 4, setiembre de 1992.


 


14. Es claro que Astarita es más que nunca un morenista. Pero no se piense que es un morenista pasado; es un morenista orgánico como lo revela el hecho de que su evolución ideológica corre paralela a la de la propia organización a la que perteneció. Así, Astarita reivindica los planteamientos abiertamente antitrotskistas que formuló el dirigente del Mas Andrés Romero acerca de la naturaleza de los Estados obreros burocratizados (ver la crítica de Archibaldo Mompez, "¿Existió la Revolución de Octubre?", en En Defensa del Marxismo, Nº 17, julio de 1997.


 


Astarita y Romero comparten la tesis de que la URSS no era, desde la década del 30, un estado obrero degenerado; que la burocracia había creado nuevas relaciones sociales y nuevas formas de explotación; y, finalmente, que Trotsky se equivocó porque la estatización de los medios de produción no alcanza para definir el carácter obrero de un Estado. Olvidan que este criterio económico era de Moreno, no de Trotsky. Para éste, la URSS era un estado obrero no simplemente porque la economía estuviera estatizada sino porque esa estatización era el resultado de la expropiación de la burguesía por la revolución proletaria.


 


Esta coincidencia política de fondo entre un declarado crítico de Trotsky (Astarita) y un dirigente del Mas (Romero) es una clara indicación política de que esta vertiente morenista marcha aceleradamente a renegar formalmente del trotskismo (en la práctica ya lo ha hecho hace mucho).


 


15 . Reproducido en Prensa Obrera, nº 586, 28 de mayo de 1998.


 


16 . Luis Oviedo, "El carácter social de la Rusia actual"; en En Defensa del Marxismo, n° 18, octubre de 1997.


 


17 . Jorge Altamira, "Rusia o la bancarrota del capitalismo mundial"; en Prensa Obrera, n° 599, 3 de setiembre de 1998.


 

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