Conversaciones con Trotsky

Publicado originalmente en Survey: A Journal of Soviet and East European Studies, N° 47, abril de 1963, pp. 146/59.


Según las memorias de Jean Van Heijenoort(1), en 1934 Trotsky invitó al economista marxista Fritz Sternberg a escribir un trabajo en común sobre la economía mundial: "En los primeros días de septiembre Trotsky mantuvo largas conversaciones con Fritz Sternberg, un economista alemán a quien Trotsky es- perabapersuadir para que escribiera la sección sobre la situación económica mundial del programa de la nueva Internacional.. Pero nada resultó de esta idea porque Sternberg se alejó del trotskismo"? Esta es la versión de Sternberg de esas reuniones. Con el beneficio de la visión retrospectiva, queda claro que Trotsky tenía razón y Sternberg estaba equivocado acerca de las perspectivas del régimen soviético. En 1954, la Cuarta Internacional publicó una revisión muy crítica de uno de los últimos escritos de Sternberg..(2)


 


Primero debo dar cierta explicación sobre cómo llegué a pasar alrededor de una semana con Trotsky en Francia, en 1934.


 


Mi primer libro importante, Der Imperialismus, apareció en Berlín en 1926. Este trabajo, que tenía poco que ver con la política cotidiana, era en esencia una crítica tanto a la social- democracia alemana como al Partido Comunista de Alemania. En oposición a los comunistas, analizaba las razones por las cuales las clases obreras de Gran Bretaña, Europa Oriental y Estados Unidos gozaron, por prolongados períodos, de aumentos salariales; y, en oposición a los puntos de vista de la socialdemocracia, buscaba indicar por qué, aunque las crisis económicas habían disminuido en el pasado, estábamos entrando en un período en el cual esas crisis debían necesariamente volverse más agudas y en las cuales el creciente desempleo y la caída de los salarios podrían producir situaciones revolucionarias.


 


El libro despertó amplia atención. La prensa oficial de los partidos comunistas de Alemania y Rusia naturalmente lo repudió porque contradecía muchos de sus dogmas. Un gran número de periódicos socialdemócratas porque, con la inflación alemana eliminada sólo algunos años antes, contaban con un boom económico de larga duración. Entonces, un análisis que buscaba probar que había más crisis por delante – y crisis que superarían por mucho a las que la antecedieron en violencia e intensidad- no se correspondía con la política prevaleciente de la socialdemocracia. El libro, sin embargo, ganó la aprobación entusiasta de los periódicos de izquierda dentro del rebaño socialdemócrata y la periferia comunista.


 


De esta manera entré en contacto con muchos grupos que no estaban de acuerdo ni con el partido socialdemócrata de esos días ni con el partido comunista alemán (yo mismo nunca pertenecí a ninguno de los dos).


 


En 1929 publiqué un libro más corto, titulado Der Imperialismus undseine Kntiker, en el cual desarrollaba ciertas líneas de pensamiento introducidas en Imperialismus, y al mismo tiempo respondía a algunos de los que criticaron mis puntos de vista. En 1932, en momentos en que los nazis se habían convertido en el partido más fuerte de Alemania, apareció un nuevo libro: Der Niedergang des deutschen Kapitalismus.


 


Niedergang demostraba que muchas publicaciones socialdemócratas estaban intentando minimizar y reducir el alcance de la presente crisis; que los socialdemócratas no tenían una política adecuada para enfrentar una crisis de tales dimensiones; y que, por otra parte, los comunistas alemanes – que estaban atacando a los social- demócratas como "social-fascistas"- , habían perdido, por su política durante esos años, toda pretensión de la confianza de los trabajadores.


Mientras tanto, me había unido al recientemente formado SAP o Sozialistische Arbeiterpartei (Partido Socialista Obrero). El SAP no tuvo éxito político. Cuando hablaba en actos y reuniones por todas las ciudades de Alemania, frecuentemente encontraba acuerdos con mi análisis de la situación política pero me decían que era equivocado o, en todo caso, demasiado tarde para que un nuevo grupo fundara un nuevo partido. O los socialdemócratas (SPD) y los comunistas (KPD) se combinaban, decía el argumento, o la victoria de los nazis sería inevitable.


 


Fui frecuentemente contactado durante este período por trotskistas alemanes. Los trotskistas no tenían influencia política pero eran extremadamente francos en muchas cuestiones políticas, planteaban problemas para la discusión, y dedicaban una particular atención a cuestiones por las que el propio Trotsky todavía no se había preocupado. También fui visitado por Sedov, el hijo de Trotsky. Reverenciaba a su padre pero no se había vuelto un neurótico – como sucede tan frecuentemente con los hijos de personas brillantes y famosas- principalmente porque se sentía personalmente identificado con la misma causa. Cuando Sedov vino a verme por primera vez a Berlín, Trotsky ya había sido deportado de Rusia y estaba viviendo en Prinkipo. Le dije a Sedov que me gustaría mucho reunirme con su padre y, algún tiempo después, me hizo saber que Trotsky estaría contento de verme.


 


Trotsky había ido a Dinamarca para una breve visita (creo que para dar una conferencia), y Sedov llamó varias veces a mi departamento en Berlín para discutir los preparativos. Nada resultó de ello, sin embargo. Trotsky tenía mucho que hacer durante su viaje y lo mejor que podía esperar de él era una simple entrevista de una hora o dos. En la creencia de que poco positivo podía ganarse, no fui (a Dinamarca). Recuerdo las visitas de Sedov claramente y siempre las registré en mi diario. En una de las múltiples campañas de mentiras de Stalin contra Trotsky, una vez se argumentó que Sedov había estado en Copenhague a una determinada hora de un determinado día, realizando preparativos para una reunión entre Ribbentrop (que llegaría a ser ministro de relaciones exteriores en la Alemania nazi) y su padre. Ese día y a esa hora, el hijo de Trotsky estaba, en los hechos, conmigo en mi departamento de Berlín.


 


Acordé con ir a Prinkipo en una fecha posterior, pero la visita nunca tuvo lugar.


 


Entonces los nazis llegaron al poder y, en marzo de 1933, emigré. Trotsky dejó Prinkipo y en 1934 fue a Francia, un país que yo visitaba frecuentemente aunque vivía principalmente en Suiza.


 


La victoria nazi y el colapso total y sin resistencia del movimiento obrero alemán naturalmente estuvieron cargados de consecuencias en todos los niveles. El Partido Comunista alemán intentó escabullirse mediante mentiras de la derrota total, y hubo serias disputas entre los socialdemócratas. Como resultado de que los dos mayores partidos obreros de Alemania habían fracasado tan completamente, hubo un breve resurgimiento en el poder de atracción de los grupos que habían criticado a esos partidos antes de la debacle de 1933. Esto se aplicaba tanto al SAP como a los trotskistas. Además, existían fuera de Alemania partidos aislados y grupos que no pertenecían ni a la Segunda ni a la Tercera Internacional. Entre ellos estaban el Partido Laborista de Noruega, que agrupaba a la inmensa mayoría de los trabajadores noruegos, el ILP británico, un grupo holandés que había roto hacía mucho tiempo con el partido socialdemócrata holandés, trotskistas de muchas nacionalidades y el SAP alemán.


 


En 1934, esos partidos y grupos – quizás haya omitido a algunos- realizaron una conferencia en París en la cual los trotskistas presentaron una resolución que llamaba a la fundación de una nueva, Cuarta Internacional. Asistí a esa conferencia como uno de los representantes del SAP, el cual – como la mayoría de los otros grupos- rechazó la propuesta trotskista considerándola totalmente utópica.


 


Varias semanas después de esta conferencia, los grupos presentes en ellas (noruegos, ingleses y holandeses, así como también representantes del SAP) visitaron a Trotsky separadamente. Después de discutir la cuestión con algunos trotskistas, decidí que sería mejor que visitara a Trotsky sin acompañantes, principalmente porque tenía cierto temor de que de otra manera, él concentraría la discusión enteramente en su proyecto favorito, la fundación de la Cuarta Internacional.


 


Un día dejé París con un destino desconocido. El sitio de residencia de Trotsky era mantenido estrictamente en secreto a causa de las persistentes amenazas de asesinarlo, tanto de los comunistas franceses como de la extrema derecha, que se habían opuesto ferozmente a que se le otorgara el asilo político. Un joven que pertenecía al grupo trotskista se reunió conmigo en mi hotel y me llevó a la estación. No fue sino hasta que compraron mi boleto que supe hacia dónde estaba yendo. Luego de realizar un largo vieja hasta la costa, me recibió otro joven trotskista que me llevó a un hotel cercano al mar. Trotsky, sin embargo, no estaba allí.


El joven me indicó qué colectivo tomar hasta la casa donde vivía Trotsky. En futuras ocasiones, hice el viaje sin acompañantes.


 


Aunque la seguridad de Trotsky había sido garantizada en Prinkipo por la presencia permanente de la policía turca, su refugio francés no estaba bajo protección policial. Pienso que su esposa estaba viviendo con él allí, aunque nunca la vi; sus otros acompañantes eran Sedov y varios jóvenes trotskistas que realizaban tareas de secretarios. Había también dos entrenados perros de guardia alsacianos.


 


En la primera ocasión, mi visita se limitó a media hora y estuvo dedicada a discutir la agenda del día siguiente.


 


El estudio de Trotsky era una amplia sala con un escritorio inusualmente ancho. Después de darme la bienvenida, nos sentamos uno enfrente del otro en ese escritorio para conversar. Nunca había visto a Trotsky antes, pero habría reconocido su cabeza en cualquier parte. No era, sin embargo, exactamente como lo imaginaba; era más alto y más ancho de lo que esperaba. El día era relativamente cálido, recuerdo, y Trotsky vestía un traje color crema.


 


Habíamos intercambiado algunas escasas palabras de bienvenida cuando Trotsky comenzó: "Ustedes, los del SAP, votaron contra la fundación de la Cuarta Internacional en París".


 


Intenté sacarlo del tema, pero él insistía en saber si yo simplemente seguía la línea de mi partido o si estaba personalmente opuesto a la creación de una Cuarta Internacional. Le respondí que en este punto estaba de acuerdo con el SAP y que me oponía a la fundación de la Cuarta Internacional en esta coyuntura, agregando que sólo podría explicar mi posición dándole un análisis realmente exhaustivo de varios problemas que había tocado sólo superficialmente en el debate sobre la fundación de la Cuarta Internacional, pero que, en mi opinión, habían sido analizados insuficientemente o que no habían sido analizados del todo.


Trotsky entonces preguntó:


 


"¿Usted también defiende el punto de vista de que la Segunda y la Tercera Internacional fracasaron sobre la cuestión alemana y por lo tanto comparten la responsabilidad de la victoria nazi en Alemania?".


 


Respondí que, en mi opinión, no existían cosas tales como la Segunda y la Tercera Internacional, que el Partido Bolchevique de Rusia bajo el liderazgo de Stalin tenía la mayor parte de la responsabilidad por la derrota de la clase obrera alemana, y que la Segunda Internacional no había hecho más que aprobar resoluciones y mostrar un interés muy académico sobre el tema.


 


"¿Está usted preparado – preguntó Trotsky entonces- a discutir y redactar, aquí y ahora, un memorando sobre el fracaso de la Segunda y la Tercera Internacional en la cuestión alemana, un fracaso que está afectando decisivamente a todo el movimiento obrero en cada país?".


 


Respondí que sería muy feliz en trabajar en ese memorando pero sentía que, dado que la duración de mi visita había sido estipulada en apenas una semana, sería una tarea muy dura.


 


Trotsky sonrió. (Tengo un recuerdo particularmente vivo de esto porque su expresión permaneció casi invariablemente grave durante nuestras discusiones.)


"Querría contarle una historia de la época de la Guerra Civil", dijo. "No sólo tuvimos que derrotar a nuestros enemigos físicamente, sino que también tuvimos que enviar innumerables manifiestos y despachos a los rusos y a todo el resto del mundo, que todavía estaba en guerra cuando la revolución comenzó. También tuvimos que redactar un gran número de resoluciones para servir de guía a nuestro propio partido. Frecuentemente nos sentábamos en pequeños círculos en esos días – no en una mesa confortable como ésta, sino frecuentemente en una pequeña o incluso en ninguna- , y no nos sentábamos en sillones confortables sino en cajas de madera o en barriles. Cuando Lenin o yo encargábamos a un compañero la redacción de un memorando, o un decreto o un análisis de una situación particular, frecuentemente nos decían, en los primeros días, que el trabajo tomaría semanas. La respuesta de Lenin era: "No tenemos semanas, sólo algunas horas como máximo. Todos saben las condiciones en las que estamos trabajando, así que usted puede redactar como si fuera 'escrito sobre mis rodillas'… Esa frase – 'escrito sobre mis rodillas'- se aplica a todo el período revolucionario.


 


"Y ahora, dijo Trotsky, no insistiré con que usted traiga el memorando con usted mañana, pero pienso que podría hacerse durante su actual estadía, e incluso si usted no está enteramente satisfecho con la composición de las frases, siempre recuerde 'escrito sobre mis rodillas'…".


 


Esto concluyó nuestra primera conversación, aunque resolvimos algunos detalles técnicos antes de que me fuera. Trotsky me dijo que se levantaba temprano pero que prefería reservar la mañana para su propio trabajo. Sugerí que podía emplear el tiempo trabajando en el memorando o reflexionando sobre las cuestiones a ser discutidas por la tarde, aunque preferiblemente cuestiones relacionadas con el memorando. Después de la cena podríamos tener tiempo para una discusión más amplia. Me despedí y tomé el ómnibus de regreso a la ciudad en la que estaba parando.


 


A la tarde siguiente me reuní con Trotsky a la hora acordada. Tanto como puedo recordar, nunca tuvo que esperarme. Aunque era un trabajador incansable, tenía una profunda conciencia del tiempo. Yo me había propuesto discutir tres temas principales: primero, el de la llamada aristocracia obrera; segundo, las crisis económicas; y, tercero, la cuestión de la Segunda y la Tercera Internacionales. Comencé por el primero.


 


Comencé con la afirmación de Marx de que la clase obrera está sujeta a la ley del empobrecimiento absoluto y de que esa ley podría ser modificada por múltiples circunstancias en el curso de su realización. La fórmula de Marx, señalé, se ha vuelto completamente inadecuada. Estamos viviendo en 1934, y en los sesenta o más años desde que Marx publicó El Capital no ha ocurrido un empobrecimiento absoluto. Por el contrario, los centros industriales del mundo han sido testigos de un marcado aumento en los salarios. Es significativo, continué, que incluso en las últimas ediciones de El Capital, Marx omitió dar cualquier análisis del curso de los salarios desde mediados del siglo XIX.


 


El programa del Partido Bolchevique previo a la Primera Guerra Mundial había eludido cuidadosamente este punto. Señalé que las exposiciones de Engels sobre esta cuestión eran imperfectas e inadecuadas. En su primer trabajo, La condición de la clase obrera en Inglaterra, que apareció antes que el Manifiesto Comunista, Engels dedujo del empobrecimiento de la clase obrera inglesa durante la tercera y la cuarta década del siglo XIX que habría una revolución social en Inglaterra.


Pero asumió que una cierta combinación de factores que eran sintomáticos de la primera Revolución Industrial – en particular el crecimiento del desempleo y la creación de una reserva permanente de trabajo- eran una característica esencial y permanente del modo capitalista de producción y no podrían ser eliminadas en ese marco.


 


En una nueva introducción a su trabajo, publicada luego de la muerte de Marx, Engels admitió algunos de sus tempranos errores y declaró que en Inglaterra, un país que explotaba al mundo entero, había crecido una aristocracia obrera. Sin embargo, aunque algunas secciones de la clase obrera inglesa ocasionalmente recibían una parte de los beneficios, la vasta mayoría de los trabajadores ingleses estaba en malas condiciones, y que la aristocracia obrera inglesa desaparecería cuando Inglaterra perdiera su status de potencia mundial porque los trabajadores ingleses se verían entonces reducidos a los niveles prevalecientes en Europa continental.


 


Vi estos señalamientos como igualmente erróneos. No sólo los salarios de los obreros ingleses no cayeron, sino que los salarios ingleses, alemanes y franceses – para no hablar de los de los trabajadores norteamericanos- han crecido todavía más.


 


Ahora llego a Lenin, y Trotsky, que había estado escuchándome, aunque más bien como uno escucharía una conferencia académica, asumió una expresión de atención inusualmente atenta. Escribiendo treinta años después de Engels, Lenin corporizó los mismos errores fundamentales en su Imperialismo. Introdujo muchas estadísticas en su libro, señalé, pero omitió dar una simple cifra de la evolución de los salarios reales en Inglaterra, Francia, Alemania o los Estados Unidos, y habló de una aristocracia obrera cuyas condiciones de vida han mejorado tanto bajo el imperialismo que votó los créditos de guerra en los países involucrados en la Guerra Mundial. De acuerdo con Lenin, en consecuencia, el objetivo comunista debería ser separar a las amplias masas de trabajadores, que representan la mayoría de la clase obrera, de la aristocracia obrera semi-burguesa.


 


Contra esto argumenté que, aunque hay y hubo marcadas diferencias en los niveles de vida de los trabajadores, y de que puede ser válido hablar de una aristocracia obrera, tal aristocracia podría crecer bajo condiciones de reducción, estabilidad o aumento de los salarios. Fue característico de las décadas previas a


la Guerra Mundial que los salarios de toda la clase obrera crecieran considerablemente y no en años particulares sino durante décadas y generaciones. Esta es la razón por la cual el punto de vista de Lenin sobre la inminencia de la revolución a escala mundial era ilusorio y por qué la Revolución de Octubre ha permanecido como un fenómeno aislado.


 


Trotsky planteó entonces una serie de preguntas concretas sobre el movimiento de los salarios, todas las cuales fui capaz de responder con rapidez y precisión porque había dedicado varios años a esta cuestión. Cuando cité un número de libros y pequeñas publicaciones, Trotsky enfatizó: "Tengo un montón de terreno perdido para recuperar en este terreno. Era familiar con la mayoría de la literatura sobre el tema hasta comienzos de 1917, pero nunca logré hacer ningún estudio sistemático después de esa fecha. En primer lugar, tuve que ayudar a Lenin a organizar la revolución y a defenderla durante la Guerra Civil. Entonces vinieron los años de reconstrucción bajo las más arduas condiciones, luego la lucha contra Stalin, el destierro a Siberia y la deportación a Turquía. En Prinkipo, mi tiempo estaba completamente ocupado con la escritura de tres largos libros (su autobiografía y los libros sobre las revoluciones de febrero y octubre), pero ahora puedo ponerme al día y leer lo que se ha publicado desde 1917".


 


Trotsky entonces me preguntó si yo pensaba que la revolución tuvo alguna posibilidad en Alemania. Quería saber el número de miembros de la Liga Espartaco, y si yo tenía alguna información sobre el tema más allá de lo que era generalmente conocido. Respondí que en mi nativa Breslau, que entonces tenía medio millón de habitantes y estaba representada en el Reichstag (parlamento) por dos diputados socialdemócratas, yo había visto sólo una vez un panfleto espartaquista, incluso aunque tenía mis ojos abiertos a todo lo que aparecía. Señalé entonces que Rosa Luxemburgo era intelectualmente muy superior a Ebert y Scheidemann. Si los dirigentes de la socialdemocracia realmente eran los representantes de una aristocracia obrera y no de la amplia masa de socialistas, ¿por qué la mayoría de los trabajadores los apoyaron, y por qué Luxemburgo y Liebknecht no lograron reunir ninguna sección sustancial de la clase obrera de su lado?


 


Discutimos la cuestión de la aristocracia obrera durante algunos días. En aquel momento sentí que si no había convencido a Trotsky, al menos le había dado alimento para su pensamiento, pero un día, cuando estábamos discutiendo problemas relacionados con Rusia, dijo: "Stalin y los stalinistas siempre están tratando de presentarme como un antileninista. Es una sucia mentira, por supuesto. Tuve profundas diferencias de opinión con Lenin antes, durante y después de la Revolución, pero durante la propia Revolución y los años vitales de la Guerra Civil, los acuerdos siempre predominaron entre nosotros".


 


Continuando con el tema, Trotsky declaró que no tenía deseos de darles a sus oponentes en Rusia una nueva arma al adoptar una posición contra el punto de vista de Lenin sobre la aristocracia obrera. Una vez que dejó en claro que, aunque sea por razones tácticas, no deseaba atacar las posiciones de Lenin sobre esta cuestión, abandonamos el tema y pasamos a la cuestión de la crisis económica.


 


Comencé señalando que Marx no había tratado sistemáticamente el problema de la crisis en el primer volumen de El Capital, y que los volúmenes publicados luego de su muerte sólo habían tocado aspectos aislados de la cuestión. Entonces, si su teoría acerca del empobrecimiento absoluto de los trabajadores era correcta, debe concluirse que Marx no sólo había contado con la crisis sino con crisis de una severidad siempre creciente. Engels había enfatizado varias veces que Marx y él esperaban que la próxima crisis alimentara nuevos movimientos revolucionarios; sin embargo, esa crisis no tuvo lugar durante sus vidas. Enfaticé además que el celebrado artículo de Lenin sobre Marx para la Enciclopedia (Granat) no exploró esta cuestión más profundamente; todo lo que hizo fue escribir sobre las "crisis de sobreproducción que estallan periódicamente en los países capitalistas, inicialmente cada diez años en promedio y luego a intervalos de variada duración".


 


Cuando Trotsky me preguntó sobre mi evaluación de la situación antes del estallido de la guerra de 1914/18, respondí que – aunque pueda sonar paradójico- la situación había estado marcada por una relajación de la tensión económica aunada a un agravamiento de la tensión económica. Las décadas en cuestión, continué, se caracterizaron por breves crisis económicas que representaron simplemente un freno temporario al inmenso crecimiento económico general. Antes de la Guerra Mundial, los trabajadores en los países industrializados de Europa no sólo gozaron de sustanciales aumentos salariales sino que formaron organizaciones sindicales que fueron poco afectadas por las fluctuaciones económicas. La conclusión que extraje de esto fue que los voceros-teóricos de la clase obrera tenían tres preguntas a responder: primero, ¿por qué fueron tan severas las crisis de mediados del siglo XIX (dejaron una impresión imborrable a Marx y Engels, que se extendió durante toda su vida)?; segundo, ¿por qué las crisis desde entonces disminuyeron en lugar de ganar en severidad, al punto que las grandes naciones industriales fueron a la guerra sin sacudidas económicas previas de extrema violencia? Tercero, ¿por qué la crisis de 1929 fue tan profunda que en Alemania, que fue más afectada que cualquier otro país europeo, hizo posible la victoria de un movimiento reaccionario, contrarrevolucionario como el nacional-socialismo?


 


Trotsky me preguntó entonces acerca de la influencia de la Segunda y la Tercera Internacional. Yo, por mi parte, le pregunté a Trotsky si la Segunda y la Tercera Internacional habían existido realmente antes de que los nazis tomaran el poder en Alemania. Acordamos que hasta esa coyuntura, no lo habían hecho, pero yo no pensaba que hubiera ido lo suficientemente lejos. La importancia de la Segunda Internacional había sido enormemente exagerada en los folletos y libros publicados por Lenin durante y después de la guerra de 1914/18; nunca fue más que una laxa alianza entre varios partidos socialdemócratas europeos. Yo desconocía cualquier circunstancia en la que hubieran aprobado una resolución dirigida contra uno de los partidos nacionales y obligado a ese partido nacional a implementarla de acuerdo con los principios del socialismo internacional. Por lo tanto era equivocado, en mi opinión, atribuir el colapso de la Segunda Internacional al voto en favor de los créditos de guerra. Todo lo que había colapsado eran las ilusiones sobre la Segunda Internacional que habían sido fomentadas en muchas partes, ilusiones que su conducta antes de la guerra no hizo nada para sostener.


 


Trotsky no estaba enteramente de acuerdo. Creía que las ilusiones habían sido un factor importante y que tenían que ser destruidas – como las había destruido Lenin- para abrir el camino a una Tercera Internacional.


 


Respondí que eso habría sido correcto si la Tercera Internacional hubiera existido alguna vez, pero que ella, también, era igualmente inexistente. El Partido Bolchevique ruso, como depositario del poder en Rusia, dominó la Tercera Internacional tan completamente que la llamada Internacional y sus partidos nacionales constitutivos se convirtieron nada más que en una herramienta en manos rusas – un proceso que creció enormemente una vez que Stalin consolidó su control sobre Rusia. Su influencia sobre el Partido Comunista alemán y sobre el movimiento obrero alemán había sido considerable pero, en mi opinión, negativa.


 


Aquí Trotsky me interrumpió: "Usted sabe que estamos de acuerdo en esto, pero yo no estuve en Alemania en el período en cuestión y usted sí. Quizá pueda darme algunos ejemplos concretos de dónde los efectos negativos de la influencia rusa sobre el PCA y sobre el movimiento obrero alemán fueron particularmente notables".


 


Respondí que bajo Stalin la dirección del PCA fue cambiada constantemente de acuerdo con los requerimientos de sus propias luchas faccionales. Esto significó que todas las cabezas realmente independientes abandonaron el Partido Comunista o fueron excluidas. Esto significó también que, a largo plazo, la única gente que retuvo el poder dentro del PCA fueron los mandaderos stalinistas, nada más. Finalmente, esto significó que los rusos fueran engañados – e inevitablemente- sobre el verdadero estado de la situación en Alemania, desde el momento en que los dirigentes del PCA tenían que enmascarar el real progreso de la contrarrevolución nacional-socialista como un avance comunista.


 


Recordé cómo – cuando estuve durante dos meses en Rusia en 1930, en momentos de las elecciones del Reichstag (en las cuales los nazis tuvieron un gran éxito y, con más de seis millones de votos, se convirtieron por primera vez en una fuerza significativa)- la prensa comunista de Rusia y de Alemania presentó las elecciones como una victoria comunista porque los comunistas habían ganado algún terreno a expensas de los socialdemócratas. Yo estaba en Tiflis en ese momento, y cuando hablé a algunos comunistas sobre la situación en Alemania, me preguntaron qué pensaba de la victoria del Partido Comunista alemán. Mi comentario de que los comunistas no habían obtenido ninguna victoria, y que las elecciones habían sido una victoria aplastante de los nacional-socialistas, fue recibido con una alarmante incredulidad. En ese momento, di por seguro que las provincias rusas desconocían los acontecimientos, pero encontré la misma actitud en Moscú.


Cuando discutí la cuestión con otra gente a la cual consideraba mejor informada, admitieron que no creían que las fuentes comunistas alemanas pudieran dar un informe genuino porque cada dirigente comunista alemán tenía miedo de perder su empleo.


 


Resumí mis puntos de vista diciendo que, mientras la Segunda Internacional no tuvo influencia en los acontecimientos alemanes, la política de Stalin se había probado como una asistencia directa al nacional-socialismo. En muchos círculos, le dije a Trotsky, la gente incluso decía que la victoria de Hitler habría sido imposible de no ser por la política de Stalin.


 


Trotsky finalizó la discusión con unos pocos señalamientos para dejar en claro que, aunque manteníamos puntos de vista conflictivos en un buen número de puntos importantes, existía el suficiente terreno común para que él creyera que podríamos acordar en un memorando que tratara sobre la cuestión de la derrota alemana y el fracaso de la Segunda y la Tercera Internacional. Sugirió que yo debería redactar inmediatamente el documento.


 


Lo hice puntualmente durante mi estadía, y cuando presenté el texto a Trotsky sólo hubo algunos puntos menores que corregir. El memorando analizaba los errores de la socialdemocracia alemana y del Partido Comunista desde la crisis mundial (de 1929) hasta el ascenso de los nazis al poder. Dedicaba particular atención al papel enteramente negativo jugado en Alemania por el Partido Bolchevique bajo la dirección de Stalin durante todo este período.


 


Aunque el documento estaba, por lo tanto, expresamente dirigido contra la Tercera Internacional, no contenía ninguna recomendación, como la fundación de una Cuarta Internacional. Trotsky realizó repetidos intentos de convencerme en este punto, declarando, entre otras cosas, que al principio sólo habría pequeños grupos que, después del fracaso de la Segunda y la Tercera Internacional, harían hincapié en la formación de la Cuarta Internacional. Esos pequeños grupos no podrían ser cargados con la tarea de justificar los errores pasados de los partidos mayores y se les debía permitir dar una explicación sin inhibiciones para establecer los fundamentos de un renacimiento del movimiento obrero internacional. Empleando estos argumentos y otros similares, Trotsky intentó darme la impresión no sólo de que la creación de la Cuarta Internacional era necesaria, sino también de que los preparativos para ello comenzarían en el futuro cercano.


 


Cuestioné la validez de este razonamiento, argumentando que había que hacer una distinción entre dos tipos de grupos dentro del movimiento obrero: los que existían en grupos como Italia y Alemania, donde el trabajo político sólo podía desarrollarse ilegalmente y el desarrollo político debía ser parcialmente apoyado por grupos de exiliados; y los que existían en países como Francia o Inglaterra, donde la clase obrera formaba parte de organizaciones de masas. Le dije a Trotsky que conocía algo de la relación entre los emigrados alemanes y los grupos proscriptos dentro de Alemania, y le dije que no creía que su trabajo se viera facilitado si unos pocos grupos de exiliados proclamaban la Cuarta Internacional. Era esencial combatir al stalinismo entre los grupos políticos que operaban ilegalmente en Alemania, pero una Cuarta Internacional no era un prerequisito para ello.


 


Volviendo a los países donde la clase obrera todavía tiene partidos de masas, dije que la idea de una Cuarta Internacional me parecía totalmente utópica en el momento actual. En Inglaterra o en los países escandinavos, por ejemplo, la derrota comunista en Alemania no era vista como teniendo ninguna relación vital con ninguna de las dos Internacionales. Podría imaginarme bien que si la clase obrera conquistara y mantuviera el poder en otro país además de Rusia, su desarrollo tendría un efecto sobre la situación internacional, y que el país en cuestión bien podría convertirse en el centro del movimiento obrero extendiéndose más allá de sus propias fronteras, especialmente si no utilizaba los chabacanos métodos stalinistas en un intento de conquistar el control de la clase obrera de otros países.


Esto, sin embargo, era algo de lo que se podrían sacar conclusiones concretas sólo cuando los hechos sucedieran realmente. El punto de vista de Trotsky sobre la cuestión divergía tan agudamente del mío que nunca intentamos superar esta divergencia particular.


 


Era natural que durante nuestras horas de discusión diaria retornáramos repetidamente a la cuestión de la Unión Soviética. Yo estaba ansioso por recoger de él toda la información posible, particularmente acerca de la Revolución de Octubre y los años posteriores. Trotsky describió incidentes históricos exactamente como los había experimentado, e hizo grandes esfuerzos para evitar juzgarlos desde el punto de vista de la historia mundial. En realidad, en algunas ocasiones admitió que los eventos que jugaron un papel decisivo en la Revolución y en la historia mundial, lo sacudieron, que no sólo los vivió sino que jugó un papel activo en ellos, muy importante en aquel momento. Escuchar a Trotsky describir los años durante los cuales él y Lenin fueron el centro nervioso de la Revolución fue una experiencia trascendental, pero cuando nos movimos al pasado inmediato, los años 1929/33, mi confianza en sus juicios disminuía. Lo que comenzó como una serpenteante sospecha se convirtió en una creciente convicción de que Trotsky veía las cosas bajo una luz falsa.


 


Trotsky mostró hacia mí la más extrema cortesía durante estas discusiones. Difícilmente me interrumpía, y ello principalmente cuando quería que explicara o clarificara una frase. Conversamos en alemán, en el cual él era totalmente experto. Si no encontraba una palabra, lo cual era muy ocasional, suplía la deficiencia con el francés; entonces tenía raramente alguna dificultad en comprenderme y raramente preguntaba el significado de una palabra. La única vez que me cortó en el medio de una frase fue cuando yo comencé diciendo "Stalin tenía razón en relación con…". Nunca completé la oración. Trotsky gruñó: "¡Stalin nunca tiene razón!" – y yo rápidamente abandoné el tema, y le pregunté por sus puntos de vista acerca de los desarrollos en Rusia en los últimos años.


 


Trotsky era incapaz de un análisis sistemático sobre esta cuestión. Todos sus puntos de vista e interpretaciones estaban coloreados por su certeza de que el régimen stalinista estaba destinado a colapsar. Planteé objeciones a esta teoría de tanto en tanto, pero abandoné la lucha tan pronto comprendí que para Trotsky esta era una cuestión de supervivencia personal, de vida o muerte. Tenía sólo cincuenta y cinco años en aquellos momentos, pero sabemos ahora, por lo que escribió en su diario un año más tarde, en 1935, que ya estaba sufriendo períodos de inactividad forzada y profunda depresión. Trotsky evidentemente creía que no viviría mucho tiempo.


 


Para Trotsky, los recientes acontecimientos en Rusia ya no podían ser analizados objetivamente sino que se habían convertido en componentes de una ecuación personal destinada a responder la pregunta: "¿Yo, Trotsky, volveré a Rusia, como lo hice en 1905 y 1917, y me convertiré en el dirigente de una nueva revolución contra el stalinismo?" Esta ecuación personal impregnaba todo lo que decía, incluso aunque nunca, por supuesto, lo expresó en muchas palabras. Esto, sin embargo, lo llevó a clasificar todo lo que escuchaba sobre Rusia – y tenía numerosas fuentes de información- de acuerdo con su relación con la posibilidad de un levantamiento revolucionario contra el stalinismo dentro de la Unión Soviética. Esto, por su parte, lo impulsaba a ver las condiciones internas general y económica de Rusia bajo una luz crecientemente sombría. Sus juicios eran por lo tanto extremadamente sutiles y unilaterales, incluso aunque podía ser, en ocasiones, extremadamente clarividente y objetivo sobre los acontecimientos pasados, como lo mostrará un ejemplo.


 


Trotsky me explicó que uno de los muchos temas sobre los cuales él y Stalin tuvieron divergencias fue en la política hacia China en los años cruciales de 1926/27.


El Partido Comunista Chino se unió a Chiang Kai-shek en su marcha victoriosa desde el sur de China, sólo para ser traicionado por él una vez que los llamados 'señores de la guerra' del norte hubieran sido derrotados. Muchos cuadros comunistas fueron entonces exterminados. Mientras no había dudas de que los comunistas chinos fueron tomados desprevenidos por la traición de Chiang Kaishek, era extremadamente dudoso si había sido necesario que ellos cayeran en esa trampa.


 


Trotsky repetidamente enfatizó durante nuestra conversación que, en oposición a Stalin, él reclamó que los rusos pusieran en guardia a los comunistas chinos contra Chiang Kaishek y los urgieran a formar sus propias organizaciones independientes, para estar mejor preparados para todas las eventualidades una vez que la victoria en el norte hubiera sido obtenida. Los acontecimientos subsiguientes en China probaron que estaba absolutamente en lo cierto, continuó Trotsky.


Recibió numerosas cartas de sus simpatizantes que lo felicitaban por su correcta apreciación de la situación china, y muchas personas le aseguraron, por escrito u oralmente, que su posición frente a Stalin, a quien la historia había repudiado tan patentemente, mejoraría como resultado de estos acontecimientos.


 


Trotsky me dijo que él nunca había compartido este punto de vista optimista sobre su posición personal. Por el contrario, intentó explicar a sus partidarios que, en consecuencia de los acontecimientos chinos, su posición frente a Stalin había empeorado considerablemente. En aquellos momentos, toda esperanza de una revolución inminente en Alemania había sido abandonada, y ahora la esperanza de una temprana victoria comunista en China se había desvanecido.


 


El resultado de la derrota comunista en China, de la cual la política de Stalin era, en opinión de Trotsky, parcialmente responsable, fue que la política general de Stalin gozara de una aceptación aún mayor entre las masas rusas que antes, porque se basaba en asumir que no habría un movimiento revolucionario de envergadura fuera de Rusia en el futuro previsible, y que la política interior de Rusia debía ser adaptada de acuerdo con eso. Entonces, Stalin se volvería todavía más fuerte en Rusia, especialmente en la medida en que la derrota comunista en China significaba que su política armonizaba mejor con la situación mundial que antes.


 


¿Qué importaba, preguntó Trotsky a sus amigos y simpatizantes, si unos pocos cientos o, en el mejor de los casos, unos mil o dos mil cuadros del Partido Bolchevique se unían a él? ¿Qué importaba que él hubiera demostrado su mayor capacidad para prever el curso de los acontecimientos y señalar un curso de acción apropiado? Los que se unirían a él no serían, en ningún caso, muy numerosos. La máquina del partido de Stalin ya era tan poderosa que cualquiera que desertara hacia el campo de Trotsky correría un riesgo personal, por lo que la mayoría de los que vieran la política china de Stalin como equivocada o desastrosa todavía permanecerían leales a Stalin. El resultado final de esto sería un pueblo ruso que, una vez que se le presentara la versión e interpretación stalinista de los acontecimientos chinos, vería la política de Stalin como correcta. El partido podría perder unos pocos cientos de sus miembros – quizá los mejores de ellos- hacia la oposición trotskista, pero en balance, la posición de Stalin saldría fortalecida, no debilitada.


 


Menciono el resumen de Trotsky sobre la cuestión china porque muestra que, cuando hablaba del pasado, era muy capaz de analizar una combinación crucial de circunstancias objetivamente, incluso cuando hubieran operado en favor de Stalin y en su propio detrimento. Cuando analizaba los acontecimientos recientes en Rusia, la situación actual y el futuro inmediato, sin embargo, Trotsky estaba completamente errado. Estaba guiado por una simple consideración: cómo reconquistar el poder y llevar a Rusia una vez más por el camino de la revolución. Esta obsesión había creado un sistema de bloqueos mentales que impedía cualquier análisis objetivo de la actualidad en Rusia. Fue también lo que lo impulsó a focalizar todas sus energías en la formación de una Cuarta Internacional – la cual nunca, en los hechos, representó más que una laxa alianza entre trotskistas de distintos países.


 


En la medida en que nuestras discusiones se desarrollaban, se me volvió crecientemente evidente cuán grandemente Trotsky menospreciaba sus propios logros del pasado y sobreestimaba sus actividades en el exilio. Su conmovedora franqueza sobre este punto emerge de sus diarios del año siguiente, en los cuales describe su participación en la Revolución de Octubre y su trabajo preparatorio para la Internacional:


 


"Y todavía pienso que el trabajo en el que estoy embarcado ahora, a pesar de su naturaleza extremadamente insuficiente y fragmentaria, es el trabajo más importante de mi vida – más que 1917, más importante que el período de la guerra civil o cualquier otro. En honor a la claridad, lo plantearía de esta manera. Si yo no hubiera estado presente en 1917 en San Petersburgo, la Revolución de Octubre se habría llevado a cabo -a condición de que Lenin estuviera presente y al mando. Si ni Lenin ni yo hubiéramos estado presentes en San Petersburgo, no hubiera habido Revolución de Octubre; la dirección del Partido Bolchevique hubiera impedido que ocurriera – de esto no tengo la menor duda. Si Lenin no hubiera estado en San Petersburgo, tengo dudas de si yo habría logrado superar la resistencia de los dirigentes bolcheviques… Por lo tanto, no se puede hablar de la 'indispensabilidad' de mi trabajo, incluso en el período de 1917 a 1921. Pero ahora mi trabajo es 'indispensable' en el pleno sentido de la palabra. No hay nada de arrogancia en esta afirmación. El colapso de las dos Internacionales ha planteado un problema que ninguno de los dirigentes de esas Internacionales está equipado para resolver. No hay ningún otro, excepto yo, para llevar adelante la tarea de armar a la nueva generación con el método revolucionario por encima de las cabezas de los líderes de la Segunda y la Tercera Internacional".


 


Las palabras de Trotsky no necesitan explicación. Veía su misión como el dirigente continuo de la revolución permanente como él mismo la entendía. Para ello, la


Tercera Internacional debía ser superada, y con la finalidad de creer que esto no sólo fuera posible sino también probable durante la propia vida de Trotsky, tenía que juzgar todos los acontecimientos de Rusia en la década del '30 bajo la asunción de que el régimen de Stalin estaba siendo sacudido por severas convulsiones internas. En consecuencia, no era posible ninguna discusión genuina sobre la situación en Rusia o sobre la cuestión de la Cuarta Internacional.


 


Nunca escuché a Trotsky en un acto, pero algunas veces, cuando estábamos juntos, los dos solos, pude entrever al gran orador, al tribuno del pueblo, al hombre que puede restaurar el orden en una situación confusa con una breve frase.


 


La casa en la que Trotsky estaba viviendo no tenía custodia policial, a pesar de que siempre llegaban cartas con amenazas de los extremistas de derecha de la Acción Francesa. Como ya mencioné, tenía dos perros alsacianos entrenados y él, su hijo y sus secretarios poseían armas de fuego. Siendo la temperatura cálida, le pregunté si salía mucho, pero me respondió que sus salidas estaban limitadas al jardín y que él sentía que su salud estaba sufriendo.


 


Cuando le pregunté sobre Prinkipo, respondió: "¡Oh, las cosas eran cien veces mejores allí! Tenía policías turcos en mi casa para mi protección y frecuentemente íbamos a pescar – no con cañas sino con botes y grandes redes. Capturábamos tantos peces que había suficientes no sólo para mí y mi familia y los policías, sino que también sobraban para que los policías los vendieran en la ciudad". Trotsky me dijo entonces que fue el aire saludable de Prinkipo lo que mejoró su capacidad para trabajar y le permitió escribir tres grandes libros en un período de tiempo comparativamente corto.


 


"¿No estuvo preso en Turquía? – le pregunté- . ¿Stalin no reclamó eso cuando lo deportó?".


 


"Oh sí, Stalin lo reclamó, pero Kemal Pasha se rehusó" – contestó Trotsky.


 


"¿Por qué?"- pregunté.


 


"Cuando Turquía estaba enfrentando a Grecia en la guerra, la ayudé con el Ejército Rojo. Los compañeros de armas no olvidan estas cosas. Por esta razón Kemal Pasha no me detuvo, a pesar de las presiones de Stalin".


 


Me dio un extraño sentimiento escuchar esas palabras. Trotsky estaba sentado a mi lado con su saco blanco y su camisa abierta. Unas horas antes habíamos estado discutiendo si, después de la severa crisis internacional que había comenzado en 1929, podía esperarse otra crisis económica en el futuro cercano. El mismo hombre me estaba diciendo, casi casualmente, que Mustafá Kemal no lo había encarcelado porque él una vez lo apoyó militarmente contra los griegos.


Esta extraordinariamente rara combinación de análisis económico y social y de acción política y militar fue característica de toda su existencia.


 


Trotsky tenía un ojo inusualmente agudo para las debilidades de sus contemporáneos y los criticaba sin piedad. No puedo decir si tuvo un sentido del humor tan agudo en sus primeros años, pero su don para la caracterización satírica lo hace altamente probable.


 


Querría, finalmente, recordar un incidente que ocurrió poco antes de mi partida.


 


Trotsky acostumbraba alimentar a sus perros alsacianos personalmente con carne, y frecuentemente entre la finalización de nuestra sesión de la tarde y la cena.


Generalmente discutíamos hasta que sonaba el timbre para la cena, lo que habitualmente ocurría alrededor de las seis y media. Yo usualmente usaba el tiempo dentro de la casa para leer diarios y periódicos. En una ocasión se hicieron las siete de la tarde sin los esperados llamados. Cuando el reloj sonó, pensé que no había escuchado el timbre y salí al jardín. Por alguna razón, Trotsky estaba allí más tarde de lo habitual y todavía estaba alimentando a los perros cuando yo salí. Tan pronto como me vieron, se abalanzaron sobre mí, pero Trotsky los sujetó por el pescuezo, diciendo con una sonrisa: "Todavía no deben hacerle nada a Sternberg. ¡No ha terminado el memorando!"


 


 


Notas


 


1- Van Heijenoort fue secretario y custodio de Trotsky durante casi todo el último exilio del revolucionario ruso. Es autor del libro De Prinkipo a Coyoacán: Siete años con Trotsky.


Jean Van Heijenoort: With Trotsky in Exile: From Prinkipo to Coyoacan, Cambridge: Harvard University Press, 1978, p. 56.


 


2- http://www.marxists.org/history/etol/document/swp-us/tannerstern.htm


 

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