Para intentar la comprensión y el alcance histórico del 4 de junio, sus bases y limitaciones, hay que ligarlo a otro 4 junio, exactamente tres años antes, el de 1943. El golpe militar de aquel día de 1943 abortaría la nueva elección fraudulenta en ciernes que consagraría a Robustiano Patrón Costas como presidente, en lo que sería el giro pronorteamericano que la burguesía industrial venía reclamando. Patrón Costas (Ingenio El Tabacal), terrateniente, era al mismo tiempo hombre de la burguesía industrial, muy vinculado a Standard Oil. El 3 de junio, los diarios de la época fueron inundados con una solicitada de notorios capitalistas locales y extranjeros que impulsaban su candidatura. Quedaba claro que los históricos lazos de dependencia de Argentina con Inglaterra serían alterados en favor del “panamericanismo” que impulsaba Estados Unidos para ordenar su patio trasero en la batalla que lo puso en el centro en la Segunda Guerra Mundial, para establecer una nueva correlación de fuerzas en el reparto imperialista.
Los estancieros empujaron el golpe para proteger los prósperos negocios de los últimos años al calor del aumento de precios de las exportaciones de alimentos argentinos que iban en un 90% a Inglaterra en plena guerra. Mientras la miseria social, el hacinamiento del proletariado en las ciudades y la semiesclavitud en el campo completaban el cuadro social. El movimiento obrero, que había protagonizado una gran huelga general en 1936, con centro en la construcción, volvió a tener un ascenso huelguístico enorme en 1942, con eje esta vez en los metalúrgicos. La explosividad podía venir con más fuerza aún en la próxima oleada. La mesa estaba servida para un golpe militar contra el régimen de los corruptos y desprestigiados políticos conservadores que encarnaba el gobierno del presidente Ramón Castillo.
Con un “paseo militar de 1.500 cadetes” sin tirar un solo tiro, el Ejército impuso el gobierno militar de Rawson, que en tres días dejaría el poder en manos de Pedro Ramírez, integrante del famoso GOU, el grupo militar que integraba también el miembro del flamante gabinete, el coronel Juan Domingo Perón, quien ocuparía la Secretaría de Trabajo y Previsión, antecesora del hoy Ministerio de Trabajo. El GOU era un grupo militar de tinte nacionalista, partidario de la neutralidad argentina en la guerra, tema clave en la etapa ante la presión norteamericana para declarar la guerra al “eje”. Política neutralista que el imperialismo británico avalaba para mantener su relación “bilateral” de privilegios escandalosos en todos los planos del comercio y la penetración de capital extranjero, que venía de los tiempos del tratado Roca-Runciman. La gran experiencia nacionalista argentina empezaría a partir de una división importante en la clase capitalista, desde las entrañas de un gobierno todavía propiratas de Malvinas.
Perón, secretario de Previsión Social: la génesis del bonapartismo peronista
Las simpatías de los militares del GOU con ciertos rasgos de la Alemania nazi, pero en particular del régimen de Mussolini, sirvieron para ríos de tinta de la burguesía pronorteamericana y para otros ríos de tinta -y de traiciones- del PC y los socialistas, que controlaban buena parte del movimiento obrero de la época, siguiendo las órdenes estalinistas, después de caído el pacto Hitler-Stalin, con la entrada de las tropas alemanas a la Unión Soviética. Pero el bonapartismo de los países atrasados, como bien lo definió Trotsky, se eleva por encima de las fracciones de la clase capitalista local, débil, para oscilar entre dos gigantes: el imperialismo y la clase obrera. El gobierno de Ramírez, luego reemplazado por Farrell, pero siempre con Perón como figura clave del gabinete, se asentaba en el Ejército, la Iglesia -se instauró la educación religiosa en las escuelas- y la policía, pero necesitaba el control de un factor clave, la clase obrera. Lenin decía: “el gobierno bonapartista, sirviendo en realidad a los capitalistas, engaña más que ningún otro a los obreros, a fuerza de promesas y pequeñas limosnas”. El proletariado, como resultado de la sustitución de importaciones a partir de la crisis del ’30 que desató un furor proteccionista internacional, había crecido exponencialmente en términos relativos. Lo mismo que la burguesía industrial, aunque con una fuerte presencia del capital extranjero, especialmente del más dinámico, el norteamericano. Así las cosas, el potencial explosivo de un proletariado joven que venía del interior rural hacia Buenos Aires se transformaba en un peligro que Perón supo advertir. Había que actuar para ponerlo bajo control.
Ese fue el rol de Perón desde la Secretaría de Trabajo y Previsión. Una de las primeras medidas fue el congelamiento de alquileres, lo que constituyó un subsidio indirecto a los capitalistas que pagaban salarios de hambre, en este caso a expensas de la pequeña burguesía propietaria, cuando el déficit de viviendas era explosivo. Un notable parecido con el subsidio indirecto a la burguesía de las tarifas subsidiadas, que Cristina Kirchner les enrostró a los capitalistas en la Bolsa de Comercio en su último mandato como Presidenta, diciéndoles “no se olviden que yo les garantizo transporte barato de la mano de obra”, en una clara inspiración de la mejor tradición bonapartista peronista.
Desde la Secretaría, Perón cooptó rápidamente a José Domenech, proveniente del socialismo, de la poderosa Unión Ferroviaria, el principal gremio, que ya en diciembre de 1943 lo proclamaría “el primer trabajador”. A esa cooptación le siguió una chorrera de elementos provenientes no solo del PS, también del PC, de la corriente sindicalista y anarquistas. Para ser estrictos, la estatización de movimiento obrero no empezó con Perón sino con Yrigoyen, con la cooptación de la otrora poderosa corriente sindicalista. Perón reformuló los agotados términos de esa cooptación del radicalismo.
Varios de esos dirigentes sindicales tuvieron cargos en los departamentos de la Secretaría. Había comenzado el proceso de estatización del movimiento obrero que conocemos con mil variantes y crisis, abiertamente desafiado por el clasismo en el período abierto por el Cordobazo, pero que persiste hasta estos días, en una versión acentuada en el gobierno de los Fernández. La cooptación de vastos sectores de las direcciones tradicionales desmiente que la nueva CGT que impuso Perón se basara exclusivamente en obreros nuevos, exrurales, sin tradición política alguna.
Claro, hubo tela en las jugosas ganancias de la burguesía de la época para que Perón disciplinara a la burguesía a ceder parte de ellas, no sin que las patronales se resistieran y conspiraran todo lo que podían, en particular presionando por el giro aperturista hacia Estados Unidos, de cuyas importaciones necesitaban para el limitado desarrollo industrial. Perón impone 123 convenios colectivos en 1944, el 18 de noviembre de ese año promulgó el Estatuto del Peón de Campo, que fue una revolución en la situación de explotación semifeudal de los trabajadores rurales, estableció tribunales del trabajo desde donde impuso salario mínimo, descanso dominical, vacaciones pagas y condiciones de higiene y alojamiento, entre otras reivindicaciones. La represión de las huelgas que escapaban a su control, como la persecución del sindicalismo independiente, fue acompañada de estas concesiones que fueron el eje de su política y de la de todo el gobierno de Farrell. Los sindicatos fueron sujetos al arbitraje del Estado, a la ley de Asociaciones, pasibles de intervención por el Estado -y hubo muchas intervenciones-, es decir que fueron reforzados pero con fuertes lazos de atadura al Estado.
El ADN del peronismo descripto por Perón en la Bolsa de Comercio
Perón dio quizás la mejor y más completa comprensión de la naturaleza del régimen que estaba dando a luz en su famoso discurso en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, el 25 de agosto de 1944. Perón se mostrará como un estratega de la defensa del sistema capitalista en sus términos frente a los peligros de la etapa. Les dirá a los capitalistas reunidos allí, en su templo: “las masas obreras que no han sido organizadas presentan un panorama peligroso, porque la masa más peligrosa, sin duda es la inorgánica”. “Un cataclismo social haría inútil cualquier posesión de bien, porque sabemos -y la experiencia de España es bien concluyente y gráfica a este respecto- que con ese cataclismo social los valores se pierden totalmente”; sin eufemismo Perón advierte a los capitalistas sobre la revolución española de 1936. Y agregó: “el capitalismo en el mundo ha sufrido durante esta guerra un golpe decisivo. El resultado de la guerra 1914-1918 fue la desaparición de un gran país europeo como capitalista: Rusia”.
Más adelante se referirá al proceso latinoamericano. “En América quedarán países capitalistas, pero en lo que concierne a la República Argentina sería necesario echar un mirada de circunvalación para darse cuenta de que su periferia presenta las mismas condiciones que tenía nuestro país. Chile es un país que ya tiene un comunismo de acción desde hace varios años; en Bolivia, a los indios de las minas parece que les ha prendido el comunismo como viruela, según dicen los bolivianos; Paraguay no es una garantía en sentido contrario; Brasil, con su enorme riqueza, me temo que al terminar la guerra puede caer en lo mismo (…) Se ha dicho que soy enemigo de los capitales y si ustedes observan lo que les acabo de decir no encontrarán ningún defensor, diríamos, más decidido que yo porque sé que la defensa de los intereses de los hombres de negocios, de los industriales, de los comerciantes, es la defensa misma del Estado… Sin disciplina sindical, las masas son imposibles de manejar”. Esto después de explicar que él está educado en disciplinar al soldado y los empresarios deben aprender su lección “para dominarlos, para hacerlos verdaderos colaboradores y cooperadores”.
Estos diáfanos conceptos de advertencia y al mismo tiempo de defensa profunda y total del sistema de explotación capitalista definen como pocas piezas históricas, aunque no es la única, el carácter y la función histórica del peronismo. Y si bien es contrafáctico lo que hubiera pasado en la Argentina de no mediar el peronismo, Perón no erró en el caso boliviano que, pocos años después, a partir del proletariado minero, viviría entre 1949-1952 un proceso revolucionario que dificultosamente pudo encarrilar, justamente, otra de las experiencias nacionalistas burguesas de América Latina, el MNR boliviano de Víctor Paz Estenssoro.
Braden o Perón: el PC y el PS con Braden
La política del PC y el PS ayudaron a Perón en la tarea de cooptación y estatización del movimiento obrero mediante una burocracia sindical adicta. En setiembre de 1943, el Partido Comunista, al frente de la Federación Obrera de la Industria de la Carne, entregó una gran huelga de los frigoríficos para no alterar los lazos oficiales con las empresas anglonorteamericanas aliadas de la URSS. Le dio a Perón el terreno para la creación de un sindicato paralelo a partir de la CGT a cargo de Cipriano Reyes, que poco a poco iría ganando las bases también de ese poderoso sector de la industria. La política criminal del estalinismo ante el surgimiento del nacionalismo peronista empezaría el derrotero que lo llevaría a transformarse en agente directo del imperialismo yanqui en los momentos decisivos de la lucha de clases que se avecinaban. Una condena de la que jamás se levantó el PC, aunque haría más méritos en el futuro promoviendo un gobierno cívico militar ante la dictadura de Videla, lo que lo llevaría definitivamente, no sin lucha política del trotskismo mediante, a su desaparición actual como un grupo de funcionarios del peronismo.
Un operativo de pinzas fue uniendo a toda la burguesía para buscar la derrota del gobierno que tenía a Perón y su “obrerismo” en el centro político, ya consagrado con Farrell como vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión. La UIA, la Sociedad Rural, la Cámara de Comercio, fueron aliadas, por otro lado, del capital norteamericano y de la diplomacia yanqui que exigían declarar la guerra al eje y terminar con los privilegios comerciales de Inglaterra. El gobierno militar final y tardíamente (marzo de 1945) declararía la guerra el eje, pero el Departamento de Estado ya había montado la operación política central de lo que sería la Unión Democrática, enviando a su exembajador Spruille Braden, quien se pondría al hombro la presión por el derrocamiento de gobierno Farrell-Perón.
El imperialismo yanqui había descubierto de pronto las características “nazi-fascistas” del régimen imperante. La batalla por la “democracia” “contra el totalitarismo” de los patrones de todo color y pelaje, que hizo pie también en las universidades con el radicalismo como gran socio, sumó a un gran aliado en el estalinismo, que abrazó con alma y vida la causa reaccionaria de Braden, para tomar partido por el embajador yanqui contra Perón. El PS, de menor peso, por supuesto estuvo en la misma posición. El movimiento obrero argentino, de enorme tradición de lucha desde fines del siglo XIX, el de la huelga general del Centenario, de la Semana Trágica de 1919, de la gran huelga general por la jubilación de 1924, de la mencionada huelga general de 1936, fue entregado a los brazos del peronismo por el estalinismo, actuando como agente del imperialismo norteamericano.
El 17 de octubre
Hacia la primavera del ’45, el frente reaccionario venía actuando con la orientación del derrocamiento de Perón. El PC y el PS abogaban para que asuma la Corte Suprema y llame a elecciones. Se expresaba así en la política criolla el gran acuerdo internacional suscripto en Yalta por Stalin, Churchill y Roosevelt.
Finalmente, la reacción vino desde el interior del Ejército. El almirante Vernengo Lima, encabezando un golpe de palacio, impone la destitución de Perón y el nombramiento de un ministro aceptable para la burguesía y encarcelan a Perón en la isla Martín García. El apoyo civil de la burguesía y sectores de la pequeño burguesía al golpe se volcó en una movilización a la Plaza San Martín en la Capital. De inmediato, las organizaciones patronales resolvían desconocer las mejoras sociales de la clase obrera. El “banderazo republicano” -para ponerlo en los términos de la farsa de la derecha de estos días- fue ametrallado por la policía. Pero un movimiento mucho más profundo iba a contrapesar la movilización de las señoras y señores distinguidos del Barrio Norte.
El movimiento obrero estaba dividido. La burocracia sindical peronista de la CGT, cobarde, completamente ajena a lucha para lograr las reivindicaciones del movimiento obrero, vaciló durante una semana hasta que convocó un paro general para el 18 de octubre. En tanto, el aparato de represión policial se inclinaba por Perón, lo mismo que amplios sectores del Ejército y la Policía Federal.
Perón, en esos días, desde Martín García, se vio desahuciado por completo y no hizo gesto alguno para convocar a la movilización obrera y popular en su defensa. Al contrario, se ha conocido el original de la carta de amor que envió el 14 de octubre a Eva Perón anticipando su pedido de “retiro militar”, “para irnos a cualquier parte a vivir tranquilos… y nos vamos al Chubut los dos”.
En ese cuadro, y con Perón preso, un día antes de la huelga dispuesta por la CGT, la clase obrera industrial del Gran Buenos Aires sorprendió a la burguesía, que confiaba en la capacidad de contención de las viejas direcciones. Masivas columnas llegaron en todo tipo de medios hacia la Plaza de Mayo reclamando la libertad de Perón. Algunos historiadores, como Félix Luna, estiman la multitud en 300 mil manifestantes, otros la reducen hasta 40 mil personas, la mitad de la Plaza. Pero las condiciones políticas impedían la represión y Argentina viviría el suceso fundamental que la plegó a la ola de gobiernos nacionalistas de la etapa en toda América Latina.
A casa y a elecciones. El Partido Laborista
El mismo mando militar que encarceló a Perón, ante la movilización de masas, liberó al todavía coronel y lo llevaría directamente a los balcones de la Casa Rosada. Era la única carta del poder para encarrilar a las masas. Perón fue liberado con un precario pero importante acuerdo político: que iría a elecciones para dirimir el destino final de la crisis política. Y, desde luego, desmovilizar para llegar en “paz social” a la “institucionalización”. El Ejército arbitraría la salida electoral y, de ese modo, evitar que el empuje de las masas fuera directamente a golpear a la oligarquía y al imperialismo. Perón interpretaría al dedillo desde el balcón que tantas veces lo tendría al control de la movilización encuadrada de los trabajadores: “…sé que habían anunciado movimientos obreros (por el paro del día siguiente), ya ahora, en este momento, no existe ninguna causa para ello. Por eso les pido como un hermano mayor que vuelvan a casa”.
Una derivación política inmediata del 17 de octubre fue la fundación del Partido Laborista, precisamente a cargo de los sindicalistas que participaron de la movilización. Su nombre sugería la pretensión de constituir un partido obrero pero fue, en verdad, una herramienta para la candidatura electoral de Perón que impulsó su formación. En las elecciones del 24 de febrero de 1946, que se convocarían, el laborismo fue el que reclutó el 85% de los votos como mínimo, puesto que el pequeño grupo radical disidente representado por Quijano, el candidato a vice de Perón, aportó muy poco. Sin embargo, las posiciones centrales en todo el armado nacional de candidaturas serían aportadas por el Ejército y las patronales. Los candidatos a gobernadores de Buenos Aires, Córdoba, Tucumán y Mendoza eran coroneles, los de Corrientes y Entre Ríos, generales. El Partido Laborista nunca hizo un congreso sobre la base de sus estatutos y Perón hasta se permitió acaudillar a los sectores más combativos, despreciando a la burocracia sindical que constituyó el Partido Laborista con Cipriano Reyes a su cabeza.
Del 24 de febrero al 4 de junio
La fórmula Perón-Quijano enfrentó a la de Tamborini-Mosca el 24 de febrero. Fue una lucha política gigantesca, que reflejó una brutal disputa entre las clases. La Unión Democrática reunió a todos los partidos de la burguesía, a los alvearistas de la UCR, a los conservadores y, como furgón de cola, a los partidos de base obrera que rifaron lo que les quedaba de su capital en el movimiento obrero, el PC y el PS. Ya hemos señalado el papel que vino a cumplir Spruille Braden en un intervencionismo que hasta llamó la atención como “un hecho inédito” al diplomático británico David Kelly en sus Memorias. Al servicio de ese objetivo se editó directamente desde Washington, el Libro Azul en el que el imperialismo norteamericano acusaba a Perón y su gobierno de ser una banda de espías alemanes, algo inverosímil y sobre todo ajeno a la experiencia de las oprimidas masas trabajadoras argentinas.
Pero fue el propio Perón, con una disposición suya de diciembre del ’45, quien le dio un eje muy claro a la Unión Democrática: el aguinaldo. Una descomunal asamblea empresarial de todos los sectores votó: “las fuerzas económicas resolvieron desconocer el reciente decreto sobre aguinaldos y sueldos”. Notablemente, los dirigentes obreros del PC y el PS llamaban a votar contra la maniobra “demagógica” de los “fascistas de Perón” de otorgamiento del sueldo número trece, que ha valido luchas por décadas para no perderlo de parte de los trabajadores. El estalinismo llamaba a votar por la “democracia” de la miseria salarial, del atropello patronal y del desconocimiento de los convenios y del aguinaldo.
Perón se hizo un picnic con una campaña fuertemente antiyanqui y su slogan “Braden o Perón”. Llamó a votar contra la oligarquía y contra el capital, aunque siempre se ocupó de rescatar el orden social existente al que había que poner otro ordenamiento, de ninguna manera acabar con él. Rescató sistemáticamente a la Iglesia, al Ejército y a las fuerzas del orden. Pero no se privó de plantear “alpargatas sí, libros no” ante la agitación gorila en las universidades. Tampoco de llamar a los superexplotados trabajadores rurales a “saltar el cerco”. A los arrendatarios les prometió tierras; a los sin techo, viviendas, apoyado en los cambios que ya efectivamente había realizado. Nunca más protagonizaría Perón una campaña política tan radicalizada contra las “clases paquetas”, dueñas del poder. Con toda la prensa hecha una jauría contra el ascendente peronismo, la burguesía creyó ganar cómodamente esas elecciones “por la democracia”.
Excede el límite de este trabajo la lucha por el aguinaldo, pero no fue un paseo, ni cosa parecida. La lucha por el sueldo anual complementario llevó a la clase obrera al paro nacional en diciembre del ’46, ya con Perón en el gobierno, y formó parte de la lucha de clases durante toda la campaña electoral. La burguesía, los estalinos, el periodismo dominante, todos dieron por sentada la victoria de la Unión Democrática, les resultaba imposible que semejante confluencia pluriclasista con el total de la burguesía a la cabeza y hasta el imperialismo norteamericano, con el “ala obrera” de su parte, pudiera perder la elección. El escrutinio llevó meses de gran tensión, pero durante los cuales el mal cálculo paralizó a la clase dominante de cualquier operación para torcer los acontecimientos. Cuando empezaron a advertir la derrota, ya era tarde.
El 4 de junio de 1946 asumiría el primer Perón, que atravesaría el período ascendente del bonapartismo peronista de la mano de Eva Perón hasta 1949. Rápidamente acabaría con el Partido Laborista, inclusive enviando a la cárcel a Cipriano Reyes, víctima de la persecución de toda expresión independiente, al punto que la Constitución de 1949 prohibiría el derecho de huelga. El Partido Laborista sería disuelto para formar el Partido de Perón, bajo su directo mando y control. Las “plazas” de Perón y Evita serían totalmente encuadradas, para cimentar su poder de arbitraje y control contra toda manifestación obrera independiente y al mismo tiempo ejecutar sus medidas limitadas de choque con capital extranjero. Más de una vez fueron militarizados distintos gremios que salieron a la lucha. ¿Para qué el derecho de huelga si Perón era la “justicia social”? Ya desde 1950, terminada la bonanza de posguerra, el peronismo mostró una y otra vez su faceta más reaccionaria, incluidas las Tres A (1973/1975), hasta nuestros días.
La clase obrera ha librado grandes luchas contra los gobiernos peronistas, como la huelga general de junio-julio de 1975, que plantean y replantean la cuestión de la independencia política de los trabajadores y la tarea histórica de la construcción del partido político de la clase obrera que luche por su propio poder.