El secretariado de la Coordinadora por la Refundación de la IV Internacional, reunido en Roma entre el 22 y el 24 de julio de 2004, abordó, entre sus puntos principales, la crisis en Europa. Como resultado de esa discusión, se aprobó una declaración política. Se desprende de ella que Europa enfrenta una crisis de poder. La acumulación de contradicciones está desarrollando condiciones que ponen a la orden del día la cuestión de una salida política de conjunto frente a la impasse capitalista.
Los imperialistas europeos celebraron la extensión de la Unión Europea a 25 miembros, el 1°de Mayo de 2004, como un hito en la integración del continente y como un gigantesco paso adelante para mejorar en su competencia con los imperialismos norteamericano y japonés. Pero, muy rápidamente, la euforia se ha evaporado, en particular después de las elecciones europeas de junio del 2004. Con una abstención sin precedentes y el repudio de los votantes a todos los gobiernos europeos, seguido por la disputa acerca de la Constitución europea, ha emergido una amarga verdad: Europa se ha convertido en un eslabón débil de la crisis capitalista mundial. Internamente dividida, con todas sus estructuras económicas y sociales históricamente desactualizadas y su sistema político desacreditado, es vulnerable a las presiones del capital norteamericano. En particular se encuentra profundamente afectada por las implicaciones de la guerra de Irak y empantanamiento de la invasión y de la ocupación del país.
En este marco, no debe sorprender que las elecciones europeas se hayan transformado en un elemento adicional de crisis política. Nadie se salvó de la abstención y el “castigo” (así cayeron los votos del SPD en Alemania y Forza Italia de Berlusconi, aunque sus socios -los Verdes en Alemania, Chirac en Francia, los otros partidos de la derecha en Italia- mantengan sus posiciones o incluso avancen). La excepción a la última regla han sido Grecia y España, que vienen de un cambio de gobierno reciente; en lo que se refiere al caso español, ha sido determinante el retiro de las tropas de Irak.
Los gobiernos pagaron la insatisfacción de las masas por el fracaso de sus políticas sociales de ataque a las conquistas de los trabajadores y de apoyo a la guerra, o sea que no dieron el resultado reactivador de la economía que descontaban.
En las últimas décadas, la crisis del capital ha empujado a las naciones imperialistas del Viejo Continente a un constante ataque al salario, directo e indirecto, y a las otras conquistas del proletariado. Esta ofensiva ha sido llevada adelante por todos los gobiernos, tanto de derecha como de centroizquierda o de “izquierda plural”. A pesar de los éxitos de estos ataques, no obstante la resistencia obrera, este ciclo está lejos de haberse cerrado; porque no ha permitido al capitalismo europeo recuperar su vitalidad y menos aún recomponer las expectativas en cuanto a los niveles de rentabilidad empresaria. De manera que no es exagerado pronosticar nuevos y más fuertes ataques.
Las elecciones europeas han puesto de relieve, asimismo, la enorme fractura que existe entre los propios capitalistas europeos.
El conflicto sobre la Constitución europea está relacionado tanto con los intereses capitalistas nacionales antagónicos como con el conflicto entre las fracciones pro-norteamericanas y anti-norteamericanas entre las clases dominantes. Los regímenes restauracionistas de Europa central y oriental, en tanto que esos países son cruciales en el conflicto entre los imperialismos norteamericano y europeo para controlar el ex espacio soviético, funcionan en los hechos como una quinta columna pro-norteamericana. El resultado de estas divisiones es la tendencia a la parálisis de las instituciones de la Unión Europea y la incapacidad para elaborar una política exterior común o para desarrollar la “Iniciativa Europea de Defensa” más allá del cuadro impuesto por la Otan.
Los más importantes factores de división son económicos: la viabilidad del Pacto de Estabilidad está cuestionada. Varios países, particularmente los del “núcleo duro” de la Unión Europea -Alemania, Francia y Holanda-, tuvieron déficits en el 2003 que han excedido por lejos los límites establecidos en el Pacto. La deuda italiana (106% del PBI) fue, incluso, degradada por la calificadora Moody’s, algo que se creía erradicado con el establecimiento del euro. También la cuestión de las llamadas “reformas estructurales”, necesarias de acuerdo al capital europeo para volverse más competitivo frente a los Estados Unidos -flexibilización laboral, privatizaciones, nuevas legislaciones impositivas y jubilatorias-, divide a los círculos dominantes. Algunas secciones de la burguesía quieren pasar directamente a una ofensiva contra el movimiento sindical y sus conquistas sociales; otras están promoviendo un curso más cauto, asustados por la posibilidad de levantamientos sociales (como ya se han visto durante la última década, en los movimientos de huelgas de masas en defensa de los derechos jubilatorios en Italia, Francia y Grecia).
Este escenario de ofensiva antipopular; de apoyo e involucramiento de los gobiernos de turno con la guerra tanto dentro como fuera de las fronteras de Europa; de crisis económicas, sociales y políticas crecientes, pone sobre el tapete la lucha por una salida de conjunto: la expulsión de los gobiernos burgueses de todos los colores responsables de esta situación y la cuestión del carácter de clase de la alternativa que debe reemplazarlos. El punto de partida para avanzar en la unión y reorganización de Europa sobre nuevas bases sociales, es un gobierno de trabajadores. La lucha por el gobierno de trabajadores va unida a un programa de reivindicaciones transitorias anticapitalistas: el control obrero y el reparto de horas de trabajo; la disolución del ejército burgués y de los otros cuerpos represivos del Estado; la expropiación sin indemnización de las grandes fábricas, bancos y grupos económicos capitalistas. Se plantea que las organizaciones obreras tradicionales rompan con la burguesía, y se plantea la cuestión del poder. En Italia, este reclamo tiene actualidad entre los sindicatos en lucha y los movimientos contra la guerra.
La orientación de izquierda tradicional, mientras tanto, va a la derecha. Respecto de la izquierda trotskista, el ejemplo más elocuente fue en Francia, en oportunidad de la gran movilización de mayo-junio de 2003 contra la reforma previsional del gobierno Raffarin, con la ausencia de un planteo de caída del gobierno y una perspectiva de poder de los trabajadores. Lo mismo ocurrió en la crisis semirrevolucionaria de abril de 2002, cuando Le Pen obtuvo el segundo lugar electoral. Uno de los países en los que se concentra la crisis es Italia, donde las señales de agotamiento y tendencia al colapso capitalista fueron reveladas por los casos de Fiat, Parmalat y Cirio (y la vulnerabilidad del conjunto de los bancos que las financian). Es muy posible que el gobierno de Silvio Berlusconi caiga antes de las elecciones del 2006 y que sea sustituido por un gobierno de centroizquierda, que incluya al Partido de la Refundación Comunista. El centroizquierda goza hoy del apoyo de la confederación de industriales y de todas las burocracias sindicales. Las grandes patronales y las grandes finanzas le asignan la tarea de reequilibrar la situación a favor de los intereses de conjunto del capital.
La lucha del proletariado italiano ha conocido en los últimos meses importantes desarrollos. Los trabajadores del transporte, así como los metalúrgicos, han llevado adelante batallas radicales. Todo esto ha culminado en la espléndida huelga indefinida (extraña desde hace décadas a las tradiciones de lucha en Italia) de 21 días de los trabajadores de la planta de Fiat en Melfi. En Alemania, centenares de miles de personas se movilizan todos los lunes contra la reforma del seguro por desocupación.
Se trata de partir de estas formas de lucha para señalar la necesidad de unificar las diferentes luchas y las diferentes reivindicaciones mediante la huelga general indefinida en torno a una plataforma que contenga las reivindicaciones principales de las masas: la recuperación salarial, la reducción de la jornada laboral, la abolición de la flexibilidad, el pase a planta permanente de todos los trabajadores precarios, un salario social digno para todos los desocupados, la defensa y el mejoramiento del “estado social” y de las jubilaciones, y que reivindique claramente como su objetivo político la expulsión de los gobiernos de turno y el gobierno de las organizaciones de trabajadores y de lucha antiimperialista.