Irak: Por la derrota del imperialismo yanqui


La batalla por Najaf llegó a su fin. Aunque los bombardeos fueron brutales e indiscriminados, las milicias que enfrentaban a las tropas de ocupación sólo aceptaron retirarse como resultado de un acuerdo político entre su jefe, Al Sadr, y el ayatollah Sistani, la máxima autoridad religiosa shiíta de Irak. El acuerdo estableció el cese del fuego y el retiro de la ciudad santa, tanto de las milicias como de las tropas norteamericanas. Las milicias se retiraron con sus armas y Al Sadr quedó en libertad. El gobierno provisional títere, que no participó directamente en la negociación, se hará cargo de las indemnizaciones a las víctimas y su policía tomará el control de la ciudad.


 


El resultado del acuerdo es contradictorio pero está conforme a la política de fortalecer a las fuerzas represivas del gobierno títere. La dirección shiíta encabezaba por Sistani apoya la “institucionalización” de la ocupación. Sistani, sostiene la prensa británica, era “la última alternativa” para un acuerdo negociado en Najaf (Financial Times, 26/8).


 


Luego del acuerdo de Najaf, la máxima asamblea de las autoridades religiosas shiítas, reunida inmediatamente después, resolvió repudiar la “lucha armada”.


 


Como consecuencia, también cedió la lucha iniciada en la llamada “Ciudad Sadr”, la gigantesca villa miseria de Bagdad en la que viven dos millones de iraquíes en condiciones de hacinamiento, miseria, desesperanza y rebelión sólo comparables con las de la Franja de Gaza. El fin de semana anterior al acuerdo entre Al Sadr y Sistani se habían registrado allí violentos enfrentamientos entre milicianos y tropas de ocupación. Durante los combates, certificaba el Financial Times (29/8), “Ciudad Sadr estaba efectivamente fuera del control de las tropas norteamericanas y de las del gobierno interino”.


 


Gracias al acuerdo entre Sistani y Al Sadr, la rebelión fue temporalmente desactivada. Pero los ocupantes son incapaces de controlar efectivamente el territorio del país (“Estados Unidos sólo controla efectivamente una parte de Bagdad”, informaba a principios de agosto el periodista Robert Fisk). Como consecuencia de “los ataques casi diarios a los oleoductos y estaciones de bombeo” (Financial Times, 31/8), las exportaciones de petróleo cayeron de 1,8 millones de barriles diarios en el pasado mes de marzo a apenas un millón diario en agosto.


 


Por eso nadie se hace ilusiones acerca de la duración de la tregua. “Más que un acuerdo duradero es una tregua débil y tambaleante”, afirma el periodista David Rieff (Financial Times, 30/8). La razón, explica, es la situación sin salida que enfrentan las masas iraquíes bajo la ocupación: “el 80% de la juventud, dice Rieff, está desocupada y es entre estos jóvenes donde Sadr tiene sus más firmes partidarios”.


 


Crisis política


 


La rebelión y la batalla de Najaf dividieron al gobierno títere. El primer ministro Allawi y los representantes de los partidos kurdos eran partidarios del aplastamiento militar. Lo mismo reclamaba una parte de la jerarquía shiíta: la ausencia de Sistani de Najaf y su silencio durante las tres semanas de bombardeos fue interpretada como una “carta blanca” a la represión (Financial Times, 26/8). Los partidos shiítas representados en el gobierno provisional, sin embargo, reclamaban una “salida negociada”.


 


La crisis del gobierno títere era, reflejo de la crisis política de su mandante. La batalla de Najaf volvió a poner en evidencia una fractura existente entre el mando militar y la Casa Blanca.


 


El generalato del Pentágono impulsaba, como Alawi, el aplastamiento militar de la rebelión. Bush, por el contrario, favoreció la tregua para presentarse con un “éxito” frente a la convención republicana reunida en Nueva York. Bush se opone a ampliar el número de las tropas ocupantes, pues prioriza, en el presupuesto militar, el programa de grandes contratos para la “guerra tecnológica” (la misma que mostró sus limitaciones en la ocupación de Irak y que, según acusan los generales, puso al ejército en tensión por falta de hombres y de balas).


 


La decepción del generalato con la tregua aceptada por Bush fue expuesta por uno de los habituales voceros oficiosos del Pentágono, el derechista Daniel Pipes, que la calificó como “una desgracia” y acusó a Bush de “falta de convicción”.


 


La tregua también fue criticada por Kerry y los demócratas (doce altos generales y almirantes forman parte del equipo de Kerry). Uno de ellos, Wesley Clark, ex comandante de la OTAN, criticó la tregua en Najaf y el conjunto del programa militar de Bush, que incluye el retiro de 70.000 soldados de Europa y Asia, como “un error estratégico”. Kerry, por su parte, denunció que el plan de Bush “perjudicará la seguridad de Estados Unidos y la guerra contra el terrorismo”.


 


Kerry anunció que no se retirará de Irak y plantea “aumentar las filas del ejército en 40.000 soldados” y “duplicar las fuerzas especiales” para poder “afrontar las crecientes misiones en el exterior” (Página/12, 18/8). Pero, a diferencia de Bush, plantea “cooperar más a fondo con los aliados, sobre todo los de la Otan, para reducir el esfuerzo político y militar de Washington en Irak” (ídem).


 


La caldera de Medio Oriente


 


“Por primera vez desde la caída de Saddam, la partición de Irak aparece como una posibilidad real” (Financial Times, 19/8). Las tendencias centrífugas son manifiestas. Irán, sostienen algunos observadores, daría un silencioso respaldo a la rebelión shiíta como una manera de “mantener ocupados” a los generales norteamericanos; Turquía respalda los reclamos de la minoría turcómana en el norte del país; importantes sectores del régimen saudita respaldarían la rebelión sunita para evitar el surgimiento de un “Irak shiíta”.


 


Todas estas intervenciones palidecen, sin embargo, frente a la que estaría desarrollando el Estado sionista en respaldo de los kurdos. Según Seymour Hersh, el periodista que denunció las torturas en la prisión de Abu Grahib, Israel habría instalado bases de espionaje e infiltración en territorio kurdo, con el objetivo de espiar (e incluso intervenir) contra Irán y los shiítas iraquíes. El mismo Hersh informa que los sionistas impulsarían firmemente la partición de Irak.


 


La intervención israelí en apoyo de los kurdos desestabiliza Irak y todo el Medio Oriente: amenaza romper uno de los más importantes puntos de apoyo del imperialismo en la región: el acuerdo militar existente entre Turquía e Israel. Turquía está enfrentada con su propia minoría kurda y es enemiga mortal del nacimiento de una “república kurda” en el norte de Irak.


 


Crisis mundial


 


Lo que potencia el empantanamiento de la ocupación norteamericana de Irak son las contradicciones insuperables de la crisis mundial.


 


Estados Unidos invadió Irak para monopolizar el petróleo del Golfo, forzar la privatización de los yacimientos en toda la región, “rediseñar el mapa” de Medio Oriente (es decir, “resolver la cuestión palestina” e imponer regímenes adictos en Siria, Irán y Arabia Saudita) y, finalmente, subordinar por esta vía a sus rivales europeos.


 


El aumento del precio del petróleo pone en evidencia el fracaso de estos objetivos. Pero mientras Estados Unidos no se disponga a compartir con el capital europeo esos negocios petroleros, no habrá acuerdo político en las Naciones Unidas ni, mucho menos, habrá tropas francesas o alemanas en Irak; “la división transatlántica -entre Europa y Estados Unidos- es más aguda que nunca” (Financial Times, 8/8).


 

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