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Togliatti y togliattismo


Aniversario de lágrimas y colaboracionismo


Era el 21 de agosto de 1964 cuando, en Yalta, Palmiro Togliatti, alias Ercole Ercoli, “Alfredo-Madrid-Contreras” (seudónimos usados en España), Mario Correnti (en la Italia de Badoglio), daba el adiós a una existencia perpetuada a través de crímenes contra compañeros y trabajadores y al servicio de un trabajo sistemático en nombre de la contrarrevolución.

 


“Payaso bueno para todos los usos” (la célebre expresión pertenece al compañero Tresso, asesinado en Francia por orden de Cerreti en complicidad con los que estaban por encima de él) ha encarnado, mejor que otros, pero también como la mayoría de los que tomaron el timón del partido después de él, aquella codicia de molde bonapartista a la que no le faltará cierto crescendo de sobrevoltaje oportunista, volteretas y abrazos políticos letales.




Togliatti estuvo con Bordiga en los años de Bordiga, con Gramsci en los años de Gramsci, fue colaborador fiel de Bujarin hasta el VI Congreso de la Internacional Comunista, cuando sorprendió al entonces jefe de la Komintern (al cual había utilizado poco tiempo antes -con éxito- para destituir a Zinoviev) arribando a las costas de Stalin y recogiendo esa pesada factura bajo la sigla del “tercer período” (fórmula de Stalin-Thaelmann saturada de aventurerismo y condimentada con la otra aberración del “socialfascismo”).

 


Bujarin, explicará Victor Serge en 1933, contaba en el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista con una mayoría combatida, débil, pero granítica en los números. “¿Cómo ha podido ocurrir la conquista de la Komintern por Stalin? Bujarin fue traicionado. Por Ercoli.”


 


Al margen de este “accidente”, Togliatti escribe: “Bujarin tenía el carácter de un profesorcito presuntuoso e intrigante. Había en él, como en los otros, la madera de la doblez y del traidor” (viene a la mente el cojo que acusa al otro de claudicación).


 


A partir de este episodio, Togliatti llevará puesta, sin abandonarla jamás, la divisa de Stalin: una nueva divisa que untará con sangre de los trabajadores y adornará con los méritos que se le reconocen a los reformistas de hoy y de aquella burguesía italiana a la que pacientemente arrastró fuera del pantano de la posguerra. Apagar el costo de este, su nuevo curso personal, serán sobre todo “los tres”, Blasco, Leonetti y Ravazzoli (los cuales adherirán sucesivamente a la Oposición de Izquierda Internacional), pero es claro que no serán los únicos obstáculos removidos brutalmente y con el arma de la mentira en el camino del definitivo ascenso al poder de Togliatti.


 


Gramsci, por su parte, nada pudo hacer en una fase nodal de la lucha a la nueva necesidad staliniana-toglattiana. Recluido en prisión por los fascistas y por el grupo dirigente del PCI (se recuerda el episodio de la carta que le fue enviada por Grieco, como tantos otros acontecimientos señalados profusamente en el reciente período), en los últimos años se ha hecho luz sobre el origen de su aislamiento, que se acentuó en un momento de batalla campal contra la nueva política de los sepultureros de la revolución. El juez instructor, por ejemplo, glosará en el proceso del compañero sardo: “Honorable Gramsci, usted tiene amigos que ciertamente desean que permanezca un tiempo en la cárcel”; y el propio Stalin denunciará -instrumentalmente- su encarcelamiento prolongado, atribuyéndole la culpa a Togliatti, apenas regresado de la correría española (Ercoli supo, sin embargo, esquivar el riesgo de transformarse en el único chivo expiatorio de esta y otras responsabilidades, dando nuevas garantías de confiabilidad a Stalin).


 


Togliatti no tuvo remordimiento, a pesar de todo, en hacer de Gramsci un héroe, una imagen mítica que invitara a todos a inspirarse. Pero indudablemente no era esta una novedad en la historia de los traidores y de las traiciones del marxismo.


 


Ya Lenin escribía claramente en El Estado y la Revolución, refiriéndose a los revolucionarios: “Después de muertos se intenta convertirlos en íconos, de canonizarlos, por así decir, de ceñir de una cierta aureola de gloria su nombre, una ‘consolación’ y una ‘mistificación’ de las clases oprimidas, mientras se vacía de contenido su doctrina revolucionaria, se embota su filo, se la envilece”.


 


A los fascistas, que dejaron morir de tisis a Gramsci, Togliatti había tenido la manera de presentar un llamamiento afligido en 1936, desde las columnas de Estado Obrero:


 


“Démonos la mano, hijos de la nación italiana.


 


Démonos la mano, fascistas y comunistas, católicos y socialistas, hombres de todas las opiniones”, ¡indicando también como base del recorrido político común el programa santosepulcrista de los fasci de combate mussolinia-nos! Y no rehuyó declararse satisfecho -escribiendo de propia mano, el 25 de agosto, un comunicado de aprobación, en nombre del PCI, sobre el nuevo acuerdo alcanzado- por el nuevo pacto Hitler-Stalin del 23 de agosto de 1939, concretado con el acuerdo Ribentropp-Molotov que sancionó la no agresión entre nazis y soviéticos y con la cual se procedía a la partición de Polonia.


 


A Hitler, personalmente, Stalin entregó miles y miles de comunistas alemanes y austríacos refugiados en la URSS, mientras Ercoli, que ya había estado entre los demiurgos de los sanguinarios procesos de Moscú, en su carácter de secretario de la Komintern, se había dedicado primero a la eliminación de diversos dirigentes del KPD -Partido Comunista de Alemania- (se piensa en Eber-lein, Neumann, Remmele, Kie-penger), después a la de algunos jefes del partido húngaro, como Bela Kun, y del conjunto del grupo del Partido Comunista Polaco (lo ha contado Renato Mieli, ex dirigente de la sección exterior del PCI, en su libro Togliatti 1937).


 


Desde ese entonces, en España (seguimos en 1937), Togliatti será comisario político del Partido Comunista local bajo el mandato de Stalin. Trotsky, en las Lecciones de España, evidencia la necesidad de parte del oportunismo termidoriano de contar con comisarios, células, hombres sin escrúpulos dispuestos a defender la propiedad burguesa y a sofocar la revolución en la tierra española, para garantizar por esta vía un pasaje progresivo del poder hacia Franco.


 


Togliatti es el hombre indicado para llevar adelante esta tarea. Llevarán su firma la represión de los anarquistas en Barcelona y en Bilbao, la liquidación del POUM, el asesinato de Andrés Nin y Camilo Berneri.


 


Arrestado en Francia al comienzo de la guerra, tendrá la “suerte” de evadirse de la cárcel y de instalarse rápidamente en un refugio parisino, gracias a las ingentes sumas de dinero gastadas por la Komintern.


 


Volverá a Italia en 1944, bajo consejo y observación de la burocracia moscovita, dando vida al “viraje de Palermo”, primera etapa de la “vía italiana al socialismo” lanzada en el VIII Congreso del PCI. Hay quienes han visto en estos últimos pasajes históricos un alejamiento de Togliatti respecto de Stalin, cuando no el yin y el yan que permitirían luego al PCI mantener de manera durable “otra” ruta respecto de los académicos rusos. ¡Nada más falso!


 


Casi religiosamente, el PCI, que también veía en la Italia de la posguerra un suculento bocado para la satisfacción de sus propios apetitos nacionales, seguía a la letra las disposiciones de Stalin.


 


Incluso antes de que la Komintern fuese disuelta (1943), Stalin y Dimitrov, intentando consolidar la posición de los comunistas al interior de los aparatos imperialistas europeos, intentando alejar los reflectores de Europa y del mundo sobre las tensiones en Rusia, escribían: “Es necesario transformar a los partidos comunistas en totalmente autónomos y no secciones de la Internacional Comunista. Deben transformarse en partidos comunistas nacionales con diversas denominaciones. El nombre no es importante… deben basarse en un análisis marxista, pero no con la mirada vuelta hacia Moscú: que resuelvan autónomamente las tareas concretas” (Stalin, 20 de abril de 1941).


 


“Es necesario desarrollar la idea de un sano nacionalismo: en su fase actual es necesario que los partidos comunistas se desarrollen como partidos nacionales autónomos” (Dimitrov, 12 mayo de 1941).


 


Estas, pues, son las chispas, incluso de fuegos de artificio póstumos que desembocaron en el compromiso histórico y en el eurocomunismo de berlingueriana memoria.


 


Togliatti se convertirá, mientras tanto, en ministro sin cartera con Badoglio y bajo el primer gobierno de Bonomi; en seguida, en ministro de Justicia con Parri y De Gasperi. Su servicio a la burguesía (como libretista para los comunistas actores de un pacto de gobierno con los poderes fuertes) es magistral: la correspondencia Churchill-Mussolini, sustraída al Duce por los guerrilleros y desconocida en Italia, alcanzará Gran Bretaña sin retornar jamás a nuestro país; la amnistía a los fascistas y el ocultamiento del elenco de los colaboradores de la Ovvra (servicio secreto) serán otros dos productos ejemplares de su oscura actividad de gobierno (el fascista Marchesi, además, se convertirá en su precioso colaborador); el código Rocco permanecerá como una bisagra de la nueva organización judicial.


 


Togliatti participa activamente en la redacción de la Constitución italiana, sólido himno a la propiedad privada, votando a favor del artículo 7, fruto de los Pactos Lateranenses establecidos entre Mussolini y Pío XI (voto acompañado de la infausta previsión: “¡Este voto asegura un puesto en el gobierno por los próximos veinte años!”).


 


Muerto Stalin en 1953 (“nuestro mayor amigo”, escribirá Berlinguer, secretario de la FGCI, designado como jefe de la Federación Mundial de la Juventud Democrática por Stalin), Togliatti, “el hombre que, en la escuela de Stalin, más ha hecho por la liberación nacional y social de nuestro país” (así rezaba el comunicado del PCI del 7 de marzo), se opondrá hasta el día de su colapso cerebral a cualquier intento, por tímido y engañoso que fuere, de poner en discusión el “culto a la personalidad” y sus criminales consecuencias. Los gritos de indignación, el intermedio político que se abrirá con Kruschov, que no le impedirán sostenerlo en la represión de la lucha húngara (“un golpe fascista y reaccionario”, para L’Unitá) y en el ahorcamiento de Nagy, son un testimonio vivo.


 


En los siguientes términos comentó en Rusia el informe al XX Congreso (cuyos contenidos antistalinistas serán luego denunciados como “inexistentes, voces cautivas de la prensa reaccionaria’” incluso un hombre como Ingrao (que aún no se había pasado a la no violencia), reclamado por Scoccimarro, Bufalini y Cacciapuoti, deseosos de una clarificación en la materia: “No hay nada. Trapos sucios, habladurías”, y una vez en Italia agregó: “La línea del Partido fue justa antes de la guerra, en la guerra, después de la guerra”. En 1958, tomando el verdadero nervio de la “nueva fase”, replicó: “La desestalinización es una de esas palabras que sirven para instruir a los tontos. Es decir, para crear nociones que no se corresponden en nada con la realidad”.


 


Esta, en extrema síntesis, es la historia de la vida y de los horrores de Ercoli; la historia abyecta es todavía más densa en páginas oscuras respecto de las cuales apenas se ha escrito. Pero no iremos más allá en las inferencias, ni a desenterrar otros acontecimientos desagradables para el movimiento obrero: el “Maestro” está muerto, así como están muriendo tantas falsas convicciones construidas sobre su persona. Si hay algo que todavía debe ser enterrado es el togliattismo, junto con sus sedimentaciones cotidianas.


 


Retomando las que fueron las coordinadas dictadas en su tiempo por Togliatti (el poder es todo, el cambio no es nada, podríamos decir parafraseando a Bernstein), el Partido de la Refundación Comunista se apresta a gobernar con los representantes de la burguesía, sometiendo los intereses de los trabajadores, la potencialidad de la lucha de los movimientos de masas y de las nuevas generaciones a favor del Olivo, los Prodi, los D’Alema y los Montezemolo.


 


¡Si queremos terminar con Togliatti y el stalinismo, es con esta tradición y aproximación a los hechos, con estos viejos y nuevos compromisos, por dinámicos que sean, que nosotros, afiliados del PRC, militantes de los movimientos y partidarios de un “otro mundo”, debemos saldar cuentas!


 

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