¿Gobernar con los banqueros? No, nacionalizar la banca


El caso de “bancopolis” no es una patología imprevista.

 


Gracias al vasto proceso de privatización y concentración activado durante la extensa legislatura de centroizquierda de los años ’90, el sector bancario es el ámbito del capitalismo italiano que mejor ha resistido a la aguerrida competencia interna e internacional. Las utilidades de los bancos italianos son simplemente enormes, como surge del aumento medio de las ganancias netas, del 46,8%, para las cuatro instituciones bancarias más grandes durante los primeros nueve meses de 2004. Sus proyecciones internacionales están en alza, como se deduce del posicionamiento de punta en Europa de la Banca Intesa y Unicredito, sobreviviente de la feliz fusión con el banco alemán Hypovereins y hoy señora de las finanzas polacas. Su peso conjunto en la economía nacional se ha desarrollado de manera directamente proporcional a la crisis de sobreproducción de la gran industria exportadora (automotriz y alimenticia en primer lugar) y a la crisis de los distritos tradicionales de la pequeña y mediana empresa: y ello ya sea a través del creciente endeudamiento banca-rio de las empresas como de la correspondiente extensión de la participación accionaria de los bancos en las empresas. En síntesis, la declinación del capitalismo italiano en la producción capitalista internacional se ha traducido en un potente desarrollo del capital financiero y en un entramado cada vez más inextricable y extendido entre renta financiera y ganancia.


 


Los bancos de la rapiña


 


Precisamente esta evolución de los hechos ha relanzado una lucha salvaje entre tiburones capitalistas por el “reparto del botín”. Las absorciones cruzadas de Antonveneta y la BNL por parte de un consorcio de nuevos comerciantes de diversa extracción y procedencia no es por ende una patología imprevista sino la punta emergente de la cotidianeidad capitalista y de su ley de la jungla. Aquí reside realmente el auténtico escándalo: no (sólo) en la ilegalidad manifiesta de un puñado de arribistas, sino en esa legalidad cotidiana tradicional que ha visto y ve al conjunto de las poderosas financieras del país promover una contra la otra la expropiación común de la riqueza social. A partir de esos grandes y respetables bancos que portan el nombre de Banca Intesa, Unicredito, San Paolo, Capitalia, Monte dei Paschi, que hacen palanca en los costos bancarios más altos de Europa para financiar sus propios negocios especulativos; que son protagonistas directos o indirectos de todos los grandes crímenes financieros de los últimos años (Cirio, Parmalat, bonos argentinos); que estuvieron en los últimos diez años a la vanguardia, junto a la Confindustria, en imponer sacrificios a las grandes masas, así como hoy están en primera fila encomendando a Prodi nuevas “reformas impopulares”; siempre con el apoyo de esa prensa nacional que justamente controlan los grandes bancos (a partir del Corriere).


 


Las izquierdas y el poder bancario


 


Frente a todo esto emerge, más aún hoy, la profunda subordinación de la izquierda italiana a las clases dominantes del país. No hablo de la mayoría dirigente de los DS, únicamente empeñada en escalar políticamente a la representación central del capitalismo italiano en abierta competencia con la Margheríta, y por ello compañía incauta de los aspirantes a banqueros de Unipol como ayer de los audaces capitanes de Telecom.


Hablo de los grupos dirigentes de la izquierda que se define como “radical”: que ciertamente critican (muy sumisamente) “los excesos de desenvoltura” de los DS y la llamada “financierización de la economía”; pero por otro lado, con tal de aparecer confiables a los mismos DS y a la Margheríta, como futuros compañeros de gobierno, renuncian a poner en discusión el poder bancario y su función de rapiña, limitándose a reivindicar improbables “códigos éticos” o a reclamar el gravamen de las rentas financieras a la tasa europea: un reclamo tan minimalista y tan poco discriminatorio como para ser presentado hoy por la misma Confindustria de Montezemolo, sea como medio de racionalización capitalista y redimensionamiento de los arribistas de la finanzas, o como palanca de una ulterior transferencia de riquezas en beneficio de la gran industria exportadora (apoyo a las exportaciones, a las reestructuraciones, a la investigación tecnológica, etc.). ¿No es realmente impresionante esta divergencia entre la radicalidad de la rapiña capitalista y la moderación programática de una izquierda que encima se reclama “alternativa”?


 


Que se vayan todos


 


Por el contrario, el escándalo bancario debería exigir, más que nunca, la actualidad de un programa de alternativa verdadera. De un programa cuya radicalidad de clase sea igual y contraria a la radicalidad cotidiana del capitalismo en crisis. De un programa que, partiendo de la experiencia concreta de millones de trabajadores, consumidores, cuentacorrentistas, tenga el coraje de reivindicar abiertamente la nacionalización de los bancos, sin indemnización (porque ya han tenido demasiadas) y bajo control de los trabajadores. Esta es una medida indispensable de higiene moral y de reapropiación social de la riqueza expropiada.


 


Claro que una lucha de masas por la nacionalización de la banca es incompatible con cualquier alianza con la Confindustria, con los banqueros que apoyan a Prodi, con los portavoces y defensores de Unipol. Exige una ruptura de fondo con las clases dirigentes del país y una perspectiva alternativa de sociedad y de poder: donde sean los trabajadores y las trabajadoras quienes dirijan Italia, no más sus patrones y sus usureros. “¡Que se vayan todos!” es la consigna simple y clara que desde hace años acompaña el ascenso de las masas en muchos lugares de América Latina. ¿La crisis social y moral de las clases dirigentes de nuestro país no muestra acaso la actualidad extraordinaria de esta consigna para Italia? ¿Por qué la izquierda italiana, en vez de disputarse los favores de Prodi, no une sus fuerzas en torno a esta consigna elemental? ¿Por qué no trabaja para reorientar cada objetivo inmediato, cada lucha concreta, cada movimiento, hacia esta perspectiva general, desarrollando la conciencia política de los trabajadores?


 


¿Colaboración con los capitalistas o ruptura con los capitalistas? ¿Gobernar con los banqueros o luchar por la nacionalización de la banca? Esta es, por lo tanto, la verdadera encrucijada que se le plantea, una vez más, a la izquierda italiana, y no sólo a ella. Cualquier tipo de “tercera vía” reposa en la literatura (siempre florida) de los deseos piadosos.


 

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