Irán: Bush, por otro “cambio de régimen”


El gobierno norteamericano ha logrado finalmente que la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AJEA) “denuncie” a Irán ante el Consejo de Seguridad de la ONU por el “incumplimiento” del Tratado de Proliferación Nuclear que impide a sus firmantes -con excepción de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, China y Rusia- desarrollar armas nucleares. Los iraníes han negado sistemáticamente cualquier incumplimiento, reivindican su derecho a desarrollar tecnología nuclear y niegan estar interesados en un desarrollo armamentístico.


 


La acusación de Bush contra Irán apunta en otra dirección. Irán podría, en el mejor de los casos, desarrollar un puñado de rudimentarias armas nucleares en un período de cinco a diez años. ¿De qué le servirían frente a los miles de bombas del arsenal norteamericano y a los cientos de bombas nucleares del arsenal israelí? Irán no constituye, ni puede constituir en un futuro previsible, una “amenaza” para los Estados Unidos o los países de la región. Cualquier iraní sabe perfectamente que si su país decidiera utilizar bombas nucleares, inmediatamente quedaría borrado del mapa por la represalia norteamericano-sionista. El único país en el mundo que puede comenzar una guerra nuclear es Estados Unidos.


 


El problema norteamericano con Irán no es la bomba.


 


Rusia fue obligada por Estados Unidos a desistir de una oferta que había formulado en las últimas semanas: proveer a Irán el uranio necesario para el funcionamiento de sus plantas nucleares de producción de energía eléctrica, al tiempo que se le permitía montar una planta “extremadamente pequeña” de enriquecimiento de uranio, incapaz de producir las cantidades necesarias para fabricar una bomba (Financial Times, 7/3).


 


El propio Bush acaba de firmar un acuerdo de cooperación nuclear con la India, un país que desarrolló armas nucleares en oposición al Tratado de No Proliferación (algunas de las cuales están apuntadas precisamente contra Irán). La India desarrolló sus armas nucleares con la colaboración de Rusia y de los aliados europeos de los Estados Unidos que pretenden impedir a Irán el acceso a la tecnología nuclear.


 


Para Bush, el problema no es la bomba sino el gobierno de Irán. El régimen iraní no sólo ejerce una influencia decisiva en el Irak ocupado por los norteamericanos a través de la mayoría shiita, sino también en Líbano, a través del Hezbollah, y en Palestina, a través del Hamas. La descomposición de la situación en Irak, la crisis del sionismo, la impasse en Palestina han colocado al régimen iraní en una posición clave en Medio Oriente. El imperialismo necesita en Irán un gobierno comprometido con la “pacificación” de Medio Oriente; un gobierno “constructivo”, es decir que impulse una salida a la crisis de la región en los términos que reclama el imperialismo. Pero el régimen iraní tiene su propia “agenda”. Para forzar a Irán a un compromiso en Irak, en Palestina y en el Líbano, Bush agita la amenaza de las sanciones, y aun de la intervención militar, con la excusa de la bomba.


 


El problema de Bush es que carece de instrumentos para presionar efectivamente a Irán. El pantano de la ocupación iraquí inviabiliza una aventura militar contra Irán (cuyo ejército, por otra parte, cuenta con armas defensivas muy superiores a las de Saddam), pero no la posibilidad de bombardeos “disuasivos”. Un ataque crearía una crisis petrolera. Los intereses divergentes de las grandes potencias -Europa, Rusia, China-, no sólo respecto de Irán sino también del conjunto de Medio Oriente, se manifiestan en la ausencia de un mínimo acuerdo acerca de la imposición de sanciones, tanto diplomáticas como económicas.


 

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